domingo, 31 de julio de 2011

JOE ARROYO: AMOR, DOLOR Y CREACION

JOE ARROYO: AMOR, DOLOR Y CREACION

Popayán, julio 29 de 2011

De niño soñaba con ser un gran cantante. Encerraba su voz en un balde para escucharse a sí mismo porque los demás le decían que con esa voz chillona además de hacer mucha bulla no llegaría a ninguna parte. Los que sabían de música lo estimularon. Así empezó, aprendió y descolló. Se alimentó del folclor Caribe que armonizó con la salsa y herencias africanas para crear su propio género y estilo sonoro. Interpretó a su pueblo como el que más, convirtiendo el sabor amargo de la miseria y el amor incomprendido, en motivo de alegría y regocijo. Como hacen los verdaderos artistas.

Guardaba en su alma una inocencia propia de los puros que era a la vez el motor de su “dolor creativo”. Cómo nunca supo canalizar ese sufrimiento de una manera controlada, sus emociones explotaban convertidas en ritmo, poesía y melodía. Cuando la creatividad musical que era un paliativo no sirvió de mucho, recurrió a las drogas y al alcohol, que como todo calmante no sólo le amplificaba el sufrimiento sino que lo iba mermando en su natural disposición creativa y en su salud.

A pesar de “caer” en el infra-mundo, muy cerca de la locura y de la muerte, su pueblo lo premió con un amor inmenso que – hoy que “el Joe” ya no está – se desborda por todos los poros del territorio y abarca a las nuevas generaciones que no lo conocieron en vida. Joe Arroyo entró en el reino de los inmortales. Ni él mismo supo cuanto lo querían. Si lo hubiera adivinado, tal vez estaría vivo produciendo más y más música maravillosa. Pero vaya que es difícil percibir y sentir ese amor en medio de la fama. Se confunde con admiración e interés prosaico.

Ese reconocimiento popular que ha brotado como una avalancha de amor y dolor sólo fue alcanzado por Jorge Eliécer Gaitán en el último siglo. Así estamos de huérfanos y faltos de amor los colombianos, viviendo nuestras tragedias en medio del ron y de la rumba. Este sentimiento que el pueblo manifiesta por uno de los suyos – negro, salsero, sencillo, rebelde e inocente – es una pequeña muestra de la pasión subversiva que está por allí escondida en nuestro inconsciente colectivo. Ha brotado como un llamado de atención para quienes han cedido ante el “cortesanismo” y el arrodillamiento ante los poderosos. Es también una bofetada instintiva e involuntaria para todos aquellos – especialmente políticos – que buscan la fama sin saber lo que es sufrir.

Gloria eterna para “el Joe”. Ojalá el espíritu que rebrota en su pueblo motivado por su desaparición física, pueda ser canalizado hacia la conquista de metas que hagan posible que nuevos “Joes” surjan de lo más profundo de nuestro ser social y popular. Los necesitamos.

jueves, 28 de julio de 2011

LA “TRAMPA GEO-POLÍTICA” Y LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

La tragedia de la resistencia social en zonas de conflicto

LA “TRAMPA GEO-POLÍTICA” Y LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

Popayán, 28 de julio de 2011

Ayer (09.27.2011), en Popayán, el gobierno colombiano encabezado por su Ministro de Defensa inauguraba el Batallón de Alta Montaña para Tacueyó (municipio de Toribío), a donde envía a 800 jóvenes entrenados para matarse con otros tantos muchachos “enmontados” que militan en la guerrilla. Ambos bandos se baten a nombre de la “patria” dejando una estela de muerte y desolación entre las comunidades nativas.

En anterior artículo se describía la complejidad de la situación del departamento del Cauca (Colombia) en medio del conflicto armado y la presencia de la economía del narcotráfico.[1] En éste escrito insistimos en lo siguiente: Nos enfrentamos – querámoslo o no –, con manifestaciones de la economía legal e ilegal globalizada que utiliza poderosos estamentos político-militares supranacionales para imponer su control territorial.

La existencia y supervivencia de movimientos sociales alternativos de carácter popular – su organización y operatividad social –, en espacios donde están en disputa importantes reservas de recursos minerales y “cultivos de uso ilícito” (coca o amapola), implica un choque inevitable con estructuras de poder globalizadas y globalizantes, manifiestas o encubiertas, legalizadas o clandestinas.

La lucha comunitaria por la afirmación de derechos territoriales y la reivindicación a poder vivir en sintonía con valores no-capitalistas, nos lleva a pisar ese terreno y a enfrentar las reglas de juegos determinadas por esos poderes fácticos, paralelos y ocultos. Estos se ubican detrás o más arriba de las autoridades locales, regionales o nacionales, así éstas sean legitimadas con el voto y ejerzan formalmente la soberanía popular.

