Unificar
al movimiento democrático...
DERROTAR A LA BURGUESÍA CORTESANA
Bogotá,
marzo 25 de 2015
Los demócratas y los
revolucionarios colombianos hemos fallado en el conocimiento de nuestra
realidad. Hemos copiado teorías producidas para otras naciones o pueblos. Se ha
tratado de encuadrar la realidad haciéndola coincidir artificialmente con teorías
preconcebidas. Se han idealizado sectores sociales y personas, para apegarnos a
ellos y a sus ideas, sin asumir posiciones críticas transformadoras de nuestro
pensamiento y acción. Y por ello, nos hemos equivocado.
Uno de los problemas
serios que no hemos logrado resolver es el de identificar con claridad una
estrategia que nos permita unificar a las fuerzas del cambio. No hemos logrado
desentrañar la doble naturaleza de la oligarquía. Por ello construimos e
incentivamos falsas ilusiones en supuestos comportamientos “democráticos”, “progresistas”
y/o “nacionalistas” de parte de algunos sectores de las clases dominantes. Y
esa idea nos ha dividido.
Hoy estamos en la
antesala de un hecho histórico: la superación – así sea parcial – de un
conflicto armado que nos ha consumido durante 69 años, si tomamos como
referencia las primeras embestidas violentas de los “chulavitas”[1]
contra los campesinos que en 1946 se expresaban organizadamente por el acceso y
la distribución democrática de la tierra.
Lo especial del
momento es que si no tenemos claro quiénes son sinceramente los amantes de la
Paz y de la democracia, podremos repetir experiencias que en el pasado nos condujeron
a enormes derrotas, basadas – fundamentalmente – en la división de los sectores
populares. Comprender la naturaleza de la burguesía colombiana es vital para construir
la unidad de las fuerzas democráticas y diseñar una política correcta para poder
avanzar.
La naturaleza antinacional y antidemocrática de la
burguesía colombiana
La burguesía
colombiana nació en el seno de la oligarquía terrateniente. Es la hija menor del
gran latifundio colombiano. Además, creció a la sombra del poder de los
imperios. Primero, a la cola del imperio británico. Después, bajo la tutela del
imperio estadounidense o gringo[2]. Por
ello, no es una burguesía nacional. ¡Nunca lo será!
A diferencia de lo ocurrido
en Brasil, Uruguay y Argentina, en donde durante el siglo XIX arribaron
migrantes europeos que traían el espíritu emprendedor y la iniciativa creadora
de una burguesía en ascenso, en los países andinos – Venezuela, Colombia,
Ecuador, Perú y Bolivia – las burguesías nativas heredaron el espíritu
aristocrático y colonial, las costumbres
burocráticas y parasitarias, y el comportamiento clientelar de las elites
españolas.
Reconocer la
naturaleza de esa clase capitalista, su condición dependiente, su carácter
débil, su esencia cortesana, su ideología reaccionaria, su cobardía genética,
es fundamental, determinante y decisorio para resolver el problema que tenemos
entre manos: terminar el conflicto armado e iniciar la construcción de una
verdadera Nación en democracia.
Esa burguesía – a
pesar de los atisbos progresistas de algunos industriales antioqueños[3] –
nunca fue capaz de enfrentar a sus primos mayores, los grandes terratenientes.
Tímidamente planteó en 1936 y 1968, unas limitadas reformas agrarias que fueron
frenadas sin mucho esfuerzo por la clase latifundista. Sólo a finales de los
años 80s del siglo XX, la burguesía dio muestras de algún grado de dignidad y
coherencia – a través de un solitario Luis Carlos Galán Sarmiento –,
enfrentándose aisladamente al imperio y a la corrupta oligarquía en el terreno
de la lucha contra las mafias narcotraficantes. Por eso lo mataron.
Las erradas lecturas de la izquierda
La izquierda
colombiana durante el siglo XX se equivocó varias veces en esta materia. La primera,
cuando el Partido Comunista en la década de los años 30, se puso a la cola de
la “revolución en marcha” de Alfonso López Pumarejo siguiendo las orientaciones
de construir los llamados “Frentes Populares contra el Fascismo”. Se creyó por
entonces en la supuesta voluntad reformista de un sector de la burguesía. ¡Grave
error!
La desgracia es que
ese error fue continuado con acomodaticias interpretaciones sobre la existencia de una burguesía
democrática y otra reaccionaria. Ello se presentó debido a que durante el
período del Frente Nacional (1958) se fortaleció una burguesía burocrática – en
su mayor parte liberal – que utilizó el discurso de Gaitán para engañar al
pueblo, con promesas de cambio social y el chantaje del fascismo conservador.
Hernando Agudelo Villa fue el adalid teórico de esa corriente política que
finalmente claudicó ante la burguesía trans-nacionalizada durante el gobierno
de Ernesto Samper Pizano.
Otra, cuando
Francisco Mosquera, fundador y principal dirigente del MOIR interpretó
dogmáticamente la estrategia de la Nueva Democracia de Mao Tsé Tung (válida
para China donde efectivamente existía una burguesía nacionalista) y demostró
equivocadamente – para sí mismo y para su partido –, la existencia de una
“burguesía nacional”. Su demostración la hizo a partir de análisis
eminentemente económicos que desconocieron en forma determinista los aspectos
históricos, las influencias culturales coloniales, los amarres ideológicos conservadores
y los entrelazamientos que siempre han existido entre burgueses y grandes
latifundistas en nuestro país.
La burguesía
colombiana ha tenido numerosas contradicciones y motivos para enfrentarse con
el imperio estadounidense. Pero nunca lo hizo. Siempre agacharon la cabeza y
llenaron sus bolsillos con pequeñas dádivas imperiales. Primero, cuando los
estadounidenses segregaron a Panamá y nos pagaron una miserable compensación.
Luego, cuando se apoderaron del petróleo a través de las ventajosas concesiones
otorgadas por gobiernos entreguistas. Más adelante, cuando nos impusieron el
paquete neoliberal iniciado con la apertura económica. Simultáneamente, cuando
aprobaron la “guerra contra las drogas”. Y ahora, cuando a la sombra del
Tratado de Libre Comercio imponen condiciones onerosas a la economía nacional
que impiden cualquier desarrollo autónomo y llevan a la quiebra a numerosos
sectores industriales y agrarios.
La naturaleza servil,
parasitaria y entreguista de la burguesía colombiana siempre la condicionó para
que después de algunas quejas lastimeras y pataleos efímeros – que al final
demostraron que eran simples pantomimas para engañar al pueblo fingiendo
actitudes nacionalistas – terminara negociando con el imperio y aceptando sus
imposiciones. Es una realidad inocultable que ha sido demostrada por la
historia.
“Pacho” Mosquera lo
preveía y decía en 1978: “Esta burguesía le teme más al pueblo que al imperio”[4].
Pero posteriormente – en la década de los años 80s –, olvidó esa verdad. Fue
así como concertó alianzas con sectores profundamente reaccionarios (Hernando
Durán Dussán, J. M. Arias Carrizosa) que fueron los precursores de Uribe en su
lucha, no contra el imperio estadounidense sino contra el “social-imperialismo
soviético” y las FARC, consideradas por el teórico “moirista” como los
principales enemigos de la humanidad y de la Nación colombiana. Así, de ésta
manera, profundizó su error.
¿Qué importancia tiene en este momento este tipo de
análisis?
Mucha y grande. Las
izquierdas en Colombia están divididas precisamente por las diversas
interpretaciones que hay de ese problema.
El MOIR mantiene su
posición de que existe una burguesía nacional y ha mostrado – después de la
muerte de su fundador en 1994 – gran disposición a entablar alianzas sobre todo
con la burguesía agraria con la consigna de la “defensa de la producción nacional”.
En el pasado Paro Nacional Agrario de 2013, actuando a través de las
“Dignidades Agropecuarias”, privilegió la unidad de acción con la burguesía
agraria encabezada por Uribe, por encima de cualquier acuerdo con las organizaciones
campesinas que luchaban por una reforma agraria democrática. Pero lo más grave,
cedió ante los intereses de los grandes productores agrarios (cafeteros,
especialmente) que privilegiaban la concertación con el gobierno de subsidios y
otras prebendas económicas, renunciando a la lucha por la revisión del TLC en
asuntos urgentes y graves para el sector agropecuario.
Por otro lado, los
Progresistas, encabezados por Gustavo Petro, consideran a Juan Manuel Santos
como un “burgués progresista” por el hecho de estar impulsando el llamado
“proceso de Paz” con las FARC y porque se enfrentó a Álvaro Uribe Vélez. Esa
teoría se construyó desde los tiempos de los acuerdos que el M19 realizó con
Álvaro Gómez Hurtado en el marco de la Asamblea Nacional Constituyente, en
donde se hablaba de una “burguesía decente” y otra “militarista y autoritaria”.
Es así como Antonio Navarro, Camilo González Posso y Gustavo de Roux, – a
nombre del AD-M19 y a la luz de esa teoría – integraron el gobierno de César
Gaviria como Ministros de Salud y legitimaron la reforma neoliberal de la Salud
denominada Ley 100 de 1993. Fue una verdadera traición.
Y finalmente, otros
sectores de izquierda y demócratas, consideran que la “burguesía burocrática”
que últimamente han encabezado políticamente el ex-presidente Ernesto Samper
Pizano y Horacio Serpa Uribe, es potencialmente “revolucionaria” porque en sus
discursos y planteamientos abogan por un Estado interventor, se han destacado
por la “defensa de los derechos humanos”, la superación del conflicto por la
vía política negociada y el respeto de los procesos de cambio que adelantan los
pueblos vecinos. Pero esta “burguesía burocrática” nunca ha enfrentado con
seriedad la política neoliberal. Fueron incluso blandos con Uribe. Serpa
representó a ese gobierno ante la OEA y Samper ha dado muestras de enormes
vacilaciones frente a las políticas antipopulares de Santos.
¿Qué nos dice la
experiencia de los países vecinos que tienen características similares a las
nuestras? ¿Qué podemos aprender de ellos?
La experiencia de los países andinos
Las revoluciones
democráticas en marcha en América Latina han mostrado el carácter de las
burguesías locales y nos enseñan claramente qué camino seguir. En Venezuela,
Ecuador y Bolivia, fueron los sectores populares los que se levantaron contra
las oligarquías y desencadenaron los procesos revolucionarios, unos más
profundos que otros, pero todos con la constante de que las burguesías de esos
países se plegaron a los intereses de las oligarquías entreguistas y mostraron
su naturaleza antinacional y antidemocrática.
En Venezuela sólo un
sector minoritario de los liberales – encabezados por Luis Miquelena – se
colocó del lado de Chávez pero rápidamente, en 2002, con ocasión del golpe de
Estado, retroceden y se pasan al lado de la burguesía parasitaria y del imperio
estadounidense. En ese país fue el núcleo popular apoyado por militares
nacionalistas el principal eje social y político del proceso revolucionario
triunfante y en desarrollo.
En Bolivia, en donde
se presenta el proceso de resistencia más avanzado contra el neoliberalismo, son
las masas populares encabezadas por los habitantes de la ciudad de El Alto y de
la provincia de Cochabamba, acompañadas por movimientos campesinos, mineros e
indígenas, quienes derrocan al presidente Lozada y derrotan políticamente a la
oligarquía boliviana. La burguesía boliviana, ubicada principalmente en el
departamento de Santa Cruz, se opone a la revolución y solo 10 años después, ha
concertado una especie de tregua con el gobierno de Evo Morales, pero su intención
es frenar el proceso revolucionario y pactar nuevos acuerdos con el
sub-imperialismo brasileño que tiene gran influencia en esa región.
En Ecuador la
situación es similar. La “Revolución Ciudadana” tiene sus bases sociales entre
campesinos, indígenas y población pobre y de clase media de las grandes
ciudades, cansadas de la politiquería tradicional y de la entrega de los
recursos naturales a las grandes transnacionales extranjeras. La burguesía
siempre estuvo con la oligarquía y el imperio.
En Perú y Colombia
la interferencia de la lucha armada – degradada por el imperio y por las
posiciones militaristas de la insurgencia – han impedido que los sectores
populares impongan su hegemonía social y política y arrastren a la izquierda
hacia verdaderos y profundos procesos de cambio y transformación.
Otros sectores sociales potencialmente
revolucionarios
Por otro lado, es
importante destacar la existencia de tres sectores sociales que tienen en
Colombia una importancia primordial. Uno es, el de los pequeños y medianos
empresarios y productores industriales y agrarios. No son propiamente
burgueses, son pequeños burgueses. Este sector se puede unir a las masas populares
alrededor de un programa contra la corrupción, la politiquería, el
clientelismo, la falta de transparencia y la ineficiencia político-administrativa
de la casta política. Ya se han expresado de diferentes maneras pero la
izquierda los asusta con sus posiciones nacionalistas estrechas y con sus
predicamentos “estatistas”. Este sector social – en esencia pequeño-burgués –
defiende el capitalismo y le teme a lo que fue el socialismo en el siglo XX en
Rusia. Sin embargo, es una fuerza potencialmente revolucionaria y democrática.
Otro sector es el de
los trabajadores del Estado (educación, salud y servicios). Estos trabajadores
son los que mantienen – precariamente – al movimiento sindical. De ser
vanguardia de las luchas populares durante las décadas de los años 70s y 80s
del siglo pasado, hoy están a la defensiva ante la ofensiva privatizadora que
ha desarrollado la burguesía trans-nacionalizada. Es el sector de clase más
propicio a entablar alianzas con la “burguesía burocrática” con la que coincide
en construir un Estado interventor, paternalista y asistencialista. Para que
estos trabajadores retomen la iniciativa debe impulsarse una especie de reingeniería
mental y política para involucrarlos en un proceso que rompa con la ilusión remota
del “Estado de Bienestar” y los integre a las nuevas corrientes de cambio. En
Ecuador y Bolivia están enfrentados con los gobiernos de Correa y Evo.
Y finalmente están
los “profesionales precariados”, la Nueva Clase Trabajadora, el “nuevo
proletariado”, los “proletarios con título” y los “proletarios con
emprendimiento”. Son millones de profesionales y técnicos que a pesar de su
capacitación profesional están cada vez en condiciones similares o peores a la
de los trabajadores asalariados. La mayoría no son propietarios de medios de
producción o si los tienen – ej., un pequeño emprendimiento – están
completamente subordinados y al servicio de las grandes transnacionales y de la
burguesía financiera. En su mayoría dependen de un salario, trabajan con la
mente, el conocimiento y la información, y sus ingresos se reducen año tras año.
Sus condiciones laborales cada día se hacen más difíciles. La constante son los
contratos temporales bajo la modalidad de “contratos de prestación de
servicios”. Los que tienen una pequeña empresa trabajan 14 o 16 horas diarias,
viven endeudados y pagan altos impuestos. Muchos se encuentran desempleados o
hacen parte del subempleo estructural que existe en Colombia.
Estos tres sectores
pueden jugar un papel importante en esta fase de la revolución colombiana pero se
debe entender que los pequeños productores y los “profesionales precarizados” no
son totalmente nacionalistas, al estilo de las revoluciones nacionalistas del
siglo XX. Son conscientes de la globalización de la economía y de una u otra
manera sobreviven en medio de ella, tienen una mentalidad cosmopolita y global,
están desarrollando otra visión del desarrollo económico, empiezan a madurar
nuevos métodos para romper el monopolio de las grandes transnacionales, aspiran
a contar con la ayuda del Estado pero no en términos de expropiaciones y
control estatal de la economía como ocurre en Venezuela. Ya empiezan a mostrar
nuevas dinámicas económicas (pro-común colaborativo, economía de equivalencias,
solidaridades transversales, prácticas de “bienes comunes”, manejos novedosos
del internet y las comunicaciones) que requieren de nuevas miradas y
concepciones políticas adecuadas por parte de los demócratas y la izquierda.[5]
La nueva estrategia y la coyuntura electoral de la
Alcaldía de Bogotá
Los demócratas
colombianos y particularmente la izquierda bogotana tienen la oportunidad de
desarrollar una nueva estrategia política en la actual coyuntura electoral de
2015 para gobiernos locales y regionales.
Esa estrategia
consiste en hacer los máximos esfuerzos por unificar a todos los sectores
independientes, alternativos, socialdemócratas, liberales sociales,
progresistas y de izquierda, alrededor de una candidatura políticamente viable.
En esta contienda la
teoría del enemigo principal – Uribe –, no aplica. La contradicción principal
está entre quienes quieren profundizar los cambios y transformaciones de tipo
social y aquellos que desean regresar la rueda de la historia para colocar la
administración capitalina al servicio de los partidos políticos corruptos
aliados de todo tipo de monopolios y mafias. Poco a poco los que se lucran de
la propiedad de la tierra, los dueños de los grandes negocios de la
construcción, los que controlan el manejo y van por la privatización de las
empresas de servicios públicos, los que impulsan un modelo de ciudad al
servicio del gran capital, y en general, los que están jugados por derrotar la
política de la “Bogotá Humana”, se están unificando, muestran su verdadero
rostro y tratan de aprovechar algunas falencias gerenciales del actual alcalde
Petro para derrotar a la Izquierda.
Por ello la
prioridad para las fuerzas democráticas es la unidad entre el Polo Democrático
Alternativo, los Progresistas-petristas, los Progresistas de Alianza Verde, la
gente de la ASI y otros sectores ciudadanos organizados que recogen numerosos
sectores de la población que luchan por conquistar espacios democráticos como
las mujeres, los ambientalistas, los LGTBI, los animalistas, los ciclistas
ecológicos, los trabajadores de la cultura, y en general la juventud capitalina.
Hay mucho por explorar en esa unidad que no debe limitarse a los partidos
políticos organizados. El potencial es enorme si se mira más allá de las
estructuras tradicionales y se exploran las llamadas “nuevas ciudadanías”[6].
Rafael Pardo podrá
presentarse como “progresista” pero siempre ha demostrado que está al servicio
de las políticas neoliberales. Además está preso de las fuerzas más corruptas
de la Unidad Nacional. Y por otro lado, así llegara a acuerdos con la izquierda,
muchos de sus votantes van a preferir votar por un candidato de la derecha, así
sea un uribista. Es mejor que Pardo canalice individualmente esos votos e
impida que el “frente contra la izquierda” que empuja Enrique Peñalosa y Carlos
Fernando Galán, se convierta en una realidad.
La unidad de las
izquierdas y el centro-izquierda puede ser la antesala de un Gran Frente o
Coalición Democrática para el 2018 que garantice el triunfo de las fuerzas
democráticas.
¿Cómo hacerlo?
Básicamente entendiendo la urgencia de la unidad y la pertinencia de llegar a
acuerdos. Clara López debe entender que el proyecto político de la “Bogotá
Humana” tiene elementos de máxima importancia que deben defenderse. Y Petro
debe comprender que la única forma de darle continuidad y mejorar ese programa,
es con la izquierda unida en su conjunto.
Descartar las
ilusiones en los supuestos sectores “nacionalistas”, “progresistas” y o
“democráticos” de la burguesía, es el aspecto principal. Derrotar los egos y
las prevenciones, es parte de esa tarea. Precisar los contenidos de los
programas para tener bases ciertas para los acuerdos es el paso siguiente e
inmediato. Definir procedimientos, nombrar compromisarios de gran experiencia y
credibilidad, y de frente a la población, reconocer los errores que se hayan
cometido, son pasos fundamentales para retener la Alcaldía de Bogotá en cabeza
de los sectores democráticos y de izquierda, en beneficio de la mayoría de los
bogotanos.
Si lo hacemos de esa
manera, daremos un paso importante en el camino de llegar al gobierno nacional
en 2018.
Idea estratégica por desarrollar
Acceder al gobierno
local, departamental y nacional no es suficiente para resolver los problemas
que ha generado la política neoliberal y para enfrentar la crisis sistémica y
ambiental que es el resultado catastrófico del modo de producción capitalista
vigente. Se requiere paralelamente desarrollar un proceso de construcción de
Democracia Directa. Álvaro García Linera habla de la “democracia de la calle”,
de la “democracia plebeya” pero la reduce a una especie de ayudante de la
democracia representativa, para garantizar una “nueva gobernabilidad”[7].
En Colombia se puede
y debe construir una corriente anti-sistémica (anti-capitalista y
post-capitalista) que haga parte del “movimiento democrático”, que actúe con “paciencia
estratégica”[8],
ayude a derrotar a los partidos tradicionales, construir verdadera Paz y
desencadenar un proceso de democratización del país.
Ese será el tema de
un próximo artículo: ¿Pueden y deben los revolucionarios anti-capitalistas
hacer parte del “movimiento democrático”?
[1] Chulavitas: fuerzas armadas –
oficiales y paramilitares – que utilizó el gobierno conservador de Mariano
Ospina Pérez contra los campesinos que luchaban por la tierra.
[2] Gringo: Palabra utilizada por el
pueblo mexicano ante la invasión estadounidense de su territorio. “Green-go”, o
sea, “verdes váyanse”, era la frase utilizada durante la guerra de los EE.UU.
contra México que despojó a éste último país de lo que hoy son los estados de
California, Nuevo México, Arizona y Texas.
[3] La excepción de esos industriales
fue Hernán Echevarría Olózaga, pero el conjunto de la burguesía antioqueña
demostró ser profundamente reaccionaria.
[4] Francisco Mosquera. “Lecciones
de táctica y de lucha interna”. 1978
[5] Jeremy Rifkin. “La sociedad de
coste marginal cero. El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el
eclipse del capitalismo”. Editorial PAIDÓS – Estado y Sociedad. Barcelona,
España. 2014
[6] García Abello, Yezid. “Las
nuevas ciudadanías”: https://yezidgarciaconcejal.wordpress.com/2015/03/26/las-nuevas-ciudadanias/
[7] Álvaro García Linera: http://www.telam.com.ar/notas/201503/97925-garcia-linera-bolivia-america-latina.html