El eje injerencista
de Miami-Bogotá-Madrid-Este de Caracas, debe ser detenido…
DESENMASCARAR EL
COMPLOT IMPERIAL Y EXIGIR LA INTERVENCIÓN DE LA ONU
Popayán, 3 de febrero de 2019
En menos de
2 años (18 meses), la situación del pueblo venezolano ha cambiado drástica y
dramáticamente. El conflicto que se desarrolla en Venezuela ya no les compete
solo a los venezolanos porque hoy es un problema regional y global. Todo el
mundo tiene los ojos puestos en ese país suramericano y caribeño, a la espera
de uno u otro desenlace.
Tampoco están
en juego ni la democracia ni los derechos humanos (como algunos “ingenuos”
creen), dado que, en toda guerra como la que está en operación, se anulan y sesgan
totalmente esas categorías conceptuales haciéndolas depender de la
interpretación de cada bando.
Incluso, la
soberanía no se ejerce hoy plenamente: las fuerzas armadas venezolanas y la
población mantienen precariamente el control territorial, pero la soberanía
económica ha sido gravemente lesionada por las políticas desacertadas del
gobierno. Dichas políticas han sido causadas, en parte, por la presión y el cerco
imperial pero también, por errores conceptuales y por la corrupción administrativa
de la burocracia enquistada en el régimen.
La
soberanía política también ha sido gravemente afectada tanto por el gobierno
como por la oposición golpista.El gobierno
debilita la soberanía popular al ser incapaz de resolver los problemas vitales
de la población (alimentación, medicinas, servicios públicos, transporte, etc.),
y la oposición, al vender la idea de que el gobierno estadounidense y sus
socios injerencistas intervienen para “restablecer la democracia” y “acabar
con la dictadura”.
La nueva
generación de derechistas golpistas ha llegado a los extremos de izar las banderas
de EE.UU. y de Israel en sus eventos, dejando ver que solo son títeres de un plan
de intervención extranjera. Y en medio de su desesperación, importantes sectores
sociales asimilan esa idea.
Desde mediados
de 2017 la estrategia de la derecha golpista cambió en cabeza de Leopoldo López
y sus asesores gringos (encabezados por Marco Rubio). Se dedicaron a ganar
tiempo y a complotar y acumular fuerza desde afuera de Venezuela.
Igualmente,
la situación de la política interna de los EE.UU. evolucionó hacia el caos que no controla Trump, sino que
lo controla a él, y las fuerzas reaccionarias estadounidenses lideradas por
Mike Pence, Mike Pompeo y el mismo Rubio, han logrado un alto nivel de
incidencia en la política para América Latina.
Ahora ejecutan
su plan: una guerra de intervención en Venezuela y en toda la región.
De acuerdo
a todas las informaciones, mensajes, gestos y señales, Trump piensa que, solo
con presión diplomática, cerco económico y amenazas de guerra (“fuegos artificiales”),
van a doblegar al gobierno de Maduro y al ejército bolivariano. Es también lo
que algunos ingenuos presidentes y sectores políticos de la región y del mundo
creen a pie juntilla.
Pero el
núcleo “neocon” que maneja los hilos
de la conspiración, que utiliza esa guerra para también desmoronar (“impeachment”) al mismo gobierno de Trump,
y desestabilizar toda la región desde México hasta Bolivia, que está en
coordinación con Steve Bannon, John Bolton, Eliott Abrams, Álvaro Uribe Vélez y
la élite anticubana de Miami-Madrid, parece estar decidido a todo. Traman y
complotan por debajo de la mesa, presionan gobiernos y chantajean a mafias de
todas clases y colores para comprometerlas en su aventura.
Estas
nuevas condiciones nos llevan a replantear algunas ideas que han sido superadas
por la realidad.
Las
condiciones internas de Venezuela que hacían imposible una guerra de intervención
imperial, pasaron a ser irrelevantes
ante una estrategia de intervención y desestabilización regional de carácter
imperialista. Esas condiciones internas consistían en que no existe una tradición
guerrerista entre el pueblo venezolano, no hay una división tribal ni
territorial que puedan aprovechar o estimular, el ejército bolivariano está unificado
y cuenta con una tradición anti-imperialista, y la elite parásita de oposición
no tiene la capacidad para encabezar una rebelión armada.
Sin
embargo, esas condiciones cambiaron con la intervención extranjera que viene
impulsando la cúpula guerrerista de la región y de EE.UU. Al estar en la agenda
del plan desestabilizador una serie de objetivos que van más allá de Venezuela,
todos los análisis y expectativas cambian de manera drástica.
