viernes, 28 de agosto de 2015

¿YA NO ES EL IMPERIO EL PRINCIPAL ENEMIGO DE LA "REVOLUCIÓN BOLIVARIANA"?

¿YA NO ES EL IMPERIO EL PRINCIPAL ENEMIGO DE LA "REVOLUCIÓN BOLIVARIANA"?

Bogotá, 28 de agosto de 2015

"La teoría del complot tiene el peligro de velar las causas profundas de los problemas y desdibujar la realidad."

François Houtart

El presidente Chávez consideraba a Uribe un "peón del imperio". Y estaba en lo cierto. Uribe en ese momento tenía el Poder y el gobierno. EE.UU. lo respaldaba y contaba con una fuerza paramilitar organizada que, a su vez, era apoyada por el ejército oficial. La mayoría de empresarios y terratenientes nacionales y extranjeros habían decidido jugársela con su política guerrerista. Además, aprovechó los graves errores de la guerrilla para construir un fuerte apoyo popular que es lo único que parcialmente le queda en la actualidad.

Ahora, las circunstancias son diferentes. La estrategia imperial no está centrada en una intervención armada inmediata en Venezuela y menos desde el exterior. Eso es cosa del pasado. Las "revoluciones de colores" son su método actual. Para ello están implementando la guerra económica –la de verdad–, que tiene como eje el auto-abastecimiento de petróleo utilizando la tecnología del fracking (gas de esquisto), bajar artificialmente los precios internacionales del combustible y, de contrapeso, debilitar la economía de países productores de hidrocarburos como Venezuela, Ecuador, Irán y otros.

De esa manera, preparan condiciones para generar la inconformidad popular, estimulando sobre todo a las clases medias para derrotar o derrocar a los gobiernos "indóciles" o que muestren cierto grado de independencia y autonomía. Los estrategas del imperio han aprendido de experiencias pasadas (Cuba, Nicaragua, Vietnam) en cuanto a entender que las operaciones armadas imperialistas con fuerzas extranjeras o mercenarias generan fuertes resistencias nacionalistas que no son fáciles de derrotar.

Esa nueva estrategia imperial requiere de los pueblos y gobiernos que desean mantener su independencia y soberanía, unas respuestas internas de carácter integral. No basta la alerta sobre la intervención extranjera. Se necesita coherencia en el manejo económico, construir una base productiva propia, apoyarse realmente en el pueblo para profundizar la revolución democrática en todos los aspectos: sociales, económicos, culturales, políticos e incluso espirituales. Para ello se necesita coherencia ideológica y estrategia política.

La "pequeña" guerra económica interna en Venezuela, que causa escasez y desabastecimiento de algunos productos, es resultado, por un lado, de la incapacidad del gobierno para organizar a la población para construir un nuevo aparato productivo y, simultáneamente, controlar el comercio exterior apoyándose en empresas sociales (cooperativas, mutuales, solidarias) y en monopolios estatales. Pero por otro lado, dicha guerra económica es producto de la resistencia de la burguesía parasitaria que se niega a aceptar su derrota política y económica, y utiliza todos los mecanismos legales e ilegales para mantener un negocio lucrativo y especulativo de importación de mercancías del exterior. La burguesía emergente también quiere heredar ese fabuloso negocio y desde el gobierno ha saboteado la línea que trazó el presidente Chávez.  

Estas verdades las conocen y las repiten a diario los principales dirigentes bolivarianos de Venezuela. Lo dejó escrito y grabado en sus discursos el presidente Chávez. Pero no ha sido fácil implementarlas por cuanto la burguesía emergente ha ido copando los espacios de dirección del "proceso de cambio", y ella no está interesada en profundizar la revolución. Sólo le interesa mantenerse en el gobierno, controlar la renta petrolera y reemplazar a la burguesía parasitaria entreguista y pro-imperialista.

Maduro es consciente de esta situación. Sin embargo, debido al deterioro de la situación interna, se ve obligado a recurrir al nacionalismo estrecho, a la demagogia anti-colombianista que todos los gobiernos venezolanos –de derecha o de izquierda– han utilizado en el pasado para ganar apoyo popular y triunfar en las elecciones.

Es por ello que Maduro hizo lo que hizo.

La campaña contra el paramilitarismo y la delincuencia de origen colombiano

Ahora Maduro quiere convertir a Uribe en el enemigo principal. Con la consigna de que la causa de los problemas de Venezuela está en la acción paramilitar que llega desde Colombia, y la utilización por esas fuerzas ilegales del contrabando, el bachaqueo y todo tipo de delitos, se pretende radicalizar a los venezolanos contra el supuesto enemigo externo, que ya no es el imperio sino un debilitado Uribe. Éste lo único que está buscando con su pataleo es negociar su propia impunidad y la de sus cómplices, y aprovecha el momento para generar ruido. Nada más.

Estudios muy serios de académicos venezolanos demuestran que la presencia de diferentes clases de violencias y de diversas expresiones de la delincuencia, no sólo se observa en la frontera con Colombia sino que está presente en todo el territorio nacional venezolano. Y además, identifican como las causas más visibles, primero, el deterioro de la situación económica del país y, segundo, a la corrupción de las mismas fuerzas armadas (Guardia Naciona y Ejército) y de las autoridades civiles (Ver. http://bit.ly/1NYyjPu).

