DERECHA Y “ULTRA-DERECHA”… CADA VEZ MÁS CERCA
Bogotá, 29 de mayo de
2015
Los últimos acontecimientos
ocurridos en Colombia nos obligan a hacer un resumen de nuestros últimos
artículos y a fundamentar con mayor precisión una serie de conceptos que son esenciales
para entender la dinámica de la lucha social, política e ideológica que está en
pleno desarrollo en el país.
Esperamos contribuir con el
debate que existe al interior del movimiento democrático. Que este aporte ojalá
sirva para ayudar a desenredar el ovillo teórico-político que nos impide tomar
la iniciativa frente a un régimen que sólo puede ofrecer una “paz neoliberal”
pero que intenta – demagógicamente – adornarla con “reformas democráticas”.
El deslindamiento entre Santos y
Uribe representó en su momento la diferencia entre diversos intereses de clase
o sectores de clase. Uribe, representa al gran latifundismo y a la gran
burguesía agraria, y Santos a la burguesía trans-nacional. La clave del asunto
es entender por qué se diferenciaron entonces (hace ya 4 años) y por qué se
vuelven a unificar ahora.
Parte de las dificultades de la
izquierda consisten, por un lado, en no percibir las diferencias y no saberlas
aprovechar, y por el otro, en creer que las diferencias son antagónicas y crearse
falsas ilusiones en supuestos sectores progresistas de la burguesía. Ese será
uno de los temas a tratar.
Introducción a partir de la coyuntura
Juan Manuel Santos no sabe cómo volver a diferenciarse de Uribe. Ataca
a diario – con desespero y pose mediática – lo que él llama “ultraderecha”. Su
imagen de “reformista” y “progresista” ha sido diezmada por los últimos
acontecimientos. Él sabe que la diferenciación con Uribe le servía para engañar
a algunos sectores de la sociedad. Claro, no quiere quedar en evidencia de una
forma tan cruda, torpe y rotunda.
La careta finalmente cayó y su acercamiento
e identificación con el “uribismo” es cada vez más visible. No sólo en el
terreno de la política económica y social sino también en su apuesta por la paz.
Esa política hoy tiene más de pacificación que de cualquier otra cosa. Y esa
situación tiene importantes consecuencias políticas.
Las FARC también han dicho que
“Santos se dejó presionar por la ultraderecha enemiga de la paz.”[1]
¿Será que ellos también creían que Santos podía avanzar más? ¿Que sería capaz
de concertar “una paz con justicia social”? Si así lo creían, es una grave equivocación
estratégica y conceptual. Significa que no han entendido a qué juega la
burguesía transnacional y el imperio.
Es importante reconocer que Santos
trazó en su momento una línea diferente a la de Uribe. El desprestigio
alcanzado a nivel internacional por el gobierno uribista por los crímenes
cometidos y por la cooptación del Estado a manos de diversas mafias, obligó a
la burguesía a realizar una serie de cambios. Por ello Santos se atrevió a dar
un viraje en las relaciones internacionales e iniciar los diálogos de paz. Impulsó
aparentes reformas en restitución de tierras y reparación de víctimas. Se
deslindó temporal y parcialmente de su antecesor. Pero no podía ir más allá. Su
“paz” siempre ha sido neoliberal y su cordón umbilical con Uribe lo frenaba.
Aunque las fuerzas democráticas
lo empujáramos a “ir más allá”, tendríamos que haber sabido que él no podría
“sacrificar totalmente a Uribe”. Deberíamos tener claro que en algún momento limarían
sus diferencias. El uno (Uribe) presionado por la justicia, y el otro (Santos),
por su anterior complicidad con Uribe.
No podían tensionar la cuerda más allá de cierto límite. Sus intereses
estratégicos (oligárquicos) estaban en juego. El imperio finalmente les ha
llamado la atención y les ha impuesto orden y disciplina.
