viernes, 29 de noviembre de 2013

ELECCIONES 2014 Y LA IZQUIERDA MANIATADA

ELECCIONES 2014 Y LA IZQUIERDA MANIATADA

Popayán, 29 de noviembre de 2013 

"No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias." Albert Einstein
El arte de la estrategia es diseñar la táctica correcta. La estrategia requiere mirada de largo plazo pero, simultáneamente, exige respuesta a la coyuntura. Si la táctica no se corresponde con la mirada estratégica, nos extraviamos en el presente. Si la estrategia no tiene una concreción en el hoy, nos perdemos en la utopía. Una táctica correcta obliga a que la visión estratégica convierta pasado y futuro en presente vivo y actuante.

La trampa de la “nueva apertura democrática”

Hemos venido afirmando que la burguesía transnacionalizada tiene definida su estrategia: utilizar el proceso de Paz para a su sombra impulsar una “nueva apertura democrática” con el fin de cooptar (canalizar, integrar, domesticar) la inconformidad popular y, paralelamente crear condiciones propicias para desarrollar la segunda fase de neoliberalismo, con énfasis en el despojo territorial y el incremento de inversiones capitalistas en la explotación de recursos naturales, agro-negocios, biodiversidad y turismo.

Es evidente que las causas de la violencia estructural que existe en Colombia (y que crece en el mundo y en países como México, Brasil, Venezuela, Centroamérica, etc.), no van a ser enfrentadas. “El modelo económico no está en cuestionamiento” es la frase más escuchada en la mesa de negociaciones de La Habana. Por ello, la “Paz” que nos espera es una paz limitada, a medias, calculada, medida.[1]

Una parte sustancial de esa estrategia contempla la llamada fase de “post-conflicto” o “transición”[2]. En dicha etapa la burguesía está dispuesta a compartir con sectores “progresistas” diversos espacios institucionales en los órganos legislativos y gobiernos locales y regionales, y a impulsar programas puntuales para la población de “regiones azotadas por la violencia” y zonas marginales de colonización. Claro, todo bajo su “orden” capitalista y la presencia de grupos paramilitares (“bacrim”) que la burguesía dice “no controlar”.

Los sectores más reaccionarios de la oligarquía colombiana no comparten esa estrategia. No entienden que la burguesía – ante el avance del movimiento popular – se ha visto obligada a diseñar esa política como una forma de defender sus intereses estratégicos capitalistas y “gestionar” sus programas neoliberales al abrigo de gobiernos “progresistas” y “nacionalistas”. Dicha estrategia se implementa con gran acierto en países como Brasil, Argentina y Uruguay, y gana fuerza en Venezuela, Ecuador y Bolivia. La ultraderecha colombiana teme verse afectada con la aplicación de esa política, especialmente en tener que pagar los graves crímenes cometidos en las décadas pasadas.

Claro que en Colombia la burguesía – por ahora – no está dispuesta a compartir el gobierno central (nacional). Su modelo se asemeja más al de México en donde con la gestión de la burguesía burocrática se intenta neutralizar a los trabajadores del Estado, a las clases medias y se diseñan programas asistencialistas con fachada “estatista” para mitigar los intentos de rebelión de los sectores rurales (campesinos mestizos, indígenas y afrodescendientes) y de los pobladores pobres de las ciudades.

Las expectativas de Paz y de una “verdadera democracia” generan inmensas ilusiones entre los sectores populares, muy similares a las que se crearon con la aprobación de la Constitución de 1991. Ello se entiende porque la política “de Paz y apertura democrática” no es gratuita. Es una conquista de las luchas populares que se han desarrollado en Colombia desde los albores de la República y que pueden ser aprovechadas por el pueblo para avanzar en su proyecto independentista, nacionalista y anti-capitalista, siempre y cuando se cuente con la herramienta político-organizativa que impulse la estrategia correcta.

En los partidos políticos de izquierda predominan dos posiciones: una, que se ilusiona con los “sectores progresistas” de la burguesía, cree en su buena fe y se prepara para hacer parte del “gobierno de la Paz”. La otra posición no profundiza en el análisis del problema, no identifica el “viraje democrático”, no acepta diferencias al interior de la oligarquía y por tanto, no tiene una estrategia para enfrentar la situación. Ambas posiciones se manifestaron con igual nitidez en 1991, facilitando a la oligarquía el mantenimiento de su dominación.  

