Bogotá, 15 de octubre
de 2015
“No hay camino para la paz, la paz es el camino”.
Mahatma Gandhi
Ahora que se ha entrado en la
recta final del proceso consensuado de terminación del conflicto armado en
Colombia, han aparecido las posiciones clásicas “propias” de la fase terminal
de los llamados “procesos de paz”.
¿Los extremos se juntan?
La primera consiste en afirmar
que las FARC se han sometido al Estado sin conseguir nada.
La segunda plantea que el
gobierno entregó el Estado y el país a la insurgencia.
Ambas consideran entonces, que la
guerra debe seguir.
Para los primeros, en La Habana
deberían haberse conseguido las grandes “transformaciones estructurales”, o
sea, la “revolución por decreto”.
Para los segundos, el gobierno no
podía negociar nada con la guerrilla. Sólo someterlos.
Para los primeros, la oligarquía
no cumplirá nada. Así se consigan algunos puntos, mientras no se desactiven los
grupos paramilitares y no se encarcele a Uribe, los guerrilleros serán
traicionados y asesinados.
Para los segundos, los acuerdos
que se están pactando le van a dar la fuerza a la insurgencia para instaurar
una “dictadura castro-chavista”. “Se pactó con ellos el encarcelamiento de
Uribe” afirmó el Procurador con base en una aseveración similar del
expresidente.
Para los primeros, la guerrilla
no está derrotada ni militar ni políticamente.
Para los segundos la insurgencia
está derrotada política y militarmente.
Para los primeros la guerrilla ha
caído en un “ternurismo”, o sea, va camino al matadero (http://bit.ly/1OCELxK).
Para los segundos el gobierno
sacrificó a la nación y concertó “una paz a la medida de las FARC” (http://bit.ly/1MGkAP0).
Los primeros son muy escasos.
Algunos, son anarquistas exiliados en el exterior o que nunca han vivido en
Colombia. Otros, son “más papistas que el papa”.
Los segundos son más numerosos.
Su caballo de batalla es que existe la posibilidad de “ver en prisión a los
soldados que arriesgaron su vida para defendernos, mientras los
narcoterroristas de la FARC despachan desde el Congreso” (http://bit.ly/1NdpQZo).
¿Algo de verdad?
Estas dos posiciones no son
gratuitas. Así parezcan extremas, tienen algo de verdad.
Los primeros nos recuerdan que la
oligarquía colombiana ha sido criminal, traicionera y perversa. Desde el
atentado a Simón Bolívar pasando por el exilio del general José María Melo, los
magnicidios de Rafael Uribe Uribe y de Jorge Eliécer Gaitán, la traición a los
jefes guerrilleros liberales Guadalupe Salcedo y Dumar Aljure, y los asesinatos
de Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán Sarmiento, Bernardo Jaramillo Ossa,
Carlos Pizarro León-Gómez y de miles de militantes de la UP, las clases
dominantes colombianas han desaparecido impunemente a sus contradictores o
enemigos, así sean civiles o se hayan desmovilizado. Siempre se han dado las
mañas de tirar la piedra y esconder la mano. Son expertas en esa conducta.
Y el expresidente Andrés Pastrana
Arango hace unos días confirmó que la estrategia de paz utilizada durante su
gobierno con el apoyo del gobierno de los EE.UU. estaba dirigida en lo
fundamental a ganar tiempo, derrotar políticamente a las FARC y fortalecer la
capacidad militar de su Estado para poder vencer a la guerrilla. Dice sin
ninguna duda ni ambage: “A Manuel Marulanda le advertí francamente, el mismo
día que lo conocí siendo yo presidente electo, que iba a armar nuestras Fuerzas
Armadas hasta los dientes ‘para la guerra o para la paz’.” (http://bit.ly/1jpcK1A). Así, él reclama para
sí, parte de los “triunfos” de Uribe.
Los segundos parten del concepto
clásico de que los revolucionarios socialistas y/o comunistas siempre han
utilizado la combinación de las formas de lucha para lograr sus objetivos. En
el caso de las FARC, esa estrategia se hizo más clara bajo el mando de Jacobo
Arenas a partir de 1983, se aplicó con Belisario Betancur y se mantuvo durante
los diálogos del Caguán. Es decir, es evidente que la guerrilla usó la consigna
de la paz para fortalecerse militarmente, estaban convencidos que podían
derrotar a las fuerzas militares y que el pueblo los acompañaría en ese
propósito revolucionario.
Una buena parte de colombianos
creen que en el actual proceso de paz la guerrilla no ha cambiado de estrategia,
desconfían de la voluntad de paz de las FARC y le temen a la posibilidad de que
ellas lleguen a tomarse el poder, ya sea por la vía militar o por la electoral.
