miércoles, 31 de octubre de 2018

FRONTERAS Y EMERGENCIAS EN MEDIO DEL CAOS


Bolsonaro o la sorpresa de no haberlo visto venir…

FRONTERAS Y EMERGENCIAS EN MEDIO DEL CAOS

Popayán, 31 de octubre de 2018

“Hay un caos absoluto bajo los cielos; la situación es excelente”.

Mao Zedong

La elección de Bolsonaro en Brasil y de Trump hace dos (2) años, ha sido una verdadera sorpresa para la mayoría de analistas de los fenómenos sociales, políticos y culturales, tanto de derechas como de izquierdas. Su aparición ha causado asombro y desconcierto. Dice Boaventura de Souza Santos sobre Brasil que “todo se transformó rápidamente como si fuera un péndulo y las fuerzas antidemocráticas tomaron el liderazgo”[1].

Las cosas no cuadran. Al contrario, confrontan muchas de las verdades construidas por las ciencias sociales y por los partidos y movimientos políticos que fueron derrotados por este tipo de personajes que parecen haber salido de un “comic” y saltado mágicamente a la vida real, destruyendo todos los cálculos y proyecciones políticas.

La confusión la sienten dirigentes republicanos y demócratas de USA defensores de la globalización neoliberal; pero también, los políticos progresistas y de izquierdas latinoamericanas que no se explican cómo y cuándo se “institucionalizaron” (o conservatizaron) a los ojos de muchos de los votantes que los apoyaron en el pasado. Es un verdadero despertar.

En realidad no es fácil entender estos fenómenos si no hemos construido de antemano algunas herramientas conceptuales para realizar un análisis crítico. Las “ciencias de la complejidad” que están en desarrollo pueden ayudar. Intentaremos aplicar algunos de sus aportes especialmente en el campo de las “emergencias” y “fronteras” que es desde donde surge la creatividad –lo nuevo y la ruptura– en momentos de “caos” y desorden.

El inventario del “falso orden”

- Nos sorprende que en EE.UU., Europa y América Latina se fortalezcan liderazgos autoritarios cuando poco hemos cuestionado las prácticas antidemocráticas de los gobiernos de Rusia, China, Irán, Corea del Norte u otros de nuestras vecindades.

- Se rechaza el auge de “nacionalismos populistas” como el de Trump o Bolsonaro pero aceptamos o desconocemos que Putín revivió a la “Madre Rusia” de los zares rusos y a la iglesia cristiana ortodoxa o que Xi Jinping ha rehabilitado a los emperadores, sus dinastías y la idea de la “Gran Nación China”.

- Nos aterra que las dictaduras en ciernes de Trump y Bolsonaro recorten los derechos civiles y políticos conquistados por las luchas democráticas de nuestros pueblos pero cerramos los ojos frente a regímenes dictatoriales de esos países por el solo hecho de que rivalizan con el imperio estadounidense y europeo.  

- Nos pasma que surjan proyectos políticos de “derechas” que parecen enfrentar las consecuencias económicas, sociales y culturales de la globalización neoliberal creyendo que esa lucha es un patrimonio exclusivo de las formaciones progresistas o de izquierda, pero sin reconocer que nosotros mismos no pudimos (o no quisimos) afrontar la lucha contra las causas profundas de ese modelo de desarrollo capitalista.

Y podríamos continuar la lista refiriéndonos a temas como el ambiental, de género (patriarcal), el tratamiento discriminatorio a las minorías étnicas, la restricción y el control de la información, etc., en donde juzgamos con diferente rasero a los gobiernos de países que consideramos “amigos” o posibles “aliados” frente a aquellos que consideramos nuestros enemigos.

Algo falla en nuestros enfoques. Si seguimos pensando solo en términos de “clase” (económicos) o de “imperio” (geopolíticos) no encontraremos respuestas. Además, la lucha por construir democracia la reducimos a participar en la gestión del “Estado heredado” (poder institucional) mientras las fuerzas reaccionarias de la tradición crematística y patriarcal, construyen su poder (bancos, negocios, feligresías, etc.) en contacto diario y directo con gentes de diversos niveles sociales y culturales.

Fronteras y emergencias

Lo que parece estar  ocurriendo es que las antiguas fronteras ya no existen o cada día son más absurdas e invisibles. Por ello, aparecen los Trump y Bolsonaros que se proponen reconstruirlas o revivirlas. Su transitorio y relativo éxito que se basa en el miedo y el castigo divino solo es una manifestación más del desorden global que ha acrecentado la economía crematística en su fase capitalista. Las fronteras caen y su caída genera ruido.