Es imprescindible entonces comprender que, la economía depredadora de materias primas estratégicas, de la biodiversidad y la producción ilegal-criminal de narcóticos, niega por todos los medios el derecho al maíz-agua-techo, o sea, impide la sobrevivencia de esos pueblos y arremete contra su resistencia comunitaria.

La explotación de coltán, petróleo, gas, oro o uranio pueden llegar hasta a borrar del mapa a los “consumidores de maíz”[2] y a la vida misma, no sólo en territorios específicos sino a nivel global.

El ciclo mafioso de la economía criminal y los minerales indispensables para sostener la lógica industrial de la química del petróleo (automovilística y armamentista) – que siempre se expande envolviendo a nuevos sectores productivos y territoriales – impone a los pueblos que limitan o compiten por su espacio de reproducción, una reglas inspiradas en la doctrina de las “operaciones bélicas con medios no-militares”.

Las mafias y las multinacionales extractivas gozan de la protección de los Estados y supra-Estados, y disfrutan de una amplia libertad de acción, otorgada por el imperio que atribuye valores estratégicos a los productos de estas corporaciones.

De hecho, nunca ha sido decomisado algún activo financiero en ningún banco estadounidense, que tienen el monopolio del lavado de dinero. El tráfico es lícito a condición que los capitales narcos ingresen en su red bancaria. Para eso se combate en Afganistán y en Colombia y se trafica en todo el mundo.

La “guerra asimétrica” o de "cuarta generación" – que ahora es de una “intensidad programada”[3] –, es aplicada a los sectores sociales, políticos o culturales que obstaculizan sus designios. Esta guerra se caracteriza por el despliegue simultáneo de una combinación de elementos como:

- Violencia real y mediática contra blancos prefabricados (talibanes, Al-Qaeda, Hussein, etc.) para hacer sentir su poderío militar.

- Intervención sobre objetivos y territorios estratégicos (petróleo, gas, oro, etc.) pero con cierto grado de control y “tacto” frente a intereses de otras potencias.

- Campañas mediáticas y propagandísticas que son utilizadas política e ideológicamente para engañar a la población de sus propios países imperiales y a la "opinión pública mundial".

- Guerras altamente destructivas para poder “reconstruir” y “reciclar” países o regiones enteras, apoderarse de los mercados, zonas turísticas y sectores de la producción.

- Subordinación e instrumentalización de conflictos locales e internos para hacerlos funcionales a su estrategia de control territorial aprovechando las fuerzas subversivas, los enfrentamientos tribales, las luchas autonómicas, diferencias étnicas y/o regionales, carteles de la droga, etc.

- Toda esa estrategia va dirigida a debilitar los Estados nacionales (“Estados fallidos”) y a los movimientos sociales para justificar la intervención político-militar de la “comunidad internacional”, legitimar las “ayudas humanitarias”, en donde logran neutralizar o paralizar la voluntad de otros bloques de países (como el BRICS en el caso de Libia) acudiendo al chantaje de “preservar la estabilidad económica”.[4]

Todo lo anterior en medio de una guerra mediática intensa, preventiva y persistente, que usa la guerra económica para mermar progresivamente los recursos naturales y monetarios de sus enemigos hasta llegar – cuando es necesario – a la intervención militar directa.

La guerra mediática es mucho más que diaria. Es una tarea sistemática y permanente de gran cobertura para desprestigiar, desmoralizar, aislar o disminuir la capacidad de resistencia de los gobiernos enemigos, no dóciles y/o “difíciles”.

Dicha estrategia apunta a intoxicar con información falsa a la dirigencia adversaria, sean Naciones, gobiernos u organizaciones populares. Así intentan alterar su percepción de la realidad, la lectura correcta de los eventos, desorientarlos y entorpecer el proceso de toma de decisiones. “Entrar en la cabeza” del enemigo al nivel más alto, para inducirlo a dar pasos falsos o a paralizar la correcta capacidad decisional.

Teniendo en cuenta lo anterior, no podemos actuar como ellos quieren que lo hagamos. Reducir nuestra acción política a la escala local cuando enfrentamos enemigos supranacionales, no sólo es errado sino suicida y mortal. Nuestras formas de lucha deben estar en sintonía con nuestras tradiciones y formas de ser, pero se deben adaptar a las circunstancias concretas. Esquivar o aprovechar creativamente el terreno que nos imponen, debe ser una de nuestras prioridades. El arco no puede lanzar un solo tipo de flecha, sino combinar todas las que dispongamos y las que tenemos que crear y alistar.

La combinación de factores de espacio-tiempo nos obliga a diseñar una estrategia que apunte – también – hacia afuera de nuestro territorio geográfico y social. Evitar que seamos encerrados en los límites locales es fundamental. Máxime cuando enfrentamos entidades supranacionales, moldeadas por patrones de conducta que responden a las “operaciones militares diferentes de la guerra convencional”.

Tenemos que pensar en términos que abarquen y fusionen la dimensión local con lo nacional e internacional, desplegando una acción que arrancando de lo político incluya lo social y cultural. La prioridad actual es la neutralización del prevaleciente componente “mediático”, pensando en llegarle a la sociedad nacional y al mundo con nuestra verdad.

