Por qué los demócratas deben deslindarse de las FARC
CONQUISTAR LA DEMOCRACIA ES HACER LA REVOLUCIÓN
Bogotá, 6 de febrero
de 2017
“Los demócratas colombianos no pueden cargar
con el peso negativo acumulado por las FARC en su proceso de degradación
guerrerista.”
En Colombia –por fin– se están
dando las condiciones para derrotar a los principales agentes de la corrupción
político-administrativa. Por lo menos, a nivel del gobierno central es posible someter
la “patota” politiquera y clientelista. El desmantelamiento de ese entramado ilícito
que carcome al Estado y a la sociedad debe ser iniciado por la cabeza. Y de
inmediato, hay que continuar con las mafias políticas territoriales y locales
pero hay que iniciar por el nivel central. Ese paso es esencial para después
impulsar verdaderos procesos constituyentes convocados por un gobierno
alternativo.
Es por esa razón que las fuerzas
sanas de la nación, representadas por los sectores políticos que no se han
dejado permear por la politiquería y el clientelismo, que hoy están
parcialmente presentes en el Polo Democrático Alternativo, Alianza Verde,
Progresistas, Compromiso Ciudadano y otras agrupaciones, deben diseñar una
estrategia creativa y consistente para unificarse y, así evitar que la
“izquierda liberal” (santismo) y el “populismo de derecha” (uribismo y
vargas-llerismo) continúen polarizando y distrayendo a la sociedad con la falsa
disyuntiva entre la paz y la guerra, entre la “debilidad” y la “autoridad”,
entre la apariencia reformista y la realidad ultra-conservadora.
Esas fuerzas sanas de la nación,
que tienen identificada a la corrupción política-administrativa como el cáncer
que ha hecho metástasis en todos los niveles del Estado y de la sociedad, recogen
los intereses de gran parte de los trabajadores, campesinos, indígenas,
afrodescendientes y clases medias, pero también, de importantes sectores
empresariales (pequeños, medianos y hasta grandes) que están resueltamente
interesados en enfrentar ese fenómeno. Entenderlo, es de gran importancia para
el momento actual. Podemos romper el celofán y sacarla del estadio.
Es evidente que no estamos
hablando de la corrupción inherente al sistema capitalista y de las mafias
financieras que carcomen al mundo con el pillaje de los poderosos bancos. Sin
embargo, desencadenar un movimiento contra la corrupción que afecte la
contratación del Estado y el funcionamiento de las instituciones de justicia y
los órganos de control, permitirá que los movimientos sociales ejerzan
–organizadamente– nuevas formas de control social, “desde abajo”, “con afilados
dientes”, avanzando hacia nuevos espacios de lucha.
No obstante, para poder construir
ese gran frente social y político contra la corrupción, las fuerzas
democráticas deben aclarar y ajustar su posición frente a la terminación del
conflicto armado. La tesis que desarrollo en este escrito parte de plantear que
además de respaldar el proceso de cumplimiento de los acuerdos firmados,
debemos deslindarnos –total y absolutamente– del proyecto político que organizarán
las FARC. Si se consigue afrontar con propiedad y claridad ese tema, el año
2018 podría ser histórico para el país.
En este largo artículo, que
recoge brevemente aspectos históricos de nuestro país y en los que incluyo
parte de mis experiencias y encuentros personales con el conflicto armado,
intento contribuir a superar ese dilema que impide que algunas corrientes
políticas e intelectuales se sumen a la lucha contra la corrupción que han planteado
varios precandidatos presidenciales como Jorge E. Robledo, Claudia López,
Sergio Fajardo, Antonio Navarro y otras personalidades que tienen autoridad
moral para hacerlo.
Hay que ayudar para que las FARC
tengan condiciones viables para hacer política, en eso no debe haber dudas.
