miércoles, 27 de mayo de 2015

DERECHA Y “ULTRA-DERECHA”… CADA VEZ MÁS CERCA

DERECHA Y “ULTRA-DERECHA”… CADA VEZ MÁS CERCA

Bogotá, 29 de mayo de 2015

Los últimos acontecimientos ocurridos en Colombia nos obligan a hacer un resumen de nuestros últimos artículos y a fundamentar con mayor precisión una serie de conceptos que son esenciales para entender la dinámica de la lucha social, política e ideológica que está en pleno desarrollo en el país.

Esperamos contribuir con el debate que existe al interior del movimiento democrático. Que este aporte ojalá sirva para ayudar a desenredar el ovillo teórico-político que nos impide tomar la iniciativa frente a un régimen que sólo puede ofrecer una “paz neoliberal” pero que intenta – demagógicamente – adornarla con “reformas democráticas”.

El deslindamiento entre Santos y Uribe representó en su momento la diferencia entre diversos intereses de clase o sectores de clase. Uribe, representa al gran latifundismo y a la gran burguesía agraria, y Santos a la burguesía trans-nacional. La clave del asunto es entender por qué se diferenciaron entonces (hace ya 4 años) y por qué se vuelven a unificar ahora.

Parte de las dificultades de la izquierda consisten, por un lado, en no percibir las diferencias y no saberlas aprovechar, y por el otro, en creer que las diferencias son antagónicas y crearse falsas ilusiones en supuestos sectores progresistas de la burguesía. Ese será uno de los temas a tratar.   

Introducción a partir de la coyuntura

Juan Manuel Santos no sabe cómo volver a diferenciarse de Uribe. Ataca a diario – con desespero y pose mediática – lo que él llama “ultraderecha”. Su imagen de “reformista” y “progresista” ha sido diezmada por los últimos acontecimientos. Él sabe que la diferenciación con Uribe le servía para engañar a algunos sectores de la sociedad. Claro, no quiere quedar en evidencia de una forma tan cruda, torpe y rotunda.

La careta finalmente cayó y su acercamiento e identificación con el “uribismo” es cada vez más visible. No sólo en el terreno de la política económica y social sino también en su apuesta por la paz. Esa política hoy tiene más de pacificación que de cualquier otra cosa. Y esa situación tiene importantes consecuencias políticas.  

Las FARC también han dicho que “Santos se dejó presionar por la ultraderecha enemiga de la paz.”[1] ¿Será que ellos también creían que Santos podía avanzar más? ¿Que sería capaz de concertar “una paz con justicia social”?  Si así lo creían, es una grave equivocación estratégica y conceptual. Significa que no han entendido a qué juega la burguesía transnacional y el imperio.

Es importante reconocer que Santos trazó en su momento una línea diferente a la de Uribe. El desprestigio alcanzado a nivel internacional por el gobierno uribista por los crímenes cometidos y por la cooptación del Estado a manos de diversas mafias, obligó a la burguesía a realizar una serie de cambios. Por ello Santos se atrevió a dar un viraje en las relaciones internacionales e iniciar los diálogos de paz. Impulsó aparentes reformas en restitución de tierras y reparación de víctimas. Se deslindó temporal y parcialmente de su antecesor. Pero no podía ir más allá. Su “paz” siempre ha sido neoliberal y su cordón umbilical con Uribe lo frenaba.  

Aunque las fuerzas democráticas lo empujáramos a “ir más allá”, tendríamos que haber sabido que él no podría “sacrificar totalmente a Uribe”. Deberíamos tener claro que en algún momento limarían sus diferencias. El uno (Uribe) presionado por la justicia, y el otro (Santos),  por su anterior complicidad con Uribe. No podían tensionar la cuerda más allá de cierto límite. Sus intereses estratégicos (oligárquicos) estaban en juego. El imperio finalmente les ha llamado la atención y les ha impuesto orden y disciplina.