La orientación imperial parte de
aprovechar al máximo los graves errores cometidos por la insurgencia. Lograr
una “paz neoliberal” con limitadas concesiones “democráticas” es su meta. Saben
que el ataque en Buenos Aires (Cauca), en abril pasado, que violó el cese de
fuegos declarado unilateralmente por las FARC, forzó un punto de quiebre que
obligó a Santos a reversar decisiones tan importantes como la de suspender los
bombardeos aéreos. Ello le permitió a Uribe “treparse en el carro de la paz” (Ver:
http://bit.ly/1Lpyceb) y hoy ser “su principal
copiloto” (Ver: http://bit.ly/1SBf6XV).
La nueva política diseñada por
Washington en el marco de su obligada “distensión” con América Latina (Cuba y
Venezuela, al frente), le ofrecerá a Uribe ciertos niveles de perdón e
impunidad para él, sus cómplices y los militares comprometidos en crímenes, a
cambio de flexibilizar sus posiciones frente a las concesiones que la burguesía
transnacional está dispuesta a hacerle a la guerrilla con tal de conseguir
condiciones óptimas para garantizar una fluida y permanente inversión
capitalista que el régimen necesita con urgencia.
Uribe y Santos van a seguir
aparentando diferencias pero en lo fundamental se van a poner de acuerdo (Ver: http://bit.ly/1Ax5Gab). La crisis fiscal y
económica latente e incubándose, y los avances del movimiento democrático y de
izquierda, los obliga a anteponer intereses sectoriales y a trazar una acción
que combine lo “mejor” de los métodos uribistas (presión y acoso militar, mañas
mediáticas, infiltración y provocación ilegal, etc.) y lo más cualificado de
los procedimientos santistas (apariencias reformistas, engaños diplomáticos,
“buenas maneras”, respeto formal a la legalidad, etc.).
De nuestro lado, del campo
democrático y popular, nos faltó ser más
finos y sagaces para aprovechar las fisuras al interior del bloque dominante. Además
de empujar a Santos hacia la Paz y hacia un rompimiento definitivo con Uribe,
deberíamos estar preparados para mostrar las razones que impedían a Santos ir
más allá. Estar atentos para desenmascararlo con claridad, firmeza y
oportunidad ante el conjunto de la población y la comunidad internacional. Sus
fisuras y contradicciones – que no son antagónicas – pudieron ser mucho más
aprovechadas. Esa es parte de nuestras deficiencias políticas, no saber explotar
hasta las más mínimas diferencias existentes entre nuestros contradictores. Es
la esencia de la política.
Incluso en este momento un sector
de la izquierda no reconoce o no entiende la importancia de las diferencias que
en su momento separaron a Santos de Uribe. E igualmente, el otro sector de esa
izquierda, todavía no acepta la nueva fase de acercamiento entre el principal
representante del latifundismo reaccionario y el primer mandatario. Por un
lado, los esquemas “estrategistas” y la incapacidad para responder tácticamente
a la coyuntura, impidieron apreciar la importancia de esas contradicciones y,
por el otro, las ilusiones puestas en Santos no le permiten a estos otros sectores
políticos reaccionar con eficacia ante la evidencia de los hechos que están en
desarrollo.
Por ello es importante y
necesario reiterar una serie de conceptos que se olvidan o que no se quieren
aceptar. Y hay que hacerlo para poder salir de un conflicto que no le genera
beneficios a la sociedad colombiana y que impide el desarrollo del movimiento
democrático y el fortalecimiento de las luchas sociales y populares.
Desarrollaremos a continuación –
un poco en extenso – algunos de esos planteamientos y afirmaciones, que
básicamente son:
1.
El conflicto armado fue instrumentalizado por el
imperio y la oligarquía colombiana.
2.
La causa principal de esa instrumentalización
fueron las concepciones militaristas predominantes al interior de la
insurgencia (compartidas por un sector de la izquierda).
3.
La “paz neoliberal” es un hecho irreversible
pero a pesar de todo es aprovechable por el movimiento democrático.
1. La instrumentalización del conflicto
armado por el gran capital
El conflicto armado fue
instrumentalizado por el imperio y por las clases dominantes colombianas. Fue
puesto al servicio de una estrategia de intervención territorial, de
despoblamiento del campo, de despojo de las tierras campesinas, de apropiación
de los recursos naturales – principalmente petroleros, mineros y los mismos
territorios –, y de una política de destrucción, debilitamiento y/o exterminio
de las organizaciones populares.
Y ello se puede comprobar
haciéndole seguimiento a la forma como se ha desarrollado la guerra en
Colombia. Los ejes y énfasis que la oligarquía le ha puesto a la guerra han
estado ligados a necesidades estratégicas del gran capital. Ya tienen un
formato estandarizado: al principio dejan que la economía del narcotráfico o de
la minería ilegal, hagan su trabajo de descomposición social, de destrucción de
economías locales y de debilitamiento del tejido social. Saben que es un caldo
de cultivo y centro de atracción para grupos armados ilegales: guerrilla y
paramilitares.
Después viene la guerra en toda
su crudeza y horror con la intervención de ejército y policía. Es lo que hoy
sucede en el Cauca y Nariño. No les interesa tanto destruir o aniquilar a las
fuerzas insurgentes. Su objetivo es desplazar a la población. “Limpiar” o
despejar el campo. Importantes recursos naturales estratégicos están en la
mira, ya sean tierras, biodiversidad, minas de oro o carbón, y sobre todo,
petróleo. Y de esa forma han ido desplazando de un lado para otro a la
guerrilla. Jugando al gato y al ratón. Usándola para su estrategia de expansión
territorial y de expulsión de la población nativa, campesina mestiza, indígena
y afrodescendiente.
Así, primero fue el Magdalena
Medio, después Urabá. Allí destruyeron la organización de los trabajadores
agrícolas más importante que ha existido en Colombia: Sintrainagro. Más
adelante pasaron al Caquetá, Putumayo, Guaviare, Meta, la Orinoquía. Luego el
Norte del Valle del Cauca y Chocó se pusieron en la mira. Hoy son el Cauca y
Nariño (Costa Pacífica). Así desplazaron entre 4,5 y 5,9 millones de personas
convirtiendo a Colombia en el país con más desplazados del mundo (Ver: http://bit.ly/1zml4EX) y se despojaron cerca
de 6,6 millones de hectáreas (Ver: http://bit.ly/1HLf0XT)
entre 1980 y 2010.
En el Cauca se cumplen dos
objetivos: uno, desplazar a miles de familias afrodescendientes que en la Costa
Pacífica y en municipios como Suárez y Buenos Aires son un obstáculo para que
las grandes transnacionales mineras entren a operar con técnicas de explotación
a “cielo abierto”. Y en el Norte del Cauca se busca quebrantar la resistencia
indígena nasa, que es una amenaza real para los grandes empresarios de los
ingenios productores de azúcar y etanol.
Este proceso de
instrumentalización de la lucha armada insurgente en Colombia no fue fruto de
una decisión única ni resultado de un momento de inspiración táctica. Se fue
dando en el camino. Fue consecuencia de un proceso en el que la guerrilla
colombiana se fue convirtiendo – claro, inconscientemente – en un “conejillo de
indias”. Fue parte de un aprendizaje para los estrategas imperiales que les ha
servido para desarrollar y perfeccionar
sus “guerras de 4ª generación”.
¿Por qué y cómo se dio ese
proceso de instrumentalización del conflicto armado?
2. El factor decisivo: la concepción
militarista de la lucha insurgente
La guerrilla comunista colombiana
(FARC, ELN, EPL) surgió – con diferentes variantes – de la resistencia campesina
liberal que se fue acumulando desde los años 30s del siglo XX y que tuvo su
mayor desarrollo después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Su fundamento
principal fue la lucha “por la tierra para el que la trabaja” pero tenía
implícita la democratización del país.
Eso es un hecho que no se puede
desconocer. Por ello quienes rechazan ahistóricamente la lucha armada como
instrumento para hacer política en Colombia no pueden olvidar que efectivamente
la oligarquía liberal-conservadora, después de lo ocurrido con Gaitán, cerró
violentamente los mínimos espacios democráticos que existían y diseñó una
estrategia para liquidar cualquier tipo de movimiento gaitanista y
revolucionario que tuviera vínculos serios con el pueblo. Obligarlos a
“enmontarse” y aislarlos del conjunto de la población fue el método utilizado.
Sin embargo las guerrillas
comunistas no progresaron después de la desmovilización de los guerrilleros
liberales. Se ubicaron en focos de resistencia en zonas marginales y no
consiguieron conectarse políticamente con la lucha por la tierra que los
campesinos encabezados por la ANUC desarrollaron entre 1966 y 1974. Como ya existía una
decisión de insurrección armada contra el Estado, la lucha “legal” se convirtió
únicamente en una herramienta para reclutar dirigentes y activistas para
vincularlos a la lucha guerrillera. La política quedó en un segundo nivel.
Esa situación fue superada –
relativamente – por la dinámica encabezada y desarrollada por el M19. Dicha
guerrilla generó un movimiento político que entendió que la tarea central era
luchar por Paz y Democracia. Sin embargo, a pesar de los aciertos del M19, el
conjunto de las guerrillas existentes entran en la lógica diseñada por el
imperio de “ensuciar” las guerras de liberación nacional y se ven arrastradas
hacia una dinámica que las desnaturalizó y las aisló del conjunto de la
sociedad. Lastimosamente perdieron su norte ideológico en medio de la
confrontación armada.
La economía del narcotráfico; la
organización de grupos paramilitares financiados por la mafia, por grandes
terratenientes y campesinos ricos, y por empresarios nacionales y extranjeros; la
provocación; el asesinato selectivo; la contra-información y la infiltración de
las guerrillas; fueron las herramientas utilizadas para degradar la guerra y DEGRADAR a las fuerzas revolucionarias
que estaban comprometidas con la lucha armada. Poco a poco las diferentes
guerrillas se fueron involucrando en prácticas degradantes y contrarias al
espíritu de cambio y transformación que el momento exigía.
Graves errores se cometieron como
la toma del Palacio de Justicia (1985). Los capos del narcotráfico jugaron de
distractores de la lucha social y revolucionaria, el dinero fácil también tocó
y corrompió a muchos cuadros revolucionarios, y finalmente, pasamos de protagonizar
una confrontación de amplias dimensiones políticas a la dinámica de un
enfrentamiento estrecho, aislado y desgastante entre grupos armados por el
control de territorios y economías ilegales.
En 1990, el M19, Quintín Lame,
PRT y una parte del EPL se desmovilizaron, pero las FARC y el ELN se
mantuvieron en la lucha armada. Ya desde finales de la década de los años 80s
las FARC habían acelerado su proceso de crecimiento militar y de expansión
territorial apoyándose en la inyección de importantes recursos provenientes de
los impuestos con que gravaban la economía del narcotráfico.
Las FARC trataron de aprovechar
el ambiente de auge democrático popular creado por el M19 en esa década pero no
revisaron ni revaluaron sus concepciones militaristas que tenían – y aún tienen
– elementos ideológicos autoritarios y anti-democráticos. Jaime Bateman había
desarrollado nuevas ideas políticas que Jacobo Arenas nunca compartió y no pudo
asimilar.
Por tanto, el salto de ser una
guerrilla de autodefensa (hasta 1980) para convertirse en un “ejército del
pueblo” (a partir de 1983) se hace colocando el accionar armado sobre el
político. El auge nacionalista y democrático abierto por el M19 es interpretado
por las FARC de una forma mecanicista y el crecimiento de allí en adelante se
hace sobre la base de la logística, las finanzas, y el fortalecimiento militar,
aprobándose métodos como el secuestro y la extorsión, justificados como
“decretos revolucionarios al servicio de la guerra de liberación”.