Las fronteras entre sur y norte; occidente y oriente; arriba y abajo; ricos y pobres; capitalismo y socialismo; derechas e izquierdas; mujeres y hombres; hetero y homosexuales; negros, indios, mestizos y blancos; verdadero y falso; real y virtual; teoría y práctica; virtud y pecado; y otras, que aunque formalmente existen en la mente de la gente y en las normas sociales, no pueden contener lo que en forma creciente se mueve, agita, revuelve, junta y unifica.

Es un proceso que se ha acelerado en forma creciente e increíble gracias al desarrollo de las actuales fuerzas productivas (transporte, comercio, tecnología, comunicación, producción, cultura). La movilidad y contacto entre las personas ha seguido al intercambio global de mercancías. Nos movemos por trabajo, turismo, sobrevivencia (migración, refugio, asilo) y en medio de ese flujo interactuamos, nos conocemos e integramos.

Quienes están atados física o mentalmente a un lugar o territorio, una tradición, un valor o un esquema mental, este nuevo mundo –global y desordenadamente interconectado– que les ofrece provocativamente nuevas sensaciones y placeres pero, a la vez, les niega de una u otra manera esas delicias y goces (por extraño, diferente, prohibido, pecaminoso, inalcanzable, etc.), son fácilmente manipulables por quienes aparecen defendiendo lo “propio” (nacional, étnico, familiar, tradicional, religioso, etc.).

Claro, es un proceso incipiente pero creciente que por lo visto en muy pocas décadas, será inevitable, así sea en medio del caos y de la resistencia. La globalización neoliberal aceleró el proceso de “mundialización” que el ser humano inició desde tiempos inmemoriales, explayándose en todas las latitudes del planeta para hoy volver a encontrarse aunque portando las particularidades construidas durante cientos de milenios.

¿Qué es lo emergente ahora? Marx en el siglo XIX alentó a los proletarios del mundo entero a unirse y apropiarse de su futuro; los socialistas del siglo XX lo intentaron poniéndose al frente de la Nación; los neo-liberales crearon después de 1970-80 una dinámica y una burguesía financiera global que lo revolcó todo-todito; y ahora, los proto y neo “nacionalistas” intentan volver sobre el pasado. ¿Qué será lo emergente? ¿Quiénes son los que empujan hacia adelante?

Solo una gran hecatombe nos regresaría a la “prehistoria”… hay quienes desde vertientes ideológicas aparentemente contrarias la desean: el apocalipsis punitivo y purificador. Después de él, solo quedarán los “puros de corazón”. 

Email: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado



[1] “Brasil: las democracias también mueren democráticamente”: https://bit.ly/2P2zUim

lunes, 15 de octubre de 2018

BOLSONARO Y LA CRISIS DE LA CIVILIZACIÓN DEPREDADORA Y PATRIARCAL


BOLSONARO Y LA CRISIS DE LA CIVILIZACIÓN DEPREDADORA Y PATRIARCAL

Popayán, 16 de octubre de 2018

El fenómeno Bolsonaro en Brasil ha desatado un gran debate entre los sectores progresistas y las “izquierdas” de América Latina. Hay que avanzar en el análisis sin caer en justificaciones, negaciones, ánimos revanchistas o espíritus moralistas, que no sirven para nada. Claro, hay que profundizar en las causas particulares y generales de todo lo ocurrido para poder reaccionar pronto y de la mejor manera. Pero, hay que recordar que “nada es perfecto en el mundo”, “sorpresas nos da la vida” y “la vida no acaba aquí”[1].

Intentaremos aportar algunos elementos en la misma dinámica del anterior artículo (http://goo.gl/xLRKWw); es decir, con una mirada de mediano plazo reconociendo la complejidad de la situación. Ello, por cuanto nuestra tesis central es que enfrentamos una crisis sistémica y no solo del capitalismo. Están en juego los fundamentos de la actual civilización humana que se basa en la economía crematística y demás componentes materiales, sociales y filosóficos que se formaron a lo largo de los siglos (concepciones y técnicas depredadoras de la naturaleza y del ser humano, relaciones sociales de explotación, formas políticas de dominación como el patriarcalismo y la democracia representativa, y la lógica lineal y formal).

Ubico cuatro aspectos en la discusión planteada: 1. ¿El ascenso de Bolsonaro es un fenómeno global o es particular (local y regional)? 2. ¿Es fruto de procesos sociales provocados por la crisis sistémica del modelo de desarrollo o es solo resultado de estrategias planeadas y ejecutadas por las élites capitalistas? 3. ¿Los líderes “proto” y “neo-fascistas” se fortalecen ante la ausencia de una propuesta trascendente y transformadora de las fuerzas democráticas o solo es resultado de errores puntuales de los gobiernos progresistas  y de izquierda? 4. ¿Se debe abandonar el campo de la lucha institucional incluyendo lo electoral o hay que tratar de rectificar sobre la marcha?

