viernes, 27 de marzo de 2015

DERROTAR A LA BURGUESÍA CORTESANA

Unificar al movimiento democrático...
DERROTAR A LA BURGUESÍA CORTESANA
Bogotá, marzo 25 de 2015
Los demócratas y los revolucionarios colombianos hemos fallado en el conocimiento de nuestra realidad. Hemos copiado teorías producidas para otras naciones o pueblos. Se ha tratado de encuadrar la realidad haciéndola coincidir artificialmente con teorías preconcebidas. Se han idealizado sectores sociales y personas, para apegarnos a ellos y a sus ideas, sin asumir posiciones críticas transformadoras de nuestro pensamiento y acción. Y por ello, nos hemos equivocado.
Uno de los problemas serios que no hemos logrado resolver es el de identificar con claridad una estrategia que nos permita unificar a las fuerzas del cambio. No hemos logrado desentrañar la doble naturaleza de la oligarquía. Por ello construimos e incentivamos falsas ilusiones en supuestos comportamientos “democráticos”, “progresistas” y/o “nacionalistas” de parte de algunos sectores de las clases dominantes. Y esa idea nos ha dividido.
Hoy estamos en la antesala de un hecho histórico: la superación – así sea parcial – de un conflicto armado que nos ha consumido durante 69 años, si tomamos como referencia las primeras embestidas violentas de los “chulavitas”[1] contra los campesinos que en 1946 se expresaban organizadamente por el acceso y la distribución democrática de la tierra.
Lo especial del momento es que si no tenemos claro quiénes son sinceramente los amantes de la Paz y de la democracia, podremos repetir experiencias que en el pasado nos condujeron a enormes derrotas, basadas – fundamentalmente – en la división de los sectores populares. Comprender la naturaleza de la burguesía colombiana es vital para construir la unidad de las fuerzas democráticas y diseñar una política correcta para poder avanzar.
La naturaleza antinacional y antidemocrática de la burguesía colombiana
La burguesía colombiana nació en el seno de la oligarquía terrateniente. Es la hija menor del gran latifundio colombiano. Además, creció a la sombra del poder de los imperios. Primero, a la cola del imperio británico. Después, bajo la tutela del imperio estadounidense o gringo[2]. Por ello, no es una burguesía nacional. ¡Nunca lo será!
A diferencia de lo ocurrido en Brasil, Uruguay y Argentina, en donde durante el siglo XIX arribaron migrantes europeos que traían el espíritu emprendedor y la iniciativa creadora de una burguesía en ascenso, en los países andinos – Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia – las burguesías nativas heredaron el espíritu aristocrático y colonial,  las costumbres burocráticas y parasitarias, y el comportamiento clientelar de las elites españolas.  
Reconocer la naturaleza de esa clase capitalista, su condición dependiente, su carácter débil, su esencia cortesana, su ideología reaccionaria, su cobardía genética, es fundamental, determinante y decisorio para resolver el problema que tenemos entre manos: terminar el conflicto armado e iniciar la construcción de una verdadera Nación en democracia.
Esa burguesía – a pesar de los atisbos progresistas de algunos industriales antioqueños[3] – nunca fue capaz de enfrentar a sus primos mayores, los grandes terratenientes. Tímidamente planteó en 1936 y 1968, unas limitadas reformas agrarias que fueron frenadas sin mucho esfuerzo por la clase latifundista. Sólo a finales de los años 80s del siglo XX, la burguesía dio muestras de algún grado de dignidad y coherencia – a través de un solitario Luis Carlos Galán Sarmiento –, enfrentándose aisladamente al imperio y a la corrupta oligarquía en el terreno de la lucha contra las mafias narcotraficantes. Por eso lo mataron.
Las erradas lecturas de la izquierda
La izquierda colombiana durante el siglo XX se equivocó varias veces en esta materia. La primera, cuando el Partido Comunista en la década de los años 30, se puso a la cola de la “revolución en marcha” de Alfonso López Pumarejo siguiendo las orientaciones de construir los llamados “Frentes Populares contra el Fascismo”. Se creyó por entonces en la supuesta voluntad reformista de un sector de la burguesía. ¡Grave error!
La desgracia es que ese error fue continuado con acomodaticias interpretaciones  sobre la existencia de una burguesía democrática y otra reaccionaria. Ello se presentó debido a que durante el período del Frente Nacional (1958) se fortaleció una burguesía burocrática – en su mayor parte liberal – que utilizó el discurso de Gaitán para engañar al pueblo, con promesas de cambio social y el chantaje del fascismo conservador. Hernando Agudelo Villa fue el adalid teórico de esa corriente política que finalmente claudicó ante la burguesía trans-nacionalizada durante el gobierno de Ernesto Samper Pizano.    
Otra, cuando Francisco Mosquera, fundador y principal dirigente del MOIR interpretó dogmáticamente la estrategia de la Nueva Democracia de Mao Tsé Tung (válida para China donde efectivamente existía una burguesía nacionalista) y demostró equivocadamente – para sí mismo y para su partido –, la existencia de una “burguesía nacional”. Su demostración la hizo a partir de análisis eminentemente económicos que desconocieron en forma determinista los aspectos históricos, las influencias culturales coloniales, los amarres ideológicos conservadores y los entrelazamientos que siempre han existido entre burgueses y grandes latifundistas en nuestro país.
