¿YA NO ES EL IMPERIO EL PRINCIPAL ENEMIGO DE LA
"REVOLUCIÓN BOLIVARIANA"?
Bogotá,
28 de agosto de 2015
"La teoría del complot
tiene el peligro de velar las causas profundas de los problemas y desdibujar la
realidad."
François Houtart
El presidente Chávez
consideraba a Uribe un "peón del imperio". Y estaba en lo cierto. Uribe
en ese momento tenía el Poder y el gobierno. EE.UU. lo respaldaba y contaba con
una fuerza paramilitar organizada que, a su vez, era apoyada por el ejército
oficial. La mayoría de empresarios y terratenientes nacionales y extranjeros
habían decidido jugársela con su política guerrerista. Además, aprovechó los
graves errores de la guerrilla para construir un fuerte apoyo popular que es lo
único que parcialmente le queda en la actualidad.
Ahora, las
circunstancias son diferentes. La estrategia imperial no está centrada en una
intervención armada inmediata en Venezuela y menos desde el exterior. Eso es
cosa del pasado. Las "revoluciones de colores" son su método actual.
Para ello están implementando la guerra económica –la de verdad–, que tiene
como eje el auto-abastecimiento de petróleo utilizando la tecnología del fracking
(gas de esquisto), bajar artificialmente los precios internacionales del combustible
y, de contrapeso, debilitar la economía de países productores de hidrocarburos como
Venezuela, Ecuador, Irán y otros.
De esa manera,
preparan condiciones para generar la inconformidad popular, estimulando sobre
todo a las clases medias para derrotar o derrocar a los gobiernos "indóciles"
o que muestren cierto grado de independencia y autonomía. Los estrategas del
imperio han aprendido de experiencias pasadas (Cuba, Nicaragua, Vietnam) en
cuanto a entender que las operaciones armadas imperialistas con fuerzas
extranjeras o mercenarias generan fuertes resistencias nacionalistas que no son
fáciles de derrotar.
Esa nueva
estrategia imperial requiere de los pueblos y gobiernos que desean mantener su independencia
y soberanía, unas respuestas internas de carácter integral. No basta la alerta
sobre la intervención extranjera. Se necesita coherencia en el manejo económico,
construir una base productiva propia, apoyarse realmente en el pueblo para
profundizar la revolución democrática en todos los aspectos: sociales, económicos,
culturales, políticos e incluso espirituales. Para ello se necesita coherencia ideológica
y estrategia política.
La "pequeña"
guerra económica interna en Venezuela, que causa escasez y desabastecimiento de
algunos productos, es resultado, por un lado, de la incapacidad del gobierno
para organizar a la población para construir un nuevo aparato productivo y,
simultáneamente, controlar el comercio exterior apoyándose en empresas sociales
(cooperativas, mutuales, solidarias) y en monopolios estatales. Pero por otro
lado, dicha guerra económica es producto de la resistencia de la burguesía
parasitaria que se niega a aceptar su derrota política y económica, y utiliza
todos los mecanismos legales e ilegales para mantener un negocio lucrativo y
especulativo de importación de mercancías del exterior. La burguesía emergente también
quiere heredar ese fabuloso negocio y desde el gobierno ha saboteado la línea
que trazó el presidente Chávez.
Estas verdades
las conocen y las repiten a diario los principales dirigentes bolivarianos de
Venezuela. Lo dejó escrito y grabado en sus discursos el presidente Chávez.
Pero no ha sido fácil implementarlas por cuanto la burguesía emergente ha ido
copando los espacios de dirección del "proceso de cambio", y ella no
está interesada en profundizar la revolución. Sólo le interesa mantenerse en el
gobierno, controlar la renta petrolera y reemplazar a la burguesía parasitaria
entreguista y pro-imperialista.
Maduro es
consciente de esta situación. Sin embargo, debido al deterioro de la situación interna,
se ve obligado a recurrir al nacionalismo estrecho, a la demagogia
anti-colombianista que todos los gobiernos venezolanos –de derecha o de
izquierda– han utilizado en el pasado para ganar apoyo popular y triunfar en
las elecciones.
Es por ello que Maduro
hizo lo que hizo.
La campaña contra el paramilitarismo y la
delincuencia de origen colombiano
Ahora Maduro
quiere convertir a Uribe en el enemigo principal. Con la consigna de que la
causa de los problemas de Venezuela está en la acción paramilitar que llega desde
Colombia, y la utilización por esas fuerzas ilegales del contrabando, el
bachaqueo y todo tipo de delitos, se pretende radicalizar a los venezolanos
contra el supuesto enemigo externo, que ya no es el imperio sino un debilitado
Uribe. Éste lo único que está buscando con su pataleo es negociar su propia
impunidad y la de sus cómplices, y aprovecha el momento para generar ruido.