Para enfrentar estos flagelos se requiere una política integral de seguridad que obliga al Estado a apoyarse en el pueblo. Pero esa línea política, que ideó el presidente Chávez, implicaba atacar al burocratismo, la corrupción y los intereses de la burguesía emergente, y ello no ha sido ni va a ser posible en el corto plazo. Es más fácil utilizar un enemigo externo, discriminar y golpear a inermes colombianos de la frontera, hacer apariencia de mano fuerte, mostrar shows mediáticos y paralelamente, engrandecer a Uribe.

Las consecuencias para el gobierno de Santos y el proceso de paz

El actual "incidente" con Venezuela, va a traer consecuencias inmediatas para el proceso de paz en Colombia. Es un hecho que el cierre de la frontera de forma unilateral es un acto inamistoso y grave. Afecta a colombianos y venezolanos de la frontera, lesiona intereses económicos, deteriora la confianza entre los dos gobiernos, y – de la forma como se realizó la expulsión de más de un millar de colombianos – es una violación flagrante de los derechos humanos de esas personas inmigrantes y desplazadas.

Santos, así él no lo quiera ni Maduro tampoco, es el gran damnificado. Su debilidad es manifiesta y trágica. Su cara de susto y la actitud temerosa de sus funcionarios en el discurso del pasado martes 25 de agosto, así lo delata. Le faltó decir que el presidente Maduro no le pasa al teléfono. Lo único que Santos realmente ofreció en esa intervención televisada, fue conseguir camiones y permiso con el gobierno de Venezuela para ayudarles a los colombianos a traer sus "corotos". ¡Qué desgracia y qué indignidad!

El presidente colombiano ha quedado en medio de un emparedado. Está atrapado entre la teoría del complot imperial y paramilitar, que respalda el expresidente Samper desde la UNASUR, las FARC y algunas fuerzas políticas de izquierda colombianas, y los análisis de diversos sectores políticos que identifican los problemas de Venezuela con la corrupción, la mala gestión económica, el derroche, la agudización de la dependencia del petróleo, el fracaso en la generación de nuevas áreas productivas y el paternalismo excesivo, entre otras.

Así, el presidente Santos ha mostrado una enorme indecisión y debilidad. No pudo identificar a tiempo que Maduro va con todo pensando en las elecciones de diciembre. Creía –equivocadamente–, que un tratamiento diplomático prudente y bilateral podría hacer recapacitar al gobierno venezolano para reabrir la frontera y darle un tratamiento legal y humanitario a los inmigrantes colombianos, especialmente a los ilegales e indocumentados. Pero se equivocó de cabo a rabo.   

Se argumenta que Santos actuaba de esa manera para proteger el "proceso de paz". Sin embargo, los hechos demuestran que el mayor riesgo para ese proceso es la inmensa debilidad de Santos. Ahora, su posición se ha debilitado más, mucho más cuando las FARC han salido a respaldar al gobierno bolivariano. La tensión entre los dos gobiernos y países va a crecer, y la paz negociada entrará en un enfriador por un buen lapso de tiempo.

Uribe ha recibido un segundo aire de Maduro, una oportunidad de oro, no para sabotear el proceso de paz sino para debilitar a Santos. Así podrá obtener mayores ventajas en el proceso de negociación de su impunidad.

Mientras tanto, la crisis económica y fiscal que avanza a diario en ambos países le pondrá su toque de realismo a un ambiente político cada vez más caldeado y confuso, en donde la polarización juega a favor de quienes acusan a Santos de frágil e incoherente. La tormenta recién arrecia y el grifo que abrió Maduro tal vez se convierta en un río y en una avalancha. Ojalá no sea así.     

NOTA: Los medios de comunicación colombianos han hecho su fiesta contra el régimen bolivariano. Ahora son solidarios con los colombianos expulsados de Venezuela pero nunca han dicho nada con los expulsados y desplazados de El Quimbo, Ituango, indígenas de Corinto o "invasores" de lotes en muchas ciudades que son desalojados a sangre y fuego.


E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado

martes, 18 de agosto de 2015

ECUADOR: UN MEDIDOR DE LOS “PROCESOS DE CAMBIO”

