Sindicalismo, izquierda y "santismo"...
LAS VERDADERAS RAZONES DE POR QUÉ NO HUBO PARO NACIONAL
Popayán, 1° de abril
de 2016
Después del “paro nacional” del 17 de marzo que no fue paro
sino un “paro” (amague) de la mayor parte de la burocracia sindical para quedar
bien con las bases y con el gobierno, empieza a generarse un debate –en forma
incipiente–, sobre los hechos ocurridos y sus causas. Eso es algo muy
importante y participo con este corto artículo de ese diálogo.
En una comunicación personal que me hace el dirigente
sindical Miguel Ángel Delgado Rivera de la CUT Bogotá me cuestiona por
supuestamente contar una historia de ficción (http://bit.ly/1UuHLkc). En un artículo anterior denuncié que “Lucho”
Garzón se reunió con los presidentes de las centrales obreras para planear el
“paro”, cuyo objetivo lo reconoció Julio Roberto Gómez de la CGT como lo cita Juan
Sánchez en un escrito (http://goo.gl/9ckmpk).
No fue otro que activar una válvula de escape para “bajarle presión” a la
inconformidad creciente que amenazaba con estallar sin control.
Como siempre la realidad supera la ficción. No hubo paro. Fue
una protesta controlada. No fue casual la fecha del 17 de marzo que coincidió
con el fallo de la CIJ en La Haya. Sirvió de cortina de humo, aunque no mucho. La
gente quiere luchar pero la mayoría de los dirigentes se prestan para engañar a
sus bases y sabotear sus luchas. Y lo más grave, la dirección de gran parte de las
organizaciones sociales –consciente o inconscientemente–, cohonestaron con esa
situación. ¿Cuál es la razón de que ello se hubiera presentado? Esa es la
pregunta que debe alimentar el debate.
Realizar un verdadero Paro Nacional era inconcebible para
las directivas de las centrales obreras. Incluso, la sola amenaza de realizarlo
los asusta. La razón, no les interesa sacudir a o remover nada. Están cómodos.
Sus privilegios podrían estar en juego. Vivir del cuento, no trabajar, ser
reconocido, viajar y viaticar, todo ello es un valor agregado. Pero lo
principal, es que tienen “poder”, así sea un poder mínimo y subordinado,
disfrutan de un relativo poder. Hacen parte del régimen de opresión y
explotación y cobran por su trabajo. Están cooptados.
Pero además, existe una razón coyuntural. La posición
política predominante al interior de la izquierda tradicional que tiene gran
influencia dentro de los sindicatos, influyó en forma determinante en ésta
ocasión. Esa posición ha tomado mucha fuerza al interior del movimiento popular.
Intentaremos describirla lo mejor posible con el fin de entender las razones
que llevan a la mayoría de esa izquierda a sostener al gobierno de Santos, a
pesar de que dicen oponerse a sus políticas. Y a partir de allí, desarrollaré
la idea central.
Gran parte de los partidos o movimientos que se definen como
alternativos, progresistas o de izquierda apoyamos a Juan Manuel Santos en la
segunda vuelta de las elecciones de 2014 para ser reelegido como presidente de
la república. Los argumentos se centraban en el tema de la “paz”. Algunos sectores
lo hicimos únicamente para impedir la elección del candidato de Uribe, sin esperar
nada de su gobierno. Ni siquiera en el tema de la paz. Nuestros lemas fueron: “Votar
por Santos contra Uribe” y “Ninguna ilusión en Santos”.
Una vez electo presidente, al ver la dimensión del apoyo electoral
de los demócratas y la izquierda, propuse que, a fin de desenmascarar a Santos y sólo con ese objetivo, se le
exigiera una participación importante en su gobierno para que la izquierda impulsara
sus propias propuestas. La idea era agudizar la contradicción entre Santos y
Uribe, forzar a Santos a liquidar el “uribismo” que pelecha dentro del gobierno,
no sólo en el ejército sino en toda la administración pública, que es parte de ese
poder que logró posicionar en las elecciones locales y regionales a las fuerzas
de derecha que lidera tanto Germán Vargas Lleras como otros personajes, entre
ellos el que va a ser –muy posiblemente– Fiscal General de la Nación (Néstor Humberto
Martínez).
Pero no, el argumento fue que había que mantener la “independencia”.
En el fondo, dejar hacer y dejar pasar. “Hacernos pasito”. Apoyar el proceso de
paz y oponerse “de palabra” al gobierno de Santos. Allí siguen los generales
uribistas que de boca para fuera dicen estar con el “proceso de paz” pero que
en las regiones se hacen los de la vista gorda y apoyan a las “Bacrim”, que hoy
empiezan a mostrar sus colmillos de paramilitares que habían escondido durante
unos años. Allí siguen en el gobierno quienes se fortalecen en las regiones
tanto en lo económico como en lo político para lo que Andrés Hoyos ha
denominado “La deriva autoritaria”
(http://bit.ly/1M46A41). Allí están los
políticos y administradores corruptos provenientes de los gobiernos de Uribe,
comprometidos con la corrupción en Reficar, Saludcoop, la gran minería a cielo
abierto (legal e ilegal), y en general toda la patota “uribo-santista”.
