viernes, 27 de febrero de 2015

LA TRAGEDIA DE LAS FARC

LA TRAGEDIA DE LAS FARC

Bogotá, 27 de febrero de 2015
El llamado “proceso de Paz” entra en fases definitivas. El gran dilema de la dirigencia de las FARC es entender la lógica de las clases dominantes colombianas. Sólo así podrán salirse del libreto trazado y no hacerles el juego. A esa elite plutocrática sólo le interesa garantizar la rentabilidad de sus inversiones y hacer apariencia de democracia. Nada más. Es su obsesión y su razón de ser. Lo demás es retórica, trampa, estrategia, mañas y truculencia.  
En Colombia la oligarquía muy pocas veces llama a la reconciliación. Ahora lo hace no porque quiera sinceramente la “Paz”. Es la economía la que obliga. Dice Estanislao Zuleta en su obra donde analiza la obra de Shakespeare: “Lo terrible es que también la petición de reconciliación se puede aprovechar como un arma para el combate”[1].
Siempre ha sido así. Desde sus orígenes la casta dominante que se formó en Colombia cimentó una naturaleza criminal especial: es psicópata y bipolar. Ha usado la doble personalidad para engañar a las clases dominadas. Una para tender la mano, otra para blandir el garrote y el puñal. Lo hicieron con los indios que resistieron la invasión. Lo repitieron con los alzamientos de negros esclavos. Lo perfeccionaron en la “Revolución de Los Comuneros”: mientras el Arzobispo Caballero y Góngora negociaba con los rebeldes en Zipaquirá, las fuerzas de la represión ejecutaban sobre seguro y a traición a José Antonio Galán.
Un tiempo después, a la sombra de falsos llamados a la paz y reconciliación, acosaron a Bolívar hasta llevarlo a la depresión y la muerte. Más adelante obligaron al exilio al General José María Melo, asesinaron al coronel Avelino Rosas y a Rafael Uribe Uribe. Lo mismo ocurrió con Jorge Eliécer Gaitán. Y luego masacraron a los guerrilleros liberales desmovilizados a finales de los años 50s del siglo XX. Y en la década de los 80s asesinaron a cuatro candidatos presidenciales de la oposición política y a miles de sus militantes.
De acuerdo a Estanislao Zuleta en su análisis sobre el Poder, en éste… “sólo hay dos cosas: producir temor y halagar intereses” [2]. Así lo han hecho en Colombia. “A Dios rogando y con el mazo dando”. Siempre han tenido figuras políticas para desempeñar ambos papeles: Laureano Gómez y Alfonso López Pumarejo en los años 30 y 40; Turbay Ayala y Belisario Betancur en los 80s; Cesar Gaviria y Andrés Pastrana, por un lado y Ernesto Samper, por el otro, en los 90s; y ahora, Uribe y Santos. Uribe es el que genera miedo y temor, Santos halaga intereses para cooptar al “movimiento democrático”. Es la misma fórmula con nuevas figuras. Es un libreto conocido.
La receta les ha dado resultado porque las fuerzas democráticas no han logrado desentrañar esa lógica. Hemos respondido en forma programada: o el levantamiento provocado y fácilmente controlable, o la conciliación cortesana y resignada. Ante lo malo y lo peor, como ocurrió el año pasado, tuvimos que escoger “lo menos peor”. Por eso, en medio de su confusión algunas fuerzas democráticas justifican esa decisión tratando de lavarle la cara a Santos. Hacen pactos a espaldas de la sociedad supuestamente para garantizar la “Paz” y le generan ilusiones “reformistas” al pueblo. Caen en la trampa de creer en la existencia de una “burguesía progresista” y otra “reaccionaria”. Con esa idea los sectores populares se han puesto a la cola de la oligarquía.
La decisión correcta es “cogerle la caña” a una de esas personalidades para demostrar que son una sola entidad. No porque sea una mejor que la otra, sino porque una de ellas representa para nosotros la oportunidad de avanzar. Hasta ahora sólo Jorge Eliécer Gaitán logró diseñar otra respuesta política y derrotarlos en su terreno: las elecciones. Por eso lo mataron a mansalva. Él falló en que no creyó que fueran tan crueles y asesinos. Su fórmula fue apoyar desde su autonomía a López Pumarejo y Eduardo Santos, participando en su gobierno, con el único objetivo de construir su PROPIA FUERZA. Sin embargo mantuvo grandes distancias con la orientación política de esos gobiernos y renunció a su cargo de Ministro de Trabajo y Educación (respectivamente), cuando desde la presidencia le bloquearon sus propuestas. Así avanzó en la construcción del “movimiento gaitanista”. Fue una obra de arte.
El año pasado (2014) una parte de las fuerzas democráticas y la misma insurgencia apoyaron a Santos en las elecciones. Lo hicieron pero sin estrategia. El error no es haberlo apoyado, fue hacerlo sin decisión y seguridad. Se actuó en forma vergonzante cuando lo que había que hacer era seguir el ejemplo de Gaitán. Exigirle a Santos participación en su gobierno y al calor de esa exigencia, hacer conocer al pueblo y a la sociedad nuestras propuestas transformadoras. Así supiéramos que no nos iban a dar participación, había que cobrar públicamente esa ayuda. Se trata de enfrentar al gran capital en su terreno, sin temor, con decisión y firmeza.
