La encrucijada de las Farc y
el fenómeno político-electoral que encabeza Gustavo Petro
CUÁNTO NOS CUESTA ENTENDER QUÉ ES EL “PODER”
Popayán, 7 de mayo de
2018
“La paz nunca podrá ser
concesión de ‘los de arriba’ sino construcción de ‘los de abajo’.”
Sorprendentes acontecimientos ocurren en Colombia. En pocos meses han
confluido dos fenómenos que generan una nueva situación política en este país
suramericano. Las Farc dejan de ser un factor político importante y, Gustavo
Petro, candidato progresista de la Colombia Humana, surge como el principal
referente de la inconformidad e indignación popular. Ambos hechos están íntimamente relacionados.
Que en tan poco tiempo un
“ejército del pueblo”, como el que imaginó y apoyó abiertamente el presidente
Chávez en la coyuntura 2006-2013, hubiera casi desaparecido como fuerza
beligerante (social, política, militar y hasta simbólica), es algo que no
entienden y no asimilan muchas personas.
Que la fuerza de esa organización se haya diluido en el imaginario colectivo en
tan poco tiempo, es algo que se debe de entender y explicar porque es… ¡casi
increíble!
Pero también es sorprendente y en
apariencia contradictorio que hoy esté en pleno desarrollo un alentador
movimiento popular al calor de la campaña electoral de Gustavo Petro, candidato
que hizo parte del proyecto político-militar M19 que se deslindó de las Farc en
la década de los años 70s del siglo XX, y que acaba de plantear en una
intervención pública en Florencia (Caquetá) que “Después que las Farc
transformó esta sociedad en uribista, Colombia Humana la convierte en
vanguardia democrática para cambiar la historia de Colombia” (https://bit.ly/2HYolB8).
Para explicarnos estos hechos es necesario
revisar lo ocurrido con el llamado “proceso de paz” y la evolución de las Farc a
lo largo de las últimas décadas. Es pertinente aclarar que esta reflexión no
desconoce los esfuerzos y buenas intenciones de las personas que sacrificaron
sus vidas y sus familias en las luchas protagonizadas por las insurgencias
colombianas; por el contrario, por respeto a esas experiencias estamos
obligados a evaluar en profundidad las lecciones que deja todo este proceso y,
así, entender lo que ha significado la “lucha por el poder” y la transformación
social en nuestro país.
Pensamos –en primera instancia– que
los “errores” que cometieron los dirigentes de las Farc en la tarea de
convertirse en fuerza política sin armas, eran “casi” inevitables. Lo paradójico
es que si no los hubieran cometido, hoy Gustavo Petro no tendría ninguna
posibilidad de ser elegido presidente de la república porque el uribismo
estaría inoculando miedo con el supuesto poder de las Farc. Pero, al “casi”
desaparecer como fuerza contendiente (armada y/o desarmada), el velo de la desinformación
empezó a caer al no contar con ningún punto de apoyo.
Es necesario anotar que desde las
negociaciones del Caguán (1998-2001) se percibió un marcado triunfalismo en la
lectura que hacían los dirigentes de las Farc sobre la correlación de fuerzas
alcanzada hasta ese momento. Estaban convencidos –al igual que Sendero Luminoso
en el Perú de 1990– que habían logrado un equilibrio estratégico frente a las
fuerzas del Estado.
En reciente texto planteamos que
“el triunfalismo es resultado de no estar preparado para el triunfo o la
derrota. La confianza desmedida en las propias fuerzas y la subestimación de las
fuerzas del contrario, es una combinación letal que lleva al fracaso” (https://bit.ly/2Kw2fYb). Hay que insistir en
ese tema. Veamos en el caso de las Farc como se expresó ese triunfalismo.
¿Cómo se manifestó el triunfalismo de las Farc?
Desde el inicio de las
negociaciones en La Habana se notaba entre los dirigentes de las Farc que para
ellos el solo hecho de que el Estado colombiano estuviera dispuesto a construir
un “proceso de paz” era visto como un gran triunfo a pesar de los duros golpes
militares que habían sufrido a manos del ejército oficial. De acuerdo con esa
percepción, negociar de tú a tú con su enemigo histórico era un gran logro que
podría ser un punto de apoyo para tener una buena carta de presentación ante la
sociedad y el pueblo, y entrar a la “vida civil” por la puerta grande.
