A un año de la derrota del SI en el 2-O
LECCIONES DE LA DERROTA EN EL PLEBISCITO DE LA PAZ
Popayán, 2 de octubre
de 2017
Ya ha pasado un año. De cara a las elecciones presidenciales
de 2018 es pertinente hacer un balance, tanto de las causas de la derrota de
las llamadas “fuerzas de la paz” como de la actitud mostrada por los dirigentes
de las agrupaciones políticas que tenían que asumir su responsabilidad por ese
negativo resultado. Pocos lo hicieron. La gran mayoría pasó de agache,
achacándole la culpa a la desinformación orquestada por Uribe y reconocida por
el jefe de la campaña por el NO. Sabemos que no fue la única causa.
Para quienes desean acertar en 2018 es indispensable la
evaluación y el balance. Es más que necesario cuando nuevamente amplios
sectores de las “fuerzas de la paz” insisten en conformar una gran convergencia
con los mismos actores que fueron los causantes de la derrota. Pero además, hay
que ir un poco más atrás, para analizar el tipo de respaldo que los demócratas
le otorgaron a la re-elección de Santos en 2014 y cómo contribuyó –ingenua e
inconscientemente– a reforzar la actitud
frívola de Santos.
En anteriores artículos hemos identificado las causas
inmediatas del triunfo del NO: La demagogia de Santos; las mentiras y habilidad
de Uribe para aprovechar los errores del gobierno, entre ellos, la polémica
causada por la “educación de género” de la ex-ministra Parody; el triunfalismo
de las FARC; la confusión de los demócratas y la flojera de la “izquierda” para
deslindarse de los corruptos vestidos de “pacifistas”; el saboteo dentro del
mismo gobierno encabezado por Vargas Lleras y Juan Carlos Pinzón; la celebración
del triunfo antes de tiempo –con pompa y arrogancia– en Llanos del Yarí y
Cartagena por parte del gobierno y las FARC. Y otras de menor calado.
Ahora de lo que se trata es de identificar razones de mayor importancia.
El mismo proceso de paz debe ser revisado para reconducirlo. Hoy que la
implementación de los acuerdos y la reincorporación de los integrantes de la
guerrilla a la sociedad se encuentran en un momento de graves dificultades, se
requiere una mirada crítica de conjunto. El nuevo gobierno va a heredar un Estado
en medio del caos y el desorden institucional, una conflictividad política y
social de marca mayor, en medio de una situación económica francamente crítica
y la acumulación de problemas de todo tipo. El destape de la corrupción,
especialmente en la justicia, hace más complejo el momento.
El país ya entró en la dinámica electoral. Santos no fue
capaz de cumplirles a las FARC. Si no se asume esa realidad seguiremos
colgados de unos acuerdos que han quedado reducidos al sometimiento de la insurgencia,
en su concentración y desarme, pero que en los demás aspectos, están en una
especie de limbo jurídico y presupuestal. Y lo más grave es que quienes se
alimentaron de burocracia y contratos durante los 7 años del gobierno de Santos
han cambiado de bando ante la
posibilidad de perder la presidencia en 2018. Hoy encabezan el bloqueo al
cumplimiento de los acuerdos con el fin de polarizar al país entre paz y guerra,
entre perdón y venganza, entre reconciliación y odio. El fiscal general y congresistas
de la fracasada coalición nacional, ya lo hacen.
Además, la dinámica de la guerra estructural se mantiene. El
gobierno no cumple ni en lo más mínimo. Las expectativas creadas en torno a la
sustitución de cultivos de uso ilícito triplicaron las áreas cocaleras pero el
gobierno no avanza con los programas (ni puede cumplir mientras el negocio del
narcotráfico sea rentable). La estrategia de reinserción colectiva diseñada por
las FARC muestra serios problemas frente a una realidad inocultable: un
porcentaje importante de sus integrantes convirtió la lucha guerrillera en una forma
de vida, con poder y dinero, que está muy lejos a lo que es la vida de un
trabajador común. Y las zonas donde las FARC tenían presencia son copadas por
otros grupos armados ilegales, entre ellos el ELN y las disidencias de las
FARC.
Las lecciones de
fondo
1.
Las fuerzas democráticas que representan a los
sectores sociales que efectivamente necesitan la paz (campesinos, indígenas,
comunidades negras, trabajadores, clases medias empobrecidas, pequeños y medianos
empresarios) nunca identificaron los intereses de las clases y sectores
sociales que viven de la guerra o que querían una paz sin costos políticos ni
económicos.
2.
Se jugó al logro de una “paz imperfecta”, una “paz
pura y simple”, sin entender que una “paz neoliberal” solo es la continuidad de
la guerra por otros medios. Así fuimos pasando de una guerra instrumentalizada
por el gran capital a una “paz perrata”, como la que ya estamos viviendo (que tiende
a convertirse en una nueva versión de lo que ocurrió en Centroamérica con “paras”
y “maras” de nuevo tipo). Este balance no desconoce la importancia de parar la
guerra y de evitar más muertes, pero lo que se está acumulando en la trastienda
no puede ocultarse.
3.
La insurgencia y gran parte de la izquierda se
volvieron a ilusionar con la estrategia de aliarse con una supuesta burguesía “progresista”
para derrotar a los “vetustos terratenientes”. No se ha entendido que la
oligarquía juega al policía bueno (Santos) y al policía malo (Uribe). Así lo ha
hecho desde siempre.
4.
Se colaboró con la versión demagógica de la “paz
estable y duradera”. En vez de insistir en separar lo que es el fin negociado del
conflicto armado con las FARC de lo que es una verdadera paz, se contribuyó con
la política de Santos de engañar a la sociedad colombiana con promesas y
fantasías incumplibles. Por ello el grueso del pueblo (65% del electorado) no
participó en la farsa.
5.
Mientras la gran burguesía transnacional
(grandes grupos financieros que Santos representa) querían desarmar a las FARC
para entregar “en paz” extensos territorios y riquezas a la inversión
extranjera, los terratenientes de nuevo cuño (hacendados y mafiosos que se
apropiaron de 6 millones de hectáreas de tierra despojada a los campesinos
pobres) deseaban exterminar a la guerrilla y a las izquierdas para no devolver
nada. Entre esos intereses contradictorios pero, de alguna manera, complementarios,
“las fuerzas de la paz” vienen naufragando estruendosamente.
6.
Al no tener en cuenta los intereses en juego,
las fuerzas democráticas le entregaron la dirección de la “lucha por la paz” a
la burguesía transnacional y se aliaron en las formas políticas con la burguesía
burocrática, que es profundamente descompuesta. Aceptaron la táctica de Santos
de impulsar el “proceso de paz” con toda clase de negociantes y burócratas,
además de permitir que guerreristas camuflados hicieran parte del gobierno y
actuaran como “caballos de Troya”. En esa dinámica se desgastaron, perdieron
credibilidad y hoy –una parte de ellas– están confundidas.
7.
En esa fiebre de ilusión, las FARC se
involucraron en hacer una pequeña revolución por decreto. En vez de
concentrarse en depurar sus fuerzas, en asegurar serias condiciones para
garantizar su seguridad y una reintegración viable, digna y sobria a la
sociedad, se empeñaron en lograr reformas agrarias y políticas para entrar por
la puerta grande. Esas reformas requieren de un gran movimiento social y
democrático para que sean realidad. Los acuerdos en el papel, por más folios,
puntos y parágrafos que tengan, solo son eso, papel. Y por ello, los
incumplimientos del establecimiento oligárquico no se han hecho esperar y la
sociedad no se da ni por enterada.
8.
No se ha entendido tampoco que al entregarle la
dirección de la “lucha por la paz” a Santos, se le dejó el terreno abierto a
Uribe para liderar la oposición política y canalizar la inconformidad de
amplios sectores sociales y económicos que han sido afectados por la globalización
neoliberal y por la ineptitud del gobierno. Esos sectores sociales se
expresaron en octubre de 2016 en contra del SI en el plebiscito, no porque rechazaran
la paz sino porque la percibían como un engaño y una trampa. Ese fenómeno hace
parte del surgimiento de los “populismos de derecha” que se expresaron a nivel global
con el Brexit, la elección de Trump, y ahora, con los secesionistas catalanes y
escoceses y otros procesos en desarrollo.
9.
No hay que ensillar sin tener las bestias. Es indudable
que había que obligar a Santos a negociar previamente con Uribe. El imperio
estadounidense –gran interesado, beneficiado y componedor– habría tenido que
intervenir con fuerza contundente. Pero no, se prefirió hacer un ejercicio de
desgaste, usando temas jurídicos, extradiciones y otro tipo de presiones que no
han logrado su objetivo. Por el contrario, Uribe hábilmente se hace la víctima
y mantiene su cauda electoral. Sigue siendo un peligro, amenaza con “hacer
trizas los acuerdos” y, por ello, debe ser enfrentado con inteligencia y capacidad
política y comunicativa.
La corrección
estratégica
Menos mal que las fuerzas democráticas contaban con reservas
estratégicas que no estaban comprometidas con el conflicto armado y que no se
habían dejado contaminar de las prácticas corruptas. Estos sectores políticos reaccionaron
rápidamente después de la derrota del Plebiscito e iniciaron un proceso de
convergencia para deslindarse del gobierno, de las FARC y diferenciarse
totalmente del “uribismo” y el “vargas-llerismo”.
Hace 15 días se presentó la Coalición Colombia a la opinión pública. Está conformada por la Alianza Verde, el Polo Democrático y Compromiso Ciudadano. Está encabezada por los candidatos presidenciales Claudia López, Jorge Enrique Robledo y Sergio Fajardo. Es la
expresión de una alianza anti-corrupción que tiene la ventaja de estar lejos de
la izquierda que fue connivente con los graves errores de las FARC (tanto en la
guerra como en el proceso de paz) y también de los políticos corruptos que
blandieron la bandera pacifista mientras les sirvió para alimentarse de “mermelada”
durante los dos períodos del gobierno de Santos.
Esa coalición política ha identificado con claridad la
respuesta al momento coyuntural. La lucha contra la corrupción
político-administrativa es su principal prioridad pero sin renunciar a darle
continuidad a los acuerdos de fin del conflicto, corrigiendo lo que haya que corregir.
No sabemos si lograrán construir una estrategia de largo plazo, para varios
períodos presidenciales, que implique un verdadero “proceso constituyente” de
largo aliento, pero esa debe ser la intención para poder ganar las elecciones
en 2018.
Por ahora, dicha coalición ha logrado interpretar los
intereses de los pequeños y medianos empresarios del campo y de la ciudad (e
incluso, de algunos grandes) que requieren un Estado eficiente y moderno, y
apoyan la causa de la paz. También, representan a amplios sectores de clases
medias. No obstante, hay que atraer a los trabajadores, campesinos, indígenas y
afros, a los profesionales precariados y demás trabajadores informales, que por
lo menos deben avizorar un camino cierto para avanzar –poco a poco y con paso
firme– hacia cambios de mayor envergadura en temas del modelo productivo, empleo,
medio ambiente, salud, educación, seguridad y justicia.
Lo importante es que se logró rectificar a tiempo y el
horizonte está despejado.
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