La coyuntura electoral

En las elecciones de mayo-junio de 2014 se enfrentan cuatro competidores principales que representan diferentes sectores de la sociedad: el uribismo, representa los intereses de los grandes latifundistas, narco-mafias y burgueses de extrema derecha; el santismo, es la manifestación política de la burguesía transnacionalizada y se expresa como centro-derecha; la izquierda[3] legal (Polo, Alianza Verde, Unión Patriótica, otros) representa los intereses de la burguesía “nacional”, la pequeña burguesía urbana y rural, los trabajadores del Estado y otros sectores populares; y la izquierda ilegal, FARC y ELN, aglutina los intereses campesinos en zonas de colonización. Los trabajadores y proletarios no tienen una representación auténtica.

La dinámica política indica que el tema de la Paz va a ser el que determine las estrategias políticas frente a las elecciones presidenciales de 2014. Tanto el uribismo como el santismo y las FARC, ya están jugados frente a ese tema. La izquierda, que pudo haber posicionado otros temas sociales y económicos, no lo supo hacer. O mejor, no fue capaz.

Sectores de la izquierda legal están en una posición incómoda. Tienen ante sí una agenda impuesta, tanto por las circunstancias como por sus contradictores, incluidas las FARC, pero no tienen plena consciencia de esa situación. Aceptar esa condición aclararía el panorama, y se podría diseñar una estrategia acorde a las circunstancias.  

El uribismo es el sector político que tiene ante sí el ejercicio más simple: hacer oposición radical y total al proceso de Paz. No obstante, depende de cómo jueguen sus competidores. Por más que se esfuerce, no puede manejar algunas variables que sus contradictores tienen a mano. Por ello, sólo puede reaccionar. Su campo de acción es limitado pero puede crecer exponencialmente aprovechando los errores que cometan el gobierno y las FARC.

El santismo tiene más alternativas. Ya está jugado por la Paz negociada y tiene el manejo del Estado, pero depende en gran medida del comportamiento de las FARC. La izquierda legal no le preocupa, sabe que si ésta se acerca al “centro” – buscando alejarse de las FARC – termina coincidiendo con el santismo pero sin contar con poder real. Además, está seguro que la izquierda legal jamás apoyará al uribismo. El dilema de Santos es hasta donde ceder ante la guerrilla sin mostrar debilidad ante el conjunto de la sociedad.

Las FARC tienen todo por ganar. Parten de lo mínimo en términos políticos. Saben que el uribismo es su enemigo acérrimo, que el santismo es un aliado táctico y que un sector de la izquierda legal es un ayudante vergonzante que será su competidor en el futuro. Sólo su propio cálculo será lo que defina si firma la Paz antes de las elecciones. Su dilema está en dimensionar su relación con la sociedad. Si confunden la simpatía mostrada por las mayorías con la Paz negociada y creen que ello significa un apoyo a su propuesta, pueden forzar una negociación que debilite al gobierno y hacer crecer al uribismo. Su competencia es contra ellos mismos y va más allá de las elecciones de 2014.

La izquierda legal es el actor más complejo y el que la tiene más difícil. Quiere la Paz pero no tiene en sus manos la decisión política. No es culpable de la degradación de la guerra pero una parte de la población le cobra injustamente la sospecha de connivencia o complicidad con los errores cometidos por la guerrilla. Se enfrenta a la extrema derecha y al centro-derecha, conociendo que son expresiones políticas de una misma oligarquía que se une cuando ve sus intereses afectados. Empieza a ser consciente que el gobierno impulsa la segunda fase del proyecto neoliberal a la sombra del proceso de Paz. Su margen de acción es reducido pero hacia el futuro – si se firma la Paz –, puede explotar los graves problemas socio-económicos que se han acumulado bajo el espectro de la guerra.

En teoría de juegos, se puede decir que la situación se asemeja a un “equilibrio de Nash”, en la que cada jugador individual no gana nada modificando su estrategia mientras que los otros mantengan las suyas. De esa manera, sólo un grave error haría que el gobierno santista, que está de primero en el partidor y tiene todo a disposición – incluyendo el aparato burocrático del Estado –, pueda ser derrotado en dichas elecciones.

