jueves, 30 de junio de 2016

EL MS E-24 DEBE PARTICIPAR EN LA LUCHA POR LA PAZ SIN PERDER SU IDENTIDAD

EL MS E-24 DEBE PARTICIPAR EN LA LUCHA POR LA PAZ SIN PERDER SU IDENTIDAD

Popayán, 30 de junio de 2016

Todos los verdaderos movimientos ciudadanos y sociales son "informes y maleables". En Colombia un movimiento ciudadano por la paz ya está en marcha. Hay cientos de iniciativas. Antier un grupo de intelectuales lanzaron "La paz querida", el partido Alianza Verde encabezado por Claudia López y Antonio Navarro impulsan recogida de firmas, y así, en cada región, ciudad, surgirán muchas más iniciativas que ya vienen de atrás impulsadas por campesinos, indígenas, mujeres, jóvenes, victimas, etc.

Pero las organizaciones políticas y sociales que mejor encarnarán y canalizarán ese sentimiento deberán cumplir con tres requisitos básicos señalados en el artículo “Paz para el pueblo y guerra a los corruptos” (http://bit.ly/296zr7v), que son:

1. Estar totalmente deslindados de Santos, Uribe y las FARC;

2. Apoyar con decisión la terminación negociada del conflicto armado pero con autonomía y críticas constructivas; y,

3. Darle contenido programático a la lucha por la paz.

Nuestra propuesta en ese sentido es priorizar tres temas: lucha contra la corrupción, defensa del medio ambiente y generación de empleo digno, lo que implica cambiar el modelo productivo.

El problema de la izquierda tradicional es que por querer controlar y "dirigir" los movimientos sociales, los cercenan, dividen, anulan, "encauzan", le quitan su riqueza "informe y maleable" y los debilitan (claro, sin querer, inconscientemente, porque no entienden que en esa informalidad está contenida la creatividad y riqueza del movimiento).

Los jóvenes del Movimiento Social E-24 deberían abrir un debate interno sobre el tema. No es posible que frente a un momento tan importante para el país, no se asuma una posición clara y valiente.

Al no hacerlo permiten que, por un lado, el “uribismo guerrerista” utilice el E-24 para engañar, y por el otro la “izquierda tradicional” confunda a los jóvenes.

No afrontar el problema o esquivarlo no resuelve nada. Por el contrario, los debilita.

E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado

miércoles, 29 de junio de 2016

PAZ PARA EL PUEBLO Y GUERRA A LOS CORRUPTOS

PAZ PARA EL PUEBLO Y GUERRA A LOS CORRUPTOS

Popayán, 29 de junio de 2016

Una parte importante de los colombianos no cree en la paz que se está pactando. No es que le crean a Uribe, al Procurador Ordoñez o a RCN. No. Hay un “conocimiento instintivo” que surge de una valoración colectiva que debe ser tenido en cuenta. Algunos lo identifican con ignorancia, indiferencia, alienación, “no-me-importismo”, escepticismo e incredulidad. Esas actitudes existen pero son resultado de una opinión basada en una percepción real.

La principal causa es la historia, el pasado y la experiencia. Los anteriores “pactos de paz” no terminaron en nada. La violencia continuó y los gobiernos no cumplieron. El pacto social y político de 1991 fue desconocido por las clases dominantes. A excepción del derecho de tutela, todo lo demás quedó en el papel. Además, las economías extractivas de enclave (legales e ilegales) más el desempleo, pobreza, exclusión, inequidad, iniquidad e injusticia, crean las condiciones para que aparezcan a diario grupos armados ilegales.

De acuerdo a esas evidencias visibles, la opinión generalizada –incluyendo la del gobierno, analistas y políticos– indica que ésta será una “paz imperfecta”, “precaria”, “pura y simple”. Nosotros le llamamos “paz perrata”. Pero, esa definición no le dice nada a la gente. “Es paz o no es paz”, dirá cualquier parroquiano. Es decir, hay que empezar reconociendo que la terminología utilizada es vaga, imprecisa y confusa. Ahora Uribe habla de “paz herida”. Y esa confusión genera desconfianza e inseguridad, mucho más cuando el presidente Santos pasa de las promesas irreales a las amenazas reales, de ofrecer ríos de miel y leche a chantajear con la posibilidad de más impuestos o de una cruenta guerra urbana y terrorista.

Por ello, si un movimiento ciudadano quiere participar en la campaña electoral para convencer al pueblo colombiano que debe refrendar los acuerdos que se están firmando entre el gobierno y las FARC, y quiere hacerlo con independencia de los actores principales de esa disputa eleccionaria, o sea, del gobierno, las FARC y Uribe, tiene que revisar el lenguaje, los significados y significantes, debe hablar con la verdad, sin tapujos, sin ocultar por qué participa en ese proceso, desenmascarando a todos los que se presentan como “pacifistas” y “beneficiarios del bien común” cuando en realidad quieren utilizar la bandera de la paz para mantener el control del Estado, impulsar sus intereses particulares y al final, no cambiar nada.

Y es un deber hacerlo porque las grandes mayorías de la sociedad colombiana lo saben, o mejor, lo intuyen, lo sospechan. Instintivamente lo perciben.

Y ese movimiento ciudadano debe ser absolutamente franco y transparente. Debe afirmar que quienes lo integran quieren impedir un nuevo engaño pero no oponiéndose a ese nuevo “pacto de paz” sino apoyándolo pero con la condición de construir –en medio de esa lucha– un proceso político que derrote una de las causas principales de la violencia que es la corrupción. “Paz para el pueblo y guerra a los corruptos”, puede ser una buena consigna.

Pero es claro que los integrantes de ese movimiento no pueden ser personas comprometidas con los actores de la guerra ni con los causantes de la misma. Por ello, el deslinde con Uribe, Santos, el actual gobierno, los políticos corruptos, las FARC y las fuerzas políticas que han justificado la violencia guerrillera sin reparar en sus enormes errores y crímenes, debe ser total. Sin esguinces, sin dobleces y sin temores. Si no se cumple con ese requisito, las grandes mayorías no escucharán, no creerán. Nos mirarán como unos farsantes.

Además de la lucha contra la corrupción existen otros dos temas centrales que deben ser comprometidos de inmediato en la lucha porque el “pacto de paz” se convierta en realidad y la violencia empiece a decrecer, pueda ser detenida, neutralizada, controlada y, poco a poco, desarraigada. Porque la violencia y la corrupción se han arraigado, compenetrado con nuestro ser, enquistado en nuestra vida, involucrado en nuestras costumbres. Es decir, hacen parte de nuestra identidad social y cultural. Y eso la gente lo sabe y por ello, la incredulidad y el escepticismo. Esos temas son la defensa del medio ambiente y cambiar el modelo productivo. En próximo artículo desarrollaremos esos temas.

Para poder entusiasmar a las mayorías colombianas ese movimiento ciudadano debe pensar en ser gobierno en 2018 y hacerlo explícito en la campaña por la refrendación de los acuerdos. No seguir el ejemplo de los politiqueros que ocultan sus planes y apetencias. Ganar la iniciativa en ese terreno nos permitirá darle contenido programático a esa campaña, quitarle el monopolio de la paz a Santos y arrebatarle la bandera anti-FARC a Uribe.

Hay que actuar con visión de estadistas. Reconocerle a Santos su capacidad de riesgo, perseverancia y compromiso con la terminación negociada del conflicto armado y, a Uribe su trabajo de debilitamiento militar de las guerrillas pero, así mismo, cuestionar su obsesión patológica vengativa, que lo llevó a violar la ley, a aliarse con las mafias narcotraficantes e impulsar el paramilitarismo.

De no desarrollarse ese gran movimiento ciudadano, la casta dominante no va a hacer mucho por la paz, no le interesa un verdadero alboroto alrededor de ese tema, se contentará con los votos que le coloque la “izquierda santista”, los de algunos sectores demócratas ingenuos y los que obtengan a punta de mermelada (corrupción) usando a alcaldes y gobernadores.

Si no surge un movimiento ciudadano o tercería social, no habrá entusiasmo popular. Y así, no surgirá nada nuevo en Colombia. Y la “tal paz”, será llamarada de hojalata.


E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado 

lunes, 27 de junio de 2016

ALGUNAS LECCIONES DE LO OCURRIDO CON “PODEMOS” EN ESPAÑA EL 26J

ALGUNAS LECCIONES DE LO OCURRIDO CON “PODEMOS” EN ESPAÑA EL 26J

Popayán, 27 de junio de 2016

Podemos por el afán de ser gobierno –muy rápido– mostró inmadurez y sus votantes de diciembre de 2015, les dieron una lección. Un llamado de atención.  

Podemos por el afán de ser gobierno renunció a buscar a los abstencionistas.

Podemos por el afán de ser gobierno tuvo comportamientos oportunistas.

Podemos es un movimiento y no un partido. Se lo quiso convertir forzadamente en un partido y no funcionó.

Podemos no entendió que de los votos de la gente no se pude adueñar nadie y que a la gente no le gusta que la trasteen y/o negocien con sus votos.

Podemos no es un movimiento de izquierda tradicional y por eso, una parte de los anteriores votantes de Podemos rechazaron la unión electoral con la IU.

Podemos no entendió que una parte de las bases de IU, que es un movimiento cuyo eje central es el PCE, no entiende ni confían en la dirección de Podemos y por ello no votaron por esa alianza.

Podemos España debe aprender de Podemos Cataluña y País Vasco y de otros movimientos surgidos del 15M.

Podemos debe re-plantearse y re-organizarse antes de seguir en esa carrera “loca” por ser gobierno.

Podemos no entendió que a veces es mejor hacer unidad de acción sin hacer alianza electoral orgánica o explícita. Cada quien con sus programas, discursos y banderas, pero hacia la misma meta.

Todas estas lecciones y otras que deberán elaborarse, sirven enormemente para Colombia.

E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado


viernes, 24 de junio de 2016

LA PAZ ES DEMOCRACIA… SIN DEMOCRACIA NO HAY PAZ

LA PAZ ES DEMOCRACIA… SIN DEMOCRACIA NO HAY PAZ

Popayán, 24 de junio de 2016

Para entender el momento actual y “actuar en consecuencia”, como decía Estanislao Zuleta, hay que ver más allá de las apariencias. Explicarnos el porqué de los hechos, identificar los actores principales y secundarios, leer entre líneas los textos, interpretar los discursos, y desentrañar los intereses en juego que están detrás de las diversas actitudes y manifestaciones que se expresaron ayer 23 de junio –tanto en La Habana como en Colombia–, con ocasión de lo que se denominó “el fin de la guerra” o el “último día del conflicto”.

