Una mirada crítica de la “revolución
bolivariana”…
¿EN QUÉ RÍO NAVEGABA EL PRESIDENTE CHÁVEZ?
Bogotá, 11 de
septiembre de 2015
Vamos a intentar hacer un
ejercicio de análisis de lo que ocurre con el llamado “proceso de cambio
bolivariano” en Venezuela. Lo hacemos con ocasión del conflicto que se ha
desencadenado con el gobierno de Colombia, y en el marco de la situación de los
“procesos de cambio” en América Latina y el mundo.
No se trata de desconocer las
intenciones y los avances sociales del proceso bolivariano. Tampoco defiendo a
la oligarquía colombiana y su supuesto nacionalismo, menos su demagógica
defensa de los DD.HH. de los migrantes colombianos expulsados de Venezuela.
Lo que cuestiono es la dirección
que ha tomado el gobierno bolivariano y su actual política que le hace el juego
no sólo al falso nacionalismo de Uribe sino también a la “tercera vía” de
Santos.
Presento una visión crítica no
tanto para señalar errores sino para comprender la dinámica de los procesos.
Colombia va a avanzar inevitablemente por nuevos caminos. Necesitamos aprender
y ojalá, superar las falencias de nuestros vecinos.
Pero es indudable que algo está
fallando. Si el fenómeno que aquí identificamos y analizamos se está replicando
en los demás países, es porque existe una falla sistémica. Trataremos de
dilucidarla.
Unas preguntas a manera de introducción
¿Qué río transitamos? ¿Para dónde
vamos? ¿El río que navegaba el presidente Chávez –sin que él tampoco supiera
exactamente adonde lo llevaría– es el mismo que aquel que sobreagua la actual
dirigencia bolivariana?
La misma pregunta debemos hacerla
para los procesos que lideran Correa, Evo, Dilma, la Kichner o Tabaré.
Todos esos procesos nacieron de
la inconformidad popular y las ganas de transformar el mundo. Por eso el río
era “revolucionario”. Había un sentimiento grande por derrotar la oligarquía,
el imperio, el neoliberalismo e iniciar a dar pasos anti o post-capitalistas.
¿Hoy esa inconformidad se
mantiene? ¿Los pocos o muchos avances sociales han servido para hacer más
consciente a nuestros pueblos de la necesidad de seguir adelante? ¿Hoy seguimos
con el mismo fervor de Chávez buscando la integración de los pueblos y naciones
latinoamericanas?
O... ¿por el afán de presentar
resultados inmediatos y sostenernos en el gobierno hemos perdido el norte y
hemos cambiado de río? ¿El río es el mismo pero las aguas son diferentes?
Todo parece que se ha reducido a
procesos electorales para elegir unas personas que representan y gestionan “desde
arriba” el “cambio”. Y entonces... ¿en qué momento el papel protagónico del
pueblo quedó atrás?
La idealización de Chávez y el Socialismo del Siglo XXI
“Hemos
visto cómo esas idealizaciones vuelven sobre los momentos de la lucha, sobre
los medios, y terminan también siendo idealizaciones del presente en la figura
de la institución fantasmalizada eficaz: el partido, la iglesia... Son muy conocidos
los crímenes y las orgías de terror a que se entregan estas organizaciones que
persiguen un estado perfecto y cuántas veces, a nombre de la negación de toda
violencia, se pasa a una violencia sin límite. No sobra insistir que el proceso
de idealización no se refiere solamente al objeto bueno, sino igualmente al
objeto malo; es frecuente que los dioses de las religiones abolidas se
conviertan en los demonios de las nuevas religiones. Esto se ve también en
política”.
Estanislao Zuleta en “Tribulación y felicidad del pensamiento”.
Para algunos “chavistas”
–venezolanos o no– el presidente Chávez desde que inició su proyecto tenía
claro para donde iba a conducir el “proceso de cambio”. ¿Será eso cierto?
