URIBE YA ES EL CO-PILOTO DEL "PROCESO DE
PAZ"
Bogotá, 23 de
mayo de 2015
Es un hecho. El llamado “proceso
de paz” adquiere nuevamente la dinámica “uribista”. Se convierte en un proceso
de pacificación. La unificación estratégica entre Santos y Uribe – ordenada por
el gobierno de los EE.UU. (http://bit.ly/1Lpyceb)
– se materializa en hechos políticos y en eventos militares.
El "enroque" realizado
por el presidente Santos al designar a Luis Carlos Villegas (exembajador en
EE.UU.) como ministro de Defensa y el nombramiento de Juan Carlos Pinzón (exministro
de defensa) como cabeza diplomática en Washington, es la ratificación de los
cambios que están en plena marcha por orden de la cúpula estadounidense.
El “hombre fuerte” de Uribe
dentro del gobierno es premiado con ese alto cargo político ante el gobierno
“gringo” y un hombre del empresariado nacional es colocado al frente de la
guerra. Es una jugada muy bien calculada para recuperar la confianza de
militares y empresarios. A la vez, es un mensaje directo de que se acata la
política del garrote y la zanahoria. Claro, con el énfasis táctico en la
ofensiva militar contra la guerrilla.
Es en ese marco como se planificó
y ejecutó – con precisión estratégica y con objetivos políticos precisos – el
operativo en Guapi (Cauca) que produjo la muerte de 26 guerrilleros de las
FARC. El recado es evidente. Es la última acción de Pinzón y la herencia para
Villegas: “Ojo por ojo, diente por diente”. La guerrilla dio de baja a 11
militares; el gobierno cobra más del doble. Santos sube la ceja y Uribe sonríe.
El “dúo dinámico” de la guerra se torna efectivo y las encuestas repuntarán en
favor de la venganza y la retaliación.
Es por ello que las FARC han
decidido suspender el cese de fuegos unilateral que habían declarado desde hace
6 meses. Se ven “obligados” a hacerlo, y “contra nuestra voluntad tenemos que
proseguir el diálogo en medio de la confrontación” han dicho en su comunicado (http://bit.ly/1FKCjn0).
Ahora viene la etapa de
ablandamiento en el terreno militar que siempre ha sido una exigencia de Uribe
y de los militares. Es una nueva fase de la guerra. Pero no está dirigida a
suspender o sabotear los diálogos con la insurgencia. Su objetivo es, por un
lado, generar un ambiente para acabar de arreglar los entuertos entre Santos y
Uribe (militares), y por el otro, debilitar aún más a la guerrilla tanto en lo
político como en lo militar.
Ellos saben que tienen la excusa
perfecta. Las FARC según el establecimiento “quebrantó la confianza al violar
su cese de fuegos” con el ataque de Buenos Aires (Cauca) del pasado mes de
abril. Y lo principal, están seguros que si los comandantes insurgentes se
levantan de la mesa de diálogos, su derrota política será todavía más profunda.
En el escenario de la guerra tal
parece que el gobierno ha aprovechado el tiempo para continuar con la
infiltración de la guerrilla, mejorar su capacidad tecnológica y de
inteligencia para realizar operaciones – casi quirúrgicas – como las que
realizaron contra Raúl Reyes, el “Mono Jojoy”, Alfonso Cano y, ahora, la de
Guapi.
Por ello es un error plantear que
el régimen “santista” sufre una “profunda crisis”. Por el contrario, a pesar de
que tienen al frente una crisis fiscal y económica en incubación, han unificado
posiciones al interior del establecimiento oligárquico, devolvieron el golpe en
el terreno bélico, tienen el respaldo pleno del gobierno de Washington, y se
preparan para derrotar al movimiento democrático y a la izquierda en las
elecciones locales y regionales de octubre de 2015.
Las FARC fueron empujadas a
romper el cese de unilateral de fuegos. El conflicto armado sufrirá una nueva
escalada. La crisis económica y fiscal requiere distractores y justificaciones.
Un verdadero clima de paz pareciera alentar a los movimientos sociales a
desencadenar sus fuerzas y el gobierno no puede reprimir tan abiertamente con
la justificación de que son protestas infiltradas por la insurgencia.
Por ello la tarea del movimiento democrático
y de la izquierda es continuar presionando para que los diálogos de La Habana
continúen y lleguen lo más pronto posible a acuerdos definitivos. Y
paralelamente, unificar sus fuerzas para presentar candidatos nítidamente
alternativos a los partidos tradicionales, neoliberales y corruptos.
Uribe ya es el co-piloto del
proceso de pacificación del país que hasta hace poco se mostraba como proceso
de paz. Las alianzas de los partidos democráticos y de izquierda con sectores
“santistas” contra Uribe, ya no tienen ninguna justificación.
Los movimientos y partidos
alternativos, democráticos y de izquierda deben mostrar abiertamente su
identidad transformadora, civilista, pacífica y revolucionaria. Deben presentar
candidatos y programas de gobierno que con toda claridad enfrenten la política
neoliberal y antipopular del actual régimen. Sin dudas ni ambigüedades.
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