MOMENTO DE QUIEBRE SIN ACTOR ALTERNATIVO
Popayán, 2 de
noviembre de 2016
En la Colombia de 1990, la burguesía
transnacional en ascenso que se impuso sobre la débil burguesía industrial que sobrevivía
precariamente desde la primera mitad del siglo XX, y que lo hizo canalizando a
través del sector financiero las divisas (US$) que irrigaba en el país la
economía del narcotráfico, necesitaba un pacto político para imponer su
política neoliberal usando como cobertura un “acuerdo de paz” y una supuesta apertura
democrática.
En años anteriores habían logrado
desaparecer mediante el magnicidio a cuatro candidatos presidenciales que
podían ser obstáculo para sus planes. Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo
Ossa, Luis Carlos Galán Sarmiento y Carlos Pizarro León-Gómez fueron asesinados
utilizando como “gatilleros directos” a las mafias narco-paramilitares pero
detrás de esos crímenes estaba la clase política corrupta sirviente del gran
capital.
La nueva Constitución Política de
1991 fue presentada como un “pacto de paz” y como un dechado de virtudes, “la
más avanzada carta de derechos humanos de América Latina”, que le garantizaría
la inclusión, el bienestar, el progreso y la democracia a los sectores
excluidos de la sociedad como a los pueblos indígenas y afrodescendientes, a los
trabajadores, y a todos los sectores discriminados por una sociedad y un Estado
colonial, patriarcal y pre-moderno.
Pero nada de eso pasó. Todo se
quedó en el papel. La guerra continuó y se agudizó. El paquete neoliberal fue
implementado con prontitud. Se aprobaron las privatizaciones y aparecieron las
EPS para la explotación mercantil de la salud. Los fondos de pensiones, hoy en
manos de bancos extranjeros, se apoderaron de los ahorros de los trabajadores.
Los recursos naturales y las pocas empresas nacionales fueron entregados al
Gran Capital. La flexibilización laboral acabó con los derechos de los
trabajadores. Una aplanadora neoliberal nos pasó por encima.
Pero eso no les ha bastado. Hoy
quieren más. Necesitan otro “pacto de paz” para encubrir el segundo paquete
neoliberal, más virulento que el primero. La resistencia a los mega-proyectos
minero-energéticos y las luchas populares contra la extracción petrolera, los
ha alertado. Ésta es protagonizada no sólo por pueblos indígenas y comunidades
campesinas sino por amplios sectores ciudadanos como ocurre en Bucaramanga e
Ibagué frente a proyectos depredadores del Páramo de Santurbán y de “La Colosa”
en Cajamarca (Tolima).
Pero además, frente a la quiebra
de la “locomotora minera” y la caída internacional de los precios del petróleo se
vieron obligados a cambiar sus planes de inversión extranjera, que es la única
fórmula que tienen para “modernizar” el país y ponerlo –en teoría– a la altura
de los países que hacen parte de la OCDE. Ahora su intención es entregar
amplias extensiones de tierra y zonas francas turísticas para que empresas transnacionales
inviertan en opulentos negocios. De ahí, el afán de desarmar a las guerrillas y
de aplicar reformas “estructurales” como la tributaria para atraer al gran
capital y bajar los costos de la mano de obra.
Sin embargo, para poder hacerlo
había que armar un escenario similar al de 1991. Ofrecer y montar otro “pacto
de paz” con una nueva apertura democrática. Contaban con unas guerrillas
debilitadas en lo político pero fuertes en lo económico y que se sostienen en
lo militar. Debían convencerlas para integrarse a la vida legal con algunas
“gabelas”. Pero no contaban con que una buena parte de la sociedad no cree ni
en las guerrillas ni en la paz que ofrecía el gobierno oligárquico.
No previeron que un político como
Uribe, su socio y cómplice de tiempos recientes, a quien creían desgastado
políticamente porque sus principales colaboradores han sido condenados por
múltiples delitos, muchos de los cuales están en la cárcel o huyendo en el
exterior, fuera a canalizar la inconformidad popular con un gobierno ineficiente
y con un proceso de paz demagógico y, lograra derrotarlos en el plebiscito
refrendatario. Pero sucedió. Hoy negocian con ese expresidente y otros
promotores del NO, nuevos acuerdos para superar el “impase”.
Lo especial del momento, lo que
lo diferencia de 1991 y lo que muestra las enormes fisuras que tiene el actual
modelo de dominación, es que esta vez la trampa no funcionó. No es sólo que los
derrotó el NO sino que frente a la campaña estatal que contaba con todo el
apoyo internacional, la ONU, el Papa, la mayoría de partidos políticos
incluidos los alternativos y de izquierda, y los medios de comunicación, no
consiguieron movilizar a las mayorías.
No es cualquier cosa lo ocurrido.
Después de un mes la mayoría de los analistas, incluyendo los de izquierda, no
lo entienden. Insisten en señalar aspectos accidentales y no concluyentes. La desconfianza
acumulada ante un gobierno débil y mentiroso, el hastío frente a la clase
política y el rechazo a las FARC, le facilitaron la tarea a Uribe que fue un ganador
casual y sorprendido. Es lo enigmático para ellos. ¿Quién en verdad los
derrotó? ¿Cómo pudo suceder? No pueden aceptar lo evidente y no tienen otro camino
que aferrarse a lo trillado.
La tragedia colombiana es que no
existe una fuerza democrática, deslindada
del bloque de poder, diferenciada de Santos, Uribe y las FARC, que
aproveche este “vacío de poder” para canalizar la desconfianza de las mayorías
frente al establecimiento político. Lo poco que existe, como son algunas
personalidades al interior de los “verdes”, “progresistas” y del Polo
Democrático, no se esforzaron por construir ese “otro referente” que en las
actuales condiciones estaría jugando como fiel de la balanza y a la ofensiva.
Las fuerzas democráticas tenemos
un año (2017) para corregir sobre la marcha. La meta es derrotar a todos los demagogos
y corruptos en las elecciones de 2018. ¿Podremos hacerlo? O… ¿definitivamente
le dejaremos esa tarea a las nuevas generaciones?
Pienso que hay que intentarlo. La
gente está allí, la inconformidad está a la vista, el momento es propicio. La
polarización Santos-Uribe muestra agotamiento. Las reservas democráticas están
latentes, solo se necesita pensamiento estratégico y decisión. Si nuestra iniciativa tiene en cuenta las
causas de lo ocurrido el 2 de octubre, muchas personas que votaron por el
NO y buena parte de los que lo hicieron por el SI, van a apoyar una propuesta
que rompa con lo existente y tradicional. Muchos abstencionistas pueden ser
movilizados.
Se necesita desprendimiento personal y grupista, espíritu ciudadano
y una visión política que rompa con el partidismo desgastado. No lo dudemos… ¡Hagámoslo!
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