miércoles, 30 de septiembre de 2015

NO ILUSIONARNOS PERO NO DEJARNOS PROVOCAR

Visiones diferentes que se aproximan…

NO ILUSIONARNOS PERO NO DEJARNOS PROVOCAR

Bogotá, 30 de septiembre de 2015

Cuatro artículos de referencia sirven para plantear este debate:

1. Proceso de paz, lucha de clases y las batallas del posconflicto - José Antonio Gutiérrez (http://bit.ly/1VmRvhL).

2. La verdadera lucha por la paz recién comienza… Paz… ¡a la vista! - Fernando Dorado (http://bit.ly/1N0KvCw)

3. El Tribunal de paz y los crímenes de Uribe Velez - Horacio Duque (http://goo.gl/d8uA3T)

4. La terminación del conflicto armado es un paso fundamental para la construcción de paz en Colombia – Yezid García Abello (http://goo.gl/Z2gzaS)

¿Cuál es la diferencia? ¿En qué se aproximan?

a) Para algunos, la terminación del conflicto armado entre el Estado y la insurgencia de las FARC, ya es la paz. Para otros, terminar el conflicto armado sólo crea las condiciones para empezar a derrotar políticamente a un sector de la oligarquía (el latifundismo mafioso y criminal que encabeza Uribe) y sólo es el inicio –bastante precario– de la verdadera lucha por la paz (que nunca acaba).

b) Para unos, toda la oligarquía debe y puede ser derrotada en la Mesa. Para otros, la gran burguesía transnacionalizada y el imperio obtendrán su “paz neoliberal”. El pueblo tendrá la posibilidad de fortalecer su lucha política por transformaciones democráticas. No es una situación que la puedan determinar unos u otros, no es un problema de voluntad, es un hecho real que es resultado de la correlación de fuerzas existentes. No va a ser superable en seis (6) meses. 

c) Para algunos, el Tribunal de Paz acordado debe juzgar y castigar a Uribe por sus crímenes. Para otros, lo más importante es la derrota política de Uribe que se logrará sólo con la concreción de un clima de reconciliación y convivencia que incluye el perdón. El principal castigo de Uribe será su derrota política, la cárcel para él y sus cómplices es algo totalmente secundario. A corto plazo, algunas condenas sólo serán aplicables para algunos militares, agentes del Estado y guerrilleros gravemente encauzados.  

d) Dice Gutiérrez que “No hay que caer en la ilusión burguesa de que con el fin del conflicto armado se le acabará a la oligarquía la “excusa” para criminalizar al movimiento popular y para reprimir”. Sin embargo, la verdad es que la “excusa” si se le acaba, lo que no significa que la oligarquía vaya a acabar con sus grupos criminales y vaya a dejar de reprimir. Así la burguesía firmara ese compromiso en la mesa, no lo va a llevar a la práctica. Ello obliga a las fuerzas insurgentes que se desmovilizan y entran en la “legalidad”, y también a los que ya estamos en ella, a diseñar estrategias civilistas muy cuidadosas para, por un lado, proteger sistemáticamente a nuestros dirigentes (como se protegió a Fidel y a Chávez), no “dar papaya”, no diluir todas las fuerzas en la lucha electoral, no caer en el cretinismo parlamentario, no creer en la voluntad pacifista de la oligarquía y del imperio, pero a la vez, aprovechar al máximo las condiciones de legalidad que se han conquistado para avanzar.

Debemos recordar que fue la oligarquía la que diseñó la forma de obligar al pueblo liberal-socialista en 1946-48 a insurrectarse y alzarse en armas. Lo hizo conscientemente para poder descabezar el movimiento que estaba con Gaitán a un paso de ser gobierno, y despojar violentamente a los campesinos de sus tierras. Es lo que se denomina como “instrumentalización del conflicto armado”. El viejo Manuel lo decía siempre: “Nos obligaron a enmontarnos”. Otros revolucionarios, más jóvenes e idealistas, confundieron esa resistencia armada y la convirtieron en una copia mal ejecutada de la revolución cubana. Lo real es que la oligarquía colombiana, en 1948, se adelantó más de una década a la historia y diseñó la forma de abortar esa revolución que se estaba incubando en Colombia. 

Las FARC saben que para avanzar hacia unas condiciones mínimas para poder hacer política legal y abierta, a Santos y al imperio les toca negociar con Uribe. Es más, Uribe patalea sólo para poder negociar su impunidad. Allí está el meollo del asunto. La derrota de Uribe tendrá que ser en las urnas. Él tratará de desestabilizar el proceso pero el gobierno de los EE.UU. y la gran burguesía colombiana ya están jugados. Es posible que en 2018 a la izquierda le toque obligatoriamente llamar a votar por “otro” Santos y que haya que pensar en participar con nuestro propio programa en ese gobierno que tendrá que implementar los “post-acuerdos”. Y ello no significa que el movimiento popular sea cooptado, es otra estrategia, es otra visión, muy diferente a la que hasta ahora ha desarrollado la izquierda en Colombia, que se ha caracterizado por su “infantilismo de izquierda” y algo de “anarquismo ilustrado”.