Démosle la bienvenida a la civilidad y contribuyamos para que actúen en ese
terreno. Pero, ello no significa que las fuerzas democráticas tengan que cargar
con el peso negativo que se han ganado, que es un efecto directo de la
degradación que sufrieron durante esa larga guerra. Además, mientras los
dirigentes guerrilleros y sus cercanos –tanto de las FARC, ELN y EPL– no
reconozcan la existencia de ese proceso de degradación y no superen
conscientemente las causas internas (propias de esas organizaciones) que
llevaron a esa situación, no lograrán avanzar ética y moralmente y ganarse el
favor de las mayorías sociales y ciudadanas.
Ese es el tema que desarrollo a
continuación.
Síntesis de una posición reiterada
Desde el punto de vista
revolucionario y democrático no se cuestiona el paso que han dado las FARC. Es
acertado y oportuno acabar con una guerra que terminó instrumentalizada por el
imperio y la oligarquía. La crítica central consiste en que la dirigencia
guerrillera, en su afán por ocultar el fracaso de la estrategia armada, se han
prestado para ilusionar al pueblo con supuestas reformas que traerían la
democratización del país y la construcción de una “paz estable y
duradera”.
Sería como decir… no pudimos
transformar el país por la vía armada pero ahora que dejamos las armas, la
oligarquía y el imperio nos premian haciendo la revolución por decreto. Porque en
eso si no pueden haber duda: ¡Conquistar la democracia en Colombia es una
verdadera revolución! Pero, al contrario de lo que piensan los jefes
guerrilleros y las fuerzas políticas de su entorno, ello no se logrará con
reformas en el papel como ocurrió en 1991. Es una experiencia comprobada con
creces. Sólo sacando del gobierno a las castas dominantes podrá iniciarse un
verdadero proceso de democratización del país. Las reformas legales serán
resultado y no causa de ese proceso.
Pero además, la identificación
que se hace de la terminación negociada del conflicto armado con la conquista
de la paz, no sólo le sirve al establecimiento neoliberal para ilusionar a la
población con la promesa de cambios sustanciales en la vida del país sino que
le permiten –bajo esa cobertura– impulsar sus política de arrasamiento de
territorios y de mayor entrega de nuestras riquezas con el argumento de que es
para “construir la paz”. Nada más contradictorio y falso.
Los factores estructurales que
eternizan las violencias no se van a superar a corto plazo. Por el contrario,
se van a fortalecer. La economía del narcotráfico, la explotación de nuestras
riquezas naturales a manos de empresas transnacionales, las economías ilegales
ligadas al tráfico de drogas, insumos, armas, personas, prostitución, juegos de
azar, etc., la debilidad estructural del Estado y la cultura de enriquecimiento
fácil (“traqueta”), no van a ser enfrentadas por un régimen que no está
interesado en impulsar alternativas productivas autónomas o políticas sociales viables
para atacar esos fenómenos. Es un hecho visible.
Si en realidad el gobierno
estuviera interesado en acabar con la economía del narcotráfico ya habría
planteado la legalización global de toda la cadena productiva para acabar con un
negocio que se funda en la política prohibicionista.
Si quisiera acabar con las violencias intrínsecas a un tipo de explotación de
los recursos naturales que se basa en el despojo y atropello a las comunidades,
ya habría declarado la emergencia ambiental y social movilizando al ejército y
a la población para acabar con esas prácticas anti-sociales. Pero, eso nunca lo
harán. Nunca.
Las guerrillas deben luchar –como
lo hacen– por obtener garantías para reinsertarse a la vida civil y hacer
política. Hasta allí les da la fuerza. Pero, querer agregar conquistas que solo
puede obtener la sociedad y el pueblo organizado y movilizado, sólo sirve al
interés demagógico de las castas dominantes que les interesa ilusionar a la
gente con salidas cómodas. ¡No hay soluciones fáciles!
Pero además, hay que reiterarlo
una vez más, las guerrillas no son los actores ideales para generar una gran
movilización social porque perdieron –hace rato–, su perfil ético y político
para encabezar esa tarea. Es la causa de que durante todo el proceso de
diálogos no haya sido posible vincular las reivindicaciones y organizaciones sociales
con la conquista de la paz. Es algo que muchos no se explican, no entienden o
quieren negar.