La burguesía colombiana ha tenido numerosas contradicciones y motivos para enfrentarse con el imperio estadounidense. Pero nunca lo hizo. Siempre agacharon la cabeza y llenaron sus bolsillos con pequeñas dádivas imperiales. Primero, cuando los estadounidenses segregaron a Panamá y nos pagaron una miserable compensación. Luego, cuando se apoderaron del petróleo a través de las ventajosas concesiones otorgadas por gobiernos entreguistas. Más adelante, cuando nos impusieron el paquete neoliberal iniciado con la apertura económica. Simultáneamente, cuando aprobaron la “guerra contra las drogas”. Y ahora, cuando a la sombra del Tratado de Libre Comercio imponen condiciones onerosas a la economía nacional que impiden cualquier desarrollo autónomo y llevan a la quiebra a numerosos sectores industriales y agrarios.
La naturaleza servil, parasitaria y entreguista de la burguesía colombiana siempre la condicionó para que después de algunas quejas lastimeras y pataleos efímeros – que al final demostraron que eran simples pantomimas para engañar al pueblo fingiendo actitudes nacionalistas – terminara negociando con el imperio y aceptando sus imposiciones. Es una realidad inocultable que ha sido demostrada por la historia.
“Pacho” Mosquera lo preveía y decía en 1978: “Esta burguesía le teme más al pueblo que al imperio”[4]. Pero posteriormente – en la década de los años 80s –, olvidó esa verdad. Fue así como concertó alianzas con sectores profundamente reaccionarios (Hernando Durán Dussán, J. M. Arias Carrizosa) que fueron los precursores de Uribe en su lucha, no contra el imperio estadounidense sino contra el “social-imperialismo soviético” y las FARC, consideradas por el teórico “moirista” como los principales enemigos de la humanidad y de la Nación colombiana. Así, de ésta manera, profundizó su error. 
¿Qué importancia tiene en este momento este tipo de análisis?
Mucha y grande. Las izquierdas en Colombia están divididas precisamente por las diversas interpretaciones que hay de ese problema.
El MOIR mantiene su posición de que existe una burguesía nacional y ha mostrado – después de la muerte de su fundador en 1994 – gran disposición a entablar alianzas sobre todo con la burguesía agraria con la consigna de la “defensa de la producción nacional”. En el pasado Paro Nacional Agrario de 2013, actuando a través de las “Dignidades Agropecuarias”, privilegió la unidad de acción con la burguesía agraria encabezada por Uribe, por encima de cualquier acuerdo con las organizaciones campesinas que luchaban por una reforma agraria democrática. Pero lo más grave, cedió ante los intereses de los grandes productores agrarios (cafeteros, especialmente) que privilegiaban la concertación con el gobierno de subsidios y otras prebendas económicas, renunciando a la lucha por la revisión del TLC en asuntos urgentes y graves para el sector agropecuario.
Por otro lado, los Progresistas, encabezados por Gustavo Petro, consideran a Juan Manuel Santos como un “burgués progresista” por el hecho de estar impulsando el llamado “proceso de Paz” con las FARC y porque se enfrentó a Álvaro Uribe Vélez. Esa teoría se construyó desde los tiempos de los acuerdos que el M19 realizó con Álvaro Gómez Hurtado en el marco de la Asamblea Nacional Constituyente, en donde se hablaba de una “burguesía decente” y otra “militarista y autoritaria”. Es así como Antonio Navarro, Camilo González Posso y Gustavo de Roux, – a nombre del AD-M19 y a la luz de esa teoría – integraron el gobierno de César Gaviria como Ministros de Salud y legitimaron la reforma neoliberal de la Salud denominada Ley 100 de 1993. Fue una verdadera traición.
Y finalmente, otros sectores de izquierda y demócratas, consideran que la “burguesía burocrática” que últimamente han encabezado políticamente el ex-presidente Ernesto Samper Pizano y Horacio Serpa Uribe, es potencialmente “revolucionaria” porque en sus discursos y planteamientos abogan por un Estado interventor, se han destacado por la “defensa de los derechos humanos”, la superación del conflicto por la vía política negociada y el respeto de los procesos de cambio que adelantan los pueblos vecinos. Pero esta “burguesía burocrática” nunca ha enfrentado con seriedad la política neoliberal. Fueron incluso blandos con Uribe. Serpa representó a ese gobierno ante la OEA y Samper ha dado muestras de enormes vacilaciones frente a las políticas antipopulares de Santos.  
¿Qué nos dice la experiencia de los países vecinos que tienen características similares a las nuestras? ¿Qué podemos aprender de ellos?
La experiencia de los países andinos
Las revoluciones democráticas en marcha en América Latina han mostrado el carácter de las burguesías locales y nos enseñan claramente qué camino seguir. En Venezuela, Ecuador y Bolivia, fueron los sectores populares los que se levantaron contra las oligarquías y desencadenaron los procesos revolucionarios, unos más profundos que otros, pero todos con la constante de que las burguesías de esos países se plegaron a los intereses de las oligarquías entreguistas y mostraron su naturaleza antinacional y antidemocrática.
