Por Campo Elías Galindo
La siguiente evaluación de la participación electoral de la Izquierda en campañas electorales, no está referida a los resultados cuantitativos que se obtengan; son unas consideraciones sobre concepciones y procesos, y no sobre cifras; totalmente independiente del número de votos o de curules que se alcansen. Este esbozo analítico es crítico, pero no pretende que los resultados del domingo lo validen o invaliden. Ni me quitarán ni me darán la razón.
Para qué la participación electoral? Cuando hace algunas décadas, las organizaciones de la Izquierda discutían y analizaban sus propios asuntos, si participar o no en elecciones, el para qué y el cómo, eran temas apasionantes que se debatían una y otra vez. Hoy, las militancias han abandonado ese y otros debates cruciales, pues la formación política no hace parte de sus agendas. Consecuencia de ello, hay una gran confusión entre muchos sobre las funciones, los alcances y las posibilidades de la lucha por representaciones dentro del estado para una estrategia transformadora.
Lo palpamos claramente en esta campaña. Todos naturalmente quisimos “arañar” pedacitos de la administración pública, pero muy pocos sabían para qué ni con qué posibilidades o implicaciones. Con intuición y buena voluntad se respondían los interrogantes, si es que se hacían… Nadie, antes de lanzar candidatos hizo un balance de lo que han sido los gobiernos “progresistas” de América Latina, o de Bogotá, o el desempeño de nuestros diputados y concejales actuales o anteriores. Todo lo vemos al derecho, bello y digno de imitar, especialmente si esa es la “orientación” que proviene de las sacrosantas direcciones nacionales.
No faltan quienes siguen creyendo que un giro es un proceso acumulativo de toma de posiciones dentro del estado hasta que lo podamos poner al servicio de las mayorías. Hacia allá creen marchar cuando luchan por una alcaldía o una curul cualquiera. Como no hay debate, no se sabe si estamos ante la ignorancia, la ingenuidad, o incluso, frente a una convicción.
Lo territorial. La literatura política contemporánea, y la de Izquierda, se llenó en las últimas décadas de territorio. Lo que actualmente no tenga el adjetivo “territorial” se considera fuera de foco, incompleto o abstracto. Ello tiene razones profundas asociadas a las resistencias mundiales contra el proyecto de la globalización neoliberal.
En nuestro medio, ese lenguaje satura nuestros planteamientos y nuestras consignas (“la defensa del territorio” por ejemplo), pero la comprensión de lo territorial es lamentable y se está volviendo un slogan incorporado a la fuerza para aparentar autoridad argumentativa. En nuestras campañas electorales funcionó así:
A pesar de que esta campaña era para elección de autoridades departamentales, municipales y submunicipales, o sea “territoriales”, brillaron por su ausencia los proyectos propiamente “territoriales”. Es decir, no hubo elaboración de línea política local, y en cambio, las organizaciones desempolvaron un repertorio de consignas desarticuladas, muy pocas enfocadas a la situación concreta del territorio que se pretende transformar. Suele decirse que las líneas nacionales se adaptan a lo regional y lo local, pero ello se ha convertido en un comodín. Esa teoría de la adaptación es facilista, y simplemente justifica la desidia mental para no acometer el estudio y la lucha política en los planos más inmediatos, que es donde ella tiene consecuencias prácticas y personales.
Nuestras campañas cayeron en la trampa de las causas particulares. Especializarse en la defensa de sectores o consignas específicas es válido, mucho más si se trata de causas tan nobles como el sindicalismo, el campesinado, la educación, la salud, el ambientalismo o minorías sociales. Pero abandonar las causas generales, olvidarse del conjunto, negarse a los proyectos de región y de ciudad para este evento concreto, es hacerle una concesión al mandato neoliberal de confinarnos en los microterritorios y delegarles a sus mandatarios el pensamiento y las actuaciones globales. Si nuestros concejales, diputados y demás elegidos, no tienen vocación de estado y no van a las corporaciones públicas a pelear las orientaciones generales del municipio y el departamento, terminarán como funcionarios del alcalde y el gobernador de turno. Una oposición sin proyecto nunca será seria.
De manera que, la Izquierda nuestra no ha podido decirle a la ciudadanía local cuál es la Urbe que quiere y por la cual convoca a luchar; no tiene proyecto de ciudad; no nos cabe la ciudad en la cabeza. De igual manera ocurre en los departamentos, las subregiones, comunas y todo aquello que llamamos “territorialidad”. Nuestro lenguaje sobre lo territorial es un auténtico palabrerío. Sin proyectos territoriales, no se entiende cómo hace la Izquierda para participar en unas elecciones de autoridades locales.
La burguesía colombiana carece de “enemigo interno”. La ausencia de proyecto territorial, tanto de región como de ciudad, imposibilita a la Izquierda local para desarrollar una oposición seria a las élites empresariales que desde el siglo XIX hegemonizan la política, la economía y la cultura. Las militancias locales no entienden las particularidades sociales, históricas ni económicas de la dirigencia regional, por lo cual practican la teoría de la “adaptación” de lo nacional a lo local de una manera mecánica. Resultado de lo anterior, nunca dan en el blanco, o mejor dicho, su blanco no está por estas comarcas. A la burguesía criolla, el discurso de la Izquierda “le resbala”, no la toca.