1. El momento. La enorme “metida de pata” del presidente Santos con la supuesta amenaza de la “guerra urbana” sumada a la referencia inoportuna y falsa sobre la necesidad de más impuestos en caso de no lograrse la paz, obligaron a las partes (guerrilla y gobierno) a acelerar los acuerdos, ceder de una y otra parte, y programar el acto público con tan importantes anuncios, para impedir que esas declaraciones irreflexivas causaran mayor daño. Se trataba de atajar la campaña contra el proceso de paz que adelanta el expresidente Uribe. Pero hay también otro afán. Se apretaron los plazos para presentar la reforma tributaria. La crisis económica redujo los tiempos. La refrendación de los acuerdos (plebiscito) debe realizarse antes de esa reforma “estructural” a riesgo de perderlo.

2. Los actores principales y de reparto. Frente al desgaste interno del proceso de paz se tenía que recurrir al apoyo internacional para inyectarle energía y credibilidad. El tipo de anuncios lo hacía viable. La presencia del secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, fue la carta fuerte. Debían presidir el presidente Santos, el comandante Timoleón Jimenez, y el presidente Castro. Otros actores fueron algo opacados. Las dificultades que tiene el presidente Maduro en Venezuela, los problemas de frontera, lo que ocurre con el ELN y la estrategia uribista centrada en la amenaza “castro-chavista”, obligaba a invitar otros presidentes de la región para mostrar otros apoyos políticos regionales y equilibrar las cargas.

Entre los actores nacionales la única ausencia visible fue la del vicepresidente Vargas Lleras. Lo dice todo con su mensaje público que hace palpable su escepticismo y distancia con el proceso de paz: “Celebro como Vicepresidente de la República el acuerdo firmado hoy en La Habana, que disipa muchas dudas. Celebro que las FARC se comprometan, a partir de hoy, a no volver a cometer ningún delito. ¡Ojalá lo cumplan!” (http://bit.ly/28Td96S). De resto estaban presentes delegados y personalidades de todas las fuerzas políticas que apoyan el proceso de paz aunque les dieron un manejo global e impersonal para no destacar a nadie.

3. Los textos de los acuerdos. Más allá de la letra menuda de los acuerdos leídos y publicados y de los detalles en ellos contenidos, se deben destacar los siguientes anuncios: cese bilateral de fuegos y suspensión total de hostilidades; cantidad y localización de las zonas de concentración de los guerrilleros que se desmovilicen; tiempos y procedimientos para su desmovilización y entrega de armas; y aceptación plena por parte de la insurgencia del mecanismo de refrendación que determine la Corte Constitucional para refrendar los acuerdos, sin ningún reparo al plebiscito propuesto por el gobierno.

La intencionalidad política del evento se observa con toda claridad en lo que se destaca y lo que se minimiza. Después de luchar toda la vida por el cese bilateral de fuegos, las FARC táctica e inteligentemente no cobran ese aspecto con la fuerza que se hubiera esperado, ya que es uno de los puntos que Uribe puede usar. En realidad es algo formal y sin importancia. Si es el “último día de la guerra”, si se van a concentrar y a entregar las armas, que es uno de los temas reiterados por Uribe… ¿qué sentido tiene el cese bilateral de fuegos y hostilidades?

La concentración temporal con supervisión interna de la ONU y control periférico externo del Estado colombiano y la entrega total de armas con porcentajes y tiempos programados al organismo internacional, son los aspectos sustanciales más importantes del anuncio y van dirigidos con contundencia a desbaratar uno de los ejes de resistencia del ex-presidente Uribe. Éste, en su melifluo poema de respuesta denominado “La paz herida” (http://bit.ly/28SGMFI), leído con tono de letanía fúnebre, elude hábilmente el tema, no menciona ni reconoce ese avance.

4. Los discursos.
En cortos discursos se dijo mucho. Ban Ki-Moon llamó a pasar a la acción práctica y respaldó con sencillez los acuerdos. Su carácter oriental quedó allí bien expresado. Timochenko, en nombre de las FARC, leyó un sintético pero completo discurso en donde muestra las facetas de guerrillero combatiente, historiador, sociólogo, político, negociador, estadista y gobernante. Sin temor recordó al presidente Chávez y justificó sin complejos la lucha armada desarrollada a lo largo de los últimos 52 años. Resaltó el carácter político de su organización, reiteró que el acuerdo no es fruto de una capitulación y planteó que la razón de ser de las FARC es hacer política y que la harán “por medios legales y pacíficos, con los mismos derechos y garantías de los demás partidos”. Llamó a las fuerzas armadas oficiales a “ser su aliada por el bien de Colombia” (http://bit.ly/296g7pR) y trazó a grandes rasgos lo que es su visión sobre las transformaciones inmediatas que requiere el país. Su tono fue moderado, firme y sereno.     

Contrastó el discurso del presidente Santos. No se refirió para nada al origen del conflicto. Empezó con una frase lapidaria: “Esto significa –ni más ni menos– el fin de las FARC como grupo armado”. Utilizó el dolor y el miedo de la guerra para justificar la paz. Ninguna mención a la ausencia de democracia como lo había planteado su antecesor en la palabra. Y se introdujo en los detalles de los anuncios para resaltar que se está muy cerca de la firma del acuerdo definitivo y que “lo firmaremos en Colombia”. Intentó mostrar un perfil de combatiente recordando que su madre le entregó un fusil cuando se vinculó a la Marina y se auto-elogió afirmando que “Tal vez no haya colombiano alguno que haya combatido a las FARC con más contundencia y determinación”. Fue un mensaje directo para Uribe que sólo se lo cree él. En la parte final se muestra más coherente cuando afirma que “el fin del conflicto no es el punto de llegada”, que la “la paz es de todos los colombianos sin excepción”, y que “La paz se hizo posible… ¡Ahora vamos a construirla!” (http://bit.ly/28TELy5).

5. Los intereses en juego que están detrás

Identificar los intereses de los diversos sectores sociales, económicos y políticos que hacen parte de nuestra sociedad o intervienen de una u otra manera en nuestro devenir histórico, suele lastimar un poco o se interpreta como “aguar la fiesta” por parte de aquellos sectores que ya sea por interés, buena voluntad o ingenuidad, idealizan los “momentos históricos” como se ha bautizado por los medios de comunicación el pasado día 23 de junio de 2016. Hay quienes para ocultar la realidad, tratan de pasar por encima de los intereses reales de las clases o sectores de clases, grupos económicos y políticos, o potencias imperiales que están presentes en nuestras vidas. Sin embargo, nosotros tenemos que hacerlo. Hay que ver más allá de las apariencias y de los discursos.

Ya hemos afirmado en anteriores artículos que el imperio global y las clases dominantes colombianas están –en lo fundamental–, de acuerdo con el proceso de terminación negociada del conflicto. Los enemigos de la paz encabezados por el expresidente Uribe y el Procurador Ordóñez, ya no representan los intereses de esas clases dominantes. El grueso de los grandes terratenientes, poderosos empresarios, mandos militares e influyentes contratistas –con contadas excepciones–, que hasta hace poco tiempo los acompañaban en su tarea opositora al proceso de paz, entendieron la necesidad de aprovechar la “oportunidad de la paz”, comprendieron que era necesario tranzar esos acuerdos con la guerrilla para “librarse las manos” y poder atraer capital extranjero hacia zonas estratégicas del territorio ricas en recursos naturales. Es la única manera que conciben para enfrentar las dificultades que tienen frente a una coyuntura de crisis económica global. Además, saben que las arcas del Estado están vacías, los conatos de protesta social amenazan con salirse de los cauces normales, y la bandera de la paz es una herramienta ideal para atenuar los conflictos.

Además, las experiencias de países vecinos los han tranquilizado. No es que estén dispuestos a permitir que sectores políticos alternativos o “progresistas” lleguen a la dirección del Estado pero consideran que en este momento en Colombia, las fuerzas de izquierda –en las que incluyen a unas FARC reinsertadas a la vida civil–, no tienen posibilidades de triunfo. Si dichas fuerzas estuvieran viviendo un momento de auge político, como ocurría en 1983 con el proceso de paz del presidente Belisario Betancur, estimuladas también por la propuesta de Diálogo Nacional de Jaime Bateman (M19), el grueso de las clases dominantes –así sufrieran la crisis económica más profunda–, no se prestarían para impulsar un proceso similar.

Todo lo anterior lo hemos sintetizado en una frase: “El imperio y la oligarquía colombiana lograron instrumentalizar el conflicto armado, ahora quieren instrumentalizar la paz”.

Sin embargo, hay que entender que la historia no es lineal. Existen otras fuerzas que sin estar comprometidas o cercanas a la lucha armada insurgente, han venido acumulando experiencia y fuerza social y política. Dichas fuerzas están en condiciones de aprovechar la polarización entre el gobierno encabezado por el presidente Santos y las fuerzas uribistas, para producir un quiebre institucional, “coger por la palabra” al conjunto de la sociedad comprometida con la paz y la ampliación de la democracia, y derrotar las fuerzas políticas tradicionales. No se trataría ni mucho menos de un rompimiento total con el modelo de desarrollo económico pero sí implicaría un cambio importante en el terreno político.

Y lo estamos observando. Mientras los diversos sectores de izquierda están actuando –de un modo u otro– bajo la influencia o a la sombra del presidente Santos, algunas con más visibilidad, otras con timidez, unas paralizadas por la confusión o la división, el único sector que con decisión se han echado al hombro la campaña por la paz con independencia y autonomía frente a la dupla Santos-Uribe, es el partido Alianza Verde encabezado por Claudia López y Antonio Navarro, señalando con claridad que no habrá paz en Colombia si en esta coyuntura, además de dar por terminado el conflicto armado no derrotamos la politiquería y la corrupción. Así como el gran capital tiene en la mira la oportunidad económica, esas fuerzas políticas ven con claridad la oportunidad política.

Y dicha actitud coincide en lo esencial con lo afirmado en su discurso por el comandante Timoleón Jiménez. Seguramente en una primera instancia será difícil construir una alianza explícita entre esas fuerzas debido a la existencia de algunos antecedentes que las separan pero, pueden trabajar en forma paralela en la misma dirección. Los trabajadores, los profesionales precariados, los campesinos mestizos, indígenas y negros, las clases medias, los empresarios inconformes con la ineficiencia y la corrupción, los desempleados y trabajadores informales, todos los sectores marginados y empobrecidos, y todos los que luchen por la paz y la ampliación de la democracia en Colombia, pueden rodear a estos sectores y apoyarlos, pensando en llevar a nuestro país a la modernidad y acumulando fuerza para más adelante, avanzar con toda seguridad hacia transformaciones económicas y sociales de mayor calado.

La lucha por la paz tiene como eje central la ampliación de la democracia. Sin democracia no hay paz. Sin derrotar la politiquería y la corrupción no habrá ni siquiera posibilidad de cumplirle a las FARC y mucho menos de construir la verdadera paz. ¡Si se puede!


E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter @ferdorado   

martes, 21 de junio de 2016

SIN VISIÓN DE PODER… SIN AGALLAS

Breve esquema para una historia algo cruel...

SIN VISIÓN DE PODER… SIN AGALLAS

Popayán, 21 de junio de 2016

En septiembre de 2008 la Minga Indígena y el Paro Obrero de los Corteros de Caña iniciaron el auge del movimiento social en Colombia.

En octubre de 2011 los estudiantes universitarios continúan ese auge y derrotan parcialmente la reforma educativa neoliberal.

En 2012 se derrota la reforma de la justicia del gobierno Santos.

En 2013 los paros cafetero, agrario, minero y campesino arrinconan al gobierno pero negocian por aparte y no avanzan.

En 2014 se derrota parcialmente la destitución arbitraria de Petro.

Ese es el punto culminante. De allí en adelante son solo amagues, apariencias y promesas.

Por falta de unidad y visión política las luchas sociales terminaron siendo funcionales y domesticadas. Se atacan los efectos y no las causas estructurales.

Por eso hoy nuestros esfuerzos son canalizados hacia la institucionalidad oficial (colonial-capitalista): votos, burocracia, pequeñas partidas económicas, proyectos y contratos, asesorías, ONGs, y ahora... a participar en la "gestión del postconflicto".

A lavarle la cara al régimen y al sistema...!

Sin visión de poder... sin agallas.
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Ello explica - en parte - la crisis de la izquierda colombiana hoy dispersa, dividida y cooptada, que gira alrededor de pequeños caudillos y grupos, sin margen de acción frente a la coyuntura más importante de Colombia en los últimos 60 años como es la terminación concertada del conflicto armado.

Por ello, quienes tienen hoy la posibilidad de incidir - así no nos guste mucho -, para evitar la utilización total de la "paz" (o de la guerra) por parte de la casta dominante, son sectores "nuevos" que no están tan contaminados de politiquería y cortesanismo.

Pero hay que rodearlos y empujarlos... impulsarlos, cogerles por la palabra, con un programa mínimo pero contundente: Paz auténtica, no más corrupción y defensa del medio ambiente.


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lunes, 20 de junio de 2016

CONVOCAR A LA CIUDADANÍA Y REENCAUZAR EL PROCESO DE PAZ

CONVOCAR A LA CIUDADANÍA Y REENCAUZAR EL PROCESO DE PAZ

Popayán, 20 de junio de 2016

La situación actual en Colombia es más que paradójica, parece una película de comedia negra, es casi increíble e inexplicable. La izquierda (incluyendo la armada) ha terminado siendo uno de los principales soportes políticos del gobierno pero, en vez de fortalecerse a su lado, se desgasta rápidamente. Es bueno recordar que, al igual que acaba de ocurrir en Perú, sin las fuerzas de izquierda Santos no hubiera sido elegido. Hoy la debilidad del gobierno es creciente y paralizante. Y no se observa cómo puede retomar la iniciativa política.

El gobierno se sostiene por el control de la burocracia y el ejército pero, en lo fundamental, por el apoyo del gran capital financiero global y del gobierno de los EE.UU. Ha logrado convencer a una parte de los grandes terratenientes que antes estaban contra el “proceso de paz” pero en algunas zonas de la Costa Atlántica y Antioquia, existen fuertes resistencias a la política de restitución de tierras. Pero en general, su base social es precaria y la opinión favorable se le reduce día a día. Su naturaleza de clase le impide impulsar una paz auténtica y sus contradicciones internas lo hacen vulnerable a todo tipo de ataques y presiones.

El mismo Santos se pone zancadillas a diario. Su última “metida de pata” en el Foro Económico Mundial lo muestra como un gobernante al borde de un ataque de nervios. Sonó a chantaje y amenaza la alerta sobre una “guerra urbana” que preparan las FARC en caso de que fracase el “proceso de paz”. Pero además, ratificó la imagen de ser un negociador débil y arrinconado. Es más, parece una mentira torpe y mal contada. Si la inteligencia militar tiene esa información no se explica cómo es que no han contrarrestado esos planes. Y si fuera cierto ¿qué sentido tiene divulgarla? Todo muy mal.

Los antecedentes de esta pifia son varios. Las frases de “El tal paro nacional no existe” o la reciente comparación entre la región del Catatumbo y la zona del “Bronx bogotano”, lo han hecho quedar muy mal y han generado fuertes rechazos. Pero el fondo del asunto es la presión que sufre el gobierno por efecto de cuatro procesos paralelos y conflictivos que debilitan su cohesión interna y merman su credibilidad ante la sociedad. Ellos son: 1. El proceso de paz; 2. La crisis económica; 3. La continuidad de su gobierno en 2018; 4. El entorno internacional. La combinación de esos procesos y sus efectos son una verdadera bomba de tiempo.

El gobierno de Santos es una veleta al viento que se mantiene en un equilibrio inestable conectado a una cuerda que amenaza con romperse debido a la presión de enemigos, amigos, aliados y su contraparte negociadora (FARC), y sobrevive gracias a las ráfagas de aire caliente o frío que de vez en cuando logra –en medio de su torpeza y la de sus contradictores– canalizar a su favor para sostener su revoloteo. Más por inercia que por habilidad. Entró en fase de apagar incendios: la minga agraria, el paro camionero, la resistencia civil de Uribe, los fallos de las Cortes, los escándalos de corrupción, los trámites legales del plebiscito, etc.

El proceso de paz 

En apariencia “todo va bien”. Se anuncian acuerdos parciales y fechas posibles de firma de los acuerdos definitivos y de cese bilateral de fuegos. Pero, en la práctica no han podido cumplir los plazos que se ha impuesto Santos como una forma de presionar a las FARC. El tiempo se agota. El gobierno sabe que con nuevos anuncios no logrará ampliar los márgenes de acción. La presión se siente. El nerviosismo no le ayuda al gobierno. Se aprueban normas para blindar los acuerdos, se empieza a promover el plebiscito sin tener la aprobación de la Corte Constitucional ni el acuerdo en la mesa de negociación. Se lanzan propuestas de consultas internas de partidos políticos que no tienen ni pies ni cabeza. Ya ni las FARC se pronuncian a diario como lo hacían meses atrás, todo está sobrecargado y sobreactuado. La pita no da más. Y… faltan los acuerdos más delicados y difíciles.

La contraparte uribista se ha movido con habilidad aprovechando las debilidades del proceso. Uribe explota con eficacia los aspectos claves de los acuerdos anunciados. La elegibilidad política de los guerrilleros y las supuestas penas sin cárcel, son el centro de su ataque. Pero el sentimiento que aprovecha con más efectividad es la frustración que genera el hecho de que la guerrilla aparezca como la gran triunfadora cuando Uribe había logrado posicionar la idea de que los había derrotado. Y lo chocante es que el presidente Santos ayudó con el posicionamiento de esa idea. Es por ello que le ha costado tanto trabajo mostrar el proceso como un acto de justicia con contenido punitivo. Además, la guerrilla no ayuda dado que considera que la única forma de potenciar su capital político es reivindicar las negociaciones como un gran triunfo. Es una contradicción insalvable.

Pero lo más grave es que los enemigos de la paz se están moviendo en áreas más duras. El paro armado de las AUG fue un mensaje directo a las FARC. Y eso que no se movieron otros grupos paramilitares (supuestas Bacrim) de otras regiones en donde están activos y son más cercanos a los posibles sitios de concentración de la guerrilla. Pero además, como lo denuncia Alfredo Molano en su última columna (http://bit.ly/1UhxGD1), las mafias e intermediarios de las tierras despojadas y los perpetradores de esos crímenes oficializados en notarías y juzgados están moviéndose en diversas regiones para impedir la restitución de tierras. Y el Estado se muestra impotente porque grandes poderes económicos, políticos y militares están detrás del asunto.

Esa situación es el resultado de la debilidad del gobierno y del juego santista de querer llevarle la idea a todo el mundo. Por ello, aunque “todo va bien” la verdad es que va muy mal. Con los tremendos errores del gobierno, las vacilaciones e inconsecuencias internas, durmiendo con el enemigo adentro, la colaboración inconsciente del ELN y las condiciones cada vez más exigentes de las FARC para garantizar su seguridad y posibilidades de hacer política en sus zonas históricas y en el país, no se puede asegurar que las negociaciones terminen este año o que el plebiscito pueda ser ganado por el gobierno. La política del gobierno en este terreno, como en todos los demás, es vacilante y confusa, lo cual la hace aparecer doblemente pérfida. “Traiciona a Uribe pero no es leal con la paz”, concluimos.

Consecuencias políticas y perspectivas

Con ocasión de la errada conducción del proceso de paz por parte del presidente Santos se viene operando en la sociedad colombiana un constante desplazamiento político. Es simultáneo y diferenciado. De la derecha a la derecha-extrema; del centro-derecha hacia la derecha; y del centro-izquierda hacia el centro. Es en general un movimiento hacia la derecha.[1]

Ese desplazamiento político es evidente y visible. Pastrana día a día se aproxima más a Uribe y al Procurador. Cambio Radical se deslinda cautelosamente del gobierno. En el partido de la “U” lanzan como precandidato presidencial a Juan Carlos Pinzón. Serpa y Gaviria cada vez están más cerca. Clara López y una buena parte del Polo se alinean con el gobierno. El entusiasmo por la terminación del conflicto ha mermado y muchos callan.

Los síntomas de esa situación impactan al gobierno y lo hacen vulnerable a todo tipo de presiones. Al interior de las fuerzas del gobierno son conscientes de esa situación pero no pueden reorientar el proceso porque están presos de una dinámica de fuerzas que les ha quitado cualquier margen de maniobra. Todo el mundo presiona. Y su propia debilidad –que a veces ocultan para mantener la “caña”– les impide cualquier tipo de rectificación.

Por ello se requiere la intervención urgente y decidida de otros sectores que tienen la particularidad, porque la han construido conscientemente, de no estar alineados ni cerca del gobierno, la izquierda, Uribe o las FARC. Ese sector está representado idealmente por la senadora “verde” Claudia López, pero existen muchas fuerzas políticas y un amplio campo de la sociedad colombiana que comparte su posición política.      

Ese sector social y político debe deslindarse con urgencia y claridad del actual proceso de paz santista. No para negarlo sino para reencauzarlo. Es la única fuerza política con capacidad de interlocutar con la Nación y los actores de la negociación para proponer dos aspectos básicos: acelerar la firma del acuerdo definitivo y rectificar todos los aspectos de contenido y forma que tienden a presentar ese proceso como un triunfo de la guerrilla y una claudicación del Estado y de la sociedad.