Las variables en juego

La principal variable es si se rubrica o no el acuerdo de Paz y las condiciones en que se haga. Si no se firma el acuerdo antes de las elecciones de mayo de 2014, las oportunidades del uribismo se potencian. Si se logra el acuerdo pero el gobierno cede en algunos aspectos esenciales como la participación directa de miembros de las FARC en el Congreso o en no aplicar algún tipo de sanción judicial a quienes hayan cometido delitos de lesa humanidad, las posibilidades de que el uribismo regrese al gobierno aumentan. 

La segunda variable tiene que ver con las condiciones en que se desarrollen los diálogos y las elecciones. Si la guerrilla mantiene o acrecienta el ataque a la infraestructura (redes eléctricas, oleoductos, puentes y carreteras) afectando a la población civil o interfiere con actos de violencia en la campaña electoral, impidiendo el proselitismo de cualquier actor político, especialmente del uribismo, debilita la posición del gobierno y vigoriza a la extrema derecha.

Por el contrario, si las FARC declaran un cese unilateral de fuegos va a fortalecer la posición del gobierno y del santismo, y crea condiciones favorables para que la población apoye el proceso de Paz. Concertar una tregua o cese bilateral de fuegos es imposible para el gobierno ya que se asemeja a un despeje del territorio. Sería una condición explotable por el uribismo que sabe aprovechar políticamente ese tipo de situaciones.

No se observa en el horizonte una variable económica o social que pueda afectar el proceso electoral. El movimiento popular ya desenvolvió al máximo sus fuerzas y ahora el escenario está puesto en el terreno político electoral. La dispersión de las fuerzas populares, su falta de centralización alrededor de un programa contundente, le permitió al gobierno atenuar los efectos de las movilizaciones y protestas. La división y la falta de claridad de la izquierda es una de las causas de que la lucha popular haya sido – temporalmente – neutralizada por el establecimiento oligárquico. Sin embargo, la izquierda puede canalizar política y electoralmente parte de esa energía desarrollada por el movimiento popular.      

El quehacer de la izquierda legal

La consideración serena y realista de que una tercería que aglutine a sectores de izquierda y democráticos no tiene posibilidades ciertas de convertirse en una alternativa triunfante en las elecciones presidenciales de 2014, le puede facilitar a las diversas fuerzas de izquierda el diseño de su estrategia. Parece cruel decirlo pero es la realidad.

Existen personas que sacan la conclusión fácil y rápida de que como no es posible ganar, entonces es mejor aliarse desde ya con Santos para impedir el triunfo uribista. Incluso proponen nombres para la Vicepresidencia oficialista. Dicha posición es disfrazada con el argumento de que “por la Paz, vale todo”, sin entender que una decisión de ese tipo es un cheque en blanco para que la burguesía manipule plenamente al pueblo, como lo ha hecho con el desempeño de esquirol del actual vicepresidente Angelino Garzón.

La decisión de participar en forma autónoma e independiente como Izquierda debe estar amarrada a la convicción de que la Paz que ofrece el gobierno santista es una “paz limitada”, “a medias”, instrumentalizada para a su sombra implementar la segunda fase de su proyecto neoliberal. La izquierda debe denunciar que la “justicia social” que Santos ya proclama, sólo es una frase demagógica para engañar al electorado.

Pero además, la Izquierda unificada alrededor de un programa que recoja los principales problemas que ha agitado recientemente el movimiento popular, puede posicionar en la mente del pueblo un programa anti-neoliberal que es la única forma de avanzar hacia una verdadera Paz. Por ello su participación debe ser totalmente independiente.

Un acuerdo programático en construcción entre las fuerzas de izquierda y unas reglas de juego para actuar hasta las elecciones parlamentarias, podría ser una fórmula aceptable para desarrollar una campaña electoral creativa, pedagógica, que ayude a organizar las fuerzas locales y regionales de los diferentes partidos, sobre la base que después de marzo/2014 van a actuar unidas porque son muchas más las cosas que los unen que los que las separan.

La gran decisión después de la primera vuelta

Ya hemos dicho que un análisis desapasionado señala que las fuerzas de izquierda – así se presenten unidas – obtendrán un respaldo importante pero no suficiente para ganar. El santismo y el uribismo, ocuparán el primer y segundo lugar, en un orden que va a depender totalmente de si a esa fecha se ha firmado el convenio de Paz. La polarización en torno al proceso de Paz, así lo indica.

No obstante, la votación de la izquierda va a ser determinante para inclinar la balanza en la segunda vuelta. Nuevamente los partidos de izquierda tendrán que enfrentarse ante el dilema de apoyar a Santos y al proceso de Paz o dejar en libertad a sus votantes para hacerlo. El escenario que dividió al Polo frente al recién posesionado gobierno de Santos (foto con Petro), volverá a repetirse con mayor relevancia.

No faltarán las fuerzas que al interior de la izquierda propongan un acuerdo con la burguesía que se traduzca en participación burocrática en el nuevo gobierno con “el fin de implementar las fases de la transición”. Ellos se preguntarán… ¿porqué no ser parte del gobierno de la Paz? La re-edición de la participación de Antonio Navarro en el gobierno neoliberal de César Gaviria (1990) es el mayor sueño de quienes han luchado por la Paz pero también han vivido de ella (toda clase de ONGs de carácter socialdemócrata).

La posición de la izquierda tendrá que ser la de mantener su independencia, dejar en libertad a sus votantes pero declararse de antemano opositor al nuevo gobierno, cualquiera que sea. Santos II será igual a Santos I, por más que tenga que implementar algunas políticas de apariencia reformista para enfrentar el llamado post-conflicto o transición. Lo contrario sería traicionar los intereses populares y ayudarle a la burguesía a condimentar su “nueva apertura democrática”.

Preguntas concluyentes a la luz de la historia

Como se puede observar, los espíritus del pasado reviven para seguir atormentando a los vivos. “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”[4]. La izquierda ya vivió una situación similar en los años 30s del siglo pasado (XX) con la “revolución en marcha” que encabezó Alfonso López Pumarejo. La repitió en 1991 con ocasión de la Asamblea Nacional Constituyente y ahora, se acerca una reedición al tener que escoger entre los supuestos “sectores progresistas” y los “sectores retrógrados” de la oligarquía.

¿Será que la izquierda del siglo XXI está preparada para enfrentar de una forma creativa lo que la historia vuelve a presentarle? ¿Se dividirá nuevamente la izquierda entre aquellos que – al lado de la burguesía burocrática – se ilusionan con la “nueva apertura democrática” y quienes se declaran opositores?
La oligarquía colombiana ha sido maestra en “fraccionarse”, para dividir y engañar al pueblo. La fórmula hasta ahora le ha servido para mantener su dictadura con fachada democrática. ¿Podremos  desde los sectores populares enfrentar con éxito este nuevo reto?

Debemos hacer esfuerzos por salirnos de las fórmulas habituales. En 1930 la mayoría de la novel izquierda corrió detrás del liberalismo. En 1991 una parte de la izquierda se integró al establecimiento y la otra parte – legal y armada – se mantuvo en la oposición, pero tampoco se convirtió en alternativa real. ¿En 2014 la izquierda será capaz de preparar las condiciones para hacer realidad la segunda independencia en 2019?

No se visualiza en el panorama una alternativa nítida de los trabajadores y campesinos pobres que le plantee al pueblo con toda claridad la lucha por la Paz y la democracia como parte de la lucha por el socialismo, y que levante con toda contundencia un programa revolucionario que desenmascare la trampa aparentemente democrática que ha diseñado el imperio y los capitalistas para engañar una vez más al pueblo.

Esa alternativa revolucionaria debe ser construida en medio de la lucha popular y del debate ideológico-político que al interior y exterior de la izquierda debe ser desarrollado. La “nueva apertura democrática” rápidamente va a mostrar su carácter dictatorial y neoliberal, y el pueblo tendrá que enfrentar la crisis capitalista que tiene diversas manifestaciones en nuestro país. La lucha continúa y deberemos avanzar. ¡De eso que no quepa duda!



[1] Ver: Guerra degradada y paz “perrata”: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=176957

[2] Sandoval, Luis Ignacio. “Tercería política en la transición”. Revista Foro N° 81, noviembre de 2013.

[3] La izquierda – a pesar de su heterogeneidad – se puede identificar en esta fase del desarrollo histórico colombiano con los sectores políticos que se oponen al neoliberalismo.

[4] Marx, Carlos. “El dieciocho brumario de Luis Bonaparte”. 1852

viernes, 15 de noviembre de 2013

GUERRA DEGRADADA Y PAZ PERRATA

 GUERRA DEGRADADA Y PAZ “PERRATA” (1)

Popayán, 15 de noviembre de 2013

En Colombia finalmente se va a sellar un acuerdo de Paz entre las FARC y un gobierno que representa fielmente a la burguesía transnacionalizada (“nacional” y global). No será la “paz” que muchos idealizan. Será una “paz perrata”, “a medias”, calculada y al servicio del gran capital que necesita un “buen ambiente para la inversión”.

Todos quisiéramos que las cosas no fueran de esa manera pero las minorías que tienen el poder, así lo imponen. Sus intereses son los que – por ahora – determinan nuestro futuro. Será una “paz” relativa, amañada, a cuenta gotas. Igual que la guerra que hemos vivido.

En Colombia idealizamos la guerra para sacar fruto de ella. También sublimamos la paz para manipularla. Ahora, los capitalistas transnacionales que utilizaron el conflicto armado, quieren ganar más con la paz y la van a hacer a su medida. El país – como el resto del mundo – seguirá en guerra, una “comible” como la de México o Brasil (más delincuencial que "política"), pero ni la Nación ni el pueblo saldrán beneficiados inmediatamente en nada. Para el movimiento popular – a mediano plazo – puede ser un paso adelante, pero depende cómo afrontemos el mal llamado “post-conflicto”.

¿Idealizamos el conflicto? ¡Sí! Nuestra guerra nunca fue resultado de una gran insurrección popular. Fue la reacción armada y obligada a la persecución y acoso criminal desatado contra campesinos rebeldes. En realidad nunca ha puesto en peligro la dominación oligárquica e imperial. Ha sido una guerra prolongada pero sin norte. La guerrilla no supo (¿o no pudo?) crear fuertes bases de apoyo transformadoras y por eso terminó siendo una guerrilla ambulante (andante). Contra lo que se propuso, se convirtió en algo similar a las fuerzas armadas oficiales en las zonas – marginadas y marginales – de colonización. Ha sido un ejército de ocupación con retórica revolucionaria pero práctica conservadora.

Nuestra guerra no ha sido creativa y creadora como lo fueron muchas guerras liberadoras. Ha sido una guerra sin espíritu o mejor, con un espíritu acorralado, vengativo y resentido. De parte y parte. Ha sido un conflicto manipulado, degradado, en gran medida programado por el gran capital y el imperio. Fue instrumentalizado para ponerlo al servicio del despojo territorial y la expulsión del campo de millones de colombianos. Sólo en la primera etapa del M-19 fue una “guerra politizante”, de resto – sin desconocer el heroísmo y los buenos propósitos – ha sido una guerra de resistencia, sin ambición de poder.

Al igual que esa guerra, la “paz” que avizoramos será igualmente degradante. Y no puede ser de otra manera. Las guerrillas están en una encrucijada histórica: saben que la única manera que tienen de despejar el camino a la lucha del pueblo y los trabajadores es con su desmovilización y desarme. Lo que ocurre es que no quieren reconocer su derrota política creyendo que es a la vez una derrota popular. No se han dado cuenta que en gran medida es una auto-derrota. No pudieron superar ética y moralmente – no a sus enemigos – sino a su propia naturaleza contestataria. Renunciar a esa forma de lucha, no por la guerra en sí misma sino por la forma que adquirió, es un gran paso adelante. Será una especie de expiación liberadora.

La “paz” que nos espera estará atravesada con la acción provocadora y asesina de los actuales grupos paramilitares que – así sean más delincuencia común que contrainsurgencia organizada –, podrán ser contratados por empresas transnacionales y políticos corruptos para liquidar y desaparecer a los dirigentes populares que les estorben. Ya lo hacen. Y paralelamente, la oligarquía aprobará hermosas y rimbombantes leyes y normas “democráticas” para garantizar “la participación ciudadana y comunitaria”. Será “una nueva apertura democrática” al servicio de la segunda fase de neoliberalismo. Nada más contradictorio.