Hay que construir y priorizar un pensamiento que apunte a proyectar nuestra presencia en los territorios (materiales, simbólicos, culturales, económicos) del enemigo imperial y oligárquico. Estamos obligados a actuar con apertura mental y generosidad democráticas, buscando aliados dispuestos a impedir que esta “trampa geo-política” continúe arrasando nuestros territorios y pueblos.



[1] Ver: “La complejidad del conflicto en el Cauca y la lucha por la Paz”: http://alainet.org/active/48151&lang=es

[2] Cuando hablamos de “consumidores de maíz” nos referimos a comunidades que se auto-abastecen en su base alimentaria con cultivos tradicionales cultivados y procesados por ellos mismos.

[3] La teoría y práctica imperial de los “Conflictos de Baja Intensidad”, desarrollada durante la “Guerra Fría” ha sido reemplazada por “Conflictos de Intensidad Programada”, donde usan todos los medios, con particular énfasis en la aplicación de métodos "no militares" y mediáticos.

[4] Frase utilizada por Barak Obama en todos sus discursos para justificar la intervención imperial en los recientes conflictos políticos árabes.

lunes, 25 de julio de 2011

ANTANAS... ¡SIGUE ADELANTE!

ANTANAS… ¡SIGUE ADELANTE!

Popayán, 25 de julio de 2011

Escribo sobre Antanas Mockus. Hoy está solo y me identifico con él. Lo apoyé para Presidencia. En ese entonces – contra la opinión de la mayoría de mis amigos/as de izquierda –, percibía que Mockus tenía serias preocupaciones sociales. Algo me decía que su “anti-polismo” le fue impuesto por Peñalosa y Lucho pero que no iba a transigir con la corrupción paramilitar de Uribe. Los hechos me han dado la razón.

Le pedí al Polo que lo apoyara. Sabía que era una ingenuidad. Lo hice porque sé que es un hombre “decente”. Lo defino como un “ético-moralista”. No me arrepiento.

Veía ese apoyo a Mockus como una forma de expiar los pecados de corrupción que ya eran visibles. Esa mácula no sólo está en el “anapo-samperismo” infiltrado en el Polo. Está presente en las alianzas con los Moreno-Dussán que aún siguen vigentes. Algunos pecadores – que hoy ya no están – quieren pasar de agache. A largo plazo eso no sirve.

Pero vuelvo sobre Antanas. Lo apoyé sabiendo de sus sesgos neoliberales y tendencias privatizadoras. Sé que es el resultado de su alergia al “estatismo soviético” que sufrió Lituania, el país de sus ancestros. No comparto su visión del progreso como fruto de la “libre competencia”, que hoy no existe. El monopolio se impone. Esa idea lo lleva a igualar la evasión de impuestos de un tendero con la de una gran transnacional. Es un error.

Voté por Mockus sabiendo que no iba a ganar. Supe que no podría estimular y canalizar la “ola verde”. Sólo un revolucionario lo haría. Y él no lo es. Sufre un conflicto entre razón y emoción. Su racionalidad lo amarra al orden, la Ley y la tradición; su emocionalidad lo empuja a ser un pedagogo con métodos lúdicos y culturales. Su mente es europea; su corazón, colombiano. Le falta la fusión-totalidad que lo haga fluir. A todos nos falta.

Voté por Mockus para apoyar a nuestra juventud. Me siento responsable de haberlos metido – heredarles – en un atolladero histórico. Actuaba en nombre de quienes no fuimos capaces de derrotar a los guerreristas (de izquierda y de derecha). Me sentía representando a los que no superamos los “estatismos” burocráticos (de derecha y de izquierda); a los que no vencimos los odios y las venganzas (de izquierda y de derecha); a los que dejamos crecer toda clase de corrupción (de derecha y de izquierda); y a los que no derrotamos las concepciones dogmáticas (de izquierda y de derecha). Por todos esos errores, pido perdón.

Hoy Mockus está solo y yo también. Intenté – y seguiré intentado – combinar contenidos políticos “polistas” con métodos “mockusianos”. Trataré de ser coherente en la tarea de armonizar metas y formas, fines y medios. No es fácil. Me falta mucho por aprender.

Los jóvenes en quienes pensaba parecen pocos. Sobre todo en Popayán y en el Cauca. O tal vez, no me conecto todavía con ellos. Pero los sigo buscando. Los que he encontrado están escépticos y no creen en nadie. Llaman al voto en blanco. Aspiro a que me conozcan un poco – no para que crean en mí –, sino par que confíen en ellos mismos.

Voy a ser candidato del Polo para el Concejo de Popayán. No pude convencer a mis amigos que era una buena opción para la Gobernación del Cauca. Agradezco a quienes a pesar de lo “quijotesco” de la acción, me apoyaron y ayudaron durante el tiempo que sostuve mi nombre para ese cargo. Créanme, no fue un esfuerzo en vano.