En el anterior escrito quedaron planteadas unas preguntas que ahora espero responder y en medio de ese ejercicio ofrecer algunas pistas-respuestas sobre el problema que tenemos entre manos. Ellas son: ¿Qué es el Prosumidor, qué papel juega en la economía postcapitalista y cómo podemos contribuir con su desarrollo cualitativo y cuantitativo?; y, ¿Cómo las luchas sectoriales (de clase o sector social, género, edad, etnia, cultura) pueden contribuir a la superación del actual modelo de civilización o pueden servir de excusa a las propuestas conservadoras, clasistas, machistas y racistas?   

El prosumidor en red colaborativa: ¿sepulturero del capitalismo?

En términos sencillos el prosumidor es el nuevo artesano del siglo XXI. Para visualizarlo sirve un ejemplo: una familia produce energía eléctrica en su casa de habitación con tecnología solar o eólica. Está conectada a la red eléctrica nacional, consume su producido, vende el sobrante y, a veces, compra la que le hace falta para cubrir un mayor consumo. Ese prosumidor integra y combina conocimiento, trabajo manual e intelectual, está vinculado al mercado, tiene una relativa autonomía y se moderniza tecnológicamente para competir-colaborar con la sociedad, con otros prosumidores o con la empresa que opera y administra la red nacional o internacional.

Ya existen en el mundo millones de personas que son prosumidores sin saberlo y actúan en muchas áreas de la producción. En el mundo híper-desarrollado aprovechan los enormes avances tecnológicos para trabajar en red, abaratar costos de producción y comparten sus productos en términos de equivalencia o en forma gratuita (Rifkin, 2014). En los países de la periferia capitalista existen cientos de miles de asociaciones de pequeños y medianos productores y consumidores que enfrentan a los grandes monopolios nacionales y transnacionales en defensa de sus bienes comunes, su territorio, producción y saberes (Ostrom, 2003).

Estos pequeños y medianos productores para convertirse en verdaderos “prosumidores en red colaborativa” requieren del apoyo estatal, pero no un apoyo paternalista y sectorial (subsidios) sino todo un plan que implique el esfuerzo y la participación de toda la sociedad (profesionales y técnicos, banca colaborativa, universidades, leyes regulatorias, gobiernos locales y regionales, etc.) para apropiarse de toda la cadena productiva (producción de materia prima, acopio, transporte, procesamiento, comercialización, consumo) en el ámbito local, nacional e internacional. Todas las luchas sectoriales deberían enmarcarse en esa dinámica socio-holística e integral. Todo derecho implica deberes; todo privilegio debilita la lucha contra los monopolios.

El crecimiento cualitativo y cuantitativo del prosumidor y de las redes colaborativas requiere de la lucha en el terreno institucional y estatal; no para acabar de un día para otro con los monopolios sino para regular las condiciones de la competencia y la interacción entre la economía precapitalista, capitalista y postcapitalista. Por ello se habla de intervención estatal pero no de planificación centralizada ni de expropiación de medios de producción. Es ya una lucha a muerte pero que se juega a mediano plazo en el terreno de la competitividad y la eficiencia no sólo económica sino también social, ambiental, cultural e institucional (Mason, 2016).

Por tanto, la lucha política por el control del Estado sigue vigente pero no para realizar “desde arriba” los cambios estructurales (anticapitalistas) o para prometer desde los gobiernos soluciones a todos los problemas que vive la humanidad (o a sus diferentes clases y sectores sociales) sino para desarrollar formas de producción que al romper con los ejes primordiales del modo de producción capitalista (separación del productor, los medios de producción y el consumo), puedan debilitar paulatinamente a los monopolios y crear condiciones para el surgimiento de nuevas relaciones sociales colaborativas en menoscabo de la competencia salvaje e irracional.

En esa lucha ya estamos involucrados pero nos falta ser más conscientes del terreno que pisamos y de las posibilidades que tenemos para impulsar acciones organizadas por fuera y por dentro de la institucionalidad “heredada”. Esa “nueva” perspectiva nos permite, además, mejorar la acción política y perfeccionar los objetivos de la lucha institucional que no tenemos por qué abandonar a ningún nivel. Al tener una mirada de mediano plazo podemos darle una función más modesta pero más efectiva a esa participación en el “aparato estatal”, luchando sin tanta retórica épica por imponer mínimos principios de ética, honestidad y eficiencia administrativa.

De esa manera, los más esclarecidos dirigentes del movimiento social y democrático no tienen porqué involucrarse en funciones “administrativas” y “estatales”; esa función específica se le puede encargar a burócratas especialistas, no elegidos sino designados con base en criterios operativos y en condiciones similares a las de otros trabajadores técnicos. Hay que desmitificar el Estado volviendo sobre los pasos de los inventores griegos de la democracia, ahora que tenemos todas las herramientas tecnológicas y comunicativas para recuperar el papel de decisión y control del ágora societal (control social).  Significa invertir la lógica de la democracia representativa y abrir espacios a la participación social. 