De alguna manera, las FARC, por
no perder el escaso capital político construido a lo largo de décadas, juegan a
lo que le interesa jugar a la oligarquía: a la apariencia de reformas democráticas. Su descolocación frente al
momento político es visible y hasta comprensible. Han vivido de espaldas a una
realidad que les pedía que acabaran con una acción armada que impedía el
desarrollo político y cultural de la sociedad. Al fin lo comprendieron pero
quieren cosechar muy temprano lo que no supieron sembrar desde el monte y la
clandestinidad.
No caen en cuenta que fueron
instrumentalizados en la guerra y ahora lo están siendo en la paz.
El problema de fondo
Para abordar el problema de fondo
es necesario entender, por un lado, nuestra formación social histórica que es
la que en verdad hay que superar, y por el otro, las concepciones políticas e
ideológicas heredadas por nuestras izquierdas, que recién hoy empiezan a estudiarse
y entenderse a nivel mundial después de los fracasos históricos de las revoluciones
del siglo XX (Rusia, Europa Oriental, China, Corea, Vietnam, Cuba, etc.) y las
recientes experiencias en países árabes, norte de África, Grecia y América
Latina. Ambas formaciones (social y política), están entrelazadas e imbricadas.
Nuestro conflicto armado es un ejemplo de ello.
En América Latina se presentó un
fenómeno muy interesante que no ha sido estudiado por la academia, y menos, por
los partidos políticos. La colonización se realizó con cierta facilidad porque
se hizo con base en la confluencia de dos tipos de élites cortesanas que se
coaligaron para hacerlo. La una, la proveniente de la península ibérica
(castellanos, andaluces, extremeños, catalanes, vascos, gallegos, lusitanos,
etc.). Las otras, élites de cacicazgos indígenas pertenecientes a los imperios
precolombinos (inca, azteca, muisca). De una forma especial se construyó una
alianza entre esas cúpulas para mantener y expandir su poder a lo largo y ancho
del territorio.
Con la fuerza de esa coalición
(así haya sido subordinada para las élites indígenas) se construyeron las
instituciones coloniales más poderosas de la región: Real Audiencia de Nueva
España (México); Nueva Castilla (Lima-Perú) y Nueva Granada (Bogotá-Colombia),
que después fueron Virreinatos y que en la actualidad siguen siendo los centros
de poder colonial, pro-imperial, oligárquico, racista y reaccionario en América
Latina[1].
Hoy son la cabeza de la Alianza del Pacífico y no es casual que en esos países
se hayan presentado las últimas rebeliones y alzamientos armados (EZLN, Sendero
Luminoso, MRTA, FARC, ELN, etc.).
Esas oligarquías, en cuya cabeza
siempre se mantuvo una élite blanca que reclamaba su pureza europea pero que
estableció relaciones de parentesco, padrinazgo, compadrazgo y otras formas de
relacionamiento cercano con indios, negros y mestizos, aprendió desde muy
temprano a manejar las rebeliones y alzamientos armados. Conocían al detalle
qué pueblos y sectores eran “malos” (mapuches, nasas, kichés, negros
antillanos, mestizos rebeldes, etc.), cuáles eran controlables, quienes eran sobornables,
y sabían provocar, manipular e infiltrar los levantamientos armados. Incluso,
aprendieron a estimularlos para depurar de “malvados” a sus “comunidades
protegidas”[2].
Esa realidad –que debe ser
estudiada a profundidad– era desconocida por los luchadores y dirigentes de los
movimientos insurgentes que aparecieron después del triunfo de la revolución
cubana. No es casual que sólo en aquellos países en donde se impusieron
dictadores como Batista (Cuba) y Somoza (Nicaragua), que se salieron de la
línea “cortesana” y “democrática” que usaban las oligarquías latinoamericanas,
fue donde logró imponerse una insurrección armada de tipo popular. Y esa falta
de conocimiento de la realidad los llevó a impulsar alzamientos armados que,
desde un enfoque estratégico y complejo, no tenían formas de movilizar a las
mayorías y de triunfar frente al poder imperial-colonial-oligárquico.
