sábado, 31 de octubre de 2015

ELECCIONES Y LECCIONES



Por Campo Elías Galindo


La siguiente evaluación de la participación electoral de la Izquierda en campañas electorales, no está referida a los resultados cuantitativos que se obtengan; son unas consideraciones sobre concepciones y procesos, y no sobre cifras; totalmente independiente del número de votos o de curules que se alcansen. Este esbozo analítico es crítico, pero no pretende que los resultados del domingo lo validen o invaliden. Ni me quitarán ni me darán la razón.


Para qué la participación electoral? Cuando hace algunas décadas, las organizaciones de la Izquierda discutían y analizaban sus propios asuntos, si participar o no en elecciones, el para qué y el cómo, eran temas apasionantes que se debatían una y otra vez. Hoy, las militancias han abandonado ese y otros debates cruciales, pues la formación política no hace parte de sus agendas. Consecuencia de ello, hay una gran confusión entre muchos sobre las funciones, los alcances y las posibilidades de la lucha por representaciones dentro del estado para una estrategia transformadora.



Lo palpamos claramente en esta campaña. Todos naturalmente quisimos “arañar” pedacitos de la administración pública, pero muy pocos sabían para qué ni con qué posibilidades o implicaciones. Con intuición y  buena voluntad se respondían los interrogantes, si es que se hacían… Nadie, antes de lanzar candidatos hizo un balance de lo que han sido los gobiernos “progresistas” de América Latina, o de Bogotá, o el desempeño de nuestros diputados y concejales actuales o anteriores. Todo lo vemos al derecho, bello y digno de imitar, especialmente si esa es la “orientación” que proviene de las sacrosantas direcciones nacionales.



No faltan quienes siguen creyendo que un giro es un proceso acumulativo de toma de posiciones dentro del estado hasta que lo podamos poner al servicio de las mayorías. Hacia allá creen marchar cuando luchan por una alcaldía o una curul cualquiera. Como no hay debate, no se sabe si estamos ante la ignorancia, la ingenuidad, o incluso, frente a una convicción.

  
Lo territorial. La literatura política contemporánea, y la de Izquierda, se llenó en las últimas décadas de territorio. Lo que actualmente no tenga el adjetivo “territorial” se considera fuera de foco, incompleto o abstracto. Ello tiene razones profundas asociadas a las resistencias mundiales contra el proyecto de la globalización neoliberal.


En nuestro medio, ese lenguaje satura nuestros planteamientos y nuestras consignas (“la defensa del territorio” por ejemplo), pero la comprensión de lo territorial es lamentable y se está volviendo un slogan incorporado a la fuerza para aparentar autoridad argumentativa. En nuestras campañas electorales funcionó así:


A pesar de que esta campaña era para elección de autoridades departamentales, municipales y submunicipales, o sea “territoriales”, brillaron por su ausencia los proyectos propiamente “territoriales”. Es decir, no hubo elaboración de línea política local, y en cambio, las organizaciones desempolvaron un repertorio de consignas desarticuladas, muy pocas enfocadas a la situación concreta del territorio que se pretende transformar. Suele decirse que las líneas nacionales se adaptan a lo regional y lo local, pero ello se ha convertido en un comodín. Esa teoría de la adaptación es facilista, y simplemente justifica la desidia mental para no acometer el estudio y la lucha política en los planos más inmediatos, que es donde ella tiene consecuencias prácticas y personales.

Nuestras campañas cayeron en la trampa de las causas particulares. Especializarse en la defensa de sectores o consignas específicas es válido, mucho más si se trata de causas tan nobles como el sindicalismo, el campesinado, la educación, la salud, el ambientalismo o minorías sociales. Pero abandonar las causas generales, olvidarse del conjunto, negarse a los proyectos de región y de ciudad para este evento concreto, es hacerle una concesión al mandato neoliberal de confinarnos en los microterritorios y delegarles a sus mandatarios el pensamiento y las actuaciones globales. Si nuestros concejales, diputados y demás elegidos, no tienen vocación de estado y no van a las corporaciones públicas a pelear las orientaciones generales del municipio y el departamento, terminarán como funcionarios del alcalde y el gobernador de turno. Una oposición sin proyecto nunca será seria.


De manera que, la Izquierda nuestra no ha podido decirle a la ciudadanía local cuál es la Urbe que quiere y por la cual convoca a luchar; no tiene proyecto de ciudad; no nos cabe la ciudad en la cabeza. De igual manera ocurre en los departamentos, las subregiones, comunas y todo aquello que llamamos “territorialidad”. Nuestro lenguaje sobre lo territorial es un auténtico palabrerío. Sin proyectos territoriales, no se entiende cómo hace la Izquierda para participar en unas elecciones de autoridades locales.

  

La burguesía colombiana carece de “enemigo interno”. La ausencia de proyecto territorial, tanto de región como de ciudad, imposibilita a la Izquierda local para desarrollar una oposición seria a las élites empresariales que desde el siglo XIX hegemonizan la política, la economía y la cultura. Las militancias locales no entienden las particularidades sociales, históricas ni económicas de la dirigencia regional, por lo cual practican la teoría de la “adaptación” de lo nacional a lo local de una manera mecánica. Resultado de lo anterior, nunca dan en el blanco, o mejor dicho, su blanco no está por estas comarcas. A la burguesía criolla, el discurso de la Izquierda “le resbala”, no la toca.



Los Grupos Financieros y Empresariales hegemoniza como quiere la política regional, financia las campañas electorales, es quien realmente da avales y dirime las disputas entre los políticos regionales; es el dueño del proyecto de región y del proyecto de ciudad hoy vigente entre nosotros, pero nuestra Izquierda no sabe qué es el la Élite o no se interesa por saberlo ni cómo funciona. Sobra que hablemos de las relaciones de ese monstruo político-económico con los partidos a nivel nacional y local, con las ONGs, los altos funcionarios, las comunidades, y de su inmensa capacidad de cooptación. Los grupos empresariales sí podrían decir que, no tiene enemigos a la izquierda.



Otra distorsión “territorial”. Sobre lo territorial, hay otra distorsión más que inunda nuestros discursos. Es el sesgo desarrollista, ambientalista y economicista que impide aterrizar ese tema en su relación intrínseca con la lucha por el poder. Quien tiene vocación de estado,  asocia el tema de la territorialidad primero que todo, con el del orden público y de la seguridad, pues el orden público es ante todo un orden territorial que rige en un país, una región o una localidad. Todo gobernante lo sabe. Sin control territorial no hay gobierno posible; por lo tanto el problema real del territorio, es el problema del poder político y viceversa.



Los temas del territorio y la territorialidad no empiezan por el medio ambiente ni por el desarrollo económico. Empiezan por el orden público, especialmente en un país como el nuestro, donde hemos vivido un conflicto armado de más de 5 décadas cuya esencia misma, es una disputa territorial.