La tragedia de las FARC
¿Cuál es la tragedia de las FARC? Que ellos finalmente se dieron cuenta que la guerra sólo beneficia a las clases dominantes. Que la acción armada está agotada. Que les llegó el momento de cambiar la forma de lucha. El problema es que ellos no pueden aceptar que después de tanto sacrificio, su desmovilización no se concrete en conquistas sociales y económicas para el pueblo. Y por ello tratan de hacer malabarismos para conseguirlo.  
Pero el verdadero problema es otro. Su lucha – por más heroica que haya sido – se basaba en fundamentos equivocados. Se le quiso “hacer la revolución al pueblo”. Entregarle la victoria como por encargo sin que éste se lo hubiera pedido. Ha sido un sacrificio individual o de grupo aislado de las masas. La verdadera acción revolucionaria no es hacerle la revolución al pueblo. La tarea es organizar a ese pueblo para que él mismo haga “su propia revolución”. Allí está la matriz equivocada.
Hoy – si continúan en la dinámica en que están en La Habana – van a seguir en lo mismo: manteniéndose en el marco de un levantamiento controlado y relativamente marginal o, conciliando con la burguesía una falsa democracia en el marco de una “Paz perrata”[3] (http://bit.ly/18u7aWh). Terminarán, como ha pasado en todos los “procesos de Paz” en Colombia, haciéndole el juego a una oligarquía que llama a la reconciliación cuando prepara la traición. En este caso la felonía no es contra los dirigentes de la insurgencia porque ya no necesitan desaparecer o asesinar a ningún guerrillero desmovilizado. La oligarquía sabe que éstos – por más que se esfuercen –, no van a poner en peligro sus intereses porque el grueso del pueblo no los va a seguir.
La “traición” ya no va a ser para los que hagan la “paz”. La trampa consiste en que a la sombra de la “falsa Paz” introducen “sin dolor”, la segunda fase de la globalización neoliberal. Es lo que estamos viendo con la propuesta de Plan Nacional de Desarrollo planteado por el gobierno Santos al Congreso de la República. La mayor parte del presupuesto lo ponen al servicio de las inversiones de las grandes empresas transnacionales en minería, infraestructura vial y energética, y agro-negocios. Es una bofetada a cualquier proceso de Paz serio, creíble y sostenible.
Y es por ello que la dirigencia de las FARC debe pensar en entregar la posta a nuevas generaciones. No se trata de que se jubilen o renuncien a la lucha, pero sí es hora de revisar más a fondo su práctica. Tienen necesariamente que aceptar su derrota política para poder entregarle al pueblo colombiano una lección que nos sirva hacia el futuro. Sin lavarle la cara al gobierno, sin prestarse a componendas pacifistas que ocultan la verdadera violencia colonial e imperial, oligárquica y capitalista.
De ese replanteamiento tendrá que surgir una nueva política. Posiblemente ya no en cabeza de ellos. Las nuevas generaciones están ávidas de que se les suelte la rienda. Nuevos movimientos políticos están apareciendo por doquier. La juventud necesita una buena asesoría, de gente veterana que acepte que su momento ya pasó y que con humildad se ponga al servicio de nuevas miradas y mejores prácticas, verdaderamente democráticas y colectivas.
Ahora necesitamos una política de nuevo tipo. Una nueva forma de acción política. Que recoja el valor y la entrega de los luchadores de la UP y el partido comunista. Que recree la ética, la transparencia y la cultura ciudadana que mostró Mockus en su momento sublime de la primera alcaldía de Bogotá. Que retome la claridad conceptual de carácter democrático que era la principal carta del Carlos Gaviria de 2006. Que explote la defensa de lo público y la capacidad de riesgo que ha demostrado Gustavo Petro. Pero que supere esa dinámica dispersa y desintegrada. Que convierta todo ese importante legado en un nuevo movimiento que lleve a la sociedad colombiana a entender que todos “Somos Ciudadanos” y que unidos, podremos cambiar y transformar este país.
La tragedia de las FARC consiste en que navega en un barco que ya no controla y les da temor tirarse al mar sin salvavidas. Si lo hacen, si se lanzan a la acción política civilista con humildad – tal vez –, el pueblo les ofrezca un flotador. Pero ya no será el de ellos, será el de un pueblo que aprende de ese esfuerzo fallido que desconoció el principal legado de Marx: “La emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores mismos”[4].
La tragedia de las FARC puede convertirse en comedia y drama. De ellos depende que su desmovilización e ingreso en la lucha política abierta y legal sea un paso que le permita a nuevos actores políticos lograr lo que ellos no pudieron: conseguir que el pueblo y la sociedad se apropien plenamente de la actividad política y la pongan al servicio de las mayorías.    