El debate recién empieza. La derrota política del “uribismo” será un avance enorme para el pueblo colombiano. La gran burguesía se ve obligada a contribuir con esa derrota pero va a querer canalizarla hacia sus intereses. Los Lleras, los Santos y los Echandías de los años 48 (o sea, los Lleras, los Santos y los Gaviria, de ahora) van a querer aliarse con los Laureanos Gómez (Uribes, de ahora), para volver a masacrar al pueblo si ven que las fuerzas democráticas se abren paso. Las provocaciones, los asesinatos, las masacres y las traiciones estarán allí, preparándose en la sombra. El arte ahora es no dejarnos empujar a la “ilegalidad”, no dejarnos “enmontar” nuevamente, no caer en las provocaciones, pero tampoco jugar todas nuestras fuerzas en esa tarea legal-electoral. El trabajo organizativo en las bases populares siempre será necesario y fundamental.

Una enorme capacidad estratégica se requiere para actuar con inteligencia, paciencia y sagacidad. Los puñales de la intolerancia penden sobre la cabeza de los revolucionarios mientras que las espadas de la paz en manos del pueblo pueden derrotar a los enemigos de la democracia. Todo depende de nosotros. Seguir quejándonos de la maldad de la oligarquía colombiana (dixit, William Ospina - http://goo.gl/iw5JrU), es como pedirle a esa misma oligarquía que deje de ser lo que es. Eso sí es una ilusión. Somos nosotros los que tenemos que conocer la esencia de esa oligarquía, su carácter ladino y criminal, que también tiene sus enormes debilidades y fisuras, para poder derrotarlos.

¡Esa es la tarea!... y el debate sirve para eso.


E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado

viernes, 25 de septiembre de 2015

PAZ... ¡A LA VISTA!

La verdadera lucha por la paz recién comienza…
                                                       
                                                    PAZ… ¡A LA VISTA!                                                      

Bogotá, 25 de septiembre de 2015

Finalmente, en medio de vacilaciones y cálculos políticos, Juan Manuel Santos se la jugó por la terminación del conflicto armado. La forma vacilante como accedió a estrechar la mano del comandante principal de las FARC, es un reflejo de la manera como todo el país asume la inminente salida negociada a dicho conflicto. Entre dudas y escepticismos pero con esperanza e ilusión.

Más allá de los detalles de lo anunciado, de los acuerdos sobre justicia transicional, los plazos para la firma definitiva de los acuerdos y la fecha para la dejación de las armas por cuenta de los guerrilleros, lo más importante es determinar y tener muy en claro, qué fuerzas están detrás de lo pactado, para poder actuar en consecuencia.

Es evidente que la burguesía trans-nacionalizada y el imperio tienen la decisión de dar por terminado el conflicto armado. Es la fuerza económica que empuja a Santos. La instrumentalización de esa guerra a su favor ya cumplió sus objetivos. Ahora, aspiran a instrumentalizar también la paz. Pretenden una “paz neoliberal”.

A su lado, las fuerzas democráticas que representan a los trabajadores, pequeños y medianos empresarios y productores urbanos y rurales, y sectores maginados de la población, están convencidas que la terminación del conflicto armado es una condición indispensable para liberar las fuerzas creativas de la sociedad. Es la fuerza política que estimula y sostiene a Santos. Aspiran a una “paz plena y duradera” que garantice justicia y equidad social y económica para las mayorías nacionales.

Por otra parte, los grandes terratenientes herederos de los antiguos encomenderos y esclavistas que no han superado su visión colonial y feudal, aliados con algunos militares y mafias que viven de la guerra, se oponen a los acuerdos anunciados. Son la fuerza de la tradición oligárquica que frena a Santos. Representan la cultura de la muerte, la concepción clerical de la vida y la visión clasista y racista del poder. Quieren una “paz de los sepulcros”, aspiran al exterminio de sus enemigos. No renuncian al odio y a la venganza. Usan el miedo, la incertidumbre y la vacilación para eternizar la división y mantener su dominio.

Sin embargo, la decisión de los jefes de las FARC, del gobierno, de las principales fuerzas económicas y de los sectores políticos más avanzados del país, es irreversible. Los hechos son contundentes, la terminación del conflicto armado en Colombia es un hecho.

Lo que se empieza a jugar hacia el futuro inmediato es cómo esas fuerzas disímiles pero aliadas en torno a ese objetivo coyuntural pero primordial, se posicionan frente a las nuevas condiciones que ofrecerá ese nuevo ambiente político.

En lo inmediato los anuncios influirán de alguna forma en las elecciones locales y regionales del 25 de octubre. Las fuerzas guerreristas llamarán a derrotar lo que ellos denominan la “entrega de la nación al castro-chavismo” mientras las fuerzas democráticas se unirán en torno a la construcción de la paz.

Quienes presenten los acuerdos como un triunfo de la guerrilla, contribuirán –inconsciente e ingenuamente–, con el posicionamiento de la percepción que la derecha extrema quiere imponer entre las mayorías de la sociedad de que el Estado ha claudicado ante la guerrilla.

Quienes presentan los acuerdos como una derrota de la insurgencia, como una expresión de la claudicación y la “conciliación de clases”, no sólo muestran su total desconexión con la realidad nacional y mundial sino que alentarán a sectores exiguos de la sociedad a que mantengan reductos armados que inevitablemente se convertirán en excusas para que los guerreristas de derecha también mantengan sus grupos armados.

Pero así mismo, quienes presenten los acuerdos como la concreción de una supuesta voluntad de las clases dominantes de democratizar la sociedad y promover la equidad social, ayudan a posicionar un enorme y criminal engaño. La creencia candorosa que la terminación del conflicto armado traerá automáticamente la conquista de la paz, es mortal. Es una invención que juega a favor del gran capital que a la sombra de esa mentira pretende implementar la segunda fase de expropiación neoliberal de la riqueza colectiva, de amplios territorios estratégicos y de bienes públicos de todos los colombianos. Ese tipo de elaboraciones son dañinas y falsas, contribuyen a que la burguesía confeccione e implemente su “paz perrata” (http://bit.ly/18u7aWh).