Nada más.
Estudios muy
serios de académicos venezolanos demuestran que la presencia de diferentes
clases de violencias y de diversas expresiones de la delincuencia, no sólo se observa
en la frontera con Colombia sino que está presente en todo el territorio
nacional venezolano. Y además, identifican como las causas más visibles,
primero, el deterioro de la situación económica del país y, segundo, a la corrupción
de las mismas fuerzas armadas (Guardia Naciona y Ejército) y de las autoridades
civiles (Ver. http://bit.ly/1NYyjPu).
Para enfrentar
estos flagelos se requiere una política integral de seguridad que obliga al
Estado a apoyarse en el pueblo. Pero esa línea política, que ideó el presidente
Chávez, implicaba atacar al burocratismo, la corrupción y los intereses de la
burguesía emergente, y ello no ha sido ni va a ser posible en el corto plazo.
Es más fácil utilizar un enemigo externo, discriminar y golpear a inermes
colombianos de la frontera, hacer apariencia de mano fuerte, mostrar shows
mediáticos y paralelamente, engrandecer a Uribe.
Las consecuencias para el gobierno de Santos y el
proceso de paz
El actual
"incidente" con Venezuela, va a traer consecuencias inmediatas para
el proceso de paz en Colombia. Es un hecho que el cierre de la frontera de
forma unilateral es un acto inamistoso y grave. Afecta a colombianos y
venezolanos de la frontera, lesiona intereses económicos, deteriora la
confianza entre los dos gobiernos, y – de la forma como se realizó la expulsión
de más de un millar de colombianos – es una violación flagrante de los derechos
humanos de esas personas inmigrantes y desplazadas.
Santos, así él
no lo quiera ni Maduro tampoco, es el gran damnificado. Su debilidad es
manifiesta y trágica. Su cara de susto y la actitud temerosa de sus
funcionarios en el discurso del pasado martes 25 de agosto, así lo delata. Le
faltó decir que el presidente Maduro no le pasa al teléfono. Lo único que
Santos realmente ofreció en esa intervención televisada, fue conseguir camiones
y permiso con el gobierno de Venezuela para ayudarles a los colombianos a traer
sus "corotos". ¡Qué desgracia y qué indignidad!
El presidente colombiano
ha quedado en medio de un emparedado. Está atrapado entre la teoría del complot
imperial y paramilitar, que respalda el expresidente Samper desde la UNASUR,
las FARC y algunas fuerzas políticas de izquierda colombianas, y los análisis
de diversos sectores políticos que identifican los problemas de Venezuela con
la corrupción, la mala gestión económica, el derroche, la agudización de la
dependencia del petróleo, el fracaso en la generación de nuevas áreas productivas
y el paternalismo excesivo, entre otras.
Así, el presidente
Santos ha mostrado una enorme indecisión y debilidad. No pudo identificar a
tiempo que Maduro va con todo pensando en las elecciones de diciembre. Creía –equivocadamente–,
que un tratamiento diplomático prudente y bilateral podría hacer recapacitar al
gobierno venezolano para reabrir la frontera y darle un tratamiento legal y
humanitario a los inmigrantes colombianos, especialmente a los ilegales e
indocumentados. Pero se equivocó de cabo a rabo.
Se argumenta que
Santos actuaba de esa manera para proteger el "proceso de paz". Sin
embargo, los hechos demuestran que el mayor riesgo para ese proceso es la
inmensa debilidad de Santos. Ahora, su posición se ha debilitado más, mucho más
cuando las FARC han salido a respaldar al gobierno bolivariano. La tensión entre
los dos gobiernos y países va a crecer, y la paz negociada entrará en un enfriador
por un buen lapso de tiempo.
Uribe ha
recibido un segundo aire de Maduro, una oportunidad de oro, no para sabotear el
proceso de paz sino para debilitar a Santos. Así podrá obtener mayores ventajas
en el proceso de negociación de su impunidad.
Mientras tanto,
la crisis económica y fiscal que avanza a diario en ambos países le pondrá su
toque de realismo a un ambiente político cada vez más caldeado y confuso, en
donde la polarización juega a favor de quienes acusan a Santos de frágil e
incoherente. La tormenta recién arrecia y el grifo que abrió Maduro tal vez se
convierta en un río y en una avalancha. Ojalá no sea así.
NOTA: Los medios
de comunicación colombianos han hecho su fiesta contra el régimen bolivariano.
Ahora son solidarios con los colombianos expulsados de Venezuela pero nunca han
dicho nada con los expulsados y desplazados de El Quimbo, Ituango, indígenas de
Corinto o "invasores" de lotes en muchas ciudades que son desalojados
a sangre y fuego.
E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado
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