La orientación imperial parte de aprovechar al máximo los graves errores cometidos por la insurgencia. Lograr una “paz neoliberal” con limitadas concesiones “democráticas” es su meta. Saben que el ataque en Buenos Aires (Cauca), en abril pasado, que violó el cese de fuegos declarado unilateralmente por las FARC, forzó un punto de quiebre que obligó a Santos a reversar decisiones tan importantes como la de suspender los bombardeos aéreos. Ello le permitió a Uribe “treparse en el carro de la paz” (Ver: http://bit.ly/1Lpyceb) y hoy ser “su principal copiloto” (Ver: http://bit.ly/1SBf6XV).  

La nueva política diseñada por Washington en el marco de su obligada “distensión” con América Latina (Cuba y Venezuela, al frente), le ofrecerá a Uribe ciertos niveles de perdón e impunidad para él, sus cómplices y los militares comprometidos en crímenes, a cambio de flexibilizar sus posiciones frente a las concesiones que la burguesía transnacional está dispuesta a hacerle a la guerrilla con tal de conseguir condiciones óptimas para garantizar una fluida y permanente inversión capitalista que el régimen necesita con urgencia. 

Uribe y Santos van a seguir aparentando diferencias pero en lo fundamental se van  a poner de acuerdo (Ver: http://bit.ly/1Ax5Gab). La crisis fiscal y económica latente e incubándose, y los avances del movimiento democrático y de izquierda, los obliga a anteponer intereses sectoriales y a trazar una acción que combine lo “mejor” de los métodos uribistas (presión y acoso militar, mañas mediáticas, infiltración y provocación ilegal, etc.) y lo más cualificado de los procedimientos santistas (apariencias reformistas, engaños diplomáticos, “buenas maneras”, respeto formal a la legalidad, etc.).           

De nuestro lado, del campo democrático y  popular, nos faltó ser más finos y sagaces para aprovechar las fisuras al interior del bloque dominante. Además de empujar a Santos hacia la Paz y hacia un rompimiento definitivo con Uribe, deberíamos estar preparados para mostrar las razones que impedían a Santos ir más allá. Estar atentos para desenmascararlo con claridad, firmeza y oportunidad ante el conjunto de la población y la comunidad internacional. Sus fisuras y contradicciones – que no son antagónicas – pudieron ser mucho más aprovechadas. Esa es parte de nuestras deficiencias políticas, no saber explotar hasta las más mínimas diferencias existentes entre nuestros contradictores. Es la esencia de la política. 

Incluso en este momento un sector de la izquierda no reconoce o no entiende la importancia de las diferencias que en su momento separaron a Santos de Uribe. E igualmente, el otro sector de esa izquierda, todavía no acepta la nueva fase de acercamiento entre el principal representante del latifundismo reaccionario y el primer mandatario. Por un lado, los esquemas “estrategistas” y la incapacidad para responder tácticamente a la coyuntura, impidieron apreciar la importancia de esas contradicciones y, por el otro, las ilusiones puestas en Santos no le permiten a estos otros sectores políticos reaccionar con eficacia ante la evidencia de los hechos que están en desarrollo.

Por ello es importante y necesario reiterar una serie de conceptos que se olvidan o que no se quieren aceptar. Y hay que hacerlo para poder salir de un conflicto que no le genera beneficios a la sociedad colombiana y que impide el desarrollo del movimiento democrático y el fortalecimiento de las luchas sociales y populares.

Desarrollaremos a continuación – un poco en extenso – algunos de esos planteamientos y afirmaciones, que básicamente son:

1.    El conflicto armado fue instrumentalizado por el imperio y la oligarquía colombiana.

2.    La causa principal de esa instrumentalización fueron las concepciones militaristas predominantes al interior de la insurgencia (compartidas por un sector de la izquierda).

3.    La “paz neoliberal” es un hecho irreversible pero a pesar de todo es aprovechable por el movimiento democrático.

1.    La instrumentalización del conflicto armado por el gran capital

El conflicto armado fue instrumentalizado por el imperio y por las clases dominantes colombianas. Fue puesto al servicio de una estrategia de intervención territorial, de despoblamiento del campo, de despojo de las tierras campesinas, de apropiación de los recursos naturales – principalmente petroleros, mineros y los mismos territorios –, y de una política de destrucción, debilitamiento y/o exterminio de las organizaciones populares.

Y ello se puede comprobar haciéndole seguimiento a la forma como se ha desarrollado la guerra en Colombia. Los ejes y énfasis que la oligarquía le ha puesto a la guerra han estado ligados a necesidades estratégicas del gran capital. Ya tienen un formato estandarizado: al principio dejan que la economía del narcotráfico o de la minería ilegal, hagan su trabajo de descomposición social, de destrucción de economías locales y de debilitamiento del tejido social. Saben que es un caldo de cultivo y centro de atracción para grupos armados ilegales: guerrilla y paramilitares.

Después viene la guerra en toda su crudeza y horror con la intervención de ejército y policía. Es lo que hoy sucede en el Cauca y Nariño. No les interesa tanto destruir o aniquilar a las fuerzas insurgentes. Su objetivo es desplazar a la población. “Limpiar” o despejar el campo. Importantes recursos naturales estratégicos están en la mira, ya sean tierras, biodiversidad, minas de oro o carbón, y sobre todo, petróleo. Y de esa forma han ido desplazando de un lado para otro a la guerrilla. Jugando al gato y al ratón. Usándola para su estrategia de expansión territorial y de expulsión de la población nativa, campesina mestiza, indígena y afrodescendiente.  

Así, primero fue el Magdalena Medio, después Urabá. Allí destruyeron la organización de los trabajadores agrícolas más importante que ha existido en Colombia: Sintrainagro. Más adelante pasaron al Caquetá, Putumayo, Guaviare, Meta, la Orinoquía. Luego el Norte del Valle del Cauca y Chocó se pusieron en la mira. Hoy son el Cauca y Nariño (Costa Pacífica). Así desplazaron entre 4,5 y 5,9 millones de personas convirtiendo a Colombia en el país con más desplazados del mundo (Ver: http://bit.ly/1zml4EX) y se despojaron cerca de 6,6 millones de hectáreas (Ver: http://bit.ly/1HLf0XT) entre 1980 y 2010. 

En el Cauca se cumplen dos objetivos: uno, desplazar a miles de familias afrodescendientes que en la Costa Pacífica y en municipios como Suárez y Buenos Aires son un obstáculo para que las grandes transnacionales mineras entren a operar con técnicas de explotación a “cielo abierto”. Y en el Norte del Cauca se busca quebrantar la resistencia indígena nasa, que es una amenaza real para los grandes empresarios de los ingenios productores de azúcar y etanol.       

Este proceso de instrumentalización de la lucha armada insurgente en Colombia no fue fruto de una decisión única ni resultado de un momento de inspiración táctica. Se fue dando en el camino. Fue consecuencia de un proceso en el que la guerrilla colombiana se fue convirtiendo – claro, inconscientemente – en un “conejillo de indias”. Fue parte de un aprendizaje para los estrategas imperiales que les ha servido para desarrollar y perfeccionar  sus “guerras de 4ª generación”.

¿Por qué y cómo se dio ese proceso de instrumentalización del conflicto armado?  

2.    El factor decisivo: la concepción militarista de la lucha insurgente

La guerrilla comunista colombiana (FARC, ELN, EPL) surgió – con diferentes variantes – de la resistencia campesina liberal que se fue acumulando desde los años 30s del siglo XX y que tuvo su mayor desarrollo después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Su fundamento principal fue la lucha “por la tierra para el que la trabaja” pero tenía implícita la democratización del país.