No lo creo. El
conocer-transformar y el conocer a un más alto nivel con base en la experiencia
para así poder profundizar los cambios revolucionarios, está en la base
teórico-práctica de una auténtica revolución. No hay fórmulas preconcebidas por más científicas que pretendan ser.
Sólo en medio de la práctica social los dirigentes y las masas aprenden y
avanzan. Así lo enseña la historia.
Es importante recordar que el
movimiento socio-político de inconformidad popular y la resistencia a las
políticas neoliberales que impulsaban los partidos oligárquicos venían de
atrás. Tuvieron su expresión explosiva en el “Caracazo” (1989).
Chávez tuvo la capacidad de
organizar un movimiento político que identificó con precisión en el momento
oportuno las reivindicaciones del movimiento popular y diseñó la estrategia
para derrotar por la vía electoral –después del intento fallido de golpe
militar– a los partidos oligárquicos.
Pero Chávez hablaba de una
tercera vía diferente al socialismo y al capitalismo. Sólo años después de que
el pueblo derrotó el golpe militar de 2002 y de lograr la dirección hegemónica
de la PDVSA, empezó a hablar de “Socialismo del Siglo XXI”, tomando la frase
del teórico alemán-mexicano Heinz Dieterich Steffan. Sin embargo su idea de
socialismo era una idea en construcción, con una mirada propia latinoamericana
y cristiana, “en permanente formación y aprendizaje”.
El presidente Chávez traza
entonces una estrategia política que tenía como eje principal la construcción
de la Patria Grande Latinoamericana y, en el caso particular de Venezuela,
la “siembra del petróleo”. Independencia
política y desarrollismo económico, eran los dos componentes fundamentales. El
protagonismo popular (la “democracia protagónica”) era esgrimido como una
fórmula para construir democracia directa pero nunca tuvo los desarrollos
prácticos “desde abajo”.
De acuerdo a su visión, tal
esfuerzo de integración regional y de construcción de autonomía económica,
requería de una alianza entre los trabajadores, los sectores populares y las
burguesías “nacionales” capaces de romper con la hegemonía estadounidense. Tal
alianza la planteó e intentó plasmar en varias ocasiones sin mayor éxito.
Chávez intuía que los trabajadores y sectores populares contaban con la
capacidad instintiva para apoyar el proceso desde las bases pero su desarrollo
político-organizativo era limitado y no existía la dirigencia formada para ir
más allá. Y estaba en lo cierto.
Sin embargo, la realidad está
demostrando que las cosas son mucho más complejas. Las burguesías “nacionales”
latinoamericanas –incluyendo las brasileñas, argentinas y uruguayas– no
asumieron el reto a fondo. Su entreguismo e individualismo histórico se lo
impidieron. Fue así como una parte de esa burguesía se lanzó a la oposición
franca al proyecto integracionista. Incluso, parte de esa oposición oligárquica
utilizó estrategias golpistas con el apoyo de EE.UU. en países como Venezuela,
Ecuador y Bolivia.
Pero otras fracciones de la
oligarquía y de la burguesía se introducen de diversas maneras en la dirección
de los “procesos de cambio” o conviven con ellos aprovechando las políticas de
los gobiernos “revolucionarios” (http://bit.ly/1Nmnp7T).
También, la burguesía burocrática que es la que cambia de camiseta con más
facilidad, se trepa al carro de la “revolución”. Otros sectores capitalistas y
una burguesía emergente surgida de medianos productores y empresarios, algunos
provenientes de economías ilegales y paralelas, también se van enganchando a
los gobiernos progresistas. En Venezuela esa burguesía está estrechamente
entrelazada con sectores del ejército.