No es una idea nueva, Marx la planteó en 1871 y los bolcheviques rusos la aplicaron pero –desgraciadamente– perdieron el rumbo cuando se “enamoraron” y fueron cooptados por el “Estado heredado”, después de 1917. Hay que revisar esa experiencia y retomar la senda “desde abajo”.

El debate sobre Bolsonaro, el proto-neo-fascismo y las propuestas trascendentes

La mayoría de los analistas que he podido leer y revisar basan sus análisis en las particularidades de Brasil y de América Latina. El peso de la herencia colonial e imperial sobre la sociedad brasileña; la manera “no frontal” como se pasó de la dictadura a la democracia; la estrategia del imperio estadounidense para no perder su control sobre este estratégico país; la decisión de las élites dominantes de romper el pacto social construido con el “lulismo” desechando la democracia como terreno para tramitar los conflictos; la reacción anti-establecimiento y anti-política acumulada en amplios sectores sociales, principalmente entre las clases medias; la identificación de las luchas de diversos sectores sociales (indígenas, negros, habitantes pobres de barrios populares, mujeres, homosexuales, etc.) con el desorden y la inseguridad, ubicándolos como obstáculos al progreso, cargas para la sociedad y amenazas para la moral, la propiedad privada y la familia tradicional; la incapacidad de las fuerzas progresistas en el gobierno de romper con el pacto con la burguesía y avanzar hacia una verdadera democratización del país; el papel de los medios de comunicación para construir un relato anti-petista que finalmente fue canalizado por Bolsonaro. Alguien habla de un posible fraude electoral, parcial y no decisorio.

Todas estas razones pueden ser válidas para el caso de Brasil y América Latina. No obstante, pienso que el fenómeno Bolsonaro hace parte de un proceso global que asume formas concretas de acuerdo a las particularidades de cada país y/o región. Es evidente que existe una reacción importante y global de amplios sectores sociales afectados (algunos arrasados) por la globalización neoliberal que no han encontrado soluciones o atención en las propuestas progresistas y de izquierda. El Brexit, Trump y otros procesos “nacional-populistas” tienen bases sociales “anti-globalización neoliberal” y Brasil no es la excepción. Pienso que para avanzar hay que resolver las preguntas centrales del momento: ¿Por qué las fuerzas progresistas, democráticas y de izquierda –en este instante– no logran competir y derrotar a las propuestas y acciones de la ultraderecha proto-neo-fascista? ¿Tenemos efectivamente una respuesta a la crisis sistémica del capitalismo que sea viable y creíble para las mayorías planetarias? ¿Los errores cometidos por los gobiernos progresistas de América Latina son puntuales y corregibles en el corto plazo o se requiere una revisión de fondo de nuestra concepción filosófica, ideológica, política, metodológica y práctica?

En la primera parte de este escrito creo haber desarrollado algunas ideas que tienen que ver con ciertos voluntarismos detectados y con la creencia de que el “Estado heredado” es la herramienta principal para impulsar los cambios estructurales que la sociedad necesita, desconociendo anteriores experiencias (positivas y negativas) de los trabajadores y de los pueblos a lo largo de los últimos 200 años. Sin embargo, creo que el tema está abierto y en desarrollo. Pienso que nuestros “relatos socialistas y/o comunistas” no ofrecen una narrativa trascendente (espiritual) que convenza y arrastre a las grandes mayorías de la humanidad. Tampoco la propuesta progresista logró enfrentar los retos del momento. El miedo y el odio por ahora nos ganan la partida; las iglesias y los fanatismos conservadores, clasistas, racistas, xenófobos, homófobos y machistas nos llevan la delantera. El momento nos exige una reflexión más profunda y un replanteamiento general.

Existen importantes “bolsones de resistencia” que están construyendo en la práctica y en la teoría nuevas alternativas para responder a la crisis de civilización que vivimos. Se requiere diseñar una estrategia para juntarlas y potenciarlas. Algunos caminos se cierran y otros se abren. ¡Todo es posible si nos lo proponemos!   

