Los fuegos artificiales de Trump
Hacia un nuevo orden
geopolítico mundial en medio de la confusión y la tensión…
TRUMP GANA TIEMPO E IMPONE SU POLÍTICA GLOBAL
Popayán, 30 de mayo
de 2017
“Cambia lo superficial, cambia también lo
profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo”.
M. A. Casillo (interpretada por Mercedes Sosa)
Cuando el gobierno de los EE.UU.
encabezado por Trump ordenó el ataque con misiles a la base militar de Siria,
autorizó el lanzamiento de la “madre de todas las bombas” en Afganistán y amagó
con re-dirigir la flota de guerra hacia las cercanías de la costa de Corea del
Norte, la mayoría de analistas pensaron que la administración estadounidense
había cedido totalmente a las presiones de los “globalistas[1]”
orientados por Clinton, que representan los intereses del complejo
militar-industrial y de la burguesía financiera global.
Trump –indudablemente– estaba en
ese momento contra la pared. Sus enemigos internos lo obligaron a separar de su
gobierno a importantes y cercanos colaboradores (Flynn, Bannon y otros), y explotando
el tema de la supuesta intervención ilegal de Rusia en las elecciones pasadas consiguieron
posicionar en la matriz de opinión pública la idea de que el presidente electo sabía
de las filtraciones digitales que debilitaron electoralmente a Hilary Clinton.
Sin embargo, la forma
como se hicieron los ataques (calculados para causar los menores daños) y los
anuncios bélicos de Trump (diseñados para producir el mayor impacto), dejó ver
que eran verdaderos “fuegos artificiales” para despistar y ganar tiempo. El equipo
estratégico del magnate gringo había definido desde un principio darle prioridad
a los problemas internos que afectan a la economía. Están seguros que pueden
recuperar la hegemonía norteamericana en el mundo para lo cual han decidido dar
un giro estratégico a su política internacional. Ello no significa una reducción
inmediata de los gastos militares pero si un viraje sustancial en la política medio-ambiental
y una mengua en la ayuda a gobiernos aliados (http://bit.ly/2ne9lI5).
Así lo ha confirmado en todos sus
encuentros con gobernantes extranjeros. En su visita a Arabia Saudí lo hizo explícito:
“Tomaremos decisiones basadas en los
resultados del mundo real, no en una ideología inflexible, nos guiaremos por
las lecciones de la experiencia, no por los confines del pensamiento rígido, y
cuando sea posible, buscaremos reformas graduales, no una intervención
repentina”. Ante 37 líderes de naciones árabes y musulmanas reafirmó su
decisión de acabar con ISIS (Daesh) y dijo: “Las naciones del Medio Oriente no pueden esperar a que el poder
estadounidense aplaste a este enemigo por ellos” (http://bit.ly/2rR4wXz).
Esa línea de pensamiento y de
acción estratégica pareciera abrirse camino en el mundo. En esa visita Trump marcó
la prioridad de atacar y destruir a ISIS, lo que significa continuar con su política
de superar por la vía consensuada con Rusia la situación de Siria y de Ucrania,
lo que lo aleja del eje Inglaterra-Israel. Macron, el presidente francés,
avanza por ese camino en su reunión con Putin cuando dice: “Nuestra prioridad absoluta es la lucha
contra el terrorismo y la erradicación de grupos terroristas y en particular
Daesh” (http://bit.ly/2rjOuEZ).
La pretensión de los gobiernos
que están asumiendo esa conducta es desactivar el terrorismo islámico por la
vía de reducirle apoyo político, quitarle financiación internacional y
debilitar su influencia ideológica. Además, todos ellos, estadounidenses,
europeos y rusos saben que China, al no involucrarse de lleno en las
intervenciones armadas, avanza con consistencia en el terreno económico
expandiendo sus relaciones e inversiones en todo el mundo. Europa se siente más
sola que nunca y empieza a ser consciente de ello, como lo expresó hace poco Ángela
Merckel (http://bit.ly/2sanMfY).
El cambio de estrategia
geopolítica que se empieza a imponer en los gobiernos de las grandes potencias no
se hace por “voluntad pacifista” o por “consideraciones humanitarias” sino por
necesidades urgentes y pragmatismo económico. No significa que dejen de ser imperialistas
y que vayan a abandonar sus prácticas intervencionistas. La guerra mediática,
la confrontación en el terreno monetario, las presiones económicas, la
instrumentalización de la “paz” (como se hace en Colombia), son las
herramientas apropiadas para este instante.
De acuerdo a lo previsto, lo que
ocurre en Venezuela no tiene ninguna posibilidad de convertirse en una intervención militar por
parte de EE.UU. o de la OTAN. Esa “guerra” es un ejercicio sistémico-complejo para
desgastar y llevar al límite al gobierno de Maduro-Cabello para obtener más
concesiones para sus empresas transnacionales tanto en el área del petróleo
como en el Arco Minero y otros. Además, de paso desprestigian la “revolución
bolivariana” mientras diseñan estrategias para recuperar el control en América
Latina.
Los grandes damnificados son los
gobiernos y la inteligencia militar de Inglaterra e Israel que están quedando
colgados de la brocha. Y también, los analistas geopolíticos que anunciaron el
apocalipsis nuclear en cabeza del “diablo” Trump, o los que previeron su caída
inmediata.
El mundo cambia…
[1]
Los “globalistas del siglo XXI” son la vanguardia política de la burguesía
financiera global. No piensan en términos nacionalistas pero utilizan los
Estados nacionales para promover su política intervencionista y guerrerista; usan
la inestabilidad y la tensión geopolítica para engañar a los pueblos y a los
trabajadores de sus mismos países y para monopolizar el control de recursos
naturales estratégicos. Es la “política de contención” de Kennan perfeccionada
exponencialmente y llevada a su límite funcional. Trump también la aplica pero con
pragmatismo y no la quiere convertir en ideología. (Nota del Autor).
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