Esos
objetivos son: a) el derrocamiento por la fuerza del presidente Maduro y la
apropiación por parte del gran capital (especialmente de EE.UU.) de las
riquezas petroleras y minerales de Venezuela; b) la destrucción de los acuerdos
de paz con las Farc, la agudización de la guerra interna irregular y el debilitamiento
de las fuerzas democráticas y progresistas en Colombia; c) el cerco y acoso al gobierno
de Cuba, Bolivia y Nicaragua; d) el aislamiento regional del gobierno de AMLO de
México; e) la nueva política de expoliación de los recursos naturales de la
cuenca del Amazonas, en cabeza del gran capital global, el nuevo gobierno de
Brasil y los gobiernos extractivistas del Grupo de Lima.
Si estamos
en lo correcto, no serán los ejércitos de ningún país los que se comprometan en
la guerra. Los grandes “contratistas del terror” tienen listas miles de tropas de
mercenarios y sus empresas de destrucción y de “re-construcción” tienen el
panorama claro sobre los intereses, contratos, subcontratos, sobornos y toda
clase de repartimientos entre las fuerzas interesadas en apropiarse de los
inmensos recursos energéticos de la región. Colombia “exporta” miles de
mercenarios desde 2011 que “trabajan” a bajo costo para empresas privadas de los
EE.UU. comprometidas en las guerras del Medio Oriente y África (https://goo.gl/yBSuQD).
Pareciera que la cúpula madurista-cabellista del gobierno venezolano dejó crecer el “enano”.
La “casa por cárcel” de Leopoldo López ha sido uno de los “nodos golpistas”
donde se construyó toda la infraestructura de comunicaciones y el diseño
estratégico que sirvió de plataforma política al desconocido y novel Guaidó, con
la sombra y cobertura de la acción de una Asamblea Nacional pagada con los recursos
económicos del pueblo venezolano.
Hoy las
fuerzas democráticas, patrióticas, revolucionarias y anti-imperialistas de toda
América Latina tenemos la obligación de enfrentar ese plan de muerte. Y para
hacerlo hay que tener claros los análisis
de clase y geopolíticos. Ya no sirve hablar de “no intervención” cuando
todas las potencias, de una manera u otra, tienen “velas en ese entierro”. Ya
es algo tarde pedir “democracia” cuando ni en EE.UU. ni en Europa la democracia
se respeta en lo más mínimo. ¿Cómo exigir democracia cuando en América Latina
los “golpes blandos” han sido la constante? ¿Qué moral o ética tienen los gobiernos de
Colombia, Honduras, Paraguay, Brasil o Perú para exigir “democracia”?
Cuando las
fuerzas políticas internas de Venezuela están –más allá de las apariencias– absolutamente
debilitadas frente al conjunto y mayorías de la población, plantearse salidas “democráticas”
inmediatas, es otorgarles grandes ventajas a las fuerzas golpistas de derecha.
Las fuerzas del
gobierno están débiles por el enorme desgaste, ejercicio de represión y caos
económico acumulado; y las de la oposición no logran fortalecerse por su
actitud golpista, entreguista y antipatriótica.
El objetivo
central, entonces, es desenmascarar el complot imperial y evitar el escalamiento de la guerra.
El gobierno
de Maduro tiene que replantear su estrategia y buscar nuevos aliados dentro y
fuera de Venezuela. Y las fuerzas democráticas de la región deben conformar un
Frente contra la guerra imperialista y oligárquica, llamando sin temores ni ambigüedades
a Rusia, China y otras potencias a intervenir en la solución pacífica y consensuada
de este conflicto.
Solo una
intervención externa e internacional, posiblemente coordinada y articulada por
la ONU, en donde las fuerzas políticas, sociales y del ejército venezolano
tengan una representación amplia y cualificada, que a la vez sea un verdadero proceso de paz, puede ayudar a
resolver ese conflicto inducido desde lo más reaccionario y codicioso del
imperio estadounidense.
Los demás
escenarios no lograrán detener la voracidad del imperio. Hay que retomar la
iniciativa principalmente soberanista.
Nota: La llamada “ayuda humanitaria” es una
estrategia de la guerra de intervención. Hoy el eje Miami, Bogotá, Madrid y “este”
de Caracas concentra sus esfuerzos en la ciudad de Cúcuta. La pregunta que
surge es: ¿Por qué los gobiernos injerencistas y las grandes fundaciones “humanitarias”
que están detrás de los “contratistas del terror”, no auxilian a los cientos de
miles de migrantes centroamericanos que huyen hacia EE.UU. o a las decenas de
miles de africanos que buscan un mejor vivir en Europa? ¿Acaso es una inversión
en Venezuela y Colombia que van a capitalizar con los contratos de la
destrucción y re-construcción de esos países?
E-mal: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado
No hay comentarios:
Publicar un comentario