El otro aspecto, la formación
política de los dirigentes populares revolucionarios es muy importante de
caracterizar. Fue heredada de los avances de la humanidad y de los trabajadores
europeos de los siglos XVIII, XIX y XX. Sin embargo, como lo están aclarando
estudios y análisis críticos, dichas concepciones estaban plagadas de concepciones
deterministas, economistas, dogmáticas, de idealización de los objetivos y
formas de lucha. En realidad, era un cristianismo con apariencia de “marxismo”
y de revolución popular. Los revolucionarios –todos– se creyeron “salvadores
supremos”. Y claro, el voluntarismo guerrillerista idealizado en el “Ché” se
convirtió en el modelo del revolucionario que se iba al monte a montar su
guerrilla y esperar la insurrección popular.
De esa manera se fue olvidando la
consigna de la I Internacional: “La emancipación de los trabajadores es obra de
los trabajadores mismos”, y se reemplazó por la lucha de grupos y vanguardias
armadas, muchas de las cuales confluyeron con verdaderas resistencias armadas
campesinas como en el caso de Colombia. No obstante, al no poder convertir esa
resistencia en una ofensiva popular de gran envergadura se vieron involucradas
en una trampa histórica de la cual recién estamos saliendo. Es parte de nuestra
historia y legado por superar.
Algunos encuentros personales con el conflicto armado
Para ilustrar algunos de los
aspectos que he señalado anteriormente voy a realizar un ejercicio breve de
memoria personal que les puede servir a los jóvenes que no conocen detalles de
nuestro conflicto armado. Son parte de nuestras experiencias y deben ser
compartidas para ser evaluadas.
Algunas personas saben que mi
abuela materna, una india de Usme, fue sirvienta en casa del cura Camilo Torres
R. Mi madre se crio como hermana “entenada” en esa familia. Esa relación
influyó enormemente en nuestra vida. Despedimos en octubre de 1965 en Popayán
con mi madre y hermanos al cura que se iba para el monte a encabezar la
insurrección que liberaría a nuestro pueblo. Sin embargo, a los pocos meses
ocurrió su muerte. En forma emotiva y a temprana edad llegué a la misma conclusión
que elaboró Joe Broderick en su libro sobre el cura Pérez[3]:
El ELN sacrificó al cura para convertirlo en mártir de la revolución y alentar la
insurrección popular que nunca llegó. Una verdadera estafa y tragedia. Así
empecé a conocer a nuestras guerrillas.
El segundo encuentro se presentó
en forma paralela. Frecuentaba por esos mismos años a una organización de
artesanos revolucionarios de Popayán que se autodenominaba ORC (Organización
Revolucionaria del Cauca). Entre algunas de sus tareas populares y pedagógicas,
ellos conformaron un grupo de jóvenes para que se le presentaran a los jefes de
las FARC para integrarse a la guerrilla. Entrenaron a lo largo de muchos meses
y viajaron a Riochiquito (Cauca) para presentarse ante Ciro Castaño Trujillo,
segundo al mando por esos días. Este guerrillero los conversó y los devolvió con
amabilidad a la ciudad. Les dijo que ellos no estaban allá por propia voluntad.
Les afirmó que si pudieran, harían el trabajo de organización y concientización
que hacia la ORC pero que no podían hacerlo porque los mataban. Ellos estaban
“enmontados” para defender su vida pero –insistió–, solos no harían nada. Se
necesitaba un trabajo serio de tipo revolucionario en las ciudades. Les
agradeció su valentía pero los rechazó fraternalmente. Era un guerrillero
liberal gaitanista que no alimentaba expectativas falsas e ilusiones vanas. (Esa
línea de pensamiento se perdió en las FARC y después se impuso la visión
militarista).