Los Grupos Financieros y Empresariales hegemoniza como quiere la política regional, financia las campañas electorales, es quien realmente da avales y dirime las disputas entre los políticos regionales; es el dueño del proyecto de región y del proyecto de ciudad hoy vigente entre nosotros, pero nuestra Izquierda no sabe qué es el la Élite o no se interesa por saberlo ni cómo funciona. Sobra que hablemos de las relaciones de ese monstruo político-económico con los partidos a nivel nacional y local, con las ONGs, los altos funcionarios, las comunidades, y de su inmensa capacidad de cooptación. Los grupos empresariales sí podrían decir que, no tiene enemigos a la izquierda.
Otra distorsión “territorial”. Sobre lo territorial, hay otra distorsión más que inunda nuestros discursos. Es el sesgo desarrollista, ambientalista y economicista que impide aterrizar ese tema en su relación intrínseca con la lucha por el poder. Quien tiene vocación de estado, asocia el tema de la territorialidad primero que todo, con el del orden público y de la seguridad, pues el orden público es ante todo un orden territorial que rige en un país, una región o una localidad. Todo gobernante lo sabe. Sin control territorial no hay gobierno posible; por lo tanto el problema real del territorio, es el problema del poder político y viceversa.
Los temas del territorio y la territorialidad no empiezan por el medio ambiente ni por el desarrollo económico. Empiezan por el orden público, especialmente en un país como el nuestro, donde hemos vivido un conflicto armado de más de 5 décadas cuya esencia misma, es una disputa territorial.
Siendo el orden público el tema territorial por excelencia, no se entiende cómo una Izquierda tan “territorial” no levanta propuestas audaces sobre ese asunto básico, y le sigue dejando el tema a las otras fuerzas políticas, que no dejan de especializarse en las problemáticas de violencia, convivencia e inseguridad. Nuestros relatos sobre la inseguridad, especialmente urbana, rayan en la pobreza. Analizamos la inseguridad y los temas de la violencia en las ciudades como un reflejo nítido del conflicto armado nacional; como si este se trasladara mecánicamente de las áreas rurales a las urbanas. Así nos ahorramos el esfuerzo de investigar, desentrañar la particularidad y proponer algo propio que se salga del círculo vicioso del aumento del pie de fuerza y las tecnologías represivas al servicio de los autoritarismos.
Debemos entender primero, que el tema de la seguridad es el tema territorial por excelencia; y segundo, que él no es de derecha ni de izquierda; lo que es de derecha o de izquierda es su enfoque. Termina siendo un contrasentido enarbolar propuestas sobre medio ambiente, desarrollo económico y paz, aunque les pongamos el adjetivo “territorial”, si no decimos nada o decimos poco sobre orden público y seguridad ciudadana.
Voto preferente o ego preferente. El método del voto preferente cae como anillo al dedo al fraccionamiento de la Izquierda en nuestro medio. Muchos lo consideran muy “inteligente” porque les ahorra el esfuerzo de discutir, acordar, planificar conjuntamente, y sobre todo, el de renunciar a los egos y los delirios vanguardistas diseminados por todas las organizaciones. Las “cabezas de ratón” juegan a todas sus anchas y mientras una próxima reforma política prohíbe la metodología “inteligente”, la ratonera devora toda posibilidad de proyecto unitario, tan urgente en esta coyuntura de transición de la guerra a la paz en Colombia.
Un obstáculo a la unidad ha sido la ausencia de debate entre los colectivos y al interior de ellos. Cada quien construye en silencio su propia exclusividad y nadie se atreve a ponerla en juego. La construcción de la unidad solo es posible en un ambiente de discusión e intercambio de puntos de vista, que incomoda a muchos compañeros.
El otro problema, característico del espíritu de secta predominante, es el afán de ajustar cuentas, así vengan desde el siglo pasado; el desvelo de unos por atajar a otros; cierto ambiente de carnicería que se agudiza hacia afuera y hacia adentro de las organizaciones cuando de certámenes electorales se trata; una especie de “todo vale” para salirse cada cual con la suya. Nunca la Izquierda se parece tanto a la Derecha como en unas elecciones de autoridades locales.
La pregunta que cabe es, por el objeto de la disputa. ¿Cuál es ese preciado trofeo que está en juego? Parece ser que es una foto en primera página, alguna entrevista radial o televisada, el manejo de un presupuesto público o una nómina burocrática. Todo podría ser legítimo, si por lo menos estuviera al servicio de un proyecto debatido y conocido por todos. Pero es eso lo que no hay: política.
Nada “despeluca” tanto a la Izquierda como una coyuntura electoral. Ella trastoca sus prioridades, mete sus principios al congelador, colecciona enemigos, inventa alianzas espurias y al final, sale destrozada. Lo más grave es que como estamos en un país hiper-electoral, cuando trata de reaccionar y curar sus heridas, ha empezado la campaña siguiente. La Izquierda en Colombia es una sobreviviente no solo de la guerra sucia contrainsurgente, sino también de las campañas electorales.
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