Siendo el orden público el tema territorial por excelencia, no se entiende cómo una Izquierda tan “territorial” no levanta propuestas audaces sobre ese asunto básico, y le sigue dejando el tema a las otras fuerzas políticas, que no dejan de especializarse en las problemáticas de violencia, convivencia e inseguridad. Nuestros relatos sobre la inseguridad, especialmente urbana, rayan en la pobreza. Analizamos la inseguridad y los temas de la violencia en las ciudades como un reflejo nítido del conflicto armado nacional; como si este se trasladara mecánicamente de las áreas rurales a las urbanas. Así nos ahorramos el esfuerzo de investigar, desentrañar la particularidad y proponer algo propio que se salga del círculo vicioso del aumento del pie de fuerza y las tecnologías represivas al servicio de los autoritarismos.



Debemos entender primero, que el tema de la seguridad es el tema territorial por excelencia; y segundo, que él no es de derecha ni de izquierda; lo que es de derecha o de izquierda es su enfoque. Termina siendo un contrasentido enarbolar propuestas sobre medio ambiente, desarrollo económico y paz, aunque les pongamos el adjetivo “territorial”, si no decimos nada o decimos poco sobre orden público y seguridad ciudadana. 



Voto preferente o ego preferente. El método del voto preferente cae como anillo al dedo al fraccionamiento de la Izquierda en nuestro medio. Muchos lo consideran muy “inteligente” porque les ahorra el esfuerzo de discutir, acordar, planificar conjuntamente, y sobre todo, el de renunciar a los egos y los delirios vanguardistas diseminados por todas las organizaciones. Las “cabezas de ratón” juegan a todas sus anchas y mientras una próxima reforma política prohíbe la metodología “inteligente”, la ratonera devora toda posibilidad de proyecto unitario, tan urgente en esta coyuntura de transición de la guerra a la paz en Colombia. 



Un obstáculo a la unidad ha sido la ausencia de debate entre los colectivos y al interior de ellos. Cada quien construye en silencio su propia exclusividad y nadie se atreve a ponerla en juego. La construcción de la unidad solo es posible en un ambiente de discusión e intercambio de puntos de vista, que incomoda a muchos compañeros.



El otro problema, característico del espíritu de secta predominante, es el afán de ajustar cuentas, así vengan desde el siglo pasado; el desvelo de unos por atajar a otros; cierto ambiente de carnicería que se agudiza hacia afuera y hacia adentro de las organizaciones cuando de certámenes electorales se trata; una especie de “todo vale” para salirse cada cual con la suya. Nunca la Izquierda se parece tanto a la Derecha como en unas elecciones de autoridades locales.



La pregunta que cabe es, por el objeto de la disputa. ¿Cuál es ese preciado trofeo que está en juego? Parece ser que es una foto en primera página, alguna entrevista radial o televisada, el manejo de un presupuesto público o una nómina burocrática. Todo podría ser legítimo, si por lo menos estuviera al servicio de un proyecto debatido y conocido por todos. Pero es eso lo que no hay: política.


Nada “despeluca” tanto a la Izquierda como una coyuntura electoral. Ella trastoca sus prioridades, mete sus principios al congelador, colecciona enemigos, inventa alianzas espurias y al final, sale destrozada. Lo más grave es que como estamos en un país hiper-electoral, cuando trata de reaccionar y curar sus heridas, ha empezado la campaña siguiente. La Izquierda en Colombia es una sobreviviente no solo de la guerra sucia contrainsurgente, sino también de las campañas electorales. 

viernes, 30 de octubre de 2015

ORFANDAD DE LIDERAZGO DE FRENTE AL POSTCONFLICTO


Por Fernando Dorado, activista social

El resultado de las elecciones locales y regionales del pasado 25 de octubre muestra las tendencias del comportamiento electoral de los colombianos. Se desplegaron las fuerzas políticas de cara a la lucha por la presidencia en el año 2018.  

Vargas Lleras se posicionó como el candidato más opcionado. Santos sufrió el desgaste. Uribe y la izquierda salen golpeados. El triunfo de candidatos “outsiders” en Cali, Bucaramanga y Medellín es un fenómeno. Peñalosa supo explotar y combinar la imagen de tecnócrata y de anti-político con el apoyo clientelar de Cambio Radical y los conservadores.

Los “outsiders” surgen como rechazo a los políticos tradicionales tanto de derecha como de izquierda. Es una segunda versión de expresiones cívicas anti-corruptas, esta vez encabezadas por empresarios millonarios, cultos y con sentido de responsabilidad social. La enorme debilidad de los partidos políticos y la ausencia de liderazgos es su detonante.

Los posibles candidatos del campo democrático que jugaron sus cartas pensando en el 2018, quedaron en sus restos. Petro perdió. Robledo, que inició su campaña presidencial en esta coyuntura, no acumuló mayor fuerza. Sergio Fajardo, a pesar de contribuir con la derrota de Uribe en Medellín, no sale fortalecido.

Colombia hoy no tiene un gran líder que represente la lucha por la paz duradera y estable. El post-conflicto, que debe ser una etapa de transición y transacción democrática, requiere un dirigente que tenga fuerza espiritual y política. Que comprenda la dimensión del momento histórico. Que esté lejos de la politiquería, el clientelismo y la corrupción. Que represente en sí mismo la modernidad y tenga verdadera vocación democrática. Esa figura no existe. Hay que construirla.   

Bogotá, 30 de octubre de 2015


E-mail: ferdorado@gmail.com - @ferdorado

viernes, 23 de octubre de 2015

¿EL CICLO DE GOBIERNOS PROGRESISTAS Y DE IZQUIERDA LLEGA A SU FIN EN BOGOTÁ?


Bogotá, 23 de octubre de 2015

“Ningún poder tolera que dejes al aire su recursos, que desveles sus mecanismos, sus pudicias y miserias.”

Rafael Chirbes

Lo primero que debo decir es que el próximo domingo votaré con entusiasmo en Bogotá para alcaldía por Clara López y para Concejo Distrital por Yezid García Abello.

Sin embargo, considero casi una obligación presentar por adelantado mi punto de vista sobre lo que posiblemente ocurra. Tengo la convicción de que el analista debe hacer el esfuerzo de anticiparse a los acontecimientos, prever lo que puede ocurrir, identificar los antecedentes y las causas, y poder así, posteriormente y de acuerdo a los resultados, reafirmarse o corregir con base en lo que suceda. No me gusta llover sobre mojado ni llorar sobre leche derramada.

No deseo ser ave del mal agüero ni actuar como Casandra ante el desastre. Sé que un día antes de las elecciones una simple opinión no va a cambiar la decisión de la gente. Por eso espero que no vaya ocurrir como en el remoto pasado que ante una situación de fracaso, se elegía un chivo expiatorio que casi siempre era al mensajero o el pregonero, para calmar a la comunidad y conseguir que los causantes de la situación ocultaran su responsabilidad.

Todo parece indicar que el próximo 25 de octubre finaliza el período de 3 gobiernos de izquierda en Bogotá. Ese ejercicio político-administrativo es parte del ciclo de gobiernos progresistas que en Latinoamérica se inició con Chávez en Venezuela en 1999, seguido de lo ocurrido en Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Bolivia y Ecuador.