El tercer encuentro sucedió en mi
barrio Alfonso López de Popayán. Allí realizábamos durante la década de los
años 70s del siglo XX un trabajo de organización y educación popular con
jóvenes, todos casi adolescentes. Íbamos bien, o eso creíamos. Sin embargo,
debido a temas de trabajo algunos de los jóvenes más experimentados tuvimos que
ausentarnos unos meses. Ese tiempo fue aprovechado por sectores del ELN y EPL
para reclutar a muchos de los integrantes del Comité Juvenil que en pocos meses
murieron o fueron a parar a la cárcel por verse involucrados en atentados y
“trabajos de expropiación”, que aunque fueran presentados con un carácter
heroico y rebelde, para el común de la gente no eran más que acciones
delincuenciales totalmente desvinculadas de cualquier lucha popular. Mucho
dolor y frustración nos dejó esa experiencia.
El resto de situaciones ocurren
en muchos y variados municipios del Cauca. Trabajábamos con organizaciones
campesinas, indígenas y afrodescendientes. Siempre nos encontrábamos con las
guerrillas. No entendían cómo podían existir procesos de organización popular
que ellos no pudieran controlar. La constante que aplicaban era el principio de
la guerra que dice… “si no estás conmigo, estás contra mí”. La lucha por
mantener nuestra autonomía frente a los actores armados, lucha que ha sido desarrollada
con especial capacidad por parte de las comunidades indígenas del Cauca, se
convirtió en una constante. En el caso de El Tambo sufrimos persecuciones a
cargo del 8° Frente de las FARC, que en 1997 se alió con Aurelio Iragorri
Hormaza para quemar los votos al Movimiento Campesino y Popular y perseguir a
sus dirigentes. No fueron los únicos casos. En algunas ocasiones se aliaban con
grandes terratenientes que tenían capacidad para pagar impuestos, colocándose al
lado de los poderosos en los conflictos con campesinos pobres. Ello explica que
hoy en el Cauca, la principal organización campesina –la ANUC reconstruida–,
está muy lejos políticamente de la insurgencia.
Son solo algunos ejemplos de cómo
la degradación de nuestras guerrillas no fue sólo resultado de la estrategia de
“guerra sucia” utilizada por el imperio y la oligarquía sino que desde el
principio existían problemas de formación ideológica que permitieron que esas
fuerzas guerrilleras fueran entrando en un proceso de descomposición política
que es la principal causa del rechazo actual por parte de amplios sectores
populares. Es parte de lo que deben superar en la vida legal ya que la firma de
los acuerdos y su desmovilización no generan –por sí mismas y en forma
automática– la transformación de sus concepciones y prácticas políticas.
Diez (10) graves errores de las FARC
Es muy importante que se entienda
que la crítica que se le plantea a las FARC tiene como objetivo mostrar una
realidad que no ha sido abordada desde el campo popular y de las izquierdas.
Claro, el miedo, una errada solidaridad o el sectarismo, impidió que el debate
se desarrollara con seriedad y rigurosidad para bien de las mismas guerrillas y
el pueblo. Sin embargo, no es tarde para hacerlo. En nuestro caso, ya lo hemos
hecho sin ser escuchados. Pero ahora, que dichas fuerzas entran en el juego de
la “legalidad” y de la construcción de convivencia, es todavía más
trascendental que se profundice en este tipo de problemas.
Hemos ubicado las siguientes
formas de degradación de las guerrillas en medio del conflicto armado. Sabemos
que la guerra descompone a sus actores, que las FARC pueden enorgullecerse y
vanagloriarse de haber resistido los embates de uno de los ejércitos más
grandes del mundo (el colombiano) que contaba con el apoyo del imperio más
poderoso del planeta (EE.UU.), pero es necesario identificar las falencias
propias que permitieron que el proceso de degradación llegara a niveles muy
graves para la causa revolucionaria. Es un deber hacerlo. Se hace en forma
sintética pero cada punto da como para un tratado.