E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado    



[1] Títulos o partes de letras de conocidas canciones de nuestro folklor musical. 

miércoles, 10 de octubre de 2018

BOLSONARO O LA REACCIÓN AL PROGRESISMO (NEO)LIBERAL


BOLSONARO O LA REACCIÓN AL PROGRESISMO (NEO)LIBERAL

Popayán, 9 de octubre de 2018

Lo ocurrido con Jair Bolsonaro en las elecciones de Brasil confirma las previsiones de múltiples pensadores que, a partir de lo ocurrido en Reino Unido con el Brexit, Trump en USA y las derechas xenófobo-racistas en Europa, mostraron que no eran eventos casuales sino parte de tendencias globales. Se podría decir que amplios sectores sociales “acomodados pero lastimados por el sistema” no encuentran respuesta a sus miedos y frustraciones en el “neoliberalismo progresista” (“izquierdas liberales”), y se refugian instintiva y obsesivamente en liderazgos y proyectos políticos autoritarios que les ofrecen el orden y la represión como posible solución.

Antes de avanzar sobre esos “miedos” y “frustraciones” es necesario volver sobre miradas de largo plazo, que nos pueden ayudar a construir pistas y a mirar con otros ojos este tipo de fenómenos que son repetitivos y cíclicos en la historia de la humanidad y de la lucha de clases. Sin una perspectiva de ese tipo nos perdemos en la coyuntura, nos asustamos y ayudamos (inconscientemente) a la reacción desesperada a la crisis “civilizatoria” que afronta el planeta.

Modos de producción, post-capitalismo y agentes sociales del cambio

El modo de producción basado en trabajo esclavo, que incluía a casi la totalidad de las mujeres, se mantuvo a lo largo de dos milenios y medio desde la aparición de la llamada “civilización”. Luego, el feudalismo duró en Europa más de mil doscientos años. El capitalismo lleva cinco siglos[1]. Cuando el trabajo esclavo dejó de ser rentable y “sostenible”, la esclavitud –parcial y formalmente– se reemplazó por otro tipo de explotación. El agente social que acabó con el esclavismo no fue el esclavo sino el gran terrateniente y jefe militar convertido en señor feudal. Igualmente, el sujeto social que encarnó el capitalismo y acabó con el feudalismo no fue el siervo de la gleba sino el comerciante que invirtió en procesos productivos y se tornó en burgués o capitalista. Los esclavos, los campesinos semi-esclavos y los trabajadores asalariados, que han sido las víctimas directas de esos modos de producción, aunque han luchado contra la explotación y la opresión, no encarnaron –por sí mismos– los nuevos modos de producción que reemplazaron el anterior. Carlos Marx creyó en el siglo XIX que ello iba a ser posible con los “proletarios” o trabajadores asalariados convertidos en una clase “para sí” y, que por tanto, iban a representar los intereses emancipatorios de toda la humanidad. Pero, esa prospección resultó fallida. Las luchas sociales y políticas (resistencia, alzamientos, rebeliones, revoluciones) que han sido impulsadas por las clases explotadas y oprimidas han jugado un importante papel en los cambios ocurridos a lo largo de la historia, pero si se mira en perspectiva, las transformaciones –de una u otra manera– han estado impulsadas por la evolución de las formas de producción y reproducción de la vida, en donde el aspecto cultural y tecnológico es determinante. Hoy, como lo visionó correctamente Marx, el capitalismo ha creado en su interior las condiciones materiales de su superación.

Diversos teóricos y estudiosos del capitalismo y de sus contradicciones intrínsecas empiezan a avizorar esas nuevas relaciones de producción que pueden representar el surgimiento de un modo de producción post-capitalista. Las luchas de los esclavos modernos, entre los que hay que incluir a todos los excluidos, oprimidos y explotados (los asalariados, las mujeres, los precariados, los migrantes desempleados y desarraigados, etc.) son muy importantes pero no debemos perder de vista el “nuevo sujeto social” que, muy posiblemente, sea el enterrador del capitalismo: el prosumidor en red colaborativa, que es la personificación individual y colectiva del re-encuentro entre el trabajo físico y mental, los medios de producción y el consumo. Muchos de los “prosumidores” ni siquiera se interesan en las políticas del Estado; algunos actúan a contra-corriente, otros aprovechan las fisuras que dejan los monopolios, pero cada vez crecen más y avanzan hacia nuevas áreas de la producción, los servicios, el entretenimiento y la producción de software y conocimiento. (Rifkin y Mason[2]).    

La condición humana frente a los retos y cambios

Estamos hoy frente a una situación en la que la sociedad global se enfrenta a un acumulado de conflictos de larga data que ponen en cuestionamiento “todo lo humano”; hasta ahora. El agotamiento de la economía crematística que surgió con la propiedad privada, el patriarcalismo histórico, la religión monoteísta, la lógica formal, la idea de progreso y de democracia, está en el eje central de la crisis material, moral y espiritual que vive la humanidad. El miedo a lo por-venir se acrecienta a máximos niveles y, la condición humana, a veces olvidada por la “historia humana” (Alba Rico, 2018)[3], sale de las catacumbas negadas por el ser humano “civilizado” y aparecen en toda su dimensión las precariedades y debilidades humanas.

