lunes, 22 de junio de 2020

PROSUMIDORES Y RECICLADORES NACIDOS EN LA PANDEMIA


PROSUMIDORES Y RECICLADORES NACIDOS EN LA PANDEMIA

Popayán, 22 de junio de 2020

En los barrios del norte de Popayán, Colombia, especialmente en barrios periféricos, ha surgido una iniciativa de organización comunitaria para enfrentar tanto la emergencia sanitaria y humanitaria como la crisis económica que evidenció y potenció la pandemia Covid-19.

La población de esos barrios populares está constituida en su gran mayoría por personas provenientes de áreas rurales de municipios caucanos o departamentos vecinos. Unos pocos individuos son de la ciudad o veredas cercanas. La gran mayoría son integrantes de familias desplazadas por la violencia o por la pobreza extrema.

Antes de la pandemia y del confinamiento obligatorio obtenían sus ingresos de la economía informal. Son vendedores ambulantes, moto-taxistas, trabajadoras domésticas, obreros de la construcción y otras actividades similares. Su nivel de vida es precario y su futuro incierto.

Después de organizarse alrededor de los “huertos comunitarios de emergencia” que sirvieron para llamar la atención y obtener algunas ayudas solidarias, las familias integrantes de ese esfuerzo colectivo aspiran a convertirse en productores de su propia comida y en recicladores de residuos orgánicos. Es una apuesta por rehacer sus vidas y enfrentar un mundo en crisis que les ofrece y amenaza con la esclavitud moderna y/o la indigencia camuflada.

Han ideado un proyecto que consiste en producir simultáneamente peces (tilapia roja) y hortalizas mediante la técnica de aguaponía familiar y urbana, y se están organizando para transformar los residuos orgánicos que genera la población en abonos para sus huertas caseras. Ya están montado dos (2) pilotos del proyecto para generar un efecto demostrativo y conformar una primera asociación con las primeras 90 familias.

Preparando otro Huerto Urbano Comunitario en Lame

Lo llamativo del proceso es que el liderazgo lo ha asumido un grupo de mujeres relativamente jóvenes. Ellas quieren dejar de ser trabajadores dependientes y sueñan con convertirse en “prosumidores” (Rifkin), productores y consumidores a la vez. Su meta es construir una economía relativamente autónoma, que cuente con sus propias fuentes de energía y se apropie de la cadena productiva para eludir los intermediarios que son los que finalmente se apropian del fruto de su trabajo.

Poco a poco, en la medida en que el proceso se ensancha y fortalece van apareciendo conflictos de mayor dimensión. La lucha contra los monopolios privados que se apoderaron desde los años 90s del siglo pasado (XX) de los servicios públicos se les apareció de frente. Las tarifas y costos de la energía eléctrica, agua potable, gas domiciliario y aseo se han incrementado en medio de la pandemia y el confinamiento, la inconformidad general crece y los grupos “en movimiento” se convierten en referentes de coordinación y lucha.

También deben enfrentar las condiciones de ilegalidad de la propiedad de los predios en donde se instalaron estos barrios, surgidos de la acción de urbanizadores piratas que utilizan a funcionarios corruptos para estafar a gente humilde que “invierte” sus escasos ahorros en comprar un “lote” que es entregado con un falso título de propiedad.

De esa manera, la vida obliga a esas comunidades a enfrentar otros problemas acumulados. La alianza que se formó en Popayán desde hace 25 años entre los transportadores y terratenientes sigue “ordenando” la ciudad en favor a sus intereses. Grandes proyectos inmobiliarios en extensos “lotes de engorde” ubicados estratégicamente están en el eje de sus planes. Por ello se niegan a “formalizar” los asentamientos de familias humildes porque son un estorbo para sus negocios. Aspiran a desalojarlos con cualquier excusa. Rechazan la reforma urbana del suelo y se niegan a democratizar la propiedad de la tierra que es el paso necesario para poder realizar programas de vivienda para arrendatarios y gentes de bajos ingresos.   

Huerto en el barrio Canal La Florida

En medio de la pandemia han surgido iniciativas para desmontar los símbolos del poder de la antigua aristocracia payanesa y caucana (pinturas y estatuas de conquistadores españoles y próceres criollos de la independencia) siguiendo el ejemplo de otros pueblos del mundo que están tumbando los íconos que representan el esclavismo, el racismo y la discriminación social. Los movimientos sociales locales empiezan a visualizar esas acciones simbólicas y la tarea está a la orden del día.  

