BOLSONARO Y LA CRISIS DE LA CIVILIZACIÓN DEPREDADORA Y PATRIARCAL
Popayán, 16 de
octubre de 2018
El fenómeno Bolsonaro en Brasil ha desatado un gran debate
entre los sectores progresistas y las “izquierdas” de América Latina. Hay que avanzar
en el análisis sin caer en justificaciones, negaciones, ánimos revanchistas o
espíritus moralistas, que no sirven para nada. Claro, hay que profundizar en
las causas particulares y generales de todo lo ocurrido para poder reaccionar
pronto y de la mejor manera. Pero, hay que recordar que “nada es perfecto en el
mundo”, “sorpresas nos da la vida” y “la vida no acaba aquí”[1].
Intentaremos aportar algunos elementos en la misma dinámica
del anterior artículo (http://goo.gl/xLRKWw);
es decir, con una mirada de mediano plazo reconociendo la complejidad de la
situación. Ello, por cuanto nuestra tesis central es que enfrentamos una crisis
sistémica y no solo del capitalismo. Están en juego los fundamentos de la actual
civilización humana que se basa en la economía crematística y demás componentes
materiales, sociales y filosóficos que se formaron a lo largo de los siglos
(concepciones y técnicas depredadoras de la naturaleza y del ser humano,
relaciones sociales de explotación, formas políticas de dominación como el
patriarcalismo y la democracia representativa, y la lógica lineal y formal).
Ubico cuatro aspectos en la discusión planteada: 1. ¿El ascenso
de Bolsonaro es un fenómeno global o es particular (local y regional)? 2. ¿Es
fruto de procesos sociales provocados por la crisis sistémica del modelo de
desarrollo o es solo resultado de estrategias planeadas y ejecutadas por las
élites capitalistas? 3. ¿Los líderes “proto” y “neo-fascistas” se fortalecen
ante la ausencia de una propuesta trascendente y transformadora de las fuerzas
democráticas o solo es resultado de errores puntuales de los gobiernos
progresistas y de izquierda? 4. ¿Se debe
abandonar el campo de la lucha institucional incluyendo lo electoral o hay que
tratar de rectificar sobre la marcha?
En el anterior escrito quedaron planteadas unas preguntas
que ahora espero responder y en medio de ese ejercicio ofrecer algunas pistas-respuestas
sobre el problema que tenemos entre manos. Ellas son: ¿Qué es el Prosumidor,
qué papel juega en la economía postcapitalista y cómo podemos contribuir con su
desarrollo cualitativo y cuantitativo?; y, ¿Cómo las luchas sectoriales (de
clase o sector social, género, edad, etnia, cultura) pueden contribuir a la
superación del actual modelo de civilización o pueden servir de excusa a las
propuestas conservadoras, clasistas, machistas y racistas?
El prosumidor en red
colaborativa: ¿sepulturero del capitalismo?
En términos sencillos el prosumidor es el nuevo artesano del
siglo XXI. Para visualizarlo sirve un ejemplo: una familia produce energía
eléctrica en su casa de habitación con tecnología solar o eólica. Está
conectada a la red eléctrica nacional, consume su producido, vende el sobrante
y, a veces, compra la que le hace falta para cubrir un mayor consumo. Ese
prosumidor integra y combina conocimiento, trabajo manual e intelectual, está vinculado
al mercado, tiene una relativa autonomía y se moderniza tecnológicamente para competir-colaborar
con la sociedad, con otros prosumidores o con la empresa que opera y administra
la red nacional o internacional.
Ya existen en el mundo millones de personas que son
prosumidores sin saberlo y actúan en muchas áreas de la producción. En el mundo
híper-desarrollado aprovechan los enormes avances tecnológicos para trabajar en
red, abaratar costos de producción y comparten sus productos en términos de
equivalencia o en forma gratuita (Rifkin, 2014). En los países de la periferia
capitalista existen cientos de miles de asociaciones de pequeños y medianos productores
y consumidores que enfrentan a los grandes monopolios nacionales y transnacionales
en defensa de sus bienes comunes, su territorio, producción y saberes (Ostrom,
2003).
Estos pequeños y medianos productores para convertirse en verdaderos
“prosumidores en red colaborativa” requieren del apoyo estatal, pero no un
apoyo paternalista y sectorial (subsidios) sino todo un plan que implique el
esfuerzo y la participación de toda la sociedad (profesionales y técnicos, banca
colaborativa, universidades, leyes regulatorias, gobiernos locales y
regionales, etc.) para apropiarse de toda la cadena productiva (producción de
materia prima, acopio, transporte, procesamiento, comercialización, consumo) en
el ámbito local, nacional e internacional. Todas las luchas sectoriales deberían
enmarcarse en esa dinámica socio-holística e integral. Todo derecho implica
deberes; todo privilegio debilita la lucha contra los monopolios.
El crecimiento cualitativo y cuantitativo del prosumidor y
de las redes colaborativas requiere de la lucha en el terreno institucional y
estatal; no para acabar de un día para otro con los monopolios sino para
regular las condiciones de la competencia y la interacción entre la economía
precapitalista, capitalista y postcapitalista. Por ello se habla de
intervención estatal pero no de planificación centralizada ni de expropiación
de medios de producción. Es ya una lucha a muerte pero que se juega a mediano
plazo en el terreno de la competitividad y la eficiencia no sólo económica sino
también social, ambiental, cultural e institucional (Mason, 2016).
