Lecciones de las derrotas
político-electorales de las izquierdas y progresismos en América Latina
CRISIS DEL
ACOMODAMIENTO INSTITUCIONAL
Popayán, 9 de noviembre de 2018
Negar las derrotas es torpe e
inútil. Hay que reconocerlas, afrontarlas, evaluar y avanzar. Los trabajadores;
los pequeños y medianos productores; los campesinos, indígenas y afros; las mujeres
y LGTBI; los ambientalistas y ecologistas; los desempleados e “informales”; los
estudiantes y jóvenes creadores de cultura popular; los habitantes de barrios
marginados; los cíber-subversivos y creadores del software colaborativo; los
periodistas y activistas libres y rebeldes de la Web; etc., seguirán luchando
porque no pueden hacer más que sobrevivir y resistir.
En esa dinámica aspiramos a que
esas luchas no se limiten a negociar pequeñas conquistas, lo que no niega la necesidad
de concretar logros y avances parciales. Para hacerlo, las resistencias necesitan
construir referentes de mediano y largo plazo: un sueño, una utopía, un camino. Sin una narrativa trascendente se tiende
a legitimar el régimen de injusticia e inequidad (dictadura del capital y
sociedad patriarcal) y aceptar el sistema imperante como algo eterno e insuperable.
Hay que elaborar propuestas a partir
de sopesar los errores conceptuales y prácticos que llevaron a la derrota. Ello
contribuye a superar los estados de ánimo negativos que llevan al escepticismo
y al pesimismo y/o conducen a esencialismos sectarios y aislacionistas. Hay que
avizorar caminos de transformación de nuestra praxis alimentándonos con
apertura mental de las experiencias fallidas. En este texto se recogen sugerentes
aportes de analistas que han publicado escritos sobre el momento que viven las
izquierdas y los progresismos de América Latina.
1. La renuncia a la lucha por la transformación estructural de la
sociedad
A partir de la década de los años
80s del siglo XX se impuso el pragmatismo y el electoralismo. Eso no se puede
negar y tiene sus razones. El agotamiento en la mayoría de países de la vía
insurreccional armada impulsó a las izquierdas y a los incipientes progresismos
(armados y desarmados) al ejercicio electoral e institucional sin debatir a
fondo ese viraje. La dinámica de las ONGs se apoderó de la mayoría de las
organizaciones sociales y se entró en la órbita de los proyectos y de la
“focalización de necesidades”. Esa situación influyó en los partidos políticos
de izquierda y progresistas que frente a la ola de privatizaciones neoliberales
redujeron sus expectativas a la “resistencia” y, ante el fracaso estratégico de
los “socialismos estatistas del siglo XX”, colocaron en primer lugar las
“conquistas concretas” (en lo material, legal, económico) frente a los cambios
estructurales que fueron calificados como “ilusiones ortodoxas”[1].
La ofensiva neoliberal y la
reestructuración “post-fordista” trajo la desindustrialización de los países
latinoamericanos y el movimiento obrero fue debilitado al máximo. La lucha por
servicios públicos, salud, educación y vivienda (gratuitas o subsidiadas) se
colocó al frente pero sin proponer un nuevo modelo de desarrollo y/o una estrategia
viable para construir autonomía económica. Además, esas iniciativas, propias
del Estado de Bienestar diseñado por las burguesías europeas para enfrentar los
desafíos que representó en su momento el “socialismo estatista” de la URSS –como
lo demostró la vida– no eran viables y sostenibles a mediano plazo ya que solo
se pueden financiar en épocas de bonanza económica o en países que tienen un
alto estándar de vida porque explotan a los trabajadores de las colonias y
expolian las riquezas de países dependientes. En el ejercicio de sus gobiernos
las izquierdas y progresismos lo comprobaron en carne propia[2].
