Los primeros 45 días del
gobierno de Iván Duque…
GOBIERNO CÍNICO E IMPOTENTE EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO
Popayán, 19 de
septiembre de 2018
“Lo negativo funciona mejor que lo positivo, y así es como el mundo se
convierte en una mierda”.
Jaron Lanier
Cinismo e impotencia son las
características principales del gobierno de Duque en sus primeros 45 días.
Cínico para posar como una nueva derecha “anti-corrupta” mientras nombra en
altos cargos a personajes de dudosa conducta (Carrasquilla, ministro de Hacienda
y Ordóñez, embajador en la OEA); e impotente, porque lo único que puede hacer
es tratar de ganar tiempo ante los problemas que abruman al país y a su mismo
gobierno.
La forma como se hizo elegir
explica esa situación. Se apropió demagógicamente de algunas propuestas de las
fuerzas democráticas (ej., “lucha contra la corrupción”) mientras se rodeaba de
las fuerzas retrógradas y politiqueras que siempre han gobernado a Colombia,
estimulando y manipulando el miedo a la amenaza “castro-chavista” que
supuestamente representa Petro.
Además, no solo heredó los
problemas acumulados por el gobierno de Santos –incluyendo su cuestionado
“proceso de paz”–, sino también sus formas de engañar con falsas posturas. Así,
intenta ocultar sus esencias corruptas con poses demagógicas aprovechando el
espíritu “formal” de la reciente Consulta Anticorrupción y cierta ingenuidad de
sus promotoras que no van más allá de impulsar limitadas leyes que le sirven a
Duque para ganar tiempo.
No obstante, hay que reconocer
que su elección fue respaldada por más de diez millones de electores
clientelizados, manipulados y asustados. Además, es lo que aceptan tácitamente amplios
sectores de abstencionistas que son mayorías ausentes e invisibles compuestas por
personas escépticas, desconfiadas y refractarias a cualquier propuesta política porque para ellas es “más
de lo mismo”. Hay que preguntarse si esa actitud es atraso e indiferencia como
muchos la identifican o hay que intentar nuevas formas de acción política que
rompan con nuestra “zona de confort”.
Duque fracasará porque no tiene
cómo enfrentar (ni quiere, ni puede) las imposiciones del gran capital
financiero; tampoco tiene la fuerza política ni la capacidad para reaccionar ante
las “jugadas” (guerra comercial y monetaria) que realizan algunos sectores
“nacionalistas” de las grandes potencias encabezadas por Trump, Putín y Xi en
los EE.UU., Rusia y China, a las cuales pronto se sumarán nuevas fuerzas en
Europa, Japón, y Asia. Serán las economías débiles de la periferia capitalista
(como la de Colombia) las que paguen los platos rotos de ese conflicto
económico global como ya se observa en Turquía y Argentina.
Duque solo podrá seguir haciendo
gestos y amagues frente al narcotráfico y a la violencia sistémica que se
alimenta de esa economía criminal; hará toda clase de simulaciones (reforma
tributaria y otras) para manejar el déficit fiscal y el déficit de la balanza
de pagos (exportaciones/importaciones y flujo de capitales); tendrá que lidiar
con la inestabilidad de los precios de las materias primas (petróleo, café, oro,
etc.); y deberá reprimir –como todos los gobiernos– la protesta social. De eso
no hay ninguna duda. Y no es un problema de personas o de ministros sino un
fenómeno de carácter estructural y crónico.
En la inercia de la “banda caminadora”
Un observador ajeno a la vida
política nacional podría decir que después de elecciones los candidatos se
mantienen por inercia sobre una especie de “banda caminadora”, cada uno
creyéndose sus mentiras y/ o promesas, que tienen en común no decirle la verdad
a la gente. Esa verdad consiste en que ni la corrupción, ni el cambio de la
matriz productiva y energética, ni la paz, ni la justicia social, podrán ser
logradas por la sola acción del gobierno y el Estado, independientemente de
quién ocupe los principales cargos gubernamentales.
Mientras la población no se
organice para cambiar las condiciones que reproducen un modo de producción y de
consumo depredador y destructor
de la vida, y no sea consciente que el actual régimen político (y su Estado)
está al servicio de la acumulación de capital, no va a desencadenarse ninguna transformación
efectiva. Eso ya lo han demostrado los ejercicios burocráticos (“desde arriba”)
de los gobiernos progresistas y de izquierdas de América Latina, ratificando lo
esencial de lo ocurrido en Rusia, Europa Oriental, China y otros países.
Otra situación sería si nuestros políticos
plantearan con toda claridad a qué llegan a los gobiernos, sin generar
expectativas falsas que son imposibles de cumplir desde un aparato de Estado
que está absolutamente integrado y subordinado al capitalismo sistémico. Con
solo que propusieran metas sencillas y viables, mostrando en la práctica cómo esas
metas se hacen realidad con base en una verdadera participación ciudadana y
popular, podríamos avanzar con pasos pequeños y certeros, y luego, acelerar el
paso con base en una fuerza real y organizada.
Y en ese proceso lo principal es
transformar nuestra mentalidad mendicante y asistencialista que es una herencia
de las políticas “focalizadas” del neoliberalismo para poblaciones
“vulnerables”, que fueron adoptadas por los gobiernos progresistas y de
izquierda para sobrevivir a las dinámicas electorales populistas, construyendo
–tal vez sin querer– “nuevos clientelismos” y debilitando de paso los procesos
de organización popular y de base.
En Colombia pareciera que no
vemos lo que ocurre en países vecinos. Nos negamos a evaluar las experiencias
ajenas (Venezuela, Brasil, Ecuador, etc.) porque tenemos el complejo de ser
parte de un país derechizado por 60 años de violencia que ha devenido en una
especie de “Caín de América”, sin reconocer que ese destino es también obra de
nosotros mismos.
Es urgente una revisión profunda
de nuestros fundamentos ideológicos y políticos. Reproducimos al interior de
nuestros proyectos políticos lo que decimos combatir: la anti-democracia, el
caudillismo, el clientelismo y los arribismos de nuevo tipo, el afán de poder y
el individualismo que es una manifestación de grandes vacíos en nuestra
formación personal.
Es indudable que hay pequeños
avances y triunfos efímeros (participación en la Consulta Anticorrupción) que,
como se puede observar, son asimilados por el establecimiento oligárquico
debido a que no existe una estrategia de mediano y largo plazo. Así, le hacemos
el juego al cinismo de gente como
Duque y nos involucramos en el ambiente de impotencia
que respiran las mayorías, no solo de Colombia sino del mundo entero.
Eso explica el auge de las
iglesias y falsos profetas, la búsqueda de fórmulas esotéricas y de toda clase
de ideologías del Apocalipsis, que son síntomas visibles del fortalecimiento de
los “neo” y “proto” fascismos que hacen carrera en Colombia y en todo el
mundo.
Nota: Entre los gestos y
amagues que hará Duque está la campaña de agresión contra el gobierno de
Maduro, que solo es parte de los “fuegos artificiales” de Trump para mantener
contentos y bien pagos a los Marcos Rubios y los Almagros, y que seguramente Duque
tratará de convertir en un clima de guerra entre Colombia y Venezuela para
legitimar todo tipo de políticas regresivas y anti-populares. También le
servirá a Maduro para mantenerse en el poder con base en su aparente “lucha
anti-imperialista”.
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