ENTRE LÍNEAS: Entrevista con el maestro Víctor Paz Otero. Por Oliver Lis Foto: Diego Tobar Fotógrafo
En un foro para dar colofón a nuestro último ciclo de conferencias de Editorial Popayán pregunté a los espectadores: “tras la muerte de Gabo, qué novelistas, si no importantes por el valor intrínseco de sus obras como William Ospina, Juan Montoya, al menos representativos por sus escándalos como Fernando Vallejo, le quedan al país...?”. Sonaron nombres como Tomás González y Evelio Rosero, Azriel Bibliowicz, Héctor Abad Faciolince, pero la gran mayoría se refirió a Víctor Paz Otero como el que porta la llama y ha hecho un camino respetable para representar en esos terrenos de Polimnia, de Clío, y de Mercurio, a nuestro país. Y quedé satisfecho como editor, al darme cuenta de que después de 20 años empieza a entenderse lo artístico de la obra de Víctor, y deja de pesar lo que fuera para muchos que no lo comprendieron en su momento, escandaloso.
Nos reunimos en esa especie de beisl vienés que tiene el hotel Camino Real de Popayán, en medio de las miradas de las águilas bicéfalas de los Hasburgo, para llegar a un acuerdo sobre la segunda edición de “La Eternidad y el Olvido” entre bebidas espirituosas y unas empanadas de pipián, tras una semana intensa de compromisos inmediatamente anteriores al cierre de la Feria del Libro de Bogotá, donde Paz fue la estrella escogida entre los autores colombianos por Holanda, el país invitado, para presentar la edición traducida a la lengua de Milton y de Shakespeare de su “Sonata para Cuervos Lejanos” (biografía novelada de Van Gogh).
O.L.: He terminado de leer "El demente exquisito. La vida estrafalaria de Tomás Cipriano de Mosquera". El epílogo nucleador de la obra es muy ingenioso, no apelando al sueño sino al delirio de la agonía. Las licencias de la fantasía no alteran sustancialmente los hechos históricos, y el cuidado con el que se han trabajado los personajes, nos hace pensar en Lope de Vega o Cervantes, que insuflaban sus personajes con ayuda de las estrellas: vidas con un claro origen y destino, o sea, seres arquetípicos. Una obra clásica donde Venus siempre arrastra el carro de Marte… ¿Qué nos puede decir sobre Tomás Cipriano Mosquera?
V.P.: La lealtad insobornable a la figura y al pensamiento del libertador Simón Bolívar. Como la arbitrariedad del gesto falsamente aristocratizante en muchos de sus actos políticos y personales… Tuvo una capacidad transgresora para muchas de las rutinas mentales y morales de su época. Su talante innovador y “modernizante” en las relaciones sociales… Su alienación fetichista en los rituales egocentristas y vanidosos de su significación personal, que a veces lo convertirían en un pavo real ridículo, con plumas de poco brillo. Tenía una mentalidad casi empresarial que lo convirtió en opositor del inmovilismo feudal, articulado al gran latifundio improductivo que imperaba en su tiempo, y entre su familia y sus paisanos. Sus veleidades anticlericales que lo condujeron a cuestionar y enfrentar el poder avasallante de la iglesia. Poseía curiosidad intelectual. Talante y sus convicciones masónicas. Su sensibilidad transgresora de la hipócrita moralidad que regía las relaciones eróticas y sexuales que imponía la cultura, en especial, la payanesa asociada a la estética del pecado y no del placer. Sin duda, una personalidad compleja y “exquisitofrénica” que lo caracteriza y lo identifica como uno de los personajes más sugerentes y contradictorios de nuestro tormentoso Siglo XIX.
O.L.: Después de leerlo, mi conclusión es que las franjas son muy difusas en la condición humana, y más en este personaje, que podía darse el lujo de ser psicótico y psicópata a la vez; generoso y egoísta; universal y provinciano; y recoger toda su brutalidad sanguinaria, e institucionalizarla en un proyecto de Estado por la paz. ¿Le tiene simpatía o le causa escozor?
V.P.: Profeso una gran simpatía existencial por mi Demente Exquisito, pero lo someto a una mirada crítica que, siendo a veces despiadada, pone en evidencia mi predilección por muchas de sus acciones y por muchos de sus actos tanto políticos como personales.
