Gigantesca manifestación realizada en el monumento a Los Héroes en Bogotá, el sábado 15 de mayo de 2021 en protesta contra el impopular gobierno neoliberal de Iván Duque |
Lo que se mueve bajo la superficie
Popayán, 5 de abril de
2022
Para quienes no conocen la estructura del Estado colombiano es difícil
comprender lo importante que es acceder a la presidencia de la república. No es
un asunto menor[1]. Por ello en este país la oligarquía y la
casta política tradicional no duda en hacer hasta lo imposible -fraude o
asesinato- para evitar que los sectores populares puedan elegir a uno de los
suyos en ese cargo.
Ellos saben que un ejercicio de ese tipo puede ser una válvula que
desencadene un movimiento social y político que ponga en peligro muchos de sus
privilegios históricos. Son conscientes del grado de pobreza, desigualdad,
inequidad e injusticia que existe en este país y temen que un gobierno
democrático sea rebasado o superado por una avalancha de tipo popular.
No obstante, la actual dirigencia progresista sabe que los cambios
estructurales no se pueden realizar de un día para otro. Son conscientes que el
camino insurreccional nos llevaría a nuevas guerras, al bloqueo imperialista y
a la derrota. Y por ello, se plantean construir a mediano plazo un futuro común
con los trabajadores y pueblos latinoamericanos, una economía productiva y
sostenible (social y ambientalmente) y una democracia participativa como
instrumento político.
Es importante subrayar que en la mayor parte del territorio colombiano
subsiste una dominación colonial en donde los herederos de la vieja aristocracia
terrateniente y esclavista utilizan al Estado para controlar a la población
mediante una especie de clientelismo burocrático, corrupto y mafioso, que
interviene en todos los aspectos de la vida económica, social, política y
cultural de las gentes.
En las regiones donde el desarrollo capitalista ha reducido ese control
(Bogotá, Cali y otras ciudades), y en las zonas en donde las
comunidades campesinas, indígenas y afros han construido procesos de
organización popular (Nariño, Cauca, Putumayo, parte del Tolima, Huila y
Boyacá, etc.), se ha transitado por caminos de emancipación social. En otras
regiones, especialmente las golpeadas por las Farc, ese control se mantiene
aunque se observan avances libertarios sustanciales.
Sin embargo, se debe señalar que la violencia ha sido la herramienta
preferida por la casta dominante colombiana para impedir el avance de los
trabajadores y los pueblos. Desde siempre esa oligarquía terrateniente de
origen esclavista (que hoy es una oligarquía financiera transnacional) ha usado
la provocación violenta para generar alzamientos prematuros, para aislarlos y
golpearlos, y así, ha desaparecido a los dirigentes populares mediante la
persecución y el asesinato selectivo.
Lo hicieron durante la revolución comunera (1781), en los primeros años
de la guerra de independencia (1810-13), en la época de las sociedades
democráticas y la acción del general José María Melo (1854), en los tiempos de
la “guerra de los mil días” (1899-1902), durante las huelgas “salvajes” de
finales de la década de los años 20s del siglo XX (masacre de las Bananeras), y
antes y después de asesinar a Jorge Eliécer Gaitán (1948). Ha sido la
constante en nuestra historia.
Hoy, luego de 70 años de conflicto armado, en donde esa oligarquía
consiguió instrumentalizar la acción de las guerrillas insurgentes para impedir
la organización y la acción masiva de los sectores populares, se están
presentando las condiciones para dar un salto de calidad, emulando en parte a
los pueblos latinoamericanos vecinos, pero a la vez, tratando de superar esas
experiencias con base en una serie de acumulados históricos que es necesario
valorar y precisar[2].
Por ello, la dirigencia progresista y de izquierda ha diseñado una
estrategia para acceder por vías pacíficas a la presidencia de la república,
establecer un “gobierno de transición” hacia la democracia y la paz, e iniciar un
proceso tranquilo y paciente de transformación de la sociedad, que incluye el
concepto del “buen vivir” o el “vivir sabroso” que ha planteado Francia
Márquez. “Convertir a Colombia en un potencia mundial de la vida”, es su
consigna principal.
Es indudable que hoy tenemos una extraordinaria dupla de dirigentes que
encarnan lo mejor de nuestro pueblo. Petro y Francia representan
lo más avanzado de los trabajadores, mujeres y jóvenes de nuestras ciudades y
de las comunidades campesinas, indígenas y negras, que han desarrollado durante
las últimas dos (2) décadas luchas sociales de gran importancia regional y
nacional[3]. Su propuesta programática recoge esas causas
y plantea las principales soluciones.
La coyuntura de la primera vuelta y cómo ampliar la coalición
En esta coyuntura el Pacto Histórico afronta un problema táctico. Para
derrotar al candidato “uribista-duquista” (Fico Gutiérrez) se necesita sumar
por lo menos 6 millones de nuevos electores con relación a lo obtenido el 13 de
marzo/22. Y, a pesar del extraordinario entusiasmo y de la enorme mística
que ha desatado la candidatura a la vicepresidencia de Francia Márquez,
todos son conscientes que para obtener el triunfo en la 1ª vuelta se debe
ampliar la coalición.
