Aprendiendo de las reciente elecciones
COLOMBIA: EN EL UMBRAL DE LO POSIBLE
Popayán, noviembre 17 de 2011
“A veces el pueblo nos envía mensajes y no lo escuchamos”
Las elecciones del 30 de octubre de 2011 mostraron las principales tendencias políticas que se van a consolidar hacia el futuro en Colombia. Las fuerzas democráticas, a pesar de la dispersión y errores cometidos en las elecciones presidenciales de 2010, obtuvieron importantes resultados electorales en diversas ciudades y regiones. Siguen allí y avanzan.
Colombia no podía sustraerse de lo que ocurre en América Latina, especialmente en Sudamérica. Las expresiones democráticas y nacionalistas – de acuerdo a la correlación de fuerzas de las diversas clases –, han ido minando el poder de las oligarquías y la hegemonía imperial. Es un proceso inevitable y seguramente irreversible.
Sobre la base de amplios movimientos sociales y una histórica tradición anti-imperialista, las fuerzas democrático-nacionalistas se han apoyado en líderes carismáticos o en partidos y coaliciones políticas para acceder por vías electorales al control del aparato estatal. Se intenta reversar las políticas neoliberales implementadas por gobiernos oligárquicos durante más de dos (2) décadas, y en algunos casos, avanzar hacia proyectos socialistas.
En Colombia, Perú y Chile, debido a las particulares características violentas que adquirió la lucha política y social a finales del siglo pasado (dictadura de Pinochet, auge de fuerzas subversivas armadas como Sendero Luminoso, FARC, ELN, etc.), los procesos de cambio se habían estancado o su avance era muy lento. Hoy esa situación empieza a ser superada.
Lo que marcan los resultados
Los resultados electorales muestran a Sergio Fajardo y Gustavo Petro como las figuras ganadoras. Quedan proyectados hacia el 2018. Ambos reaccionaron con rapidez y oportunidad para no hundirse con los errores de sus partidos manteniendo los postulados esenciales. Fajardo – con prudencia, sentido orgánico y sin salirse del partido “verde” –, se desligó del neoliberalismo peñalosista y mockusiano, buscando el vínculo con lo social. El pueblo antioqueño lo apreció y lo premió. Los 900 mil votos que obtuvo así lo demuestran.
Petro hizo lo mismo de una forma arriesgada y traumática. Se separó del Polo y se colocó al frente de la denuncia contra la corrupción que Samuel Moreno dejó empotrar en la alcaldía de Bogotá. No tenía otra salida para preservar la credibilidad ganada. Ya tenía en su haber lo construido con el Polo en lo social. Además, los “verdes” le cedieron la bandera de la ética al aceptar el apoyo de Uribe. Traicionaron el “no todo vale”, saltaron de las “no alianzas” a una alianza oportunista y el pueblo los castigó.
En el caso del Polo – aunque su programa plantea con precisión las tareas democráticas – la dirigencia actual se niega a leer el momento. Sin táctica no hay estrategia ni acción política. Además, el grupismo ha impedido construir confianzas internas que son básicas para la acción colectiva. “Hay Polo para rato” es la frase central del balance del senador Jorge Enrique Robledo. Niega el retroceso. En fin, sin espíritu crítico no se va a ninguna parte.
De no ocurrir algo excepcional, Santos asegurará su reelección en el 2014. Uribe desde la derecha y el Polo desde la izquierda – inexorable y dramáticamente –, contribuirán para que el “neoliberalismo con fachada humanitaria” se mantenga por otros tantos años en éste rincón de Sudamérica. Ojalá así no fuera.
Los retos de Petro y Fajardo
Petro y Fajardo tienen retos similares pero opuestos. Ante la nación Petro tiene el perfil social pero pesa todavía el “trauma guerrerista”. Fajardo deberá avanzar hacia lo social con mayor consistencia. Tendrá dificultades en su partido en donde la concepción neoliberal (Peñalosa-Gilma Jiménez) predomina a pesar de los esfuerzos de la senadora Ángela Robledo. “Lucho” Garzón será quien incline la balanza.
Fajardo es consistente en lo administrativo, no tanto en lo político. Petro tiene experiencia, es sagaz y cuenta con visión estratégica. El problema del conflicto armado seguirá siendo su principal dificultad. Si se inicia un proceso de paz con Santos, así se logre avanzar, las fuerzas reaccionarias tratarán de explotar las dudas sobre la capacidad de Petro en la Presidencia para “no entregar el país a los facinerosos”. Es su Talón de Aquiles.
En sus respectivas gestiones gubernamentales Fajardo pareciera tener ventajas. No necesita mostrar grandes obras, se va a centrar en temas sociales como educación y desempleo, tiene el apoyo de los empresarios y sabe unir voluntades para trabajar en temas concretos. Ya lo demostró en la alcaldía de Medellín pero deberá hacer mayor énfasis en lo social y en una verdadera participación social y comunitaria.