ECUADOR: UN MEDIDOR DE LOS “PROCESOS DE CAMBIO”
Popayán, 18 de agosto de 2015
Lo que está ocurriendo en Ecuador es el más perfecto medidor de la evolución de los denominados “procesos de cambio” de América Latina, especialmente de Sudamérica. Nos sirve, así mismo, para entender la situación que viven los gobiernos de Maduro y Rousseff, y avizorar lo que puede suceder en Bolivia, Argentina, Uruguay y Chile. Pero también es un referente para países como México, Colombia, Perú, Paraguay, El Salvador y otros.
Ello es así porque en   Ecuador es donde la derrota de la oligarquía tradicional y el ascenso al gobierno de la denominada “revolución ciudadana” encabezada por el actual presidente Rafael Correa, tuvo como antecedente una sostenida rebelión popular liderada por los pueblos indígenas que fue capaz de derrocar consecutivamente a tres presidentes de corte neoliberal (Mahuad, Bucaram y Gutiérrez) durante la década de los años 90s del siglo XX.
Fue por eso que el gobierno progresista contó desde el principio con un fuerte apoyo popular que fue la base para lograr importantes realizaciones políticas y administrativas. Se aprobó la más avanzada Constitución Política en cuanto a plurinacionalidad, derechos de la naturaleza y reivindicación del Sumak kawsay (“Bien o Buen Vivir”). Se pudo plantear la moratoria de la Deuda Pública, la auditoría y renegociación de la misma, el desalojo de la base militar de Manta por USA, el asilo político para Julián Assange, director de WikiLeaks y otra serie de confrontaciones con el imperio estadounidense, especialmente.
Por ello es tan importante hacer el seguimiento a lo que ocurre en Ecuador.
El paro, las movilizaciones y protestas
Dos tipos de movilización contra el gobierno de Correa se han entrelazado en este mes de agosto. Una, proviene de las protestas de junio frente a los intentos del gobierno de gravar la plusvalía y las herencias, qué hábilmente fue manipulada por la oligarquía y la derecha tradicional. La otra, recoge la inconformidad de sectores sociales como los indígenas, trabajadores del Estado y pensionados que se sienten afectados por políticas del gobierno.
Lo observado durante la marcha del 13 de agosto es que el llamado al Paro Nacional no tiene la fuerza suficiente para “desestabilizar” al gobierno. Los manifestantes en Quito fueron entre 100 y 150 mil, según diversos cálculos. Los bloqueos de carreteras se localizaron principalmente en el suroriente del país pero no tuvieron la contundencia mostrada durante los levantamientos indígenas de finales del siglo pasado. Además, el movimiento mismo es una sumatoria de reivindicaciones sectoriales sin cohesión política.
El gobierno llamó a realizar una contra-marcha con concentración en la Plaza de la Independencia, frente al Palacio de Carandolet, que contó con participación de algunas organizaciones sociales adeptas al gobierno que movilizó aproximadamente 35.000 personas, según los cálculos más optimistas. Allí intervino el presidente Correa afirmando que el “paro era un fracaso” y que tenía un carácter desestabilizador. 
Motivos de las actuales protestas
Los indígenas plantean que Correa no ha desarrollado la Constitución en el tema de la plurinacionalidad. Según su percepción, no se ha avanzado en la reforma agraria, la ley de aguas beneficia a los grandes empresarios agrarios y los proyectos extractivistas minero-energéticos avanzan sin ofrecer garantías sociales y ambientales. Los trabajadores están inconformes por la política de fijar topes salariales y pensionales. Plantean la aprobación de un Estatuto Orgánico de Trabajo. Además apoyan a los pensionados en su rechazo al recorte del 40% del subsidio hecho por el gobierno al Instituto Ecuatoriano de Seguros Sociales IESS, lo que consideran es una “estatización” abusiva de ese instituto.
Lo que de alguna manera unifica a estas protestas, es su oposición a las enmiendas constitucionales (http://bit.ly/1IXiUxM) que el gobierno impulsa en la Asamblea Nacional, en donde tiene las mayorías necesarias para aprobarlas, entre las cuales la más importante es la de la reelección indefinida. Detrás de ese objetivo está la matriz ideológica que ha construido la oligarquía y el imperio usando los medios de comunicación en el sentido de que el gobierno de Correa es una dictadura, que es un gobierno autoritario, que el ejecutivo ha monopolizado los poderes judicial, legislativo y electoral, y que ha cercenado las libertades públicas, especialmente el derecho a la “libre información” (libertad de prensa).
Causas de las protestas
Ya en junio se habían presentado numerosas protestas contra los proyectos de ley de impuestos a la plusvalía y a las herencias que obligaron al gobierno a modificar algunos aspectos de esas normas. Sin embargo Correa se había reafirmado en su posición de aprobarlas con el argumento de que sólo afectan al 2% de la población. “Se busca redistribuir la riqueza y dichas leyes no afectarán a la clase media ni pobre, sólo a los ricos” (http://bit.ly/1IXilEb).
Ahora, en agosto, frente a la movilización de los indígenas, trabajadores y pensionados, el presidente Correa se ha mostrado intransigente. Desde hace varios meses el FUT y diversas organizaciones sociales y de los trabajadores han presionado al gobierno para llegar a acuerdos, pero no han encontrado una disposición gubernamental de diálogo, a pesar de que en junio el gobierno llamó al diálogo pero bajo el presupuesto de que no iba a echar atrás sus iniciativas de ley.