Los conflictos acumulados por más de cuatro milenios están “explotando” repetidamente desde hace 230 años; desde las revoluciones liberales (“burguesas”). El problema es que no han encontrado solución viable, visible, o siquiera posible. Dichos conflictos son (de acuerdo a mi propia lista): la sobrevivencia humana frente a la destrucción de la naturaleza y a los límites del modelo de desarrollo imperante; la liberación femenina frente a la familia patriarcal; los derechos de los niños y jóvenes frente a los de adultos y viejos; los derechos individuales frente a los bienes comunes y sociales; los derechos del futuro frente a los del pasado; los derechos de grupos sectoriales (etnia, cultura, religión, género, edad, nación) frente a los derechos universales; los conflictos entre clases y sectores sociales; la lucha entre el deseo, la satisfacción y la frustración.

No es casual que en la actualidad una gran cantidad de películas y series de televisión aborden el tema del peligro y amenaza de seres extraterrestres, vampiros humanos, “muertos vivientes”, “aliens” o cuanta figura amenazante y poderosa se pueda inventar para meter miedo. En el pasado fueron los dioses vengadores, el diablo y satán, los mongoles, los hunos, los bárbaros, los salvajes, los vagabundos y/o las (os) brujas (os). Ahora tememos a los yihadistas musulmanes, a los redivivos “comunistas”, a las mujeres “libertinas”, a los inmigrantes invasores, a los homosexuales, a los delincuentes, a los indios y negros, al extraño y al diferente. Todo genera miedo y temor. Y en verdad, el panorama se muestra apocalíptico y catastrófico ante la amenaza del cambio climático, guerras nucleares, epidemias incontrolables, drogadicción, crisis económicas, inseguridad, delincuencia, caos informático, control mediático, invasión de la privacidad, consumismo compulsivo, temor al fracaso, etc. A pesar de los avances científicos, tecnológicos y culturales, gran parte de la humanidad se comporta como un niño asustado.

El chivo expiatorio “liberal progresista”

Después del fracaso de la solución socialista y comunista del siglo XX, que degeneró en sistemas y regímenes autoritarios, apareció la globalización neoliberal del capitalismo que se expandió por el planeta y lo invadió casi todo. Las “izquierdas” en su gran mayoría se amoldaron a la nueva situación y, podríamos decir que –en general– se involucraron de buena fe en la gestión del capitalismo introduciendo algunos programas sociales asistencialistas y paternalistas para atenuar la pobreza y la desigualdad. La burguesía neoliberal global asumió retóricamente muchas de las banderas de las “izquierdas” intentando legitimar sus falsas democracias, cada vez más recortadas y formales. Las consignas de inclusión social y multiculturalismo perdieron su carácter transformador convirtiéndose en la narrativa del “progresismo liberal”, plagado de cinismo, en donde se banalizan y mercantilizan los valores y los derechos humanos, arrebatándoles su esencia revolucionaria. Las luchas de los pueblos y de los trabajadores por dignidad y justicia se convirtieron en ideologismos vacíos e hipócritas en manos de tecnócratas y burócratas profesionales. La vieja utopía de la revolución social quedó en el pasado.

No obstante, como era de esperarse, las tibias “soluciones” implementadas por los gobiernos “progresistas” solo podían ser sostenibles en momentos especiales y particulares, basadas en incrementos transitorios de los ingresos de los Estados capitalistas (bonanzas de precios internacionales de materias primas). Mientras tanto, parte de los sectores de la población productiva, los antiguos obreros industriales, los pequeños y medianos productores urbanos y rurales, las clases medias emprendedoras, que son los grandes afectados por la globalización neoliberal, no encontraron ofertas de solución entre los partidos tradicionales (liberales y conservadores, demócratas y republicanos, laboristas y conservadores, socialistas y populares, etc.). Tampoco las “nuevas izquierdas progresistas” tienen soluciones globales y, aún antes de gobernar como en Grecia, son puestas contra la pared por las instituciones financieras globalistas.

Igual sucede en América Latina en donde los gobiernos progresistas no han logrado diseñar una propuesta que enfrente el problema de la industrialización de sus materias primas y de la comercialización internacional de sus productos procesados. La gran crítica es que se dedicaron los pocos recursos (o muchos, en algunos casos) en manos del Estado, a financiar programas estatales en educación, salud y vivienda (creando nuevas clientelas y burocracias) sin priorizar proyectos en el aparato productivo para enfrentar en un nuevo terreno la globalización neoliberal y el poder de la gran burguesía financiera global. Así, pareciera que muchos sectores populares que ascendieron de estatus social convirtiéndose en clases medias, que se beneficiaron de dichos programas sociales, hoy abandonan a sus antiguos benefactores y acuden a nuevos “protectores”.     