[1] Zuleta, Estanislao. “Shakespeare: una indagación sobre el poder”.  Universidad del Valle, 2015. p. 21
[2] Ídem, Óp. Cit. p. 27
[3] Dorado, Fernando. “Guerra degradada y paz perrata”: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=176957
[4] Marx, Carlos. “Estatutos generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores”. 1871

sábado, 14 de febrero de 2015

¿QUÉ LE PASA A PETRO?

¿QUÉ LE PASA A PETRO?
Bogotá, 13 de febrero de 2015
La lucha por la Alcaldía de Bogotá está cada día más candente. Es la antesala de la confrontación por la Presidencia de la República en 2018. Varios hechos ocurridos esta semana muestran las tendencias y alineamientos que se consolidarán hacia el futuro.
El primero ocurrió en el marco de la reapertura del Hospital San Juan de Dios (La Hortúa). El presidente Santos le dio un fuerte respaldo a la administración Petro en un intento por cooptar al “petrismo” hacia una coalición con la Unidad Nacional. El Alcalde acepta ese apoyo en un intento por posicionar a su candidato Hollman Morris.
El segundo fue la propuesta de Enrique Peñalosa de realizar una consulta entre la Alianza Verde y la Unidad Nacional “santista” a fin de “impedir el triunfo de Clara López y la Izquierda”. Le agrega a su propuesta el objetivo de derrotar al “uribismo” pero no se ve muy creíble.
El tercer hecho fue el lanzamiento de la pre-candidatura de Carlos Vicente de Roux, con el importante apoyo de un sector del progresismo, encabezado por el PTC y su concejal Yezid García Abello, quien resaltó los aportes de De Roux a la Bogotá Humana, su vertical lucha contra la corrupción y la iniciativa de construir una gran convergencia democrática que garantice la continuidad de los gobiernos de corte social o de Izquierda.
Estos acontecimientos confirman lo previsto en artículo anterior. Tres bloques recogerán las principales candidaturas distritales: el “uribismo”, el “santismo” y la Izquierda.
El Alcalde Petro está en una situación muy difícil. Él sabe que en esta elección se juega su futuro del 2018. A pesar de las buenas ejecuciones en materia social la percepción ciudadana es la de una deficiente capacidad gerencial. El tema de la movilidad y la seguridad no obtuvieron soluciones de fondo. Endosar su capital político no va a ser fácil.
Si se empeña en consolidar su alianza con Santos, tendrá que apoyar a Rafael Pardo. Éste de salir elegido no va ser ninguna garantía para Petro ya que la presión de Vargas Lleras y los partidos de la Unidad Nacional se hará sentir con toda su fuerza. Santos así lo quiera, no podrá cumplir pactos ya que por entonces irá de salida. 
Santos – apoyándose en la Bogotá Humana – juega a mostrar una supuesta “cara social”. Nada más falso. El Plan Nacional de Desarrollo presentado por su gobierno aprobará la política neoliberal más agresiva y regresiva de los últimos tiempos: casi todo el presupuesto de inversión se hará en infraestructura al servicio de las empresas transnacionales para que continúen explotando nuestros recursos naturales y arrasando con nuestra naturaleza.  
Por ello, si Petro continúa en la senda de la alianza con el “santismo”, el pueblo bogotano le dará una fuerte lección. Ya lo ha hecho en anteriores situaciones pero el Alcalde no escucha. Cada vez, en este tema de las candidaturas,  es más autista y cegatón, rodeado de un grupo de áulicos burócratas que lo aíslan de la realidad.
Pero el pueblo es superior a sus dirigentes. Por más que Petro se esfuerce por tratar de endosar a Morris sus buenas realizaciones, la gente no va a seguir esa dirección. Al pueblo no le gustan los mandaderos.
Clara López puede consolidar su candidatura y ganar con holgura. Debe abrir el abanico de apoyos. Tiene que mostrarse abierta a hacer acuerdos con sectores de la Alianza Verde y del Progresismo que ya muestran independencia frente a Petro, y con sectores liberales que son autónomos frente a Santos.
Petro, en vez de mostrar generosidad con sus antiguos compañeros y compañeras del Polo, continúa en una posición revanchista. Con esta actitud ha puesto en riesgo y grave peligro la posibilidad de ser Presidente en 2018.
El pueblo colombiano y la sociedad en general están cansados de la política vengativa, del desquite, de las trapisondas, de querer eternizarse en el gobierno por medio de funcionarios subordinados, del sectarismo, la egolatría y la estrechez de miras.
Todo el movimiento democrático bogotano puede rodear a Clara López, comprometerla a continuar con lo positivo de la Bogotá Humana y corregir los errores y falencias de la Administración Petro.
En Bogotá el tema de la Paz no es el central. La movilidad, la inseguridad, el desempleo, la especulación de la tierra, la precariedad laboral, el desmonte de los monopolios privados que se apoderaron de lo Público, y la organización de las comunidades para ejercer nuevas formas de democracia directa, debe ser lo que esté en el centro del debate y de la ejecución del próximo gobierno distrital.
¿Qué le pasa a Petro? ¿El poder lo mareó? Malas señales está enviando: la soberbia y el revanchismo siempre serán malos consejeros.
La situación del alcalde Petro se veía venir. Es consecuencia de los acuerdos que realizó con Santos para librarse de la embestida del Procurador. La lucha y la presión social que se expresó en marchas, encuestas de opinión, “tutelatones” y actitudes de respaldo a la Bogotá Humana, parecieron – entonces – haber pasado a un segundo plano. Los convenios burocráticos que se materializaron en el respaldo del “petrismo” a Santos en la primera vuelta presidencial, que en ese momento fueron minimizados, se muestran ahora como los determinantes. Salen hoy a la superficie de cara a las elecciones distritales. Como dicen por ahí: “Cada quien cava su tumba”.

