El “fin del ciclo” de los
gobiernos progresistas en América Latina…
¿QUÉ PASÓ CON EL “BLOQUE
HISTÓRICO”?
Bogotá, 30 de marzo
de 2017
El auge de los gobiernos
“progresistas” y “revolucionarios” en América Latina está en un evidente
declive. Es inocultable. Todos los analistas reconocen que el proceso que llevó
a diversos movimientos y partidos alternativos a convertirse en gobiernos fue
resultado del empuje de las luchas de importantes sectores populares
organizados. Las movilizaciones y verdaderas rebeliones de los trabajadores,
campesinos, indígenas, habitantes de barrios populares y parte de las clases
medias, fue el soporte real para la aparición de ese fenómeno social, político e institucional.
Hoy ese movimiento popular no existe o está paralizado.
Algunos teóricos, apoyados en las
ideas de Antonio Gramsci sobre el “bloque histórico” y la “hegemonía social y
política”, pensaron que efectivamente en esta región del mundo esos sectores
sociales “subalternos” habían logrado desarrollar un proceso socio-político de
nuevo tipo, y que dichos gobiernos se iban a convertir en herramientas no sólo
para derrotar y superar el neoliberalismo sino para avanzar hacia fases
post-capitalistas. Pero, es absolutamente visible que no ocurrió ni lo uno ni
lo otro.
Ahora que amplios sectores de la
sociedad de estos países están apoyando proyectos político-electorales de las derechas
restauradoras, muchos de esos analistas se limitan a identificar los errores
cometidos por los dirigentes políticos de esos movimientos progresistas y de
izquierda, como fueron las alianzas con sectores de derecha y la connivencia con personajes corruptos, no
haber profundizado las reformas políticas y económicas, y otras deficiencias de
ese tipo, pero no se cuestionan sobre la naturaleza de los procesos
organizativos de los sectores populares.
Tal parece que esas expectativas
sobre el “bloque histórico” fueron esperanzas mal fundadas y cálculos
apresurados. La práctica demostró que dichos movimientos no habían madurado y
consolidado una propuesta política de largo plazo, no habían elaborado un consistente
pensamiento crítico ni una narrativa transformadora. En realidad, representaban
luchas sectoriales y gremiales que fácilmente fueron cooptadas por los nuevos
gobiernos que eran encabezados por líderes y dirigentes que no tenían una
perspectiva verdaderamente revolucionaria y que al llegar a los gobiernos se
engolosinaron con el “Estado heredado”. Esa es la verdadera causa del “fin del
ciclo” y de las dificultades y limitaciones para recuperar la iniciativa.
La realidad es que el Nuevo
Bloque Histórico no va a surgir de un momento para otro. No será el que “a
medias” se expresó en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina, Uruguay, El
Salvador e incluso, parcialmente, en países como Honduras, Chile, Paraguay, Colombia,
Perú, y República Dominicana. O sea, el conformado por los trabajadores
“fordistas” y estatales, los campesinos sin tierra, los indígenas y sectores
populares, con alta incidencia rural. Esos sectores de clase no muestran hoy condiciones para ser
la cabeza de un “bloque histórico”.
El Nuevo Bloque Histórico empieza
a ser protagonizado por “nuevos” sectores sociales. Recién está surgiendo en el
mundo y en América Latina. Se está desarrollando en las ciudades entre las
llamadas “clases medias” (profesionales precariados, pequeños y medianos
emprendedores, técnicos y tecnólogos, trabajadores precarizados, etc.) y en el
campo, lo encabezan los pequeños y medianos productores agrarios que construyen procesos económicos tecnificados. Las
izquierdas, no los perciben, no los “ven”, y por lo tanto, no los entienden.
Con esa actitud los lanzan al campo enemigo diciendo –como lo hace el
presidente Correa– que sufren el “síndrome de doña Florinda” (http://bit.ly/2odQPAB).