El pragmatismo que empezó a
predominar rechazaba la teoría y el debate ideo-filosófico. Por ello, tampoco
fuimos capaces de diferenciarnos del “socialismo del siglo XX” que con su
deriva autoritaria construyó sociedades cerradas y sin futuro mientras sus
esfuerzos desarrollistas no lograron romper con la hegemonía capitalista y, por
tanto, se convirtieron en formas sui
generis de acumulación de capital. Ese capitalismo de Estado (“socialismo”)
al ser desmantelado dio origen a una burguesía emergente de origen burocrático,
tan salvaje y agresiva como la de los países capitalistas tradicionales. Esa incapacidad
teórica llevó a la mayor parte de las izquierdas a renunciar a las banderas de
lucha estructural (“anticapitalista” o “postcapitalista”) creyendo –ingenuamente–
que nuestros contradictores nos iban a “perdonar” el pasado comunista o no nos atacarían
como “comunistas disfrazados”. Y hoy, todavía no tenemos claro ese “nuevo camino”.
En anterior artículo afirmamos
que el progresismo y las izquierdas latinoamericanas no se dieron cuenta en qué
momento y de qué manera se “institucionalizaron” o fueron domesticadas por el
sistema colonial-capitalista dominante. Es un hecho que debe ser reconocido si
queremos corregir y avanzar. Claro, hay quienes explican los fracasos recientes
solo como errores de tipo coyuntural o por la acción perversa y tramposa del
enemigo. Si no se quiere ver, no se ve… ¡el golpe avisa!
2. Transformación estructural de las izquierdas en América Latina
En concordancia con el punto
anterior, o sea, con la creciente influencia de las ONGs en las organizaciones
sociales, la dinámica electoral pragmatista (y oportunista) que se impuso a
partir de los años 80s y 90s, y el debilitamiento (casi desaparición) del
movimiento obrero, las izquierdas y progresismos latinoamericanos fueron
copados y monopolizados por dirigentes provenientes de las clases medias y,
posteriormente, por representantes de las burguesías emergentes surgidas en
escenarios urbanos y rurales, legales e ilegales, “estatales” (burocráticos) y
privados. La izquierda obrera fue reducida a pequeñas sectas. Es un factor real
y constatable.
La práctica y disciplina de los
grupos de estudio y de las “células” u “organismos” como centro vital de la
vida organizativa de los partidos de izquierda desapareció en poco tiempo.
Además, el trabajo teórico no era una actividad fuerte debido al dogmatismo heredado
del centralismo y el verticalismo de las izquierdas “estalinistas” y
“maoístas”. En ese ambiente, el espíritu pragmático y “combatiente” que ya
tenía el terreno avanzado en muchas de las prácticas de la lucha armada,
terminaron por “delegarle” el trabajo teórico a reducidos espacios de intelectuales
que no lograron tampoco romper su caparazón academicista y teoricista.
Así, los partidos de izquierdas y
progresismos fueron convirtiéndose en especies de ONGs y agencias electorales.
Supuestamente se preparaban para gobernar para las mayorías pero, a pesar de
las buenas intenciones, en la práctica se vieron obligados a servir al capital
y a las minorías plutocráticas. Y aunque fue un proceso no voluntario
(inconsciente) muchos dirigentes fueron cooptados por el establecimiento
dominante y lo hicieron en el momento en que las luchas anti-neoliberales desbordaban
el régimen oligárquico e imperial. De esa forma, las izquierdas y progresismos frenados
por la mala imagen que dejó el “socialismo estatista” no enfrentaron sus “demonios”.
Hoy esos demonios reviven con signo contrario y nos azotan sin freno ni pudor.
3. Instrumentalización de las luchas sociales
A pesar del control que quisieron
imponer las ONGs financiadas por organismos imperiales de Europa y EE.UU., los
movimientos y organizaciones sociales de los sectores explotados y marginados afectados
por las políticas de globalización neoliberal, lograron romper esa influencia y
durante esas mismas décadas (años 80 y 90) desencadenaron amplias luchas en
torno a la defensa y apropiación del territorio, el rechazo a mega-proyectos
minero-energéticos, a los TLCs y a la privatización de servicios y empresas
públicas. En algunos casos que son relativamente incipientes o no tan
influyentes por el ambiente de pragmatismo predominante, se diseñó una
estrategia de mediano plazo para construir autonomía social, política,
económica y cultural, que tiene diversos grados de desarrollo en México
(zapatistas y otros); en Brasil (MST); en Colombia (sectores indígenas y
campesinos); en Chile (pueblos mapuches); y en otros sectores populares de Argentina,
Bolivia, Venezuela, Ecuador, Centroamérica, etc.[3]
Allí están y son referentes.
Las izquierdas y progresismos que
consiguieron acceder a espacios de gobiernos locales, regionales o nacionales
en América Latina, lo hicieron aprovechando el auge y la fuerza de los
movimientos sociales. Eso lo reconocen la mayoría de sus dirigentes. Sin
embargo, eran movimientos sectoriales que no lograron imponer una relación de
retroalimentación con los partidos políticos y gobiernos de izquierda o
progresistas, y además, esos partidos tampoco tenían la madurez política para impedir
que todo ese proceso terminara en la instrumentalización de las luchas sociales.
Hoy, después de años de cooptación institucional de dirigentes sociales o de
enfrentamiento abierto de algunos gobiernos con organizaciones sociales, tanto
los partidos políticos como el movimiento social de esos países se han
debilitado. Este es un aspecto importante en el balance negativo de las
experiencias de gobierno progresista y/o de izquierdas[4].
4. La comodidad institucional y las realidades globales del capitalismo
actual
Las izquierdas y los progresismos
latinoamericanos se dedicaron a “gobernar”. En realidad, por más que no lo
quisieran, la inercia los llevó a simplemente “gestionar” el Estado heredado.
Sin movimientos sociales autónomos y críticos, los gobernantes se
institucionalizaron y hasta han reprimido las reacciones justas y valientes de
sectores sociales que trataban de mostrarles que iban por mal camino. El
rechazo al “gasolinazo” en Bolivia, la rebelión indígena en Ecuador, las
movilizaciones juveniles por transporte gratuito y contra el Mundial de Fútbol
en Brasil, y otras manifestaciones populares contra gobiernos de izquierda o
progresistas, deberían haber alertado al conjunto de las fuerzas que se
plantean cambios sustanciales en la sociedad. Pero ello no ocurrió; la comodidad
y el triunfalismo se convirtieron en autismo, ceguera y soberbia.
Mientras tanto se iban acumulando
cambios importantes en la sociedad global capitalista. La revolución tecnológica
en el campo de la producción (cibernética, computacional, automatismo,
bio-tecnología, inteligencia artificial, etc.), la energía (límites ecológicos
de los combustibles fósiles y la necesidad de fuentes de energía “limpias”) y
las comunicaciones (internet, teléfonos móviles, etc.) operada a finales del
siglo XX, ha traído transformaciones en la estructura de la sociedad que deben
ser tenidas en cuenta por los movimientos anti-sistémicos.
Así mismo, nuevos temas deben ser
abordados para entender las nuevas realidades: la aparición de una oligarquía
financiera global que influye en la economía y la política de todos los países trastocando
la geopolítica de los bloques imperiales; la financiarización de la economía y
el regreso a formas de acumulación por despojo y desposesión como síntomas de
la crisis estructural del capitalismo (fuerte tendencia decreciente de la tasa
de ganancia del capital); el cambio climático y la crisis ambiental
(agotamiento del modelo consumista y extractivista de materias primas); las
transformaciones en la estructura y naturaleza de las clases sociales
(aparición del precariado y cognitariado); el debilitamiento de la democracia
representativa y el fortalecimiento del modelo de acumulación denominado “capitalismo
asiático” (“libre mercado” + gobiernos autocráticos); la aparición de economías
colaborativas y el “prosumidor”; las luchas anti-patriarcales encabezadas por
las mujeres; las masivas e incontrolables migraciones de poblaciones de países
de la periferia hacia el centro capitalista; el caótico crecimiento de
economías criminales (crisis de valores morales); y muchos otros fenómenos que
impactan de una u otra forma sobre la vida de las personas y pueblos, deben ser
estudiados por quienes aspiran a que la acción política supere los estrechos
límites de la conformidad abyecta.