Los antecedentes de este acceso de fuerzas democráticas y de izquierda a los gobiernos de diversos países de Sudamérica y de algunas ciudades importantes, fueron las grandes y poderosas movilizaciones contra el Consenso de Washington y su modelo neoliberal que protagonizaron los trabajadores, indígenas y campesinos, y los habitantes de las barriadas populares de las ciudades de esta región. Sin ese antecedente ello no hubiera sido posible.

La pregunta es… ¿el descalabro de la izquierda en Bogotá será el inicio del fin del ciclo progresista en toda América Latina? Sabemos que Colombia casi siempre se ha adelantado en todo pero no ha logrado “coronar” y consolidar los procesos de cambio. Recordemos que la Constituyente de 1991 fue precursora de los procesos constituyentes de Venezuela, Ecuador y Bolivia. Ahora, por eso nos preguntamos… ¿nos estamos adelantando también en la derrota de los gobiernos progresistas?

Las elecciones locales en Bogotá

Sabemos, porque lo hemos comprobado desde la década de los años 90s del siglo pasado (XX), que un buen sector del pueblo bogotano es independiente. Esa independencia se expresó con la elección de Antanas Mockus en 1994 y 2000, y de Enrique Peñalosa en 1997. Luego, gran parte de ese electorado independiente giró hacia la izquierda en protesta contra las ejecuciones neoliberales y privatizadoras de esos gobiernos. Se eligió entonces, a Lucho Garzón en 2003, a Samuel Moreno en 2007 y en 2011, una parte de esa población se sostuvo en una posición de izquierda para elegir a Gustavo Petro, que ganó con un 32% de los votos ante la enorme división de la derecha.

Ese electorado premió a Petro por haber denunciado con valentía la corrupción del Cartel de la Contratación que con la complicidad de Samuel Moreno saqueó las arcas del Distrito Capital con el concurso de algunos concejales de los partidos de la U, el Polo, Cambio Radical y Liberal. Fue un triunfo minoritario que requería de una estrategia muy fina para poder revertir la mala imagen que había quedado de la administración polista de los hermanos Moreno.

Hoy la situación es similar a la de hace 4 años pero mucho más compleja. Las derechas se mantienen divididas pero no es tanta su dispersión como entonces. Los conservadores, Cambio Radical y un sector de los “verdes” se alinearon con Peñalosa. El liberalismo gavirista se alió con el partido de la “U” (santista) alrededor de Rafael Pardo, quien recibió a última hora el respaldo de otro sector de los “verdes”. El Centro Democrático de Uribe sostiene a Francisco Santos pero un sector de sus bases se ha ido desplazando hacia Peñalosa.

La izquierda finalmente terminó agrupándose alrededor de Clara López, la candidata del Polo Democrático Alternativo. Los Progresistas de Petro, la UP, Marcha Patriótica, otro sector de los “verdes”, MAIS y otros grupos pequeños, respaldan su propuesta. Sectores liberales de la “casa Samper”, la “casa López”, y algunas personalidades conservadoras también se han sumado a su candidatura.             

A pesar de las positivas cifras de gestión que presenta el gobierno de la Bogotá Humana en materias sociales, la matriz de opinión que han logrado imponer los grandes empresarios, los poderosos contratistas, los políticos privatizadores y los dueños de los monopolios comerciales, usando con parcialidad y descaro los medios de comunicación privados, consiste en afirmar que la ciudad ha retrocedido enormemente en construcción de vivienda, movilidad y seguridad. Ha hecho carrera la idea de que Bogotá vive en caos y que sufre de falta de autoridad. El “partido de la desinformación” logró su primer triunfo.

Todo lo anterior ha logrado confundir a buena parte de la población bogotana. La campaña contra el denominado “castro-chavismo” que se confeccionó alrededor del proceso de paz y de la confrontación fronteriza con el gobierno de Venezuela, también ha hecho mella. Esa población que tiene un marcado carácter independiente, que es la que ha inclinado la balanza y decidido en las últimas cinco elecciones, se encuentra desconcertada, dispersa, algunos escépticos, otros desilusionados. Muchos se han separado de la izquierda. Algunos de ellos votarán por Pardo, quien se ha convertido en un factor aparentemente neutral pero que en últimas favorece a Peñalosa.

A ello se suma que Clara no logró “despartidizar” su propuesta. El gran frente social y de izquierda no mutó hacia una propuesta realmente ciudadana que, como lo ha planteado acertadamente Yezid García Abello, “combine creativamente la acción política de las viejas y las nuevas ciudadanías” (http://bit.ly/1OWd6bi). Dicho frente priorizó los acuerdos entre partidos y grupos “por arriba” pero no consiguió trasmitir un espíritu de participación ciudadana y comunitaria, única fórmula para impedir la corrupción y el burocratismo, y un ingrediente necesario para ganar las elecciones en la recta final de la campaña.

En ese punto es donde se conecta la experiencia bogotana de la izquierda progresista con los procesos de cambio de los gobiernos bolivarianos y progresistas de América Latina.

Los procesos de cambio de América Latina

Es indudable que el momento de auge democrático en los países sudamericanos que han elegido gobiernos como el de Lula y Dilma en Brasil, los Kichner en Argentina, Pepe Mujica y Tabaré Vásquez en Uruguay, la Bachelet en Chile, Chávez y Maduro en Venezuela, Correa en Ecuador y Evo en Bolivia, está en declive. Ahora estamos empezando a vivir situaciones inéditas. Protestas manipuladas por las derechas pero con algunas razones evidentes. Corrupción incrustada en los “Estados Heredados” protagonizada por dirigentes de los partidos de gobierno.

En Brasil las protestas contra la realización del mundial de fútbol sorprendieron al mundo. Ahora se han hecho sentir grandes movilizaciones contra el gobierno de Dilma Rousseff por peculados en Petrobras. La imagen de Maduro en Venezuela no es la mejor y se corre el riesgo de perder las elecciones legislativas. En Bolivia el pueblo protagonizó una fuerte protesta contra el “gasolinazo” que el presidente Morales intentó aprobar y también, las comunidades indígenas amazónicas se movilizaron en defensa del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Secure (TIPNIS). Y en Ecuador los indígenas y trabajadores del Estado han protagonizado diversas protestas e intentaron en 2015 realizar un paro nacional.

Del auge democrático hemos pasado a una situación paradójica de protestas e inconformidad popular, que así no sea todavía muy fuerte y profunda, debe ser una alerta para quienes se autodenominan los gobiernos de las organizaciones sociales, los trabajadores o la ciudadanía. Mucho más cuando las arcas estatales sufren por la caída de los precios del petróleo y de algunas materias primas.   

La mayoría de los gobiernos le achacan esos brotes de protesta a la intervención imperial que utiliza ONGs y agencias gubernamentales de los EE.UU. como USAID u otras, a los complots oligárquicos que intentan desestabilizar a los gobiernos, y a la manipulación de los medios de comunicación privados. Sin embargo, es indudable que existen causas reales que justifican algunas de esas protestas.

Lo que nos interesa señalar es que existen problemas de fondo que afectan los proyectos políticos que dicen estar en camino del “socialismo del siglo XXI”. Dichos problemas deben ser identificados y resueltos para poder retomar el rumbo y el ritmo de las transformaciones estructurales que se requieren para poder satisfacer los anhelos de cambio de las grandes mayorías. Solo así se pueden profundizar los procesos democráticos para avanzar con certeza y coherencia hacia fases post-neoliberales y post-capitalistas.