La participación electoral de la
Unión Patriótica fue un instrumento subordinado al accionar militar. Así fue
como se sacrificaron conscientemente – sin que ello sirva para exculpar la
criminalidad oligárquica – miles de militantes comunistas por cuanto la mirada
y el objetivo se tenían puesto en la toma del poder por una guerrilla
triunfante que, acompañada por un pueblo insurrecto, derrocaría a la oligarquía
reaccionaria.
La línea militarista dentro de la
guerrilla se afirmó mucho más después del asesinato de Jaime Pardo Leal (1987).
No había más salida que el triunfo militar. Y es así como se entra en la
dinámica impuesta por el imperio. La guerra se agudiza entre grupos armados. Más
adelante se aprueba el Plan Colombia, la guerra contra las drogas se convierte
abiertamente en una guerra contra-insurgente, y la instrumentalización del
conflicto armado en Colombia se había logrado perfeccionar. Los años siguientes
son una demostración de esa estrategia del gran capital.
Es indudable que una visión militarista
de la lucha política revolucionaria, provocada y alimentada por la estrategia
del imperio y de la oligarquía, se convirtió en el factor decisivo para que la
guerrilla – poco a poco – fuera perdiendo, a los ojos del pueblo, su carácter
revolucionario, idealista, político, transformador y acaso, espiritual. De ser
una guerrilla alimentada por la resistencia campesina se pasó a ser un simple “grupo
armado ilegal”.
De allí a ser calificado de
“terrorista” y “narco-terrorista” sólo
fue un paso. Y lo más grave fue que la sociedad empezó a verlos como tales. Eso
ocurrió porque la misma guerrilla contribuyó con esa percepción cuando decidieron
– en una especie de delirio guerrerista y revolucionario “bien intencionado” –,
realizar ataques indiscriminados contra pueblos enteros, utilizar atentados con
explosivos y carros bombas en las ciudades, implementar las llamadas “pescas milagrosas”, acudir a la extorsión y
el secuestro generalizado contra campesinos ricos y medios, comerciantes y
empresarios medianos, e incluso contra negociantes menores en sus áreas de
influencia.
De ser una guerrilla política con
objetivos liberadores, especialmente las FARC, se fue convirtiendo en un
instrumento de sus enemigos. La instrumentalización del conflicto armado había
sido lograda y esa experiencia fue convertida en “doctrina” por el imperio.
Dicha estrategia ha sido aplicada en todo el mundo con mucho éxito.
3. La situación actual: el principal objetivo del “proceso de Paz”
Hoy ese proceso ya está en lo
fundamental terminado. Los estrategas imperiales saben que existen zonas donde
la guerrilla tiene unas “bases de apoyo” que históricamente construyeron en áreas
de colonización, en donde los campesinos todavía los respetan como una especie
de “Estado paralelo o alterno”. Sin embargo, ellos no los ven como expresiones
de un poder revolucionario que ponga en peligro su institucionalidad burguesa y
capitalista. Por el contrario, dichas fuerzas podrían convertirse en
instrumentos de orden y disciplina, en zonas donde el Estado no tiene
herramientas reales para ejercer su control. Eso es lo que no entienden los
“uribistas” que amplifican artificialmente el poder de la guerrilla y los
pintan como un poder subversivo de amplio espectro y potencia.
Lo que el establecimiento burgués
conoce es que en esas regiones han surgido gérmenes de una nueva burguesía
agraria que acumuló capitales provenientes de la economía del narcotráfico. Esa
burguesía emergente requiere de vías de penetración y ayuda del Estado para
vincular sus procesos productivos (principalmente ganadería y minería) al
mercado nacional. Y a eso le jala el gran capital: hay que formalizar esos
capitales como hicieron con los inmensos capitales que temporalmente fueron
canalizados por las “pirámides para-financieras”, como lo fueron DRFE y DMG. Esos
campesinos ricos – que son los que proveen de jornaleros del campo
(raspachines) a las marchas y movilizaciones “agrarias” – impulsan las zonas de
reserva campesina como una forma de impedir que el gran capital transnacional o
los grandes latifundistas se apoderen en el futuro de sus tierras. Y tienen
razón. Además, es posible hacerlo en esas áreas.
