SI URIBE NO HACE PARTE DE LOS ACUERDOS… ¡NO
HABRÁ PAZ DURADERA!
Bogotá, 9 de octubre
de 2015
En verdad, estamos muy cerca de
la terminación del conflicto armado en Colombia. Deberíamos estar preparando
una fiesta, pero no. Parece que fuéramos a un funeral. Y eso es grave. Ya ha
pasado.
Cada quien se siente víctima y no victimario
Uno de los problemas consiste en
que una buena cantidad de gente –con justas razones–, quiere ver a los
comandantes de las FARC en La Picota (http://bit.ly/1VGKq6i).
Otras personas, también con mucha
razón, hacen fuerza porque Uribe pague por sus crímenes. Lo ven juzgado por el
Tribunal de Justicia Transicional o por la Corte Penal Internacional (http://bit.ly/1GhOk0a).
Por ahora, teniendo en cuenta lo
anunciado en La Habana, y sobre todo, las declaraciones y actuaciones del Fiscal
General, parece que lo primero no va a suceder y lo segundo pudiera tener más
posibilidades de ser realidad.
Eso tiene crispado a Uribe, al
borde de un ataque de nervios al Procurador, muy preocupados y enojados a sus
incondicionales seguidores, entusiasmadas a las víctimas del paramilitarismo y
llenos de felicidad a los más apasionados opositores del expresidente.
El aspecto más sensible está
contenido en el punto 4 del Comunicado conjunto N° 60 sobre el Acuerdo de creación de una Jurisdicción Especial
para la Paz que dice: “(…) el Estado colombiano otorgará la amnistía más amplia
posible por delitos políticos y conexos.” (http://bit.ly/1NNj9yt).
El problema consiste en que la
categoría de delitos políticos solo acoge a las conductas relacionadas con la rebelión
protagonizada por la insurgencia mientras que los militares, funcionarios del Estado
y particulares, no son cobijados por dicho concepto.
Los negociadores del gobierno en
La Habana y el mismo presidente Santos han sentido la presión. Han dicho que
los acuerdos son parciales, que están en desarrollo (http://bit.ly/1PkhyRB).
Mientras tanto, los negociadores
de las FARC saben que metieron un gol y se aferran a lo firmado (http://bit.ly/1MhhUaV).
El gobierno sabe que la
percepción general entre la población va pasando de la indiferencia inicial a un
cierto interés por la polémica que se ha armado.
La paz se hace entre personas y con el contradictor
Pero lo que debe preocupar es que
no nos demos cuenta que el problema no es si se firman o no los acuerdos de La
Habana. El problema real –que es muy grave–, consiste en que no se haga la paz
entre los colombianos.
Si las fuerzas de la guerra,
todas, incluyendo uno de los principales protagonistas como es el expresidente Uribe,
no hacen parte del acuerdo, no habrá paz en nuestro país.
Si se aspira a que la terminación
del conflicto armado entre la guerrilla y el Estado sea un paso efectivo hacia
la construcción de la paz, tendremos que encontrar un punto de equilibrio. El
gobierno –que representa al Estado– deberá encontrar formas de transar acuerdos
con Uribe. Es indispensable.
De no conseguirse ese equilibrio,
las mayorías colombianas pueden pasar de una esperanza escéptica a una especie
de sorpresa mayúscula y de allí, muy fácilmente, a un rechazo general al acuerdo.
Ese sería el terreno ideal para
que la guerra continuara. Así la guerrilla y el gobierno firmaran los acuerdos,
la amenaza y la muerte estarían respirándonos en la nuca. Los grupos ilegales
siguen armados, las estructuras están vivas y nuevas víctimas estarían a la
vista.
Es importante recordar que la
guerra en Colombia –como en todo el mundo– siempre es protagonizada por
minorías organizadas y armadas, apoyadas en estados mentales y emocionales de un
sector de la población, con consecuencias negativas para toda la sociedad.
Es muy preocupante. El
triunfalismo es mal consejero. Tenemos seis meses para ajustar el “chico”. Nada
sacaremos con una “paz” que se convierta en una precaria tregua mientras se
afilan a la sombra los machetes.
Es duro decirlo pero, el
entusiasmo por el apretón de manos entre Santos y Timochenko no ha pasado de
ser un liviano aire de ilusión en medio de un torbellino de incertidumbres.
Paz más allá de los acuerdos… desarme de los espíritus
La Paz requiere de un verdadero
espíritu de reconciliación. No se percibe ese espíritu en nuestros líderes y
dirigentes.
Todavía nos amenazamos usando
formas sutiles: "no autorizaré
matarte"... (http://bit.ly/1jhDhgr)
- (http://bit.ly/1OqkvPP).
Buscamos la forma de obtener
ventajas en la Mesa: "lo firmado es
inmodificable"... (http://bit.ly/1PkhyRB)
- (http://bit.ly/1MhhUaV).
El contradictor sigue siendo el
"enemigo a muerte" y se lo trata con displicencia y sobradez: "aproveche la oportunidad"... (http://bit.ly/1Ofeua7).
Para construir una verdadera paz,
como la que conquistó Mandela, se requiere más que palabras. La forma, las
maneras, los mensajes corporales, a veces son más importantes que las palabras.
Hay que desarmar al contradictor con una actitud diferente.
Otros creen que la paz es
cuestión de leyes y normas, “adecuaciones institucionales”, y todo tipo de
componendas legalistas que no “amarran” nada si no existe una verdadera
voluntad de paz y reconciliación.
El pueblo y la sociedad están esperando
verdaderos mensajes de reconciliación y perdón. Pero se encuentra con todo tipo
de manifestaciones contrarias: desacuerdos, rectificaciones, palabras
altisonantes, amenazas, chantajes, oposiciones obtusas, etc.
Para construir la paz hay que
vivirla.
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