De acuerdo a dicha lectura, entre
más logros se obtuvieran en la mesa de negociación a favor de los “humildes”,
los campesinos, las “víctimas” y la sociedad, mayor capital político acumularían
para ser actores de la construcción de la “paz con justicia social”. Todo parecía
lógico y viable.
Después, durante el proceso de la
firma de los acuerdos y la refrendación del Plebiscito, fue más visible ese triunfalismo.
Celebraron antes de tiempo con los delegados de los frentes guerrilleros en los
Llanos del Yarí y en Cartagena con el gobierno y la “comunidad internacional”. Y
ni siquiera la derrota del SI (y del NO), a manos de las mayorías escépticas e
inconformes que se abstuvieron, fue asimilada por sus dirigentes como un
llamado de atención.
Viene ahora el drama. En la firma
de los recortados acuerdos (05.12.2016) lanzan su propuesta de “gobierno de
transición” que debía contar con el apoyo y las fuerzas sociales y políticas del
SI. La teoría de la “paz pura y simple” se mostró en toda su dimensión. Era una
paz pactada con representantes de la oligarquía pero era visible (pero no
reconocido) que el grueso de las fuerzas dominantes –no solo del uribismo sino
del mismo gobierno– mostraba rechazo al acuerdo. La perfidia exhibió desde entonces
su rostro pero “algo” cegaba a los miembros de las Farc.
Las señales de que el Estado no
iba a cumplir eran más que evidentes. Ninguno de los partidos de la coalición
de gobierno se jugó a fondo en el Plebiscito. Meses atrás, Santos con todas las
fuerzas dominantes habían nombrado un Fiscal General y un Procurador de su
agrado y por consenso. El primero, ficha del poder plutocrático para sabotear
la implementación de los acuerdos y, el segundo, un demagogo para dorar la
píldora pero sin poder real. Promovían los acuerdos de boca para afuera
mientras preparaban todos los fierros para frenar sus alcances. Y así lo
hicieron con posterioridad.
Pero el otro aspecto que
sustentaba el triunfalismo consistía en que los dirigentes farianos estaban
convencidos que contaban con una fuerza política real y/o potencial; daban por
sentado que la fuerza de las armas iba a ser reemplazada por el apoyo de las
comunidades donde habían permanecido a lo largo de cuatro (4) o más décadas y,
además, creían que la simpatía de amplios sectores del pueblo colombiano podía
ser convertida en fuerza electoral. No era esa la realidad.
Su desconexión radicaba en que no
eran conscientes que la mayoría de la población colombiana los rechazaba y
adversaba. No lo creían, no lo podían entender y, parece, todavía no lo
entienden. No se les pasaba por la cabeza que las acciones irracionales que
cometieron contra la población civil en medio de la degradación de la guerra,
pudiera haber causado un impacto tan negativo entre amplios sectores de la
sociedad que afectara su imagen de luchadores revolucionarios.
Ese “algo” es la esencia de la desconexión
de la realidad. Ilusión simbólica y fantasía se unen en esos casos (Lacan). Su
imaginario los lleva a verse como liberadores del pueblo y a que la sociedad los
percibiera como pacíficos gobernantes del posconflicto. La ilusión consistía en
que su pueblo los eligiera y la fantasía en que las castas dominantes les facilitara
ese tránsito triunfal a la legalidad. Así, parece que ingenuamente, se
involucraron (y ayudaron) a construir la “paz” que necesitaban el imperio y la
oligarquía colombiana. Esa es la trampa de la que hoy no logran salir.
La “paz pura y simple”
Hemos planteado en numerosos
artículos desde noviembre de 2011 que así como el imperio logró
instrumentalizar la guerra ahora quiere usar la paz para lograr sus objetivos
en Colombia y la región (https://bit.ly/18u7aWh).
En el momento en que arrancan las negociaciones, Barack Obama se encontraba
aplicando la política de distensión con Cuba y acercamiento con gobiernos de
América Latina para tratar de recuperar la iniciativa política y económica en
la región frente a los avances geoestratégicos de Rusia, China e Irán en
América Latina.