Realizamos y, seguiremos haciendo, un ejercicio que poco se intenta. Consiste en buscar a la ciudadanía de una forma libre y abierta. De interpretar un sentimiento de rebeldía; de poder “gritar” algunas verdades y decir… ¡aún estoy vivo! De hacerle saber a los demás que no quiero morirme sin hacer un esfuerzo más.

Un compañero me dijo que cómo iba “bajarme” de candidato a la Gobernación a candidato a Concejal. Ese “bajarme” me sonó a “rebajarme”. Ese comentario me incitó a participar en las próximas elecciones, a no cejar en el empeño. A no auto-derrotarme.

Además, la falta de recursos económicos ya no va a ser una excusa. Quiero obtener apoyo electoral fundado únicamente en trasmitir actitudes, sentimientos, ideas y propuestas. Trataré de conseguir “votos libres”, sin amarres ni promesas, sin pedirle el voto a nadie pero diciéndole entre líneas: “Elíjanme, intentemos rescatar el sentido de ciudadanía y la defensa de lo público”. Que va más allá de lo estatal.

Por ello planteo el siguiente lema: “¡NO VOTE POR MI… VOTE POR USTED!”

Lo más importante que aprendí durante las jornadas realizadas fue constatar que son ellos – los corruptos – los que, en verdad, tienen miedo.

El pueblo tiene miedo pero, es algo que le han sembrado con chantaje, aprovechando la ignorancia. En cambio, el miedo de ellos es insano. Surge de su enorme debilidad y su flaqueza moral.

martes, 19 de julio de 2011

LA COMPLEJIDAD DEL CONFLICTO EN EL CAUCA Y LA LUCHA POR LA PAZ

Atentados con carro-bombas en Toribío y Corinto

LA COMPLEJIDAD DEL CONFLICTO EN EL CAUCA Y LA LUCHA POR LA PAZ

Popayán, 20 de julio de 2011

Los carro-bombas detonados por las FARC el pasado fin de semana (09.07.2011) en los cascos urbanos de los municipios de Toribío y Corinto en el departamento del Cauca – al suroccidente colombiano –, que dejan graves secuelas de destrucción y terror, muertos, heridos, damnificados por pérdida de viviendas y sentimientos de rabia y frustración, muestran el grado de degradación del conflicto armado en la región y en el país.

Dos regiones del Cauca se destacan entre las más afectadas por esta ola de violencia. Una es la región montañosa del nororiente que rodea el Volcán del Huila. Contempla la parte alta de los municipios de Toribío, Corinto, Jambaló, Miranda, Caloto, Santander de Quilichao, Caldono y Páez, poblada principalmente por indígenas de la etnia Nasa. Allí confluyen los departamentos del Valle, Tolima, Huila y Cauca.[1]

La otra es la zona que va desde la vertiente occidental de la cordillera occidental hasta la Costa Pacífica. Abarca a los municipios de El Tambo, Balboa, Argelia, Timbiquí, Guapi, López de Micay, y envuelve hacia el norte del departamento – con su ola de terror y muerte –, a municipios como Morales, Suárez y Buenos Aires.

Hacen presencia grupos armados vinculados a los “Rastrojos” que se disputan el territorio con la guerrilla y las avanzadas del ejército oficial. Todo gira en torno al control del activo mercado del narcotráfico, de insumos, armas, droga, impuestos a los cultivos de uso ilícito, al procesamiento y comercio del clorhidrato de cocaína y de la minería de oro, que ha tenido un auge inusitado en los últimos tiempos.

No es casual que el Cauca esté en el ojo del huracán del conflicto. Convergen en esta región intereses económicos y territoriales de alto valor estratégico para capitalistas nacionales y extranjeros, conflictos sociales y culturales acumulados en el tiempo, y aspectos relacionados con la guerra que se libra entre la insurgencia armada y el Estado.

Para entender esta situación se debe revisar la historia y evolución del conflicto en esta región de Colombia. Allí coinciden un conjunto de fenómenos sociales, económicos, políticos y culturales que deben ubicarse en contexto, identificar sus orígenes y el acontecer de una guerra que ha sido alimentada a lo largo de siglos de discriminación, despojo, exclusión, y resistencia étnica, social y cultural.

El nudo estratégico del Huila-Tolima-Valle-Cauca

No es casual que Marquetalia y Riochiquito estén ubicadas en la región. Eran 2 de las 4 denominadas “repúblicas independientes”. Fueron centros de resistencia de campesinos liberales y comunistas a finales de la Violencia de los años 50s del siglo pasado. Allí nacieron las FARC en 1963. Arturo Alape narra en su libro “Tirofijo: los sueños y las montañas”[2], cómo Pedro Antonio Marín, alias “Manuel Marulanda Vélez”, a finales de los años 70 reconstruyó la estructura de la guerrilla recorriendo a pie este inhóspito e inconquistable corredor montañoso.