Una gran Asamblea Nacional Ciudadana convocada y realizada por diversos dirigentes políticos, sociales, empresariales y comunitarios sería un gran escenario para hacer conocer al país que existe la reserva moral, la independencia política y la determinación valiente para sacar al país de la polarización entre Santos y Uribe, y salvar el actual proceso de terminación  del conflicto armado. ¡Es el momento de actuar!  

E-mail: ferdorado@gamail.com / Twitter: @ferdorado



[1] En Colombia las fuerzas políticas se pueden agrupar así: Derecha: conservadores, liberales gaviristas, Cambio Radical, derecha-santista del partido de la U., peñalosistas; Derecha-extrema: Uribe-Centro Democrático, conservadores clericales; Centro-derecha: verdes "peñalosistas-mockusianos" vergonzantes, liberales serpistas, santistas liberales, y otros; Centro: Compromiso Ciudadano de Sergio Fajardo, “verdes” con Claudia López y Antonio Navarro; Centro-izquierda: progresistas, PTC, ASI, Polo de Clara López, otros; Izquierda: Polo robledista, PC, Marcha, UP, otros.

sábado, 18 de junio de 2016

DUALIDAD DE PODERES Y DE ECONOMÍAS

DUALIDAD DE PODERES Y DE ECONOMÍAS

Popayán, 17 de junio de 2016

En la lucha política actual insistimos en diferenciar dos escenarios: el del Estado Heredado y el del Contrapoder Desde Abajo. El primero, es el que corresponde a la actual relación de fuerzas en donde predomina a nivel mundial el poder y la hegemonía del capital financiero. Tal situación no va a cambiar de un momento a otro porque una u otra fuerza política llegue al gobierno como nos lo ha enseñado la experiencia de los gobiernos “bolivarianos” y “progresistas” de América Latina (por eso es tan importante la re-definición del Poder, entenderlo, a la vez, como “relación” y como “cosa”).

La ilusión de que por la vía electoral se cambia sustancialmente la correlación de fuerzas es errada. La vía electoral sirve y debe ser utilizada pero, sólo como instrumento supletorio o complementario para acceder a los gobiernos y darle a estos, el uso adecuado. Sin ilusionarnos que desde esa institucionalidad heredada (así se realice una Asamblea Constituyente y se cambie totalmente la Constitución) se pueden hacer los cambios estructurales que la humanidad y el pueblo necesitan.

El otro escenario es el de la construcción de nuevos poderes populares, reales y concretos, con nuevas economías colaborativas (que ya tienen todas las condiciones para avanzar aprovechando las nuevas tecnologías cibernéticas, digitales y computacionales). Con nuevas culturas y nuevas relaciones sociales de reciprocidad y solidaridad. Allí hay que meterla toda. Se requiere creatividad y quitarnos de encima los esquemas legalistas y, especialmente el "falso revolucionarismo" (falsa revolución, aparente y vistosa pero de papel y grafiti).

Por ejemplo, en la Universidad se podría hacer mucho en ese sentido. Democratizar el conocimiento por medio de redes colaborativas que rompan con el esquema de las matrículas, títulos, créditos, etc. Romper la lógica del mercado del conocimiento sin necesidad de pedirle permiso a nadie, ni al rector ni al gobierno. Subvertir el orden jerárquico sin necesidad de protestar, sino haciendo cosas nuevas que construyan "Contrapoder Real". Y eso ya se está haciendo en todo el mundo, sin demasiado ideologismo y sin tanta retórica “revolucionaria”.

Claro, es mejor tener el control del Estado heredado (la colaboración del rector, por ejemplo), para poder contar con ciertas ayudas o por lo menos no tantos bloqueos para la tarea esencial y principal, pero sin que la “orden” venga de arriba. La segunda tarea es una labor eminentemente “Desde Abajo” y transversal, con autonomía e independencia del primer escenario. Por el contrario, con ese Poder Real, se puede presionar poco a poco los cambios en el Estado Heredado que sean necesarios pero sin afanarse e ilusionarse demasiado. Que los cambios que se consigan tengan el suficiente soporte en la gente organizada para que se mantengan y consoliden en el tiempo. Solo así avanzaremos.

El gobierno de los bienes comunes (Ostrom) y el pro-común colaborativo (Rifkin) sirven para el segundo escenario. En la medida en que la economía y la cultura colaborativa sigan desarrollándose y fortaleciéndose podrán –indudablemente–, socavar las bases de la economía crematística (capitalismo) en un proceso que será largo y dispendioso. El capitalismo no será derrotado con leyes y desde el Estado sino que paulatinamente será reemplazado por otras economías colaborativas (más eficientes y menos dañinas para la humanidad y la naturaleza) que ya están emergiendo en el mundo y que requieren de la ayuda del poder político para, por lo menos, debilitar los monopolios y las mafias financieras que hacen todo lo posible por evitar el surgimiento de lo nuevo (colaborativo, solidario, recíproco, amistoso, “desinteresado”).    

Por ello la apuesta en lo electoral en este instante de Colombia debe ser tranquila, moderada, desapasionada, sin crearse tantas ilusiones de cambios estructurales. Con sólo que salgamos de la polarización Santos-Uribe y derrotemos la corrupción político-administrativa, daremos un salto enorme. Y sin que el movimiento social y popular se deje cooptar por la administración de la mermelada del “post-conflicto”. El acento deberá ser volver sobre las bases sociales para construir nuevas prácticas de Poder Colaborativo, derrotando las dañinas burocracias y construyendo “Contrapoder Desde Abajo”. El escenario institucional debe ser dejado a algunos especialistas honestos y éticos, pero la tarea verdaderamente revolucionaria, dura y gris pero creativa, productiva y transformadora debe ser encabezada por los mejores cuadros vinculados entrañablemente a sus bases sociales.

La lucha entonces es contra el ilusionismo institucional y legalista. Por la construcción real de Contrapoder Desde Abajo.


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martes, 14 de junio de 2016

ENTRE EL POPULISMO DE DERECHA Y LA DERECHA NEOLIBERAL

Análisis prospectivo hacia 2018…

ENTRE EL POPULISMO DE DERECHA Y LA DERECHA NEOLIBERAL

Popayán, 14 de junio de 2016

Dentro de dos (2) años en Colombia estaremos eligiendo presidente de la república para el periodo 2018-2022. Lo más seguro es que habrá segunda vuelta ante la dispersión de las fuerzas políticas. ¿Volveremos al escenario recurrente de tener que escoger entre lo malo y lo peor? ¿Entre la derecha neoliberal y el populismo de derecha? ¿Entre la derecha “pacifista” y la extremo-derecha guerrerista? ¿Entre los agentes de Santos y los de Uribe?

Acaba de ocurrir en Perú. En el país vecino los demócratas y la izquierda se vieron obligados (igual que en Colombia en 2014) a apoyar un candidato neoliberal para impedir el triunfo del “fujimorismo”. Raúl Zibechi plantea que todo indica que “el fujimorismo está sólidamente asentado en la sociedad peruana, en particular en los sectores populares”, que “mantendrá una fuerza considerable” y que su “crecimiento en el quinquenio lo muestra como una fuerza avasallante” (http://bit.ly/1Q1qz4R). ¿Aquí el “uribismo” seguirá vigente? No lo creo.

En Colombia no se repetirá ese escenario. La polarización entre Santos y Uribe tiene cansada a la gente. Esa confrontación –casi personal– ha generado un enorme desgaste entre las fuerzas que se la han jugado por la “paz”, ya sea a favor o en contra. Tanto Uribe como Santos muestran un deterioro político creciente. El escepticismo y la incredulidad sobre el proceso de paz empiezan a transferirse hacia sus principales actores. Es lo que se percibe como constante entre la mayoría de la población. Y la izquierda también sufre ese desgaste tanto por la división interna como por su identificación con la guerrilla.

Es absolutamente previsible, casi inevitable, que aparezca en Colombia un movimiento que logre unificar a amplios sectores sociales que rechazan esa polarización. Dichos sectores ya se han deslindado del populismo autoritario y corrupto del expresidente Uribe, del “reformismo” enmermelado de Santos, y del asistencialismo paternalista que representa la izquierda. Esos sectores sociales rechazan la disyuntiva entre derecha-izquierda. Sin embargo, quienes quieran encarnarlo, tendrán que elaborar propuestas creíbles frente a la paz, a la lucha contra la corrupción y a la protección del medio ambiente. Todo está servido.

Identificar esa aspiración política que se va forjando en la mente y en el sentir de amplios sectores de la población colombiana es clave para jugar con acierto hacia el futuro. Además, al interior de ese “movimiento ciudadano” puede incubarse un Nuevo Proyecto Político que logre entusiasmar a la juventud citadina que rechaza la “política” pero quiere actuar frente a tanta corrupción, injusticia, indignidad, caos institucional y ausencia de alternativas viables.

Es evidente que los liderazgos de izquierda –cualquiera sea la tendencia o grupo– no están en condiciones de liderar ese movimiento ciudadano. Gustavo Petro que se proyectaba como un líder de izquierda alejado y hasta contrario a las FARC y, como un consecuente luchador contra la corrupción, perdió esa aura. En medio de su entusiasmo por la paz y de las afujías por mantenerse en el cargo de alcalde, debilitó ese perfil que había construido tiempo atrás.

Por ello el campo le queda abierto a personalidades como Sergio Fajardo, Claudia López o algún “outsider” que cumpla con los requisitos mínimos y que levante un programa político que recoja ese sentir creciente de “renovación” que se empieza a respirar entre un buen sector de la población colombiana. Su meta deberá ser unificar a todas las fuerzas susceptibles de ser unidas y, por lo menos, obtener el segundo lugar en la primera vuelta presidencial de 2018. Luego, obtener el triunfo en la segunda.

Un movimiento de ese tipo tiene todas las posibilidades de crecer y competir con éxito. Puede comprometerse a cumplir con firmeza e integridad los acuerdos de paz que se firmen con las FARC y tratar de ampliarlos a las demás fuerzas insurgentes. Y lo puede hacer porque no carga con las limitaciones y taras ideológicas que pesan sobre los hombros y atormentan el alma de quienes han vivido con parcial intensidad el conflicto armado. Son fuerzas y personas renovadoras. Portan en sus genes un nuevo código y en su espíritu un nuevo aliento.