Pero en el caso de Colombia la
situación era particular. Los costos de la guerra contra las guerrillas eran
insostenibles; la insurgencia había sido fuertemente golpeada en los dos (2) gobiernos
de Uribe y en el primer año de Santos, y era el momento de obtener su
desmovilización; y, lo más urgente, el modelo dependiente del petróleo, carbón,
oro y de la economía del narcotráfico, mostraba agotamiento. Amplios
territorios aptos para los agro-negocios y el turismo (Altillanura del Orinoco
y el Chocó bio-geográfico), podrían ser despejados de la violencia política, y
los inversionistas estaban listos para financiar grandes proyectos.
Además, tenían la experiencia
positiva de 1991. Por entonces, al calor de los “procesos de paz” con el M19,
EPL, PRT Y MAQL[1], se aprobó una nueva Constitución
Política, se abrió espacio legal a los guerrilleros desmovilizados y
reinsertados con una recortada “apertura democrática” y se aplicaron políticas
neoliberales. La izquierda legal que se organizó desde entonces ha tenido
posibilidad de gobernar en municipios y departamentos, incluso en la capital de
la república, sin que hasta el momento representara algún peligro para su
institucionalidad “democrática”.
Con ese diseño se podría decir
que toda la izquierda y los demócratas estaban conformes. Se afirmaba con
sentido pragmático: es mejor una “paz imperfecta” que una guerra fratricida.
Así fue cómo surgió la teoría de la “paz simple y pura”, que según esa
concepción, sería una etapa en donde Colombia podría superar la violencia
política y fortalecer un ambiente de reconciliación y de avance de la
democracia que le facilitaría condiciones a las fuerzas de izquierda para
acceder al gobierno central e impulsar las reformas para hacer realidad la
justicia social. ¡Qué fácil!
Conflicto armado instrumentalizado por el imperio
En este momento es importante
hacer un recorderis. Las Farc-Ep
después de ser durante más de veinte (20) años una construcción y expresión de
resistencia campesina e indígena, especialmente en regiones de gran tradición
de lucha por la defensa y la recuperación de la tierra (regiones del Cauca,
Huila, Tolima y Valle situadas en los alrededores volcán del Huila) y en zonas
de colonización, se fue convirtiendo en una especie de “policía rural” y,
después de un largo proceso que se describe a continuación, se transformó en un
verdadero ejército mercenario al servicio del mejor postor.
No importaba que su discurso
fuera “bolivariano”, “revolucionario” o de “izquierda”, su práctica efectiva y
real consistía en ser un regulador de la economía y en un garante de la
estabilidad social en regiones marginales que controlaban con la fuerza de sus
armas. Es evidente que a pesar de las buenas intenciones de algunos dirigentes
y de estructuras internas de la guerrilla, en realidad eran los sectores
sociales más pudientes, aquellos que pagaban mayores impuestos (burguesía
emergente) los que direccionaban y se aprovechaban de ese poder. No obstante,
la guerrilla era un poder, se sentía poderosa y hacía sentir su fuerza (era su
Talón de Aquiles).
Ese control territorial parcial y
en permanente desplazamiento por diversas regiones del país, fue resultado de
confrontaciones a lo largo de décadas (1980-2016) con las fuerzas oficiales del
Estado, con fuerzas paramilitares y delincuenciales, con otros grupos
guerrilleros y con sectores de la población que se resistía, pero también, fue
fruto de una estrategia imperial y oligárquica que permitió ese fortalecimiento
y expansión territorial de las guerrillas para instrumentalizarlo a favor del
capital. No fue algo premeditado y planeado desde un principio en todos sus
detalles pero los estrategas imperiales desde la época de la violencia de los
años 50s fueron armando una destreza y experticia que a la larga se convirtió
en un método muy efectivo, enriquecido con experiencias obtenidas en otras
regiones y continentes.