Ahora aparecen las “derechas neo-populistas” que tienen un indudable sabor y perfil neo-fascista, reivindicando el nacionalismo xenofóbico, el racismo y la homofobia, los valores de la propiedad privada, la familia y la tradición, reforzadas por todo tipo de iglesias neo-protestantes y pentecostales que desde hace varias décadas preparan sus ejércitos de fanáticos dispuestos a limpiar de pecado a la humanidad. Una época de cacería de brujas y de inquisición pos-neoliberal está a la vista. El “fascismo social”[4] visualizado y teorizado por Boaventura de Souza Santos pareciera estar buscando formas estatales para imponer “desde arriba” fórmulas autoritarias y dictatoriales. La bota militar aparece a su lado.

A eso nos enfrentamos. Lo importante es que no confundamos las bases sociales y sus miedos y frustraciones con los agentes políticos que los representan. Hasta ahora pareciera que no viéramos a esos sectores sociales frustrados y rabiosos como parte de nuestra responsabilidad, o si los vemos, parece que les tememos tanto como ellos a nosotros. He ahí nuestro principal limitante a superar. Allí, en esa gran masa de “productores” y/o trabajadores críticos del “estatismo”, que rechazan con furor el paternalismo y el asistencialismo que muchos de ellos recibieron pero que ahora sienten que pagan con su trabajo e impuestos, está buena parte de las bases de la vieja izquierda proletaria y popular. Son las paradojas de la historia.  

La experiencia de los gobiernos de la restauración neoliberal (Macri en Argentina y Temer en Brasil) nos muestra que no la tienen fácil y que su fracaso le prepara el camino, ya sea a las “nuevas derechas nacionalistas-populistas” o a nuevas versiones de gobiernos de izquierda. Se trata entonces, de impedir la deriva dictatorial-autoritaria de las derechas neo-fascistas, y de diseñar nuevas propuestas y prácticas que superen –con creces– lo hecho por las izquierdas progresistas. No será nada fácil pero no es imposible. No obstante el espíritu crítico y autocrítico deberá colocarse al frente.

E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado       



[1] De acuerdo a múltiples investigadores, historiadores, antropólogos, sociólogos, etc., diversas formas de esclavismos aparecieron entre los pueblos de los antiguos imperios fluviales con sus “despotismos hidráulicos” (Éufrates, Tigris, Nilo, Brahmaputra, Ganges, Indo, Mekong, Yangtzé, Huang-hó, y otros) alrededor de 2.500 años antes de nuestra era. El feudalismo europeo va del siglo III al XIV y el capitalismo aparece alrededor del siglo XV. (Nota del Autor).  

[2] Rifkin, Jeremy (2014). “La sociedad de coste marginal cero - El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo”. Paidós, Barcelona; Mason, Paul (2015). “El postcapitalismo - Hacia un nuevo futuro”. Paidós, Cultura y sociedad. México, D.F.   

[3] Santiago Alba Rico (2018). “Nuestra Antígona”. Rebelion.org: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=243122 

[4] Boaventura da Sousa Santos (2009). “Sociología jurídica crítica. Para un nuevo sentido común en el derecho”. Trotta, Madrid.

viernes, 5 de octubre de 2018

COGER POR LA PALABRA A DUQUE


Entre las retóricas de la guerra y las guerras de retórica…

COGER POR LA PALABRA A DUQUE

Popayán, 3 de octubre de 2018

Hay quienes quieren de verdad la guerra; son neuróticos o psicóticos en extremo. Son pocos. Hay algunos “cuerdos” que quieren la “guerra controlada”,  entre los cuales están los negociantes de armas y algunos jugadores de Wall Street o de algún otro centro financiero. Entre los locos hay mucho “anunciador del Apocalipsis”, que son cristianos, “marxistas” u otros. “Solo un gran desastre salvará a la humanidad” dicen en forma premonitoria.

Hay otros que utilizan la guerra en forma de amenaza, ya sea para asustar, presionar, manipular y engañar. Son los que van de las retóricas de la guerra a las guerras de retórica. Viven de ambas. Cada cierto tiempo anuncian intervenciones armadas o alertan que el “otro” va a invadir. Necesitan el enemigo externo para generar solidaridad interna y ayudan a generarlo para mantener credibilidad. Los hay en todos lados y de todos los colores.

Desde la elección de Chávez en Venezuela ronda la sombra del lobo imperial. Y efectivamente en el imperio, Venezuela y Colombia existen anti-comunistas, anti-cubanos y anti-chavistas que sueñan con esa guerra de “intervención humanitaria”. Unos la piden abierta e impunemente mientras otros están a la espera que Trump la ordene o que Maduro cometa alguna imprudencia. Pero no se preguntan por qué hasta ahora no lo han hecho.