La unidad del “movimiento democrático” es la única garantía de triunfo. Tanto en las elecciones de Alcaldía de Bogotá en 2015 como frente a las elecciones presidenciales de 2018, la construcción de esa unidad es una tarea de primer orden. A eso le apuntamos.  

viernes, 6 de febrero de 2015

¡A CONSTRUIR LA AVANZADA DEMOCRÁTICA!

La complejidad de Colombia y la coyuntura actual
¡A CONSTRUIR LA AVANZADA DEMOCRÁTICA!
Popayán, 6 de febrero de 2015
Colombia es un país difícil de entender. No acaba de ser una verdadera Nación. Nuestro pueblo es complejo, variado, diverso y heterogéneo. Colombia es una sumatoria enmarañada de regiones, de pueblos, etnias e historias paralelas. No ha podido construir verdadera identidad. Su desarrollo histórico debe mirarse con detenimiento para acercarse a su realidad. Hay que hacerlo con pinzas y una lente grande para captar detalles que son fáciles de pasar por alto. Es una verdadera “formación social abigarrada” de acuerdo a la definición de René Zavaleta.[1] Pero además, la intervención imperial ha sido la constante.
Si superamos el conflicto armado se crearán mejores condiciones para avanzar en ese proceso de construir identidad pero, no va a ser fácil ni simple. Sólo la conquista de la democracia – aunque sea formal y “burguesa” – puede crear condiciones para generar una “participación entre iguales”, así seamos diferentes. Ese proceso ya se desarrolla en Bogotá. Ésta ciudad representa, si incluimos a todas las ciudades y pueblos que están alrededor de su área metropolitana, la cuarta parte de la población colombiana. En el resto del territorio esa falta de identidad se mantiene y a veces, se agudiza. Nos subdividimos y dispersamos en grupos humanos cada vez más sectorizados.
Para quienes no conocen la historia es bueno recordarla. Brevemente. En el territorio colombiano nunca ha existido un poder centralizado. Ni antes de la invasión europea a cargo de españoles ni después. Aquí existía un pequeño “imperio” muisca en la altiplanicie cundi-boyacense pero en el resto del territorio vivían múltiples pueblos autónomos e independientes. La región sur-occidental fue poblada con legiones “yanaconas” traídas por los españoles en su proceso de conquista y colonización del Perú y Ecuador. Hubo regiones en donde la población blanca no se mezcló ni con indios ni negros. En otras zonas se ubicaron grandes poblaciones afrodescendientes traídas para la explotación de oro en minas y ríos. Poco a poco surgió una indiada mestiza que hoy es la mayoría de los colombianos pero no termina de auto-identificarse. Poderes regionales y orígenes diversos los separan.
La geografía también atenta contra la unidad. Tres imponentes cordilleras nos han separado y aislado históricamente pero, a la vez, han sido nuestro principal hábitat y parcialmente nos ha definido. Costeños, paisas, santandereanos, boyacenses, vallunos, caucanos, nariñenses, chocoanos, tolimenses y huilenses, llaneros, son sus principales expresiones regionales. Y en medio de esas denominaciones, existimos negros, indios, mestizos y blancos. También, citadinos y rurales, obreros y campesinos, grandes propietarios y pequeños y medianos productores, y últimamente una masa creciente de profesionales y técnicos de todas las razas y colores que al lado de los trabajadores tradicionales e informales, crecen en las ciudades a ritmo exponencial. Allí, en medio de esa población, 6 millones de desplazados por la violencia se debaten por sobrevivir sin contar los más de 4 millones de migrantes que están dispersos por el mundo, especialmente en Venezuela, Ecuador, EE.UU. y Europa. Esa es la variopinta complejidad de Colombia.
Hoy somos un país fundamentalmente urbano. La mayoría de los campesinos, a excepción de los que habitan en zonas de colonización, alejados y marginados, tienen un pie en su finca o parcela, y otro en la ciudad. La oligarquía colombiana y el imperio – utilizando e instrumentalizando el conflicto armado – han despoblado gran parte de zonas rurales que están en la mira de grandes inversionistas para impulsar grandes proyectos minero-energéticos, producción de agro-combustibles con base en caña de azúcar y palma africana, y otros productos tropicales como café robustas. También pretenden apropiarse de la biodiversidad natural con fines industriales y de turismo ecológico y cultural. Ya lo hacen.
