TIRAN LA PIEDRA Y ESCONDEN LA MANO
Bogotá, 5 de abril de
2017
Texto dedicado a mi amigo Fernando Duque Nivia, un escéptico que obliga
a pensar.
En Colombia enfrentamos una trampa ancestral, una paradoja
(Badiou), un síntoma (Lacan- Zizek), un trauma fundacional, que se repite y
reitera por siglos, fruto de una singularidad histórica que se acumuló a lo
largo del tiempo. Hoy, que estamos intentando superar el conflicto armado vuelve
a aparecer esa anomalía que nos frena y no nos permite avanzar. Y, es por ello,
que es muy importante detectar, sacar a la luz, reconocer y caracterizar ese
fenómeno para finalmente superarlo en nuestro ser colectivo. Es indispensable
hacerlo.
Dos temas concretos del actual proceso de paz son expresión
de esa trampa. Uno, las castas dominantes se niegan a reconocer las atrocidades
cometidas por fuerzas estatales y/o para-estatales, como lo denuncia con mucho
detalle el analista Michael Reed en Razón Pública (http://bit.ly/2oydirR). El otro, la
permanencia de grupos paramilitares que sistemáticamente continúan asesinando
dirigentes sociales y populares en diversos territorios de nuestro país,
especialmente en áreas impactadas por megaproyectos mineros y energéticos como
de manera precisa lo describe José Antonio Gutiérrez en Rebelion.org (http://bit.ly/2nYfoQQ).
Como a continuación lo reseñamos y recordamos, estos dos
tipos de comportamiento de las clases dominantes han sido reiterados desde
tiempos de la conquista y la colonización española. Desde aquellas épocas no
solo utilizaron la fuerza armada de sus Estados para acabar, mermar o
neutralizar la resistencia indígena, negra y mestiza, sino que también
utilizaron todo tipo de fuerzas “irregulares” (mercenarios, caza-recompensas,
asesinos a sueldo, “chulavitas”, paramilitares, “Bacrim”, etc.), para cometer
toda clase de crímenes que las élites oligárquicas siempre han negado. “Tiran
la piedra y esconden la mano” dice el sencillo parroquiano. Por eso, en el
pasado todos los procesos de paz fracasaron: las fuerzas rebeldes o insurgentes
fueron traicionadas y masacradas o, asimiladas y cooptadas.
Así, la estrategia que le permitió a la oligarquía
instrumentalizar la guerra interna en los últimos 35 años no es algo casual. Es
una práctica ladina y mañosa que en la actualidad usan para manipular el
proceso de paz e impedir verdaderos cambios y transformaciones. Esa capacidad
la han desarrollado “los de arriba” con la colaboración inconsciente de “los de
abajo”. Desde el mismo momento de la conquista se inició ese proceso y es parte
del legado colonial. No es “algo” que apareció por obra de una inteligencia maligna
ni es un invento perverso de alguien en especial. Fue un proceso impuesto por
las diversas condiciones de existencia de los pueblos originarios que habitaban
el territorio de lo que hoy es Colombia y la forma diferenciada como
respondieron a la invasión y dominación. Surgió así, casi “naturalmente”, una
dualidad táctica que ha sido perfeccionada a lo largo del tiempo y convertida
en “costumbre criminal”.
En la mayoría de los territorios que en la actualidad son
los países latinoamericanos, la conquista y la colonización europea se realizó
con base en la “hibridación cortesana” (dixit,
Miguel Ángel Herrera) entre las elites cortesanas españolas y las familias de
los caciques que eran los nobles cortesanos de los imperios amerindios (inca,
azteca, muisca). En sus capitales, Lima, México y Bogotá, los españoles y sus
aliados subordinados, constituyeron los tres centros coloniales dominantes (reales
audiencias y/o virreinatos) que hoy siguen controlando la región y siempre han
sido la cabeza de playa de los imperios (español, inglés y estadounidense), hoy
agrupados en la “Alianza del Pacífico”. Ese aspecto determinó que frente a los
pueblos que hacían parte de los imperios, la actitud dominante de esa “alianza
cortesana” fuera relativamente “suave”, condescendiente, conciliadora y
“pacífica”. Actuaba el “policía bueno”.
