AISLAR Y DERROTAR A LA “ROSCA POLITIQUERA Y CORRUPTA”
Bogotá, 26 de junio
de 2015
En Colombia estamos frente a una
situación particular y compleja que requiere nuevas soluciones, nuevos sujetos
sociales y nuevos actores políticos.
El denominado “proceso de paz” ha
entrado en una fase de estancamiento. La correlación de fuerzas así lo
determina. Ni el gobierno ni la guerrilla se van a parar de la mesa de
negociaciones de La Habana pero los avances en ella serán mínimos. Además, la
gente quiere la terminación del conflicto armado pero tiene grandes
desconfianzas en ese proceso de diálogo.
El pulso que se está jugando es
por el cese de fuegos bilateral. La insurgencia pretende obtenerlo sin mayores
condiciones; el gobierno sólo lo acepta después de firmar el acuerdo
definitivo; el uribismo, hábilmente, recoge la propuesta de la guerrilla pero
exige la concentración de los combatientes en sitios especiales y verificación
internacional.
Podrán pasar varios años de
lentas negociaciones sin que se llegue a feliz término. La guerrilla no va a
aceptar una justicia transicional que incluya penas de cárcel para sus
comandantes y tampoco va a entregar las armas. El gobierno de Santos tendrá que
negociar con el uribismo – como ya lo viene haciendo – para fortalecer su
posición. El “chico” va para largo.
Lo que es real es que la
correlación de fuerzas no va a cambiar a corto plazo. El pueblo no se va a
movilizar en las calles y carreteras en forma contundente contra el régimen
neoliberal, aunque, esporádicamente, se expresen algunas fuerzas sectoriales –
especialmente rurales – en contra de políticas específicas pero sin ir más allá
de sus reivindicaciones parciales. El
mismo conflicto armado bloquea el desarrollo de un fuerte, masivo y decisivo movimiento
popular.
Lo interesante del momento es que,
a pesar de esa situación – en el terreno eminentemente político y
electoral –, se empieza a conformar un Movimiento Democrático Civilista,
deslindado totalmente del establecimiento oligárquico y también de la
insurgencia.
Ese movimiento democrático civilista
ha ido adquiriendo forma debido a dos causas: la primera, la incapacidad de
Santos para desligarse del uribismo. El actual proceso de re-unificación entre
Santos y Uribe alrededor de una estrategia de paz que coloca el énfasis en la
fuerza militar y minimiza las concesiones políticas a la guerrilla, echó por
tierra las ilusiones en Santos.
La segunda, es la conciencia de
que para acceder al gobierno nacional debe deslindarse de las posiciones de la
insurgencia, especialmente de su militarismo y de su incapacidad para entender
que los crímenes cometidos por ella contra la población civil – fruto de
haberse dejado degradar moralmente –, los ha convertido en una fuerza negativa a
los ojos del pueblo, o sea, en un actor identificado con la guerra y no con la
paz.
Los sectores sociales que apoyan
ese movimiento democrático civilista están compuestos por las llamadas clases
medias de las ciudades, entre ellas, los “profesionales precariados y precarizados”,
en su mayoría jóvenes, que no están dispuestos a cargar con resentimientos
heredados ni con venganzas históricas. Ellos quieren “pasar la página”, están
cansados de la polarización entre violentos y buscan en el verdadero perdón la
base espiritual de una reconciliación depuradora y sincera.
A nivel político el movimiento
democrático civilista está compuesto por tres grandes vertientes: las fuerzas
políticas surgidas del proceso de desmovilización del M19, EPL, PRT y Quintín
Lame, hoy encabezadas por su líder indiscutible, Gustavo Petro; un sector de
militantes comunistas y liberales sociales que evaluaron a fondo la
inconveniencia de la estrategia de la “combinación de las formas de lucha” que
hoy se identifican con Clara López; y las fuerzas políticas que nunca
estuvieron de acuerdo con el tipo de lucha armada que se desarrolló en Colombia
que se expresan como MOIR-Polo y PTC-Progresistas, que lideran el senador Jorge
Enrique Robledo y el actual alcalde de Magangué, Marcelo Torres, en compañía
del Concejal de Bogotá, Yezid García Abello.