Por el contrario, para ser coherentes, hay que presentar los acuerdos como un triunfo de la sociedad en su conjunto. Hay que hacer entender que la superación negociada del conflicto armado es una muestra de realismo político: el Estado no pudo derrotar militarmente a la guerrilla y ésta tampoco logró conquistar el poder político por esa vía. Hay que posicionar la idea de que un ambiente de paz es la condición ideal para que las fuerzas avanzadas de la sociedad logren concretar sus metas de transformación social, económica, política y cultural.

La puja inmediata será por ganar las elecciones del 25 de octubre. La lucha por la paz volverá a ser un componente en la lucha política inmediata. No basta apoyar los acuerdos, es la forma como se presente lo que juega a favor o en contra. La consigna de “no a la impunidad” en manos de Uribe y el “triunfalismo fariano”, jugarán en la misma dirección.

La sensibilidad a flor de piel que se quiere estimular por parte del uribismo frente a las supuestas ventajas que se otorgan a los guerrilleros, deberá ser contrarrestada con una fina pedagogía que coloque el perdón como principal arma para lograr la reconciliación.

Se viene un período trascendental para nuestro país. La campaña de desinformación ya se inició y la principal herramienta será la humildad, la serenidad, el debate fraterno, la búsqueda del interés colectivo, el no dejarse provocar, la comprensión del legítimo dolor y la identificación del odio vestido de aparente sufrimiento; el aislamiento de los guerreristas de profesión y el acompañamiento solidario a las auténticas víctimas del conflicto armado.

La lucha por la paz se traslada ahora al campo de la cultura y la simbología. El prepotente y amenazador –pertenezca al bando que sea–, quedará identificado con la violencia y deberá ser sancionado con el único instrumento eficaz: la sanción moral y su derrota política.

El respeto pleno de los derechos humanos y ciudadanos, tanto por parte del Estado como de todos los individuos y actores sociales, deberá ponerse al frente de la lucha por hacer efectivo un clima de resolución civilizada de nuestros conflictos.

Lograr el posicionamiento de prácticas democráticas, que combinen la tolerancia con el espíritu crítico, tanto al interior de la sociedad como de las instituciones estatales, las organizaciones sociales y los partidos políticos, tendrá que ser una meta de quienes quieran construir seriamente la paz. No de aquella “paz” que niega los conflictos sino de la que estimula la contradicción sana y el debate creador.

Podemos y debemos dar un salto cualitativo como pueblo, sociedad y nación. Superar más de 60 años de violencia continua y desgastante es parte de ese avance cualificado. Todo está dado para vencer la desesperanza y el escepticismo.

Pero a su vez, no podemos idealizar los actos en sí. La fotografía de Santos y Timochenko estrechándose las manos con la aquiescencia  y colaboración de Raúl Castro, debe ser convertida en acción consciente para concretar la terminación del conflicto con el apoyo de las mayorías de nuestro país. La verdadera lucha por la paz recién comienza.

Y… ¡es posible ganarla!                                 


E-mail: ferdorado@gmail.com – Twitter: @ferdorado

viernes, 18 de septiembre de 2015

CLARA…¿SI LA TIENE CLARA?

CLARA…¿SI LA TIENE CLARA?

Bogotá, 18 de septiembre de 2015

Doce años de gobierno de izquierda y …

Doce años de gobiernos de izquierda y progresistas en Bogotá parecieran estar a punto de terminar. Esas tres administraciones tenían que servir para consolidar un modelo de gestión democrático y social en la capital de la república. Pero, la realidad revela otra cosa.

Las últimas encuestas muestran que la izquierda puede perder la Alcaldía capitalina (http://bit.ly/1Y4EFU1). 

Hoy las fuerzas del gran capital, los grandes contratistas, los monopolios de la construcción, los politiqueros de todos los colores y los privatizadores por convicción, se preparan con todos los fierros para “recuperar” la administración distrital. Y están a punto de lograrlo.     

Es necesario revisar la historia para poder ubicarnos en la situación actual y tratar de contribuir con un análisis objetivo que nos permita actuar en forma correcta.

No podemos olvidar que Gustavo Petro ganó las elecciones para la Alcaldía Distrital debido a la dispersión de las fuerzas contrarias (derecha extrema, derecha tradicional, derecha-centro, centro-derecha, etc.). Lo logró solo con el apoyo del 32% del electorado (http://bit.ly/1iliPLo).

Ese resultado –que fue bastante precario– sirvió de motivo para hacer los cálculos políticos que llevaron a las fuerzas antidemocráticas encabezadas por el Procurador a intentar sacar por la puerta trasera a Petro, cuando se atrevió a tocar los intereses de los empresarios y monopolios privados del aseo.

La reacción popular, la acción jurídica en lo nacional e internacional y los acuerdos políticos que hizo el alcalde con el gobierno central (Santos), le permitieron aferrarse a la Alcaldía por el resto del período.

Sin embargo, además del desgaste de casi un año perdido dedicado a defenderse, se acumularon otra serie de hechos que han llevado a que la campaña mediática de desprestigio de la Bogotá Humana y de los gobiernos de izquierda, haya calado entre mucha gente, especialmente entre las clases medias.