Eso es un hecho que no se puede desconocer. Por ello quienes rechazan ahistóricamente la lucha armada como instrumento para hacer política en Colombia no pueden olvidar que efectivamente la oligarquía liberal-conservadora, después de lo ocurrido con Gaitán, cerró violentamente los mínimos espacios democráticos que existían y diseñó una estrategia para liquidar cualquier tipo de movimiento gaitanista y revolucionario que tuviera vínculos serios con el pueblo. Obligarlos a “enmontarse” y aislarlos del conjunto de la población fue el método utilizado.

Sin embargo las guerrillas comunistas no progresaron después de la desmovilización de los guerrilleros liberales. Se ubicaron en focos de resistencia en zonas marginales y no consiguieron conectarse políticamente con la lucha por la tierra que los campesinos encabezados por la ANUC desarrollaron  entre 1966 y 1974. Como ya existía una decisión de insurrección armada contra el Estado, la lucha “legal” se convirtió únicamente en una herramienta para reclutar dirigentes y activistas para vincularlos a la lucha guerrillera. La política quedó en un segundo nivel.

Esa situación fue superada – relativamente – por la dinámica encabezada y desarrollada por el M19. Dicha guerrilla generó un movimiento político que entendió que la tarea central era luchar por Paz y Democracia. Sin embargo, a pesar de los aciertos del M19, el conjunto de las guerrillas existentes entran en la lógica diseñada por el imperio de “ensuciar” las guerras de liberación nacional y se ven arrastradas hacia una dinámica que las desnaturalizó y las aisló del conjunto de la sociedad. Lastimosamente perdieron su norte ideológico en medio de la confrontación armada.

La economía del narcotráfico; la organización de grupos paramilitares financiados por la mafia, por grandes terratenientes y campesinos ricos, y por empresarios nacionales y extranjeros; la provocación; el asesinato selectivo; la contra-información y la infiltración de las guerrillas; fueron las herramientas utilizadas para degradar la guerra y DEGRADAR a las fuerzas revolucionarias que estaban comprometidas con la lucha armada. Poco a poco las diferentes guerrillas se fueron involucrando en prácticas degradantes y contrarias al espíritu de cambio y transformación que el momento exigía.

Graves errores se cometieron como la toma del Palacio de Justicia (1985). Los capos del narcotráfico jugaron de distractores de la lucha social y revolucionaria, el dinero fácil también tocó y corrompió a muchos cuadros revolucionarios, y finalmente, pasamos de protagonizar una confrontación de amplias dimensiones políticas a la dinámica de un enfrentamiento estrecho, aislado y desgastante entre grupos armados por el control de territorios y economías ilegales.

En 1990, el M19, Quintín Lame, PRT y una parte del EPL se desmovilizaron, pero las FARC y el ELN se mantuvieron en la lucha armada. Ya desde finales de la década de los años 80s las FARC habían acelerado su proceso de crecimiento militar y de expansión territorial apoyándose en la inyección de importantes recursos provenientes de los impuestos con que gravaban la economía del narcotráfico.

Las FARC trataron de aprovechar el ambiente de auge democrático popular creado por el M19 en esa década pero no revisaron ni revaluaron sus concepciones militaristas que tenían – y aún tienen – elementos ideológicos autoritarios y anti-democráticos. Jaime Bateman había desarrollado nuevas ideas políticas que Jacobo Arenas nunca compartió y no pudo asimilar.       

Por tanto, el salto de ser una guerrilla de autodefensa (hasta 1980) para convertirse en un “ejército del pueblo” (a partir de 1983) se hace colocando el accionar armado sobre el político. El auge nacionalista y democrático abierto por el M19 es interpretado por las FARC de una forma mecanicista y el crecimiento de allí en adelante se hace sobre la base de la logística, las finanzas, y el fortalecimiento militar, aprobándose métodos como el secuestro y la extorsión, justificados como “decretos revolucionarios al servicio de la guerra de liberación”.