Es por ello que en Colombia nunca ha existido un control territorial absoluto. La colonización española que después se transformó en colonización criolla siempre se enfrentó con levantamientos y resistencias de diferente tipo en zonas agrestes y de difícil acceso. Los indios pijaos, nasas y wayuu fueron los más difíciles. Negros cimarrones se rebelaron en diferentes regiones y momentos. Los patriarcas y la nación paisa durante las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX, fueron grandes expulsores de “bastardos mestizos” que fueron poblando gran parte del territorio nacional, colocándose a la cabeza de diversas colonizaciones, empujados por procesos violentos de despojo sistemático de tierras domesticadas por los procesos de colonización.
Las guerrillas rurales son una herencia genética. Desde la conquista y colonia, pasando por la época republicana, siempre han existido núcleos armados en Colombia. En 1936, con ocasión de la aprobación de la Ley 200 durante el gobierno de la “Revolución en Marcha” de López Pumarejo, la reacción de los grandes latifundistas obligó a los campesinos a iniciar procesos de resistencia armada. Después vino el asesinato de Gaitán y la violencia de los años 50s del siglo XX. Los vestigios de las guerrillas liberales fueron alimentados con ideas comunistas y socialistas durante el auge revolucionario que se produjo entre la juventud e intelectualidad citadina después de la revolución cubana (1959). Y así se originaron las nuevas guerrillas izquierdistas que han sido protagonistas del conflicto armado de los últimos 60 años.
Pero siempre, detrás de ese fenómeno ha estado la oligarquía utilizando la fuerza violenta contra el pueblo, especialmente campesino. Han usado a las fuerzas armadas del Estado (ejército y policía) o a grupos paramilitares para ejecutar sus planes de despojo y arrasamiento de la resistencia popular, pero se han dado las mañas para mantener la apariencia de ser una democracia “respetuosa de la institucionalidad”. Esa combinación de formas de lucha ha sido usada a la perfección para derrotar los intentos revolucionarios y democráticos, recurriendo al crimen, al saboteo, la infiltración, la discriminación, la criminalización de la lucha popular, y sobre todo, a la propaganda negra para desprestigiar  a los luchadores revolucionarios procurando obligarlos a la degradación de sus métodos y prácticas de lucha y de resistencia. Y lo han logrado, desgraciadamente.
Pero la oligarquía también diseñaba paralelamente formas de control corporativo extremadamente eficientes paras otros sectores de la población. Para gran parte de los campesinos productores de café que fueron fruto de la “colonización antioqueña blanca” diseñaron un modelo relativamente exitoso. Les funcionó hasta la caída del Pacto Internacional del Café en 1989. Decenas de miles de pequeños y medianos productores tenían asegurado un precio de compra. Se organizó la Federación Nacional de Cafeteros que siempre fue controlada por el gobierno y por los grandes productores y exportadores de café. Ellos siempre han tenido acuerdos ocultos con las grandes compañías procesadoras, tostadoras y comercializadoras de los EE.UU., y se establecieron impuestos parafiscales y los recursos eran invertidos en infraestructura productiva y asistencia técnica para producir y transferir tecnología. El control era efectivo y los campesinos estaban satisfechos.
Es decir, en Colombia la oligarquía se “portaba bien” con la población cortesana y conformista. Algo compartía con ella. En otras regiones como el Cauca y Nariño, el paternalismo era más evidente. Las masas campesinas mestizas de origen “yanacona” o de procedencia nativa pero domesticada, que eran supuestamente “sangre de su sangre”, compadres, ahijados, allegados y sirvientes, eran controladas totalmente hasta hace un poco más de 2 décadas. Servían de cobertura para tener neutralizados a los indios bravos (nasas, guambianos y coconucos). Y por ello les “dieron” tierra y confianza a los campesinos mestizos. En la Costa Atlántica la situación con la población “sabanera” y “vallenata” es similar. Todavía las clases dominantes tienen cierto control aunque cada vez más débil. Por ello impulsaron la estrategia paramilitar.     