O.L.: ¿Y por su sobrino, Julio Arboleda...?
V.P.: La negación esencial de lo que pudiese ser una sensibilidad poética. Sujeto muy próximo al sicópata más que al “Poeta” que pretendida y falsamente se le considera; pues la poesía más que una forma artificiosa de escribir, es una forma autentica de vivir y de ser. Persona relativamente culta, pero su cultura sólo parecía servirle para los refinamientos de la crueldad y para sus orgías de carnicero en los eventos de la guerra y la venganza.
O.L.: No creo que estemos ante un poeta soldado como Íñigo López de Mendoza, o el inca Garcilasso de la Vega, ¿verdad? ¿Quién era Julio Arboleda?
V.P.: Julio era un esclavista desposeído de la más mínima conciencia de humanista, traficante de mercadería humana, reaccionario visceral, sin ninguna capacidad de comprender el movimiento y los ciclos de la historia. Su único mérito parece ser haber escrito con sangre, odio y muerte uno de los capítulos más oscuros de nuestra pequeña historia regional de la infamia. Le levantaron estatua, pero se merecía el patíbulo.
O.L.: ¿Y el fosco personaje de otra de sus novelas, Francisco de Paula Santander?
V.P.: Oscuro y siniestro habitante de las penumbras, leguleyo en éxtasis, pérfido manipulador y usufructuador de mezquinos intereses personales. General Perfidia, lo llamaba Bolívar. También lo llamaba Casandra.
O.L.: Muchos le atribuyen algún valor por organizar un poder central que facilitó la Campaña del Sur y nuestra malavenida Independencia. ¿Tenía para usted algún destello de grandeza?
V.P.: Ningún destello de grandeza. Animal de sangre fría, usurero, tacaño compulsivo, ladrón redomado y “peculador” consuetudinario. Estadista con visión de tienda y de pequeña parroquia. Habilidoso y solo virtuoso en el arte de enamorarse de la ley para poder violarla con mayores complacencias. Bilioso, murió de cálculo; anticlerical furioso, pero su deceso acaeció entre obispos y empalmes de escapularios y lágrimas de clérigos aletargados. Impulsó y fortaleció, ciertamente, la educación laica, pero con el objetivo de socavar el pensamiento cristiano y nunca por convicciones profundas, solo por oportunismo político… jamás hizo algo por convicción ideológica.
O.L.: Fue como presidente quien ordenó la fundación de las Casas Liberales, el único proyecto claro de educación pública que por ser bueno no duró mucho.
V.P.: No duró mucho porque era un enemigo de la grandeza y de todo proyecto de auténtica liberación, orquestador de crímenes, masón de pacotilla, general de pluma, experto solo en fugas; guerrero de escritorio, burócrata hasta los tuétanos. Lo triste es que este héroe de barro, este héroe falsificado, haya sido convertido en personaje fundacional de nuestra historia republicana. Se le han inventado biografías que nunca le arrancan sus máscaras. Si nuestro liberalismo hizo eso de él, ese liberalismo solo parió un simulacro de prócer.
O.L.: Tras leerlo me queda la sensación de que es posible que el verdadero autor de ese proyecto educativo republicano haya sido don Rufino Cuervo Barreto, y hay antecedentes en el pensamiento de Santiago Arroyo, publicados en el periódico payanés “El Fósforo” y en una cartilla para la educación de su autoría… ¿Sus recursos para el armazón histórico de su biografía son plenamente documentales?
V.P.: La biografía que yo escribí sobre este abominable hombre de las leyes, está preñada de certidumbre y certificada documentalmente en todo lo expresado sobre Santander. Me gustaría que alguien pudiese demostrarme que en ella aletea siquiera un tenue rumor de calumnia o de mentira.
O.L.: ¿Y el némesis de Santander, su Simón Bolívar, esa obra prolífica, finalista en el premio Rómulo Gallegos, que fueron las flores que Uribe llevó a Chávez para su reconciliación…?
V.P.: Mi novela “Bolívar Delirio y Epopeya”, es apenas una aproximación somera al único héroe auténtico nacido en estas tierras agobiadas por la escandalosa profusión de pequeños e irrelevantes próceres. Bolívar, es el gran visionario, el que se propuso y logró convertir la América meridional, esa América marginada y sojuzgada, en una gran entidad con derecho propio, para participar en los verdaderos ritos de la historia y la cultura universal.
