SOCAVAR EL ESTADO COLONIAL Y FUNDAR LA REPÚBLICA SOCIAL
Popayán, 21 de
septiembre de 2016
Es inocultable el hecho de que
los “procesos de cambio” que se iniciaron con la elección de Hugo Chávez en
Venezuela en 1999, seguidos por los gobiernos de Lula en Brasil, Kirchner en
Argentina, Correa en Ecuador, Evo en Bolivia y Lugo en Paraguay, no sólo viven
un declive político sino que perdieron la iniciativa revolucionaria,
reformadora o “progresista”. Los gobiernos y procesos están a la defensiva, no potenciaron
los movimientos sociales que fueron su fuego y motor inicial, y hoy naufragan,
sin base social, frente a la ofensiva imperial. Todos profundizan las políticas
extractivistas, impulsan la economía dependiente basada en la exportación de materias
primas y se aferran clientelarmente al Estado heredado que –por lo menos en el
discurso– se propusieron democratizar desde adentro y desde arriba.
Por otro lado y en forma particular,
lo que han demostrado los “procesos de cambio” de los países que han realizado
procesos constituyentes (Venezuela, Ecuador, Bolivia), es que mientras no se
rompa con la esencia colonial de las pseudo-repúblicas ("falsas
republiquetas de papel") que nos dejaron de herencia todos los Santanderes
latinoamericanos (leguleyistas) y no re-inventemos la democracia construyendo verdaderos
Estados que se alimenten de los que realmente somos (indo-afro-euro-americanos),
no podremos avanzar por caminos ciertos y sólidos de independencia, autonomía e
integración regional (construcción de la Gran Patria Latinoamericana) y, mucho menos
por la senda de la reivindicación y emancipación social.
Es interesante revisar la
historia. La fundación de los EE.UU., admirada y valorada positivamente en sus
inicios por Carlos Marx, es un buen referente. Esos padres fundadores
estadounidenses en verdad que sí inventaron. Crearon algo nuevo. No sólo adaptaron
a su realidad los elementos de la democracia más avanzada de Inglaterra y
Francia, sino que integraron a su sistema estatal algunos componentes de la
organización política de la Confederación Iroquesa o "Alianza de los 7
pueblos" que existía alrededor de los grandes lagos, ubicada al lado y
lado del río Hudson, hacia lo que hoy es Nueva York. Ellos revisaron esas
formas de organización política que luego estudió L. H. Morgan e
innovaron.
Los fundadores de los EE.UU. retoman
y recrean –entre otros– los siguientes aspectos: 1. La esencia de la
Confederación, ya que los 7 pueblos eran diferentes, unos más grandes que
otros, unos más poderosos que otros, pero en los Consejos tenían igualdad de
representación. De allí sacaron la idea de la Unión de tipo confederativo y de
elegir un senador por Estado. 2. Un jefe civil y un jefe militar para épocas de
guerra supeditado al Consejo. La figura del fiscal y el procurador
independiente y fuerte pareciera tener ese origen. 3. Los Consejos de ancianos
y de ancianas, como últimos recursos para resolver litigios, que ellos lo
asimilan a la poderosa Corte Suprema de Justicia. La sobriedad y la estabilidad
de las normas indígenas les llamaron la atención y aprendieron de ese mundo que
ellos mismos liquidaron.
Nosotros en Colombia y en América
Latina también tenemos en nuestro pasado aspectos interesantes en algunas
formas de organización política de los pueblos amerindios. Las más rescatables son
las que tenían los pueblos que vivían en "Comunidad" como los arahuacos,
nasas, zenúes, wayuús, los mapuches en Chile y otras etnias que no habían sido
dominadas por los imperios amerindios (aztecas, incas, muiscas). Además tenemos
“El Común” que es una herencia ibérica de las resistencias populares que se
enfrentaron al poder señorial y de los reyes, y que fueron la garantía para la defensa
de la propiedad comunal y de las tierras ejidales. Algunos investigadores americanos
tienen importantes referencias históricas con ocasión de los alzamientos
populares de Colombia, Venezuela y Paraguay que se conocen como la "Revolución
de los Comuneros" (1781).