Este proceso de organización de los barrios del norte de Popayán muestra los desafíos que los sectores populares tienen en medio de la crisis sistémica que vive el mundo del capital, que se manifiesta no solo en los centros metropolitanos sino en la periferia colonial y dependiente.

El reto es grande. Ya algunas mujeres representaron al movimiento de la “agricultura urbana” en una marcha de protesta que se organizó el pasado 18 de junio en Popayán. Es la primera vez que participan en una actividad de ese tipo y con disposición natural y rebeldía a flor de piel se pusieron al lado de estudiantes, sindicalistas y otros sectores sociales.

Orgullosas y  valientes portaban una hermosa y vistosa pancarta que decía: “No queremos más limosnas… ¡Queremos trabajar!”.  

La idea que está naciendo es desarrollar un fuerte “movimiento social”, con auto-gobierno, auto-gestión económica y nuevo sentido cultural y político. ¡Recién empezamos!

Nota: Solicitamos formalmente a las organizaciones sociales y personas solidarias cualquier tipo de apoyo que nos puedan hacer. Los gobiernos local y departamental no están colaborando en nada. Esta semana tuvimos que suspender una Olla Comunitaria por falta de dinero. La información sobre esta experiencia comunitaria se puede obtener en: https://www.facebook.com/Agricultura-Urbana-Barrios-Norte-de-Popay%C3%A1n-La-Paz-y-otros-111398423888137/?modal=admin_todo_tour


jueves, 4 de junio de 2020

Una forma de lucha “simbólica” en medio de la pandemia Covid-19


Una forma de lucha “simbólica” en medio de la pandemia Covid-19

Popayán, 4 de junio de 2020

Un grupo de personas de los barrios periféricos del norte de Popayán se organizaron para construir con sus manos unos Huertos Urbanos y Comunitarios en predios o lotes públicos del municipio o departamento como una forma de llamar la atención del Estado y de la sociedad, y conseguir –en primera instancia– alimentos de emergencia (“mercados”) para atender la crisis humanitaria que se está viviendo en Colombia y en el mundo entero.

No fue fruto de un trabajo organizativo anterior ni mucho menos. Contaron con el apoyo de unos jóvenes profesionales del sector agropecuario pero en realidad fue una decisión obligada por la necesidad de obtener alimento para sus hijos en medio de la dramática situación de hambruna e incertidumbre. No obstante, poca a poco se fue convirtiendo en una nueva forma de protesta. Claro, los acumulados de vida de las personas que se juntaron han ido adquiriendo una nueva fisonomía a medida que el proceso avanza y se fortalece.

Además, en el camino de unirse para cultivar la tierra se están dando cuenta que habían vivido muy desunidos en sus barrios y veredas. Antes, cada uno por separado solo podía esperar a que el gobierno, un politiquero o un milagro de Dios los librara de aguantar hambre con sus hijos. Ello porque la gran mayoría son trabajadores informales (moto-taxistas, vendedores ambulantes, empleadas domésticas, obreros de construcción, etc.) y en medio de la cuarentena no podían salir a la calle a “rebuscarse el diario”. Estaban a la merced de la voluntad de otros.

Después de varios días de labranza decidieron organizar la Olla Comunitaria. Fue algo casi inmediato porque necesitaban alimentarse colectivamente. Y de pronto, fueron apareciendo adultos mayores del sector que no tenían donde comer y arrimaban a saciar el hambre con la ayuda de los agricultores urbanos. Ellos los acogieron como si fueran sus padres o abuelos, situación que es algo especial. ¡Que un grupo de “pobres” se organice para compartir su alimento con otros más pobres que ellos es algo realmente extraordinario!

Ese proceso de organizarse para retar al coronavirus (con todo el riesgo que ello implica) y desafiar las ordenes de confinamiento general (arriesgándose en un principio a ser multados), lo pudieron hacer acogiéndose a las normas que otorgan excepciones a quienes trabajan con alimentos (decreto 531/2020), pero significó –en la práctica– un gesto de rebeldía e insubordinación. Así para ellos fuera algo natural para poder resolver una necesidad.

Y así lo dice uno de sus integrantes de nombre Armando Escobar: “No podemos dejarnos encerrar por la pandemia”. Y afirma, que al juntarse para cultivar su propia comida en medio de esta situación, actúan como una comunidad en acción y perciben “una fuerza interna” que antes no habían sentido. No solo se convierten en referente de una forma simbólica de protesta sino que inician un camino permanente de construcción de autonomía y de un futuro que está en sus propias manos; en manos de la comunidad que construyen.

Es así como en sus barrios y veredas han empezado a sentirse las consecuencias de ese primer paso. Las gentes están rompiendo con las pequeñas rencillas y peleas que antes los dividían y se van unificando y entendiendo entre ellos. El gobierno se ha visto obligado a llegarles con mercados, que han sido bien recibidos y los alientan a fortalecer su determinación y autonomía. Además, ese resultado lleva a que otros individuos se animen a sumarse a la tarea para lograr los beneficios inmediatos y los que proyecten en adelante.

Ya se han organizado cuatro (4) Ollas Comunitarias en ese sector de la ciudad. En La Paz, Lame, Canal La Florida y Las Guacas. Y sendos lotes están en proceso de siembra y cultivo. Y poco a poco estos grupos comunitarios que están integrados por personas y familias provenientes de municipios caucanos o de otros departamentos, han empezado a entender que el objetivo no puede ser obtener solo un “mercado” sino que si mantienen y consolidan su organización y no se dispersan, pueden construir su “propia economía”.

Además de la enorme diversidad de procedencia se observa entre los integrantes de estas comunidades un sentido de no dejarse diferenciar y sectorizar como lo hace el Estado. Las mujeres están al frente pero no con sentido feminista. Las víctimas y desplazados por el conflicto armado saben que además son desplazados por la pobreza y la necesidad de vivir dignamente. Aunque todos se saben de origen indígena, negro o mestizo, no es una diferencia que se  marque sino que se reconoce como una riqueza a explotar hacia el futuro.

Sin embargo, las diferencias son de otro tipo: unos, los más veteranos que fueron desplazados del campo a edad madura, quieren tierra para cultivar; otros, los más jóvenes ya han construido mentalidad citadina y “jornalera”; y los intermedios, sobre todo las mujeres, quieren construir algo “propio”, no se sienten campesinas pero tampoco quieren tener “patrón”.   

Pero sigamos. De alguna manera ese tipo de protesta simbólica empieza a adquirir un gran valor en medio de la pandemia. Como es un riesgo salir a las calles a protestar porque puede ser causa de contagio del virus, se empiezan a diseñar nuevas formas de hacer visible su determinación de lucha. La “fuerza interna” se convierte en su mayor ventaja; sentirse haciendo algo por su propia voluntad los llena de confianza y los hace fuertes frente al resto de la sociedad y ante el Estado. La fuerza moral y la acción misma de “sembrar”, se convierte en potencia por explorar.

Es posible que muchas personas que han estado colaborando con ideas, iniciativas o con aportes económicos, sientan que este grupo de personas que han tomado como símbolo a la Agricultura Urbana para actuar colectivamente en medio de la pandemia, estén iniciando una nueva forma de lucha. Es una modalidad adecuada al momento; tiene la ventaja de que al Estado y sus agentes no los pueden provocar o infiltrar y llevarlos al terreno de la violencia para desacreditarlos y aislarlos. Seguramente si mandan agentes a labrar la tierra, serán bienvenidos y bien alimentados.

Pero además, los gobiernos no pueden impedir que la gente siembre su propia comida en terrenos públicos que no tienen ninguna utilidad en medio de la cuarentena. No pueden acusarlos de invasores porque ellos han planteado que es una ocupación provisional mientras dure la pandemia y la crisis económica que está en ciernes. No puede el gobierno decir que es un grupo que desconoce la institucionalidad porque ya se preparan para presentar ante el Estado sus propios proyectos que piensan manejar desde esa “fuerza interna” que está en construcción.

Es interesante también hacer ver que el gobierno ha planteado una serie de políticas para “reactivar la economía”. Esa situación puede ser favorable para estas comunidades que a partir de su autonomía –por primera vez en su vida– pueden construir su “propia economía”; una economía basada en relaciones sociales de tipo colaborativo y comunitario sin negar la necesidad de que cada persona o familia asuma con responsabilidad y disciplina las tareas y proyectos que entre todos definan.