El presidente Correa caracteriza toda protesta con intentos golpistas y desestabilizadores dirigidos por la oligarquía y la derecha tradicional. Sobre la base de encuestas que le dan una favorabilidad superior al 60%, ha asumido una actitud que muchos califican de “prepotente y soberbia”. El antecedente de esa actitud, sobre todo frente a la dirigencia indígena y de algunas organizaciones sindicales orientadas por sectores de izquierda, es que Correa no perdona las alianzas que esos dirigentes hicieron en el pasado con agrupaciones políticas de derecha y sus relaciones con ONGs financiadas desde el exterior. Así, las bases sociales pagan por los errores de sus directivas.
El entorno internacional
La actual situación no se puede entender si no identificamos la nueva estrategia imperial para el continente americano. Consiste en combinar la “normalización” de relaciones diplomáticas con los diferentes países, entre ellos Cuba, Brasil y Venezuela, pero a la vez, profundizar la guerra económica que mediante diversas acciones adelanta a nivel global.
Así, la recolonización imperial del sub-continente latinoamericano asume nuevas facetas. Su actitud en la Cumbre de Las Américas en Panamá el pasado mes de abril, lo corrobora. Lo ocurrido en Cuba con la reapertura de la embajada de los EE.UU. es un triunfo de la revolución cubana pero es, además, una jugada estratégica del imperio. La crisis económica es la que juega detrás y la confrontación geopolítica entre los bloques de poder global es lo que está a la orden del día.
La estrategia civilista y pacífica de los pueblos sudamericanos obligó a Obama a cambiar su estrategia. Ahora la guerra económica es más efectiva. Sabe que China y Rusia avanzan en la región. La caída de los precios internacionales –forzada por los EE.UU. (fracking y alianza estrecha con Arabia Saudita) –, y la correspondiente revaluación del dólar y devaluación de nuestras monedas, ha disparado hacia arriba la Deuda Pública de todos los países dependientes. Además pone en muchos aprietos fiscales inmediatos a países como Ecuador, que no puede devaluar su moneda porque su economía está “dolarizada”.
En todos los países latinoamericanos esa “guerra económica” que se entrelaza con la crisis económica global que viene desde 2007 (recesión en Europa, Japón, Rusia y China), se ha empezado a sentir con relativa fuerza. Todos los gobiernos preparan reformas tributarias y ajustes fiscales. Es lo que ha obligado al gobierno del Ecuador a impulsar esas leyes que aprueban nuevos impuestos y reestructuran un instituto tan sensible como el IESS. Hay que recordar que Ecuador es la “Grecia latinoamericana” al tener su moneda amarrada al dólar.
La situación interna
Es claro que la dolarización de la economía del Ecuador no la hizo Correa. Sin embargo, la sufre y debe afrontar sus consecuencias. Ello permite explicar por qué Correa ha tenido que aplicar políticas que empiezan a tocar a sectores populares y que muchos califican como neoliberales. No es un asunto de culpas o buenas intenciones. Son hechos objetivos.
Uno de los problemas que se observan en Correa y demás “procesos de cambio” es que al llegar al gobierno pierden la capacidad crítica y empiezan a ubicar a todos los que cuestionen sus políticas como enemigos, traidores y golpistas. Y claro, esa actitud los separa inmediatamente de los movimientos y organizaciones sociales que contribuyeron con la derrota de la oligarquía y que han adquirido una relativa autonomía.
Al actuar de esa manera “defensiva” empiezan a transitar por el camino de cederle terreno a sectores de la burguesía “emergente” que se introduce en los procesos de cambio para detenerlos y convertirlos en herramientas para canalizar la renta petrolera y el presupuesto estatal hacia sus intereses (en todos los países ha aparecido esa burguesía “emergente” que le disputa el control de esa renta a la oligarquía tradicional).
En esa dinámica están los gobiernos de Bolivia, Venezuela y Ecuador. La neutralización del proceso de cambio a manos de sectores burgueses ha impedido la profundización de la “revolución”: la reforma agraria ha quedado paralizada, la plurinacionalidad se quedó en el papel, las organizaciones sociales se han dividido y el movimiento popular se ha debilitado. Ante la presión del imperio y el capital transnacional, los gobiernos tienen que retroceder. Y entonces, todo empieza a depender del caudillo y de la “gestión por arriba”.
Las clases y sectores de clase, los movimientos sociales y los partidos políticos
De manera breve y sintética presentamos una mirada sobre este tema. En los países en donde el pueblo derrotó plenamente a la oligarquía y a la derecha tradicional usando su propia legalidad, o sea, las elecciones, como Venezuela, Ecuador y Bolivia, se han presentado fenómenos muy similares. La oligarquía tradicional se atrincheró en regiones en donde es fuerte política y económicamente: Táchira-Zulia en Venezuela, Guayaquil en Ecuador y Santa Cruz de la Sierra en Bolivia.
Esa oligarquía tradicional está representada por la burguesía transnacionalizada, más comercial que productiva, y antiguos terratenientes hoy reconvertidos en grandes empresarios del campo. Fueron derrotados políticamente, desplazados del gobierno, pero conservan su fuerza económica y un gran poder político que se apoya en instituciones gremiales, la iglesia, sectores conservadores de la justicia y, sobre todo, en los medios de comunicación. El nuevo “partido de la desinformación” es el que unifica a los diversos partidos políticos que representan a esa vieja, entreguista y antinacional oligarquía.
