La verdadera lucha por la paz
recién comienza…
PAZ…
¡A LA VISTA!
Bogotá, 25 de
septiembre de 2015
Finalmente, en medio de vacilaciones
y cálculos políticos, Juan Manuel Santos se la jugó por la terminación del
conflicto armado. La forma vacilante como accedió a estrechar la mano del
comandante principal de las FARC, es un reflejo de la manera como todo el país
asume la inminente salida negociada a dicho conflicto. Entre dudas y
escepticismos pero con esperanza e ilusión.
Más allá de los detalles de lo anunciado,
de los acuerdos sobre justicia transicional, los plazos para la firma
definitiva de los acuerdos y la fecha para la dejación de las armas por cuenta
de los guerrilleros, lo más importante es determinar y tener muy en claro, qué
fuerzas están detrás de lo pactado, para poder actuar en consecuencia.
Es evidente que la burguesía
trans-nacionalizada y el imperio tienen la decisión de dar por terminado el
conflicto armado. Es la fuerza económica que empuja a Santos. La
instrumentalización de esa guerra a su favor ya cumplió sus objetivos. Ahora, aspiran
a instrumentalizar también la paz. Pretenden una “paz neoliberal”.
A su lado, las fuerzas
democráticas que representan a los trabajadores, pequeños y medianos
empresarios y productores urbanos y rurales, y sectores maginados de la
población, están convencidas que la terminación del conflicto armado es una
condición indispensable para liberar las fuerzas creativas de la sociedad. Es
la fuerza política que estimula y sostiene a Santos. Aspiran a una “paz plena y
duradera” que garantice justicia y equidad social y económica para las mayorías
nacionales.
Por otra parte, los grandes
terratenientes herederos de los antiguos encomenderos y esclavistas que no han
superado su visión colonial y feudal, aliados con algunos militares y mafias
que viven de la guerra, se oponen a los acuerdos anunciados. Son la fuerza de
la tradición oligárquica que frena a Santos. Representan la cultura de la
muerte, la concepción clerical de la vida y la visión clasista y racista del poder.
Quieren una “paz de los sepulcros”, aspiran al exterminio de sus enemigos. No
renuncian al odio y a la venganza. Usan el miedo, la incertidumbre y la
vacilación para eternizar la división y mantener su dominio.
Sin embargo, la decisión de los
jefes de las FARC, del gobierno, de las principales fuerzas económicas y de los
sectores políticos más avanzados del país, es irreversible. Los hechos son
contundentes, la terminación del conflicto armado en Colombia es un hecho.
Lo que se empieza a jugar hacia el
futuro inmediato es cómo esas fuerzas disímiles pero aliadas en torno a ese
objetivo coyuntural pero primordial, se posicionan frente a las nuevas
condiciones que ofrecerá ese nuevo ambiente político.
En lo inmediato los anuncios
influirán de alguna forma en las elecciones locales y regionales del 25 de
octubre. Las fuerzas guerreristas llamarán a derrotar lo que ellos denominan la
“entrega de la nación al castro-chavismo” mientras las fuerzas democráticas se
unirán en torno a la construcción de la paz.
Quienes presenten los acuerdos
como un triunfo de la guerrilla, contribuirán –inconsciente e ingenuamente–,
con el posicionamiento de la percepción que la derecha extrema quiere imponer
entre las mayorías de la sociedad de que el Estado ha claudicado ante la
guerrilla.
Quienes presentan los acuerdos
como una derrota de la insurgencia, como una expresión de la claudicación y la
“conciliación de clases”, no sólo muestran su total desconexión con la realidad
nacional y mundial sino que alentarán a sectores exiguos de la sociedad a que
mantengan reductos armados que inevitablemente se convertirán en excusas para
que los guerreristas de derecha también mantengan sus grupos armados.
Pero así mismo, quienes presenten
los acuerdos como la concreción de una supuesta voluntad de las clases
dominantes de democratizar la sociedad y promover la equidad social, ayudan a
posicionar un enorme y criminal engaño. La creencia candorosa que la
terminación del conflicto armado traerá automáticamente la conquista de la paz,
es mortal. Es una invención que juega a favor del gran capital que a la sombra
de esa mentira pretende implementar la segunda fase de expropiación neoliberal
de la riqueza colectiva, de amplios territorios estratégicos y de bienes
públicos de todos los colombianos. Ese tipo de elaboraciones son dañinas y
falsas, contribuyen a que la burguesía confeccione e implemente su “paz perrata”
(http://bit.ly/18u7aWh).
Por el contrario, para ser
coherentes, hay que presentar los acuerdos como un triunfo de la sociedad en su
conjunto. Hay que hacer entender que la superación negociada del conflicto
armado es una muestra de realismo político: el Estado no pudo derrotar militarmente
a la guerrilla y ésta tampoco logró conquistar el poder político por esa vía.
Hay que posicionar la idea de que un ambiente de paz es la condición ideal para
que las fuerzas avanzadas de la sociedad logren concretar sus metas de
transformación social, económica, política y cultural.
La puja inmediata será por ganar
las elecciones del 25 de octubre. La lucha por la paz volverá a ser un
componente en la lucha política inmediata. No basta apoyar los acuerdos, es la
forma como se presente lo que juega a favor o en contra. La consigna de “no a
la impunidad” en manos de Uribe y el “triunfalismo fariano”, jugarán en la
misma dirección.
La sensibilidad a flor de piel
que se quiere estimular por parte del uribismo frente a las supuestas ventajas que
se otorgan a los guerrilleros, deberá ser contrarrestada con una fina pedagogía
que coloque el perdón como principal arma para lograr la reconciliación.
Se viene un período trascendental
para nuestro país. La campaña de desinformación ya se inició y la principal
herramienta será la humildad, la serenidad, el debate fraterno, la búsqueda del
interés colectivo, el no dejarse provocar, la comprensión del legítimo dolor y
la identificación del odio vestido de aparente sufrimiento; el aislamiento de
los guerreristas de profesión y el acompañamiento solidario a las auténticas
víctimas del conflicto armado.
La lucha por la paz se traslada
ahora al campo de la cultura y la simbología. El prepotente y amenazador
–pertenezca al bando que sea–, quedará identificado con la violencia y deberá
ser sancionado con el único instrumento eficaz: la sanción moral y su derrota
política.
El respeto pleno de los derechos
humanos y ciudadanos, tanto por parte del Estado como de todos los individuos y
actores sociales, deberá ponerse al frente de la lucha por hacer efectivo un
clima de resolución civilizada de nuestros conflictos.
Lograr el posicionamiento de
prácticas democráticas, que combinen la tolerancia con el espíritu crítico,
tanto al interior de la sociedad como de las instituciones estatales, las
organizaciones sociales y los partidos políticos, tendrá que ser una meta de
quienes quieran construir seriamente la paz. No de aquella “paz” que niega los
conflictos sino de la que estimula la contradicción sana y el debate creador.
Podemos y debemos dar un salto
cualitativo como pueblo, sociedad y nación. Superar más de 60 años de violencia
continua y desgastante es parte de ese avance cualificado. Todo está dado para
vencer la desesperanza y el escepticismo.
Pero a su vez, no podemos
idealizar los actos en sí. La fotografía de Santos y Timochenko estrechándose
las manos con la aquiescencia y
colaboración de Raúl Castro, debe ser convertida en acción consciente para concretar
la terminación del conflicto con el apoyo de las mayorías de nuestro país. La
verdadera lucha por la paz recién comienza.
Y… ¡es
posible ganarla!
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