Los problemas de fondo

Pareciera que la bonanza de los precios del petróleo y de las materias primas (commodities) hubiera hecho ilusionar a los gobernantes progresistas con la posibilidad de mejorar las condiciones de vida de la mayoría de su población sin necesidad de realizar cambios drásticos en las relaciones sociales y productivas, en la estructura del Estado y en la forma como estamos relacionados con las metrópolis capitalistas (relaciones de dependencia y subordinación).

Una alianza con la burguesía tradicional o con burguesías emergentes para impulsar una especie de capitalismo “andino” o “latinoamericano” se ha ido fraguando a la sombra del progresismo. La idea es impulsar una política “desarrollista” que se convierta en el soporte de la integración regional y sirva para construir una verdadera autonomía económica. Sin embargo, las necesidades inmediatas, las presiones electorales y las contingencias coyunturales están obligando a financiar la supuesta independencia del imperio estadounidense con empréstitos e inversiones provenientes de otras potencias económicas como Rusia, China, Irán, India o el mismo Brasil, que ya actúa como sub-imperio.

En esa dirección la integración sudamericana y latinoamericana avanzaba con cierta dinámica. La creación de organismos multilaterales como MERCOSUR, UNASUR, ALBA, CELAC y otros, mostraba signos alentadores de que el ideal de la Patria Grande Latinoamericana se convertiría en una realidad. Pero el grave problema es que al frente de ese intento se mantiene la “hegemonía ideológica colonial y capitalista” y no se ven signos de que se realicen serios esfuerzos por diseñar y construir una Hegemonía Social de los Pueblos y los Trabajadores.

Lo que preocupa es que el modelo de desarrollo no se cuestiona para nada. El paradigma del progreso basado en el crecimiento económico sigue intocable, e incluso, la integración latinoamericana se proyecta sólo alrededor de la construcción de infraestructura (carreteras, vías férreas, oleoductos, etc.) para mejorar el intercambio comercial, mientras que la integración de los pueblos y los trabajadores para compartir nuevas experiencias en la visión y apropiación colectiva del territorio, de lo productivo, educativo, cultural, ambiental, comunicativo, etc., no se estimuló ni concretó en verdaderos proyectos conjuntos.   

Lo que observamos es que una vez se evidencian las limitaciones económicas frente a la nueva ofensiva de los EE.UU. en el terreno económico, cada quien, cada gobierno o líder carismático, vuelve a su nación a resolver los problemas y a apagar los fuegos que empiezan a encenderse. Sabemos que el imperio estadounidense impulsa un nuevo tipo de guerra económica alrededor del control monetario. Los estrategas norteamericanos lograron diseñar una estrategia para conseguir un relativo auto-abastecimiento de combustibles fósiles utilizando la técnica salvaje del “fracking” y, con base en esa situación, han promovido la caída de los precios internacionales del petróleo y la revaluación del dólar. Ello incrementó exponencialmente la deuda pública de diferentes países, trayendo consigo crisis fiscales y económicas latentes en las naciones que dependen de la extracción de petróleo y de otras materias primas.

Hoy, los grandes proyectos de integración están aplazados. La política de “buenos vecinos” que diseñó Obama con Cuba, Venezuela y ahora, las FARC en Colombia, empieza a dar sus frutos. Ante la realidad de los hechos los gobiernos se ven obligados a realizar sus propios ajustes, muchos de ellos asumiendo la agenda de derecha. Sus economías absolutamente dependientes de los proyectos extractivistas, obligan a los gobiernos a ser más moderados en el tratamiento contractual e impositivo con las empresas transnacionales y –en ocasiones– a enfrentarse política y físicamente con comunidades que rechazan esos proyectos.

En esa dinámica los gobiernos progresistas y de izquierda realmente se han limitado a aplicar políticas asistencialistas principalmente en las áreas de la educación y la salud, replicando los planes y programas diseñados por el Banco Mundial basados en “subsidios condicionados en efectivo para poblaciones vulnerables”, se han reversado algunas privatizaciones, renegociado contratos con transnacionales, pero en lo fundamental, la esencia del neoliberalismo y del sistema capitalista no ha sido intervenido ni tocado.     

Se argumenta que no existe la suficiente correlación de fuerzas para intentarlo. Pero, conectado con esa situación, el problema principal es la evidente incapacidad de impulsar procesos de organización social y ciudadana que les permitan a los pueblos y a los proyectos políticos del cambio, construir nuevos tipos de democracia “desde abajo”, que sirvan para acumular y consolidar la potencia popular organizada para sustentar cambios sustanciales.

Ni siquiera se han hecho esfuerzos por desarrollar procesos organizativos que nos permitan contrarrestar los vicios propios de un Estado Heredado, que por esencia es colonial y capitalista, burocrático e ineficiente, promotor de la corrupción y el despilfarro, y que en la actual coyuntura, por el contrario, se ha convertido en herramienta para cooptar y corromper a los dirigentes de las organizaciones sociales y de los partidos políticos de izquierda.

En el caso de Bogotá durante estos 12 años en esta materia no se ha avanzado gran cosa. Muchos dirigentes sociales se transformaron en funcionarios directos de la administración o en “gestores” y “agentes” de ONGs. Las alcaldías locales han reproducido las perversiones administrativas que se han incrustado en la administración distrital. El ideal del dirigente es ser edil, concejal o simple candidato para poder negociar y acceder a los contratos. La acción ciudadana, el control social, las veedurías comunitarias se quedaron en el discurso.

Y, de acuerdo a lo que nos informan desde otros países donde los movimientos denominados bolivarianos, ciudadanos, progresistas o “socialistas” administran el Estado Heredado, la situación es igual o hasta peor.

Necesidad de replanteamientos y nuevos paradigmas         

Es indudable que se requiere un serio replanteamiento. Los gobiernos retroceden frente a las presiones del capital financiero y paralelamente, han desarmado y descuajado al movimiento social y popular que era su gran soporte.

En Colombia, en América Latina y en el mundo, se necesita repensar la estrategia. El sólo hecho de que las fuerzas de izquierda de la capital de Colombia estén enfrentando un debate electoral tan cerrado después de 12 años de gobierno, ya es una derrota.       

Nota: Como no todo puede ser negativo, en el sur de Colombia tenemos un ejemplo interesante de continuidad de gobiernos alternativos. En el departamento de Nariño está asegurado el triunfo del candidato “verde” Camilo Romero. Él representa la continuidad familiar de una serie de luchadores demócratas y de izquierda, y a la vez, es la feliz secuencia de gobiernos progresistas desde 2001 cuando ganó la gobernación Parmenio Cuéllar en representación del PDI.  Además en su programa de gobierno  impulsa y reivindica la visión del “buen vivir” y de la economía colaborativa. Hay que aprender de dicha experiencia.