En ese sentido, aunque la mayoría de los dirigentes del Pacto Histórico
tienen claro que se deben hacer esfuerzos para obtener el apoyo del Partido
Liberal, no todos sus integrantes entienden la importancia de esa tarea. Es
evidente que mientras César Gaviria sea su líder (expresidente que implementó
las políticas neoliberales en 1990), tendrán que hablar con él y llegar a
acuerdos. Es bueno tener en cuenta que una parte de los senadores liberales
elegidos y la mayoría de los representantes a la Cámara liberales (electos) ya
están con Petro, en parte, forzados por las bases sociales o por su propia
convicción, pero el significado de un apoyo oficial es muy importante.
Las llamadas líneas rojas que ha colocado Gaviria no
tocan en lo esencial las reformas planteadas por el Pacto Histórico como son
los cambios a las EPS, fondos de pensiones privados, reforma tributaria
progresiva, industrialización del aparato productivo, etc. Además, no se ha
pensado impulsar una Constituyente debido a que la Carta Política de 1991 tiene
un margen de desarrollo por vía legislativa, y menos se va a proponer la
reelección presidencial (que fue propuesta de Uribe), que son asuntos que
preocupan a algunos sectores del liberalismo.
Es más, hacer público esos posibles acuerdos -así Gaviria le saque el
cuerpo a la alianza- es beneficioso para el Pacto Histórico por cuanto se envía
un mensaje de tranquilidad a un conjunto de personas que militan en diferentes
partidos o que no militan en ningún partido pero que pueden ser influenciados
por las campañas engañosas y las mentiras que utilizan los contradictores de
Petro para meter miedo con base en las supuestas pretensiones autoritarias y
antidemocráticas del candidato del Pacto[4].
Igualmente, llegar a acuerdos con los liberales no implica que el Pacto
Histórico se someta a la voluntad de sus aliados pero si le garantizaría una
gobernabilidad suficiente a un eventual gobierno de Petro. Lo principal que se
debe entender es que un “gobierno de transición” requiere de una gran
convergencia política y social para consolidar la paz, fortalecer la participación
democrática, y avanzar -con calma y tranquilidad- hacia los cambios que nuestro
pueblo necesita y requiere.
Es clave comprender que el hecho de buscar un acuerdo con esos sectores
“tradicionales” es también un mensaje público sobre el talante democrático del
Pacto Histórico y sus candidatos. Y no es un asunto menor cuando los
contradictores de derechas y guerreristas tratan de posicionar la idea -como lo
lograron hace 4 años (2018)- de que “Petro es una amenaza para la democracia colombiana”,
y ante la posibilidad cada vez más cercana de su triunfo electoral, han
iniciado una campaña agresiva que incluye amenazas y llamados a “armarse” para defender la libertad.
El triunfo del Pacto Histórico está cada vez más cerca pero su
dirigencia no puede dejarse provocar, aislar o tensionar. La alegría y la
creatividad que ha mostrado nuestra juventud en las movilizaciones sociales
debe seguir estando al frente de la campaña electoral como garantía de
victoria.
[1] El régimen “presidencialista”
en Colombia le otorga un enorme poder a quien lo ejerce, dado que tiene en sus
manos una serie de herramientas para colocar a los demás poderes (legislativo,
judicial, público y electoral) bajo su tutela. Los denominados “cupos
indicativos” o cuotas parlamentarias, le da una gran capacidad para cooptar a
senadores y representantes a la Cámara, y la forma como se eligen los
magistrados, fiscal, procurador, contralor, defensor del pueblo y otros órganos
de control, le permiten incidir en forma determinante en su selección, elección
y nombramiento.
[2] Existen acumulados
organizativos entre las comunidades indígenas, negras y campesinas, en sus
luchas medio-ambientales y en defensa del territorio; también están en
construcción nuevos procesos de organización entre los jóvenes, las mujeres, y
los profesionales precariados de las ciudades; y existen importantes
experiencias productivas entre los pequeños y medianos productores
agropecuarios. Además, el hecho de contar con una Constitución Política
relativamente avanzada, nos libra de caer en el “fetichismo de la Ley” y nos
coloca en la tarea práctica de combinar la institucionalidad existente (así sea
colonial y capitalista) con las acciones propias y concretas de la
gente.
[3] En 2008 la Minga Social y
Comunitaria y el paro de los corteros de caña; en 2011 y 2018, las grandes
movilizaciones estudiantiles universitarias; en 2013, el paro cafetero y el
paro nacional agrario; en 2017, el paro cívico de Buenaventura y Quibdó; en
2019 y 2021, el paro nacional contra la reforma tributaria que se convirtió en
un verdadero “estallido social” que impactó a todo el país durante varios
meses. Y en medio de estas luchas se han desarrollado innumerables luchas
locales o regionales por servicios públicos, contra los proyectos
minero-energéticos que degradan nuestra naturaleza, por sustitución de cultivos
de uso ilícito, y otra serie de causas particulares.
[4] Todos los medios de
comunicación del “uribismo” (ej. Periódico Debate) y la intervenciones del
candidato Gutiérrez, plantean que Gustavo Petro es “castro-chavista”,
comunista, “prorruso”, enemigo de la democracia y demás embustes.
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