Bogotá, 23 de octubre
de 2015
“Ningún poder tolera que dejes al aire su recursos, que desveles sus
mecanismos, sus pudicias y miserias.”
Rafael Chirbes
Lo primero que debo decir es que
el próximo domingo votaré con entusiasmo en Bogotá para alcaldía por Clara
López y para Concejo Distrital por Yezid García Abello.
Sin embargo, considero casi una
obligación presentar por adelantado mi punto de vista sobre lo que posiblemente
ocurra. Tengo la convicción de que el analista debe hacer el esfuerzo de
anticiparse a los acontecimientos, prever lo que puede ocurrir, identificar los
antecedentes y las causas, y poder así, posteriormente y de acuerdo a los
resultados, reafirmarse o corregir con base en lo que suceda. No me gusta
llover sobre mojado ni llorar sobre leche derramada.
No deseo ser ave del mal agüero
ni actuar como Casandra ante el desastre. Sé que un día antes de las elecciones
una simple opinión no va a cambiar la decisión de la gente. Por eso espero que
no vaya ocurrir como en el remoto pasado que ante una situación de fracaso, se elegía
un chivo expiatorio que casi siempre era al mensajero o el pregonero, para
calmar a la comunidad y conseguir que los causantes de la situación ocultaran
su responsabilidad.
Todo parece indicar que el próximo
25 de octubre finaliza el período de 3 gobiernos de izquierda en Bogotá. Ese ejercicio
político-administrativo es parte del ciclo de gobiernos progresistas que en Latinoamérica
se inició con Chávez en Venezuela en 1999, seguido de lo ocurrido en Brasil,
Argentina, Uruguay, Chile, Bolivia y Ecuador.
Los antecedentes de este acceso
de fuerzas democráticas y de izquierda a los gobiernos de diversos países de
Sudamérica y de algunas ciudades importantes, fueron las grandes y poderosas
movilizaciones contra el Consenso de Washington y su modelo neoliberal que
protagonizaron los trabajadores, indígenas y campesinos, y los habitantes de
las barriadas populares de las ciudades de esta región. Sin ese antecedente
ello no hubiera sido posible.
La pregunta es… ¿el descalabro de
la izquierda en Bogotá será el inicio del fin del ciclo progresista en toda
América Latina? Sabemos que Colombia casi siempre se ha adelantado en todo pero
no ha logrado “coronar” y consolidar los procesos de cambio. Recordemos que la
Constituyente de 1991 fue precursora de los procesos constituyentes de
Venezuela, Ecuador y Bolivia. Ahora, por eso nos preguntamos… ¿nos estamos
adelantando también en la derrota de los gobiernos progresistas?
Las elecciones locales en Bogotá
Sabemos, porque lo hemos
comprobado desde la década de los años 90s del siglo pasado (XX), que un buen
sector del pueblo bogotano es independiente. Esa independencia se expresó con
la elección de Antanas Mockus en 1994 y 2000, y de Enrique Peñalosa en 1997.
Luego, gran parte de ese electorado independiente giró hacia la izquierda en protesta
contra las ejecuciones neoliberales y privatizadoras de esos gobiernos. Se eligió
entonces, a Lucho Garzón en 2003, a Samuel Moreno en 2007 y en 2011, una parte
de esa población se sostuvo en una posición de izquierda para elegir a Gustavo
Petro, que ganó con un 32% de los votos ante la enorme división de la derecha.
Ese electorado premió a Petro por
haber denunciado con valentía la corrupción del Cartel de la Contratación que
con la complicidad de Samuel Moreno saqueó las arcas del Distrito Capital con
el concurso de algunos concejales de los partidos de la U, el Polo, Cambio
Radical y Liberal. Fue un triunfo minoritario que requería de una estrategia
muy fina para poder revertir la mala imagen que había quedado de la
administración polista de los hermanos Moreno.
Hoy la situación es similar a la
de hace 4 años pero mucho más compleja. Las derechas se mantienen divididas
pero no es tanta su dispersión como entonces. Los conservadores, Cambio Radical
y un sector de los “verdes” se alinearon con Peñalosa. El liberalismo gavirista
se alió con el partido de la “U” (santista) alrededor de Rafael Pardo, quien
recibió a última hora el respaldo de otro sector de los “verdes”. El Centro
Democrático de Uribe sostiene a Francisco Santos pero un sector de sus bases se
ha ido desplazando hacia Peñalosa.