Pero hay que mirar más atrás. Durante la guerra de “conquista” y colonización española ésta zona se convirtió en refugio de cientos de familias y tribus yalcones, “pijaos”, nasas y “paeces”, que nunca fueron derrotadas. Sólo hasta 1911 el Estado colombiano – valiéndose de la prefectura de la Iglesia – pudo penetrar en áreas pobladas por comunidades indígenas nasas que eran calificadas como salvajes y rebeldes por defender su independencia y autonomía. Sin embargo, gran parte de ésta región – al igual que muchas otras del país – son verdaderas fronteras internas en las que el Estado apenas tiene un control esporádico y temporal cuando así lo requieren las circunstancias.

Además, en 1947 – cuando la “violencia liberal-conservadora” estaba en inicio y ascenso –, una numerosa población campesina de origen paisa fue trasladada a Corinto (y también a Huisitó, Playarrica y Costanueva, municipio de El Tambo). Era población desplazada de Antioquia y el Eje Cafetero que más adelante se constituyó en base de apoyo a guerrillas liberales. En su seno surgieron dos tendencias del liberalismo que marcaron durante la 2ª mitad del siglo XX el devenir del norte del Cauca: la que encabezó Humberto Peláez Gutiérrez, senador de la república, presidente del Parlamento Latinoamericano, aliado de la clase terrateniente del Valle y del Cauca, y Gustavo Mejía, dirigente campesino, militante y diputado del Movimiento Revolucionario Liberal, asesinado en 1974, quien fue uno de los fundadores del Consejo Regional Indígena del Cauca CRIC en 1971.

Hoy esta región está convulsionada. Los grandes terratenientes del Valle del Cauca – dueños de los ingenios azucareros más poderosos de América Latina – apuestan por la destrucción de la resistencia indígena que mantiene el control de áreas estratégicas por su riqueza hídrica y su potencialidad energética. Además, los empresarios del azúcar y el etanol, al sentir amenazada “su” propiedad monopólica de la tierra, alientan solapadamente – con el apoyo del gobierno – a comunidades negras afrodescendientes para que se conviertan en una barrera protectora de sus intereses territoriales frente a la “amenaza indígena”.

En ese marco, se sostiene una precaria y débil economía campesina que produce café, plátano, yuca, fique, tomate, frutas y otros productos de “pancoger”, que se entrelaza y subsidia con ingresos de la economía del narcotráfico. Dicha economía se realiza en pequeños mercados a donde llegan los escasos ingresos de los corteros de caña y otros jornaleros del campo. Cultivos de marihuana y coca sustentan laboratorios móviles donde se procesa la droga que a su vez es el soporte económico y financiero de una guerra que golpea principalmente a las comunidades rurales. La han vivido y soportado durante seis décadas continuas.

La coyuntura del conflicto en el nor-oriente caucano

Por las características del territorio y la población y, por la dinámica de la guerra que el Estado adelanta contra la insurgencia, era casi predecible que una parte de los jefes guerrilleros se vieran obligados a refugiarse en esta zona. Su desplazamiento hacia fronteras con Brasil, Venezuela o Ecuador, los aislaba de los frentes de guerra. Depender de la tecnología de comunicaciones era muy riesgoso como lo comprueban los operativos gubernamentales en donde el uso de tecnología de punta fue uno de los factores claves para que el ejército les asestara fuertes golpes en los últimos años.

Pero a todo lo anterior se suma un nuevo factor socio-político. Es una situación especial que ocurre al interior de las comunidades indígenas. Se acumuló durante varias décadas y consiste en que su lucha de resistencia ha entrado en una fase de estancamiento y crisis política e ideológica. Esa cruzada histórica de la población nativa tuvo un fuerte empuje con la fundación del CRIC (1971), lo que permitió a las comunidades recuperar gran parte de su territorio ancestral, y más adelante – con la aprobación de la Constitución de 1991 – obtener el reconocimiento formal de la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana, así como la organización de las Entidades Territoriales Indígenas ETIS.

La verdad es que las conquistas del movimiento indígena – territorio, defensa de su lengua y cultura, manejo y administración de recursos económicos del Estado (transferencias nacionales a través de los Cabildos), y el acceso a órganos de gobierno como alcaldías, concejos municipales, asamblea departamental y Congreso de la República por medio de la elección de sus propios representantes –, no se ha traducido en suficientes beneficios para el conjunto de la población. El impacto del modelo económico neoliberal profundizó la debilidad de la economía campesina e indígena que, es en gran medida, de subsistencia, y ha traído consecuencias funestas para el conjunto de la población.

Pero además, en la distribución, tenencia y disfrute de las tierras ancestrales y recuperadas, también existen irregularidades, inequidad y conflictos. No todo es color de rosa ni armonía al interior de los pueblos nativos. La influencia de la población campesina vecina o que habita en áreas de resguardo, que actúa con otros valores frente a la propiedad individual y a la producción agropecuaria, desnuda ante la población más pobre de las comunidades indígenas una serie de injusticias que se han acumulado a lo largo del tiempo.