En Venezuela sólo un sector minoritario de los liberales – encabezados por Luis Miquelena – se colocó del lado de Chávez pero rápidamente, en 2002, con ocasión del golpe de Estado, retroceden y se pasan al lado de la burguesía parasitaria y del imperio estadounidense. En ese país fue el núcleo popular apoyado por militares nacionalistas el principal eje social y político del proceso revolucionario triunfante y en desarrollo. 
En Bolivia, en donde se presenta el proceso de resistencia más avanzado contra el neoliberalismo, son las masas populares encabezadas por los habitantes de la ciudad de El Alto y de la provincia de Cochabamba, acompañadas por movimientos campesinos, mineros e indígenas, quienes derrocan al presidente Lozada y derrotan políticamente a la oligarquía boliviana. La burguesía boliviana, ubicada principalmente en el departamento de Santa Cruz, se opone a la revolución y solo 10 años después, ha concertado una especie de tregua con el gobierno de Evo Morales, pero su intención es frenar el proceso revolucionario y pactar nuevos acuerdos con el sub-imperialismo brasileño que tiene gran influencia en esa región.
En Ecuador la situación es similar. La “Revolución Ciudadana” tiene sus bases sociales entre campesinos, indígenas y población pobre y de clase media de las grandes ciudades, cansadas de la politiquería tradicional y de la entrega de los recursos naturales a las grandes transnacionales extranjeras. La burguesía siempre estuvo con la oligarquía y el imperio.
En Perú y Colombia la interferencia de la lucha armada – degradada por el imperio y por las posiciones militaristas de la insurgencia – han impedido que los sectores populares impongan su hegemonía social y política y arrastren a la izquierda hacia verdaderos y profundos procesos de cambio y transformación.
Otros sectores sociales potencialmente revolucionarios
Por otro lado, es importante destacar la existencia de tres sectores sociales que tienen en Colombia una importancia primordial. Uno es, el de los pequeños y medianos empresarios y productores industriales y agrarios. No son propiamente burgueses, son pequeños burgueses. Este sector se puede unir a las masas populares alrededor de un programa contra la corrupción, la politiquería, el clientelismo, la falta de transparencia y la ineficiencia político-administrativa de la casta política. Ya se han expresado de diferentes maneras pero la izquierda los asusta con sus posiciones nacionalistas estrechas y con sus predicamentos “estatistas”. Este sector social – en esencia pequeño-burgués – defiende el capitalismo y le teme a lo que fue el socialismo en el siglo XX en Rusia. Sin embargo, es una fuerza potencialmente revolucionaria y democrática.
Otro sector es el de los trabajadores del Estado (educación, salud y servicios). Estos trabajadores son los que mantienen – precariamente – al movimiento sindical. De ser vanguardia de las luchas populares durante las décadas de los años 70s y 80s del siglo pasado, hoy están a la defensiva ante la ofensiva privatizadora que ha desarrollado la burguesía trans-nacionalizada. Es el sector de clase más propicio a entablar alianzas con la “burguesía burocrática” con la que coincide en construir un Estado interventor, paternalista y asistencialista. Para que estos trabajadores retomen la iniciativa debe impulsarse una especie de reingeniería mental y política para involucrarlos en un proceso que rompa con la ilusión remota del “Estado de Bienestar” y los integre a las nuevas corrientes de cambio. En Ecuador y Bolivia están enfrentados con los gobiernos de Correa y Evo. 
Y finalmente están los “profesionales precariados”, la Nueva Clase Trabajadora, el “nuevo proletariado”, los “proletarios con título” y los “proletarios con emprendimiento”. Son millones de profesionales y técnicos que a pesar de su capacitación profesional están cada vez en condiciones similares o peores a la de los trabajadores asalariados. La mayoría no son propietarios de medios de producción o si los tienen – ej., un pequeño emprendimiento – están completamente subordinados y al servicio de las grandes transnacionales y de la burguesía financiera. En su mayoría dependen de un salario, trabajan con la mente, el conocimiento y la información, y sus ingresos se reducen año tras año. Sus condiciones laborales cada día se hacen más difíciles. La constante son los contratos temporales bajo la modalidad de “contratos de prestación de servicios”. Los que tienen una pequeña empresa trabajan 14 o 16 horas diarias, viven endeudados y pagan altos impuestos. Muchos se encuentran desempleados o hacen parte del subempleo estructural que existe en Colombia.
Estos tres sectores pueden jugar un papel importante en esta fase de la revolución colombiana pero se debe entender que los pequeños productores y los “profesionales precarizados” no son totalmente nacionalistas, al estilo de las revoluciones nacionalistas del siglo XX. Son conscientes de la globalización de la economía y de una u otra manera sobreviven en medio de ella, tienen una mentalidad cosmopolita y global, están desarrollando otra visión del desarrollo económico, empiezan a madurar nuevos métodos para romper el monopolio de las grandes transnacionales, aspiran a contar con la ayuda del Estado pero no en términos de expropiaciones y control estatal de la economía como ocurre en Venezuela. Ya empiezan a mostrar nuevas dinámicas económicas (pro-común colaborativo, economía de equivalencias, solidaridades transversales, prácticas de “bienes comunes”, manejos novedosos del internet y las comunicaciones) que requieren de nuevas miradas y concepciones políticas adecuadas por parte de los demócratas y la izquierda.[5]