Entre esos hechos está el colapso del sistema de TransMilenio y el incremento de la delincuencia “menor” (atracos callejeros, robos de celulares, extorsión en los barrios) que ha generado una percepción de inseguridad ciudadana, que es centuplicada y generalizada por el “partido de la desinformación” para crear un ambiente de caos e ingobernabilidad.  

Es indudable que graves errores cometidos en las administraciones de Lucho Garzón y Samuel Moreno, fueron los antecedentes del minoritario triunfo de Petro, y que la posible debacle que se pueda venir –que ojalá no lo sea–, no se le podrá achacar sólo a éste último.

Por el contrario, veremos que el gobierno de la Bogotá Humana realmente es el primero que rompe con el modelo de ciudad que desde el Banco Mundial se impuso en Bogotá durante los dos gobiernos de Mockus y el de Peñalosa.

La matriz mediática

¿Cuál ha sido la matriz utilizada para desprestigiar la administración de la izquierda entre la población bogotana?

En primer lugar, achacar la corrupción del “Cartel de la Contratación” únicamente al Polo Democrático Alternativo, cuando en ese timo al presupuesto público estuvieron involucrados concejales, funcionarios y personajes de diversos partidos políticos.

Lo que no han podido hacer es comprometer a Petro con ese “cartel” pero usan la generalización del término de “las izquierdas” para –de alguna manera–, involucrarlo.

En segundo lugar, los medios de comunicación y los candidatos en pugna han posicionado la idea de que la izquierda sólo gobierna para los más pobres, que la visión de la izquierda colombiana es de tipo “castro-chavista” y que no se ha gobernado en favor de todos los bogotanos.

Temas como la movilidad y la seguridad son presentados como los grandes fracasos de la administración de Petro. No se consideran los logros conseguidos que se pueden demostrar con cifras. Tampoco se muestra que el colapso de TransMilenio es fruto de un modelo de ciudad y de un proyecto unimodal de transporte que los gobiernos de izquierda heredaron y tuvieron que administrar obligadamente.

Se minimizan los avances conseguidos en políticas de medio ambiente, salud, educación, nutrición infantil, trabajo cultural, integración social, y la óptima gestión de las empresas públicas del Distrito que redundaron en su fortalecimiento administrativo y financiero. Para hacerlo comparan las cifras de esas realizaciones con algunas metas que se sobredimensionaron al inicio del gobierno de Petro  y no con lo realizado por otros gobiernos en períodos anteriores. 

Pero por sobre todo, se lanzan campañas finamente orquestadas para imponer la idea de que los gobernantes de izquierda son ineficientes y poco ejecutivos.

Antecedentes

Desde 1988, con la elección popular de alcaldes, algunos movimientos sociales y organizaciones políticas surgidas de ellos, iniciaron la participación electoral para acceder a administraciones municipales. En diversos departamentos se logró ese objetivo durante la década de los años 90s.

En Nariño, Cauca, Guajira y Tolima, expresiones políticas de ese mismo tipo lograron llegar a administraciones departamentales con Parmenio Cuéllar, Floro Tunubalá, Lucho Gómez y Guillermo Alfonso Jaramillo, respectivamente. Fue la antesala del triunfo de Lucho Garzón en Bogotá.

No obstante la izquierda no estudiaba dichas experiencias ni sacaba lecciones de ellas. Un sector de la izquierda, surgido del M19, había entrado en una especie de pragmatismo efectista, y se conformaba sólo con la bandera de la lucha contra la corrupción.

El otro sector, más tradicional y ortodoxo, ni siquiera consideraba la participación en cargos de tipo ejecutivo (alcaldías, gobernaciones). Planteaba que la estructura capitalista y neoliberal del Estado, impedían cualquier tipo de avance social en lo local y regional. Para esa izquierda, llegar a dichos cargos era un desgaste y no valía la pena siquiera intentarlo.

Es así como se llega a la administración de la ciudad capital sin tener una visión estratégica. Un sentido muy general de lo “social” y la meta de manejar los recursos con ética y transparencia fueron las bases de la política “Hambre Cero” de Lucho Garzón. No se consideró en ningún momento enfrentar el modelo neoliberal y muy pocos esfuerzos se hicieron por desarrollar nuevas formas de democracia y participación popular y ciudadana.

El caso de la administración de Samuel Moreno es mucho más complejo. Él tenía pretensiones presidenciales. Su hermano, familia y “amigos” se aprovecharon de esa ilusión. Los agentes y protagonistas del “Cartel de la Contratación”, entre ellos los Nule, que estaban incrustados en la alcaldía desde los gobiernos de Mockus y Peñalosa (http://bit.ly/1V033lt), que no fueron detectados por Garzón, hicieron su agosto con la complicidad de funcionarios de alto nivel y la despreocupación –miraban para otro lado–, de los dirigentes del Polo.

Petro, acompañado por el concejal Carlos Vicente de Roux y el senador Avellaneda, reaccionó a tiempo, denunció la corrupción que se había incrustado en la Alcaldía de Bogotá y ello sirvió de insumo para que la izquierda-progresista se mantuviera al frente de esa administración.  

Limitaciones conceptuales y fallas de ejecución

Es evidente que nuestra izquierda tiene una enorme deuda frente a la extraordinaria experiencia acumulada, tanto en los municipios y departamentos como en la alcaldía de Bogotá. No hemos estudiado a fondo ni reflexionado para elaborar lecciones aprendidas. Tampoco hemos asimilado las enseñanzas de países vecinos y de otras latitudes.

