La juventud colombiana irá mucho más allá del
Comité de Paro
Popayán, 17 de
diciembre de 2019
Las grandes movilizaciones
populares que están en pleno furor y desarrollo en diversas regiones del mundo
vuelven a colocar a la orden del día la palabra “revolución”[1].
Las masivas protestas afectan a
gobiernos de izquierda y de derecha; pro-imperialistas y anti-imperialistas;
europeos, asiáticos, africanos, latinoamericanos y medio-orientales. Han sido
lideradas por millones de jóvenes y mujeres que enfrentan la desigualdad, la discriminación
y precariedad de la vida que incluye la crisis climática (obra del capitalismo
depredador).
Entre ellas, lo que sucede en
Chile tiene que ser destacado. Explotó lo que tenía que estallar en una país que
ha sufrido condiciones de opresión y control extremas. El pueblo chileno se
rebeló y en ese proceso ha revivido formas de “auto-organización” (asambleas
auto-convocadas, populares y territoriales) que no estaban en los cálculos de
nadie.
La población movilizada de ese país
desconfía de todos los partidos políticos que –de una u otra manera– fueron
cómplices y conniventes con la dictadura militar y con la aplicación de las más
agresivas políticas neoliberales. Por eso, solo confían en su fuerza
auto-convocada. Es algo de gran trascendencia para el futuro de los pueblos y
trabajadores del mundo entero.
Tal fenómeno es esencialmente
revolucionario. Implica un paso de autodeterminación popular que puede ser el
inicio de un proceso de mayor profundidad. Y por tanto, exige a los
revolucionarios (quien quiera serlo) una actitud diferente a la tradicional, de
creación e innovación sobre la marcha y que recoja las lecciones del pasado.
¿Qué pasó con la “revolución”?
La palabra revolución no quiere
ser pronunciada por la gran mayoría de dirigentes y partidos de “izquierda”
pero, paradójicamente, si es utilizada por las derechas ultra-conservadoras.
Sucedió que dicho término fue
usado por quienes proclamaron el “socialismo del siglo XXI” pero en la práctica
terminaron aferrándose al aparato estatal (burocracia/ejército) sin impulsar
ninguna transformación sustancial, más allá de proclamar una supuesta independencia
(formal) del imperio estadounidense pero sin lograr construir una efectiva
autonomía y soberanía.
Hay que reconocer que en sus
etapas iniciales esos gobiernos hicieron esfuerzos importantes por recaudar
mayores rentas estatales (incrementaron los impuestos a las empresas
transnacionales) y distribuir los ingresos del Estado entre los sectores
sociales más afectados por las políticas neoliberales. Sin embargo, no lograron
“tocar” la esencia del capitalismo imperante.
El problema consiste en que –aún sin
proponérselo– degradaron la imagen de la “revolución”. En su ejercicio estatal
perdieron la capacidad crítica, permitieron que fuerzas corruptas se treparan y atraparan la gestión oficial y debilitaron
los movimientos sociales al desconocer su autonomía.
Como magistralmente lo describe Massimo
Modonessi, las izquierdas progresistas usaron una serie de atajos para
construir su hegemonía electoral (el discursivismo, caudillismo, estatismo y negación
de la lucha de clases), lo que desarmó políticamente a los trabajadores y a los
pueblos. Hoy, los hechos han desnudado la debilidad de ese tipo de “hegemonías”
y estrategias.
Son hechos que hay que aceptar
para poder responder a los retos que presenta la vida. Negarlos no conduce a
ninguna parte y otorga ventajas a quienes quieren someter a los pueblos.
Las rebeliones populares y su perspectiva
Se observa que las movilizaciones
populares en curso no cuentan con una orientación y una organización política uniforme,
visible u orgánica, aunque las derechas latinoamericanas quieren atribuírselas
al Foro de Sao Pablo y demás “complots castro-chavistas”. No obstante, esa
situación no debe llevarnos a calificarlas de ser totalmente “espontáneas”. En
realidad, son fruto de procesos reales, acumulados y concretos que tienen una explicación
en cada caso particular.