Pueden incluso ofrecer no sólo un período de gobierno sino un proyecto de largo aliento para construir la verdadera paz. Sin la corrupción autoritaria y mafiosa de Uribe pero sin la podredumbre clientelista de Santos; sin el espíritu vengativo del primero pero sin la debilidad complaciente del segundo; con la mano dura de Uribe pero dentro de la legalidad jurídica que ha respetado Santos; sin permitir impunidad pero sin caer en un leguleyismo desgastante; sin el espejo retrovisor revanchista pero sin la ilusión mentirosa de quien idealiza la “paz precaria” para quedar inscrito en la historia. Sin el odio compulsivo del uno y con la moderación prudente del otro.

Todos sabemos que se requiere tanto del esfuerzo disciplinado, juicioso y firme de varios gobiernos como del trabajo sacrificado y entusiasta de la sociedad y el pueblo para construir la paz en Colombia. Dicha labor tendrá que ser acompañada de la actitud responsable y seria de un proyecto político que sea modelo ejecutante de una transformación democrática de nuestro país. Solo haciendo pedagogía con el ejemplo se consolidará la convivencia pacífica. Prevemos que los conflictos sociales se incrementarán pero su resolución deberá ser el motivo y el escenario de la participación y no el de la exclusión o de la represión estatal.

Si amplios sectores democráticos, progresistas y de izquierda entienden el momento, comprenden la necesidad de un período de transición pacífica y tienen paciencia estratégica, podrán contribuir con modestia y sin protagonismos a derrotar plena y paralelamente a los dos compadres (Santos-Uribe) que ante ese escenario se unirán irremediablemente alrededor de Vargas Lleras, en la eventualidad de que –como se prevé– sea el candidato de todas las derechas-derechas.

Así, se irá despejando el panorama en Colombia. Con paciencia democrática.    


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lunes, 13 de junio de 2016

LUCHAS MANIPULADAS, DOMESTICADAS Y CONTROLADAS

LUCHAS MANIPULADAS, DOMESTICADAS Y CONTROLADAS

Popayán, 13 de junio de 2016

¿Por qué en Colombia las luchas populares no se unifican?

Porque cada cúpula de "dirigentes" tiene su negocio por aparte y les interesa mantener la dinámica funcional al sistema.

De vez en cuando deben organizar "luchas" que tienen causas reales y justas pero sus "conductores" no tienen ningún interés en enfrentar las causas estructurales.

Temen ir más allá... el negocio puede dañarse.

Las "luchas sociales" se han convertido en una forma de vida para los "dirigentes-directivos". Y, en verdad, son una estafa para las bases sociales.

No hay verdaderos liderazgos. Los "dirigentes" no pasan de ser directivos. No dirigen, conducen. Y a la vez, ellos son conducidos.

Las organizaciones sociales funcionan como ONGs. Lo importante no es tanto los puntos de lucha, lo que se tiene que garantizar es la imagen de luchadores sociales.

Garantizar los recursos económicos para los "proyectos" que son gestionados y ejecutados por sus fundaciones y ONGs. Recursos nacionales y extranjeros.

Es lo que llaman ahora "participar en el post-conflicto".

La gran conclusión del Ministro del Interior al finalizar la "Minga Agraria" es "Vamos a fortalecer a la Guardia Indígena para el post-conflicto".

Luchas funcionales, domesticadas, controladas, a favor del sistema y el régimen.


El Gran Capital logró instrumentalizar el conflicto armado... ahora instrumentaliza la "paz".

jueves, 9 de junio de 2016

LA “AFRICANIZACIÓN” DE COLOMBIA Y LA ILUSIÓN DE LA PAZ

LA “AFRICANIZACIÓN” DE COLOMBIA Y LA ILUSIÓN DE LA PAZ

Popayán, 9 de junio de 2016

La malograda frase del presidente Santos de comparar la región del Catatumbo con el llamado “Bronx” bogotano, deja ver la incapacidad del Estado colombiano para controlar el territorio. La causa no es otra que la refinada estrategia imperial que se viene aplicando en el mundo. Se trata de convertir a los Estados de los países periféricos y naciones ricas en materias primas en Estados “fallidos”, inestables, corruptos, militarizados, encargados de mantener una democracia de papel especializada en controlar y reprimir a la población. Y paralelamente, intervenir y explotar los mercados cautivos de las grandes ciudades y otras áreas productivas como el turismo, la biodiversidad y las tierras cultivables.  

En América Latina han conseguido avanzar en ese propósito en México, Colombia, Venezuela, Brasil y gran parte de Centroamérica (Honduras, Salvador y Guatemala). El conflicto armado, la economía del narcotráfico, el crimen organizado, la delincuencia común, la corrupción político-administrativa y la conflictividad política, han sido los instrumentos escogidos para lograrlo. Los Estados “fallidos” son cascarones de burocracia sostenidos por una policía cada vez más militarizada como los ESMAD y los ejércitos oficiales, paramilitares e ilegales.  

En Colombia el Estado no controla casi nada. Si en una ciudad como Bogotá prosperó a menos de 8 cuadras de la casa presidencial, de la sede del Congreso de la República y del Palacio de Justicia, un centro de delincuencia y descomposición social como el Bronx, que hace parte de una zona más amplia que va desde la calle 26 hasta la 4ª y de las carreras 13 a la 18, en donde prosperan toda clase de negocios de prostitución, tráfico de drogas y crimen… ¿qué se podrá decir de otras regiones en donde los grupos armados ilegales imponen su ley?

El Estado colombiano es fallido. Depende de la economía del narcotráfico y otras economías ilegales para mantener su “estabilidad” económica. La oligarquía y el imperio saben que si acaban con esas economías no sólo van a tener problemas macro-económicos sino que las decenas de miles de familias que dependen de esas actividades se van a convertir en una carga y en un problema incontrolable. Los negocios que se mueven en torno a la siembra de coca, procesamiento de cocaína, transporte, producción y comercialización de insumos como gasolina, cemento, químicos, alimentos y otros productos que se llevan a esas regiones para el consumo de la mano de obra, dejarían de mover los dineros que genera e irriga esa economía ilícita. El Estado actual no está en condiciones de asimilar el impacto negativo que ese hecho generaría en la economía formal, el sector financiero y los ingresos del gobierno.

Pero además, toda esta situación es planificada. En muchas regiones y zonas específicas existen verdaderos “Estados paralelos” o de hecho, controlados por el Gran Capital. No importa que los grupos armados ilegales que actúan en esas regiones sean de izquierda o de derecha, guerrilleros o paramilitares, con discurso ideológico o con prácticas delincuenciales, eso no es importante para los grandes inversionistas en explotación de petróleo, carbón, oro, coltán, agro-negocios, mega-proyectos energéticos, etc. Poco a poco, con sobornos, impuestos o “vacunas” y prebendas de diverso tipo, los han convertido en fuerzas armadas funcionales a sus intereses. El secuestro de la periodista Salud Hernández en el Catatumbo sacó a relucir esa realidad que se trata de ocultar pero que todos conocen.

En el Catatumbo al lado de los cultivos de coca se extrae petróleo, se producen agro-combustibles y cultivos forestales, se practica el contrabando con Venezuela, se “progresa”, en medio de alianzas tácitas o no declaradas entre toda clase de grupos armados, a la vista y con el consentimiento comprado de la “fuerza pública” de ambos países fronterizos de esa enorme región. Pero esa realidad no sólo se presenta allí. Es una situación generalizada. Igual o peores fenómenos se viven en Buenaventura, en amplias zonas del Chocó, en la cordillera occidental y en la Costa Pacífica del Cauca y Nariño, en el Urabá antioqueño, en el Putumayo y Caquetá, en diversas regiones del Meta, Guaviare y demás zonas de los Llanos Orientales, y en numerosas y conflictivas zonas de muchas ciudades colombianas.

El gobierno nacional, las gobernaciones y alcaldías, las corporaciones ambientales, y en general todas las instituciones han sido cooptadas y puestas al servicio del gran capital. Por ejemplo, en el Cauca la corporación ambiental es subordinada y comprada por Smurfit Kappa y por las empresas minero-energéticas. Todavía no es un proceso total en el ámbito nacional pero está en marcha la segunda fase de ofensiva neoliberal que profundizará ese proceso. La venta de Isagen, el desmantelamiento de Ecopetrol, y la aprobación de la Ley Zidres, inauguran la aplicación de ese segundo paquete neoliberal. El Estado fallido está al servicio de esa estrategia. Es una especie de “balcanización” en cabeza de empresas transnacionales, con la asimilación funcional de todos los actores armados, legales e ilegales, que son un factor de desorden controlado, descomposición social y caos a todo nivel. Podríamos decir que más que balcanización la palabra precisa es la “africanización” de Colombia.

Como hemos dicho, no es un fenómeno que suceda sólo en Colombia. Es una realidad mundial. Brasil lo siente en sus selvas y en las favelas de las grandes urbes. Venezuela lo vive en las ciudades con la corrupción, delincuencia y descomposición social. México ha sido arrasado con la economía del narcotráfico y todo tipo de violencias. Y los países petroleros del Norte de África y el Medio Oriente con las guerras de intervención imperial.

Colombia se entusiasma con la terminación del conflicto armado. Es bueno que una fuerza armada ilegal que terminó siendo funcional a la estrategia imperial se salga de esa dinámica. Pero no es bueno que bajemos la guardia y nos ilusionemos con lo que no va a ocurrir. No va a haber ni una “simple paz”, ni una “paz imperfecta”, ni siquiera una “paz precaria” o “perrata”. Será un nuevo tipo de guerra como la que ya vivimos: una guerra contra el pueblo y la naturaleza. Una guerra no reconocida, invisible, subterránea, manipulada y manejada por el gran capital. El Estado fallido sólo es un distractor, una apariencia, un embeleco.

E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado            


miércoles, 8 de junio de 2016

BREVE HISTORIA DE LOS BLOQUEOS DE LA CARRETERA PANAMERICANA EN EL CAUCA

Breve historia de los bloqueos de la carretera Panamericana en el Cauca

Popayán, 8 de junio de 2016

En el departamento del Cauca, hasta principios de los años 80s del siglo XX, la principal forma de lucha era entrar a las haciendas de los terratenientes, picar, sembrar e ir recuperando predios, hasta obligar al gobierno a entregar la tierra a sus legítimos dueños: indígenas y campesinos.

Después, con ocasión de la Marcha de la Salvajina (1986) se iniciaron los bloqueos de la carretera panamericana, aprendiendo de las luchas del pueblo boliviano. Las más importantes fueron la de Rosas (1991), la de 1999 (Galindez y El Cairo), y a lo largo de estos 30 años se ha bloqueado la Panamericana por lo menos en 40 ocasiones.

Los bloqueos de la carretera los empezaron a utilizar los indígenas y campesinos porque con la aparición de la alianza entre grandes terratenientes y los paramilitares, la recuperación directa de la tierra ya no era posible como lo demostró la masacre de El Nilo (Caloto) en el año 1991, en donde fueron asesinados 21 comuneros.