De igual manera se presentan otras situaciones que han debilitado al movimiento indígena. Han hecho carrera – en forma parcial pero ostensible –, actitudes de corrupción y burocratismo en las organizaciones indígenas. No se ha enfrentado la política neoliberal en los servicios de salud y educación. Pero lo que es más grave, la forma autoritaria e inconsulta como se manejan los diversos programas ha generado no sólo inconformidad entre las bases comunitarias sino una profunda división que se expresa a diversos niveles.

Así, esa realidad contradictoria ha puesto en tensión a las fuerzas que evolucionan al interior de las sociedades originarias. Se enfrenta la formalidad de la propiedad colectiva con la realidad del disfrute concreto de los beneficios obtenidos por la lucha de las comunidades. Ante esa situación conflictiva, la dirigencia del movimiento indígena, las autoridades tradicionales y los gobernadores de Cabildos, no han reaccionado con la suficiente capacidad política y con métodos democráticos y participativos.

Un conflicto generacional está en la base de esta contienda comunitaria. La generación de dirigentes que lideró la recuperación del territorio en los años 70 y 80, que era muy compenetrada con sus raíces indígenas ancestrales en donde se destacaban los médicos tradicionales, fue reemplazada por la “generación de la Constitución del 91” que requería de conocimientos técnicos para el manejo de las transferencias y, de los “planes de vida” y sus “proyectos de desarrollo”. Esa nueva generación, formada en centros tecnológicos y universidades, carecía del espíritu esencial de sus “mayores”. No hubo continuidad en la formación de ese nuevo liderazgo.

Hoy las nuevas generaciones no están totalmente conformes con los resultados de la lucha. Muchos jóvenes están en la búsqueda de sus orígenes y raíces. Algunos, canalizan esa energía hacia el “rescate de su cosmovisión”. Otros, influenciados por la cultura occidental dominante pero – empujados por necesidades reales –, no sólo se muestran críticos sino que exigen resultados concretos para sus vidas. Se han generado así, condiciones para que los descendientes actuales de la población originaria busquen otras respuestas y alternativas de solución a sus problemas.

El auge de las religiones e iglesias – protestantes y evangélicas –, hace parte de esa búsqueda.[3] Pero así mismo, el espíritu rebelde del pueblo nasa encuentra en la insurgencia armada una vía de desfogue, que además cuenta con importantes recursos económicos y ofrece una solución inmediata para cientos de jóvenes que están enfrentados al desempleo, a la discriminación social y racial, y a la descomposición de sus comunidades y familias.

En ese contexto la insurgencia armada, especialmente las FARC, ha encontrado un caldo de cultivo óptimo para fortalecer su presencia en la región. El replanteamiento de su estrategia retornando a la “guerra de guerrillas”, a la organización de redes de milicianos y colaboradores, le dan una ventaja frente a un ejército acostumbrado a operativos en las selvas de los Llanos Orientales o a una policía que no sale de sus cuarteles blindados. Es importante recordar que el ejército en esas alejadas zonas usó la estrategia de “tierra arrasada” o encontraron comunidades cansadas de la guerra y dispuestas a colaborar en la lucha contra-insurgente.

Esas “ventajas comparativas” que las FARC han encontrado en esta región son casi únicas, excepcionales pero frágiles y temporales. Sólo una justa valoración política y un tratamiento no sólo militar, podría darle una real ventaja a la insurgencia. Lo sucedido en Toribío y Corinto sumado al tono de las “recomendaciones a la población civil colombiana”[4] indican lo contrario. Se nota desespero frente al cerco que el ejército despliega contra el comandante Cano en la otra vertiente de la cordillera central. Pero lo que es más grave es que se plantean un pulso militar con el Estado, en donde pretenden impedir que el gobierno instale guarniciones militares en áreas pobladas, colocando a las comunidades y las autoridades locales en el dilema de “si no estas conmigo, estás contra mí”. Las consecuencias podrían ser muy graves.

El conflicto en la Costa Pacífica

Mientras la guerra en el nor-oriente del Cauca se juega en torno a los conflictos sociales, el control territorial ancestral de los indígenas y la estrategia de supervivencia de las FARC, en la Costa Pacífica caucana, al igual que en la de Nariño, el fenómeno de violencia responde al control de la economía del narcotráfico que cuenta con extensas áreas, ríos y corredores geográficos que sirven de vías para la exportación del clorhidrato de cocaína. También, el auge de la minería ilegal que mueve importantes recursos ante la apreciación internacional de ese metal, es otro botín en juego.