O.L.: ¿Para aproximarnos a él, resulta preciso seguirlo mitificando?
V.P.: No hay necesidad de mitificarlo, su obra lo mitifica por sí misma. Bolívar fue un auténtico poeta de la acción transformadora, un verdadero “alfarero de repúblicas” que supo que sólo lo grande se engendra en el delirio. Un hombre hechizado y delirante, verdadero caballero de la gloria, la libertad fue su destino y su designio, o como lo escribiera casi con rumor de plegaria Pablo Neruda: “Bolívar, padre nuestro, de ti nos viene todo”. Pero aun no hemos sido capaces de convertir y concluir su sueño en verdadera realidad histórica y social.
O.L.: Tras la muerte de su esposa Dorita, han transcurrido más de dos años sin escribir otra novela. Sabemos que quiere retomar su proyecto de darle vida a José Hilario López. ¿Qué nos puede decir sobre él?
V.P.: Sin duda, figura sugerente e impactante en nuestra, tantas veces curiosa y equívoca, epopeya republicana. Un tanto limitado y prisionero de sus propias ilusiones ideologistas que le impidieron una más clara y vasta comprensión de los fenómenos históricos. Tiene el mérito indiscutido y dignificante de haber sancionado la libertad de los esclavos siendo un hijo de la sociedad esclavista por excelencia en nuestro Siglo XIX, es decir Popayán. Eso nos merece toda nuestra admiración, así como debe merecerle la admiración y el respeto agradecido de toda una nación, pues gracias a su valeroso gesto político, en algo ayudó a derrotar la infamia de un pretérito esclavista, pretérito que solo puede avergonzarnos como pueblo.
O.L.: Antonio Gala decía que Córdoba era en España la ciudad por donde debía pasar todo semidiós. Popayán parece ser a Colombia -guardando las proporciones-, como Córdoba lo es a España. En la dedicatoria de “El Demente Exquisito” y en el Epílogo final, usted dice que es una la ciudad desolada y maravillosa, pero otra, la ciudad habitada y tan hostil. Como algo disociativo y con vida propia e independiente de su ethos social, de su presente. ¿Qué es Popayán para usted?
V.P.: Quizás sea la ciudad más española inventada en el delirio desmesurado de la conquista. Parece una criatura preñada y parida por Dios para los regodeos metafísicos y los éxtasis religiosos. Su poesía la escribe, la vive y se siente en el tenue rumor de eternidad y de simplicidad que se regodea en el gesto desafiante de las blancas casonas enamoradas del jazmín y del sonido árabe que se quedó embelesado en las fuentes de agua y en los patios ebrios de geranios. Ese Popayán histórico, que tiene su futuro en el pasado, no merece la marchita suerte a la que ha sido condenada por la torpeza insensible de algunos que nunca pudieron entender lo que significan los símbolos y las dimensiones de lo quijotesco.
O.L.: Popayán es un gimnasio de transformaciones profundas para los espíritus espartanos que se convierten en sus semidioses. Molino de viento de ilusiones. Y sueños con saldo igual a 0. Popayán aprovisiona todo y quita todo en sus historias. Alguien quizás por eso, se inventó al descifrarla, la maravillosa leyenda de que en Popayán está la tumba de don Quijote, y por eso aparece junto a las musas en la “Apoteosis” de Efraim Martínez.
V.P.: No hay duda en ello. Y es hermoso que se la haya designado como el lugar donde está la tumba del Caballero de la Triste Figura, pero más hermoso sería que se la vuelva a instaurar como la casa amable, blanca y culta donde ese Quijote pudiera resucitar y recorrer sus silenciosas calles… Y ojalá también que el Cristo escarnecido de sus imponentes y alucinantes procesiones, descendiera de su anda y fustigara con látigo a los nuevos mercaderes de su templo -risas-.