La izquierda finalmente terminó
agrupándose alrededor de Clara López, la candidata del Polo Democrático
Alternativo. Los Progresistas de Petro, la UP, Marcha Patriótica, otro sector
de los “verdes”, MAIS y otros grupos pequeños, respaldan su propuesta. Sectores
liberales de la “casa Samper”, la “casa López”, y algunas personalidades
conservadoras también se han sumado a su candidatura.
A pesar de las positivas cifras
de gestión que presenta el gobierno de la Bogotá Humana en materias sociales,
la matriz de opinión que han logrado imponer los grandes empresarios, los
poderosos contratistas, los políticos privatizadores y los dueños de los
monopolios comerciales, usando con parcialidad y descaro los medios de
comunicación privados, consiste en afirmar que la ciudad ha retrocedido
enormemente en construcción de vivienda, movilidad y seguridad. Ha hecho
carrera la idea de que Bogotá vive en caos y que sufre de falta de autoridad.
El “partido de la desinformación” logró su primer triunfo.
Todo lo anterior ha logrado
confundir a buena parte de la población bogotana. La campaña contra el
denominado “castro-chavismo” que se confeccionó alrededor del proceso de paz y
de la confrontación fronteriza con el gobierno de Venezuela, también ha hecho
mella. Esa población que tiene un marcado carácter independiente, que es la que
ha inclinado la balanza y decidido en las últimas cinco elecciones, se
encuentra desconcertada, dispersa, algunos escépticos, otros desilusionados.
Muchos se han separado de la izquierda. Algunos de ellos votarán por Pardo,
quien se ha convertido en un factor aparentemente neutral pero que en últimas
favorece a Peñalosa.
A ello se suma que Clara no logró
“despartidizar” su propuesta. El gran frente social y de izquierda no mutó
hacia una propuesta realmente ciudadana que, como lo ha planteado acertadamente
Yezid García Abello, “combine creativamente la acción política de las viejas y
las nuevas ciudadanías” (http://bit.ly/1OWd6bi).
Dicho frente priorizó los acuerdos entre partidos y grupos “por arriba” pero no
consiguió trasmitir un espíritu de participación ciudadana y comunitaria, única
fórmula para impedir la corrupción y el burocratismo, y un ingrediente
necesario para ganar las elecciones en la recta final de la campaña.
En ese punto es donde se conecta
la experiencia bogotana de la izquierda progresista con los procesos de cambio
de los gobiernos bolivarianos y progresistas de América Latina.
Los procesos de cambio de América Latina
Es indudable que el momento de
auge democrático en los países sudamericanos que han elegido gobiernos como el
de Lula y Dilma en Brasil, los Kichner en Argentina, Pepe Mujica y Tabaré
Vásquez en Uruguay, la Bachelet en Chile, Chávez y Maduro en Venezuela, Correa
en Ecuador y Evo en Bolivia, está en declive. Ahora estamos empezando a vivir
situaciones inéditas. Protestas manipuladas por las derechas pero con algunas
razones evidentes. Corrupción incrustada en los “Estados Heredados” protagonizada
por dirigentes de los partidos de gobierno.
En Brasil las protestas contra la
realización del mundial de fútbol sorprendieron al mundo. Ahora se han hecho
sentir grandes movilizaciones contra el gobierno de Dilma Rousseff por
peculados en Petrobras. La imagen de Maduro en Venezuela no es la mejor y se
corre el riesgo de perder las elecciones legislativas. En Bolivia el pueblo
protagonizó una fuerte protesta contra el “gasolinazo” que el presidente
Morales intentó aprobar y también, las comunidades indígenas amazónicas se
movilizaron en defensa del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Secure
(TIPNIS). Y en Ecuador los indígenas y trabajadores del Estado han
protagonizado diversas protestas e intentaron en 2015 realizar un paro
nacional.
