Por un pacto contra los asesinatos II
Por Rodrigo Uprimmy Reyes *
(Tomado de El Espectador)
En febrero de 2017 escribí una
columna (“¡Basta ya!”) condenando los asesinatos de líderes sociales e
invitando a un pacto político y social contra esa violencia. En febrero de este
año, escribí otra columna muy parecida (“Por un pacto contra los asesinatos”) reiterando mi condena y
explicando un poco más la propuesta. Unos meses después debo, con dolor y
vergüenza, plagiar prácticamente esas dos columnas pues el fenómeno persiste e
incluso se ha agravado.
Las cifras son escalofriantes: según la Defensoría del Pueblo, 311 líderes
sociales fueron asesinados entre enero de 2016 hasta junio de 2018. Estos
crímenes tienen que ser prevenidos y sancionados, no sólo por el drama humano
detrás de cada cifra, sino porque esos asesinatos minan nuestra precaria
democracia y debilitan los lazos comunitarios y las posibilidades de la paz. La
evidencia acumulada muestra además que esta violencia tiene cierta
sistematicidad: muchas de las víctimas están vinculadas a reclamos de tierras o
a la defensa de la sustitución de cultivos o del medio ambiente. Esta nueva
guerra sucia reproduce entonces un terrible patrón de nuestra historia, que ha
sido ampliamente documentado, conforme al cual los esfuerzos de apertura
democrática suelen ser violentamente cerrados por un aumento de la violencia
regional contra los líderes sociales.
Infortunadamente en este punto, el gobierno Santos, que tanto hizo por la
paz, se rajó, a pesar de los esfuerzos de algunos funcionarios, como el
ministro del Interior. Pero más que el gobierno Santos, es todo el Estado y la
sociedad los que estamos fracasando, por lo que surge la obvia pregunta: ¿qué
podemos hacer para parar esta matazón?
No hay respuesta fácil: el profesor Gutiérrez Sanín propuso en su última
columna cuatro importantes elementos de respuesta, que comparto. En consonancia
con ellos, quisiera reiterar la propuesta de un pacto de todas las fuerzas
políticas que condene esos crímenes, sin importar si las sensibilidades políticas
de las víctimas eran o no las mismas que las nuestras.
En otros países se han hecho pactos de ese tipo, como, por ejemplo, en
España, en donde las principales fuerzas políticas suscribieron en 2000 un
pacto condenando inequívocamente la violencia terrorista de Eta, después de
haber alcanzado otros acuerdos previos (los llamados Pactos de Madrid,
Ajuria-Enea y Navarra). Esos pactos acabaron cualquier asomo de legitimidad de
los atentados de Eta.
Un pacto de esa naturaleza es importante hoy en Colombia pues creo que la
sistematicidad de esta violencia no surge de un plan de exterminio organizado
centralmente, sino de grupos locales diversos que con diversos propósitos
perpetran esos crímenes porque sienten que algunas fuerzas políticas nacionales
los aprueban por cuanto no los han rechazado explícitamente. Un pacto de
condena de esos crímenes por las principales fuerzas políticas eliminaría
cualquier ambigüedad sobre el tema y privaría a esos crímenes de cualquier
asomo de legitimidad, lo cual no sólo podría inhibir a ciertos actores locales
de persistir en esa violencia, sino que fortalecería la capacidad del Gobierno
de prevenir esos crímenes y la de la Fiscalía de investigarlos para que sus
responsables sean sancionados.
La condena de estos asesinatos debería ser un punto de consenso político
nacional, a pesar de nuestras diferencias. Los distintos líderes tienen
entonces la responsabilidad de suscribir ese pacto, sin intentar sacar provecho
político propio de ese doloroso drama; nosotros, como ciudadanos, tenemos el
deber de movilizarnos para presionar soluciones para que termine este
exterminio.
* Investigador de Dejusticia y profesor de la
Universidad Nacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario