Dirigentes
de “izquierda” en búsqueda del tiempo perdido…
A LA CAZA DE LOS CORRUPTOS
Bogotá,
28 de febrero de 2017
¡Por fin! Tres
importantes dirigentes de la “izquierda” colombiana, cada uno por un camino
diferente y aún con vacilaciones y dudas, van hacia el encuentro con las grandes
mayorías de la población que durante el pasado plebiscito (2 de octubre), o se
abstuvieron, o dijeron NO a Santos y a las FARC, o votaron por un SI plenamente
consciente de querer acabar con una guerra instrumentalizada por el imperio y
las castas dominantes.
Los “tres” han sido
incentivados por la actitud beligerante y valiente de una senadora que, así a
veces actúe con algo de tosquedad y sin ningún cálculo político, procediendo
casi como una candidata “outsider”, va en la misma dirección –buscando encontrarse
con ese pueblo que muchos califican de indolente y apático– pero que como lo
afirma un amigo intelectual destacado, tiene el mérito de no haberse dejado
embaucar de la casta dominante, ya que desconfía de una paz llena de mentiras,
demagogia y falsedad. Ella –la senadora– proviene de otras toldas diferentes a
la “izquierda” pero por el momento marca la pauta y ha tomado la iniciativa con
la recolección de firmas para realizar una consulta popular y con su llamado “¡vence
al corrupto!”.
Claro, no se puede
desconocer el papel que han jugado los dirigentes de “izquierda” en la lucha
contra la corrupción de “los de arriba”. Uno de ellos, se destacó por enfrentar
a los paramilitares durante el gobierno de Uribe, usando incluso muchas de las
investigaciones en las que participó –desde la academia–, la hoy senadora de
marras. También fue uno de los primeros en denunciar los sobornos de Odebrecht,
a los que fue acercándose cuando se enfrentó a los hermanos Nule y Moreno Rojas.
También es valiente y audaz, hay que reconocerlo, pero, en momentos claves, la
soberbia y la sobradez lo confunden y aíslan.
El otro, es un reconocido
dirigente que siempre ha estado enfrentando la corrupta clase política
tradicional y, en lo fundamental, con algunas excepciones, a los grandes
empresarios “nacionales” y extranjeros. Pero la diferencia en la actualidad es
que, pareciera, ha incorporado a su estrategia política el tema de la
corrupción como una bandera no sólo coyuntural sino estratégica. Hoy, que es candidato
a la presidencia por su partido, ha entendido que ese problema es fundamental
para movilizar al grueso de la ciudadanía colombiana. El sólo hecho de reunirse
con la senadora pre-candidata y otro candidato antioqueño caracterizado por su
actitud “ni-ni”, calificado por muchos como neoliberal y vacilante, pero
deslindado tanto de Santos como de Uribe, indica que el senador de “izquierda”
está soltando las amarras de una rigidez táctica que le había impedido ir al
encuentro con el grueso de la sociedad.
El más veterano
dirigente de izquierda que avanza en esa dirección inédita fue cabeza del M19 en
la Asamblea Constituyente de 1991. Se ha puesto al lado de la
senadora-candidata y ha incidido en su partido para retirarse del gobierno de
Santos, dado que el anterior ministro de Justicia de alguna manera enviaba el
mensaje de que su partido hacia parte de la “unidad nacional”. Todo indica que
el senador “verde” ha empezado a entender que no puede repetir la historia de
hace 26 años. Al separarse del gobierno de Santos, manteniendo el apoyo al
cumplimiento de los acuerdos con las FARC, está enviando el mensaje de que la
única garantía de avanzar hacia la democratización del país (y por lo tanto, la
consolidación del proceso del fin de la guerra), es sacando a todos los
corruptos (“santistas”, “uribistas” y “vargas-lleristas”) del gobierno,
derrotándolos a todos en las elecciones de 2018 con una amplia convergencia de
las fuerzas sanas de la nación.