Del auge democrático hemos pasado
a una situación paradójica de protestas e inconformidad popular, que así no sea
todavía muy fuerte y profunda, debe ser una alerta para quienes se autodenominan
los gobiernos de las organizaciones sociales, los trabajadores o la ciudadanía.
Mucho más cuando las arcas estatales sufren por la caída de los precios del
petróleo y de algunas materias primas.
La mayoría de los gobiernos le
achacan esos brotes de protesta a la intervención imperial que utiliza ONGs y
agencias gubernamentales de los EE.UU. como USAID u otras, a los complots
oligárquicos que intentan desestabilizar a los gobiernos, y a la manipulación
de los medios de comunicación privados. Sin embargo, es indudable que existen
causas reales que justifican algunas de esas protestas.
Lo que nos interesa señalar es
que existen problemas de fondo que afectan los proyectos políticos que dicen
estar en camino del “socialismo del siglo XXI”. Dichos problemas deben ser identificados
y resueltos para poder retomar el rumbo y el ritmo de las transformaciones
estructurales que se requieren para poder satisfacer los anhelos de cambio de
las grandes mayorías. Solo así se pueden profundizar los procesos democráticos para
avanzar con certeza y coherencia hacia fases post-neoliberales y
post-capitalistas.
Los problemas de fondo
Pareciera que la bonanza de los
precios del petróleo y de las materias primas (commodities) hubiera hecho ilusionar a los gobernantes progresistas
con la posibilidad de mejorar las condiciones de vida de la mayoría de su
población sin necesidad de realizar cambios drásticos en las relaciones
sociales y productivas, en la estructura del Estado y en la forma como estamos
relacionados con las metrópolis capitalistas (relaciones de dependencia y
subordinación).
Una alianza con la burguesía
tradicional o con burguesías emergentes para impulsar una especie de
capitalismo “andino” o “latinoamericano” se ha ido fraguando a la sombra del
progresismo. La idea es impulsar una política “desarrollista” que se convierta
en el soporte de la integración regional y sirva para construir una verdadera
autonomía económica. Sin embargo, las necesidades inmediatas, las presiones
electorales y las contingencias coyunturales están obligando a financiar la
supuesta independencia del imperio estadounidense con empréstitos e inversiones
provenientes de otras potencias económicas como Rusia, China, Irán, India o el
mismo Brasil, que ya actúa como sub-imperio.
En esa dirección la integración
sudamericana y latinoamericana avanzaba con cierta dinámica. La creación de organismos
multilaterales como MERCOSUR, UNASUR, ALBA, CELAC y otros, mostraba signos
alentadores de que el ideal de la Patria Grande Latinoamericana se convertiría
en una realidad. Pero el grave problema es que al frente de ese intento se
mantiene la “hegemonía ideológica colonial y capitalista” y no se ven signos de
que se realicen serios esfuerzos por diseñar y construir una Hegemonía Social
de los Pueblos y los Trabajadores.
Lo que preocupa es que el modelo
de desarrollo no se cuestiona para nada. El paradigma del progreso basado en el
crecimiento económico sigue intocable, e incluso, la integración
latinoamericana se proyecta sólo alrededor de la construcción de
infraestructura (carreteras, vías férreas, oleoductos, etc.) para mejorar el
intercambio comercial, mientras que la integración de los pueblos y los
trabajadores para compartir nuevas experiencias en la visión y apropiación
colectiva del territorio, de lo productivo, educativo, cultural, ambiental,
comunicativo, etc., no se estimuló ni concretó en verdaderos proyectos
conjuntos.
Lo que observamos es que una vez
se evidencian las limitaciones económicas frente a la nueva ofensiva de los
EE.UU. en el terreno económico, cada quien, cada gobierno o líder carismático,
vuelve a su nación a resolver los problemas y a apagar los fuegos que empiezan
a encenderse. Sabemos que el imperio estadounidense impulsa un nuevo tipo de
guerra económica alrededor del control monetario. Los estrategas
norteamericanos lograron diseñar una estrategia para conseguir un relativo
auto-abastecimiento de combustibles fósiles utilizando la técnica salvaje del “fracking”
y, con base en esa situación, han promovido la caída de los precios
internacionales del petróleo y la revaluación del dólar. Ello incrementó exponencialmente
la deuda pública de diferentes países, trayendo consigo crisis fiscales y
económicas latentes en las naciones que dependen de la extracción de petróleo y
de otras materias primas.