Pero frente a los pueblos que resistieron, que no se dejaron
aculturizar, que defendieron las esencias de su identidad (territorios, cosmovisión,
lenguas, usos y costumbres, autoridades propias, etc.), el bloque cortesano
dominante (europeo-indígena-mestizo-criollo), desarrolló otra actitud muy
diferente. Esos pueblos en Colombia fueron relativamente numerosos dado que el
imperio muisca era muy pequeño y no controlaba el extenso territorio. Además,
el otro centro de poder “cortesano” construido en Popayán con pueblos “yanaconas”
traídos de Perú y Ecuador, no abarcaba amplias regiones de la entonces Nueva
Granada. Las campañas de exterminio contra nasas, pijaos, sindaguas, wayuús,
zenúes, arahuacos, motilones, timilas, etc., y negros cimarrones rebeldes,
fueron aterradoras, bárbaras y salvajes. No se ahorraban nada. Desde el engaño
hasta la emboscada y la tierra arrasada fueron utilizadas. Se procuraba
dividirlos, infiltrarlos, desaparecer sus cabecillas, acusarlos de diabólicos,
brujos, oscuros, vagabundos y peligrosos para toda la sociedad. Actuaba,
entonces, el “policía malo”.
El principal logro de esas clases dominantes, como lo
intenta hacer ahora Juan Manuel Santos, fue conseguir que amplios sectores de
las clases y sectores dominados confiaran en el “policía bueno”. Ese mismo resultado
lo consiguieron en diversas épocas los agentes del colonialismo interno: los
curas doctrineros que supuestamente abogaban por la defensa de los indígenas;
los encomenderos que amagaban amistad y hasta caridad para acercarse a los
resguardos indígenas para apoderarse de sus tierras; los criollos patriotas que
prometían igualdad y libertad para indios y negros pero en la práctica
aspiraban a liquidar los resguardos o utilizar esa población como carne de cañón en las guerras de
independencia para mermarlos y debilitarlos por cuanto en el fondo les temían; la débil
burguesía de principios del siglo XX que le hicieron creer a obreros y labriegos
que iban a hacer una “revolución en marcha” para garantizarles derechos
laborales a los trabajadores y acceso a la tierra a los campesinos; y la
burguesía transnacional que en 1991 convenció a amplios sectores sociales que
con el sólo cambio de la Constitución Política se iba a democratizar el país y
el grueso del pueblo iba a disfrutar de una serie de derechos fundamentales,
sociales, económicos, políticos y culturales.
Y siempre lo lograron porque utilizaban el “policía malo”
como señuelo. Desde aquellos tiempos buscaron la forma de hacer aparecer una figura
que “metiera miedo”. Los “policías malos” de la conquista, la colonia y la
república fueron reconocidos por su crueldad, fueron llamados “pacificadores” y
frente a ellos estaba el “policía bueno” que mantenía la mano tendida. En el
siglo XX el más conocido fue Laureano Gómez y en el siglo XXI es Álvaro Uribe
Vélez. Ambos fueron utilizados para domesticar a las dirigencias populares,
asustándolas con el “coco” reaccionario y conservador, para que confiaran en el
“policía bueno”, o sea, López Pumarejo, los Lleras, López Michelsen, Samper y,
ahora, Santos. Y a fe, por lo que estamos observando, pretenden repetir la
fórmula con la colaboración de un sector de la izquierda con un “nuevo” policía
bueno: Humberto de La Calle Lombana.
