Hacer política con lógica, ética y estética…
GUSTAVO PETRO Y RODOLFO HERNÁNDEZ: DOS ACTITUDES FRENTE AL “PODER”
Popayán, 20 de marzo
de 2016
“El ser de conocimiento debe derrotar los miedos, la claridad, el poder
y la vejez”.
Carlos Castaneda
El presente artículo tiene por objeto reflexionar sobre la
esencia de la lucha política en Colombia y en el mundo. Se hace a partir de la
sugerencia de un amigo. Compara la actitud frente al “poder” de dos
personalidades diferentes, por edad, origen de clase, formación política, expectativas
y filiación partidista. Espero mostrar el contrate y a la vez, la
paradoja.
El alcalde de Bucaramanga Rodolfo Hernández en entrevista
para Caracol Radio (http://bit.ly/1Rqksrq)
planteó que su principal tarea, más que hacer obras o repartir puestos es
“restaurar la democracia en Colombia”. Lo traduzco a “construir democracia”
porque en este país nunca ha existido efectiva democracia.
Hernández, un “viejo” de 70 años, empresario millonario, pone
su lucha contra la corrupción, la politiquería y el clientelismo, como ejemplo
para todo el país. Denunció que toda la clase política, empotrada en el concejo
municipal de esa ciudad, apoderada de los órganos de control y con apoyo
nacional, lo tiene maniatado. Y con todo y ello, obtuvo más del 90% de
favorabilidad del pueblo bumangués, convirtiéndose en el primer alcalde de todo
el país en ese ranking, de acuerdo a una encuesta contratada por esa cadena
radial. Y en esa entrevista se ratificó en lo dicho días antes: “Voy a
convertirme en el papa Francisco colombiano para hablar todos los días con los
pobres y despertarlos”.
No conocemos la visión de conjunto de éste “outsider” de la
política. Llegó a ese cargo de elección popular por un movimiento significativo
de ciudadanos que recogieron firmas para poder competir en las elecciones de
octubre de 2015, pero con sólo sus palabras se muestra una nueva actitud frente
al “poder”. En esa gestión es asesorado por su hermano, quien es una especie de
filósofo a lo Estanislao Zuleta y quien lo convenció de que el lema de su campaña
fuera hacer política con “lógica, ética y estética”. Es un mensaje diferente. Está
enfrentando a toda la clase política sin transar ni un milímetro y por el
contrario, le ha dicho al Procurador Regional, que lo puede destituir ya que
eso sería una noticia mundial: “Sería un honor que destituyeran al alcalde por
no dejar robar”, afirma.
Y cuál es su meta: “Abrirle los ojos al pueblo”. Es decir,
él no se ha propuesto como prioridad hacer grandes obras para convertirse en el
“salvador supremo” del pueblo y de allí seguir la carrera política. No, no se
propone eso. Lo dijo en campaña: “Yo ya estoy muy viejo, no aspiro a nada más
que a gobernar sin robar y acabar con la politiquería tradicional”. Y en ese
sentido se diferencia –tal vez sin saberlo del todo– de todos los políticos
tradicionales de izquierda y de derecha que utilizan los cargos públicos como
trampolín para llegar a otros cargos de “mayor importancia”. Claro, hacerlo negaría
toda lógica, ética y estética.
Me he propuesto comparar esta actitud del señor Hernández
con la asumida por Gustavo Petro como alcalde de Bogotá. No pretendo endiosar
al “viejo millonario” ni desprestigiar al dirigente progresista. Se trata de
aprender, de reiterar en una idea, de explorar un camino que está planteando
éste “filósofo de la política”, que ha aparecido como un resultado inevitable de
la descomposición moral en que ha caído la política colombiana (y del mundo).
Tomo como contraparte a Petro porque planteó en una ocasión
una consigna similar. Cuando ocurrió la fatídica masacre de los 11 diputados
del Valle, él no sólo se deslindó con fuerza y claridad de la guerrilla y de
sus actos criminales, sino que planteó con brillantez y valentía lo siguiente:
“Acabar la guerrilla por asfixia democrática” (http://bit.ly/1puz1NL). Esa
actitud fue muy criticada por sus compañeros del partido PDA, pero él se
sostuvo en esa posición.
Después de ganar la consulta interna de su partido fue
candidato a la Presidencia obteniendo una importante votación, y de inmediato,
denunció públicamente la corrupción del “Cartel de la Contratación” en Bogotá. Así,
se catapultó para ser elegido como Alcalde de la Capital de la República. Todos
imaginamos e hicimos fuerza para que impulsara y desarrollara una gestión
político-administrativa del “tamaño de nuestros sueños” –como dirían los militantes
del M19–, y que concretara su principal propuesta: “Construir democracia”.
Pero no ocurrió así. Sin demeritar sus esfuerzos
individuales para enfrentar el monopolio privado del servicio de recolección de
basuras, sus políticas de inclusión social, sus esfuerzos por mejorar los
servicios de salud y educación, su visión integral del desarrollo de la ciudad
con su idea de la densificación, la adecuación de la ciudad al cambio
climático, y la defensa de lo público (que se quedó a medio camino), el alcalde
Petro, cuando se vio destituido y bloqueado no sólo por el Procurador sino por
el grueso de la clase política, de los poderosos empresarios, grandes dueños de
la tierra y de los medios de comunicación, no se apoyó realmente en el pueblo. Falló
en lo esencial. ¿Por qué?