Además, una vez recuperada gran parte del territorio se necesitaba obligar al Gobierno Central a invertir en infraestructura vial, eléctrica, acueductos, educación, salud, etc., y la única forma de obligarlo a negociar era con los bloqueos. La Gobernación y las alcaldías, y las ETIS, nunca han manejado recursos importantes para construir obras importantes y el gobierno sólo hace inversiones significativas cuando hay intereses del Gran Capital.

Es importante entender que los campesinos e indígenas no tienen la capacidad que tienen los trabajadores de paralizar la producción cuando declaran una huelga o un paro. Si no bloquean vías, nadie les para bolas.

Sin embargo, los tiempos han pasado y las formas de lucha se van agotando y deben cambiar. Hoy las luchas sectoriales (por pequeñas partidas o proyectos) deben superarse. La experiencia demuestra que son formas de lucha desgastantes porque enfrentan a unas minorías organizadas con las mayorías desmovilizadas.

Las luchas populares dieron un salto cualitativo a finales del siglo XX y principios del XXI en América Latina. Las movilizaciones campesinas e indígenas de Ecuador y Bolivia mostraron un nuevo camino. Ya no se planteaban pequeños proyectos sino cambiar el régimen y tumbar gobiernos.

Al plantearse un conjunto de reivindicaciones de gran impacto, especialmente la nacionalización de los recursos naturales y la renegociación de los contratos con las grandes transnacionales que explotan nuestros recursos naturales (petróleo, gas, carbón, oro, etc.), los pueblos de América Latina dieron un paso gigantesco para derrotar a las oligarquías vendepatrias.

En el Cauca y en Colombia no se ha entendido la necesidad de dar ese paso. El espíritu cortesano, la práctica o dinámica de ONGs, y el grupismo y división de la izquierda, les ha permitido a pequeñas cúpulas de dirigentes impedir que los movimientos y organizaciones sociales de este país se unifiquen y convoquen a toda la sociedad a luchar por metas grandes y transformadoras.

Preferimos "negociar" pequeños proyectos con el gobierno oligárquico a pensar en serio en cambiar el régimen.


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jueves, 2 de junio de 2016

EL ESPÍRITU CORTESANO Y LAS CONEXIONES OCULTAS (Primera parte)

EL ESPÍRITU CORTESANO Y LAS CONEXIONES OCULTAS (Primera parte)

Popayán, 2 de junio de 2016

El rico le tira al pobre;
al indio que vale menos,
ricos y pobres le tiran
a partirlo medio a medio.

(Romancero popular colombiano del siglo XVIII)

El pensamiento complejo insiste en ver la “totalidad” de la vida. Para lograrlo se deben identificar las “relaciones” que son las interconexiones que explican la interdependencia dinámica entre los “componentes” o contenidos del fenómeno que estudiemos. Intentaremos aplicar esas recomendaciones al caso colombiano.

La totalidad del fenómeno colombiano

Colombia es un proyecto de país –que se quedó a mitad de camino–, por efecto, fundamentalmente, de la intervención colonial e imperial de potencias extranjeras y por la inexistencia de una clase burguesa que en el siglo XIX y XX tuviera la capacidad de unificar a las regiones y poblaciones dominadas y divididas por un poder terrateniente atrasado, clerical, reaccionario y anti-nacional. Colombia es, entonces, un país a medio hacer.

Para entender el momento actual de Colombia se deben identificar las fuerzas que utilizan la precaria hegemonía social y política de carácter oligárquico que usa la violencia, el miedo, la discriminación y la falta de democracia para sostenerse. Por ello, el poder real hoy en nuestro país está en manos del capital transnacional. Formalmente, en lo interno, encabezan esa dominación grupos económicos que acumularon las migajas que les cedía el gran capital estadounidense, y que a partir de los años 70s del siglo XX, logró canalizar los recursos que irrigaba la economía del narcotráfico (cocaína, amapola y marihuana). Sin embargo, quien efectivamente manda es el imperio. Es quien planifica, ordena y comanda. Eso hay que reafirmarlo.  

Fueron los estrategas del imperio los que planificaron convertir a Colombia, desde los años 40s y 50s del siglo pasado, en una inestable y débil colonia estadounidense. Valoraron sus grandes ventajas estratégicas, ubicación regional ideal, dos océanos, inmensas riquezas naturales, disgregación regional histórica, enorme diversidad étnica y cultural heredada desde tiempos pre-colombinos, y como lo comprobaron con la separación de Panamá, una clase dominante totalmente frágil, siempre temerosa de insurrecciones populares y profundamente corrupta y criminal.

Para entender la “totalidad compleja” hay que conocer las “relaciones”. La principal relación social en Colombia es la cortesanía. Fue una relación social construida con ciertos sectores indígenas y mestizos, especialmente de origen muisca y “yanaconas”, traídos del Ecuador y Perú, con los que establecieron los dos principales ejes de poder colonial. En Bogotá (centro del país) y Popayán (occidente). No hay que olvidar que la gobernación del Cauca controlaba casi medio país hasta principios del siglo XX, con un territorio que iba desde Antioquia hasta la Amazonía pasando por el Chocó, Valle, Cauca y Nariño. Esos pueblos indígenas, por su estructura social “imperial”, dividida en castas, tenían predisposición a ese tipo de relacionamiento. Se dio también en México (Nueva España) y en Lima (Nueva Castilla).   

Esa cortesanía consistía en una relación de dominación basada en el establecimiento de una clientela social y cultural basada en el compadrazgo entre élites europeas y mandos medios indios y mestizos (incluso, en algunas zonas también con negros), que se convertían en los mayordomos, capataces y grupos medios de la población que se encargaban de controlar a los indios y mestizos rebeldes y a los negros cimarrones. Así se formó un campesinado controlado ideológicamente que servía de colchón de amortiguamiento frente a los libertos y “vagabundos” que fueron surgiendo y a los pueblos indígenas en resistencia. Ese “compadrazgo” implicaba el mestizaje entre hombres blancos europeos y mujeres indias, negras y mestizas. 

Ese modelo de dominación tuvo su continuidad durante toda la Colonia. La Independencia a principios del siglo XIX sólo significó el reemplazo de la élite ibérica –que ya sólo era la administradora del aparato de Estado virreinal– por una casta oligárquica criolla que era la que tenía el poder económico efectivo. Posteriormente, el sistema basado en la cortesanía se aplicó durante el siglo XX de una forma magistral y planificada, una vez fue apareciendo el campesinado cafetero en Antioquia, el Eje Cafetero y el centro del país, mediante la creación de la Federación Nacional de Cafeteros (1927). Fue una forma de control corporativo, en donde los grandes empresarios del café (a la vez grandes terratenientes), promovían la producción del café en manos de campesinos pobres, medios y ricos, pero controlaban y se enriquecían con la compra interna del grano, la venta de insumos agrícolas y la exportación del café excelso. (Dicho sistema fue destruido por la política neoliberal en los años 90s).

Era un negocio redondo que le dio a la burguesía colombiana –heredera de los grandes latifundistas reaccionarios y clericales– un poder inmenso y el control sobre grandes empresas “seudo-estatales” (Flota Mercante Gran Colombiana, Avianca, Banco Cafetero y muchas otras) que vendieron y privatizaron en la década de los años 90s del siglo XX, durante la primera fase neoliberal y de orgía aperturista, y que fue una verdadera expropiación a los casi 500.000 caficultores que eran los verdaderos dueños de esa riqueza.

Entonces, el dominio imperial y de esa clase burgués-terrateniente de carácter atrasado, débil, entreguista, anti-nacional y antipopular, se basaba en una relación de “dominación concertada” con sus dominados, que contaba con un soporte ideológico y cultural que llamo el “espíritu cortesano”. Es una especie de carácter doméstico, arribista, acomplejado, subordinado, sometido, que todavía perdura en la identidad de una buena parte de la población colombiana. Como ejemplo de ello se pueden identificar hasta los años 80s del siglo XX, las regiones dominadas por el partido conservador o por terratenientes “liberales”.   

Sólo en áreas históricamente delimitadas podemos encontrar ejes de rebeldía popular, en las que cíclica y periódicamente explotaban rebeliones entre pobladores que habían heredado tradiciones de resistencia: la indígena, especialmente alrededor del Volcán del Huila, La Guajira, la Sierra Nevada de Santa Marta y el Catatumbo; la del Común, en los Santanderes; y la de la influencia “realista” en el sur del Cauca y Nariño. Así mismo, de las migraciones y otros fenómenos surgieron rebeliones en los Llanos Orientales y otras zonas puntuales. No obstante, los principales ejes productivos estaban controlados por la hegemonía oligárquica.

Hasta aquí entonces podemos concluir lo siguiente: Colombia desde siempre ha sido una verdadera colonia estadounidense administrada por una élite oligárquica reaccionaria y criminal. Se presentaron resistencias y luchas controladas durante toda su existencia. Las cúpulas dirigentes de las clases subalternas eran fácilmente cooptadas, predominando el espíritu cortesano construido durante siglos como herramienta ideológica. La más grande amenaza que encabezó el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán fue liquidada mediante el asesinato y utilizada para desencadenar un conflicto armado que el imperio y sus mandaderos han usado en su favor a lo largo de más de 6 décadas.   

La “totalidad colonial” colombiana y el conflicto armado

La pregunta que surge frente al conflicto armado es la siguiente: ¿La insurrección parcial de campesinos armados y organizados como guerrillas izquierdistas consiguieron quebrar o siquiera resquebrajar, la “totalidad” del poder imperial y oligárquico en Colombia? ¿Estuvo realmente en peligro esa hegemonía social, política, económica y cultural? ¿Las guerrillas y el pueblo estuvieron a punto de tomar el poder político mediante una insurrección popular armada? ¿Cómo se explica la permanencia de un conflicto tan largo y a la vez la consolidación durante ese período de una burguesía transnacionalizada que maneja ahora lo que se considera la tercera economía de América Latina?  

La respuesta lógica es que el conflicto armado en Colombia fue enteramente manejado, controlado, programado e instrumentalizado por el gran capital internacional y específicamente por el Departamento de Estado, el Pentágono, y el Ejército de los EE.UU. A partir de principios de los años 80s del siglo XX, cuando la guerrilla de las FARC considera que existen condiciones para una insurrección popular, con base en una evaluación equivocada del paro cívico nacional de 1977 y del auge político-militar del M19, y que decide expandirse por todo el territorio nacional acudiendo al secuestro, la extorsión y los impuestos al narcotráfico para financiar su crecimiento y ofensiva, el imperio aplica sus mejores conocimientos de “teoría de juegos”, complejidad, guerras de contención y conflictos de baja intensidad para convertir a Colombia en un enorme laboratorio de construcción de un “estado fallido” para ampliar su control geopolítico en la más estratégica región de Sudamérica. 