Pero en esta ocasión pareciera que la receta no funciona. El
policía bueno (Santos) no logró diferenciarse totalmente del malo (Uribe). El
“malo” ya no asusta tanto y por ello utiliza como amenaza un castro-chavismo
que –si existiera realmente– se desmoronó el 2 de octubre pasado. El “bueno” se
fue desgastando con sus mentiras y demagogia. Bueno y malo han empezado a ser
identificados como corruptos por igual. La polarización entre ambos, en vez de
potenciarlos, los muestra como compadres “peliaos” que se enfrentan por el
botín de contratos y puestos. El siguiente “poema” de autor desconocido los
retrata muy bien en su dimensión de identidad, los muestra como caras opuestas de
una misma moneda, descubre esa especie de desdoblamiento mutuo, los acusa de asumir
poses diferenciadas para ocultar una misma esencia. Veamos...
Uribe y Santos;
Santos y Uribe (de autor desconocido)
Miróse una noche
Uribe al espejo
hallando el rostro
de Santos como reflejo.
—Juguemos a odiarnos, propuso el primero,
Enemistemos partidos, dividamos el pueblo;
— Robemos despacio, propuso el más nuevo.
Uribe al espejo
hallando el rostro
de Santos como reflejo.
—Juguemos a odiarnos, propuso el primero,
Enemistemos partidos, dividamos el pueblo;
— Robemos despacio, propuso el más nuevo.
Como eternos compinches se
reconocieron,
se picaron el ojo,
se acariciaron el pelo;
se dieron la mano,
se lanzaron un beso
y sellaron su pacto
con abrazo sincero.
se picaron el ojo,
se acariciaron el pelo;
se dieron la mano,
se lanzaron un beso
y sellaron su pacto
con abrazo sincero.
Aunque no ser
como el otro
al tiempo dijeron,
de Santos y Uribe
se conoce este juego:
Que posan de enemigos, queriéndose en serio,
que no hay menos malo,
que los dos son horrendos.
como el otro
al tiempo dijeron,
de Santos y Uribe
se conoce este juego:
Que posan de enemigos, queriéndose en serio,
que no hay menos malo,
que los dos son horrendos.
Que vendieron los mares, que rifaron
los suelos;
que se aliaron con bancos, que apoyaron imperios,
que recibieron prebendas, que subieron impuestos,
que entregaron empresas, que delinquir permitieron.
que se aliaron con bancos, que apoyaron imperios,
que recibieron prebendas, que subieron impuestos,
que entregaron empresas, que delinquir permitieron.
Los dos presidentes,
los dos reelectos,
los dos tramadores,
los dos embusteros;
se atacan en twitter,
se siguen en Facebook;
se felicitan en casa,
se agreden en medios.
los dos reelectos,
los dos tramadores,
los dos embusteros;
se atacan en twitter,
se siguen en Facebook;
se felicitan en casa,
se agreden en medios.
Es así que la historia
nos muestra este entuerto.
Los viejos amigos
sacando provecho,
amañando elecciones, comprando el congreso,
llenando sus sacos, acumulando dinero.
nos muestra este entuerto.
Los viejos amigos
sacando provecho,
amañando elecciones, comprando el congreso,
llenando sus sacos, acumulando dinero.
El pueblo que vota
conoce este cuento,
pero no le importa
pues ama el desgreño.
Diseñan pancartas,
recorren los pueblos,
defendiendo políticas, ensalzando gobiernos.
conoce este cuento,
pero no le importa
pues ama el desgreño.
Diseñan pancartas,
recorren los pueblos,
defendiendo políticas, ensalzando gobiernos.
Caminan y sudan
gritando, diciendo:
¡el malo es el otro,
el nuestro es el bueno!
¡Uribe es honrado,
Juan Manuel traicionero!
¡Santos es puro;
Uribe paraco,
Uribe traqueto!
gritando, diciendo:
¡el malo es el otro,
el nuestro es el bueno!
¡Uribe es honrado,
Juan Manuel traicionero!
¡Santos es puro;
Uribe paraco,
Uribe traqueto!
