miércoles, 6 de mayo de 2015

EL AGUA "ENDIABLADA"


Cuentan que un trabajador social europeo llegó a una aldea árabe muy antigua y apartada de la civilización. Los aldeanos sufrían graves problemas de salubridad. Las enfermedades de origen hídrico tenían alta incidencia entre la población infantil. Él iba con la misión de ayudarles a construir un acueducto. Hasta ese momento la población se abastecía de agua tomándola de una pila que quedaba en el centro del pueblo.
Después de discutir el problema la gente se organizó, diseñaron la forma de construir un acueducto por gravedad, trayendo el agua desde varios kilómetros de distancia. Así se hizo. En poco tiempo se construyó un moderno acueducto y se inauguró con tremenda fiesta. Satisfecho el cooperador internacional regresó a su casa.
Se acordó de ese pueblo en unas vacaciones. Después de 20 años regresó a ver qué había pasado con la obra y a saludar a los amigos que había dejado. Cual no sería su sorpresa cuando encontró el acueducto abandonado. ¿Qué había sucedido? Se imaginó lo peor. La indolencia, la pereza, o la ignorancia no les permitieron hacerle mantenimiento, supuso. Y, claro – se dijo a sí mismo -, lo dejaron acabar. Una rabia inmensa le fue creciendo en el alma que se le iba convirtiendo en furia sin control.
Cuando finalmente habló con la gente se sorprendió mucho más. Un hombre anciano le contó lo que había sucedido. Al principio todo era normal, la gente estaba feliz. Después de un tiempo atacó a la aldea una epidemia de mal genio, nadie se soportaba, cada cual andaba por su lado, las peleas eran a diario y los conflictos hicieron que mucha gente empezara a irse. Trajeron a un experto en psicología social que de poco sirvió. Se hicieron rituales, le rezaron a Alá, y emplearon toda clase de exorcismos. Alguien pensó que de pronto el agua estaba contaminada, y aunque le hicieron los exámenes de toxicología y no encontraron nada, decidieron suspender el servicio a ver qué ocurría.
La gente volvió a la pila de agua y en pocas semanas la comunidad estaba tranquila. Hoy se hierve el agua, algunos tienen unos filtros, y se han controlado las enfermedades gastrointestinales. “La gente se acuerda de usted”, le dijo el viejo al extranjero, “pero todos lo excusan diciendo… ¿cómo iba a saber que el agua estaba ‘endiablada’?”
Un poco acongojado el atónito y estupefacto hombre se integró con la gente. Participó en diferentes actividades sociales pero siguió pensando en el problema. ¿Qué había sucedido realmente? Después de reflexionar sobre el asunto llegó a la siguiente conclusión: Al eliminar la necesidad de acudir a la pila, se había prescindido del espacio donde realizaban sus vínculos esenciales. Allí intercambiaban en forma natural, compartían desde chismes hasta cosas materiales. Era en ese sitio donde resolvían sus disputas, se enamoraban, socializaban. Era normal que se desequilibrara la vida de esa comunidad al producirse ese vacío. El recoger el agua de la misma forma durante siglos hacia parte fundamental de sus vidas.
Él nunca tuvo en cuenta algo tan sencillo, pero tan básico. “Ellos” creían que el agua estaba “endiablada”, pensó. Estuvo tentado a presentarles su explicación del fenómeno dado que su “racionalidad positivista” lo impulsaba a combatir la superchería. Pero se detuvo. ¡No seas tan bruto!, se dijo reprendiéndose. No iba a cometer el mismo error dos veces.
Aunque sabía que estaban equivocados se consoló a sí mismo diciéndose que en el fondo, más equivocado estaba él. Llegó a la conclusión que lo principal fue que los pobladores encontraron una “solución propia”. Fue un gran aprendizaje.

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