EL TRIUNFO DE TRUMP Y EL NUEVO DESORDEN GLOBAL
Popayán, 15 de
noviembre de 2016
“La revolución social no puede sacar su poesía del pasado, sino
solamente del porvenir”.
K. Marx
Algunos analistas plantean que el
triunfo de Trump en las elecciones de los EE.UU. del pasado 8 de noviembre se
explica porque se presentó una especie de “golpe de Estado” o un “golpe
mediático” orquestado por las filtraciones del FBI, la guerra informática de
Julián Assange (Wikileaks) y la intervención del gobierno ruso, relacionadas
con malos manejos de correos digitales y corrupción diplomática internacional
por parte de Hilary Clinton. Además, se argumenta también que la decadencia de
los EE.UU., que no es sólo económica sino política y cultural, se debe al
acierto de la política y la estrategia de los gobiernos ruso y chino encabezados
por Vladimir Putin y Xi Jinping. Intentaremos rebatir tales ideas por
considerar que no se basan en hechos reales.
¿Realmente qué efectos tuvo la
filtración del FBI? De acuerdo a los datos nacionales de votación “popular”, la
candidata Clinton ganó por más de 2 millones de votos. Esa era la ventaja que
anunciaban las encuestas a la fecha de esa filtración y realmente se mantuvo.
Lo que se observa claramente es que el triunfo de Trump se basó en ganar la
votación en los Estados claves (o sea, los que históricamente tienen un
comportamiento “errático” o “voluble” como son Carolina del Norte, Florida,
Ohio, y otros 3 o 4 estados), en donde el mensaje fuerte frente a la migración
tenía mayor impacto. Pero, todas las cifras y análisis muestran que la ventaja decisiva
la obtuvo Trump entre los trabajadores blancos de los Estados más afectados por
la desindustrialización de los EE.UU. (“anillo o cordón del óxido” ubicados
alrededor de los Grandes Lagos). No hay ninguna prueba científica o estadística
de que la causa determinante de los resultados de esa elección se pueda
explicar con base en esa filtración de información por parte del FBI.
Con relación a la decadencia de
EE.UU. en el ámbito de la economía mundial, diversos estudios revelan otra
lectura. A partir de las evidencias de inversión, movimientos financieros y
otros seguimientos realizados por centros especializados, entre otros por la Conferencia
de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo UNCTAD[1],
se demuestra que la transferencia de capital del mundo estadounidense y europeo
hacia “países en desarrollo” ha sido un factor fundamental en los cambios
ocurridos a nivel planetario. Es decir, no es la habilidad o la sapiencia estratégica
de los rusos o chinos la que determina ese declive o decadencia estructural. Fueron
los mismos grandes capitalistas estadounidenses los que diseñaron lo que
algunos llaman la “re-estructuración post-fordista” (teorizada, construida y
experimentada en Japón entre 1970-80), la que llevó, en gran medida a la
desindustrialización de grandes regiones de los EE.UU. y Europa.
El objetivo principal de esa
política implementada en todo el mundo por el Gran Capital consistía en
sobre-explotar la fuerza de trabajo debido a la reducción creciente de tasa
absoluta de ganancia[2]
en muchos países del mundo occidental y de otras naciones en donde los
trabajadores habían conseguido importantes conquistas en el área de los derechos
laborales y en donde la industria manufacturera no era competitiva. Por tanto,
se requería no sólo desregularizar la legislación laboral sino exprimir al
máximo la tasa de ganancia relativa, buscando mayor productividad, alargar la
jornada de trabajo, disminuir los gastos de seguridad industrial y laboral y,
sobretodo, bajar los salarios. Además, había que acabar con los llamados “tiempos
muertos”, lo que implicaba “liquidar” o “deslocalizar” una buena parte de la
infraestructura productiva subutilizada para poder reducir los costos de
producción. Esa política significó un cambio gigantesco en el orden capitalista
global que sólo ahora está siendo sentido por millones de personas y que genera
fenómenos políticos como los de Trump.