En el caso de la Bogotá Humana es indudable que se intenta dar un salto cualitativo. Su programa es de avanzada, tiene realmente una dimensión global. Sus objetivos atacan tres graves problemas que son efectos de la hegemonía del capitalismo neoliberal: la depredación social, la crisis ambiental y el desmonte de los Estados nacionales. La política de integración social, la lucha contra el cambio climático y la defensa de lo público, intentan enfrentar esas consecuencias sistémicas.

Sin embargo, al no haber diseñado un esquema estratégico, Petro les concede una enorme ventaja a sus contradictores y enemigos. Primero, sobredimensiona algunas metas. Segundo, torea afanadamente –aún sin posesionarse–, el avispero del poder privatizador que se ha apoderado de la principal empresa de servicios públicos: la Empresa de Energía de Bogotá. Tercero, se deja aislar muy rápido de los medios de comunicación privados, confiando en el poder del Canal Capital. Cuarto, ataca de frente a los monopolios privados del aseo sin tener una retaguardia social que lo apoyara con consistencia. Quinto, no construye un proyecto político ni una coalición fuerte en el Concejo para poder avanzar paulatinamente en el logro de algunas metas estratégicas.

Es así como, casi inmediatamente a haber lanzado su ofensiva anti-neoliberal, Petro tiene que retroceder. Fue obligado a renegociar con los concesionarios privados del aseo; tuvo que prorrogar los contratos de Transmilenio; echó atrás la rebaja en las tarifas del sistema de transporte; engavetó proyectos tan importantes como el Banco Distrital para apoyar proyectos productivos de pequeños y medianos productores y empresarios y, al final de su mandato, Santos le incumplió y lo dejó colgado sin la financiación del 70% del Metro.

No se trata de llegar a la conclusión propia de la izquierda tradicional de que no se puede hacer nada hasta que se haga la “revolución”. No. Por el contrario, creemos que SÍ es posible trazar una estrategia que lleve a las fuerzas progresistas y de izquierda a colocar en primer lugar la construcción y fortalecimiento del movimiento social, apoyándose en planes y programas que le lleguen a la gente sin necesidad de romper –de inicio–, con las políticas neoliberales. Mientras acumulamos fuerza social y organizativa, podemos hacer énfasis en el control social de los recursos públicos, romper con la gran contratación, crear veedurías, enfrentar los micro-poderes corruptos que a la sombra de ONGs se han apoderado de importantes recursos del Distrito, y mostrar un nuevo estilo de gobierno.

Es decir, se trata de reconocer desde un principio cuales son nuestras fuerzas y cuáles son las de los opositores. Hay que recordar e insistir en que llegar al gobierno no es acceder al Poder. Tenemos y debemos acumular fuerza con base en procesos organizativos que exploten al máximo las amplias posibilidades de la “micro-economía” y la “micro-política”, que giran alrededor de la cotidianidad comunitaria y de proyectos concretos de apropiación colectiva de lo común y de lo público (algo se ha hecho en ese terreno).

Tenemos que construir fuerza social y política con base en tareas concretas y sencillas que entusiasmen a la gente, y ello es posible hacerlo en unas primeras etapas del cambio. Más adelante, con esas fuerzas organizadas podremos impulsar cambios y transformaciones estructurales y sostenibles en el terreno de la “macro-economía” y de la “macro-política”, que es la que determina la acción central del Estado en el ámbito general.

Es importante entender que desprivatizar entidades y empresas del Estado es hoy en día una obra revolucionaria. Recuperar para “lo público” –que no puede identificarse totalmente con “lo estatal”–, áreas estratégicas de la economía y de la vida social, como las empresas de servicios públicos, las comunicaciones, la banca, los medios de información, los recursos estratégicos (petróleo, carreteras, comercio exterior, etc.), es hoy una tarea que implica un esfuerzo enorme de los pueblos y los trabajadores.
Para hacerlo, las fuerzas del cambio tienen que ser mayoritarias. El pueblo lo entiende y lo dice con gran sentido común: “No podemos ensillar sin antes traer las bestias”.

La situación actual de cara a las elecciones de octubre de 2015
Como lo dice Carlos Vicente de Roux en su carta de renuncia a la candidatura de la Alianza Verde, la población ya está polarizada entre la continuidad de la izquierda social y el regreso de las fuerzas de la derecha privatizadora y neoliberal (http://bit.ly/1QKngek).

Esa polarización y el incumplimiento de Santos a Petro, obligará a todas las fuerzas progresistas y de izquierda a aglutinarse alrededor de Clara López. La amenaza “uribista” no podrá lanzarse como argumento para apoyar a Pardo. Incluso, en la eventualidad de que el candidato liberal (realmente de la “U”, santista) se sumara a Clara –opción muy poco probable–, la mayoría de quienes lo apoyan se irían para donde Peñalosa encabezados por César Gaviria y su hijo “delfín”.   

Las cartas están jugadas y la izquierda deberá “restiarse”... ¡jugarse a fondo! Deberá intentar ganar con inteligencia e integridad o perder con dignidad y sin desteñirse. En vez de estar a la expectativa de acuerdos burocráticos debe sacudirse y salir a buscar al pueblo que se ha visto beneficiado por los programas sociales. ¡Con decisión y valentía!

El problema es… ¿cómo hacerlo bien?

Hasta ahora Clara López, a pesar de haber recibido apoyos de personalidades y fuerzas liberales y conservadores independientes, no ha conseguido enviar un mensaje de amplitud que sirva para “despolizar” su campaña. No ha entendido que debe quitarse de su entorno algunas personas que encarnan la “sombra” de los hermanos Moreno. Mantenerlos a su lado envía el mensaje de que la misma candidata no reconoce que no solo hubo descuido frente a lo que ocurrió en la administración de Samuel sino que se presentó cierta condescendencia que rayó con la complicidad.

Se requiere con urgencia un cambio estratégico en la campaña de Clara. ¡No es cierto que Clara la tenga clara! Debe aprovechar la muy segura llegada y respaldo de progresistas y un importante sector de los verdes, para re-lanzar una especie de “Frente, Coalición o Convergencia Ciudadana”, con nuevos protagonistas, salir al encuentro con las organizaciones sociales, movimientos ciudadanos, grupos étnicos, animalistas, ambientalistas, jóvenes, mujeres, LGTBI, etc., y trazarse unos compromisos muy serios para fortalecer la organización y participación popular y ciudadana durante su gobierno.

Un gran encuentro social, político, comunitario, popular y ciudadano, debe servir para refrendar esos compromisos que servirán para darle un nuevo aire a la campaña. De todas formas ese tipo de eventos deben servir para –en caso de perder–, organizar desde las bases sociales, desde barrios y localidades, la defensa de las conquistas sociales logradas durante los últimos 12 años.


Todavía estamos a tiempo… ¡podemos hacerlo!

viernes, 11 de septiembre de 2015

¿EN QUE RÍO NAVEGABA EL PRESIDENTE CHÁVEZ?

Una mirada crítica de la “revolución bolivariana”…

¿EN QUÉ RÍO NAVEGABA EL PRESIDENTE CHÁVEZ?

Bogotá, 11 de septiembre de 2015

Vamos a intentar hacer un ejercicio de análisis de lo que ocurre con el llamado “proceso de cambio bolivariano” en Venezuela. Lo hacemos con ocasión del conflicto que se ha desencadenado con el gobierno de Colombia, y en el marco de la situación de los “procesos de cambio” en América Latina y el mundo.

No se trata de desconocer las intenciones y los avances sociales del proceso bolivariano. Tampoco defiendo a la oligarquía colombiana y su supuesto nacionalismo, menos su demagógica defensa de los DD.HH. de los migrantes colombianos expulsados de Venezuela.

Lo que cuestiono es la dirección que ha tomado el gobierno bolivariano y su actual política que le hace el juego no sólo al falso nacionalismo de Uribe sino también a la “tercera vía” de Santos.

Presento una visión crítica no tanto para señalar errores sino para comprender la dinámica de los procesos. Colombia va a avanzar inevitablemente por nuevos caminos. Necesitamos aprender y ojalá, superar las falencias de nuestros vecinos.

Pero es indudable que algo está fallando. Si el fenómeno que aquí identificamos y analizamos se está replicando en los demás países, es porque existe una falla sistémica. Trataremos de dilucidarla.

Unas preguntas a manera de introducción

¿Qué río transitamos? ¿Para dónde vamos? ¿El río que navegaba el presidente Chávez –sin que él tampoco supiera exactamente adonde lo llevaría– es el mismo que aquel que sobreagua la actual dirigencia bolivariana?

La misma pregunta debemos hacerla para los procesos que lideran Correa, Evo, Dilma, la Kichner o Tabaré.

Todos esos procesos nacieron de la inconformidad popular y las ganas de transformar el mundo. Por eso el río era “revolucionario”. Había un sentimiento grande por derrotar la oligarquía, el imperio, el neoliberalismo e iniciar a dar pasos anti o post-capitalistas.

¿Hoy esa inconformidad se mantiene? ¿Los pocos o muchos avances sociales han servido para hacer más consciente a nuestros pueblos de la necesidad de seguir adelante? ¿Hoy seguimos con el mismo fervor de Chávez buscando la integración de los pueblos y naciones latinoamericanas?

O... ¿por el afán de presentar resultados inmediatos y sostenernos en el gobierno hemos perdido el norte y hemos cambiado de río? ¿El río es el mismo pero las aguas son diferentes?

Todo parece que se ha reducido a procesos electorales para elegir unas personas que representan y gestionan “desde arriba” el “cambio”. Y entonces... ¿en qué momento el papel protagónico del pueblo quedó atrás?

La idealización de Chávez y el Socialismo del Siglo XXI
“Hemos visto cómo esas idealizaciones vuelven sobre los momentos de la lucha, sobre los medios, y terminan también siendo idealizaciones del presente en la figura de la institución fantasmalizada eficaz: el partido, la iglesia... Son muy conocidos los crímenes y las orgías de terror a que se entregan estas organizaciones que persiguen un estado perfecto y cuántas veces, a nombre de la negación de toda violencia, se pasa a una violencia sin límite. No sobra insistir que el proceso de idealización no se refiere solamente al objeto bueno, sino igualmente al objeto malo; es frecuente que los dioses de las religiones abolidas se conviertan en los demonios de las nuevas religiones. Esto se ve también en política”.
Estanislao Zuleta en “Tribulación y felicidad del pensamiento”.

Para algunos “chavistas” –venezolanos o no– el presidente Chávez desde que inició su proyecto tenía claro para donde iba a conducir el “proceso de cambio”. ¿Será eso cierto?

No lo creo. El conocer-transformar y el conocer a un más alto nivel con base en la experiencia para así poder profundizar los cambios revolucionarios, está en la base teórico-práctica de una auténtica revolución. No hay fórmulas preconcebidas por más científicas que pretendan ser. Sólo en medio de la práctica social los dirigentes y las masas aprenden y avanzan. Así lo enseña la historia.