La nueva estrategia y la coyuntura electoral de la Alcaldía de Bogotá
Los demócratas colombianos y particularmente la izquierda bogotana tienen la oportunidad de desarrollar una nueva estrategia política en la actual coyuntura electoral de 2015 para gobiernos locales y regionales.
Esa estrategia consiste en hacer los máximos esfuerzos por unificar a todos los sectores independientes, alternativos, socialdemócratas, liberales sociales, progresistas y de izquierda, alrededor de una candidatura políticamente viable.
En esta contienda la teoría del enemigo principal – Uribe –, no aplica. La contradicción principal está entre quienes quieren profundizar los cambios y transformaciones de tipo social y aquellos que desean regresar la rueda de la historia para colocar la administración capitalina al servicio de los partidos políticos corruptos aliados de todo tipo de monopolios y mafias. Poco a poco los que se lucran de la propiedad de la tierra, los dueños de los grandes negocios de la construcción, los que controlan el manejo y van por la privatización de las empresas de servicios públicos, los que impulsan un modelo de ciudad al servicio del gran capital, y en general, los que están jugados por derrotar la política de la “Bogotá Humana”, se están unificando, muestran su verdadero rostro y tratan de aprovechar algunas falencias gerenciales del actual alcalde Petro para derrotar a la Izquierda.
Por ello la prioridad para las fuerzas democráticas es la unidad entre el Polo Democrático Alternativo, los Progresistas-petristas, los Progresistas de Alianza Verde, la gente de la ASI y otros sectores ciudadanos organizados que recogen numerosos sectores de la población que luchan por conquistar espacios democráticos como las mujeres, los ambientalistas, los LGTBI, los animalistas, los ciclistas ecológicos, los trabajadores de la cultura, y en general la juventud capitalina. Hay mucho por explorar en esa unidad que no debe limitarse a los partidos políticos organizados. El potencial es enorme si se mira más allá de las estructuras tradicionales y se exploran las llamadas “nuevas ciudadanías”[6].
Rafael Pardo podrá presentarse como “progresista” pero siempre ha demostrado que está al servicio de las políticas neoliberales. Además está preso de las fuerzas más corruptas de la Unidad Nacional. Y por otro lado, así llegara a acuerdos con la izquierda, muchos de sus votantes van a preferir votar por un candidato de la derecha, así sea un uribista. Es mejor que Pardo canalice individualmente esos votos e impida que el “frente contra la izquierda” que empuja Enrique Peñalosa y Carlos Fernando Galán, se convierta en una realidad.
La unidad de las izquierdas y el centro-izquierda puede ser la antesala de un Gran Frente o Coalición Democrática para el 2018 que garantice el triunfo de las fuerzas democráticas.
¿Cómo hacerlo? Básicamente entendiendo la urgencia de la unidad y la pertinencia de llegar a acuerdos. Clara López debe entender que el proyecto político de la “Bogotá Humana” tiene elementos de máxima importancia que deben defenderse. Y Petro debe comprender que la única forma de darle continuidad y mejorar ese programa, es con la izquierda unida en su conjunto.
Descartar las ilusiones en los supuestos sectores “nacionalistas”, “progresistas” y o “democráticos” de la burguesía, es el aspecto principal. Derrotar los egos y las prevenciones, es parte de esa tarea. Precisar los contenidos de los programas para tener bases ciertas para los acuerdos es el paso siguiente e inmediato. Definir procedimientos, nombrar compromisarios de gran experiencia y credibilidad, y de frente a la población, reconocer los errores que se hayan cometido, son pasos fundamentales para retener la Alcaldía de Bogotá en cabeza de los sectores democráticos y de izquierda, en beneficio de la mayoría de los bogotanos.
Si lo hacemos de esa manera, daremos un paso importante en el camino de llegar al gobierno nacional en 2018.
Idea estratégica por desarrollar
Acceder al gobierno local, departamental y nacional no es suficiente para resolver los problemas que ha generado la política neoliberal y para enfrentar la crisis sistémica y ambiental que es el resultado catastrófico del modo de producción capitalista vigente. Se requiere paralelamente desarrollar un proceso de construcción de Democracia Directa. Álvaro García Linera habla de la “democracia de la calle”, de la “democracia plebeya” pero la reduce a una especie de ayudante de la democracia representativa, para garantizar una “nueva gobernabilidad”[7].
En Colombia se puede y debe construir una corriente anti-sistémica (anti-capitalista y post-capitalista) que haga parte del “movimiento democrático”, que actúe con “paciencia estratégica”[8], ayude a derrotar a los partidos tradicionales, construir verdadera Paz y desencadenar un proceso de democratización del país.
Ese será el tema de un próximo artículo: ¿Pueden y deben los revolucionarios anti-capitalistas hacer parte del “movimiento democrático”?    