E-mail: ferdorado@gmail.com / @ferdorado

lunes, 19 de octubre de 2015

EL ORNITORRINCO COLOMBIANO EN TRANCE DE MUTAR


Bogotá, 19 de octubre de 2015
La lucha por la Alcaldía de Bogotá muestra el comportamiento de las viejas "casas familiares" que han dominado la política colombiana.
La Casa Pastrana y la Casa Lleras se la juegan con Peñalosa.
La Casa Santos se plegó a la candidatura gavirista de Pardo.
La Casa López y la Casa Samper disputan parcialmente la dirección del frente de izquierda que se ha juntado en torno a Clara López.
Los debilitados herederos de la Casa Gómez juegan discretamente detrás de Pacho Santos.
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Ello refleja lo que es Colombia: una especie de ornitorrinco, que además de sufrir varias deformidades sufre de trastorno bipolar.
Colombia es latifundista, colonial, desindustrializada, atrasada, clerical y cortesana, pero sufre de delirios de cosmopolita, post-moderna, democrática, independiente y "de avanzada".
Un monopolio latifundista de la tierra sirve de base a una burguesía transnacionalizada que convive con una burguesía emergente nacida de mafias de diferente tipo. Así, explotan el trabajo de las mayorías asalariadas e informalizadas que -todavía y por ahora-, no logran identificar sus propios intereses.
Una burguesía agraria-industrial como la cañera-azucarera del Valle del Cauca que produce azúcar y etanol carburante en condiciones de monopolio es apoyada, paradójicamente, por sectores de una izquierda que siguen viviendo en el siglo XX y creen en la existencia de una "producción nacional".
Una oligarquía que en medio de su neurosis y crisis existencial vacila entre la colonialidad cortesana de origen castellano y andaluz que se apega a la antigua visión "atesoradora" de la tierra que coincide con la "nueva" práctica de acumulación por desposesión basada en el despojo territorial que impulsa un capitalismo senil y parasitario.
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Si se concreta la terminación consensuada del conflicto armado van a salir a flote con toda nitidez las múltiples contradicciones inter e intra-clasistas, los conflictos regionales, étnicos, culturales y familiares, en medio de un "post-conflicto" que será una verdadera olla a presión donde pueden ocurrir todo tipo de fenómenos, retrocesos y avances inimaginables.
Colombia "en paz" podrá - si lo quiere - encontrar y construir una personalidad e identidad rica en matices y problemáticas y a la vez inventar nuevos tipos de democracia en transición hacia algo nuevo.
De-construir lo constituido (proceso de-constituyente) llevará un buen tiempo pero paralelamente hay que re-cuperar lo perdido en los tiempos, re-visualizar lo oculto pero vivo, re-construir lo recientemente destruido e inventar con cabeza propia un camino autónomo al lado de los pueblos latinoamericanos (proceso constituyente).
Será difícil y complicado pero al menos viviremos en una relativa "paz"...
El ornitorrinco colombiano puede mutar y producir algo nuevo y bueno.
E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado

jueves, 15 de octubre de 2015

TRANSFORMAR LA PRECARIA TREGUA EN PAZ DURADERA Y ESTABLE


Bogotá, 15 de octubre de 2015

“No hay camino para la paz, la paz es el camino”.

Mahatma Gandhi

Ahora que se ha entrado en la recta final del proceso consensuado de terminación del conflicto armado en Colombia, han aparecido las posiciones clásicas “propias” de la fase terminal de los llamados “procesos de paz”.

¿Los extremos se juntan?

La primera consiste en afirmar que las FARC se han sometido al Estado sin conseguir nada.

La segunda plantea que el gobierno entregó el Estado y el país a la insurgencia.

Ambas consideran entonces, que la guerra debe seguir.

Para los primeros, en La Habana deberían haberse conseguido las grandes “transformaciones estructurales”, o sea, la “revolución por decreto”.

Para los segundos, el gobierno no podía negociar nada con la guerrilla. Sólo someterlos.

Para los primeros, la oligarquía no cumplirá nada. Así se consigan algunos puntos, mientras no se desactiven los grupos paramilitares y no se encarcele a Uribe, los guerrilleros serán traicionados y asesinados.

Para los segundos, los acuerdos que se están pactando le van a dar la fuerza a la insurgencia para instaurar una “dictadura castro-chavista”. “Se pactó con ellos el encarcelamiento de Uribe” afirmó el Procurador con base en una aseveración similar del expresidente.

Para los primeros, la guerrilla no está derrotada ni militar ni políticamente.

Para los segundos la insurgencia está derrotada política y militarmente.

Para los primeros la guerrilla ha caído en un “ternurismo”, o sea, va camino al matadero (http://bit.ly/1OCELxK).

Para los segundos el gobierno sacrificó a la nación y concertó “una paz a la medida de las FARC”  (http://bit.ly/1MGkAP0).

Los primeros son muy escasos. Algunos, son anarquistas exiliados en el exterior o que nunca han vivido en Colombia. Otros, son “más papistas que el papa”.

Los segundos son más numerosos. Su caballo de batalla es que existe la posibilidad de “ver en prisión a los soldados que arriesgaron su vida para defendernos, mientras los narcoterroristas de la FARC despachan desde el Congreso” (http://bit.ly/1NdpQZo).

¿Algo de verdad?

Estas dos posiciones no son gratuitas. Así parezcan extremas, tienen algo de verdad.

Los primeros nos recuerdan que la oligarquía colombiana ha sido criminal, traicionera y perversa. Desde el atentado a Simón Bolívar pasando por el exilio del general José María Melo, los magnicidios de Rafael Uribe Uribe y de Jorge Eliécer Gaitán, la traición a los jefes guerrilleros liberales Guadalupe Salcedo y Dumar Aljure, y los asesinatos de Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán Sarmiento, Bernardo Jaramillo Ossa, Carlos Pizarro León-Gómez y de miles de militantes de la UP, las clases dominantes colombianas han desaparecido impunemente a sus contradictores o enemigos, así sean civiles o se hayan desmovilizado. Siempre se han dado las mañas de tirar la piedra y esconder la mano. Son expertas en esa conducta.

Y el expresidente Andrés Pastrana Arango hace unos días confirmó que la estrategia de paz utilizada durante su gobierno con el apoyo del gobierno de los EE.UU. estaba dirigida en lo fundamental a ganar tiempo, derrotar políticamente a las FARC y fortalecer la capacidad militar de su Estado para poder vencer a la guerrilla. Dice sin ninguna duda ni ambage: “A Manuel Marulanda le advertí francamente, el mismo día que lo conocí siendo yo presidente electo, que iba a armar nuestras Fuerzas Armadas hasta los dientes ‘para la guerra o para la paz’.” (http://bit.ly/1jpcK1A). Así, él reclama para sí, parte de los “triunfos” de Uribe.   

Los segundos parten del concepto clásico de que los revolucionarios socialistas y/o comunistas siempre han utilizado la combinación de las formas de lucha para lograr sus objetivos. En el caso de las FARC, esa estrategia se hizo más clara bajo el mando de Jacobo Arenas a partir de 1983, se aplicó con Belisario Betancur y se mantuvo durante los diálogos del Caguán. Es decir, es evidente que la guerrilla usó la consigna de la paz para fortalecerse militarmente, estaban convencidos que podían derrotar a las fuerzas militares y que el pueblo los acompañaría en ese propósito revolucionario.