Ante el fracaso de las malas
copias de la democracia liberal francesa e inglesa que apenas han sido
retocadas por reformas constitucionales y fallidos procesos constituyentes, los
trabajadores y los pueblos latinoamericanos podemos proponernos el objetivo de realizar
una verdadera refundación de nuestros Estados, adecuando todo ese trabajo a
nuestras realidades presentes y a lo que se viene en el mundo del futuro, entre
otras, la reaparición en medio del desarrollo capitalista de nuevas formas del “pro-común
colaborativo” (Rifkin, 2014).
Para hacerlo necesitamos organizar
un movimiento en grande, una “corriente de pensamiento latinoamericano”, que en
parte ya existe pero que no se ha puesto objetivos y metas prácticas. Todos los
aportes de la crítica a la colonialidad del poder, la filosofía de Dussel, las
investigaciones históricas, antropológicas y sociológicas con visión “no-eurocéntrica”,
las experiencias concretas y vívidas de nuestros pueblos indios, afros y
mestizos, están allí para ser re-interpretadas y recreadas para convertirse en
teoría viva de la transformación social, política y cultural de la región.
En el caso colombiano, ahora que entramos
en una nueva fase de luchas populares con ocasión del fin del levantamiento insurgente
y la superación concertada del conflicto armado, podemos pensar en un tipo
especial de “período constituyente”, no de carácter coyuntural y afanado (como
algunos políticos lo proponen como bandera estrictamente electoralista) sino
pensando en la fundación de una auténtica Nación. Para hacerlo se necesitan por
lo menos tres períodos de gobierno “alternativo”, derrotando primero a los
burócratas corruptos de los partidos tradicionales, sacándolos del gobierno central
y paulatinamente de los entes territoriales, sin proponernos mayores cambios en
el Estado heredado sino utilizándolo con cierto pragmatismo durante por lo
menos una década o más. “Socavar los Estados heredados” le llamo a esa tarea, e
ir construyendo ese nuevo Estado social.
Solo necesitamos de unos gobiernos
con cierto sentido ético-social, al principio bastante moderados para poder
contar de apoyo con amplias convergencias sociales y políticas, sin ilusionar
al pueblo con grandes cambios institucionales que ya sabemos que son delirios
vanos, y con un gran sentido práctico y paciencia estratégica ir consolidando
las fuerzas sociales y políticas para ir –poco a poco– profundizando la tarea
de la creación de la 1ª República, que si lo hacemos bien tendría que ser una República
Social.
La Asamblea Constituyente al
final del proceso sería únicamente la oficialización legal de ese proceso transformador.
Esa tarea, si la concebimos y entendemos la podemos iniciar desde ya, transformando a las
organizaciones sociales en verdaderos órganos de poder y de gobierno, abandonando
la práctica que se ha impuesto entre nuestros dirigentes de creer que sólo con
recursos del Estado central capitalista podemos construir nuevas formas de
economía y de verdadero desarrollo. Abandonar nuestras concepciones cortesanas
y mendicantes está en la base de esa tarea verdaderamente revolucionaria.
La principal labor hoy en día es
aprender –por la positiva– de los “procesos de cambio” que están a la defensiva
en los países vecinos para no cometer los mismos errores. Está comprobado que el
hecho de cambiar las normas mediante una Asamblea Constituyente no resuelve
nada si detrás de esos cambios no existen procesos constituyentes populares, nuevas
formas de gobierno popular, gérmenes de “gobiernos de los bienes comunes” y una
fuerza imparable “desde abajo” que sea el soporte de esas transformaciones.
El camino de querer hacer la
revolución “sólo” desde arriba ya había fracasado en la URSS. Lo que pasa es
que olvidamos las lecciones históricas o las desconocemos.
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