[1] Chulavitas: fuerzas armadas – oficiales y paramilitares – que utilizó el gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez contra los campesinos que luchaban por la tierra.  

[2] Gringo: Palabra utilizada por el pueblo mexicano ante la invasión estadounidense de su territorio. “Green-go”, o sea, “verdes váyanse”, era la frase utilizada durante la guerra de los EE.UU. contra México que despojó a éste último país de lo que hoy son los estados de California, Nuevo México, Arizona y Texas.

[3] La excepción de esos industriales fue Hernán Echevarría Olózaga, pero el conjunto de la burguesía antioqueña demostró ser profundamente reaccionaria.

[4] Francisco Mosquera. “Lecciones de táctica y de lucha interna”. 1978

[5] Jeremy Rifkin. “La sociedad de coste marginal cero. El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo”. Editorial PAIDÓS – Estado y Sociedad. Barcelona, España. 2014

[6] García Abello, Yezid. “Las nuevas ciudadanías”: https://yezidgarciaconcejal.wordpress.com/2015/03/26/las-nuevas-ciudadanias/

[7] Álvaro García Linera:  http://www.telam.com.ar/notas/201503/97925-garcia-linera-bolivia-america-latina.html  

[8] Fernando Dorado. “Paciencia estratégica”: http://alainet.org/es/active/79309

lunes, 9 de marzo de 2015

ACERCA DE LA MUERTE DE JORGE ELIÉCER GAITÁN

 Lunes, 02 Marzo 2015 

«El 9 de abril de 1948, a la una y diez minutos de la tarde, fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán Ayala, el caudillo, sin duda alguna el dirigente político más importante del siglo veinte en Colombia.»

Por Gabriel Ángel

Colombia es un país de frustraciones, por eso no tiene nada de extraño que quien mejor supo interpretar los anhelos de cambio y de justicia social arraigados en su pueblo, desapareciera de manera súbita cuando todo indicaba que sería el próximo Presidente de la República. Para entonces nuestro país se contorsionaba en un poderoso impulso transformador. Eran un hecho las formidables jornadas de la clase obrera pujando por el reconocimiento de sus derechos con un notable sentimiento antiimperialista, en tanto que en la Colombia rural, los campesinos libraban verdaderas batallas por la tierra contra el latifundio. Burgueses y terratenientes cerraban filas alrededor de sus dos partidos tradicionales, inyectando de visceral fanatismo a sus seguidores, en una puja por el control absoluto del poder del Estado. Los conservadores habían monopolizado el gobierno durante más de 40 años hasta 1.930. Y los liberales recién habían perdido el poder tras 16 años de sucesivos gobiernos.

El momento político era angustioso. Ospina Pérez presidía el ejecutivo para el partido conservador que no quería ceder esa posición. Los liberales la habían perdido porque una disidencia surgida en su seno posibilitó la victoria de su único contrincante. Ese disidente fue Gaitán, quien ahora, debido al triunfo arrollador de sus listas en las elecciones al Congreso en 1947, se había tomado la dirección oficial del partido y ganado el derecho a ser el candidato a la Presidencia. Gaitán tenía ideas que resultaban muy raras para la tradicional dirigencia burguesa del liberalismo. Y abiertamente escandalosas para la elite conservadora. Hablaba de la oligarquía liberal conservadora y decía que el hambre de los conservadores y liberales del pueblo no tenía color político, por lo que estos deberían unirse contra esa oligarquía. Se metía en las huelgas de los obreros para apoyarlos, aunque las dirigieran comunistas, y movía a la organización de los campesinos contra el latifundio.