Hasta allí está dispuesta la
burguesía trans-nacionalizada y el imperio a transigir con la insurgencia. Es
lo que ya está concertado en los dos primeros puntos de los acuerdos, con
algunas salvedades y precisiones por acordar. En esas zonas la insurgencia o
sus dirigentes podrán hacerse elegir para corporaciones públicas o para cargos
ejecutivos. Poco a poco la gran burguesía transnacionalizada ha ido
convenciendo a los latifundistas y a los sectores más reaccionarios de la burguesía
agraria que esas concesiones son viables y posibles. Son necesarias para poder
pacificar al país y poder impulsar la segunda generación de neoliberalismo en
amplias regiones del territorio nacional. Para esas regiones los grandes
inversionistas nacionales y extranjeros preparan sus chequeras para participar
de la construcción de grandes obras de infraestructura e importantes proyectos
agroindustriales y minero-energéticos.
Ese es el centro nodal de los
acuerdos. Debe ser complementado por el tratamiento de las víctimas y las
garantías que exigen los insurgentes para insertarse en la vida civil. Estamos actualmente
en ese forcejeo. No está en cuestionamiento el modelo económico ni la
estructura burgués-capitalista del Estado. Eso está claro. El problema central
de la pugna consiste en que cada cual desea obtener el máximo nivel de
beneficios políticos a la hora de la firma e implementación de la terminación
del conflicto armado. El establecimiento no podía darse el lujo de entregar la
cabeza de Uribe o de los militares comprometidos en crímenes y la insurgencia
tampoco está dispuesta a aceptar cárcel para sus dirigentes y comandantes, lo
que significaría una verdadera derrota moral. En esos tires y aflojes juegan
los ceses unilaterales de fuegos, el desescalamiento de la confrontación, los
gestos humanitarios y también, los combates bélicos en medio de la negociación.
Pero todos saben que es cuestión de tiempo, de formas y maneras y que no hay
marcha a atrás.
Las ilusiones insurgentes y… ¿“vuelve la mula al trigo”?
El problema principal consiste en
que los comandantes guerrilleros no son conscientes del grado a que llegó la
instrumentalización del conflicto por parte del imperio y la oligarquía, o si
lo son, no lo pueden aceptar porque ello sería reconocer sus graves errores
políticos de tipo estratégico. Tratan de justificar – limitadamente – el
proceso de degradación de sus fuerzas, pero le achacan toda la responsabilidad
al Estado y a sus enemigos. Falta espíritu auto-crítico.
Y esa situación,
desgraciadamente, les impide entender que la principal tarea del momento es
salir lo más pronto posible del conflicto armado para dejarle el protagonismo a las fuerzas políticas y sociales que en
civilidad han venido luchando por democracia y por derrotar las políticas
neoliberales impuestas por el gran capital.
Por ello, en sus expresiones
retóricas, comunicados, artículos publicados en diferentes medios y en sus
actuaciones dejan ver que todavía continúan haciendo lecturas políticas
similares a las que tenían en 1983 en Casa Verde o en 1998 en el Caguán. Y
ello, le permite a la oligarquía y al imperio, seguir instrumentalizando el
conflicto y mantener la iniciativa frente a la paz.
Pareciera que la ilusión
insurreccional está allí latente. La lectura que hacían de las movilizaciones
agrarias de 2013, así lo indican. Están a la espera de un gran levantamiento
popular – ahora alimentado supuestamente por la crisis fiscal y económica – que
sirva de cobertura para conseguir lo que denominan “Paz con justicia social”.
Sueñan con comandar el
“movimiento democrático” y con ponerse a la cabeza de un levantamiento social
que les pudiera significar una salida por la “puerta grande” del conflicto
armado. Eso explica su planteamiento de convocar una Asamblea Nacional
Constituyente.