Sin embargo, son procesos incipientes
que corren el peligro de ser canalizados por las derechas populistas,
conservadoras y fascistas que se muestran opositoras a la globalización
neoliberal y ofrecen el nacionalismo hirsuto y reaccionario como fórmula de
salvación, mientras las “izquierdas” asumen posiciones “defensistas” que llevan
a la derrota a las luchas populares[2].
En realidad, las derechas no ofrecen
soluciones viables pero logran dividir a los trabajadores y a los pueblos con
estrategias mediáticas que aprovechan la vacilación de las fuerzas progresistas
que las bases populares perciben del lado de las burguesías globalizadoras
porque se muestran timoratas y adocenadas al darle prioridad al escenario
electoral e institucional. (Ej., las
fuerzas de izquierda en Colombia se muestran al lado y hasta subordinadas al ex-presidente
Santos).
Además, debemos tener en cuenta
que los proyectos falsamente “nacionalistas” como los de Trump (EE.UU.),
Johnson (RU), Modi (India), Bolsonaro (Brasil) y demás, parecieran tener su
contraparte en las posiciones de Putin (Rusia), Xi (China), Rohaní (Irán),
Maduro (Venezuela), etc., que utilizan el llamado multilateralismo para generar
ilusiones alrededor de confrontaciones “geopolíticas” pero, en verdad, no
enfrentan para nada el sistema capitalista imperante.
Entonces, la tarea central es
darle continuidad y profundizar el proceso de insurgencia política y plasmarla
en nuevas formas de organización popular. Luchar contra el “sectoralismo” o
“corporativismo” dentro de las luchas sociales es una de las tareas urgentes,
sin que ello signifique desconocer las causas particulares de cada sector sino saberlas
juntar de una forma nueva y creativa, potenciando la unidad frente a los
gobiernos corruptos y capitalistas.
Y también, enfrentar con mucho
tino y paciencia los intentos de cooptación institucional que utiliza también a los partidos “progresistas”
y de “izquierda” para aconductar a las masas y “restablecer el orden”, labor
que no es fácil de hacer y que a veces se confunde con sectarismo.
En medio de todo ello, hay que
evitar el triunfalismo/derrotismo que surge de no identificar adecuadamente el
llamado “espontaneísmo de las masas”. Triunfalismo, cuando se mide con
extremado optimismo las conquistas del movimiento y no se tienen en cuenta las
fuerzas del contrario. Y, derrotismo, cuando se sobrevalora la fuerza del
enemigo y no se alienta a los pueblos y a los trabajadores a llevar al máximo
sus esfuerzos y luchas.
La experiencia demuestra que la organización
de nuevo tipo que va surgiendo cumple funciones múltiples; alimenta y fortalece
la lucha y crea auto-gobierno permanente. Para hacerlo, debe ser lo más amplia
y democrática posible. Querer que el movimiento logre metas mayores a su
verdadero potencial solo lleva a la frustración y al debilitamiento del
proceso. Por ello, debemos evitar la “ansiedad controladora y conductista” y
respetar la dinámica propia del movimiento. No es fácil y seguramente no se
acertará en todo.
De lo que estamos seguros es que el “topo” sigue cavando. Y
lo hará cada vez mejor.
E-mail: ferdorado@gmail.com
/ Blog:
[1]
Durante 2019 las protestas involucran a múltiples sectores sociales de decenas
de países que en orden
cronológico han ocurrido en Francia, Sudán, Zimbabue, Venezuela, Argelia,
Haití, Hong Kong, Costa Rica, Puerto Rico, Argentina, Honduras, México, Papua
Guinea, Irak, Cataluña, Ecuador, Líbano, Chile, Bolivia, Irán, Colombia e
India. Además, se debe incluir las movilizaciones globales contra el cambio
climático, que tuvieron fuerte presencia en Europa y EE.UU., así como las
movilizaciones de mujeres y estudiantes en todo el mundo. (Nota del
Autor).
[2]
En muchos países (Grecia, España, Reino Unido, Brasil, Bolivia, etc.) las fuerzas de “izquierda” se involucraron casi
totalmente en la “gestión del Estado heredado”, se acomodaron al Sistema y
generaron una especie de “vacío político” que ha sido ocupado por las fuerzas “nacionalistas”,
ultraconservadoras y neo-proto-fascistas, para hacerse al gobierno o avanzar
con mucha fuerza en todo sentido. (Nota del Autor).
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