De Francia y Hong Kong a Ecuador y Chile… surge un monstruo alegre y multicolor
Popayán, 5 de
noviembre de 2019
Desde hace un año los “chalecos
amarillos” no dejan dormir tranquilamente a Macron. En Hong Kong las protestas
llevan 5 meses y, aunque, Xi Jinping pareciera estar tranquilo, no ha
encontrado la forma de acabar con la conmoción social. En otras partes del
mundo han explotado movilizaciones similares entre las que se destacan las de
Irak, Haití, Cataluña, Líbano, Ecuador y Chile, todas masivas, sostenidas y
beligerantes. Pero se anuncian y prevén otras, muchas otras.
Esas protestas presentan características
comunes en medio de su particularidad. Nadie con visibilidad reconocida las organiza,
programa y controla; irrumpieron en la vida de sus respectivos países con
ocasión de un motivo concreto (incremento de precios del combustible o el
boleto del metro, decreto de extradición, etc.) pero por debajo se cocinaba una
profunda inconformidad con el sistema de vida y la institucionalidad existente.
Ni los gobiernos ni los partidos
políticos, incluyendo los de izquierda y derecha, han podido descifrar esas
expresiones masivas de rebelión. Todos, de una u otra forma, quieren canalizarlas
y conducirlas hacia la institucionalidad para volver al “orden”, la “paz” y la “tranquilidad”,
pero no han logrado su propósito en la mayoría de los casos.
Uno de los problemas que tenemos
a la hora de analizar los hechos es que estamos acostumbrados a separar la
forma del contenido. Por eso no logramos ver más allá de lo que se alcanza a
observar en la superficie. El lente no nos sirve, ya sea que está sucio o
distorsionado, o, tal vez, no se necesite lente. Hay que vibrar,
resonar, sentir, para entender.
Lo más interesante que se percibe
por lo que se publica en las redes sociales es el encuentro y la comunión viva
e intensa entre diversos sectores de la sociedad que hasta ahora estaban
separados. Vivos y muertos; hombres, mujeres y diversos; adultos, jóvenes y
niños; abuelos y nietos; gentes de diversas clases, etnias y culturas; y se intenta
superar diferencias de tipo religioso y partidista.
Los vivos traen del pasado a
referentes muertos que pueden ser personajes, banderas o canciones; las luchas
recientes contra la discriminación por tendencia sexual o por identidades
étnicas o culturales son redivivas y potenciadas; las reivindicaciones
económicas, sociales, políticas o culturales que habían quedado congeladas en
medio de negociaciones y trámites burocráticos, buscan nuevos cauces de
solución o son replanteadas por efecto de la fuerza de las movilizaciones. Todo
pareciera ser posible y lo imposible se alcanza a hacer visible y a palpar.
La mayor preocupación de las
clases y sectores dominantes consiste en que saben que el “enemigo es poderoso”
(dixit Piñera) pero no lo pueden ver
a los ojos, no logran identificarlo con claridad, y por ello, están asustados.
Le declaran la guerra un día y al otro día pretenden calmarlo con concesiones (revocan
la medida administrativa que originó el levantamiento, ofrecen renuncias, realizan
cambios de gabinete, prometen reformas, etc.) pero el “monstruo multicolor”
sigue allí, no lo pueden controlar ni domesticar.
El encuentro y la comunión es lo
más interesante y alentador. Rompe con barreras y prejuicios; genera nuevas
formas y tipos de solidaridad; despierta y alienta sueños imposibles;
desencadena energías con el ejemplo práctico; hace que la gente se auto-descubra;
desencadena alegrías y goces gratuitos y simples que la gente nunca había
sentido porque no tienen precio ni marca ni límite; desmitifica el poder y hace
ver a los gobernantes como verdaderos payasos que intentan colocarse al lado de
los protestantes para no reconocerse en su soledad y quieren ocultar su debilidad
que ha quedado al desnudo.
Lo más hermoso y emocionante de
estas protestas es que el sencillo encuentro de millones de personas en las
calles genera miedo entre los que nunca habían sentido miedo, y entre los que
nunca podrán sentirse tranquilos en las calles.
No sabemos qué pasará con cada
una de estas experiencias. No podemos prever si lograran cambios y reformas. De
lo que estamos seguros es que quienes están involucrados, quienes viven de cerca
los acontecimientos y vibran con las increíbles manifestaciones de creatividad
que han mostrado los pueblos en movimiento, ya cambiaron. Y esos cambios –tarde
que temprano– van a concretarse en transformaciones sustanciales porque los
portan las mujeres y los jóvenes.
Lo que podemos apreciar con total
nitidez es que en su momento los pueblos luchan por dignidad, por respeto,
porque los reconozcan. Y lo que podemos resaltar es que detrás de algo tan
simple y, aparentemente, indefinido, existe una potencialidad infinita que
recién muestra la “corona” de su cabeza, o tal vez, las garras o la piel. No lo
sabemos.
Tal vez los dirigentes y las
organizaciones sociales y políticas existentes no estén preparadas para
explorar las profundidades de ese “monstruo multicolor” y contribuir con el
desencadenamiento de toda su potencia popular, pero lo que si pueden hacer es
replantearse muchas cosas. De eso dependerá que logren “conectar” con aquello
que está emergiendo ahora. Frente a nuestros ojos.
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