Claro, tendrán que hacerlo con su propia visión, objetivos, dirección y metodología. Será el gran reto que deberán asumir si no quieren que la “reactivación” que propone el gobierno solo le sirva a los bancos y a las poderosas transnacionales, y esas comunidades terminen envueltos y entrampadas en las garras del gran capital. Se requiere mucha sapiencia práctica y capacidad política para lograrlo. ¡Hay que ayudarles!             


lunes, 1 de junio de 2020

SOROS: el hombre que alquiló a la Izquierda

George Soros

SOROS: el hombre que alquiló a la Izquierda

¿Qué ocurre cuando las causas sociales comienzan a recibir fuertes aportes económicos de fundaciones creadas por personalidades “VIP” del sistema financiero y empresarial global?

Hoenir Sarthou, Semanario Voces, 30 abril 2020

No hay que especular mucho. Desde hace varias décadas, fundaciones como la Open Society (de George Soros), la Fundación Bill y Melinda Gates, y las Fundaciones Rockefeller, Ford, Kellogg, y otras, destinan cuantiosos fondos a causas habitualmente consideradas “liberales”, “progresistas”, e incluso “de izquierda”. Y los resultados están a la vista.

Usando parte de las fortunas acumuladas por sus creadores en áreas más tradicionales, como las finanzas, el petróleo, la industria química, la agroindustria, la genética o la informática, esas Fundaciones han invertido mucho dinero en las siguientes causas: los derechos humanos, la enseñanza universitaria, el periodismo, el feminismo “de género” y  los derechos de las minorías LGTB (y las políticas de discriminación positiva respecto a esas dos causas), la legalización de la marihuana, el ambientalismo, las campañas por el calentamiento global, la promoción de las “tecnologías verdes”, la investigación, producción y aplicación de nuevas vacunas, la financiación de la OMS (especialidad en que se destaca Bill Gates)  y el apoyo a las políticas recomendadas por la OMS respecto al coronavirus (sepan disculpar si olvido alguna causa, son tantas…)

Conspiranoia

Observen que no me pregunté por qué esas fundaciones invierten en esas causas. No lo hice porque es una pregunta que no puedo contestar. ¿Cómo podría saber qué pasa en las cabezas de Soros, Gates, los Rockefeller o los directores de las otras fundaciones?

No busquen aquí referencias a logias o conspiraciones secretas, ni a los “Iluminati” o a los “reptilianos”. Nada de eso encontrarán en esta nota ni en ninguna de las mías. Por un lado, porque no tengo ninguna noticia confiable sobre la existencia de esas logias. Por otro, porque, como dijo cierto filósofo refiriéndose a Dios, no hay necesidad de esas hipótesis fantásticas para dar cuenta de lo que ocurre, dado que los protagonistas actúan y ejercen su poder ante nuestra vista y paciencia.

La relación entre dinero y poder es consustancial. Quien tiene mucho dinero suele contar con relaciones privilegiadas con el poder político, salvo en las contadas excepciones en que se topa con líderes políticos incorruptibles y muy valientes, lo que lamentablemente no ocurre todos los días. Recuerden al actual Ministro de Ganadería y Agricultura diciendo, hace pocas semanas, que él era “un representante” de ciertos productores rurales. O, un poco antes, a personajes como López Mena o Salgado, erigidos en personajes de la Corte presidencial, con su correlato de concesiones abusivas. Ni hablar de UPM, que, sin importar el gobierno de turno, actúa como si fuera la dueña del País.

En lo grande ocurre lo mismo que en lo chico. Si López Mena, Salgado o ciertos empresarios obtienen un trato privilegiado en casa, ¿cómo no van a obtenerlo en el mundo personajes con el poder de incidir en la emisión de dólares, hacer tambalear al Banco de Inglaterra o cambiar el estatus político de países que operaban en la órbita de la ex URSS?

Si a eso le sumamos que varios de estos personajes son socios en muy diversos negocios, que por su actividad financiera influyen en las políticas monetarias de todo el mundo, y que, a través de la financiación y de su influencia política, tienen fuerte incidencia sobre organismos internacionales, incluida la OMS, es imposible analizar la realidad internacional, o la nacional, sin tomar en cuenta su existencia como grupo de poder. En Uruguay, el episodio Mujica-Soros-Rockefeller, respecto a la marihuana, aun siendo anecdótico, lo deja claro.