Fenómenos colombianos aparentemente incomprensibles
Es por todo lo anterior – y seguro, muchas más cosas que se nos pasan  – que Colombia es la tierra del “realismo mágico”. Los contrastes son enormes y difíciles de comprender. Nadie entiende, por ejemplo, cómo fue que el Partido Comunista se opuso a Jorge Eliécer Gaitán en los años 30s y 40 del siglo pasado (XX). Menos, que apareciera el general Gustavo Rojas Pinilla, un conservador empedernido que a la vez fue el principal realizador de transformaciones administrativas del Estado en el siglo XX, sin llegar a ser un verdadero reformador. Tuvo en su momento un fuerte apoyo popular fruto de su imagen anti-oligárquica, lo cual se corroboró en las elecciones de 1970. Otra de las perlas que produce este país es un "partido maoísta" que de ser "proletario" termina convertido en el "ala izquierda" de la burguesía agraria y aliado de Uribe y del paramilitarismo.
Tampoco es fácil de entender la dupla actual de fenómenos entrelazados. En medio de la enorme desigualdad e injusticia de nuestro sistema económico y político, la insurgencia guerrillera tiene un gran rechazo entre la población. Mientras tanto, Álvaro Uribe Vélez – así nos duela – tiene un evidente respaldo popular, por ser la contraparte de la guerrilla y por supuestamente, estar enfrentado a la oligarquía bogotana. A eso se refería el escritor William Ospina en su artículo de la Revista Semana "De dos males" (http://bit.ly/1px15NY). Es que es difícil entender cómo es que Colombia produce la única guerrilla comunista que sobrevive en el siglo XXI y a la vez, el único presidente paramilitar y mafioso del Sudamérica que emula en crímenes a Pinochet y a Fujimori pero que ha logrado sobrevivir políticamente. Sigue siendo una amenaza para el pueblo y, claro, para construir democracia porque logró comprometer en sus acciones delictivas al grueso de la oligarquía colombiana y al mismo imperio estadounidense, y a la vez, se presenta como un enemigo de la rancia oligarquía bogotana.   
Un fenómeno típico colombiano es lo que ocurre con el actual presidente Juan Manuel Santos. Fue el principal alfil de Uribe, de la más estirpe oligarquía bogotana, obsesionado por detener lo que el mismo consideraba como el principal enemigo de América Latina: el “populismo chavista”. Ahora, su anterior “patrón” lo califica de ser agente del “castro-chavismo”, y lo acusa de estar entregándole el país a la guerrilla. Son aparentes paradojas que para cualquier desprevenido pueden parecer inexplicables.  
Pero no hay tal, si se mira la realidad sin tanta floritura ideológica, se puede concluir que la oligarquía siempre ha jugado con dos alas o fracciones: la derecha extrema (Reyes, Abadía Mendez, Laureano Gómez, Turbay Ayala, Uribe) y la derecha que se presenta a veces como “reformista”, moderada, “estatista”, “social”, pero que cuando ve sus intereses en peligro, cede totalmente ante las fuerzas del gran latifundio conservador o de la gran burguesía nacida en su seno. Si el pueblo y los demócratas se unen, ellos inmediatamente se juntan para defender sus intereses. Es lo real y visible.
La coyuntura actual
La dinámica político electoral que se observa en Bogotá frente a las elecciones regionales y locales es un buen referente del comportamiento que asumen las diferentes fuerzas y agrupaciones políticas. La bandera de la Paz sigue jugando pero en el terreno municipal, distrital y departamental no es el determinante. Intereses grupistas y sectoriales quieren utilizar esa consigna para justificar alianzas oportunistas y así, mantener o acceder a niveles de gobierno que les garanticen puestos y contratos.