Por otro lado, aparece lo que denominamos “burguesía emergente”. Está compuesta por sectores de la burguesía burocrática, algunos empresarios díscolos e independientes, nueva burguesía surgida de la acumulación de capitales provenientes del narcotráfico, minería ilegal y otras actividades “no lícitas”. Esta burguesía emergente se “pega” muy rápidamente al proceso de cambio. Ven la oportunidad de disputarle la renta petrolera y minera a la gran burguesía, controlar y manejar en su beneficio el presupuesto estatal y frenar algunas políticas “revolucionarias” que podrían afectarlos. Apoyan las políticas que salvaguardan la producción nacional pero no ven con buenos ojos las medidas que los aíslen del mercado internacional. La política monetaria y laboral hace parte de las tensiones con los dirigentes “del proceso”, y en el caso de Bolivia y Ecuador, la política indígena es uno de los motivos de mayor tensión dentro y fuera del gobierno, especialmente el derecho a la consulta previa.
La pequeña burguesía, las capas medias de pequeños y medianos productores, comerciantes  y profesionales precariados (nueva clase trabajadora o nuevo proletariado), tanto de la ciudad como del campo, ya sean “blancos”, mestizos, indígenas o afrodescendientes, se constituyen en la base social más fuerte del proceso de cambio. En Venezuela los jóvenes profesionales no han sido jalonados totalmente por el “chavismo” por cuanto la influencia ideológica de la burguesía parasitaria pro-norteamericana los ha podido neutralizar, con la consigna de que Venezuela va a quedar aislado del mundo al estilo cubano.
Los trabajadores asalariados en general apoyan los procesos de cambio. Los desempleados y sectores informales cogen para donde el viento tira con más fuerza. Los subsidios son su gancho pero éstos pueden ser ofrecidos también por la derecha, como ocurrió en Colombia con Uribe. Los trabajadores del Estado (educación, salud y de servicios públicos), acostumbrados a décadas de manejo burocrático del Estado, reaccionan en forma dual. Apoyan la desprivatización de entidades y la “recuperación de lo público” pero cuando los gobiernos aprietan exigiendo mayor calidad, más disciplina y responsabilidad en la prestación de los servicios públicos, se ponen a la defensiva y muchas veces se enfrentan a los gobiernos con actitudes sectoriales y estrechas (sindicaleras) que en ocasiones son utilizadas por la derecha para poner en aprietos a los gobiernos.
Ese comportamiento de las diferentes clases y sectores de clase se manifiesta en la actitud de los movimientos sociales y partidos políticos. La verdad es que en ninguno de los países de la región se aprecia madurez en ese terreno. Los movimientos sociales se han vuelto añicos fruto de la división y dispersión de los partidos políticos que influyen en ellos. Los gobiernos, por afanes electoreros –base mal entendida de su poder– cogen el camino más fácil y cooptan dirigentes mediante ofrecimientos burocráticos u otros métodos no muy dignos o non sanctus, dividiendo y debilitando al movimiento popular.
Algunos sectores de izquierda que construyeron sus bases durante los últimos 40 años al interior de los trabajadores del Estado no logran entender el momento y vacilan entre reducir su acción a defender los estrechos intereses de esos trabajadores o disputarle la dirección del proceso a la pequeña-burguesía. La mayor de las veces terminan por aislarse de los “movimientos democráticos” que se forman como expresión política de los “procesos de cambio” y se lanzan a la oposición, aislándose del conjunto de la población, supuestamente en defensa de la revolución anti-imperialista, proletaria y socialista.
Otros partidos de izquierda, con fuerza en sectores barriales o campesinos, se suman a los “procesos de cambio” pero en calidad de acompañantes, colaboradores, solidarios, sin arriesgarse a disputar la dirección del movimiento, básicamente porque no logran superar el “síndrome de oposición” y no tienen iniciativa política. Se limitan a repetir su credo marxista pero no elaboran ni presentan propuestas para enfrentar el duro reto que es ser gobierno de unos países subordinados al gran capital financiero internacional, endeudados, des-industrializados y completamente dependientes de los ingresos del petróleo, gas u otras materias primas.
En ese marco los partidos de la oligarquía, burguesía emergente, clases medias y sectores populares se van alineando en dos grandes bloques: los que están en el gobierno y los que están contra el gobierno. Esa polarización impide que las voces críticas se hagan escuchar. Y en esa tragedia, la estrategia electoral, el inmediatismo, las lealtades obsecuentes y cómplices, el coyunturalismo y el pragmatismo se van imponiendo. Ello explica las alianzas que han realizado en Ecuador dirigentes indígenas y líderes sindicales de izquierda con la derecha golpista de Nebot. Y también nos permite entender –aunque no justificar–, las alianzas que se dieron en las elecciones pasadas en Bolivia, entre el MAS y agentes de la oligarquía derechista en varias provincias y municipios.      
El balance del momento actual
La mayoría de la población hoy está con Correa. Esas mayorías valoran positivamente las   realizaciones en diferentes áreas de su administración. Su gobierno ha manejado mucho mejor que los venezolanos el auge de los precios del petróleo y los commodities. Ha mostrado capacidad de ejecución e iniciativa política. Construye y muestra obras. Se comunica con la gente y no se esconde. Evo Morales lo emula y ambas poblaciones los premian.