Una buena parte de colombianos creen que en el actual proceso de paz la guerrilla no ha cambiado de estrategia, desconfían de la voluntad de paz de las FARC y le temen a la posibilidad de que ellas lleguen a tomarse el poder, ya sea por la vía militar o por la electoral.

Es así como con dichos antecedentes hemos llegado al momento actual.

¿La paz por la paz?

Hemos venido planteando que ninguno de los actores de la vida económica, social y política del país que está comprometido con la terminación del conflicto armado lo hace por compasión, amor al prójimo o sentido humanitario. Cada clase social, sector económico y/o fuerza política necesita la “paz” para impulsar y defender sus intereses.

El imperio y la burguesía transnacionalizada lo hacen para poder implementar la segunda fase de neoliberalismo, que es otro tipo de violencia, más refinada y con envoltura de “progreso”. Nuevas zonas estratégicas ricas en recursos naturales, geopolíticamente claves como la Orinoquía y la Amazonía, están en su mira. El Chocó Biogeográfico, de cara al océano pacífico, abundante en recursos mineros, biológicos y sitios turísticos, también está en su inventario. El tercer mercado de América Latina y su mano de obra barata, completan el botín que aspiran a apropiarse plenamente y “en paz”.

Con ese propósito, una parte de las clases dominantes están dispuestas a aprobar algunas concesiones parciales en materia de tierra y política agraria para algunos sectores campesinos de zonas de colonización y regiones marginales que han sido escenario principal del conflicto y de la economía del narcotráfico. Así mismo, implementarán algunas reformas políticas y jurídicas para garantizar la acción política legal de la insurgencia tanto en esas regiones como en cualquier parte del territorio nacional.

Los trabajadores, los pequeños y medianos productores –empresariales, profesionales, artesanales o comunes–, algunos sectores de la burguesía emergente y los sectores más pobres y marginados, aspiran a mejorar sus condiciones de vida, luchar por ampliar y hacer respetar sus derechos, enfrentar a los grandes monopolios nacionales o extranjeros mediante la lucha política franca y abierta, civilista y pacífica, y rescatar la democracia para las amplias mayorías nacionales sin tener que enfrentar la estigmatización y la criminalización de su lucha por parte del Estado y el gobierno por supuestamente estar “infiltrada por fuerzas insurgentes”.

Las diversas fuerzas políticas, a excepción de las que están por mantener la guerra, se preparan para aprovechar al máximo ese nuevo ambiente de convivencia, reconciliación y paz. Las expresiones políticas de la gran burguesía no le temen a un supuesto triunfo del movimiento político que organicen las FARC reinsertadas. A los partidos políticos que representan los intereses de las clases medias y los trabajadores no les preocupa la participación política de la insurgencia, constatan a diario la resistencia que genera la guerrilla entre amplios sectores de la sociedad y se deslindarán del movimiento legal que ésta organice. Claro, con la excepción de algunas fuerzas políticas de izquierda que históricamente han sido aliados leales de los rebeldes alzados en armas.

Los terratenientes de vieja data, herederos históricos de encomenderos y esclavistas, genética e ideológicamente reaccionarios, racistas y obtusos políticos, aliados con mafias, militares y políticos derechistas y algunos sectores de la burguesía emergente que viven de la ilegalidad y de la guerra, se oponen tanto a la terminación del conflicto armado como a un verdadero proceso de paz, porque por un lado, viven del conflicto armado y, por el otro, saben que a mediano plazo sus crímenes –de no confesarlos ante la justicia transicional–, van a salir a la luz pública y, por tanto, les va a traer consecuencias jurídicas y políticas negativas e insospechadas.

De esta forma, las fuerzas que pretenden aprovechar la paz se han coaligado para aislar y derrotar a las fuerzas guerreristas, pero por los antecedentes mencionados, la desconfianza en una verdadera voluntad de paz de la oligarquía, el temor por una jugada estratégica de la insurgencia, y la existencia de grupos y estructuras armadas que son residuos del paramilitarismo pero fácilmente reciclables, hacen muy difícil que los pactos que se firmen para la terminación del conflicto armado se concreticen en un verdadero clima de paz y convivencia.

Sólo si todos los actores del conflicto, incluidos los paramilitares traicionados por Uribe, los paramilitares que no se sometieron a la ley de justicia y paz de 2005, el mismo Uribe, los militares y funcionarios que actuaron como agentes delictuosos del Estado, los parapolíticos y los empresarios y particulares que fueron financiadores y perpetradores de crímenes y masacres, encuentran en el proceso de paz una ruta “justa” para saldar su deuda con la sociedad que tenga un relativo equilibrio con la forma como los integrantes de la insurgencia cumplan con su responsabilidad, podría pensarse en una salida realmente duradera y estable.

¿Cómo lograrlo?

La sociedad en su conjunto está confundida y dividida. A corto plazo no va a reaccionar. No puede hacerlo. Las fuerzas democráticas civilistas (izquierda legal, progresistas, independientes, alternativos, liberales sociales) –a pesar de su buena voluntad– no tienen las herramientas ni las posibilidades para incidir. Al gobierno, a la burguesía transnacionalizada y al imperio, les interesa el ambiente de paz pero tampoco harán algo extraordinario por evitar una nueva masacre de los combatientes desmovilizados y del pueblo en general. Desarmar a la guerrilla es su objetivo inmediato. De allí en adelante, como siempre, no responderán por lo que pueda pasar. Se lavarán las manos olímpicamente. Tampoco tiene un control real de los grupos paramilitares devenidos en bandas criminales porque la delincuencia y la criminalidad tienen hoy una dinámica propia, que hoy también es transnacionalizada y es otro factor de acumulación de capital.

El único actor que puede –en verdad– derrotar plenamente a las fuerzas guerreristas con la herramienta de la Paz es la misma insurgencia. Pero para hacerlo la dirigencia de las FARC tiene que interpretar con absoluta claridad el momento político que vive la Nación. Si logra dilucidar la complejidad de la situación, podrá, indudablemente, avanzar por nuevos caminos provechosos para el pueblo y la sociedad colombiana, y de buena factura para las fuerzas democráticas y para ellos mismos.

¿Cuál es la particularidad de la situación?

Primero, que la insurgencia sufrió una parcial y relativa derrota política fruto de una errada lectura en El Caguán y de errores cometidos durante la guerra degradada.

Segundo, que la guerrilla no fue derrotada militarmente aunque sí diezmada y desgastada por las enormes fuerzas y recursos usados para tal fin por el Estado colombiano con el apoyo del imperio.

Tercero, que el latifundismo guerrerista fue quien canalizó principalmente ese triunfo relativo sobre la insurgencia y mantiene la fuerza acumulada con cierta autonomía frente a sus aliados históricos, la gran burguesía y el imperio.

Cuarto, que el imperio y la gran burguesía quieren la paz para implementar sus planes neoliberales expansionistas, extractivistas y de despojo, pero que tampoco van a sacrificar totalmente al latifundismo uribista.

Quinto, que la única forma de avanzar como país y como pueblo es en un clima de paz.