¿Cuál es esa dinámica? El uribismo juega a tener candidato propio y atraer a sus aliados naturales, los conservadores. Atacan a los últimos tres gobiernos distritales ubicándolos como uno sólo. De esa manera colocan su objetivo en identificar a todas las fuerzas progresistas con el “castro-chavismo” y buscan identificar a la izquierda con la guerrilla. El “santismo” sabe que para poder incidir en la política distrital debe ganarse a un sector del “movimiento democrático” y por ello aspira a formar un bloque con el “petrismo”, sea alrededor de un candidato progresista, si uno de ellos despega electoralmente, o buscando que dichas fuerzas apoyen a Rafael Pardo. El “cuento” de la Paz y de la amenaza uribista es su principal argumento.
La Alianza Verde está en graves problemas. Los acuerdos que le dieron vida han saltado por los aires desde las elecciones presidenciales. Era lo previsto. Carlos Vicente de Roux es el candidato más preparado y capaz de aglutinar las mermadas fuerzas pero el problema es que hasta ahora no despega entre la opinión pública. Lo más seguro es que las fuerzas y agrupaciones políticas que lo respaldan, se posicionen para negociar más adelante. Posiblemente sean el factor que incline la balanza hacia la alianza “petrismo-santismo” o hacia una convergencia efectiva y nítidamente democrática y de izquierda que podría encabezar Clara López.
La candidata del Polo va firme en sus pretensiones de ser Alcaldesa y sólo tiene que lidiar al interior de su partido para flexibilizar su posición y construir una alianza más amplia, incluyendo sectores liberales, conservadores y aún de otros partidos tradicionales que pueden dar el paso hacia lo social. Para ello debe entender que las bases de todos los partidos políticos – en el ámbito regional y local – se mueven frente a intereses concretos y que el tema de la Paz no es el determinante. Éste es un asunto eminentemente nacional.
Lo ideal es que todo el campo independiente, alternativo, liberal-social, socialdemócrata, progresista y de izquierda se unificara. Pero tal como se percibe, va a ser una tarea imposible. Y ese panorama es el que se repite en los municipios y departamentos en donde las fuerzas burocráticas incrustadas en el movimiento social y político popular utilizan la “amenaza uribista” para justificar todo tipo de conciliaciones y oportunismos para disfrutar de mínimas migajas que el “santismo duro” – profundamente corrupto y clientelar – comparte desde el gobierno. Es muy triste constatar esa realidad.
Todo lo anterior – que podría sustentarse con mayores detalles – nos reafirma en el criterio de que debemos construir un Nuevo Proyecto Político, cualitativamente diferente a lo que existe. Es urgente hacerlo de cara al 2018 que podría ser una nueva versión de lo que ocurrió en las elecciones presidenciales de 2014 y lo que ya se está presentado en las elecciones regionales y locales de 2015. Lo que sucede ahora desnuda – una vez más – la enorme dispersión y división del “movimiento democrático”. La influencia de intereses grupistas y partidistas, unos “ideológicos”, otros burocráticos, y unos más, personalistas y ególatras, no permiten la indispensable y necesaria unidad que se puede y debe construir no sólo para derrotar al uribismo sino para enfrentar y superar al conjunto de las fuerzas oligárquicas, corruptas y criminales que gobiernan este sufrido país.
El Nuevo Proyecto Político ya camina y lo hará con mayor consistencia en la medida que seamos claros de lo que sucede con nuestra dirigencia democrática y de izquierda. La “nueva clase trabajadora”, el “nuevo proletariado” compuesto por profesionales y emprendedores “precariados”, muchos de ellos desempleados o subutilizados en su capacidad profesional, va a ser – en lo inmediato – el sujeto social y político que nos va a ayudar a construir la IDENTIDAD, popular y nacional, con forma “ciudadana”. Ya lo empezó a hacer con la “ola verde”, la solidaridad con el paro agrario de 2013 y la defensa del gobierno de Petro. Pero va a ir más allá y con ellos construiremos la avanzada democrática de nuestra Nación. ¡No lo dudemos!          
NOTA: Un grupo de jóvenes profesionales en Bogotá han constituido la herramienta inicial y  provisional para impulsar el Nuevo Proyecto Político. Se han denominado “SOMOS CIUDADANOS – Red Democrática”. Apoyamos esa iniciativa y les deseamos mucho éxito, trabajo colectivo, persistencia y fe en el futuro.
Su correo es <somosciudadanos2015@gmail.com> y su Twitter es @somosciudadania