Una cosa es convocar al pueblo a la Plaza de Bolívar para
defender su derecho a mantenerse en el cargo y otra es apoyarse en la gente. Lo
que hoy hace el alcalde de Bucaramanga al decirle al pueblo que es más
importante derrotar la politiquería que “tapar unos cuantos huecos”, llamar a
la gente del común a tener paciencia frente a la imposibilidad de hacer obras
materiales, hacer pedagogía política todos los días, superar la “cultura
ciudadana” de Mockus (insípida y timorata), desenmascarar a los corruptos de
todos los colores, “sin importar que me maniaten y no pueda hacer nada”. Eso sí
es realmente apoyarse en el pueblo. Sin cálculos, con entrega, sin miedos, sin
esperar más contraprestación que la reacción de la población para liquidar totalmente
la corrupción incrustada en todos los ámbitos de la sociedad. Es hacer política
de la buena, en beneficio de toda la sociedad y no sólo de los sectores
marginados y “vulnerables”. Es una actitud ciertamente lógica, ética y
estética. Y claro, debe ser complementada “desde abajo”, con nuevas formas de
democracia.
Lógica, porque de
nada sirve que esquivemos el problema con componendas, como hizo Petro para
sostenerse en la Alcaldía. Transó con Santos y todo el mundo se dio cuenta. Creyó
que aferrándose al “poder” del Estado heredado, era el camino para ser
Presidente de la República. Su prioridad no fue construir democracia con el
pueblo, fue posicionar su figura como un benefactor del pueblo. La pregunta
lógica es… ¿Qué logramos con hacer grandes obras o entregar subsidios a los
pobres, como han hecho los gobiernos “progresistas” de América Latina, si
paralelamente no logramos que los pueblos derroten plenamente al enemigo principal de la democracia que es la
utilización de poder en beneficio personal?
Ética, porque las
componendas con los politiqueros nos debilitan moralmente. Permiten el chantaje
y la presión. Petro –en verdad– no se atrevió a tocar la esencia de la
corrupción que dejaron incrustada en la administración distrital los gobiernos
anteriores. Ese es el problema que hoy sufren Lula, Evo y Maduro, y los
gobiernos progresistas de América Latina. Además, al enfrentarse como un Robin
Hood a los grandes empresarios y mafias capitalinas, sin construir verdadera potencia
social, debilitó su escasa fuerza a tal grado, que le tocó engavetar sus planes
de recuperar para lo público a TransMilenio, la EEBB, el servicio de aseo, crear
el Banco de los Pobres, y ante todo, democratizar las alcaldías menores y
romper con las formas de contratación basadas en OPS, ONGs y nóminas paralelas.
Y estética,
porque como dice Pablo Iglesias de Podemos (España), debemos defender la
belleza de nuestro proyecto político, impedir que se nos quite el “brillo
límpido y transparente de nuestra mirada”, realizar en verdad la “política del
amor”, ganar a las amplias mayorías de toda
la sociedad, enamorar a todos y todas, sin recurrir a “populismos
sectoriales”, rechazando el papel de “salvadores supremos”, haciendo de la
política un arte y una alternativa bella para el conjunto de la sociedad. No se
trata tanto de pintar las paredes de grafitis, se trata de convertir la
política en un bello y pedagógico grafiti.
La paradoja está a la vista. Un neófito político muestra el
camino mientras el experto dirigente de izquierda parece haber perdido el
sendero. Un outsider electoral de 70 años muestra la capacidad de riesgo que el
exguerrillero ha guardado. Un “viejo” empresario millonario le propone al
pueblo una meta inmaterial mientras el joven progresista se esfuerza en logros
tangibles. El capitalista pone a soñar al pueblo para que asuma la responsabilidad
del cambio mientras el izquierdista quiere hacer la tarea por él.
De acuerdo a lo expresado por el “filósofo-político” la idea
aún está en construcción. Es una iniciativa surgida de la necesidad frente al
cerco y bloqueo de los corruptos, un gesto honesto y casi único, una actitud
original y auténtica frente a la descomposición de la política colombiana. De
esa actitud todos debemos y podemos aprender. Para hacerlo hay que cambiar el “chip”
de la política, valorar las actitudes sin hacerse expectativas personales,
centrar el objetivo en toda la sociedad y no en los individuos y grupos.
En este caso hay que entender que el “viejo” como ya está
bien “viejo”, y él lo sabe, puede ser “suelto” y jugar con la muerte. El que la
tiene complicada es el joven que no puede hacerlo porque cree tener claridad.
Sin embargo, en el fondo lo que tiene son miedos, afanes, apetitos, que sólo
puede resolver acumulando “poder”. Ojalá el experimentado y fogueado senador,
ahora exalcalde y veterano político, evalúe su experiencia y aprenda. Le sobra
todavía tiempo.
Y las fuerzas democráticas tendremos que colaborar con todos
los “filósofos políticos” que ya están apareciendo en todo el país y “desde
abajo” ayudar a construir nuevas formas de gobierno, replantear la falta
democracia representativa existente, organizar a la vez sus contrapesos, construir
democracia directa, desarrollar la deliberativa, redefinir la participativa, y
tal vez, estimular para que surjan nuevas formas de democracia que resulten de
la aplicación creativa de la lógica, la ética y la estética en el ejercicio de
la política.
¡Hagamos el esfuerzo!
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