Sin embargo Correa no tiene un proyecto revolucionario. No se apoya de verdad en movimientos sociales autónomos o en una “ciudadanía” organizada o en proceso de organización. Un “nuevo clientelismo” estatal ha sacado la cabeza. Por más retórica revolucionaria que dispare en sus discursos, al igual que hacia Chávez, su práctica se basa en la gestión, más de las veces burocrática que transparente y ética, de un Estado Heredado de tipo “colonial”[1]. Su proyecto es desarrollista burgués con retórica nacionalista, anti-imperialista y supuestamente socialista. Igual que Maduro y Evo.
Así mismo, la dirigencia indígena –desde mi perspectiva– no tiene claridad. Ha cometido muchos errores. Es conservadora y sectorial. Un sector de ellos está infiltrado por ONGs “indigenistas” que pueden, si no lo son ya, convertirse en agentes, conscientes o inconscientes, de la estrategia imperial que trata de “balcanizar” los países que están en proceso de independencia. Así lo han hecho en Libia, lo hacen en Siria y el Medio Oriente, y lo trabajan en Colombia y en Bolivia.
Algunos sectores intelectuales, que contribuyen con el movimiento social y popular, que fueron protagonistas en la elaboración y aprobación de la Constitución, creen ilusamente que el movimiento de protesta actual se hace para rescatar lo aprobado en Montecristi. Sin embargo esa visión sólo la comparte un pequeño núcleo de dirigentes que, según veo, políticamente no son muy duchos. Caen de cierta manera en una especie de “legalismo constitucional” y tienden al “fundamentalismo ambientalista” que los lleva a aislarse del conjunto de la población que comprenden fácilmente a Correa cuando éste plantea que si no se extrae el petróleo, el oro o el cobre… ¿con qué dinero o recursos el gobierno va a pagar la nómina estatal, a entregar los subsidios o a realizar obras?
Las posibles soluciones
Las alternativas son varias y claro, no son fórmulas que puedan resolver los problemas de un momento para otro, pero esas soluciones deben surgir de procesos de concertación con la población organizada que muestren una dirección de cambio. Una de las fórmulas no es otra que fortalecer la “democracia con el pueblo”, ser más autocríticos, aceptar que existen sectores “opositores no golpistas” y llegar a acuerdos con ellos, e incluso, así no se llegue a acuerdos, asumir una actitud diferente a la que se asume con la verdadera derecha golpista. Es claro que la dirigencia de las organizaciones sociales también ha cometido graves errores pero las bases sociales no tienen por qué pagar los platos rotos.
Pero además, los pueblos y los gobiernos deben entender que sin la construcción y consolidación de un Bloque Latinoamericano o por lo menos, Sudamericano, nuestros países quedan sometidos a los imperios (EE.UU - UE), y también a las nuevas potencias Rusia y China. La burguesía de Brasil también sueña con convertirse en un sub-imperio. El problema es que los gobiernos progresistas, al no lograr construir un movimiento social fuerte y coherente, rápidamente les cede espacios de poder y de gobierno a las burguesías locales y el proyecto regional muere. Sólo Chávez era realmente consecuente con ese proyecto.
Hoy los gobiernos progresistas están a la defensiva y no perciben que algunas reivindicaciones populares como plurinacionalidad, reforma agraria, control social y ambiental del extractivismo, construcción de bases industriales propias, más democracia, respeto a la autonomía de las organizaciones sociales, no sólo son razonables sino necesarias, y que debe haber una concertación en torno de ellas para ir avanzando paulatina pero consistentemente en políticas anti-neoliberales que avizoren –con paciencia, prudencia y capacidad de aprendizaje– caminos y procesos post-capitalistas.
No se puede “saltar al vacío”. No es posible romper con el sistema capitalista de un momento a otro, y menos en cada país por separado. El bloque regional tendría que construir paulatinamente nuevas formas de economía. Organizar grandes empresas transnacionales pero latinoamericanas del petróleo, gas, energía eléctrica, café, banano, cobre, oro, turismo, construcción de infraestructura, procesadoras y comercializadoras a nivel internacional de productos elaborados  a partir de nuestras materias primas, ojalá gestionadas y administradas con enfoques y prácticas de “Pro-comunes colaborativos”, donde sean mayoría los pequeños y medianos productores y los trabajadores, y en donde los Estados nacionales asociados en una gran Confederación o Patria Grande Latinoamericana sirvan de soporte financiero, técnico y legal.
En ese proceso tendríamos que avanzar con mucha flexibilidad, apoyándonos en alianzas estratégicas con sectores de las burguesías locales pero paralelamente construyendo procesos organizativos de los trabajadores y pequeños productores que vayan más allá de la protesta y construyan Democracia Directa (pro-comunes colaborativos) en todas las áreas de la vida social.
Ello es posible hacerlo. Todo depende de la actitud, no sólo de los gobiernos sino principalmente de la dirigencia de los trabajadores y del pueblo. De lo contrario, ayudaremos – seguramente en forma involuntaria e inconsciente – al regreso de la oligarquía neoliberal o a la conversión de los “procesos de cambio” en bonapartismos latinoamericanos.
E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado
http://aranandoelcieloyarandolatierra.blogspot.com/2015/08/ecuador-un-medidor-de-los-procesos-de.html#.VdNJ3rJ_Oko



