Darío Gómez, "el rey del despecho" y otros cantantes |
La liberación de
la mujer y la música del “despecho”
Popayán, 27 de
julio de 2022
Colocando el foco en el tema de la
música, se ha encontrado una ligazón entre el tango argentino con la realidad y
evolución de una región colombiana en donde, por su desarrollo socio-económico,
se presenta una irrupción de la mujer en el campo laboral, y por ende, en las
luchas sociales y sindicales de este país.
En el proceso de entender la
relación entre el surgimiento del tango y la forma en que en muchas de sus
canciones más famosas se aborda el tema de la mujer se pudo constatar que en la
región de Colombia conocida como la Antioquia Grande, que comprende los
departamentos de Antioquia, Caldas, Risaralda y Norte del Valle, durante la
década de los años 20 y 30 del siglo XX, el tango tuvo mucha acogida entre la
población, especialmente entre los hombres. Fue tanto así que, en uno de los
viajes de presentación del famoso cantante Carlos Gardel muere en Medellín en
1935 en un accidente de aviación.
Es así como en el proceso de
investigación sobre esa relación entre el tango y la región de Antioquia, se
encuentra que antes de que ese género musical fuera traído por las clases altas
de Medellín, cuando ya había adquirido cierto estatus en Argentina, existía una
música de carácter popular, con aires surgidos supuestamente en las estaciones
del Ferrocarril, que se le denominó “música de carrilera” o “música de
cantina”, conocida también como “guasca” o simplemente “carrilera” que
posteriormente dio origen a la “música del despecho”.
Esa “música de carrilera” tenía una
base inicial de géneros autóctonos colombianos (bambucos, guabinas, bundes,
etc.) pero recogía “influencias de la música regional mexicana en sus
variantes: mariachi, corrido, norteña, huapango y además influenciada por el
tango, vals, tonadas, zambas, pasillos argentinos y boleros ecuatorianos y
peruanos” (López, 2018).
En relación a este tipo de música
(carrilera, guasca, “del despecho”) vale la pena traer a colación una cita de
Adolfo Albán Achinte en su texto “La música del despecho: ¿El sentimiento de lo
popular?” nos dice lo siguiente:
Como también ha
sucedido en Colombia con la tecnocumbia, la música guasca —elaborada a partir
de las manifestaciones de la música campesina de la meseta cundiboyacense
(región entre Bogotá en Cundinamarca y Tunja en Boyacá)— o la música de
carrilera con sus corridos y merengues, escuchada especialmente por los(as)
recolectores(as) de café del Eje Cafetero, la música “del despecho” ha sido
blanco de adjetivaciones que tratan por doquier de reducirla a meras
invitaciones al llanto y la embriaguez en bares y cantinas, con letras
chabacanas que llaman a la angustia y la desesperación.
Ha sido acusada
también de puro sentimentalismo de los sectores populares, escondiendo todo lo
social que en el trasfondo re-presenta y significa, en una realidad atribulada
por la desesperanza y la desazón de la guerra que ha cruzado toda la historia
republicana de esta nación, y en un pueblo que ha tenido que esperar, “con
resignación” —como dicen las abuelas— el aplazamiento de oportunidades que
dignifiquen la vida y la carguen de sentidos. (Albán, 2014)
Haciendo el parangón o comparación con lo relatado por Dolores Juliano (1992) en cuanto a la realidad que se vivió en los alrededores de Buenos Aires y otras regiones de Argentina cuando se presenta la migración europea, y la situación que se vivía en relación al número de mujeres frente al de los hombres, se pudo constatar que en la región de Antioquia se presentó un fenómeno similar pero no por causa de la migración sino por el desarrollo capitalista que desde finales del siglo XIX y con mayor fuerza, después de 1910, se presentó en esa región, especialmente en Medellín, capital de esa provincia.
Es conocido en Colombia que desde
principios del siglo se impulsó en esa ciudad un proceso de industrialización
financiado con recursos acumulados por los grandes terratenientes y mineros que
habían impulsado dos procesos paralelos de producción. Una, la minería de oro
con peones y trabajadores de origen mestizo, y otro, el proceso de colonización
cafetera.
Esa clase social con tradición
colonial y heredera de los esclavistas del Gran Cauca, se aliaron con otros
capitalistas que empezaban a despuntar en Cali, para desmenbrar esa vieja
provincia que tenía como capital a Popayán, y reorganizan el Estado colombiano
en 1886, con la nueva Constitución Política que intentaba “modernizar el país”
pero manteniendo el control férreo sobre la mayoría de la población compuesta
de campesinos, indios y negros.
Es así como se crean una serie de
fábricas en Medellín, de textiles, cervecerías, bebidas y procesadoras de
alimentos, calzado y sombreros, y muchas otras áreas de la producción
manufacturera. En ellas eran contradas en su mayoría mujeres jóvenes.
Así lo comprueban numerosos
estudios en donde se afirma:
Esta variedad de
empresas evidencia la diversidad de sectores económicos en las primeras dos
décadas del siglo XX en Medellín. De esta manera, la investigación reveló que,
para mayo de 1916, en Medellín ya había más de 70 industrias que producían
elementos tan variados como cigarrillos, granos, bebidas, libros, tejidos y
fósforos. Empresas que crecieron y catapultaron la ciudad como un polo de
desarrollo nacional. (Giraldo, 2013).