La “moralización de la
república”, consigna de Jorge Eliécer Gaitán, está a la orden del día. Sólo
después, con un gobierno verdaderamente
alternativo, se podrá organizar y convocar un “proceso constituyente de
nuevo tipo” que sea la base para construir la 1ª República. La verdadera república
social que promueva la participación de los eternos excluidos, de los “invisibles”
de que habla William Ospina. Es una senda totalmente diferente a la transitada
en 1991.
Y por esa misma vía
avanza –aún con vacilaciones y despistes– el otro dirigente de izquierda que
también fue un importante integrante del M19 (aún novel en 1991). Sabe que
pegarse a la fórmula de Timochenko del “gobierno de transición” que incluye a
la patota corrupta de los Roys Barreras, Benedettis, Samperes, Gavirias, Serpas
y demás, no es la mejor decisión. Pero le cuesta todavía vincularse a la “alianza
anti-corrupción” por cuanto allí se encuentra con otros “egos” parecidos al
suyo, que son rivales desde hace un buen rato, pero lo principal consiste en
que aún tiene esperanzas en la existencia de una burguesía “decente” que él idealizó
en cabeza de Álvaro Gómez Hurtado en ese entonces. Hoy está tentado de
encontrarla en las filas “santistas”.
En este trascendental
instante del país, la mejor actitud de los demócratas colombianos es empujar “desde
abajo”, ojalá construyendo autonomía e independencia política de base, para que
estos dirigentes de izquierda logren entenderse con la senadora “verde”, jalonen
al candidato paisa y logren ponerse a la altura de las exigencias del momento.
El grueso de ese pueblo rebelde (que se muestra indiferente, apático, escéptico
y hasta “pasivo” y “distraído”), si observa que existe un espíritu sincero, de
unidad para antagonizar con los eternos enemigos de la democracia y sirvientes
del gran capital, los apoyará y desencadenará una nueva “ola” de fervor
democrático. Ya no será una ola “amarilla” o “verde”, será multicolor y tan intensa
que, en su mayor longitud de onda, se acercará a la brillantez de la luz de un
nuevo amanecer.
Todo apunta a que ese
camino está allí esperándonos. Como era previsto, una vez se diera fin a la
guerra interna –así sea formal y parcialmente–, saldrían a flote los agudos y
graves antagonismos sociales, económicos, políticos y culturales que estuvieron
por tanto tiempo ocultos, reprimidos y aplastados, tanto por acción directa y
consciente de quienes ostentan el poder como también por efecto de fenómenos
psicológicos paralelos que inhibían o impedían la expresión plena de la
variedad de intereses de clase, étnicos y de grupos poblacionales que se
diferencian por región, cultura, género o edad.
Es más, en medio de la
superación precariamente concertada del conflicto armado –a pesar de los años
de diálogos, la infinidad de discursos, los ríos de tinta y cúmulos de papel utilizados
en el logro y firma de los acuerdos–, se han ido manifestando en forma
paulatina (y a veces contradictoria) esos intereses, que por la complejidad y
desarrollo desigual de nuestra sociedad, requieren un estudio y un análisis
concreto, detallado y específico, a riesgo de caer en generalizaciones que no
contribuyen en la tarea de entender nuestra realidad.
Uno de los antagonismos
que explotó literalmente en manos del actual gobierno iniciando el año 2017 es
el de la corrupción político-administrativa. El detonante fueron los sobornos
de la empresa constructora brasileña Odebrecht que comprometen a gobernantes de
varios países vecinos. No obstante, los casos de corrupción en Colombia son
reiterados pero el gobierno había logrado esquivar o atenuar los escándalos como
el de Saludcoop, Fondelibertad, Cafesalud, Reficar y muchos otros. En este
instante no pueden ocultar la corrupción que corroe y compromete a “santistas”,
“uribistas” y “vargas-lleristas”.
Toda esta situación le sirve
a la sociedad para unificarse y dar un salto cualitativo que es clave para
construir democracia y paz. Es la lección que nos deja el panorama
latinoamericano en donde hasta los gobiernos “progresistas” y “bolivarianos” se
han visto enredados y contaminados por el flagelo de la corrupción
político-administrativa. Unidad y claridad, ya no sólo entre la “izquierda”
sino con todos los demócratas, es la fórmula para acertar y avanzar. ¡En eso
estamos!
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