Además Gaitán sentía una profunda aversión por la forma como las grandes compañías norteamericanas saqueaban las riquezas naturales de nuestro país, al tiempo que aplicaban condiciones de abierta explotación con la mano de obra colombiana. Sus denuncias en el Parlamento sobre la masacre de las bananeras no habían sido simples arrebatos juveniles. En sus últimos días tomó muy en serio la idea obrera de crear una empresa colombiana de petróleos en lugar de prorrogar la concesión a la Tropical Oil Company. El gobierno de los Estados Unidos se mostraba empeñado en adelantar una campaña anticomunista que impidiera la filtración de esas ideas en toda América. Por eso promovió la creación de la Organización de Estados Americanos, como una especie de pacto continental por el que los países de su interés inmediato se comprometieran a perseguir en su territorio a todos aquellos que resultaran sospechosos de tener inclinaciones marxistas. Ya se había puesto en marcha la aplicación de la doctrina de Seguridad Nacional. Recién habían sido fundados el Consejo Nacional de Seguridad y la Central de Inteligencia Americana, organismos encargados de cumplir esa tarea.

 El Partido Comunista Colombiano, por entonces una organización joven, había perdido el contacto con el Partido Comunista de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. Al igual que todos los partidos comunistas latinoamericanos, consultaba y recibía orientaciones del Partido Comunista de los Estados Unidos, encabezado por un señor Browder, quien originó una corriente reformista que se llamó browderismo. Fueron ellos quienes aconsejaron a los comunistas colombianos no apoyar a Gaitán en las elecciones presidenciales de 1946, cuando se lanzó como candidato disidente del liberalismo, en oposición a Gabriel Turbay, el candidato oficial. Este hecho representó quizás el error político más grande cometido por los comunistas colombianos en su historia. El Partido Comunista había nacido al calor de las luchas obreras y campesinas de los años treinta, contaba con muchas simpatías en esos sectores. Su respaldo a la candidatura de Gabriel Turbay resultó incomprensible para millares de campesinos y obreros que se decepcionaron por completo de él.

La oligarquía liberal conservadora odiaba a Jorge Eliécer Gaitán, lo consideraba además un intruso, un aparecido. No tenía origen ilustre ni riquezas, ni apellidos. Ni siquiera el color blanco en la piel. Tenía aspecto de indio. Por eso en sus editoriales en la prensa lo bautizaron como el Negro, el Indio, y le achacaron todos los vicios posibles, tanto a él como a sus seguidores. Decían que todos los delincuentes eran gaitanistas. Y lo acusaron de fascista, de demagogo, de comunista, de embaucador. Lo caricaturizaban de manera infamante. Gaitán decía que no era un hombre, que era un pueblo e hizo de ¡A la carga! su grito de combate. Gilberto Viera, dirigente comunista y patriarca del partido, fallecido no hace mucho tiempo, decía que el Partido Comunista había restablecido y mejorado sus relaciones con Gaitán poco antes de su muerte, luego de una remezón interna que cambió la dirección reformista influenciada por el browderismo. Al parecer la rectificación fue tardía.

Los gringos organizaron en Bogotá la Conferencia Panamericana, de donde surgiría la OEA, su instrumento anticomunista. El gobierno colombiano invitó a la conferencia a todas las personalidades del país, excepción hecha de Gaitán, jefe del liberalismo y virtual Presidente de la República. Una organización estudiantil latinoamericana con sede en Cuba pensó en organizar una cumbre estudiantil paralela al evento continental. Uno de sus representantes fue Fidel Castro, quien era apenas un muchacho de 23 años. Fidel y otros de sus compañeros se entrevistaron con Gaitán de manera breve y estaban citados en su oficina el 9 de abril a las dos de la tarde para conversar más largamente. Durante el gobierno de Mariano Ospina Pérez se desató una persecución violenta contra el pueblo liberal y comunista. En varios departamentos del país comenzaron los crímenes contra familias enteras, en los cuales aparecían involucrados siempre los jefes conservadores locales y la policía del régimen, conocida como la Chulavita.

Gaitán denuncia esta política de sangre y clama por la paz. Dos meses antes de su asesinato organiza la llamada Marcha del Silencio, cuando pronuncia su inmortal Oración por la Paz. Quien le disparó a Gaitán fue Juan Roa Sierra, linchado casi de inmediato por la multitud enardecida que estalló en forma espontánea tras el hecho. Lo que nunca determinaron los jueces e investigadores es quién estuvo realmente tras el crimen. El gobierno y la prensa se apresuraron a acusar a los comunistas. Todo con el fin de atizar la violencia contra ellos. El pueblo colombiano no necesitó pruebas para entender que el homicidio tuvo su origen en la oligarquía que combatió siempre Gaitán y en el Imperialismo que ponía en práctica su guerra preventiva. Dicen que el asesinato quedó impune. No es cierto, el pueblo entero se alzó, aunque no haya triunfado en su momento. Pero la lucha por que se haga justicia aún está vigente y cada día toma más fuerza. Las ideas del caudillo siguen vivas, el comandante en jefe de las FARC-EP fue uno de los miles de campesinos que se sumó a las guerrillas organizadas para enfrentar la violencia descarada del régimen tras la muerte de Gaitán. Y los millares de guerrilleros farianos disparan sus fusiles para hacer posible la Colombia Nueva, esa que no pudo ver Gaitán pero que verá sin duda su pueblo.