Ese proceso de alianza parcial
que sectores burgueses realizan con los sectores populares lo hacen con la
intención de reemplazar y quitarle el control sobre la renta estatal (petrolera,
gasífera, minera, etc.) a la gran burguesía. Sin embargo, de una u otra manera
se dan las formas de frenar los “procesos de cambio”. Y en verdad que lo han
logrado, con la colaboración –consciente o inconsciente– de los dirigentes
progresistas. Los lazos que se van creando en medio de la gestión del Estado heredado,
los procesos de contratación, el diseño de políticas públicas, la interacción
entre la administración estatal y los intereses particulares que se concretan
en miles de conexiones e imbricaciones, las relaciones entre empresarios y funcionarios
proclives a la corrupción y al burocratismo, van minando la resistencia de los “cuadros
revolucionarios” que, si no están preparados ideológicamente o se han alejado
de sus organizaciones sociales a las que pertenecían, sucumben ante los “dardos
almibarados” del gran capital.
Esa situación se presenta con
diversas particularidades en cada país, en donde el peso de esa burguesía
emergente se siente en diferentes temas: escándalos de corrupción, oposición a
procesos de desprivatización de empresas públicas, rechazo al desarrollo de la
plurinacionalidad, acentuada defensa del extractivismo depredador, limitación
de los derechos de las organizaciones sociales, uso de la represión abierta
ante protestas populares, presencia creciente de burocratismo, y otros lastres
del pasado. En todos los países donde los gobiernos progresistas están al
frente de los “procesos de cambio” se han presentado estas situaciones.
Finalmente, fruto de esa tensión
entre diversas clases y sectores de clase, que se dan tanto al interior de los
gobiernos como fuera de ellos, las políticas más importantes del “socialismo
del siglo XXI” se han reducido a intentos de renegociación de la deuda pública
(externa e interna), la renegociación de contratos con las transnacionales
capitalistas, incremento de algunos impuestos y la inversión de una parte de
las rentas del Estado en programas sociales. Éstas inversiones se centran en
servicios de salud, educación, vivienda, saneamiento básico y ayudas para
sectores de la población más pobre que no se diferencian en nada de las
llamadas “transferencias monetarias condicionadas para población en condición
de vulnerabilidad” diseñadas por el Banco Mundial.
No se desconoce que el monto y la
cobertura de dichos programas fueron incrementados y ampliados por los
gobiernos progresistas pero, el modelo
es el mismo. Asistencialismo y paternalismo con retórica revolucionaria.
En últimas, más de lo mismo (bonos, misiones, subsidios). La inversión en
planes y programas productivos se ha limitado a construir algún tipo de
infraestructura, crear algunas cooperativas y nacionalizar unas empresas, pero
no se ha atacado con fuerza y determinación integracionista la dependencia que
existe de la exportación de materias primas y el escaso desarrollo tecnológico
e industrial.
El auge en los precios
internacionales del petróleo y de los commodities
creó la falsa ilusión de que esa era la vía del desarrollo. Los afanes de
aislar políticamente al imperio estadounidense también llevaron a Chávez a
crear bloques regionales como Petrocaribe, absolutamente dependientes del
petróleo y del poder económico de Venezuela. La ilusión sirvió para calmar el
hambre del pueblo pero no para fortalecer su capacidad organizativa ni para construir
y consolidar un amplio equipo de dirigentes formados y capacitados para
profundizar la revolución. Ya había sucedido en la URSS, Europa Oriental, Vietnam
y China; ahora se repite.
Es así como los “revolucionarios
bolivarianos” terminaron administrando el Estado heredado, cuyo carácter
colonial-capitalista le determina su condición de aparato burocrático,
ineficiente, derrochador y profundamente corrupto. La carrera por ganar las
continuas y seguidas elecciones locales, regionales, legislativas y
presidenciales propició que casi la totalidad de los dirigentes “chavistas” se
dedicaran a “gestionar la revolución por arriba” mientras el pueblo quedaba
como espectador y simple votante. Se intentó resolver el problema colocándole
el mote de “socialista” a cualquier idea o iniciativa, paralizando la capacidad
crítica de las masas populares que identificaron socialismo con asistencialismo
estatal.