Ese movimiento democrático
civilista y pacifista está en condiciones de disputarle el gobierno a las
fuerzas del establecimiento en el año 2018. Todo depende de la claridad que
tenga y de su verdadera unificación táctica y estratégica.
Las ilusiones que tenían algunos
de estos sectores políticos en una supuesta burguesía “democrática” encabezada
por Santos, se han diluido. Así mismo, las expectativas que tenían otros
sectores de izquierda en una “burguesía nacional”, también se han ido deshaciendo.
Se entiende ahora que el sector dinámico son los pequeños y medianos
productores del campo y la ciudad (algunos
de ellos empresarios pero no grandes burgueses), y que los grandes
industriales y/o burgueses agrarios no van a enfrentar decididamente la política
imperial y oligárquica.
De esa manera la prioridad va a
ser la lucha por la democracia. Así sea la democracia burguesa, que en Colombia
nunca ha tenido concreción real. El tema de la paz será tratado en forma
general: se apoya la salida política negociada del conflicto armado pero los
detalles se les dejan a los actores armados. Se rechazan las acciones
terroristas de la insurgencia pero también los crímenes de Estado y la
violación de los derechos humanos.
El principal detalle a saldar
entre estas fuerzas es la evaluación del proceso constituyente de 1991. Todo
ese balance es necesario de cara a lo que se viene con el nuevo proceso de paz.
Las fuerzas del M19 deben
reconocer que sobrevaloraron los logros constitucionales y legales plasmados en
los derechos fundamentales, sociales, económicos y culturales, sin tener en
cuenta que la esencia económica neoliberal de la Constitución de 1991 y la
hegemonía oligárquica neoliberal en el poder, iban a impedir que esos derechos
tuvieran materialización y desarrollo real. Por eso la Acción de Tutela terminó
siendo el único instrumento para hacer respetar los derechos fundamentales, con
el contraproducente efecto de la “judicialización” de los derechos sociales,
económicos y culturales (http://bit.ly/1e7yw6H)
y la “individualización” de la lucha y resistencia popular.
Las otras fuerzas políticas
tendrán que reflexionar sobre su papel en esa coyuntura. De lo que se trata
ahora es de impedir la utilización oportunista de la “conquista de la paz” para
vendernos la idea de una supuesta “apertura democrática” que en realidad quiere
ser utilizada como cobertura para implementar una segunda oleada de
neoliberalismo.
También hay que combatir la idea
de que del proceso de negociaciones se podría obtener una “paz con justicia
social”. Esa idea es una ilusión
voluntarista. La correlación de fuerzas escasamente da para que se hagan concesiones
a los pobladores de las zonas de colonización y a otros sectores puntuales,
afectados por la economía del narcotráfico, por el conflicto armado y la
desposesión forzada de la tierra y/o su territorio. La verdadera justicia social sólo podrá construirse después de
derrotar en civilidad,
primero, a la “Rosca” politiquera y corrupta que nos gobierna; después, al
régimen neoliberal en pleno; y posteriormente, al capitalismo criminal y
depredador. Ese logro estructural anti-capitalista sólo podrá ser fruto de un
largo proceso de luchas nacionales, regionales y globales encabezadas por los
trabajadores y demás sectores sociales “subalternos”.
La principal tarea del momento en
Colombia es construir la unidad de las fuerzas democráticas alternativas para
derrotar a los partidos y políticos que hacen parte de la “Rosca politiquera y corrupta” en las elecciones locales y
regionales de octubre de 2015. Un avance o triunfos parciales y relativos en
este terreno, crearán condiciones favorables para el año 2018. Por ello, las
fuerzas alternativas, democráticas y de izquierda deben visibilizarse con
independencia y autonomía y – ojalá – con unidad,
en esas jornadas eleccionarias.
Que riqueza de bolg. gracias por compartir tanta y tan buena información.
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