Soñar sin idealizar
Para la juventud que viene
abriendo brecha es muy importante “volver a soñar” pero sin caer en
idealizaciones vanas y absurdas que nos vuelven a enredar con estrategias y métodos
de lucha que nos aíslan del conjunto de la población y le facilitan las cosas a
los estrategas del gran capital. En otros escritos seguramente iremos avanzando
sobre las propuestas en desarrollo pero si es fundamental cuidarnos de caer en
esencialismos sectarios y aislacionistas.
Lo que hay que reiterar es que la
civilización de la economía crematística, de la cual el sistema capitalista es
una de sus fases más acabadas y problemáticas, nos ha colocado al borde de la extinción
como especie humana, sea por efecto de cataclismos ambientales o por el impacto
de una guerra nuclear. Quienes nieguen esa verdad científica no podrán actuar
en consecuencia y no estarán a la altura de las tareas fundamentales y
cruciales de esta época histórica.
Para promover el debate solo me
limitaré a plantear unas preguntas que son a la vez dilemas a resolver:
¿Cómo combinar las miradas de
largo aliento con las urgencias del tiempo corto?
¿Cómo ser pragmáticos en la
coyuntura sin dejar de luchar por cambios estructurales?
¿Cómo aprovechar los espacios
institucionales sin dejarnos cooptar por el sistema imperante?
¿Cómo participar en la lucha
electoral sin caer en electoralismos?
¿Cómo combinar la acción “desde
abajo” con la acción “desde arriba” sin caer en la instrumentalización de las
luchas sociales?
¿Cómo recuperar las cosmovisiones
integrales de pueblos ancestrales sin desechar los enormes avances de las
ciencias del siglo XXI?
¿Cómo arañamos el cielo y, a la
vez, aramos la tierra? ¿Cómo soñar sin idealizar?
Colofón en elaboración
Para poder actuar nos toca pensar
y repensar para construir nuevos paradigmas; estudiar e investigar para conocer
la realidad; preparar vanguardias no vanguardistas para coordinar y hacer
eficaces las luchas; construir caudillos no caudillistas para crear nuevas
formas de democracia y auto-gobiernos; organizar redes organizativas
transversales pero orgánicas y funcionales para enfrentar con efectividad los
poderes existentes; reorganizar núcleos con intelectuales que se formen y actúen
estrechamente con los movimientos sociales; retomar las luchas locales con visión
y práctica global. Son infinidad de tareas las que tenemos por delante pero estamos
seguros que si desenredamos la pita, habrá miles y miles de activistas
dispuestos a empujar y concretar los avances. Lo importante es proponérselo
con autonomía y libertad.
[1]
Una serie de teorías sobre el Estado y la acción política estuvieron detrás de ese pragmatismo. El posmodernismo
estructuralista y el construccionismo social fueron las principales (Nota del
Autor).
[2]
El Estado de Bienestar también ha sido parcialmente desmantelado en Europa y
países nórdicos, y en la medida en que la crisis de la globalización neoliberal
se agudice, y que más países y pueblos dependientes logren construir autonomía
e independencia política y económica, ese modelo se hará insostenible. (Nota
del Autor).
[3]
En estas importantes experiencias múltiples y diversas de construcción de
nuevos caminos de “auto-organización”, otras formas de democracia y desarrollo
alternativo al capitalismo existe una enorme riqueza conceptual y práctica que
en las actuales circunstancias hacen parte de los referentes políticos a tener
en cuenta (Nota del Autor).
[4]
Son numerosas las experiencias de instrumentalización y cooptación
institucional de los movimientos y organizaciones sociales en toda América
Latina. Es un tema no resuelto (Nota del Autor).
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