Soros, o el método

No tengo idea de quién es Soros realmente. No sé si es el cerebro, el vocero, o el lobista más locuaz de ese grupo de socios. Quizá sólo haga muy ostentosamente lo que otros hicieron siempre con más discreción. Lo cierto es que maneja enormes sumas propias y, durante toda su vida, ha invertido capitales ajenos.  Por añadidura es el creador y animador del Foro de Davos, en el que los más poderosos se juntan con otros no tan poderosos, no sé si para “bajarles línea” o para entretener a los “paparazzi” de la farándula financiera.

Ni siquiera puede asegurarse que el método que lo caracteriza sea invento suyo. Él mismo admite que, siendo estudiante, conoció a dos personas clave en su vida. Una fue Karl Popper, de quien tomó el concepto de “sociedad abierta”; la otra fue uno de los Rockefeller, que le transmitió un concepto esencial para su carrera: si uno puede asociar sus intereses con una buena causa, su poder no tiene límite

Esa frase condensa el “método” que conocemos: una fundación sin fines de lucro, creada con dinero que se deduce de impuestos, respalda a una “buena causa”

Para eso, transfiere dinero a ciertas ONGs, que presionan para que, en distintos lugares del mundo, se apliquen políticas afines a la “buena causa”, políticas que, milagrosamente, terminan haciendo ganar fortunas a las empresas lucrativas del creador de la fundación. A veces la conexión entre la “buena causa” y la ganancia del filántropo es evidente. Otras veces no tanto. No puede descartarse que algunas de esas jugadas persigan fines mesiánicos, además o en lugar del lucro.

En ocasiones, las inversiones de Soros y de sus socios tienen éxito: la desestabilización financiera de Inglaterra en 1995, los cambios políticos en Europa del Este, o la conversión de Uruguay en experimento de marihuana legal (en sociedad con Rockefeller); en otras fracasan, al menos temporalmente, como el intento de obstruir la asunción de Trump o la apuesta secesionista en Cataluña

Izquierda “Soros”

En la izquierda, el método Soros (uso a Soros como símbolo, ya que no es el único que lo aplica y financia) ha causado un sismo silencioso.

A lo largo de tres décadas, muchos militantes “de izquierda” dieron un giro sorprendente. Los mesiánicos profetas de la revolución proletaria se incorporaron a las ONGs y adhirieron a la financiación y a la agenda “soros” de derechos identitarios, al tiempo que desarrollaron una miopía asombrosa sobre las verdaderas relaciones de poder económico y político, en sus propias sociedades y en el resto del mundo.

Así, en Uruguay, avalaron o toleraron políticas como la bancarización obligatoria y la ley de riego, o la profundización del modelo forestal celulósico, basado en el privilegio, la entrega de bienes públicos, la explotación destructiva de recursos naturales y el sometimiento a los designios del inversor.

¿Cómo fue posible?

Basta con no ver dónde está el verdadero poder, el papel de los bancos, del capital financiero y sus fundaciones, de los organismos internacionales de crédito, de las calificadoras de riesgo, de los inversores privilegiados y leoninos. Basta con ignorar los problemas estructurales del sistema y reducir la política a una lucha entre “izquierda progresista” y “derecha conservadora”.

Entendiendo por “izquierda” a una agenda estandarizada de derechos identitarios, el aborto, la diversidad sexual, la marihuana libre, una difusa sensibilidad social más proclive a la caridad que a la justicia social, un ambientalismo “naif” que no cuestiona a la celulosa ni a la agroindustria, y una ciega confianza en que el mundo y los organismos internacionales avanzan por la senda de los derechos humanos hacia la inclusión social. Y entendiendo por “derecha” a una caricatura conservadora que, en el fondo, se reduce a los adversarios electorales, blancos, colorados, y ahora Cabildo Abierto.

El mundo según Soros tiene un algo de “Nunca jamás”. De un lado están Peter Pan, Wendy y los niños progresistas, que son buenos, lindos, modernos, sensibles e inclusivos.  Del otro lado está “la derecha”, compuesta imaginariamente por hombres blancos, viejos, reaccionarios, misóginos, discriminadores y opresores, y… bueno, por mujeres alienadas, y por jóvenes poco empáticos, y por algún homosexual que no termina de salir del closet, en fin….