Es una tragedia que lleva incubándose por más de cuatro décadas desde que la economía cafetera de los migrantes paisas que llegaron en los años 40 del siglo XX se vino abajo por efectos ambientales propios de un bosque primario que no soportó el impacto de los mono-cultivos que se explotaron durante más de 20 años. En la década de los años 70s apareció la marihuana y poco tiempo después llegó la coca y la guerrilla.

Conviven en ese territorio todos los grupos armados ilegales. El ejército y la policía de vez en cuando incautan laboratorios de droga y depósitos de insumos, y persigue, detiene o da de baja a integrantes de uno u otro bando. Sin embargo se nota cierta connivencia con la existencia y mantenimiento de los cultivos de uso ilícito, así en algunas regiones como Huisitó y Playarrica, en el municipio de El Tambo, se realicen erradicaciones manuales utilizando cuerpos especializados en dicha actividad.

Recientemente cientos de campesinos y jornaleros (“raspachines”) protagonizaron en la cabecera de ese municipio y en Popayán una masiva protesta que exigía al Estado y al gobierno la construcción de vías carreteables, proyectos sostenibles de sustitución de cultivos e inversión social en educación, salud y vivienda. Dicha movilización tuvo de por medio la “detonación” de un carro-bomba en la entrada de la capital del Cauca, que rápida y sospechosamente fue adjudicada al ELN por los altos mandos del Ejército. Se intentó – sin lograrlo - relacionar ese acto terrorista con la marcha y protesta campesina.

La verdad es que la economía de esta región depende en un alto porcentaje de la renta que genera el narcotráfico. Grandes cantidades de víveres, mercaderías e insumos se comercian desde los centros urbanos ubicados sobre la carretera panamericana – entre ellos Popayán y Cali –, hacia poblados ubicados en la región donde se cultiva la coca y se produce la cocaína. Cabeceras municipales como El Tambo, Balboa y Argelia así como corregimientos como El Mango, Sinaí, El Plateado, Huisitó y otras pequeñas localidades, se ven beneficiadas por la dinámica de sus mercados. En Nariño la situación es otra. Los recursos se irrigan hacia Tumaco y demás localidades ubicadas en la Costa Pacífica, dado que en ese departamento existe la carretera al mar, y la cercanía con el Ecuador facilita muchas operaciones financieras.

Todo lo anterior se traduce en una aparente bonanza económica para la región. Sin embargo el impacto social y cultural para los pueblos y comunidades afrodescendientes e indígenas es brutal. El dinero atrae toda clase de gentes. Fenómenos como la prostitución, el alcoholismo y todo tipo de descomposición social se hacen presentes al lado de la violencia y el desplazamiento forzado. Es una verdadera catástrofe social que seguramente traerá más desempleo, delincuencia y conflictos sociales en las ciudades a donde va llegando esta población desplazada del campo.

Estrategia de aniquilación de la resistencia social y de control territorial

Todo apunta a que – mirado en su conjunto – tal situación que se vive en el Cauca hace parte de un plan de gran envergadura que no es ajeno a lo que ocurre en México, Centroamérica, y varios países de Sudamérica como Colombia y Brasil, en donde la economía ilegal del narcotráfico se ha convertido en un factor de descomposición de la sociedad y de debilitamiento institucional de las Naciones.

Independiente de la voluntad de los actores del conflicto, legales e ilegales, de sus declaraciones y pronunciamientos políticos, los resultados de este conflicto se repiten de región en región de Colombia. Desde Urabá, el Chocó, pasando por el Magdalena Medio y la Costa Atlántica hasta llegar a las comarcas petroleras y carboníferas, los efectos de esta guerra son los mismos. Por un lado, la aniquilación física de la resistencia social, y por otro, el control territorial por parte empresas transnacionales especializadas en minería, explotación de la biodiversidad natural y cultivos para agro-combustibles.

A la resistencia comunitaria la liquidan o debilitan mediante la persecución o asesinato de sus dirigentes y activistas. Mediante el terror desplazan a las comunidades y destruyen sus lazos y tejidos comunitarios. La penetración y degradación cultural es otra herramienta. Además, promueven la división y el enfrentamiento entre las gentes, y recurren al soborno y a la degeneración política de sus dirigentes.

El control territorial lo obtienen luego. Permiten que la situación de “orden público” se torne “incontrolable”. Calculan que la economía tradicional campesina ya no tenga raíces ni dolientes. Preparan las condiciones políticas y de opinión pública para legitimar “la intervención del Estado en aras de restablecer la normalidad”. Así, la inversión extranjera se convierte en la “salvación” de esas regiones a fin de “generar empleo y asegurar ingresos para la población”. No es imaginación, es lo que se ha vivido en muchas zonas del país.

No es casual que el actual Gobernador del Cauca tenga entre sus prioridades la formalización y titulación de los predios campesinos no legalizados. Tampoco que esté aliado con la Anglo Gold Ashanti para fortalecer la exploración de oro en municipios como El Tambo, La Vega y otros municipios del sur del Cauca, y que ya se anuncien – con bombos y platillos – las campañas oficiales contra la “minería ilegal”.[5] Menos es casual que, en la actual coyuntura política, partidos políticos de origen oscuro tengan candidatos en esos mismos municipios haciendo campaña electoral con dinero a manos llenas.