Pero además, la verdad, no se
hicieron serios esfuerzos por avanzar en una creciente integración política,
económica, empresarial y financiera de las naciones de Sudamérica. No porque el
presidente Chávez no se lo propusiera sino porque la correlación de fuerzas de
los gobiernos progresistas frente a la burguesías de los diversos países (incluyendo
Venezuela), y la falta de claridad y voluntad de los dirigentes progresistas
para fortalecer al movimiento popular, impidieron que los planes
integracionistas tuvieran concreción real.
No se construyeron las
herramientas económicas y políticas para hacer realidad la Patria Grande
Latinoamericana. En el papel quedaron formuladas las propuestas: un banco
fuerte e independiente del FMI, una moneda única regional, una política fiscal
apropiada, una infraestructura petrolera, de transporte y comunicacional común.
Nunca fue posible proponer la constitución de unas empresas transnacionales
“propias” para poder competir en el mundo globalizado, menos que éstas empresas
fueran incorporando un componente accionario en manos de los trabajadores y de
los pequeños-medianos productores organizados. En general, la mayor parte de
las propuestas que se hacían se quedaron en planes y en una retórica
integracionista radical pero insulsa.
Hoy tenemos la arremetida
imperial y cada uno tira para su lado. La ofensiva del imperio en el terreno
económico se ha centrado por ahora en la reducción artificial de los precios
del petróleo para golpear a Rusia e Irán, pero de contragolpe afecta también a
países como Venezuela, Ecuador, Brasil y Bolivia. La Patria Grande
Latinoamericana está en veremos y no se observan ni los liderazgos ni los
sujetos sociales capaces de darle un segundo aire a tan magna tarea. Los
gobiernos se enfrentan a enormes desgastes en todos los terrenos y como pasa
con Maduro, debe recurrir al “nacionalismo estrecho” provocando y utilizando el
conflicto con Colombia para tratar de atenuar su crisis interna. Es lamentable
que eso ocurra.
Chávez fue un extraordinario
líder popular. Formuló e impulsó con valentía y decisión un plan
anti-imperialista para América Latina. El tiempo y la vida no le alcanzaron,
pero su proyecto estaba determinado por unas condiciones estructurales de las
sociedades y por unos limitantes ideológico-políticos que él posiblemente
detectó pero no podía superar sólo con voluntad y entrega revolucionaria.
Heinz Dieterich Steffan ha venido
planteando desde hace casi una década la caída del régimen “chavista”. Su
crítica se ha centrado en la incapacidad de la dirigencia bolivariana de
comprender su propuesta “científica” del “Socialismo del Siglo XXI”, que él
considera era una fórmula aplicable en Latinoamérica tanto para derrotar el imperialismo
como para avanzar en la construcción del “Bloque Regional de Poder”.
No vamos a controvertir ese
planteamiento porque sería como enfrentar un acto de fe con otro. Sin embargo
es necesario plantear que los seres humanos, las sociedades y sus dirigentes,
de alguna manera responden a ciertas condiciones estructurales que determinan
en parte sus acciones, y además, que los desarrollos de las ideas políticas e
ideológicas, lo que Dieterich denomina “ignorancia política” (http://bit.ly/1MhiiXX) , también cumplen su
papel en el devenir histórico y su estado de desarrollo exige una explicación
histórica y “científica”. Las mayorías sociales piensan como viven.
Generalmente la gente no vive como piensa, aunque existen excepciones notables.
Es precisamente lo que se debe transformar.
Desarrollaremos en una segunda
parte de este artículo el análisis de las condiciones estructurales y las
limitaciones político-ideológicas de los procesos de cambio en América Latina,
que nos ayuden a entender el devenir negativo, antipopular y anti-democrático
de los ejercicios de gobierno de nuestros pueblos y países vecinos.
Esperamos aprender para poder navegar
en “ríos revolucionarios” que por lo menos nos aproximen a los océanos que los
trabajadores y los pueblos siempre han aspirado llegar. Por lo menos es nuestra
pretensión poder avizorar y ojalá llegar a nadar en ellos… océanos de
apropiación colectiva de nuestro destino. “¡No más salvadores supremos!”
E-mail: ferdorado@gmail.com / @ferdorado
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