La gran diferencia con los
sectores que se movilizaron en las décadas de los años 80s y 90s del siglo XX y
la primera década del siglo XXI, es que son sectores productivos que necesitan
con urgencia un “post-capitalismo” pero no de tipo estatal ni paternalista. Y
entienden, un poco instintivamente, que ese post-capitalismo no surgirá de la
escasez y la pobreza sino de la abundancia. A esos sectores no les interesan
economías cerradas ni igualitarismos construidos artificialmente. No apoyan las
fórmulas inviables y fracasadas del “socialismo del siglo XX”, basado en el
“capitalismo de Estado”, en la “planificación centralizada” y en la “expropiación
de los expropiadores”.
No les entusiasma tampoco acabar
con el mercado por medios administrativos sino regularlo creativamente para
impedir la acción destructiva de los monopolios. Lo que les interesa a esos
sectores sociales es desarrollar al máximo las fuerzas productivas, utilizar
los avances tecnológicos para impulsar las economías colaborativas que desde
las entrañas del capitalismo están socavando las bases del mismo sistema crematístico (Rifkin, Mason)[1],
y que a la vez, permiten desarrollar energías limpias y demás formas –tecnológica
y socialmente– avanzadas de proteger la naturaleza e impedir la hecatombe
económica, social y ambiental.
Y para lograrlo, ese Nuevo Bloque Histórico, aún
en su etapa incipiente, no descarta la lucha por lograr el control de los Estados y
gobiernos, pero no con la ilusión vana de “hacer la revolución desde arriba”
(grave error de los gobiernos progresistas y de “izquierda” de América Latina)
sino para garantizar plenamente la lucha abierta entre las mayorías
democráticas y las minorías capitalistas. Dichos sectores sociales rechazan a los
gobiernos autoritarios que prometen la igualdad y equidad pero que no
garantizan ni la democracia ni la libertad.
Por eso, la “coalición ciudadana
anti-corrupción” en Colombia, que ya está en marcha entre las “clases medias”,
incluso con el apoyo de empresarios cansados de la corrupción política y
administrativa, puede ser el germen (todavía incipiente) de ese nuevo bloque
histórico en formación. Allí, los sectores políticos anti-capitalistas pueden
jugar un importante papel siempre y cuando superen sus complejos “puristas” y
actúen con autonomía e independencia.
Desgraciadamente, las cúpulas dirigentes
de los trabajadores estatales, de los trabajadores “fordistas”, de los
campesinos e indígenas (en el caso colombiano y pareciera que en América Latina), están cooptadas por el capitalismo burocrático, van a la cola de las nuevas burguesías emergentes que son las que tienen el poder económico
y político en los territorios. Desde hace un buen tiempo esas élites dirigentes
se han aislado de sus bases sociales y aliado con diversos sectores de
las oligarquías aunque en la retórica se presenten como “revolucionarios”,
independentistas y anti-imperialistas beligerantes.
El surgimiento de ese Nuevo
Bloque Histórico es un proceso global, embrionario, en desarrollo acelerado, y es un fenómeno social que anuncia la aparición de lo realmente nuevo. El
post-capitalismo ya tiene expresiones sociales, económicas, políticas y
culturales en muchas regiones del mundo. Están apareciendo prácticas y experiencias de diversa
naturaleza que –poco a poco– enfrentan de una forma nueva las relaciones
de dominación capitalista.
La utopía de un mundo basado en
la colaboración, reciprocidad, solidaridad e innovación creativa ya no es sólo
un sueño, está emergiendo desde lo más avanzado de la producción y la tecnología
(revolución cibernética, computacional, informática, comunicacional y energética) pero también desde
las “bolsas de resistencia popular” como en Chiapas (Sur de México) y Rojava
(Norte de Siria y sur de Turquía). Y en muchas otras partes se avanza en esa dirección.
[1] Rifkin,
Jeremy (2014). “La Sociedad de coste marginal cero: El internet de las cosas,
el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo”. Mason, Paul (2015).
“Postcapitalismo: Hacia un nuevo futuro”.