Es importante recordar que el movimiento socio-político de inconformidad popular y la resistencia a las políticas neoliberales que impulsaban los partidos oligárquicos venían de atrás. Tuvieron su expresión explosiva en el “Caracazo” (1989).

Chávez tuvo la capacidad de organizar un movimiento político que identificó con precisión en el momento oportuno las reivindicaciones del movimiento popular y diseñó la estrategia para derrotar por la vía electoral –después del intento fallido de golpe militar– a los partidos oligárquicos.

Pero Chávez hablaba de una tercera vía diferente al socialismo y al capitalismo. Sólo años después de que el pueblo derrotó el golpe militar de 2002 y de lograr la dirección hegemónica de la PDVSA, empezó a hablar de “Socialismo del Siglo XXI”, tomando la frase del teórico alemán-mexicano Heinz Dieterich Steffan. Sin embargo su idea de socialismo era una idea en construcción, con una mirada propia latinoamericana y cristiana, “en permanente formación y aprendizaje”.

El presidente Chávez traza entonces una estrategia política que tenía como eje principal la construcción de la Patria Grande Latinoamericana y, en el caso particular de Venezuela, la  “siembra del petróleo”. Independencia política y desarrollismo económico, eran los dos componentes fundamentales. El protagonismo popular (la “democracia protagónica”) era esgrimido como una fórmula para construir democracia directa pero nunca tuvo los desarrollos prácticos “desde abajo”.

De acuerdo a su visión, tal esfuerzo de integración regional y de construcción de autonomía económica, requería de una alianza entre los trabajadores, los sectores populares y las burguesías “nacionales” capaces de romper con la hegemonía estadounidense. Tal alianza la planteó e intentó plasmar en varias ocasiones sin mayor éxito. Chávez intuía que los trabajadores y sectores populares contaban con la capacidad instintiva para apoyar el proceso desde las bases pero su desarrollo político-organizativo era limitado y no existía la dirigencia formada para ir más allá. Y estaba en lo cierto. 

Sin embargo, la realidad está demostrando que las cosas son mucho más complejas. Las burguesías “nacionales” latinoamericanas –incluyendo las brasileñas, argentinas y uruguayas– no asumieron el reto a fondo. Su entreguismo e individualismo histórico se lo impidieron. Fue así como una parte de esa burguesía se lanzó a la oposición franca al proyecto integracionista. Incluso, parte de esa oposición oligárquica utilizó estrategias golpistas con el apoyo de EE.UU. en países como Venezuela, Ecuador y Bolivia.

Pero otras fracciones de la oligarquía y de la burguesía se introducen de diversas maneras en la dirección de los “procesos de cambio” o conviven con ellos aprovechando las políticas de los gobiernos “revolucionarios” (http://bit.ly/1Nmnp7T). También, la burguesía burocrática que es la que cambia de camiseta con más facilidad, se trepa al carro de la “revolución”. Otros sectores capitalistas y una burguesía emergente surgida de medianos productores y empresarios, algunos provenientes de economías ilegales y paralelas, también se van enganchando a los gobiernos progresistas. En Venezuela esa burguesía está estrechamente entrelazada con sectores del ejército.

Ese proceso de alianza parcial que sectores burgueses realizan con los sectores populares lo hacen con la intención de reemplazar y quitarle el control sobre la renta estatal (petrolera, gasífera, minera, etc.) a la gran burguesía. Sin embargo, de una u otra manera se dan las formas de frenar los “procesos de cambio”. Y en verdad que lo han logrado, con la colaboración –consciente o inconsciente– de los dirigentes progresistas. Los lazos que se van creando en medio de la gestión del Estado heredado, los procesos de contratación, el diseño de políticas públicas, la interacción entre la administración estatal y los intereses particulares que se concretan en miles de conexiones e imbricaciones, las relaciones entre empresarios y funcionarios proclives a la corrupción y al burocratismo, van minando la resistencia de los “cuadros revolucionarios” que, si no están preparados ideológicamente o se han alejado de sus organizaciones sociales a las que pertenecían, sucumben ante los “dardos almibarados” del gran capital.

Esa situación se presenta con diversas particularidades en cada país, en donde el peso de esa burguesía emergente se siente en diferentes temas: escándalos de corrupción, oposición a procesos de desprivatización de empresas públicas, rechazo al desarrollo de la plurinacionalidad, acentuada defensa del extractivismo depredador, limitación de los derechos de las organizaciones sociales, uso de la represión abierta ante protestas populares, presencia creciente de burocratismo, y otros lastres del pasado. En todos los países donde los gobiernos progresistas están al frente de los “procesos de cambio” se han presentado estas situaciones.

Finalmente, fruto de esa tensión entre diversas clases y sectores de clase, que se dan tanto al interior de los gobiernos como fuera de ellos, las políticas más importantes del “socialismo del siglo XXI” se han reducido a intentos de renegociación de la deuda pública (externa e interna), la renegociación de contratos con las transnacionales capitalistas, incremento de algunos impuestos y la inversión de una parte de las rentas del Estado en programas sociales. Éstas inversiones se centran en servicios de salud, educación, vivienda, saneamiento básico y ayudas para sectores de la población más pobre que no se diferencian en nada de las llamadas “transferencias monetarias condicionadas para población en condición de vulnerabilidad” diseñadas por el Banco Mundial.

No se desconoce que el monto y la cobertura de dichos programas fueron incrementados y ampliados por los gobiernos progresistas pero, el modelo es el mismo. Asistencialismo y paternalismo con retórica revolucionaria. En últimas, más de lo mismo (bonos, misiones, subsidios). La inversión en planes y programas productivos se ha limitado a construir algún tipo de infraestructura, crear algunas cooperativas y nacionalizar unas empresas, pero no se ha atacado con fuerza y determinación integracionista la dependencia que existe de la exportación de materias primas y el escaso desarrollo tecnológico e industrial. 