La participación electoral de la Unión Patriótica fue un instrumento subordinado al accionar militar. Así fue como se sacrificaron conscientemente – sin que ello sirva para exculpar la criminalidad oligárquica – miles de militantes comunistas por cuanto la mirada y el objetivo se tenían puesto en la toma del poder por una guerrilla triunfante que, acompañada por un pueblo insurrecto, derrocaría a la oligarquía reaccionaria.

La línea militarista dentro de la guerrilla se afirmó mucho más después del asesinato de Jaime Pardo Leal (1987). No había más salida que el triunfo militar. Y es así como se entra en la dinámica impuesta por el imperio. La guerra se agudiza entre grupos armados. Más adelante se aprueba el Plan Colombia, la guerra contra las drogas se convierte abiertamente en una guerra contra-insurgente, y la instrumentalización del conflicto armado en Colombia se había logrado perfeccionar. Los años siguientes son una demostración de esa estrategia del gran capital.

Es indudable que una visión militarista de la lucha política revolucionaria, provocada y alimentada por la estrategia del imperio y de la oligarquía, se convirtió en el factor decisivo para que la guerrilla – poco a poco – fuera perdiendo, a los ojos del pueblo, su carácter revolucionario, idealista, político, transformador y acaso, espiritual. De ser una guerrilla alimentada por la resistencia campesina se pasó a ser un simple “grupo armado ilegal”.

De allí a ser calificado de “terrorista”  y “narco-terrorista” sólo fue un paso. Y lo más grave fue que la sociedad empezó a verlos como tales. Eso ocurrió porque la misma guerrilla contribuyó con esa percepción cuando decidieron – en una especie de delirio guerrerista y revolucionario “bien intencionado” –, realizar ataques indiscriminados contra pueblos enteros, utilizar atentados con explosivos y carros bombas en las ciudades, implementar las llamadas  “pescas milagrosas”, acudir a la extorsión y el secuestro generalizado contra campesinos ricos y medios, comerciantes y empresarios medianos, e incluso contra negociantes menores en sus áreas de influencia.

De ser una guerrilla política con objetivos liberadores, especialmente las FARC, se fue convirtiendo en un instrumento de sus enemigos. La instrumentalización del conflicto armado había sido lograda y esa experiencia fue convertida en “doctrina” por el imperio. Dicha estrategia ha sido aplicada en todo el mundo con mucho éxito.    

3. La situación actual: el principal objetivo del “proceso de Paz”

Hoy ese proceso ya está en lo fundamental terminado. Los estrategas imperiales saben que existen zonas donde la guerrilla tiene unas “bases de apoyo” que históricamente construyeron en áreas de colonización, en donde los campesinos todavía los respetan como una especie de “Estado paralelo o alterno”. Sin embargo, ellos no los ven como expresiones de un poder revolucionario que ponga en peligro su institucionalidad burguesa y capitalista. Por el contrario, dichas fuerzas podrían convertirse en instrumentos de orden y disciplina, en zonas donde el Estado no tiene herramientas reales para ejercer su control. Eso es lo que no entienden los “uribistas” que amplifican artificialmente el poder de la guerrilla y los pintan como un poder subversivo de amplio espectro y potencia.

Lo que el establecimiento burgués conoce es que en esas regiones han surgido gérmenes de una nueva burguesía agraria que acumuló capitales provenientes de la economía del narcotráfico. Esa burguesía emergente requiere de vías de penetración y ayuda del Estado para vincular sus procesos productivos (principalmente ganadería y minería) al mercado nacional. Y a eso le jala el gran capital: hay que formalizar esos capitales como hicieron con los inmensos capitales que temporalmente fueron canalizados por las “pirámides para-financieras”, como lo fueron DRFE y DMG. Esos campesinos ricos – que son los que proveen de jornaleros del campo (raspachines) a las marchas y movilizaciones “agrarias” – impulsan las zonas de reserva campesina como una forma de impedir que el gran capital transnacional o los grandes latifundistas se apoderen en el futuro de sus tierras. Y tienen razón. Además, es posible hacerlo en esas áreas.