[1] El concepto de Estado Colonial se plantea a partir de la visión de Aníbal Quijano. “Colonialidad del Poder”.     

jueves, 13 de agosto de 2015

¿QUÉ PASA EN ECUADOR?

¿QUÉ PASA EN ECUADOR?
Agosto 13 de 2015
Marchas y convocatoria de Paro Nacional por parte de organizaciones indígenas y de trabajadores del Estado (Coordinadora de Movimientos Sociales, la Organización Sindical Única de Trabajadores del Ministerio de Salud (Osumtransa), la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) y la Confederación de Organizaciones Campesinas, Indígenas y Negras), en contra de políticas del gobierno de Correa.
La izquierda tradicional apoya la convocatoria. La derecha tradicional está a la expectativa y juega a la sombra. Muchas organizaciones sociales cooptadas por el gobierno no apoyan o se han quedado estáticas. El gobierno se radicaliza y califica el movimiento como "desestabilizador". Algunos sectores del movimiento social llaman a Correa a renunciar pero no es la posición oficial del movimiento (http://bit.ly/1KjZOzN). ¿Qué es lo que ocurre?
El asunto es complejo. Correa nunca logró construir un movimiento social y político que se propusiera derrotar plenamente el neoliberalismo con visión post-capitalista. Su liderazgo personal es el jalonador. Se convirtió en un caudillo. El movimiento social y la izquierda "estatista" se aislaron muy rápido del "movimiento ciudadano" y se lo dejaron a gentes con ideas anti-politiqueras pero sin una clara definición ideológica (al estilo en Colombia de Claudia López o de Sergio Fajardo). El anti-neoliberalismo y la plurinacionalidad de Correa se quedaron en retórica, y frente a la terminación del auge ascendente de los precios del petróleo y commodities, Correa ha tenido que retomar algunas de las políticas del BM y del FMI que en un principio fueron objeto de su ataque.
Sin embargo (al igual que sucedió en Colombia con el paro agrario), es la derecha corrupta y oligárquica (encabezada allá por Nebot, y aquí por Uribe) la que pretende canalizar políticamente esas protestas. El paro nacional en Ecuador no tiene la fuerza suficiente, se apoya en la posibilidad de bloqueos y cierres de carreteras por pueblos indígenas, pero éstos también están divididos.
Lo que ocurre en Ecuador es una lección para todos. Si el "anti-neoliberalismo" se limita y queda reducido a pequeñas reformas y aprobación de subsidios (supuesta re-distribución de la riqueza), y no se apoya en un fuerte y organizado movimiento social para avanzar hacia cambios estructurales (incluyendo la conformación de la Patria Grande Latinoamericana y la construcción de una base económica propia), tarde que temprano será neutralizado por el gran capital financiero transnacional que va "ahogando" los "procesos de cambio", como viene ocurriendo en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia y el mismo Ecuador.
Los gobiernos progresistas van mostrando sus limitaciones políticas, ideológicas y prácticas, pero también, la izquierda tradicional no está a la altura de coger y levantar la posta del cambio. Ésta se "amarra" a reivindicaciones sectoriales de los trabajadores estatales y el grueso de la población la identifica con una especie de "sindicalismo estrecho y burocrático".
Por ello se requiere un "nuevo paradigma social y humano" para desbrozar el camino.
Un nuevo paradigma social y humano está en pleno desarrollo...
Se propone fortalecer el Pro-común colaborativo del Siglo XXI. Éste tiene una amplia experiencia acumulada por la humanidad. Su sentido es comunitario y social. Asume con creatividad el inmenso desarrollo de las fuerzas productivas, no le teme a los avances tecnológicos sino que los utiliza para construir democracia directa a todos los niveles.
Ese paradigma recoge los trabajos sobre el "gobierno de los bienes comunes" que combina la gestión integral de la vida social de los seres humanos y su relación con la naturaleza aplicando los avances científicos de las ciencias de la complejidad.
La acción real de millones de personas que ya construyen pro-comunes colaborativos en diversos campos de la vida humana deberá ser complementada por la acción consciente de las mayorías que deben reorientar la acción del Estado y ponerlo al servicio de los intereses colectivos, sin caer en ilusiones estatistas, sin confundir lo público con lo estatal.
Actualmente trabajamos en la tarea de construir –sin  negar los desarrollos anteriores (religiones, filosofía, cristianismo, humanismo, marxismo, anarquismo, etc.)– las bases de ese "nuevo paradigma". Y lo haremos sin pretensiones doctrinarias ni deterministas. No creemos en verdades eternas e inmodificables.
En esa dinámica –sólo como referentes–, recomendamos la lectura del libro de Jeremy Rifkin "La sociedad de coste marginal cero" y de Elinor Ostrom "El gobierno de los bienes comunes".
E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado

http://www.redsomosciudadanos.com/

lunes, 10 de agosto de 2015

LA VIGENCIA DEL PENSAMIENTO DE FRANCISCO MOSQUERA

LA VIGENCIA DEL PENSAMIENTO DE FRANCISCO MOSQUERA 
Por Fernando Dorado, militante del PTC
El pasado 1° de agosto se cumplieron 21 años del fallecimiento de Francisco Mosquera Sánchez, fundador del MOIR y del Partido del Trabajo de Colombia, destacado dirigente del proletariado y el pueblo colombiano, quien dedicó su vida a la construcción de un partido político que contribuyera a la transformación democrática de nuestro país, lograr la soberanía nacional y avanzar –de acuerdo a nuestras particularidades– hacia una sociedad socialista, justa, equitativa y liberadora de la creatividad humana y popular.
Hoy que Colombia se acerca a la solución política negociada del conflicto armado y que se empiezan a generar condiciones para que los sectores populares y la sociedad en general puedan –después de más de 60 años de violencia– participar plenamente en la vida política de nuestra Nación, se hace necesario identificar los principales aportes teóricos y las enseñanzas prácticas que nos dejó este extraordinario dirigente, para así mismo, con esa contribución, abordar con mayor claridad y capacidad los retos que tenemos hacia el futuro.
En primer lugar podemos decir que “Pacho” Mosquera fue uno de los pocos revolucionarios marxistas –que en su época– se enfrentó a la oleada de falso radicalismo que invadió las mentes de casi la absoluta mayoría de dirigentes y organizaciones que enfrentaban al imperialismo estadounidense, a las oligarquías entreguistas y pretendían conquistar la independencia política y la soberanía nacional.
Ese falso radicalismo que rayó con el “infantilismo de izquierda” convirtió a la revolución cubana en una fórmula mecánica para ser aplicada en los países de América Latina y del Tercer Mundo, y sobre todo, elaboró la tesis de que la principal forma de lucha era la armada, desechando como “mamertismo” u oportunismo, la utilización de las elecciones u otras formas de lucha legal. A su lado apareció la “teoría del foco insurreccional” y el cortoplacismo –el ver a la revolución a la vuelta de la esquina– hizo carrera entre la mayoría de las organizaciones y militantes revolucionarios de la época (años 60s del siglo XX).
Frente a esa avalancha de abstencionismo paralizante, que aislaba a los revolucionarios del conjunto de la población, se alzó la voz –casi solitaria– de Pacho Mosquera. Así, en medio de una permanente y persistente lucha ideológica y política, fue construyendo una fuerza organizada que se apoyó, principalmente en sectores obreros y en una parte del estudiantado revolucionario, y estableció las bases de un verdadero partido proletario.
Pero Mosquera no se limitó sólo a combatir esas tendencias aventureras que llamaban a la insurrección sin tener en cuenta la situación real, la correlación de fuerzas y las condiciones particulares del desarrollo histórico de nuestro país. A la par, usando métodos revolucionarios, enfrentó las prácticas políticas que al impulsar la participación electoral sacrificaban la independencia política de los trabajadores colocándose a la cola de la burguesía.  Mosquera demostró cómo esas prácticas eran herencias mal asimiladas de los denominados “frentes populares” que se constituyeron a nivel mundial en los años 30s y 40s del siglo XX para derrotar el fascismo.
Esa gran contribución y enseñanza histórica de ese pensador, práctico y organizador revolucionario que era Pacho Mosquera sigue siendo vigente en la actualidad. Por un lado, la vida demostró que el camino insurreccional –así existieran motivos para alzarse en armas– no era el adecuado para la nación colombiana. La práctica concreta demostró que tanto la oligarquía como el imperialismo estadounidense tenían las condiciones no sólo para neutralizar a las fuerzas insurrectas sino que estaban en capacidad de convertir ese conflicto armado en herramienta o instrumento para derrotar cualquier proceso de cambio que se desarrollara en Colombia.
Fue así como en medio de esa guerra protagonizada por guerrilleros y soldados en su gran mayoría de origen campesino, los grandes terratenientes y empresarios nacionales y extranjeros se apropiaron de inmensos territorios e invaluables recursos naturales. Han usado la llamada lucha contra-insurgente para despojar a campesinos e indígenas de sus tierras. Degradaron calculadamente a niveles inimaginables la lucha armada para utilizar la consigna de la “lucha anti-terrorista” para poner en marcha un brutal y criminal aparato paramilitar que usaron para exterminar toda expresión de lucha y resistencia social. De esa manera  asesinaron miles de dirigentes sindicales y populares con el argumento de que eran agentes o colaboradores de la subversión armada.
Esa fue la estrategia, diseñada y financiada por el imperio estadounidense, para convertir a todo un país en su principal lacayo en América Latina. Instrumentalizaron el conflicto armado a su favor para impedir que un movimiento civilista enfrentara y derrotara  las políticas neoliberales y anti-populares como ha sucedido en otros países latinoamericanos. Esas políticas fueron impuestas a la sombra de la lucha contra la guerrilla desde finales de la década de los años 80s del siglo XX.
Y claro, Francisco Mosquera vislumbró esa situación y anunció, casi que proféticamente, que los EE.UU., vendrían por todo, como está sucediendo. “Vienen por la tela, el telar y la que teje” escribió en el número 34 de la Tribuna Roja en 1979. Y más adelante, evaluando la caída de la Unión Soviética y del Bloque Socialista de  Europa Oriental, formuló su mayor aporte teórico a la revolución colombiana, planteando que el blanco de la lucha se había reducido a las cúpulas plutocráticas de la burguesía financiera y que era necesario organizar el más amplio “frente único patriótico de salvación nacional”.
Ese aporte y enseñanza está vigente. Ahora, de cara a la terminación del conflicto armado debemos tener en cuenta esas lecciones políticas que nos dejó el camarada Mosquera. Debemos impulsar la más amplia unidad de todos los sectores sociales y políticos que aspiran a re-construir nuestro país en paz, a conquistar la soberanía política para avanzar en la construcción de autonomía económica, y que entienden que la principal e inmediata tarea es construir democracia a todos los niveles, depurar la democracia representativa y avanzar hacia nuevas formas de democracia directa, deliberativa, participativa y ciudadana.
Son numerosas e importantes las enseñanzas de Francisco Mosquera en el terreno de la economía política, la historia, su visión internacionalista, la táctica y la estrategia. Se debe resaltar su convicción leninista de que “sin teoría revolucionaria no existe movimiento revolucionario” y su compromiso con la juventud sobre la base del planteamiento de que “no se puede transformar el mundo sin el concurso de los jóvenes”.
Debemos recuperar y repensar esas magníficas enseñanzas de Mosquera para, asimilando aportes y contribuciones de otros pensadores, políticos y revolucionarios colombianos como Jorge Eliécer Gaitán, Antonio García Nossa, Camilo Torres, Estanislao Zuleta, Orlando Fals Borda y otros muchos, potenciar y perfeccionar nuestra práctica política para responder con eficacia a los innumerables y complejos problemas que tenemos por delante, hoy que el capitalismo vive una profunda crisis que incluso pone en entredicho la sobrevivencia de la humanidad ante el peligro de guerras nucleares o una hecatombe ambiental.  
A realizar ese esfuerzo y tarea teórico-práctica llamamos a la intelectualidad, a los académicos veteranos y jóvenes, y a los luchadores revolucionarios que por un motivo u otro se han quedado en el camino por cansancio o escepticismo. Sabemos que Francisco Mosquera, desde donde esté, nos acompañará e iluminará con su espíritu y lucidez proletaria y revolucionaria. ¡Eso esperamos!        
Cali, 10 de agosto de 2015
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