A partir de ese momento (1980), cuando estaban en auge las principales inversiones que se han realizado en el país en proyectos minero-energéticos (níquel de Cerromatoso, carbón en El Cerrejón y Jagua de Ibirica-Drummont), mega-proyectos hidroeléctricos (Chivor, Chingaza, San Carlos, Betania, Salvajina, y numerosas plantas termoeléctricas en Zipaquirá, Paipa, Cartagena, Chinú, Barranquilla, Zulia, etc.) durante el gobierno de Turbay Ayala, y que se iniciaban los proyectos de explotación petrolera en los Llanos Orientales (Occidental, Cusiana, Caño Limón, etc.), se desencadena la estrategia de la “guerra” paramilitar-guerrillera que, en realidad, fue un juego de movimientos para expandir las zonas productoras de cultivos de uso ilícito de norte a sur y de oriente a occidente, y viceversa,  despejando territorios de comunidades (indígenas, mestizos y negros), desplazando y despojando de sus tierras a millones de campesinos colombianos hoy arrumados en las ciudades.

Dicha estrategia hacia parte de un plan global de traslado de cultivos de plantas narcóticas del Sudeste Asiático y de Afganistán donde los EE.UU. habían sido derrotados, hacia América Latina y otras regiones del mundo. La burguesía estadounidense siempre ha entendido que las economías ilegales y criminales son un punto de apoyo para el desarrollo del capitalismo, en donde campesinos de países periféricos producen la materia prima (coca, pasta de coca y clorhidrato de cocaína) y las mafias norteamericanas las comercializan en los centros metropolitanos donde se produce la ganancia que se irriga por múltiples vasos comunicantes y llega a sus bancos y entidades financieras. La red se complementa con la producción y tráfico de armas, insumos químicos, trata de personas, contrabando, juego, etc.

Los intentos del imperio por “balcanizar” a Colombia

De esa forma se mataban dos pájaros de un tiro. Se mantenía y expandían los cultivos de coca, y a la vez, se despojaba de tierras a las comunidades nativas, descomponiendo sus economías propias y locales, integrando al modelo capitalista a millones de personas que iban a ser presas de sus políticas asistencialistas convirtiéndolas en clientes regulares y dóciles de un régimen gubernamental totalmente sometido por las prácticas neoliberales. De esa manera extensas áreas del territorio quedaron a expensas de la nueva fase neoliberal que está centrada en la compra de tierras y en los agro-negocios de exportación.

No significa lo anterior que las FARC se hayan convertido en un “factor voluntariamente manipulado". No es la idea. Obraron de buena fe creyendo que al pasar de ser una resistencia campesina armada localizada en un área permanente (hasta 1963) y de ser una guerrilla móvil pero ligada a bases de campesinos colonos que se apoyaban mutuamente (hasta 1983), a la de expandirse por todo el territorio nacional, podrían acumular fuerza para derrotar al ejército oficial. Sin embargo, al renunciar a principios básicos de una guerrilla revolucionaria se metieron en la trampa del imperio: cambiaron calidad por cantidad. Y eso es grave. El imperio ya contaba con la experiencia de Kosovo que sirvió para acabar de disgregar y dividir la antigua Yugoeslavia y siempre ha aspirado a “balcanizar” a Colombia como lo viene intentando con Venezuela usando a la burguesía parasitaria de Zulia y Táchira, o a la Guayaquil en Ecuador, o la de Santacruz en Bolivia, o usando intereses étnicos que contribuyan con la desmembración de estas precarias naciones.    

Es indudable que dicha estrategia le permitió a las FARC crecer y convertirse en un verdadero ejército que se alcanzó a ilusionar con la “guerra de movimientos” encabezada por el Mono Jojoy. Vino el proceso de diálogos del Caguán en donde banqueros e inversionistas estadounidenses llegaron a los sitios de conversaciones para plantearle negocios importantes a la guerrilla. Era tal la debilidad en que los EE.UU. habían postrado al gobierno de Samper, primero, y de Pastrana, después, que se plantearon fórmulas (secretas) de co-gobierno en las áreas más importantes de control guerrillero, como las zonas del Caguán y el Pie de Monte Llanero, en donde existen importantes, extensas y ricas reservas de petróleo y gas natural. 

La guerrilla no había entendido que su poder militar había sido construido como parte de la estrategia norteamericana y que en realidad esa fuerza militar no se correspondía con una consistente fuerza política. Amplios sectores de la población se habían convertido en víctimas de sus erradas acciones, que en gran medida eran resultado de estrategias de degradación planificadas por el imperio y realizadas con la complicidad de fuerzas militares del Estado y grupos paramilitares entrenados y financiados por el gobierno de los EE.UU., a través de sus agencias como la CIA o la DEA, o por medio de empresas transnacionales (Drummont, Chiquita Brands, Coca Cola, etc.).

Sin embargo los capitalistas norteamericanos estaban dispuestos a llegar a acuerdos con las FARC porque ellos los veían –ya desde ese tiempo– como expresión de una nueva Burguesía Emergente que para ese momento (1998) empezaba a sacar la cabeza, e incluso los motivaban a constituir un “Estado campesino paralelo” que pudiera darle mejores garantías al imperio que el corrupto Estado nacional oligárquico. Las FARC entendieron que políticamente esa negociación sería un grave error, y decidieron mantener su estrategia militar para tomarse el poder en toda Colombia. Así, es como los EE.UU. negocian con el gobierno oficial y financian el Plan Colombia (que se querían ahorrar), no sin antes obligar al gobierno de Pastrana a pactar una serie de acuerdos económicos como el del Cerrejón, que como lo afirma el profesor e ingeniero Oscar Vanegas, está catalogado como el cuarto peor negocio del mundo, totalmente benéfico para el capital estadounidense. Se pactó en el año 2000 un precio de 383 millones de dólares por el 50% de participación de la nación en una mina que hoy tiene un valor superior a los 45.000 millones de dólares (http://bit.ly/1VoG6g9). Es decir, por derechas y con inmensas ganancias se cobraron lo que invirtieron en el Plan Colombia.

La aparición del “nacionalismo cortesano paisa”: Álvaro Uribe Vélez

De allí en adelante la tarea era debilitar militarmente a las FARC para obligarlas a negociar. A los EE.UU. se les atraviesa en dicho objetivo Álvaro Uribe Vélez, quien en medio de su visión que incluía la venganza contra las FARC y contra la oligarquía bogotana, alcanzó a avizorar un golpe doble (exterminar la guerrilla y refundar el Estado creando el “estado comunitario”) con base al poder que logró construir en cuatro frentes: las fuerzas militares infiltradas de mafias y completamente corruptas que tenían un gran negocio con la guerra; las fuerzas paramilitares y mafias narcotraficantes que aspiraban entrar por la vía legal en las grandes ligas de los negocios y contratos estatales; los políticos corruptos muy entrelazados con grandes terratenientes que habían despojado a millones de campesinos; y, las bases campesinas y habitantes de barrios pobres que lo veían como el gran libertador contrainsurgente y un padre putativo que les aprobó y entregó los subsidios denominados “familias en acción” y otros programas sociales, compitiendo de tú a tú con los gobiernos “progresistas” de la región que también asumieron esa estrategia que tenía como base conceptual y legal la política neoliberal del Banco Mundial denominada “transferencias condicionadas a las comunidades en dinero en efectivo”.  

El fenómeno “uribista” hace parte de la “totalidad” y se explica en la misma relación de cortesanía. Al interior de la “nación antioqueña o paisa” se fue incubando una rebelión contra el espíritu cortesano de la clase dominante antioqueña que primero se rebeló contra la aristocracia caucana pero que después se alió desde principios de siglo con la oligarquía bogotana. Esa “rebelión cortesana” paisa tenía un alto contenido regionalista y se apoyó durante la década de los años 90s del siglo XX en la exigencia de la descentralización política.  De esa manera apareció en cabeza de Álvaro Uribe Vélez una especie de “seudo-fascismo tropical” que se manifestaba como un “nacionalismo cortesano”: rebelde frente a la perfumada oligarquía bogotana y arrodillada ante el imperio estadounidense. A ese proyecto se sumaron los grandes terratenientes que tenían en mente el exterminio de la guerrilla. 

Acudo a una cita del escrito “Desentrañando el proyecto uribista”: “En 1994 en una población de Antioquia se reúnen representantes de la elite intelectual, económica y política “paisa” para diseñar un proyecto político de largo aliento. Más adelante se integran intelectuales surgidos de un proceso de involución de un sector de la izquierda “maoísta” radicalmente enemiga de las FARC. Así se configura la ideología y el programa fundacional del proyecto “uribista”. Los puntos básicos eran: la identificación de las FARC como enemigo principal de la sociedad colombiana, la adaptación de las ideas modernizadoras aplicadas en China por Teng Siao Ping a la realidad colombiana, y la creencia absoluta en el papel predestinado de la dirigencia antioqueña para salvar y refundar a Colombia. De allí surgió la tesis del “Estado comunitario”. Esa fue su semilla ideológica.” (http://bit.ly/1XiD363).

Las limitaciones de las clases subalternas y el papel de la burguesía emergente

En Colombia nunca se logró consolidar un verdadero movimiento obrero clasista. Por un lado, la industria nunca logró niveles importantes de desarrollo y el nivel de organización fue bastante reducido. El auge de su crecimiento fue la fase de sustitución de importaciones y el surgimiento de la industria del petróleo y la siderurgia. Sin embargo, las organizaciones sindicales que eran la expresión del movimiento obrero –a pesar que habían surgido con independencia de clase en los años 20s del siglo XX–, fue puesta a la cola de la incipiente burguesía industrial en la década de los años 30s. El Partido Comunista fue la herramienta.

Posteriormente, a partir de la década de los años 60s, numerosos grupos impulsaron un movimiento obrero clasista, entre sectores de trabajadores de Medellín, Cali, Bogotá, Barrancabermeja, Cartagena y otras ciudades y áreas, pero ese proceso no alcanzó a madurar, por un lado, por la enorme dispersión de esos esfuerzos que fueron divididos por las corrientes comunistas y socialistas internacionales, por la presencia del “espíritu cortesano” entre las cúpulas de dirigentes de las centrales obreras, y a partir de finales de los años 70s, por el desmantelamiento de las grandes factorías y la deslocalización de los procesos productivos que significó el traslado de empresas multinacionales a otros países, todo ello fruto de la “re-estructuración post-fordista”. El movimiento obrero y sindical quedó destruido, limitado a los trabajadores del Estado (Ecopetrol, Acerías Paz del Río, maestros, trabajadores de la salud y los servicios, etc.). El paro cívico nacional de 1977 fue el último acto masivo de protesta “dirigido” o motivado por la clase obrera, y a la vez, su acta de defunción. Ello explica por qué desde esa fecha ese tipo de acción quedó como un mito y ha sido imposible de emular. Quedó en la memoria histórica como un símbolo de lucha proletaria y popular.