Hasta allí está dispuesta la burguesía trans-nacionalizada y el imperio a transigir con la insurgencia. Es lo que ya está concertado en los dos primeros puntos de los acuerdos, con algunas salvedades y precisiones por acordar. En esas zonas la insurgencia o sus dirigentes podrán hacerse elegir para corporaciones públicas o para cargos ejecutivos. Poco a poco la gran burguesía transnacionalizada ha ido convenciendo a los latifundistas y a los sectores más reaccionarios de la burguesía agraria que esas concesiones son viables y posibles. Son necesarias para poder pacificar al país y poder impulsar la segunda generación de neoliberalismo en amplias regiones del territorio nacional. Para esas regiones los grandes inversionistas nacionales y extranjeros preparan sus chequeras para participar de la construcción de grandes obras de infraestructura e importantes proyectos agroindustriales y minero-energéticos.

Ese es el centro nodal de los acuerdos. Debe ser complementado por el tratamiento de las víctimas y las garantías que exigen los insurgentes para insertarse en la vida civil. Estamos actualmente en ese forcejeo. No está en cuestionamiento el modelo económico ni la estructura burgués-capitalista del Estado. Eso está claro. El problema central de la pugna consiste en que cada cual desea obtener el máximo nivel de beneficios políticos a la hora de la firma e implementación de la terminación del conflicto armado. El establecimiento no podía darse el lujo de entregar la cabeza de Uribe o de los militares comprometidos en crímenes y la insurgencia tampoco está dispuesta a aceptar cárcel para sus dirigentes y comandantes, lo que significaría una verdadera derrota moral. En esos tires y aflojes juegan los ceses unilaterales de fuegos, el desescalamiento de la confrontación, los gestos humanitarios y también, los combates bélicos en medio de la negociación. Pero todos saben que es cuestión de tiempo, de formas y maneras y que no hay marcha a atrás.   

Las ilusiones insurgentes y… ¿“vuelve la mula al trigo”?

El problema principal consiste en que los comandantes guerrilleros no son conscientes del grado a que llegó la instrumentalización del conflicto por parte del imperio y la oligarquía, o si lo son, no lo pueden aceptar porque ello sería reconocer sus graves errores políticos de tipo estratégico. Tratan de justificar – limitadamente – el proceso de degradación de sus fuerzas, pero le achacan toda la responsabilidad al Estado y a sus enemigos. Falta espíritu auto-crítico.

Y esa situación, desgraciadamente, les impide entender que la principal tarea del momento es salir lo más pronto posible del conflicto armado para dejarle el protagonismo a las fuerzas políticas y sociales que en civilidad han venido luchando por democracia y por derrotar las políticas neoliberales impuestas por el gran capital.

Por ello, en sus expresiones retóricas, comunicados, artículos publicados en diferentes medios y en sus actuaciones dejan ver que todavía continúan haciendo lecturas políticas similares a las que tenían en 1983 en Casa Verde o en 1998 en el Caguán. Y ello, le permite a la oligarquía y al imperio, seguir instrumentalizando el conflicto y mantener la iniciativa frente a la paz.

Pareciera que la ilusión insurreccional está allí latente. La lectura que hacían de las movilizaciones agrarias de 2013, así lo indican. Están a la espera de un gran levantamiento popular – ahora alimentado supuestamente por la crisis fiscal y económica – que sirva de cobertura para conseguir lo que denominan “Paz con justicia social”.

Sueñan con comandar el “movimiento democrático” y con ponerse a la cabeza de un levantamiento social que les pudiera significar una salida por la “puerta grande” del conflicto armado. Eso explica su planteamiento de convocar una Asamblea Nacional Constituyente.