Al calor de esa lucha por el
control territorial, alimentado por el combustible del narcotráfico y la
minería ilegal, el gran capital transnacional utilizó el conflicto armado para
despojar, desalojar, desarraigar, desplazar y descomponer a millones de
familias campesinas y colonas (afros, indígenas y mestizos) de las diversas
regiones estratégicas del país y realizó en forma simultánea una exitosa
contrarreforma agraria armada; además, despejó amplios territorios poseedores
de enormes riquezas naturales que en la actualidad hacen parte del más grande
programa que existe en la región de inversiones capitalistas en megaproyectos
energéticos, mineros, turísticos y agro-negocios de exportación
(agro-combustibles, palma, soya, cafés robustas, etc.).
Simultáneamente, mantuvo y
aprovechó durante todo este tiempo la economía criminal que le reporta enormes
ganancias a sus conglomerados financieros y le sirve de excusa para desarrollar
la supuesta “guerra contra las drogas”, que usa para manipular en su favor –con
la complicidad de la oligarquía servil– a un Estado fallido que es punta de
lanza imperial para la región (Alianza del Pacífico). También, irriga en la
economía colombiana algunos recursos de la industria del narcotráfico que
alimentan el mercado interno, sirven de capitalización a grupos económicos
“nacionales” y atenúan las condiciones de miseria en que vive el pueblo y el
país que de no contar con ese capital “ilegal” pero legalizado en voz baja (entre
2-4 puntos del PIB) ya hubiera sufrido una explosión social de grandes
dimensiones (como ha sucedido en países vecinos).
De paso utilizaban la amenaza
castro-comunista encarnada en las guerrillas para atemorizar a amplios sectores
de la sociedad, reprimían violenta, amplia y selectivamente a las luchas
sociales de resistencia e impedían el surgimiento de una alternativa política
de izquierda que pudiera canalizar la inconformidad social y poner en peligro
su hegemonía. Era un pastel apetitoso y bien adobado que cínicamente presentan
como la “democracia más estable del continente”.
La dinámica posterior a la desmovilización de las Farc-Ep
Los hechos que están ocurriendo y
se están empezando a conocer después de la firma de los acuerdos entre el
gobierno y las Farc-Ep, y de la desmovilización y concentración de los
integrantes de la guerrilla en lugares aislados de esas zonas de control
insurgente, corroboran estos análisis que ya desde hace varios años nos habíamos
atrevido a plantear pero que eran desechados o desconocidos por quienes creían
que era resultado de una visión sesgada de la realidad o fruto de supuestos
rencores u odios anti-farianos.
Una vez se retiran las Farc de
esas regiones, otros grupos armados menos organizados y disciplinados entran a
operar en esas zonas para garantizar el desarrollo y la “estabilidad” de esa
economía “ilegal” y criminal. Los dueños y financiadores locales, regionales e
internacionales del negocio no tenían otro camino que estimular y abrirle
espacio a grupos paramilitares llamados “Bacrim”, a disidencias de las Farc o a
otras guerrillas (ELN, EPL) para que asumieran el reemplazo de la intervención
armada. De lo contrario el negocio sufriría graves problemas relacionados con
el control social y la seguridad. Y como se suponía, el Estado no iba a
comprometerse con esa tarea ya que tenía que mantener la apariencia del combate
al narcotráfico.
Las confrontaciones entre policía
y ejército con comunidades cocaleras en Nariño y otras regiones (empujadas por
la presión diplomática de Trump); la guerra entre el Eln y el Epl en el
Catatumbo; las escaramuzas en el norte del Cauca y el sur del Valle; y tantos
hechos relacionados con el control territorial que suceden a lo largo y ancho
del territorio nacional hacen parte de esa recomposición que va a continuar y
se va a agudizar, porque el negocio continúa y es próspero. Los programas de sustitución
de cultivos solo tocan la periferia de las zonas de colonización profunda que
ha penetrado verdaderas selvas en regiones donde el Estado no tiene control ni
quiere controlar. Y menos van a tener viabilidad frente a la desbandada que se
está produciendo en los centros de reincorporación de los combatientes farianos
que ven cómo el gobierno incumple y cómo el cerco de la muerte les respira en la
nuca.