O.L.: Humboldt llegó a ella justo después de un terremoto y la odió. No tenía esa proverbial opulencia de la que se sospecha en “Moby Dick”. Otros son hoy su terremoto y fingen amarla. Usted que la ha amado con odio y odiado con tanto amor, decía que Popayán podría ser una buena fábrica de Crepúsculos…
V.P.: Es una especie de preludio al blanco de la historia colombiana en el Siglo XIX. Ciudad metafórica, fantasmal y desgarrada, donde las magias hechizantes de sus crepúsculos soberbios hacen imaginar que es un lugar amado por Dios y por los dioses. Ciudad de alma incomprendida e indescifrada por muchos de los seres que la habitan y que la han habitado en el pretérito. Ciudad mucho más hermosa y profunda que la que es para aquellos que parasitariamente se han apropiado y han usufructuado deshonestamente sus hondos y complejos significados espirituales y culturales.
O.L.: Sabemos que el poeta por antonomasia de Popayán, el alter ego del arlequín de su primera novela, también ha tenido veleidades por la cacería…pero de musas, aunque muchas de ellas se le conviertan en musarañas… Háblenos de su novela sobre Manuelita Sáenz.
V.P.: La mujer por definición más “visible” e impactante de nuestro siglo 19 latinoamericano. Ese siglo machista y falsamente masculino, que prefirió hacer la guerra antes que hacer el amor, ese siglo que jugó su corazón al azar y se lo ganó la violencia. Ese siglo forzado por las circunstancias a preferir el odio y la sangrienta confrontación a los ritos balsámicos del entendimiento para construir un mundo dignificado por la razón o por la inteligencia.
O.L.: ¿Cuál es el valor que lee en Manuelita Sáenz?
V.P.: Manuela es el símbolo ejemplarizante del amor heroico y solidario, de ese amor que sueña y lucha por un mundo donde de verdad sea posible la felicidad. Amante apasionada y generosa; su autenticidad conserva y revitaliza su presencia en el curso de los siglos. Le correspondió desdibujar con sus gestos y sus conductas los opresivos códigos morales de su tiempo, que, a lo sumo, solo concedían a la mujer el triste y degradado papel de ser el reposo de guerrero o el sumiso objeto del marido. Creo Oliver, que el problema de las revoluciones es que quieren cambiar las cosas pero no curar la vida. La vida de Manuelita es una incitación y ejemplo para que la mujer participe activa y decididamente en una revolución que cure la vida y no solamente cambie las cosas.
O.L.: Me hace pensar en Wittig y en Beauvoir… en Jerónima Orrego, la bella encomendera; en Clotilde García Borrero… Se me ocurre preguntarle, ¿una vida auténtica puede y debe curar la vida?, ¿cuál fue el impacto de esa Manuelita auténtica que como Safo promovió más cambios con la autenticidad de su vida que con la esterilidad de las leyes?
V.P.: Manuela hermosamente erótica y desafiante, asumió el riesgo de la autenticidad para vivir sin máscaras en el amor y en la vida. La que intuyó que la mujer de manera inexorable debe participar en la aventura deleitosa de conquistar su propia libertad para encontrar su propia identidad y su verdadero lugar en las ceremonias transformadoras de una historia fundamentada en la dignidad de la persona humana; pues de lo contrario esa historia queda condenada a la irracionalidad de la fuerza, de las sumisiones que ensucian y envilecen el curso de la existencia. Una historia no fecundada por la esencia de lo femenino es una historia estúpida y degrada, es una historia fallida e inconclusa. Una historia que debe cambiarse.
O.L.: Finalmente, una pregunta que seguro tiene muchos espectadores interesados, por la oportunidad de hacérsela a una inteligencia privilegiada como la suya. ¿Qué piensa del proceso de paz?
V.P.: Un proyecto realizable, cargado de futuro y posibilidades inéditas para que esta sociedad asimétrica y torturada por desigualdades insostenibles construya dignidad y fortalezas para empezar a caminar por senderos de civilización verdadera. Un imperativo histórico que clama en el alma colectiva; un proceso que no podrán detener las oscuras fuerzas del fascismo asesino que acaudilla la torpeza equina de una derecha sin visión histórica. Un imperativo vital, social y cultural que convierte en esperanza el futuro para todos y desmantela la amenaza que también es este presente para todos. Quien no luche por la paz se hace cómplice, consciente o inconsciente del conflicto armado y de nuevos y terribles holocaustos con los cuales la barbarie irracional de la guerra continuará pintando con sangre y odios los paisajes de la patria. La paz es el triunfo del arma de la razón sobre la razón de las armas. Quien ama la paz ama la vida; quien propicie la guerra, ama la muerte.
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