Petro no la tiene fácil. Si no cumple el 100% de sus promesas, cualquier porcentaje que le haga falta se lo cobrarán por el triple. Tiene muchos enemigos respirándole en la nuca. Los acumulados negativos que hereda en la administración distrital no se reducen a la corrupción. El colapso del sistema de transporte, la situación de las empresas distritales, la inseguridad que es reflejo del desempleo y la descomposición social – entre otros problemas –, lo enfrentan a una tarea titánica.
El balance lo harán los ciudadanos. Si Fajardo deja sucesor en Antioquia y Petro en Bogotá, será un empate que deberán resolver para llegar unidos a las elecciones de 2018. Si se presentan divididos, el establecimiento oligárquico mantendrá su hegemonía en el gobierno.
El reto para las fuerzas sociales y los proyectos anti-sistémicos
Los movimientos sociales de los trabajadores y las clases excluidas del poder oligárquico en América Latina – en medio de vaivenes, radicalismos, vacilaciones y conflictos –, están comprendiendo que reversar los efectos de las políticas neoliberales y construir una sociedad post-capitalista no es una tarea que se pueda hacer de la noche a la mañana.
Es así como se empieza a entender que para consolidar los procesos de cambio se debe actuar con consistencia tanto al interior del aparato de Estado – ejerciendo gobiernos democráticos y nacionalistas –, como desde los espacios de la organización y la movilización social. Sin embargo, todavía no se asume con convicción la tarea de construir órganos de contra-poder “desde abajo”, pero la necesidad obliga a hacerlo.
En ese escenario se presentan diversos – y necesarios –, conflictos entre las bases de los movimientos sociales y quienes ejercen funciones en el Estado. Es lo que el vicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera denomina las “tensiones creativas”[1]. Y tiene que ser así. Es preciso entender que las fuerzas democráticas heredan un Estado de carácter Colonial, excluyente y arbitrario. Es una herramienta del poder oligárquico, burocrático, ineficiente, que se sostiene sobre prácticas clientelistas y una precaria democracia representativa.
Ese Estado no es transformable. Así se aprueben nuevas Constituciones, se lo adorne con contenidos “pluri-nacionales” o se declare “multiétnico” y “pluricultural” – como ocurrió en Colombia –, mantendrá su naturaleza excluyente. Además, no se puede ni debe destruir mientras no se cuente con otro tipo de Estado, que tampoco va a aparecer de un día para otro. Las prácticas burocráticas y clientelistas que también prosperan en las organizaciones sociales son la demostración de que es un problema de cultura y hegemonía social de amplio espectro. Usar el viejo aparato, “socavarlo” y construir pacientemente lo nuevo, pareciera ser la tarea que se tiene entre manos.
Ante la quiebra de la democracia representativa se está retomando la democracia directa y participativa. Está en el centro del debate de los “indignados”. Fue planteada desde la Comuna de Paris (1871) y los “soviets” en Rusia (1917), pero las limitaciones estructurales de los pueblos y la dinámica de la lucha de clases distorsionó el concepto y su práctica degeneró hacia totalitarismos de partido y de individuos.
La democracia directa y participativa no excluye la representatividad. Sólo que la limita, la supedita a la voluntad y decisión mayoritarias. Los funcionarios deben ser elegidos, revocables y removibles, con mandatos precisos, salarios iguales al promedio de un trabajador y su labor deberá estar acompañada de la acción colectiva de la población que deberá irse apropiando de funciones administrativas y de control social.
En Colombia los movimientos sociales empiezan a reconstruir sus lazos comunitarios, sus dinámicas propias y a renovar sus formas de organización y métodos de lucha. Así lo demuestran las luchas de los obreros petroleros y de la palma y, el movimiento estudiantil. La lucha a su interior se dará entre las prácticas reivindicatorias inmediatistas y las que impulsen propuestas de grueso contenido político.
En Colombia el movimiento social deberá aclarar el tema electoral e institucional. Ante los errores de la izquierda tradicional, algunos sectores se desilusionan. Pasan a contraponer la movilización social a la acción electoral o desde el Estado. El abstencionismo hace carrera entre algunos dirigentes. En otros casos, los partidos políticos quieren instrumentalizar la lucha social, lo que genera – con razón – amplio rechazo en las bases sociales.
Sin embargo, el conjunto de la población actúa con inteligencia en ambos terrenos y va marcando la pauta. Es lo que enseñan las elecciones recientes. Hay que aprender de los hechos.
[1] Álvaro García Linera. “Las tensiones creativas de la revolución”. http://www.rebelion.org/docs/134332.pdf
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