Y además, dichos programas no
tienen ningún futuro frente a la crisis del sector agrario tradicional como lo
comprueban los problemas estructurales de los caficultores, paneleros,
arroceros, lecheros y ganaderos, y otros pequeños y medianos productores
agrícolas que en la actualidad están a punto de movilizarse nuevamente ante la
caída de la tasa de cambio, los altos precios de los insumos y la volatilidad
del precio internacional del grano y otras materias primas. Y eso sin contar la
crisis económica y fiscal que por ahora el gobierno ha ralentizado pero que se
expresa en el bajón creciente del consumo, el bajo crecimiento de la industria
y el desempleo que se viene disparando en las grandes ciudades.
Además, el incumplimiento de los
acuerdos por parte del gobierno (y del establecimiento oligárquico en general)
y las decisiones políticas de la dirigencia de la Farc (en singular), dejan ver
cómo la prometida y anhelada paz es un imposible mientras la casta dominante
esté en el poder y en el gobierno.
Fundamentos del triunfalismo de las Farc
Las Farc en su triunfalismo
sobredimensionaron su fuerza y subestimaron la de sus enemigos. La
sobredimensión de su fuerza se basó en lo siguiente (síntesis):
- Creer que el conjunto del
movimiento social los apoyaba o los iba a apoyar; ya fuera a través de sus organizaciones
y movilizaciones o por medio de votos.
- Idealizar las movilizaciones
“campesinas” que ellos controlaban desde zonas de colonización porque tenían la
fuerza coercitiva de las armas para lograr el apoyo de las “burguesías
emergentes” (campesinos ricos cocaleros, mineros ilegales, otros intermediarios
de la narco-economía), que les facilitaba movilizar a miles de jornaleros de
zonas de colonización (especialmente “raspachines”), y les daba apariencia de
fuerza. Lo grave era que no eran conscientes que después de su desmovilización
y desarme ese “poder” desaparecería muy rápido. Y pareciera que no conocían el grado
de burocratización de esas organizaciones.
- Creer en la fuerza de los
acuerdos escritos y de los decretos aprobados por el Estado (fetichización de
la ley). Por ello el desgaste en los detalles de los documentos. Si no hay una
fuerza social y política que empuje, todo eso se queda en el papel (tierras,
víctimas, reforma política, etc.). Y –¡ojo!– le puede pasar también a un
gobernante que confíe demasiado en el “poder electoral” y el Estado heredado,
cuando tiene todo el poder económico, la burocracia, el ejército y hasta las
costumbres del pueblo, tirando para otro lado a lo que él se propone hacer.
- Confiar en la burguesía
transnacional y en la burocrática; creer en la palabra de negociadores que solo
se representan a sí mismos. Santos es un burgués consciente de su tarea,
hipócrita y cínico por naturaleza. Incluso utilizaron a gentes ingenuas y bien
intencionadas como Humberto De la Calle y Sergio Jaramillo. Esa creencia se
basaba en considerar que efectivamente esa burguesía estaba dispuesta a
sacrificar a los grandes terratenientes (de vieja data, unos de origen
esclavista y otros surgidos de las mafias despojadoras de tierras) y a Uribe.
Calcularon mal y “comieron” de amague.
La subestimación de la fuerza de
sus enemigos se apoyó igualmente en lo siguiente (síntesis):
- Sobrestimaron la crisis global del capitalismo.
- Sobredimensionaron el declive del imperio
estadounidense que es una consecuencia también de idealizar la fuerza de los
“procesos de cambio” de América Latina.
- No leyeron los cambios que se venían en el
gobierno estadounidense y la derechización del mundo.
- Idealizaron la contradicción entre Uribe y
Santos.
Con base en lo anterior
confundieron su derrota política (minimizando también su debilitamiento
militar) con un supuesto “empate” que a ellos les sabía a triunfo.
Pero además, muchos de los jefes,
que ya no convivían con sus tropas, no eran conscientes de los fenómenos
socio-económicos que ocurrían en sus regiones y del grado de descomposición de
sus filas que se ha descrito arriba.
La paz que se firmó en Colombia
En Colombia formalmente se
concertó el fin del conflicto armado entre las Farc y el Estado. Todos los
componentes, formalidades y protocolos hacen suponer que efectivamente se
concertó la paz. No obstante, la verdad está muy lejos de lo que significa ese
hecho.