Es así como con dichos
antecedentes hemos llegado al momento actual.
¿La paz por la paz?
Hemos venido planteando que ninguno
de los actores de la vida económica, social y política del país que está
comprometido con la terminación del conflicto armado lo hace por compasión, amor
al prójimo o sentido humanitario. Cada clase social, sector económico y/o
fuerza política necesita la “paz” para impulsar y defender sus intereses.
El imperio y la burguesía
transnacionalizada lo hacen para poder implementar la segunda fase de
neoliberalismo, que es otro tipo de violencia, más refinada y con envoltura de “progreso”.
Nuevas zonas estratégicas ricas en recursos naturales, geopolíticamente claves
como la Orinoquía y la Amazonía, están en su mira. El Chocó Biogeográfico, de
cara al océano pacífico, abundante en recursos mineros, biológicos y sitios
turísticos, también está en su inventario. El tercer mercado de América Latina
y su mano de obra barata, completan el botín que aspiran a apropiarse
plenamente y “en paz”.
Con ese propósito, una parte de las clases dominantes están dispuestas a aprobar
algunas concesiones parciales en materia de tierra y política agraria para
algunos sectores campesinos de zonas de colonización y regiones marginales que
han sido escenario principal del conflicto y de la economía del narcotráfico.
Así mismo, implementarán algunas reformas políticas y jurídicas para garantizar
la acción política legal de la insurgencia tanto en esas regiones como en
cualquier parte del territorio nacional.
Los trabajadores, los pequeños y
medianos productores –empresariales, profesionales, artesanales o comunes–, algunos
sectores de la burguesía emergente y los sectores más pobres y marginados,
aspiran a mejorar sus condiciones de vida, luchar por ampliar y hacer respetar
sus derechos, enfrentar a los grandes monopolios nacionales o extranjeros
mediante la lucha política franca y abierta, civilista y pacífica, y rescatar
la democracia para las amplias mayorías nacionales sin tener que enfrentar la
estigmatización y la criminalización de su lucha por parte del Estado y el
gobierno por supuestamente estar “infiltrada por fuerzas insurgentes”.
Las diversas fuerzas políticas, a
excepción de las que están por mantener la guerra, se preparan para aprovechar
al máximo ese nuevo ambiente de convivencia, reconciliación y paz. Las
expresiones políticas de la gran burguesía no le temen a un supuesto triunfo del
movimiento político que organicen las FARC reinsertadas. A los partidos
políticos que representan los intereses de las clases medias y los trabajadores
no les preocupa la participación política de la insurgencia, constatan a diario
la resistencia que genera la guerrilla entre amplios sectores de la sociedad y se
deslindarán del movimiento legal que ésta organice. Claro, con la excepción de
algunas fuerzas políticas de izquierda que históricamente han sido aliados
leales de los rebeldes alzados en armas.
Los terratenientes de vieja data,
herederos históricos de encomenderos y esclavistas, genética e ideológicamente
reaccionarios, racistas y obtusos políticos, aliados con mafias, militares y
políticos derechistas y algunos sectores de la burguesía emergente que viven de
la ilegalidad y de la guerra, se oponen tanto a la terminación del conflicto
armado como a un verdadero proceso de paz, porque por un lado, viven del
conflicto armado y, por el otro, saben que a mediano plazo sus crímenes –de no
confesarlos ante la justicia transicional–, van a salir a la luz pública y, por
tanto, les va a traer consecuencias jurídicas y políticas negativas e
insospechadas.
De esta forma, las fuerzas que
pretenden aprovechar la paz se han coaligado para aislar y derrotar a las
fuerzas guerreristas, pero por los antecedentes mencionados, la desconfianza en
una verdadera voluntad de paz de la oligarquía, el temor por una jugada
estratégica de la insurgencia, y la existencia de grupos y estructuras armadas
que son residuos del paramilitarismo pero fácilmente reciclables, hacen muy
difícil que los pactos que se firmen para la terminación del conflicto armado
se concreticen en un verdadero clima de paz y convivencia.
Sólo si todos los actores del
conflicto, incluidos los paramilitares traicionados por Uribe, los
paramilitares que no se sometieron a la ley de justicia y paz de 2005, el mismo
Uribe, los militares y funcionarios que actuaron como agentes delictuosos del Estado,
los parapolíticos y los empresarios y particulares que fueron financiadores y
perpetradores de crímenes y masacres, encuentran en el proceso de paz una ruta “justa”
para saldar su deuda con la sociedad que tenga un relativo equilibrio con la
forma como los integrantes de la insurgencia cumplan con su responsabilidad,
podría pensarse en una salida realmente duradera y estable.