1. El secuestro: de ser un instrumento
eminentemente político, individualizado y concentrado en personajes detestables
o en grandes empresarios, que también, en forma secundaria, sirvió para obtener
ingresos económicos para la insurgencia (M19), se pasó a utilizar como una
exclusiva herramienta de extorsión económica, afectando principalmente a
campesinos ricos y medios. Además, se mostró una enorme crueldad y falta de
sensibilidad humana. Después, se generalizó su práctica hacia amplios sectores
de la población con las llamadas “pescas milagrosas” que se realizaban en
cualquier carretera. Hoy, como acaba de pasar con la liberación de Odín Sánchez
a cargo del ELN, con ese tipo de prácticas convierten a politiqueros corruptos
en héroes por el solo hecho de sobrevivir un largo y cruel secuestro;
2. Los impuestos al narcotráfico:
en un principio las guerrillas tenían claro que no debían involucrarse
directamente en el negocio del narcotráfico. Con solo aplicar el impuesto del
“gramaje” era suficiente. No obstante, a partir de 1983 ese comportamiento
cambia en muchas regiones y frentes. La concepción militarista, la mala lectura
de la correlación de fuerzas, la obsesión por conseguir el poder al costo que
fuera y muchos fenómenos complementarios, facilitaron que comandantes de
frentes decidieran involucrarse en prácticas que deshonraron a las fuerzas
insurgentes, colocando el objetivo económico y la fortaleza logística por
encima de cualquier otro propósito político y sus relaciones con la población.
No podemos afirmar que se hayan convertido en el “cartel más grande del mundo”
como hacen los “uribistas” pero, es importante señalar que las guerrillas se
enredaron en pactos con mafias y con prácticas que contribuyeron a que las
castas dominantes los hicieran ver ante amplios sectores de la sociedad como
unos delincuentes y criminales del montón;
3. Los impuestos a la minería
ilegal y otras prácticas frente a terratenientes y empresas transnacionales: Ser
conniventes con la minería ilegal e incluso en algunas zonas con grandes
terratenientes, mafias (Magdalena Medio[4])
y hasta con empresas transnacionales que pagaban las “vacunas”, se convirtió en
muchas regiones en formas de sobrevivencia económica que enfrentaba a las
guerrillas con sectores populares;
4. Realizar atentados generalizados
y crímenes atroces que afectaron gravemente al pueblo;
5. Creer que podían llegar al
poder solo con fuerza económica y militar, y sin el apoyo del pueblo;
6. Convertirse en muchas zonas en
verdaderos ejércitos de ocupación;
7. Permitir que jefes degradados
y personajes descompuestos hicieran parte de sus filas;
8. No medir los errores y
crímenes de “otros” con el mismo rasero con que miden los de ellos. Los fallos
de la guerrilla se cometían por una causa superior mientras que los de sus
enemigos se hacían por intereses mezquinos;
9. Caer en la politiquería y en
el triunfalismo en la fase del plebiscito: el pedir perdón a diestra y siniestra
para buscar votos por el Sí;
10. Creer en las promesas demagógicas
de Santos, ser cómplices de ese engaño y contribuir con que el pueblo las crea
(aunque poco las cree, como hemos visto).
Para finalizar este aparte
podemos resumir la posición de las FARC: Nos llaman a soñar con la paz. Según
ellos, con solo reformar las leyes se avanzará hacia la democratización del
país y la conquista de la paz. Su llamado a constituir un “gobierno de
transición” integrado por todas las fuerzas comprometidas con el “proceso de
paz” (o sea, la terminación negociada del conflicto), que incluye a todos los
politiqueros “santistas” que se han pintado de pacifistas, implica una
coalición con el establecimiento neoliberal. Esa fórmula no es más que el
resultado de su degradación moral que ahora se transforma en descomposición
política. Por ahí no es.