La paz se hace entre fuerzas
antagónicas que tienen la fuerza simbólica y material para hacer cumplir los
acuerdos. El establecimiento imperial lo tenía todo; ellos, las Farc, muy poco.
Solo sus armas y en ello radicaba la “trampa”. Una vez desarmados quedaron
“valiendo huevo” como dijo Iván Márquez. Pero, mantenerse armados tampoco
servía para nada desde el punto de vista político. Era el embeleco que ellos
mismos ayudaron a armar y no lograron desenmarañar.
Las Farc en realidad no eran una
amenaza para el sistema ni para el régimen, eran un estorbo para las nuevas
inversiones pero no una amenaza sistémica. Ellos sí se lo creían y sus
simpatizantes alimentaban esa ilusión. No eran conscientes de su
instrumentalización por cuenta de los poderosos, de que habían sido usados,
programados, manipulados por sus enemigos. Incluso, si había alguien que
hiciera esfuerzos por mostrarles esa realidad, lo calificaban de enemigo.
La paz que se firmó en Colombia
fue un desarme con un objetivo ideológico-político y un interés material:
deslegitimar la rebelión y desprestigiar todo tipo de insurgencia; convencer a
los oprimidos que es mejor acomodarse a su sistema y recibir migajas que
arriesgarse a una aventura revolucionaria. Lo que tenemos hoy es una paz
“perrata”; una paz programada y controlada mientras se mantiene la violencia
contra el pueblo como lo confirman las innumerables muertes de dirigentes
sociales y de excombatientes farianos durante los quince (15) meses después de
firmada la “paz”, y el gobierno incumple en amplios porcentajes lo acordado; es
la violencia estructural contra el pueblo propia de un régimen de oprobio, de
despojo y de muerte[2].
Política y desconexión de la realidad
Lo que va quedando en la retina
del observador desapasionado es que en las Farc ya no había un pensamiento ni una
práctica revolucionaria. Su política solo era retórica. La valerosa y digna
resistencia campesina e indígena de sus orígenes, los sueños inspirados por la
revolución cubana, los años de trabajo de formación política al calor de una
guerra de guerrillas invencible dirigida por un auténtico rebelde como lo fue
Pedro Antonio Marín (Manuel Marulanda Vélez o Tirofijo), habían quedado atrás. Hoy
el escenario es otro; se conserva la sigla (Farc) pero ahora es una rosa pálida
y desteñida la que identifica a la rebelión domesticada.
No solo fueron los cerca de cinco
(5) años de negociaciones en La Habana los que llevaron a ese estado de cosas a
fogueados y experimentados dirigentes comunistas y comandantes guerrilleros. La
verdad es que ellos y ellas en los diferentes frentes y en las regiones que
controlaban con su presencia armada disfrutaron durante mucho tiempo de un inmenso
poder. Pero no era un poder revolucionario; no era un poder alimentado por la
fuerza organizada de las comunidades de esas regiones; no era un poder surgido
de la democracia popular de los colonos, de los campesinos pobres o de los
jornaleros cocaleros. No, no era ese tipo de poder.
Eran una fuerza sostenida con recursos
del narcotráfico y de otras economías ilegales (y legales) que funcionaba como
un poder externo a las comunidades, un poder que representaba a las nuevas
clases emergentes que en esas regiones –después de tanto tiempo– acumularon
tierras y capitales y que no creen en revoluciones o en causas libertarias de
“los de abajo”. Eran un poder alterno al poder capitalista pero no eran una
alternativa revolucionaria y anti-sistémica. “El poder corrompe” dice el pueblo
y esa verdad es la que hoy se constata en carne propia en lo que queda de ese
proyecto insurgente.
Es algo similar a lo que ocurre
con algunos “procesos de cambio” de diversos
países de América Latina; después de heroicos y épicos momentos jacobinos
protagonizados por campesinos, indígenas y pobladores de barrios populares, los
dirigentes se convierten en cabeza de los gobiernos “progresistas” y poco a
poco se tornan en administradores eficientes y exitosos de los Estados heredados.