Pero la verdad es que el “bloque
de poder hegemónico dominante ” tiene por ahora el control. La gran mayoría de
la población colombiana rechaza a las FARC por todo lo que ha sucedido. Eso hay
que decirlo con crudeza, no para descalificar a las guerrillas ni para ocultar
los crímenes de Estado y de los paramilitares, sino porque es necesario y
urgente ser realistas, estar conectados con la realidad y así poder actuar con
coherencia. Es necesario recordar que Uribe construyó su fuerza política con
base en esa resistencia – y aún odio – que se acumuló entre gran parte de la
población colombiana contra la guerrilla. Y eso es un hecho, es verificable.
Si se avanza en la comprensión de
la historia vivida, si se ubican los errores, si se entiende la complejidad del
momento actual, la insurgencia podría dar un salto cualitativo, salirse de las
dinámicas conocidas y previstas por sus enemigos, y harían una contribución
enorme para que los movimientos sociales y los partidos políticos democráticos
y de izquierda puedan desarrollar en paz todo su potencial acumulado en el
pasado. Sería una contribución enorme e histórica.
Las consecuencias del acercamiento y unificación entre Santos y
Uribe
Hay que entender que, a pesar de
las apariencias, es Uribe el que termina cediendo en lo fundamental. La
burguesía transnacionalizada y el imperio han impuesto su política de “paz”.
Uribe patalea pero ya acepta la necesidad del diálogo, las negociaciones y la
salida política. Negociar su impunidad va allí de por medio, es parte del
forcejeo que genera sombras y bulla, pero es lo normal en un proceso tan
complejo.
Lo que podemos prever es un mayor
apretón en el terreno militar. Y en el terreno político Santos ha renunciado a
ganarse “por las buenas” a los 3 millones de votantes del “movimiento
democrático”. Tratará de mantener sus propias fuerzas clientelistas y se
reconciliará con las fuerzas de uribistas. Ya lo hace. Es la única forma que
tiene de lograr “gobernabilidad”.
Ello significa un viraje
fundamental en su política frente a las fuerzas democráticas y de izquierda. Aunque
haga esfuerzos de última hora por ganarse a Gustavo Petro con los anuncios demagógicos
sobre la financiación del Metro de Bogotá, que no pasan de ser un saludo a la
bandera, promesas de endeudarse a futuro, papeles y más papeles (cheque
simbólico) para engañar a la tribuna, la verdad es que Santos ya se casó con la
“ultraderecha”. Por algo compulsiva y nerviosamente la ataca como a un fantasma
cuando en la práctica ya duerme con ella.
Pero – en medio del nuevo
escalamiento y agudización de la guerra –, no van a demorar mucho tiempo en tratar
de relacionar, ligar e identificar a la izquierda legal con las guerrillas. Será
una nueva fase de “uribismo moderado”, garrote y zanahoria en nuevas dosis y
combinaciones. Ya lo veremos en la campaña para la Alcaldía de Bogotá. Hay que
estar alerta y preparados para ese tratamiento, que ya fue utilizado por Santos
contra el senador Robledo en el paro agrario.
Así, el eje de la dinámica
democrática y popular – sin abandonar la
presión para que avancen los acuerdos en La Habana – debe centrarse en la lucha
por conquistar la democracia, derrotar a los corruptos, y enfrentar las
políticas neoliberales en el terreno concreto de las conquistas sociales y
económicas. El reto por conseguir empleo digno, la defensa del medio ambiente, la
lucha por soberanía nacional frente a la arremetida de las transnacionales, la
consigna de impulsar la industrialización de nuestras materias primas, la renegociación
de la deuda pública, y demás tareas democráticas, deben ponerse a la orden del
día en medio de la unificación de las fuerzas democráticas y de izquierda que
ya se está produciendo tanto en el campo social como en el político.
Así, la táctica de aliarse con
“santistas” para derrotar al “uribismo” es cosa del pasado. Si algunos sectores
políticos mantienen esa práctica sólo será futo de las malas costumbres
adquiridas en tiempos pasados que consiste en tragarse unos “sapos” para poder
comer “mermelada”.
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