Es la política de la conciliación más aberrante. Se posa de
oposición pero quien se está quedando con esa bandera es Uribe. Se rasgan las
vestiduras por la venta de ISAGEN pero corren a las convocatorias de un supuesto
“Pacto por la Paz”, que en términos concretos se materializa en la
participación en los contratos y los proyectos que ya se cocinan en las
regiones para “gestionar el post-conflicto”. Ya los dueños de las numerosas ONGs,
muchas de ellas ligadas a las organizaciones sociales y a la “izquierda”, hacen
cola sin pudor.
De acuerdo a mis críticos esto es pura ficción. Lo siento
por aquellos que se la jugaron honestamente apoyando a Gustavo Petro o a la “Bogotá
Humana”, sin percatarse que fueron utilizados y mal pagados, por aquellos que
hoy están a la cola de Santos. Son los mismos que impulsaron la propuesta de
apoyar a Santos desde la primera vuelta presidencial, son los que asustan a los
militantes de izquierda con el argumento de que Uribe es “el enemigo principal”
para poder seguir pegados de la contratación pública. Son los que han permitido
que el paramilitarismo siga vivo a la sombra de su alianza “santista”. Son los
verdaderos dueños del “pequeño poder” que está detrás de las centrales sindicales
y de una buena parte de los grupos y “partidos” de izquierda. Tienen nombre propio,
medios de comunicación y ONGs exitosas.
La razón coyuntural que involucra a casi todos los
dirigentes sindicales y sociales en la pantomima de paro está relacionada con
la posición frente al “proceso de paz”, la enorme debilidad del gobierno (en lo
interno), el miedo a que una verdadera protesta desestabilice a un gobierno que
no ha logrado construir un fuerte respaldo para ese proceso y el temor de que
una movilización efectiva del pueblo desencadene fuerzas que no puede manejar
el establecimiento. El miedo a Uribe, manejado por el “santismo” y trabajado en
forma mojigata por la “izquierda-santista”, es lo que jugó detrás del “paro”.
Sin embargo, la paradoja del asunto es que la táctica de
unirse con la “burguesía progresista” o con la “burguesía nacional” para evitar
el regreso de Uribe al control del gobierno, lo único que logra es facilitarle
el camino al mafioso expresidente. Los cálculos de la mayor parte de los
dirigentes de izquierda son que una vez se firme la “paz” con la insurgencia
guerrillera, el pueblo se va a sumar al “santismo” –seguramente representado
por Humberto de La Calle Lombana– para continuar en el gobierno y en “la
construcción de la paz”.
Dichos cálculos son infundados. La extrema derecha vergonzante,
camuflada al interior del gobierno, es la que está acumulando poder político,
económico, administrativo, tanto en lo nacional como en lo regional. Y esa
derecha vergonzante es la que se prepara para canalizar al “uribismo” en la
contienda presidencial del 2018. Mientras tanto, la izquierda en su gran
mayoría, le está dejando al “uribismo” el monopolio de la oposición como lo
comprueba el fallido “paro nacional”. Otros sectores de izquierda, todavía más
ilusos, creen que la llegada de los guerrilleros desmovilizados a la vida política
legal va a ser un gran refuerzo para sus aspiraciones cuando lo que se observa es
cómo las grandes mayorías adversan –con razón o sin ella– a dichas fuerzas en
proceso de desmovilización y desarme.
Por ello se hace necesario que se aborde el debate de fondo
y concreto. ¿Seguimos en la táctica de alianza con el santismo para defender el
“proceso de paz”, o con total independencia nos deslindamos seriamente tanto de
Santos y las FARC (y ELN, ahora) para poder derrotar tanto a Santos como a
Uribe? Y no es que esté proponiendo que un “outsider” como el alcalde de
Bucaramanga encabece un nuevo movimiento como lo plantea mi amigo contradictor
Miguel Ángel Delgado. No, no es eso.
Lo que propongo es construir un movimiento ciudadano, que
recoja el sentir de las mayorías, que no le deje el camino abierto a las
derechas y que presente nuevas figuras provenientes de la academia, la
intelectualidad, la cultura, la ciencia, el empresariado demócrata, o de otros
campos de la vida colombiana. Que subordine y discipline a los candidatos y
personalidades políticas de la izquierda tradicional que no tienen hoy ninguna
posibilidad de competir en condiciones dignas por la presidencia de la
república en el 2018 y que deben contribuir –con modestia y bajo perfil– con el
surgimiento de ese nuevo movimiento.
Ese nuevo movimiento tiene todas las condiciones para
surgir. Puede comprometerse a cumplir con los “acuerdos de paz” pero levantar
la consigna de impedir que se roben los recursos del post-conflicto y a la vez,
proponer una redirección en la conducción del Estado colocando por delante la
lucha contra la politiquería, el clientelismo y la corrupción. De hacerlo,
podremos vivir una fase de transición que en verdad coloque los cimientos de la
reconciliación, convivencia y efectiva paz.
De lo contrario terminaremos nuevamente a la cola del “santismo”
contribuyendo sin querer al regreso del “innombrable”.
Nota: En la historia del mundo se demuestra cómo cuando las
izquierdas y los “revolucionarios” concilian con sectores de la burguesía para
impedir el ascenso de las derechas fascistas, siempre han fracasado. No sólo
terminan sacrificados sino traicionados a las primeras de cambio por sus inefables
aliados. Pasó en Alemania e Italia con Hitler y Mussolini. Ya le pasó a Petro…
¿queremos más de esa medicina?
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