Casona, 9 de abril de 2004

viernes, 6 de marzo de 2015

LAS CICLOVÍAS BOGOTANAS: UN PROCOMÚN COLABORATIVO EN CONSTRUCCIÓN

El papel del Estado… ¿hasta dónde intervenir?

LAS CICLOVÍAS BOGOTANAS: UN PROCOMUN COLABORATIVO EN CONSTRUCCIÓN

Bogotá, 6 de marzo de 2015

Uno de los temas más importantes en el debate político actual – no sólo en Colombia sino a nivel mundial –, es el que tiene que ver con la función del Estado dentro de la sociedad. Definir el grado, nivel y tipo de intervención en asuntos económicos, sociales y culturales ha sido un problema de talla mayor que sigue siendo motivo de grandes debates.

Trataré de abordar ese debate a partir de un ejemplo concreto: las ciclovías de Bogotá. El objetivo es aportar a la construcción de la visión programática del Nuevo Proyecto Político, dado que es un tema de fuerte discusión que requerirá de serios estudios y análisis profundos para dilucidar y decidir el asunto.

Las ciclovías bogotanas 

Da gusto ver cómo cientos de miles de bogotanos todos los domingos se toman las calles designadas por el Distrito para ser utilizadas como ciclovías. Salen a caminar, trotar, patinar, montar en cicla o triciclo, desplazarse en sillas de ruedas o en cuanto aparato se inventan, para gozarse ese día de asueto. Es una verdadera fiesta de integración ciudadana. Personas de la tercera edad, “viejos otoñales” pero jóvenes de espíritu, se colocan sudaderas y patines “en línea”, y salen a competir con jóvenes, niños y adultos, o simplemente a “hacerse ver”.

Mujeres de múltiples edades, estratos sociales, hermosas y bellas, altas o bajitas, esbeltas o gruesas, desfilan por esa enorme pasarela que atraviesa la ciudad, en una especie de rito o ceremonia de culto al cuerpo, al deporte, a la vida sana o simplemente para sentir el aire bogotano sobre sus caras. Es disfrutar la libertad de ser “uno más” en ese rio humano que se forma por las calles cada fin de semana. Hombres de diversas características, etnias, culturas, edades, pobres y ricos, trabajadores y empleadores, desempleados o ejecutivos estresados por su actividad empresarial, sudan la camiseta para “sacarse malos humores” o para atacar ansiedades y angustias acumuladas durante la semana.

Marchan por las ciclovías bogotanas gentes felices formando una masa amorfa de espíritu y energía social. Cada uno en su individualidad y particularidad haciendo parte de un enjambre humano multicolor y versátil. Unos son esnobistas y exhibicionistas, otros pasan por anónimos y, unos más, casi invisibles. Todos se entrecruzan, van en una u otra dirección, pero participan de un movimiento energético impresionante. Se conjuga deporte, entretenimiento, diversión y fiesta. Alegres, relajados, realizados y contentos de sentirse identificados en el esparcimiento sano. Es, indudablemente, un espacio y momento de inclusión social, de integración colectiva, de auto-reconocimiento.

Pero lo más interesante es que van apareciendo normas de comportamiento construidas por la misma gente. Si desfilan con animales o mascotas, recogen discretamente sus deposiciones. Se respetan las normas de tránsito y se procura mantener un “orden dentro del desorden”. Surgen lazos de solidaridad con los más débiles, ancianos y niños. Si alguien se marea o desmaya todo el mundo se preocupa y ayuda. Se defiende el espacio público y por ello aparecen normas de comportamiento que se sostienen, mantienen y perfeccionan con base en el control social. Es una creación colectiva permanente, casi espontánea, que aparece por necesidad, que se renueva y recrea cada domingo.

En la práctica va apareciendo un “Pro-común Colaborativo”[1] que va reemplazando al Estado delegatario. La verdadera y creativa participación ciudadana y comunitaria empieza tener vida propia. La auto-regulación y la cultura ciudadana van haciendo inocua la intervención del Estado. “Ya no se necesitan tantos policías” dice la gente. Rara vez se presenta un robo. Se aprende a respetar y a convivir en colectivo. Además, las ciclovías bogotanas son un campo para el desarrollo de la economía popular. Mucha gente obtiene ingresos de la venta y comercio de variadas mercancías, productos y servicios. Es una experiencia de la cual aprender y “extrapolar” hacia otras áreas de la vida social.

El papel del Estado    

¿Qué hizo el Estado en este caso? Puso a disposición de la población un bien público: las calles pavimentadas y vigiladas. Esas vías, durante el resto de días – lunes a sábado –, se convierten en propiedad “casi” privada de los dueños y usuarios de vehículos, que en gran medida se apoderan  de ese bien público. El transeúnte queda relegado durante esos días a atravesar esas avenidas en medio de esa atronadora, desafiante y atemorizante avalancha  de metal y combustible, subiendo puentes elevados o caminando por las áreas destinadas a transitar cuando el semáforo lo señala, las llamadas “cebras”. El automóvil es durante casi toda la semana el amo, el dueño y señor de la vía, y el transeúnte queda a expensas de ese tremendo poder.