[1] “Formación social abigarrada” es una sociedad en la que se yuxtaponen en relaciones asimétricas de poder distintas culturas y sus modos respectivos de producción. Concepto que no implica que esa complejidad y diversidad sea una condición negativa o positiva. ES, nada más. (René Zabaleta Mercado, obras varias).

miércoles, 4 de febrero de 2015

CARTA PÚBLICA DE SILVIA ZULETA ORTIZ, HIJA MAYOR DE ESTANISLAO ZULETA

CARTA PÚBLICA DE SILVIA ZULETA ORTIZ, HIJA MAYOR DE ESTANISLAO ZULETA
Quiero agradecer públicamente a todas las personas e instituciones sociales y políticas – entre ellas mi hermano José Zuleta Ortiz – que durante el mes de febrero de 2015 han programado en Cali, Bogotá y Medellín una serie de actividades relacionadas con la conmemoración de los 80 años de nacimiento y 25 años de la muerte de mi padre Estanislao Zuleta.
Quiero destacar el trabajo de la Corporación Cultural Estanislao Zuleta de Medellín bajo la dirección de Sandra Jaramillo que en compañía con numerosos profesores universitarios e intelectuales antioqueños vienen preparando la realización de números actos en esa ciudad.
También resalto y trataré de apoyar el trabajo que diferentes personas realizan en Cali con el mismo objetivo de recuperar, rescatar, divulgar y desarrollar el pensamiento de Zuleta, entre la que se destaca el lanzamiento del libro “Shakespeare, una indagación sobre el Poder” que se hará el próximo 17 de febrero en la Biblioteca Departamental en Cali.
Igualmente destaco la labor de un grupo de jóvenes de Bogotá que han conformado un colectivo denominado “SOMOS CIUDADANOS-Red Democrática”, que realizarán entre el 12 y el 28 de febrero de este año diversos eventos en el Centro de Memoria Histórica “Paz y Reconciliación”, y las Universidades Javeriana, Nacional y Distrital, conversatorios y conferencias con el apoyo de los periódicos Desde Abajo, Nueva Gaceta y el Informativo de la CUT Bogotá Cundinamarca.
Además, frente al panorama y ambiente político que se empieza a respirar en mi patria Colombia, con ocasión de los avances que tiene el denominado proceso de Paz, y también los evidentes progresos democráticos que vive Latinoamérica y el mundo en general, fruto de la irrupción de gobiernos progresistas y de los triunfos de movimientos políticos como Syriza en Grecia y Podemos en España, he tomado la determinación de afiliarme y contribuir con el trabajo del Partido del Trabajo de Colombia PTC y ayudar con la construcción de un Nuevo Proyecto Político en el país, que conduzca a nuestra nación hacia niveles ciertos de democracia, autonomía y equidad social.
En ese sentido creo firmemente – sin ser una especialista en las ideas de mi padre ni ser una activista política consagrada, sino como simple ciudadana - que el pensamiento de Estanislao Zuleta, en su visión sobre el conflicto, la democracia, los derechos humanos y la crítica al poder omnipotente de las clases dominantes, puede contribuir enormemente en la construcción de una nueva Colombia, en Paz y con reconciliación, más justa, equitativa y que ofrezca verdaderas oportunidades a la gente para obtener bienestar y vida digna.
Firma: Silvia Zuleta Ortiz

Cédula de Ciudanía No. 35.456.868 de Bogotá D.C.