Este proceso de industrialización
trajo como consecuencia el fenómeno de la migración del campo a la ciudad;
proceso que había sido acompañado por la construcción del ferrocarril que,
facilitaba la comunicación entre el campo y la ciudad.
Es así como las mujeres antioqueñas
y, particularmente las mujeres que llegaban a Medellín a vincularse a las
numerosas fábricas, vivieron una serie de experiencias nuevas en relación a las
mujeres campesinas, acostumbradas a una vida aislada, con costumbres
campesinas, influidas por la religión cristiana y dedicadas a ser madres (hasta
de 10 o más hijos, porque eran obligadas a “casarse” a temprana edad) y
compañeras de sus esposos “hasta que la vida nos separe”.
En la historia del movimiento
obrero colombiano aparece como una de las figuras icónicas la dirigente María
Cano, la denominada “Flor del Trabajo”, quien era parte de una familia de clase
media pero que, como lo explica Ricardo Sánchez, se comprometió y lideró a las
obreras de Medellín no solo en el terreno de las reivindicaciones laborales
sino en la lucha por lograr cambios estructurales en la sociedad. Así nos lo
relata:
María Cano era
hija de su tiempo y de su sociedad, que encontraron en su espíritu inquieto y
versátil una disposición abierta a comprometerse en el mar bravío de las
contradicciones de época. Algunos hitos a señalar explican el desarrollo de
esta maravillosa mujer y líder política del pueblo, sin par en los anales de la
historia republicana de Colombia. Aún hoy día, de mayor participación de la
mujer en las lides políticas y laborales.
Fueron numerosas las huelgas y movilizaciones
sociales que protagonizaron las mujeres obreras de Medellín, aunque dicho
proceso de organización no logró consolidarse y trascender hacia toda la nación
debido a que por la época los valores culturales de tipo clerical y conservador
influían incluso entre los integrantes de los partidos de “izquierda”
(socialistas y comunistas), que -por su formación-, colocaron en los años 30
del siglo XX al poderoso movimiento obrero y campesino que surgía en Colombia
por aquella época, en manos de la dirigencia de las castas dominantes
encabezadas por el partido liberal.
Incluso, María Cano y demás
dirigentes sociales y políticos de su talla como Tomás Uribe Márquez, Ignacio
Torres Giraldo, Raúl Eduardo Mahecha y otros, fueron relegados de la dirección
del partido comunista (fundado en 1930) y perseguidos y aislados con la ayuda
de los partidos de las clases dominantes de la época (Uribe, 1994).
Conclusión
Volviendo sobre la relación entre
la música y la situación de la mujer medellinense y antioqueña, se puede
observar cómo en la letra de las canciones se refleja el mismo sentimiento del
hombre que no puede controlar a la mujer, porque se le ha salido de control, ya
sea porque migró a la ciudad o porque tiene un trabajo y no depende de él, y
entonces se queja de las desgracias de un amor no correspondido o de aquella
mujer que “lo dejó por otro”.
La canción “Bolero falaz” de la
banda antioqueña “Aterciopelados”, que han trabajado al igual que el cantante
Juanes, el contenido y las formas del género “de carrilera” o de música del
despecho, reflejan muy bien en éste aparte de su canción, las expresiones de
una mujer que se ha liberado del hombre y que le habla de tú a tú, en igualdad
de condiciones.
Buscas en mis
bolsillos pruebas de otro cariño
Pelos en la
solapa, esta sonrisa me delata
Labial en la
camisa, mi coartada está hecha trizas
Estoy en
evidencia, engañar tiene su ciencia
Estoy hasta la
coronilla
Tú no eres mi
media costilla
Ni la octava maravilla
Malo si sí, malo
si no, ni preguntes
Ya no soy yo,
fuera de mí es que me tienes
Que si vengo, que
no voy
Que si estoy, que
me pierdo
Que si tengo, que
no doy
Que si estoy, que
me vengo
Es reflejo de un proceso de
liberación femenina, que en el conjunto de las canciones de un Darío Gómez, El
Charrito Negro, Luis Alberto Posada o Johnny Rivera, presentan la versión del
hombre que todavía no entiende o no acepta una actitud de igualdad de la mujer,
y entonces, en sus canciones reflejan la frustración que sienten por esa
situación que es achacada a la mujer, con referencias a la “mala mujer”,
“traicionera”, etc.
Bibliografía
Albán Achinte, A. (2014). La música del despecho: ¿el
sentimentalismo de lo popular? Revista Calle 14, Calle 14, vol. 4 número 3. Páginas
74-85. Recuperado de:
Giraldo Cerón, A. F. (2013). Medellín emprendió desde
la primera década del siglo XX. Revista Científica Universidad de EAFIT.
Juliano, D. (1992) El juego de las astucias. Lecturas
posibles de la situación de la mujer argentina. Editorial Horas y horas,
Madrid, España.
López González, L. N. (2018). La música popular y el
amor de Colombia. Conexión Capital.
Sánchez, R. (2018). La flor del trabajo. Banco de la
República. Red Cultural. Recuperado de:
Uribe, M. T. (1994). Los años escondidos. Sueños y
rebeldías de la década del veinte. Cestra-Cerec. Santafé de Bogotá, Colombia.
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