El Distrito Capital aprobó y reglamentó ese derecho desde 1974. Colocó la infraestructura, las reglas y las condiciones para que cualquier persona se apropie de ese espacio y lo haga suyo. Esa misma acción podría hacerse en todos los campos de la vida económica, social y cultural. Si se le generan condiciones a la gente, ésta responde en forma creativa y dinámica. Claro está que mucha gente no usa ese espacio – ciclovías – por pereza, ignorancia o por que físicamente no puede, tiene que trabajar, está enferma, no tiene asegurada la comida u otras causas. El Estado debe investigar esas causas y ayudar – de alguna manera – a que la mayoría de la gente lo haga, disfrute de ese derecho y beneficie sin ningún costo su salud física y mental. Es un aporte a la economía y el bienestar social.

En el caso de la producción hay ejemplos en Colombia y en el mundo de que el Estado puede promover con subsidios indirectos, crédito barato y oportuno, precios de sustentación y otros estímulos no paternalistas ni asistencialistas, para que la población organice empresas o negocios – individuales o colectivos; privados, cooperativos o mixtos – para producir bienes o servicios y así generar empleos y garantizar sus ingresos. Para ello se requiere combatir los monopolios y oligopolios que son obstáculos que impiden el desarrollo de economías de equivalencias y otras formas de democratización de los procesos productivos. 

La izquierda “estatista” no ha evaluado los errores cometidos en el siglo XX y pareciera tropezar con la misma piedra. La estatización de la vida económica es un fracaso. La planificación estatal es necesaria pero no puede ser absoluta. Ahora hay mejores condiciones (comunicaciones, informática, internet) para planificar pero no se requiere de la intervención directa del Estado en todos los campos de la economía. A medida que la sociedad vaya construyendo “procomunes colaborativos” en nuevos espacios de la economía, el gran capital tendrá que ceder espacios. Es la lucha que ya se está llevando a cabo en todo el mundo.

En Colombia ya existen “procomunes colaborativos” de hecho. Cooperativas, asociaciones, ligas de usuarios, mingas, trabajos comunitarios, redes o cadenas de personas que se hacen préstamos de dinero sin ningún interés, están surgiendo por doquier, así como a nivel mundial el “Internet de las Cosas” (IdC)[2] va creando un nuevo tipo de economía que indudablemente requiere de que las mayorías se apropien del Estado, lo modifiquen con procesos de democracia directa, y derroten los intereses mezquinos del gran capital financiero que lo domina todo y subordina los intereses de la sociedad a la obtención de riqueza para unos pocos potentados.

Un Nuevo Proyecto Político necesita de nuevos enfoques para resolver los problemas álgidos de gobernanza y la administración de los bienes comunes. El agua, la energía, el aire, el espacio público, la salud, la educación, la protección del medio ambiente, el transporte y la movilidad, hacen parte de los “bienes comunes”. Habrá que luchar para que el Estado intervenga en esos terrenos garantizando universalidad, gratuidad para los sectores menos favorecidos, buena calidad en la prestación de los servicios, oportunidad y acceso general, respeto a los derechos de los trabajadores y tarifas proporcionales a los ingresos de la población.   

Está demostrado que el “libre mercado” no existe. La ley de la oferta y la demanda siempre beneficia al más fuerte. Pero la intervención absoluta del Estado tampoco resuelve los problemas. Se requiere mayor creatividad para enfrentar los retos del futuro. La iniciativa individual y colectiva exige libertad y motivación. Allí cabría la frase que muchos le achacan a Dios: “Ayúdate que yo te ayudaré”. El Estado en manos de las mayorías debe ofrecer las condiciones para que las gentes en libertad, desarrollen toda su creatividad para construir procesos económicos, sociales y culturales que vayan ganándole espacio a la racionalidad capitalista y, simultáneamente, construyan niveles crecientes de equidad, igualdad, solidaridad y bienestar colectivo. Si nos lo proponemos… lo haremos.        



[1] El “procomún” (traducción al castellano del “commons” anglosajón), es un modelo de gobernanza para el bien común. La manera de producir y gestionar en comunidad bienes y recursos, tangibles e intangibles, que nos pertenecen a todos, o mejor, que no pertenecen a nadie. Un antiguo concepto jurídico-filosófico, que en los últimos años ha vuelto a coger vigencia y repercusión pública, gracias al software libre y al movimiento open source o al premio Nobel de Economía concedido a Elinor Ostrom en 2009, por sus aportaciones al gobierno de los bienes comunes.

[2] Jeremy Rifkin. “La sociedad de coste marginal cero. El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo”: http://bit.ly/1BfVgsi