¿Cómo lograrlo?
La sociedad en su conjunto está
confundida y dividida. A corto plazo no va a reaccionar. No puede hacerlo. Las
fuerzas democráticas civilistas (izquierda legal, progresistas, independientes,
alternativos, liberales sociales) –a pesar de su buena voluntad– no tienen las
herramientas ni las posibilidades para incidir. Al gobierno, a la burguesía
transnacionalizada y al imperio, les interesa el ambiente de paz pero tampoco
harán algo extraordinario por evitar una nueva masacre de los combatientes desmovilizados
y del pueblo en general. Desarmar a la guerrilla es su objetivo inmediato.
De allí en adelante, como siempre, no responderán por lo que pueda pasar. Se
lavarán las manos olímpicamente. Tampoco tiene un control real de los grupos
paramilitares devenidos en bandas criminales porque la delincuencia y la
criminalidad tienen hoy una dinámica propia, que hoy también es
transnacionalizada y es otro factor de acumulación de capital.
El único actor que puede –en
verdad– derrotar plenamente a las fuerzas guerreristas con la herramienta de la
Paz es la misma insurgencia. Pero para hacerlo la dirigencia de las FARC tiene
que interpretar con absoluta claridad el momento político que vive la Nación.
Si logra dilucidar la complejidad de la situación, podrá, indudablemente,
avanzar por nuevos caminos provechosos para el pueblo y la sociedad colombiana,
y de buena factura para las fuerzas democráticas y para ellos mismos.
¿Cuál es la particularidad de la
situación?
Primero, que la insurgencia sufrió
una parcial y relativa derrota política fruto de una errada lectura en El
Caguán y de errores cometidos durante la guerra degradada.
Segundo, que la guerrilla no fue
derrotada militarmente aunque sí diezmada y desgastada por las enormes fuerzas
y recursos usados para tal fin por el Estado colombiano con el apoyo del
imperio.
Tercero, que el latifundismo
guerrerista fue quien canalizó principalmente ese triunfo relativo sobre la
insurgencia y mantiene la fuerza acumulada con cierta autonomía frente a sus
aliados históricos, la gran burguesía y el imperio.
Cuarto, que el imperio y la gran
burguesía quieren la paz para implementar sus planes neoliberales
expansionistas, extractivistas y de despojo, pero que tampoco van a sacrificar
totalmente al latifundismo uribista.
Quinto, que la única forma de
avanzar como país y como pueblo es en un clima de paz.
Sexto, que la terminación del
conflicto armado sólo será –en la práctica y en lo inmediato– una precaria
tregua.
Séptimo, que para poder retomar
la bandera de la paz y entusiasmar al grueso del pueblo colombiano, la
dirigencia insurgente tendrá que pensar y actuar con una visión de mediano
plazo.
Octavo, que en un clima de paz,
aún con la amenaza de las Bacrim, las reivindicaciones sociales se convertirán
en la principal herramienta de lucha popular.
Noveno, que a pesar de todas las
provocaciones y riesgos, las fuerzas insurgentes convertidas en fuerza política
legal, comprometidas realmente con la lucha por la democracia, tendrán el
camino despejado siempre y cuando, con hechos reales y formas simbólicas
coherentes, se la jueguen por la paz. Sólo así, poco a poco, paso a paso, con
paciencia y perseverancia, revertirán las mentiras, embustes y campañas
mediáticas que se montaron contra ellos gracias a algunos errores cometidos que
fueron motivados o causados por la degradación de la guerra.
Décimo, que la acción política en
Colombia y en el mundo necesitan un replanteamiento y una re-ingeniería
urgente. La democracia representativa y el parlamentarismo tradicional no
convocan a las mayorías de la población. Se requiere la acción “desde arriba” (gestión
estatal) y “desde abajo” (gestión social de base) con visión transformadora y
prácticas creativas para recuperar y desarrollar nuevas formas de democracia
directa, representativa, deliberativa y participativa que le ofrezca espacios
de acción decisoria y protagónica a amplios sectores de la sociedad.
Si la insurgencia trabaja con
humildad, grandeza, generosidad y gran visión estratégica durante el final de
las negociaciones, sin aspirar a obtener ventajas de ningún tipo, y si mantiene
ese espíritu durante el período de post-conflicto, cuidando a su dirigencia y a
todas sus bases de una forma metódica y juiciosa, podrá convertir los
acumulados políticos y los mitos históricos en fuerza política más allá de sus
tradicionales bases campesinas y colonas.
Si no lo hace… ¡perderá su última
oportunidad!
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