Le corresponde al pueblo y a los trabajadores diseñar la forma de salir de ésta trampa histórica. Si seguimos reaccionando mecánicamente a los estímulos de nuestros opresores, no saldremos de la encrucijada en la que estamos. Si nos da temor desnudar nuestro interior, si no nos atrevemos a mirar de frente nuestros errores y no somos capaces de replantearnos radicalmente nuestra práctica, le estaremos facilitando las cosas a las clases dominantes. Sabemos que no partimos de cero pero debemos asumir críticamente lo vivido.

Estamos ad-portas de la “Paz” pero seguimos terriblemente divididos y confundidos. Sufrimos la mayor quiebra moral que cualquier nación y pueblo pueda soportar y sin embargo, todavía creemos en los representantes de la “burguesía burocrática” (Samper, Serpa y compañía) que posan de defensores de los “derechos humanos”. Estamos frente a la quiebra económica de cientos de miles de productores agropecuarios y no obstante seguimos aspirando a que la “burguesía nacional” se sume a la lucha por soberanía nacional. Es ridículo.

Sólo si somos capaces de asumir la verdad podremos avanzar por caminos de dignidad y libertad. No es la oligarquía y el imperio los que nos han vencido, somos nosotros mismos los que hemos fallado. Sólo con humildad podremos ganar el corazón del pueblo. Sólo con apertura mental nos uniremos en medio de nuestras diferencias. Sólo con sensibilidad identificaremos con claridad nuestras metas. Sólo con conciencia plena de las realidades externas, nos superaremos a nosotros mismos y le daremos grandeza a nuestras luchas.

Volver a los principios es la tarea del momento. Sabemos que nuestro pueblo va a dar la batalla contra esa nueva fase del neoliberalismo depredador y despojador. Siempre lo ha hecho y lo está demostrando. Pero ya no se trata sólo de luchar, se trata ganar. La lucha popular no puede seguir “negociando” su liberación: hay que ejercer la libertad. La lucha popular no debe seguir exigiendo “autonomía” a sus opresores: hay que vivir la emancipación. La lucha popular no tiene por qué separar soberanía nacional de soberanía popular: la una es inexistente e inseparable de la otra. Son elementos del debate actual.

Estamos a un paso de librarnos de una guerra que sólo ha producido sufrimiento y víctimas al pueblo y a la Nación. Sin embargo, la “paz” que se aproxima sólo será una nueva forma de la guerra que la oligarquía siempre ha librado contra el pueblo. Si nos ilusionamos ingenuamente con la “paz” y con la “nueva apertura democrática”, sólo estaremos ayudando a las clases dominantes a eternizar su poder.

Es la hora de los replanteamientos de fondo. Una nueva filosofía del cambio y de la acción política debe emerger de esta crisis de valores. No es casual que hayamos llegado a esta encrucijada. Somos nosotros mismos quienes labramos nuestro futuro. No tenemos excusas.

No se trata de escoger entre movimiento social y político. Tampoco si la vía es electoral o insurreccional. Menos si primero es la teoría y luego la acción. La decisión es si continuamos separando lo social de lo político, si seguimos siendo electoralistas que nos amoldamos a las reglas de la democracia formal y cuando el pueblo se insurrecta nos da temor ponernos a su cabeza.  La exigencia es valorar la teoría para derrotar el practicismo y el pragmatismo.

Para que la “paz perrata” que ya tenemos encima no nos ahogue entre la amenaza de volver a “enmontarnos”, la de dejarnos domesticar por la falsa democracia o permitir que nos exterminen en una nueva versión de lo ocurrido con la UP, es necesario que las fuerzas democráticas y revolucionarias nos demos un fuerte empellón, nos sacudamos a fondo y estemos dispuestos a romper con una serie de paradigmas que hemos aceptado como verdad.

Entre esos paradigmas el principal es creer que puede existir “verdadera democracia” bajo un régimen capitalista. Hoy estamos constatando que el capitalismo es la negación de la democracia. Incluso en los países más desarrollados lo que existe es la dictadura del capital financiero bajo una fachada democrática que los pueblos y los trabajadores descubren y desenmascaran a diario. Lo estamos comprobando en Europa y los EE.UU.

La crisis que vive el capitalismo nos llama a un replanteamiento profundo, el pueblo en lucha nos lo exige, las nuevas generaciones lo anhelan. Lo vivido está allí esperando que lo superemos. No podemos ser inferiores al momento.  

[1] “Perrata”: Término utilizado en la Costa Caribe colombiana para significar que algo no tiene calidad.