El auge en los precios internacionales del petróleo y de los commodities creó la falsa ilusión de que esa era la vía del desarrollo. Los afanes de aislar políticamente al imperio estadounidense también llevaron a Chávez a crear bloques regionales como Petrocaribe, absolutamente dependientes del petróleo y del poder económico de Venezuela. La ilusión sirvió para calmar el hambre del pueblo pero no para fortalecer su capacidad organizativa ni para construir y consolidar un amplio equipo de dirigentes formados y capacitados para profundizar la revolución. Ya había sucedido en la URSS, Europa Oriental, Vietnam y China; ahora se repite.     

Es así como los “revolucionarios bolivarianos” terminaron administrando el Estado heredado, cuyo carácter colonial-capitalista le determina su condición de aparato burocrático, ineficiente, derrochador y profundamente corrupto. La carrera por ganar las continuas y seguidas elecciones locales, regionales, legislativas y presidenciales propició que casi la totalidad de los dirigentes “chavistas” se dedicaran a “gestionar la revolución por arriba” mientras el pueblo quedaba como espectador y simple votante. Se intentó resolver el problema colocándole el mote de “socialista” a cualquier idea o iniciativa, paralizando la capacidad crítica de las masas populares que identificaron socialismo con asistencialismo estatal.  

Pero además, la verdad, no se hicieron serios esfuerzos por avanzar en una creciente integración política, económica, empresarial y financiera de las naciones de Sudamérica. No porque el presidente Chávez no se lo propusiera sino porque la correlación de fuerzas de los gobiernos progresistas frente a la burguesías de los diversos países (incluyendo Venezuela), y la falta de claridad y voluntad de los dirigentes progresistas para fortalecer al movimiento popular, impidieron que los planes integracionistas tuvieran concreción real.

No se construyeron las herramientas económicas y políticas para hacer realidad la Patria Grande Latinoamericana. En el papel quedaron formuladas las propuestas: un banco fuerte e independiente del FMI, una moneda única regional, una política fiscal apropiada, una infraestructura petrolera, de transporte y comunicacional común. Nunca fue posible proponer la constitución de unas empresas transnacionales “propias” para poder competir en el mundo globalizado, menos que éstas empresas fueran incorporando un componente accionario en manos de los trabajadores y de los pequeños-medianos productores organizados. En general, la mayor parte de las propuestas que se hacían se quedaron en planes y en una retórica integracionista radical pero insulsa.

Hoy tenemos la arremetida imperial y cada uno tira para su lado. La ofensiva del imperio en el terreno económico se ha centrado por ahora en la reducción artificial de los precios del petróleo para golpear a Rusia e Irán, pero de contragolpe afecta también a países como Venezuela, Ecuador, Brasil y Bolivia. La Patria Grande Latinoamericana está en veremos y no se observan ni los liderazgos ni los sujetos sociales capaces de darle un segundo aire a tan magna tarea. Los gobiernos se enfrentan a enormes desgastes en todos los terrenos y como pasa con Maduro, debe recurrir al “nacionalismo estrecho” provocando y utilizando el conflicto con Colombia para tratar de atenuar su crisis interna. Es lamentable que eso ocurra. 

Chávez fue un extraordinario líder popular. Formuló e impulsó con valentía y decisión un plan anti-imperialista para América Latina. El tiempo y la vida no le alcanzaron, pero su proyecto estaba determinado por unas condiciones estructurales de las sociedades y por unos limitantes ideológico-políticos que él posiblemente detectó pero no podía superar sólo con voluntad y entrega revolucionaria.

Heinz Dieterich Steffan ha venido planteando desde hace casi una década la caída del régimen “chavista”. Su crítica se ha centrado en la incapacidad de la dirigencia bolivariana de comprender su propuesta “científica” del “Socialismo del Siglo XXI”, que él considera era una fórmula aplicable en Latinoamérica tanto para derrotar el imperialismo como para avanzar en la construcción del “Bloque Regional de Poder”.

No vamos a controvertir ese planteamiento porque sería como enfrentar un acto de fe con otro. Sin embargo es necesario plantear que los seres humanos, las sociedades y sus dirigentes, de alguna manera responden a ciertas condiciones estructurales que determinan en parte sus acciones, y además, que los desarrollos de las ideas políticas e ideológicas, lo que Dieterich denomina “ignorancia política” (http://bit.ly/1MhiiXX) , también cumplen su papel en el devenir histórico y su estado de desarrollo exige una explicación histórica y “científica”. Las mayorías sociales piensan como viven. Generalmente la gente no vive como piensa, aunque existen excepciones notables. Es precisamente lo que se debe transformar.

Desarrollaremos en una segunda parte de este artículo el análisis de las condiciones estructurales y las limitaciones político-ideológicas de los procesos de cambio en América Latina, que nos ayuden a entender el devenir negativo, antipopular y anti-democrático de los ejercicios de gobierno de nuestros pueblos y países vecinos.

Esperamos aprender para poder navegar en “ríos revolucionarios” que por lo menos nos aproximen a los océanos que los trabajadores y los pueblos siempre han aspirado llegar. Por lo menos es nuestra pretensión poder avizorar y ojalá llegar a nadar en ellos… océanos de apropiación colectiva de nuestro destino. “¡No más salvadores supremos!”


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