Sexto, que la terminación del conflicto armado sólo será –en la práctica y en lo inmediato– una precaria tregua.

Séptimo, que para poder retomar la bandera de la paz y entusiasmar al grueso del pueblo colombiano, la dirigencia insurgente tendrá que pensar y actuar con una visión de mediano plazo.

Octavo, que en un clima de paz, aún con la amenaza de las Bacrim, las reivindicaciones sociales se convertirán en la principal herramienta de lucha popular.

Noveno, que a pesar de todas las provocaciones y riesgos, las fuerzas insurgentes convertidas en fuerza política legal, comprometidas realmente con la lucha por la democracia, tendrán el camino despejado siempre y cuando, con hechos reales y formas simbólicas coherentes, se la jueguen por la paz. Sólo así, poco a poco, paso a paso, con paciencia y perseverancia, revertirán las mentiras, embustes y campañas mediáticas que se montaron contra ellos gracias a algunos errores cometidos que fueron motivados o causados por la degradación de la guerra. 

Décimo, que la acción política en Colombia y en el mundo necesitan un replanteamiento y una re-ingeniería urgente. La democracia representativa y el parlamentarismo tradicional no convocan a las mayorías de la población. Se requiere la acción “desde arriba” (gestión estatal) y “desde abajo” (gestión social de base) con visión transformadora y prácticas creativas para recuperar y desarrollar nuevas formas de democracia directa, representativa, deliberativa y participativa que le ofrezca espacios de acción decisoria y protagónica a amplios sectores de la sociedad.       

Si la insurgencia trabaja con humildad, grandeza, generosidad y gran visión estratégica durante el final de las negociaciones, sin aspirar a obtener ventajas de ningún tipo, y si mantiene ese espíritu durante el período de post-conflicto, cuidando a su dirigencia y a todas sus bases de una forma metódica y juiciosa, podrá convertir los acumulados políticos y los mitos históricos en fuerza política más allá de sus tradicionales bases campesinas y colonas.

Si no lo hace… ¡perderá su última oportunidad!


E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado

jueves, 8 de octubre de 2015

SI URIBE NO HACE PARTE DE LOS ACUERDOS… ¡NO HABRÁ PAZ DURADERA!

SI URIBE NO HACE PARTE DE LOS ACUERDOS… ¡NO HABRÁ PAZ DURADERA!

Bogotá, 9 de octubre de 2015

En verdad, estamos muy cerca de la terminación del conflicto armado en Colombia. Deberíamos estar preparando una fiesta, pero no. Parece que fuéramos a un funeral. Y eso es grave. Ya ha pasado.

Cada quien se siente víctima y no victimario

Uno de los problemas consiste en que una buena cantidad de gente –con justas razones–, quiere ver a los comandantes de las FARC en La Picota (http://bit.ly/1VGKq6i).

Otras personas, también con mucha razón, hacen fuerza porque Uribe pague por sus crímenes. Lo ven juzgado por el Tribunal de Justicia Transicional o por la Corte Penal Internacional (http://bit.ly/1GhOk0a).

Por ahora, teniendo en cuenta lo anunciado en La Habana, y sobre todo, las  declaraciones y actuaciones del Fiscal General, parece que lo primero no va a suceder y lo segundo pudiera tener más posibilidades de ser realidad.

Eso tiene crispado a Uribe, al borde de un ataque de nervios al Procurador, muy preocupados y enojados a sus incondicionales seguidores, entusiasmadas a las víctimas del paramilitarismo y llenos de felicidad a los más apasionados opositores del expresidente.

El aspecto más sensible está contenido en el punto 4 del Comunicado conjunto N° 60 sobre el Acuerdo de            creación de una Jurisdicción Especial para la Paz que dice: “(…) el Estado colombiano otorgará la amnistía más amplia posible por delitos políticos y conexos.” (http://bit.ly/1NNj9yt).

El problema consiste en que la categoría de delitos políticos solo acoge a las conductas relacionadas con la rebelión protagonizada por la insurgencia mientras que los militares, funcionarios del Estado y particulares, no son cobijados por dicho concepto.   

Los negociadores del gobierno en La Habana y el mismo presidente Santos han sentido la presión. Han dicho que los acuerdos son parciales, que están en desarrollo (http://bit.ly/1PkhyRB).

Mientras tanto, los negociadores de las FARC saben que metieron un gol y se aferran a lo firmado (http://bit.ly/1MhhUaV).

El gobierno sabe que la percepción general entre la población va pasando de la indiferencia inicial a un cierto interés por la polémica que se ha armado.

La paz se hace entre personas y con el contradictor

Pero lo que debe preocupar es que no nos demos cuenta que el problema no es si se firman o no los acuerdos de La Habana. El problema real –que es muy grave–, consiste en que no se haga la paz entre los colombianos.

Si las fuerzas de la guerra, todas, incluyendo uno de los principales protagonistas como es el expresidente Uribe, no hacen parte del acuerdo, no habrá paz en nuestro país.

Si se aspira a que la terminación del conflicto armado entre la guerrilla y el Estado sea un paso efectivo hacia la construcción de la paz, tendremos que encontrar un punto de equilibrio. El gobierno –que representa al Estado– deberá encontrar formas de transar acuerdos con Uribe. Es indispensable.

De no conseguirse ese equilibrio, las mayorías colombianas pueden pasar de una esperanza escéptica a una especie de sorpresa mayúscula y de allí, muy fácilmente, a un rechazo general al acuerdo.

Ese sería el terreno ideal para que la guerra continuara. Así la guerrilla y el gobierno firmaran los acuerdos, la amenaza y la muerte estarían respirándonos en la nuca. Los grupos ilegales siguen armados, las estructuras están vivas y nuevas víctimas estarían a la vista.

Es importante recordar que la guerra en Colombia –como en todo el mundo– siempre es protagonizada por minorías organizadas y armadas, apoyadas en estados mentales y emocionales de un sector de la población, con consecuencias negativas para toda la sociedad.

Es muy preocupante. El triunfalismo es mal consejero. Tenemos seis meses para ajustar el “chico”. Nada sacaremos con una “paz” que se convierta en una precaria tregua mientras se afilan a la sombra los machetes.

Es duro decirlo pero, el entusiasmo por el apretón de manos entre Santos y Timochenko no ha pasado de ser un liviano aire de ilusión en medio de un torbellino de incertidumbres.

Paz más allá de los acuerdos… desarme de los espíritus

La Paz requiere de un verdadero espíritu de reconciliación. No se percibe ese espíritu en nuestros líderes y dirigentes.

Todavía nos amenazamos usando formas sutiles: "no autorizaré matarte"... (http://bit.ly/1jhDhgr) - (http://bit.ly/1OqkvPP).

Buscamos la forma de obtener ventajas en la Mesa: "lo firmado es inmodificable"... (http://bit.ly/1PkhyRB) - (http://bit.ly/1MhhUaV).

El contradictor sigue siendo el "enemigo a muerte" y se lo trata con displicencia y sobradez: "aproveche la oportunidad"... (http://bit.ly/1Ofeua7).