Pero la verdad es que el “bloque de poder hegemónico dominante ” tiene por ahora el control. La gran mayoría de la población colombiana rechaza a las FARC por todo lo que ha sucedido. Eso hay que decirlo con crudeza, no para descalificar a las guerrillas ni para ocultar los crímenes de Estado y de los paramilitares, sino porque es necesario y urgente ser realistas, estar conectados con la realidad y así poder actuar con coherencia. Es necesario recordar que Uribe construyó su fuerza política con base en esa resistencia – y aún odio – que se acumuló entre gran parte de la población colombiana contra la guerrilla. Y eso es un hecho, es verificable.

Si se avanza en la comprensión de la historia vivida, si se ubican los errores, si se entiende la complejidad del momento actual, la insurgencia podría dar un salto cualitativo, salirse de las dinámicas conocidas y previstas por sus enemigos, y harían una contribución enorme para que los movimientos sociales y los partidos políticos democráticos y de izquierda puedan desarrollar en paz todo su potencial acumulado en el pasado. Sería una contribución enorme e histórica.  

Las consecuencias del acercamiento y unificación entre Santos y Uribe

Hay que entender que, a pesar de las apariencias, es Uribe el que termina cediendo en lo fundamental. La burguesía transnacionalizada y el imperio han impuesto su política de “paz”. Uribe patalea pero ya acepta la necesidad del diálogo, las negociaciones y la salida política. Negociar su impunidad va allí de por medio, es parte del forcejeo que genera sombras y bulla, pero es lo normal en un proceso tan complejo.

Lo que podemos prever es un mayor apretón en el terreno militar. Y en el terreno político Santos ha renunciado a ganarse “por las buenas” a los 3 millones de votantes del “movimiento democrático”. Tratará de mantener sus propias fuerzas clientelistas y se reconciliará con las fuerzas de uribistas. Ya lo hace. Es la única forma que tiene de lograr “gobernabilidad”.

Ello significa un viraje fundamental en su política frente a las fuerzas democráticas y de izquierda. Aunque haga esfuerzos de última hora por ganarse a Gustavo Petro con los anuncios demagógicos sobre la financiación del Metro de Bogotá, que no pasan de ser un saludo a la bandera, promesas de endeudarse a futuro, papeles y más papeles (cheque simbólico) para engañar a la tribuna, la verdad es que Santos ya se casó con la “ultraderecha”. Por algo compulsiva y nerviosamente la ataca como a un fantasma cuando en la práctica ya duerme con ella.  

Pero – en medio del nuevo escalamiento y agudización de la guerra –, no van a demorar mucho tiempo en tratar de relacionar, ligar e identificar a la izquierda legal con las guerrillas. Será una nueva fase de “uribismo moderado”, garrote y zanahoria en nuevas dosis y combinaciones. Ya lo veremos en la campaña para la Alcaldía de Bogotá. Hay que estar alerta y preparados para ese tratamiento, que ya fue utilizado por Santos contra el senador Robledo en el paro agrario.  

Así, el eje de la dinámica democrática y  popular – sin abandonar la presión para que avancen los acuerdos en La Habana – debe centrarse en la lucha por conquistar la democracia, derrotar a los corruptos, y enfrentar las políticas neoliberales en el terreno concreto de las conquistas sociales y económicas. El reto por conseguir empleo digno, la defensa del medio ambiente, la lucha por soberanía nacional frente a la arremetida de las transnacionales, la consigna de impulsar la industrialización de nuestras materias primas, la renegociación de la deuda pública, y demás tareas democráticas, deben ponerse a la orden del día en medio de la unificación de las fuerzas democráticas y de izquierda que ya se está produciendo tanto en el campo social como en el político.

Así, la táctica de aliarse con “santistas” para derrotar al “uribismo” es cosa del pasado. Si algunos sectores políticos mantienen esa práctica sólo será futo de las malas costumbres adquiridas en tiempos pasados que consiste en tragarse unos “sapos” para poder comer “mermelada”.  


[1] Declaraciones de Ricardo Téllez, “alias” Rodrigo Granda, 22-04-2015. 

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