ESPÍRITU CORTESANO Y FALSA REBELDÍA
19 de febrero de 2016
Colombia se parece a un adolescente inseguro y con problemas
neuróticos. Ya lo han dicho muchos pensadores y críticos pero, ahora, ad portas
de la terminación del conflicto armado, debe ser reiterado para que seamos
conscientes de la tarea que tenemos por delante.
Y no es un problema sólo de las castas dominantes. Es un tema
que debemos reflexionar todos: poderosos y débiles, empresarios y trabajadores,
opulentos y humildes, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, armados y desarmados.
Es algo que hace parte de nuestra identidad que debe ser reconocido y desnudado
para ser superado. Todos lo sufrimos en mayor o menor dimensión.
Sólo si estamos dispuestos a hacer las paces con nosotros
mismos podremos construir una verdadera paz.
Sólo si Uribe reconoce su carácter y brío vengativo contra
las FARC, podrá ayudar a que las víctimas de la degradación de la guerra,
puedan perdonar. Sólo si los comandantes guerrilleros reconocen que en medio de
su euforia insurreccional (triunfante para ellos), intentaron engañar a su
enemigo histórico y extralimitaron los alcances de la “violencia revolucionaria”,
podrán contribuir a que las víctimas de la violencia paramilitar, también
perdonen.
Sólo si la cúpula dominante tradicional reconoce que
permitió y estimuló la economía del narcotráfico para incrementar sus arcas y convertirse
en la burguesía trans-nacionalizada que hoy es, podrá realmente rectificar y
ayudar a reencauzar la Nación por el camino de la reconstrucción productiva y
la restauración moral.
Sólo si como pueblo reconocemos que hemos sido
condescendientes –por temor, flojera, comodidad, oportunismo–, con todas esas
prácticas corruptas, vejatorias, despojadoras y violentas, podremos aprovechar
la pausa o tregua que se está pactando, para unirnos como un sólo ser y
transformar democrática y civilistamente a Colombia.
En Colombia se combina –sin rubor ni pena– el espíritu
cortesano con la falsa rebeldía (emocional e insulsa). Un día agachan la cabeza
ante el poderoso y al día siguiente se rebelan. Nos las picamos de vivos y
somos bobos. Atacamos al corrupto ajeno pero no vemos el que está a nuestro
lado. Medimos con varas diferentes. “Duros” diciendo... “flojos” haciendo.
El espíritu cortesano nos lleva a usar la trampa para
obtener nuestras metas. Cuando nos sentimos pillados, usamos la bravata y la
violencia para tapar la falta. “Medimos al otro por los resultados mientras
valoramos nuestras acciones por las intenciones” (Estanislao Zuleta). Por ello
Colombia (como ahora México) ha sido tierra de extremos. “Nacionalistas” de
camiseta pero “entreguistas” hasta el tuétano.
Los últimos hechos están marcados por esa doble moral. Por
un lado se roban REFICAR, por el otro, venden ISAGEN. Le quitan el agua al
pueblo wayuu mientras se la entregan a las empresas carboníferas y se rasgan
las vestiduras por la muerte de un niño desnutrido. Utilizan el escándalo “sexual”
para tapar la corrupción real. Conmemoran el sacrificio de Camilo asesinando
humildes cristianos. Hacen la “paz” pero preparan la guerra. Algunas cúpulas
convocan “paros” pero no sienten de verdad el espíritu de la protesta. Juzgan
pero no quieren ser juzgados.
Todo es calculado... la norma general es: “¿Cómo voy yo?”
Nos falta desarrollar coherencia y conducta ética
permanente. Pasamos del éxtasis revolucionario a la pasividad abyecta. Ojalá la
juventud que aparece en el escenario social y político no caiga en esa dualidad
que no nos ha dejado avanzar. Hay que romper con esas conductas.
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