Los dos son corruptos,
los dos esperpentos.
los dos son iguales,
¡parecen gemelos!
El país exprimido,
los niños muriendo;
La salud en la quiebra,
la economía en el suelo.
los dos esperpentos.
los dos son iguales,
¡parecen gemelos!
El país exprimido,
los niños muriendo;
La salud en la quiebra,
la economía en el suelo.
Los dos son lo
mismo,
¿nos creen pendejos?
nos roban, nos quitan, ninguno es sincero:
Bien decía mi abuelo,
ya muerto por cierto,
"el corrupto aprovecha
la estupidez de los necios".
¿nos creen pendejos?
nos roban, nos quitan, ninguno es sincero:
Bien decía mi abuelo,
ya muerto por cierto,
"el corrupto aprovecha
la estupidez de los necios".
Lo nuevo de la situación consiste en que los dirigentes de
izquierda que han sido cooptados por el “policía bueno” (Santos) no tienen el
ascenso e influencia necesaria para evitar que otros líderes y lideresas
encabecen una rebelión pacífica que se está acumulando en el alma colombiana.
Los resultados del 2 de octubre así lo indican. Existe una reserva de
inconformidad con la clase política colombiana que va a ser desencadenada en 2018
por una “amplia coalición ciudadana independiente” (ni de derecha, ni de
izquierda) que va a aprovechar el desenmascaramiento y la identificación entre
el policía bueno y el malo para derrotar a todos los corruptos.
Además, ese movimiento ciudadano en ciernes, esa tercería
anti-política en formación, cuenta con unas mayorías del país que en los grandes
centros urbanos han empezado a reaccionar. Además, desde hace varios años ha
aparecido una juventud más consciente que se está vinculando con cierta decisión
a la política. Es más, importantes sectores de empresarios medios y pequeños (y
uno que otro “grande”), tanto del campo como de la ciudad, a los que
calificamos como “burguesía decente”, están decididos a romper con la
“burguesía burocrática” que se ha mostrado profundamente descompuesta por la
corrupción político-administrativa. Dichos sectores no están dispuestos a
seguir pagando impuestos para que unos avivatos incrustados en el Estado se los
roben.
La única condición para que se desencadene esa oleada
democrática es que los principales dirigentes de los partidos alternativos
(Polo “robledista”, Alianza Verde, Progresistas, y otros más pequeños como
MAIS, ASI, Compromiso Ciudadano, etc.), además de unificar su pensamiento, elaborar
un programa acorde al momento y diseñar una estrategia inteligente, convoquen en las regiones y en Bogotá a
cientos de miles de personas independientes, “ciudadanos del común”, activistas
sin partido, que si observan un verdadero espíritu de unidad, generosidad,
amplitud, capacidad de riesgo y decisión valiente para enfrentar a todos los politiqueros
corruptos, van a desarrollar un movimiento de tal envergadura que hará explotar
por los aires la vieja estrategia engañosa del policía bueno y el policía
malo.
En dicha tarea podría contribuir la aparición de un
candidato “outsider” que ayude a dinamizar la acción política de esa “amplia
coalición ciudadana independiente”. Hay que abrir el ojo e identificar a una o
a varias personas que –venidas de afuera de la política– puedan aportar nuevas
ideas, incidir con narrativas creativas y propuestas llamativas para que los
escépticos, los incrédulos, los pesimistas y los abstencionistas, se sumen a
esa oleada de cambio y de transformación. Estamos en un momento decisivo de
nuestro país. Colombia puede dar un paso trascendental que –incluso– puede ser
cualitativamente superior a los que han dado los pueblos de los países vecinos.
Un “policía honesto”, que actúe con espíritu colectivo profundamente democrático
y civilista, debe aparecer desde la entraña colombiana para ponerle fin a ese
trauma fundacional.
Es el momento del Común.
E-mail: ferdorado@gmail.com
/ Twitter: @ferdorado
No hay comentarios:
Publicar un comentario