En toda Latinoamérica algunas personas de izquierda, consciente o inconscientemente, también quisieran ese tipo de intervención armada del imperio sobre Venezuela. Sueñan con desencadenar una resistencia heroica que se parezca a la gran gesta del pueblo ruso de 1918-21, o la de los chinos en 1937-45 contra la invasión japonesa. Y si no es tan grande por lo menos quieren emular lo de Bahía Cochinos en Cuba en 1961. Es su gran ilusión.

Pero no han revisado bien la historia. El imperio estadounidense nunca ha realizado una intervención armada directa sobre una nación si no encuentra dos condiciones mínimas para hacerlo: que esos países o pueblos estén divididos internamente (Vietnam, Corea, Irak, Afganistán, Libia, Kosovo, etc.) o que sean tan débiles que su intervención logre los objetivos en muy corto tiempo y sin grandes costos (Granada, Panamá y otros). USA también han intervenido en forma indirecta a través de golpes de Estado usando cúpulas militares y corruptas de esos países para derrocar presidentes o movimientos demócratas o revolucionarios; en unos lo lograron (Guatemala, Indonesia, Chile, Paraguay, Honduras, etc.), en otros fueron derrotados (Cuba, Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, etc.).

En otros países también lo habrán intentado pero lo abortaron, no sabemos. En Colombia asesinaron a Gaitán (1948) en alianza con la oligarquía colombiana y provocaron una violencia que consiguieron instrumentalizar y manejar a lo largo de seis (6) décadas, y que les permitió aprender a realizar otros tipos de guerras de “intervención humanitaria” sin untarse las manos en forma abierta. Son las que desde 1990 realizan en Kosovo, Siria, Ucrania, Sudán, Yemen y tantos países y regiones. Son guerras desestabilizadoras que no tienen una meta expresa pero si tiene objetivos estratégicos y oscuros de largo plazo.

Volviendo a la actualidad de Venezuela y Colombia podemos afirmar en forma categórica que Trump no está interesado en intervenir en forma directa en Venezuela, y que Maduro y Duque no tienen cómo hacer una guerra de verdad. No son ni Irak ni Irán. Colombia y Venezuela viven una situación económica, social y política muy similar, y no pueden ni con ellas mismas. Trump usando “fuegos artificiales” lo que ha venido es aplazando o desactivando conflictos armados y si hace retórica de guerra contra Venezuela es para mantener a los Rubios, las Ross-Lehtinen y Cía bajo su mando con el fin de neutralizar enemigos republicanos y demócratas, y ganar las elecciones de noviembre/2018.

A quienes les sirve la retórica de la guerra es a Maduro y a Uribe. Con ella engañan a supuestos patriotas que no se dan cuenta que cada uno de estos personajes en su respectivo país lo que han hecho es entregar las riquezas nacionales a los poderes imperiales del mundo (allá a rusos, chinos y en menor cuota a gringos y europeos, y acá a gringos y españoles), pero también a mafias de todos los pelambres de su círculo cercano o familiar. El uno, con la retórica “anti-imperialista”, y el otro, con la cantaleta “anti-castro-chavista”.

Y Duque lo sabe muy bien. Por ello, con “nadadito de perro” poco a poco se aleja de ese ambiente de retórica guerrerista. Hoy su ministro de Defensa lo dijo con toda claridad: “no hay con qué comprar armas antiaéreas” (https://bit.ly/2ygkz2e). Lo que hace falta es que las fuerzas democráticas colombianas confíen más en su propia fuerza y, con total autonomía e independencia le “cojan la caña” a Duque y lo empujen por caminos menos escabrosos. El “pobre hombre” no genera ni lástima, no da pie con bola, y realmente hay que recogerlo.

Santos le dejó la olla raspada; Trump lo presiona por las 200 mil hectáreas de coca heredadas; los vivos que nombró en su gobierno quieren seguir robando de frente; no puede incumplir los acuerdos de paz más de lo que incumplió el gobierno anterior; y sin embargo, tiene que hacer apariencia de que puede gobernar este ingobernable país. Y así y todo, cree que decomisando la “dosis mínima” está enviando un mensaje de fuerza. Pocos le creen.

En esas circunstancias no creo que las fuerzas democráticas piensen en “tumbarlo”. Eso sería una torpeza, un suicidio y una ayuda para los verdaderos guerreristas. Pienso que se debe pensar en una estrategia de “grandes quilates”, con talla de visionarios y estadistas. Creo que hay que arriesgarse a construir un verdadero “pacto sobre lo fundamental” para poder aislar la cizaña del grano. Duque –aunque sea con su estilo ladino– ha estado enviado mensajes de auxilio y nada se pierde en “cogerle por la palabra”. Si avanza, nada perdemos y ganamos todos; si no rompe con el pasado, avanzamos nosotros.

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