Las demás clases subalternas nunca lograron constituirse en un sujeto social de lucha de carácter nacional. Los campesinos tuvieron su acercamiento a esa meta con la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos ANUC (1966-74), pero el papel de los grupos de izquierda fue un torpedo contra la unidad y contra una acción efectivamente política. A partir de la constitución de la Unidad Cafetera (1994), el Movimiento de Salvación Agropecuaria (1997) y ahora, las Dignidades Agropecuarias, los pequeños y medianos productores agropecuarios han iniciado un proceso de organización que tiene características nacionales, pero la dirección política ha estado conducida por la burguesía agraria, tanto en su expresión de derecha (Uribe) como en su expresión de izquierda (MOIR).

También se aprecia el esfuerzo de los indígenas colombianos por organizarse a nivel nacional con independencia y autonomía. Los pueblos guambianos y nasas del Cauca inician ese proceso en los años 80s pero también se dividen por la influencia malsana de la izquierda. El CRIC logra desarrollar la ONIC, que hoy representa a la mayoría de los pueblos originarios, y el Cabildo Mayor Guambiano construye AISO y AICO, que ha terminado siendo una agencia política de venta de avales electorales. Sin embargo, la dirección política de los fundadores del CRIC, de unidad estrecha con los campesinos y el resto del pueblo colombiano, fue desconocida a partir de 1991 y cambiada por una orientación estrechamente indigenista y autonomista. Los pueblos de origen afrodescendientes hacen también sus esfuerzos de organización autónoma pero son limitados por su enorme dispersión e intereses de la burguesía emergente que se aprovecha de esos intentos para negociar pequeñas canonjías con la clase dominante. 

Ello explica –muy sucintamente– no sólo la enorme dispersión, división y debilidad del movimiento popular colombiano, sino que dichas clases subalternas hayan incubado en su seno la aparición de una burguesía emergente que poco a poco ha sacado la cara. Las economías agrarias, del narcotráfico, la minería ilegal, el comercio de insumos, y múltiples expresiones económicas han sido caldo de cultivo para que –como tiene que ser– aparezca esta clase social. Lo problemático es que ante la ausencia del movimiento obrero y de una dirección política correspondiente, es la burguesía emergente la que impone su dirección y sus intereses, conduciendo las luchas populares hacia el fracaso y la cooptación. En últimas, es otra expresión de la “relación de cortesanía” existente en nuestra identidad, ahora “reforzada” por los cambios económicos y sociales que se han presentado.

El Nuevo Proletariado, surgido en el mundo por efecto de los cambios post-fordistas y el desarrollo de la tercera revolución tecnológica, todavía no aparece con fuerza en Colombia. Se ha mostrado políticamente con formas no autónomas, al lado de la “ola verde” de Antanas Mockus en 2010, en solidaridad con el paro agrario en agosto de 2013, y este año con la convocatoria de un “paro nacional” en enero de 2016 por parte de jóvenes citadinos, pero es todavía un proceso incipiente y débil, pero alentador. Los “profesionales precariados” inevitablemente van a engrosar las filas proletarias como ha ocurrido en Europa, Brasil, Turquía y otros países, y la lucha por construir su identidad política de clase ya es una tarea urgente.

La burguesía emergente surgida desde abajo, desde comunidades campesinas, pequeños y medianos productores, economía del narcotráfico y la minería ilegal, que tuvo expresión financiera en las captadoras ilegales de dinero (DMG y DRFE), de origen mestizo, indígena y negra, ha aparecido y juega en todas las latitudes. No toda es mafiosa y corrupta. No obstante, mantiene y reproduce el carácter cortesano. No es para nada revolucionaria ni nacionalista. Es arribista, acomodaticia y oportunista. Se infiltra en todo proyecto político y aspira a participar de contratos y grandes negocios. En otros países vecinos ha logrado controlar y poner a su servicio a gobiernos “progresistas”. La gran burguesía transnacionalizada y el imperio la aceptan, negocian con ella y la controlan. Es sí, un factor corruptor y debilitante para cualquier tipo de proyecto revolucionario que se plantee cambios estructurales.

El entorno mundial y la burguesía financiera global

Hoy para poder reorientar las luchas de los trabajadores y de los pueblos oprimidos, y para volver a retomar las tradiciones verdaderamente proletarias debemos revisar –así sea someramente– lo que sucede en el marco internacional. Siguiendo con la mirada “total” de la sociedad global, podemos plantear que existe una Gran Burguesía Global, completamente interconectada, interrelacionada, indisoluble, que domina la economía mundial. La contradicción principal ya no es entre bloques geo-estratégicos (EE.UU., Rusia, China, etc.). Seguir atado a esa concepción desconociendo el análisis de clase es un grave error de la izquierda mundial. Se explica por las erradas lecturas de Marx y del folleto de Lenin sobre el imperialismo. Lenin insiste en ese problema y en la lucha entre potencias imperialistas porque estaba frente a la guerra imperialista, pero no descuida su propio análisis de clase. Después, los asesores de Stalin colocaron en primer lugar la lucha nacionalista de Rusia (el chovinismo gran-ruso que Lenin siempre tanto denunció) y la lucha internacionalista del proletariado quedó a un lado, fue traicionada. Desde allí perdimos el norte.

En la actualidad la burguesía transnacionalizada y global, aunque tiene contradicciones “nacionales” no antagónicas (no son antagónicas porque ellos no pueden poner en riesgo la “estabilidad” económica mundial), usa esas contradicciones para poder enfrentar la contradicción principal que es la creciente consciencia de los pueblos y trabajadores del mundo entero sobre el poder depredador y dañino de esa burguesía financiera global. Usa sus conflictos –que en realidad son calculados y controlados– para distraer a sus propios pueblos con falsos nacionalismos. Necesitan enemigos externos para someter ideológicamente a sus propios pueblos, como lo hace la oligarquía colombiana usando antes a Cuba, ahora a Venezuela y Nicaragua. Si no entendemos esa situación o no la hacemos evidente por no “perder votos”, entramos en la dinámica nacionalista que nos impide elaborar cualquier tipo de orientación correcta.

Por ello, reducir nuestros análisis al manejo geo-político, no sólo es hacerle el juego a esa burguesía globalizada sino lo que es más grave, es negarse a educar con una visión internacionalista a los millones de jóvenes que hoy esperan una orientación verdaderamente revolucionaria, proletaria y que oriente la lucha por un “cambio o salto” de tipo civilizatorio que supere la cultura y economía crematística que es la base del capitalismo y del actual caos en que vive la humanidad. Colombia es una ficha menor en ese juego internacional y la endeble oligarquía colombiana ha sido presa de esos juegos geopolíticos (guerra del Perú, guerra de Corea, etc.) mientras nuestra izquierda no sólo ha sido absolutamente cortesana sino que ha caído en la trampa y provocaciones orquestadas por gobiernos “progresistas” que también juegan con ese discurso “chovinista” y supuestamente “anti-imperialista”. 

Condiciones para superar el “espíritu cortesano”

Simón Bolívar tuvo el genio y la convicción para lograr casi lo imposible. Se apoyó en el espíritu insumiso de la población de algunas regiones colombianas que habían heredado el ímpetu y la inspiración de la Revolución Comunera (1781) y constituyó el núcleo del ejército libertador de las 5 naciones. Sin embargo, su obra quedó a mitad de camino porque las castas dominantes impusieron su “hegemonía cortesana”. Las oligarquías terratenientes regionales se apoderaron del proyecto y se postraron ante el imperio inglés. Los recientes intentos independentistas de Hugo Rafael Chávez Frías, hoy se encuentran bloqueados por los intereses de las burguesías latinoamericanas que “más le temen al pueblo que al imperio”[1].

Esa experiencia histórica latinoamericana –sumada a los esfuerzos proletarios de principios de siglo XX realizados en Rusia– nos demuestran, una vez más, que la lucha por la emancipación social deben ir mucho más allá de la simple revolución política, del derrocamiento (pacífico o violento) de las clases dominantes, y que se requiere una estrategia y una acción de más largo aliento. Que para lograrlo deben contemplarse todos los factores que influyen en la situación de los trabajadores y pueblos oprimidos del mundo, deben identificarse todos los vasos comunicantes que sostienen el poder del capital financiero global, y deben visualizarse también las fuerzas económicas, sociales, políticas y culturales que de una u otra manera luchan contra ese poder depredador y destructivo.   

Para superar el espíritu cortesano y avanzar hacia metas superiores se requieren tres condiciones que empiezan a manifestarse en Colombia, fruto de los saltos cualitativos que ocasionalmente da la vida:

-       Urbanización creciente de la población, rompimiento gradual de las relaciones sociales que sostenían la cortesanía, crisis del Estado colonial-capitalista, crisis de todos los partidos políticos, superación del conflicto armado que impedía la aparición plena de las expresiones nítidamente populares, y la aparición de un sector de clase en crecimiento (los profesionales precariados) que está engrosando las filas proletarias.   

-       La aparición de una dirigencia joven en las ciudades con espíritu revolucionario, con sentido social, cansada de los esquemas caudillistas y “estatistas” de la izquierda y el “progresismo”, con visión globalizada del mundo, que ya ha tenido experiencias políticas con la derecha uribista (marchas contra las FARC) y con el “centro” (“ola verde” de Antanas Mockus, pero que gira rápidamente hacia “lo social”. Esa dirigencia representa a un sector del Nuevo Proletariado en formación (profesionales precariados) pero busca intensamente ligarse a las demás clases subalternas.

-       Ser consciente de que lo que está fracasando en América Latina es la estrategia –explícita o no, reconocida o no– de entregar la dirección política de la lucha independentista y nacionalista a la burguesía. En Brasil, Argentina y Uruguay se le entregó la dirección a la burguesía tradicional; y en Venezuela, Ecuador y Bolivia a la burguesía “emergente”, lo que se ha constituido en una traición para los sectores sociales y movimientos populares que fueron el sostén de los “procesos de cambio” y en la causa principal de los recientes fracasos políticos (que se manifiestan por ahora en derrotas electorales). Sólo una dirección proletaria en manos de los trabajadores y de los sectores populares es garantía de triunfo y continuidad hacia tareas anti y post-capitalistas.  

E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado




[1] Frase célebre de Francisco Mosquera, fundador del MOIR.