Tiene también un aspecto terrible. Porque, en la medida en que ese progresismo a lo Soros encarna todo lo bueno, formular dudas respecto a alguna de sus causas, ya sea la brecha salarial de género, el calentamiento global, la bondad de las tecnologías verdes o la mortalidad inaudita del coronavirus y la necesidad de paralizar al mundo y encerrarse, lo convierte a uno en “inmoral, fascista, negacionista, insensible, discriminador, invisibilizador” y (el más reciente pecado mortal) “falto de empatía”

¿Izquierda?

Esta extraña situación, por la que se declaran “de izquierda” personas y organizaciones financiadas por la cúspide del sistema financiero global, tiene una explicación: nada es más confuso, ambiguo y polivalente que el término “izquierda”.

Cuando empezó a usarse, hacía referencia al lugar en que se sentaban, en la Asamblea Nacional francesa, los representantes de la burguesía radical.

Luego, quizá porque el joven Marx integró el grupo de los hegelianos de izquierda, la palabra se identificó con las luchas de las internacionales obreras y con la profecía marxista, que auguraba la dictadura del proletariado y luego la sociedad sin clases.

Más tarde, cuando el marxismo y el movimiento obrero se dividieron entre la corriente leninista y la socialdemocracia de inspiración bernsteniana, que dieron  lugar respectivamente a la revolución rusa y a la socialdemocracia europea, el término ganó ambigüedad.

El asunto siguió complicándose con el psicoanálisis, la Escuela de Frankfurt, el estructuralismo, el existencialismo, la revolución china, la revolución cubana, el 68 francés, el neomarxismo, los liberales igualitaristas estadounidenses y la posmodernidad, hasta que fue casi imposible decir qué significaba exactamente ser “de izquierda”

La brillantez de Soros, Rockefeller y otros socios, o de algún intelectual contratado por ellos, es haber advertido que era posible aprovechar la sensibilidad y la capacidad militante de la izquierda para convertirlas en un poderoso instrumento de manipulación económica y política, fuerza de choque, en buena medida inocente, de proyectos económicos y políticos poco transparentes.

La financiación de aquellos aspectos de la sensibilidad “de izquierda” que no apuntan directamente contra las estructuras de propiedad del sistema parece haber sido la clave

Los derechos humanos, el feminismo, las cuestiones de género, la diversidad sexual, la lucha contra la discriminación racial, la preocupación por el medio ambiente, la sustitución del petróleo por tecnologías “verdes”, las campañas contra el Sida o el coronavirus, tienen en común su capacidad de convertirse en armas políticas de desestabilización y chantaje contra los gobiernos y los Estados, sin tocar nada sustancial del sistema económico. Junto a una importante influencia sobre las agencias de noticias y los medios de comunicación, pueden encumbrar, hacer caer o complicarle la vida a cualquier gobernante, como debe saberlo hoy Donald Trump.

Eso sí, nunca verán a un izquierdista “Soros” cuestionar al sistema financiero o a los organismos internacionales de crédito.

Patricios y plebeyos

No pretendo definir qué es o qué debe ser la izquierda, porque me parece tarea imposible.

Hace más de dos mil años, en la antigua Roma, las luchas políticas enfrentaban a patricios y plebeyos. Los que tenían privilegios económicos y poder político, y quienes no los tenían. El senado, por un lado, y los tribunos de la plebe, por otro, expresaban institucionalmente esa lucha.

Esa lucha es eterna. Basta con identificar a quienes tienen realmente el poder y los privilegios, y a quienes no los tienen. Luego es cuestión de situarse de un lado o del otro.

En el mundo actual, todo poder formal está condicionado por el capital financiero, que opera directamente o a través de organismos internacionales de crédito, fundaciones, financiación de inversión corporativa y empresas calificadoras de riesgo. Los gobiernos, los partidos, la academia, la prensa, las ONGs y hasta los sindicatos compiten por esa financiación, lo que implica al menos estar dispuesto a callar lo que ese verdadero poder no quiere oír.

En términos de pensamiento crítico, no es posible seguir chiflando y mirando hacia arriba ante esa realidad. Porque quien paga la cuenta decide el menú.  Es decir, decide qué se piensa, qué se investiga, qué se concluye, qué se dice, qué se hace y por qué se lucha.

No es posible pretender hablar o actuar por la “plebe” estando a sueldo de los nuevos “patricios”. La autonomía respecto de esa financiación es un requisito previo de cualquier pensamiento, praxis, investigación o comunicación que se pretendan críticos.

Es así de simple y, a la vez, de espinoso.