Se colocan al servicio del gran capital, aprenden las mañas corruptas de los
explotadores y politicastros, y con discursos revolucionarios pero prácticas
absolutamente conservadoras se convierten en la “nueva clase política”. Y hasta
arman su “teoría” que es la del “control y la espera”; “la centralización
estatal y el elogio de la derrota” como afirma Salvador Schavelzon[3]
(https://bit.ly/2IiDLn1)[4].
Conclusión
No es fácil ponerse en los
zapatos de los dirigentes de las Farc. La ilusión de “poder” los ha colocado en
una situación más que incómoda. La oligarquía sigue aparentando acciones en pro
de la “consolidación de la paz” mientras hace montajes para desacreditarlos
como luchadores revolucionarios y condenarlos al ostracismo[5].
Ahora son segundones actores de reparto. Hay que traer a los ex presidentes Felipe
González y José “Pepe” Mujica para que los medios de comunicación cubran los
eventos de verificación de los acuerdos. Algunos comandantes que mantienen la
rebeldía y la dignidad no se prestan a ese juego. Pocos creen en pantomimas.
Pero a pesar de todo, importantes
sectores del pueblo colombiano que –en su instintivo saber y en su popular intuición–
desconfiaban de la falsa paz de Santos, hoy están al lado de Gustavo Petro y de
la Colombia Humana fortaleciendo un proyecto político que se alimenta de
fuerzas comunitarias y de múltiples resistencias acumuladas en el tiempo. Ese estimulante
proceso de lucha tiene mucho que
aprender de lo sucedido con las Farc y también de las experiencias de los países
vecinos para no caer en los errores y falencias que nos frustran por el camino
y nos llevan a encrucijadas históricas.
Sólo si construímos dinámicas organizativas
propias entre las comunidades y los trabajadores podremos superar la “ilusión
de poder” que nos llevan a elaborar sueños fantasiosos que nos conducen a la
derrota.
Nota:
Queda pendiente el análisis del proceso de la Colombia Humana y el movimiento
popular de carácter electoral que encabeza el candidato progresista Gustavo
Petro.
[1] M19: Movimiento 19 de
abril (nacionalista); EPL: Ejército Popular de Liberación (maoísta); PRT: Partido
Revolucionario de los Trabajadores (fracción marxista-leninista); y MAQL:
Movimiento Armado Quintín Lame (indígena). Nota del Autor.
[2] Ver Informe del Secretario
General sobre la Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Colombia, puntos
14, 49, 50, 51, 52 y 86. https://bit.ly/2FUyih0
[3]
Salvador Schavelzon (2018). “Reseña y ensayo crítico - Teoría de la revolución
en Álvaro García Linera: centralización estatal y elogio de la derrota”.
Rebelion.org https://bit.ly/2IiDLn1
[4] Cuando nuestros
“movimientos” solo se basan en “discursos” que aparentemente tendrían
concreción “desde arriba”, apoyándose en el aparato del Estado heredado pero
que no tienen conexión o realidad efectiva en los movimientos sociales (y
políticos) existentes en la “sociedad de abajo”, se corre el peligro de lo que
denominamos el “aborto revolucionario”. En esos procesos el sujeto social
colectivo se auto-derrota y delega su poder en la gestión “desde arriba”. Surgen,
muchas veces desde su seno, nuevos burócratas y parásitos pintados de
“rojo-rojito” que se apoderan del aparato de Estado para supuestamente hacer la
“revolución desde arriba”, por medio de decretos y convenios con los grandes capitalistas
y centros financieros mientras el pueblo se contenta con subsidios y otras
dádivas “sociales”. Y claro, para dorar la píldora se debe mantener la retórica
anti-imperialista y anti-oligárquica mientras los capitalistas continúan
llenándose sus bolsillos de enormes ganancias obtenidas en medio de aparentes “tensiones
y luchas por hacer realidad la democracia plebeya”. Lo estamos viviendo en toda
América Latina con mayor visibilidad en Nicaragua y Venezuela pero el “virus
ideológico” que produce ese tipo de “aborto” está presente en todos los “procesos
de cambio” de la región. Es herencia del siglo XX. Nota del Autor.
[5]
Caso del dirigente fariano Jesús Santrich acusado de narcotráfico. Ver: https://bit.ly/2KKIz31 y https://bit.ly/2wlBVx9.
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