LA “OTRA SALIDA” EN VENEZUELA
Bogotá, 16 de abril
de 2017
Los recientes acontecimientos ocurridos en Venezuela,
sumados a la tensión política acumulada en los últimos años, muestran la otra “salida”
que está a la orden del día en el país vecino. Pero no será la que imagina y
quiere la oposición. Todo apunta a que el ejército se verá obligado a
intervenir, sacar por la puerta de atrás a toda la cúpula gobernante –incluyendo
a Maduro–, e imponer un gobierno de facto con el objetivo de “imponer el orden”,
“defender y garantizar la soberanía nacional” y, en un “tiempo prudente”, convocar
a elecciones generales. Y lo dirán: “No permitiremos más desestabilización”.
La grave situación económica, la polarización política, el
caos institucional, los preocupantes enfrentamientos entre facciones violentas
de los bandos enfrentados (gobierno y oposición), la amenaza de un caos
generalizado que pueda ser aprovechado por gobiernos extranjeros para promover
una intervención armada “humanitaria” (que es lo que taimadamente se promueve
desde la secretaría general de la OEA) y por sobre todo, la inexistencia de una
tercera fuerza política que pudiera –desde la civilidad– ofrecer una verdadera salida
democrática al pueblo venezolano, obliga en forma perentoria a los estamentos
militares a diseñar e implementar esa “fórmula”.
Lo sucedido con la reversión parcial de las sentencias del
TSJ dirigidas a impedir el bloqueo legislativo de la Asamblea Nacional en manos
de la oposición, que contaban con el sustento jurídico legal y eran necesarias
para garantizar la operatividad de la principal empresa del Estado y del país,
PDVSA, dejan ver la debilidad del gobierno. En la práctica, “se mostró el cobre”
y ese hecho se convirtió en estímulo para las fuerzas opositoras que, además,
obtuvieron un nuevo viento de cola con la decisión de inhabilitar a Henrique Capriles
Radonski por 15 años, bloqueándole la posibilidad de ser candidato
presidencial.
Para que esa solución provisional sea creíble y medianamente
sostenible en el tiempo, los militares tendrán que aparecer con nuevas caras y
un discurso que los distancie de ambos bandos enfrentados pero, indudablemente,
tendrán que apoyarse en la figura de Chávez y de la Constitución Política (¡su
gran obra!), planteándose, entonces, como defensores de la institucionalidad
democrática. Será “un golpe militar”, como todos los que se han hecho en el
mundo, “para salvar a la patria” y para “restablecer el orden y la
institucionalidad”.
De ahí en adelante todo es impredecible. Si, la cúpula
militar logra medianamente impulsar soluciones a la situación económica y
consigue un apoyo mayoritario que legitime ese “gobierno de transición”, nuevas
fuerzas “chavistas” podrían –a marchas forzadas– construir un nuevo bloque de
figuras políticas para afrontar las elecciones venideras.
Si la oposición, que no cuenta con la fuerza real de “tumbar”
a Maduro y menos de enfrentarse directamente con un régimen militar, así sea “suave”,
mantiene su estrategia de desestabilización “guarimbera”, podrá sufrir mayores
desgastes políticos. Además, la nueva situación sería un examen de alto calibre
para una MUD que ha mostrado en los últimos 16 meses, desde diciembre de 2015,
grandes fisuras internas y enormes vacíos políticos.
El ejército venezolano y los partidos políticos del vecino país
tienen un inmenso reto. El momento es de máxima tensión y no hay otra fuerza
real que pueda intervenir. El pueblo está confundido, desmovilizado y
enfrascado en la sobrevivencia. Es lo que se observa y prevé desde la
distancia. Todo puede suceder pero esa “salida”, independiente de si es “la
correcta” o “la mejor”, es la que se avizora en perspectiva.
Los militares no van a perder el inmenso poder político y
económico que han acumulado en los últimos 18 años y se ven obligados por las
circunstancias a intervenir, o sea, a oficializar lo que ya tienen en sus manos.
Seguramente se jugarán la vida en esa apuesta.
Los “fuegos artificiales” de Trump (http://bit.ly/2ognrG9), que han tensionado al
mundo entero, le sirven de cobertura a esa “otra salida”.
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