Hoy, los grandes proyectos de
integración están aplazados. La política de “buenos vecinos” que diseñó Obama
con Cuba, Venezuela y ahora, las FARC en Colombia, empieza a dar sus frutos.
Ante la realidad de los hechos los gobiernos se ven obligados a realizar sus
propios ajustes, muchos de ellos asumiendo la agenda de derecha. Sus economías
absolutamente dependientes de los proyectos extractivistas, obligan a los
gobiernos a ser más moderados en el tratamiento contractual e impositivo con las
empresas transnacionales y –en ocasiones– a enfrentarse política y físicamente con
comunidades que rechazan esos proyectos.
En esa dinámica los gobiernos
progresistas y de izquierda realmente se han limitado a aplicar políticas
asistencialistas principalmente en las áreas de la educación y la salud,
replicando los planes y programas diseñados por el Banco Mundial basados en
“subsidios condicionados en efectivo para poblaciones vulnerables”, se han
reversado algunas privatizaciones, renegociado contratos con transnacionales,
pero en lo fundamental, la esencia del neoliberalismo y del sistema capitalista
no ha sido intervenido ni tocado.
Se argumenta que no existe la
suficiente correlación de fuerzas para intentarlo. Pero, conectado con esa
situación, el problema principal es la evidente incapacidad de impulsar procesos
de organización social y ciudadana que les permitan a los pueblos y a los
proyectos políticos del cambio, construir nuevos tipos de democracia “desde
abajo”, que sirvan para acumular y consolidar la potencia popular organizada
para sustentar cambios sustanciales.
Ni siquiera se han hecho
esfuerzos por desarrollar procesos organizativos que nos permitan contrarrestar
los vicios propios de un Estado Heredado, que por esencia es colonial y
capitalista, burocrático e ineficiente, promotor de la corrupción y el
despilfarro, y que en la actual coyuntura, por el contrario, se ha convertido
en herramienta para cooptar y corromper a los dirigentes de las organizaciones
sociales y de los partidos políticos de izquierda.
En el caso de Bogotá durante
estos 12 años en esta materia no se ha avanzado gran cosa. Muchos dirigentes
sociales se transformaron en funcionarios directos de la administración o en
“gestores” y “agentes” de ONGs. Las alcaldías locales han reproducido las
perversiones administrativas que se han incrustado en la administración
distrital. El ideal del dirigente es ser edil, concejal o simple candidato para
poder negociar y acceder a los contratos. La acción ciudadana, el control
social, las veedurías comunitarias se quedaron en el discurso.
Y, de acuerdo a lo que nos
informan desde otros países donde los movimientos denominados bolivarianos,
ciudadanos, progresistas o “socialistas” administran el Estado Heredado, la
situación es igual o hasta peor.
Necesidad de replanteamientos y nuevos paradigmas
Es indudable que se requiere un
serio replanteamiento. Los gobiernos retroceden frente a las presiones del
capital financiero y paralelamente, han desarmado y descuajado al movimiento
social y popular que era su gran soporte.
En Colombia, en América Latina y
en el mundo, se necesita repensar la estrategia. El sólo hecho de que las
fuerzas de izquierda de la capital de Colombia estén enfrentando un debate
electoral tan cerrado después de 12 años de gobierno, ya es una derrota.
Nota: Como no todo puede ser negativo, en el sur de Colombia
tenemos un ejemplo interesante de continuidad de gobiernos alternativos. En el
departamento de Nariño está asegurado el triunfo del candidato “verde” Camilo
Romero. Él representa la continuidad familiar de una serie de luchadores
demócratas y de izquierda, y a la vez, es la feliz secuencia de gobiernos
progresistas desde 2001 cuando ganó la gobernación Parmenio Cuéllar en
representación del PDI. Además en su
programa de gobierno impulsa y
reivindica la visión del “buen vivir” y de la economía colaborativa. Hay que
aprender de dicha experiencia.
E-mail: ferdorado@gmail.com
/ @ferdorado
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