Por tanto, la lucha política por el control del Estado sigue
vigente pero no para realizar “desde arriba” los cambios estructurales (anticapitalistas)
o para prometer desde los gobiernos soluciones a todos los problemas que vive
la humanidad (o a sus diferentes clases y sectores sociales) sino para
desarrollar formas de producción que al romper con los ejes primordiales del
modo de producción capitalista (separación del productor, los medios de
producción y el consumo), puedan debilitar paulatinamente a los monopolios y
crear condiciones para el surgimiento de nuevas relaciones sociales colaborativas
en menoscabo de la competencia salvaje e irracional.
En esa lucha ya estamos involucrados pero nos falta ser más
conscientes del terreno que pisamos y de las posibilidades que tenemos para
impulsar acciones organizadas por fuera y por dentro de la institucionalidad
“heredada”. Esa “nueva” perspectiva nos permite, además, mejorar la acción
política y perfeccionar los objetivos de la lucha institucional que no tenemos por qué abandonar a ningún
nivel. Al tener una mirada de mediano plazo podemos darle una función más
modesta pero más efectiva a esa participación en el “aparato estatal”, luchando
sin tanta retórica épica por imponer mínimos principios de ética, honestidad y
eficiencia administrativa.
De esa manera, los más esclarecidos dirigentes del
movimiento social y democrático no tienen porqué involucrarse en funciones
“administrativas” y “estatales”; esa función específica se le puede encargar a
burócratas especialistas, no elegidos sino designados con base en criterios
operativos y en condiciones similares a las de otros trabajadores técnicos. Hay
que desmitificar el Estado volviendo sobre los pasos de los inventores griegos de
la democracia, ahora que tenemos todas las herramientas tecnológicas y
comunicativas para recuperar el papel de decisión y control del ágora societal
(control social). Significa invertir la lógica de la democracia
representativa y abrir espacios a la participación social.
No es una idea nueva, Marx la planteó en 1871 y los
bolcheviques rusos la aplicaron pero –desgraciadamente– perdieron el rumbo cuando
se “enamoraron” y fueron cooptados por el “Estado heredado”, después de 1917.
Hay que revisar esa experiencia y retomar la senda “desde abajo”.
El debate sobre Bolsonaro,
el proto-neo-fascismo y las propuestas trascendentes
La mayoría de los analistas que he podido leer y revisar
basan sus análisis en las particularidades de Brasil y de América Latina. El
peso de la herencia colonial e imperial sobre la sociedad brasileña; la manera “no
frontal” como se pasó de la dictadura a la democracia; la estrategia del
imperio estadounidense para no perder su control sobre este estratégico país;
la decisión de las élites dominantes de romper el pacto social construido con
el “lulismo” desechando la democracia como terreno para tramitar los
conflictos; la reacción anti-establecimiento y anti-política acumulada en
amplios sectores sociales, principalmente entre las clases medias; la
identificación de las luchas de diversos sectores sociales (indígenas, negros,
habitantes pobres de barrios populares, mujeres, homosexuales, etc.) con el
desorden y la inseguridad, ubicándolos como obstáculos al progreso, cargas para
la sociedad y amenazas para la moral, la propiedad privada y la familia
tradicional; la incapacidad de las fuerzas progresistas en el gobierno de
romper con el pacto con la burguesía y avanzar hacia una verdadera
democratización del país; el papel de los medios de comunicación para construir
un relato anti-petista que finalmente fue canalizado por Bolsonaro. Alguien
habla de un posible fraude electoral, parcial y no decisorio.
Todas estas razones pueden ser válidas para el caso de
Brasil y América Latina. No obstante, pienso que el fenómeno Bolsonaro hace
parte de un proceso global que asume formas concretas de acuerdo a las
particularidades de cada país y/o región. Es evidente que existe una reacción importante
y global de amplios sectores sociales afectados (algunos arrasados) por la
globalización neoliberal que no han encontrado soluciones o atención en las
propuestas progresistas y de izquierda. El Brexit, Trump y otros procesos “nacional-populistas”
tienen bases sociales “anti-globalización neoliberal” y Brasil no es la
excepción. Pienso que para avanzar hay que resolver las preguntas centrales del
momento: ¿Por qué las fuerzas progresistas, democráticas y de izquierda –en este
instante– no logran competir y derrotar a las propuestas y acciones de la ultraderecha
proto-neo-fascista? ¿Tenemos efectivamente una respuesta a la crisis sistémica del
capitalismo que sea viable y creíble para las mayorías planetarias? ¿Los
errores cometidos por los gobiernos progresistas de América Latina son puntuales
y corregibles en el corto plazo o se requiere una revisión de fondo de nuestra
concepción filosófica, ideológica, política, metodológica y práctica?
En la primera parte de este escrito creo haber desarrollado
algunas ideas que tienen que ver con ciertos voluntarismos detectados y con la
creencia de que el “Estado heredado” es la herramienta principal para impulsar
los cambios estructurales que la sociedad necesita, desconociendo anteriores experiencias
(positivas y negativas) de los trabajadores y de los pueblos a lo largo de los
últimos 200 años. Sin embargo, creo que el tema está abierto y en desarrollo.
Pienso que nuestros “relatos socialistas y/o comunistas” no ofrecen una
narrativa trascendente (espiritual) que convenza y arrastre a las grandes
mayorías de la humanidad. Tampoco la propuesta progresista logró enfrentar los
retos del momento. El miedo y el odio por ahora nos ganan la partida; las
iglesias y los fanatismos conservadores, clasistas, racistas, xenófobos,
homófobos y machistas nos llevan la delantera. El momento nos exige una
reflexión más profunda y un replanteamiento general.
Existen importantes “bolsones de resistencia” que están
construyendo en la práctica y en la teoría nuevas alternativas para responder a
la crisis de civilización que vivimos. Se requiere diseñar una estrategia para
juntarlas y potenciarlas. Algunos caminos se cierran y otros se abren. ¡Todo es
posible si nos lo proponemos!
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