La coyuntura política nacional e internacional
Avanza en el mundo el populismo
de derecha. Trump es su adalid pero en Europa otros políticos como Marie Le
Pen, le siguen sus pasos. Usan el fanatismo nacionalista, religioso, racista,
xenofóbico y homofóbico, para conseguir el apoyo del electorado. Se apoyan en
la frustración de millones de trabajadores que perdieron sus empleos con la
globalización neoliberal. Su política “proteccionista” se basa –principalmente–
en el rechazo a los inmigrantes. Aprovechan la debilidad de la “izquierda
liberal” que terminó apoyando los paquetes de austeridad y privatización.
En Colombia, Uribe trata de re-engancharse
a ese carro de la reacción mundial. Se puede decir que él encabezó una precoz avanzada
de esa ola populista de derecha. Germán Vargas Lleras quiere empatar con esa
tendencia emulando a Trump con sus ataques a los venezolanos. Sólo falta que
proponga un muro para impedir la migración desde ese país. La lucha contra el
“castro-chavismo” es la forma que adquiere dicha estrategia. La campaña por el
NO durante el plebiscito fue el escenario donde el populismo de derecha
colombiano mostró sus cartas.
Al igual que en EE.UU.,
importantes sectores de la izquierda liberal proponen que hay que construir una
gran coalición anti-uribista para impedir su regreso al gobierno. Quieren enfrentar
una Hilary nacional (De la Calle Lombana) a un Trump colombiano (el heredero de
Uribe o Vargas Lleras). Tal estrategia no tiene en cuenta la evolución de nuestra
vida política y pone en bandeja –como ha ocurrido en el país del norte y va a ocurrir
en Francia– el triunfo al populismo de derecha.
En esa dinámica están los
dirigentes de las FARC. Obligados por las circunstancias de su desmovilización,
afanados por la presión de garantizar el cumplimiento de los acuerdos, y
preocupados –justamente– por la continuidad del proceso de paz, caen en las
dinámicas tradicionales de una izquierda cortesana y tradicional. Su lectura es
errada. La única garantía de cumplimiento pleno de los acuerdos es la derrota
del santismo y el uribismo en 2018.
La tarea que está planteada en
Colombia es construir y consolidar una convergencia democrática que ofrezca al
país una alternativa alejada del autoritarismo populista de Uribe (o
Vargas-Lleras) y de la demagogia neoliberal de Santos. Esa convergencia debe
presentar un programa de gobierno unificado y postular una candidatura única de
las fuerzas independientes. Tal iniciativa hoy está encabezada por Robledo,
Claudia López y Fajardo. Ellos llaman a la lucha contra la corrupción como uno
de los temas centrales de la próxima campaña. Sin embargo, esa iniciativa debe
ser reforzada con la participación y acción de amplios sectores ciudadanos y organizaciones
sociales.
Esa alianza de las “fuerzas sanas
de la Nación” tiene todas las posibilidades de unificarse en torno a otros temas.
La lucha contra la corrupción debe entenderse como una tarea democrática de
alto contenido ético. El fortalecimiento de los nacionalismos estrechos y
agresivos en las grandes potencias económicas (EE.UU., China, Rusia, Reino
Unido, Francia, etc.), crean condiciones y facilitan los acercamientos en
aspectos económicos, sociales y culturales. La mesa está servida.
En Colombia el populismo de
derecha no volverá y la izquierda liberal ya agotó su capital político. Todo
está dispuesto para avanzar. Podemos volver a tomar la iniciativa pero esta vez
será para romper con nuestro pasado colonial y cortesano. Si lo intentamos, lo
lograremos.
[1] No
es casual que México, Perú y Colombia sean sociedades que mantengan la
tauromaquia. Es un símbolo.
[2]
La rebelión de Benkos Biohó en los alrededores de Cartagena de Indias
(Colombia), es una de las experiencias más notables en ese aprendizaje
realizado por los colonizadores. Pero también, la rebelión de Túpac Amaru, y de
los Comuneros en Nueva Granada y Paraguay, son ejemplos de esa materia.
[4] En
el Magdalena Medio las guerrillas permitieron durante la década de los años 70s
que los narcotraficantes se convirtieran en terratenientes. Alimentaron a su
enemigo mortal.
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