Dicha política se concretaba en
los llamados procesos de deslocalización, transectorización, desconcentración y
descentralización de los procesos productivos, acompañados del proceso de “financiarización
de la economía”, la promoción de guerras y campañas para asegurar fuentes de
materias primas y recursos naturales (ahora en el siglo XXI, también, la
desposesión de tierras) para garantizar nuevas formas de acumulación por
despojo y obtener réditos por especulación financiera. De tal manera que,
detrás del supuesto éxito de los chinos y de otros “tigres asiáticos” está un
capital transnacional que ya no tiene patria, que tuvo su origen en el mundo
occidental pero que hoy es global. A ese Gran Capital ya no le interesa el “sueño
americano” ni mucho menos el “destino manifiesto”, aunque utiliza los
conflictos de raza, etnia, religión, cultura, género u otros, para impedir que la
población identifique el verdadero enemigo de clase: la plutocracia financiera
global.
En ese sentido seguir colocando
al frente de toda explicación el análisis geopolítico es como morderse la cola.
Es evidente que no se puede negar la existencia de los “juegos de poder” entre bloques
burocráticos y políticos “nacionales”, regionales e internacionales, y que
tampoco se puede desconocer la existencia de sentimientos chovinistas, nacionalistas,
racistas, xenófobos o machistas, entre millones de personas, pero estos sentimientos
ya son muy diferentes a los que existían a principios del siglo XX y que fueron
utilizados para desencadenar las dos guerras mundiales. Dichos sentimientos ya
no tienen como base ideológica real a la “gloriosa patria”, ahora los sufren
millones de trabajadores y clases medias asustadas porque su mundo “rosa” está
siendo afectado por crisis económicas cada vez más recurrentes y/o está siendo amenazado
por migraciones incontroladas de masas de pobres desheredados del mundo
periférico arrasado por décadas de globalización neoliberal.
Es por todo lo anterior que
tenemos que volver a los análisis de clase, y ayudar a orientar a los
trabajadores del mundo entero que no tienen una teoría que les permita entender
los fenómenos actuales que arrasan con sus vidas. Esos trabajadores pueden ser
los “fordistas” del siglo XX, muchos de ellos desempleados o precarizados, o
los nuevos trabajadores del siglo XXI, casi todos jóvenes técnicos, tecnólogos
o profesionales precariados, que cada vez se parecen más al antiguo
proletariado de la época de Marx, globalizado, itinerante, no apegado a ninguna
“patria”, con una visión globalizada del mundo, y que ya empezó a actuar en la
lucha social y política (fue el gran dinamizador de las derrotadas revoluciones
árabes de Túnez y Egipto, sujeto social de los “indignados” españoles y base
electoral de Podemos y Siryza).
Construir esa orientación es muy
importante. De lo contrario, los capitalistas globales neoliberales van a utilizar
a los “progres” y algunos sectores de izquierda (socialdemocracia) para
defender su orden neoliberal acusando a los Trump y Le Pen de ser “chovinistas
nacionales”, “proteccionistas trasnochados” (que en realidad lo son pero como
expresión de decadencia y no de avance), y por otro lado, otros izquierdistas “nacionalistas”
de los países dependientes van a creer, por un lado, que Trump es su aliado
(posiblemente sea la explicación para la afirmación del presidente Correa de
que era bueno que ganara Trump) y van a seguir creyendo que en verdad, China y
Rusia son los modelos de lucha “nacional” y de independentismo para derrotar al
imperialismo y al capitalismo.
Por el contrario, de lo que se
trata en estos tiempos de crisis es de recuperar las ideas de Marx y de Lenin,
teorizando la necesidad de reconstruir la “utopía”, de “un mundo por ganar”, y
de impulsar una estrategia de lucha global por parte de los trabajadores y
pueblos oprimidos del mundo. Pronto los trabajadores chinos, rusos, asiáticos y
del planeta entero van a sentir los efectos de las políticas proteccionistas
que se van a implementar en EE.UU. y Europa. Pronto regresarán a sus países de
origen millones de migrantes expulsados de las antiguas potencias hoy en
decadencia, las remesas de dinero dejarán de fluir hacia los países periféricos
y las crisis económicas se retroalimentarán unas a otras. No será el apocalipsis cristiano pero si puede ser la oportunidad de reeditar nuevas olas
revolucionarias proletarias de alcance universal.
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