Para construir una verdadera paz, como la que conquistó Mandela, se requiere más que palabras. La forma, las maneras, los mensajes corporales, a veces son más importantes que las palabras. Hay que desarmar al contradictor con una actitud diferente.

Otros creen que la paz es cuestión de leyes y normas, “adecuaciones institucionales”, y todo tipo de componendas legalistas que no “amarran” nada si no existe una verdadera voluntad de paz y reconciliación.

El pueblo y la sociedad están esperando verdaderos mensajes de reconciliación y perdón. Pero se encuentra con todo tipo de manifestaciones contrarias: desacuerdos, rectificaciones, palabras altisonantes, amenazas, chantajes, oposiciones obtusas, etc.


Para construir la paz hay que vivirla. 

E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado 

martes, 6 de octubre de 2015

LAS FARC REINSERTADAS ENTRE “LOS NUEVOS TRABAJADORES” Y LA BURGUESÍA MEDIA EMERGENTE DE ORIGEN INDO-AFRO-MESTIZO

LAS FARC REINSERTADAS ENTRE “LOS NUEVOS TRABAJADORES” Y LA BURGUESÍA MEDIA EMERGENTE DE ORIGEN INDO-AFRO-MESTIZO

Bogotá, 6 de octubre de 2015

Definitivamente las FARC han dado el paso decisivo hacia la terminación del conflicto armado. Su proceso de reinserción a la sociedad civil no va a ser fácil. Se encontrarán –sobre todo en las ciudades– con una nueva realidad.

En lo inmediato, seguramente seguirán atados a la problemática agraria, campesina y rural. Fue la que les dio vida. Allí tienen sus bases organizadas y con ellas tratarán de concretar algunos de los puntos negociados en La Habana.

Sin embargo, la dinámica de la lucha política, si efectivamente quieren convertir su potencia simbólica en fuerza transformadora (en parte “derrotada”, en parte “expectante”, pero latentemente real), deberá llevarlos en forma inmediata a enfrentar la realidad de las ciudades.

En esos grandes centros urbanos, que aglutinan a la mayoría de la población colombiana (75%), ya no encontrarán la situación que se vivía en el siglo pasado (XX). Allí las fuerzas sociales que pueden apoyar las transformaciones por las que luchaban las FARC con las armas en la mano, ya no son las mismas.

Los trabajadores han cambiado. El proletariado industrial ha sido reducido a un mínimo y ya no es la principal fuerza revolucionaria. Son ahora muy pocos. Por un lado, debido al proceso de desindustrialización del país. Por otro, por el impacto de los avances tecnológicos aplicados durante la fase de post-fordismo. Además, están más o menos cómodos, son los trabajadores mejor pagados, con algo de estabilidad laboral y condiciones de “trabajo decente” y formalizado.

La inmensa mayoría de los trabajadores pertenecen al sector de los servicios y el comercio. Algunos de ellos están al servicio del Estado y son también, relativamente privilegiados. El resto de trabajadores, sobreviven en medio de la más absoluta precariedad laboral, con contratos temporales, de prestación de servicios, contratados por medio de cooperativas de trabajo asociado, o tienen pequeños emprendimientos que están subordinados al gran capital que de infinidad de formas se le apropian de sus esfuerzos y ganancias.

A su lado sobreviven millones de personas en la más terrible informalidad. Es el desempleo disfrazado de “informal”, de “subempleo” y de “economía popular”. Multiplicidad de actividades se presentan como formas de empleo en las estadísticas oficiales para inflar las cifras que artificialmente nos indican que el índice de desempleo está por debajo del 10%. Pero en la práctica, son sólo formas de sobrevivencia que desnudan la pobreza y miseria en que viven millones de personas, entre las cuales sobresalen los desplazados de la violencia.     

Sin embargo, al lado de esta realidad, en medio de ella, han aparecido dos clases sociales que están por ser estudiadas con mayor detenimiento pero que se observan a simple vista. Una, la “Nueva Clase Trabajadora” o “profesionales precariados”. La otra, la “Burguesía Media Emergente de origen indo-afro-mestizo”[1].

Estas dos clases sociales son las que se muestran más dinámicas en todo sentido. Los profesionales precariados, la mayoría asalariados, son el sector más preparado intelectualmente de los trabajadores. Muchos de ellos tienen también emprendimientos y se pueden confundir con la “burguesía emergente” pero la diferencia es que su principal “activo” es el trabajo intelectual (cognitivo). No cuentan con capital y la gran mayoría de ellos combinan muchas formas de trabajo asalariado para sobrevivir como “empresarios”. Muchos, los más jóvenes y viejos, sufren el desempleo. Quieren incursionar en la política, lo intentaron con la “ola verde” pero, todavía no construyen su propio programa y estrategia.

La burguesía emergente de origen indo-afro-mestizo no es homogénea. Ha surgido en varias oleadas, canalizando recursos de economías legales e ilegales, y de diversas bonanzas (coquera, marimbera, cafetera, minera, etc.). Muchos también son desplazados por la violencia. Recursos monetarios provenientes del narcotráfico y de la minería ilegal, como los que canalizaban las “pirámides parafinancieras” (DMG y DRFE), son parte de la base económica de sus negocios. Incursiona en todo tipo de actividades. Se ha imbricado incluso en el sector financiero pero su nicho principal es el comercio y los servicios.

Esa burguesía emergente compite por la ganancia con la gran burguesía transnacionalizada pero no es revolucionaria ni nacionalista. Se acomoda, se camufla, participa y pelea por burocracia y contratación estatal, se alía con mafias y paramilitares reinsertados que han dinamizado las economías de barrios populares en donde aparecen las famosas “placitas campesinas”, cadenas de restaurantes, bares y cantidad de nuevos negocios. Claro, a su lado, la economía criminal, la extorsión, el “gota a gota”, el micro-tráfico de drogas ilícitas, la prostitución, hacen su agosto. Políticamente está más cercana al “uribismo” pero su origen, sus intereses y su corta vida, la hacen esencialmente oportunista y acomodaticia.

Estas nuevas realidades sociales son las que encontrarán las FARC. Un amigo dice: “Las FARC después de tanta muerte han sido ganadas para la vida y la alegría. Eso de por si significa –sin calcularlo a primera vista–, una gran revolución por la igualdad. Porque las armas profundizaron la inequidad y contribuyeron al imperio de la injusticia”[2].

Y remata haciendo un particular “análisis DOFA” aplicado a las FARC que sirve para toda la sociedad colombiana: “La debilidad más grande frente al humanismo es la guerra; la fortaleza será la paz; la amenaza será la venganza; y la oportunidad será el amor”[3].

Las FARC tienen una oportunidad de oro al pasar a la vida política legal, civilista y pacífica. Deberán revolucionar también a las fuerzas democráticas y a la izquierda, sacudirlas de una forma suave y elegante para involucrarse conjunta y colectivamente en una revolución ética y tranquila, que rescate y recree –de una forma nueva–, el famoso llamado de Jorge Eliécer Gaitán: “¡Por la restauración moral de la República!”.

E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado


[1] Concepto elaborado por el Movimiento Voz Socialista del Perú.  

[2] Aporte de Amadeo Cerón Chicangana, diputado por ASI del Cauca.

[3] Ídem.