¿Qué hacer?

Lo primero es ser conscientes del tamaño del problema y del reto. No es fácil salir de esta larga ola de violencia que desde un principio fue manipulada por intereses oscuros y siniestros. Cuatro generaciones de colombianos han vivido en guerra. Tenemos heridas abiertas, venganzas vigentes víctimas a granel, y actores tras bambalinas, que la alimentan y sostienen.

Después de los últimos 9 años de implementación de una supuesta estrategia de “aniquilación de las FARC”, de “conquista de la paz por la fuerza”, el vaivén de la historia colocará a la orden del día el tema de la “Paz negociada”. Es necesario retomar el debate nacional sobre este tema y buscar no sólo nuevas fórmulas de solución sino evaluar con seriedad los fracasos anteriores.

Comparto algunas tesis para alimentar el debate:

- El exterminio de los pueblos indígenas y de su resistencia ancestral, así como la despoblación de amplias regiones del Cauca (y de Colombia) ricas en recursos naturales, está en pleno avance. El conflicto armado colombiano – a pesar de sus orígenes y particularidades – ha sido involucrado y arrastrado hacia esa lógica transnacional.

- Existen poderosas fuerzas económicas y políticas de orden geo-político mundial que utilizan la guerra y el narcotráfico para dominar importantes regiones estratégicas del mundo. Debilitan a Naciones enteras, subordinan a sus Estados, compran a sus elites políticas, y fortalecen una economía ilegal con el tráfico de insumos y drogas, armas y activos financieros, que son parte medular de una economía capitalista global en crisis.

- Los EE.UU. están a la cabeza de esa política criminal que pretende prolongar su decadente hegemonía. Sin embargo, las cúpulas gubernamentales de la mayoría de países y de las grandes corporaciones financieras son cómplices de esa política, de sus ejecuciones prácticas y además, se benefician de sus resultados.

- En esa dinámica, los actores armados irregulares de todos los continentes y países –independiente de sus intenciones y discursos – son instrumentalizados, convertidos en factores manejables y subordinados, cuando pierden de vista los intereses del conjunto de la población y se dejan llevar a una lucha estrictamente militar, desgastante, degradada y degradante (Sendero Luminoso, Al-Qaeda FARC, ELN, etc.).

- En ese sentido, podemos afirmar que la política de guerra impuesta por el gobierno estadounidense desde 1998 (Plan Colombia) – con todo lo que ha implicado en gastos económicos, muerte y destrucción para la Nación colombiana – no tenía por objeto la derrota y destrucción total de las fuerzas insurgentes. Su meta es contenerlas, no acabarlas. Las necesitan activas como factor de distracción interna (disuasivo, “amenaza terrorista”, criminalización de la lucha social), para mantener su control político e ideológico, y consolidar la intervención territorial. Lo han logrado y perfeccionado en grado sumo.

- Así mismo, poderosos sectores económicos, políticos, militares y sociales colombianos se benefician de la dinámica de la guerra y de la economía del narcotráfico. Son enemigos de la Paz.

- Pero también, existen en Colombia sectores mayoritarios de la sociedad que quieren la Paz. Sólo si sus líderes entienden la esencia de la “trampa geo-política” de la que somos víctimas como Nación, podremos desencadenar las fuerzas para derrotar a quienes viven de la guerra.

- La insurgencia colombiana está presa de su historia, de su estrategia de guerra y es incapaz – por sí misma – de salir de esa dinámica inercial de violencia. Sólo un gran movimiento ciudadano que englobe al pueblo, incluyendo a los empresarios que identifiquen sus intereses nacionales, podrá impulsar una lucha sostenida para salir de ese atolladero histórico.

- Componentes internos de la insurgencia que han convertido la guerra en una forma de vida y, fuerzas externas que alimentan esa lógica perversa, además del tipo de formación política e ideológica de su liderazgo histórico, condicionan a esa dirigencia guerrillera y le impiden asumir una posición política que rompa con su aislamiento de la sociedad.

- La guerrilla debe ser consciente de su desgaste político. La fórmula de escalar la violencia para presionar una salida política negociada al conflicto, lo único que logra es un mayor debilitamiento de su capacidad de negociación. Además, le entrega herramientas a los enemigos de la Paz para mantener el statu quo de la guerra.

- La política de resistencia civil a la guerra y el no-alineamiento con ninguno de los actores armados – reivindicada valientemente e impulsada por las comunidades indígenas caucanas desde hace más de 25 años –, no ha logrado los resultados en cuanto a respeto de su territorio. No significa que no se mantenga la consigna pero es claro que no es suficiente.

- Las fuerzas democráticas de la sociedad colombiana que quieran crear un ambiente propicio para avanzar hacia una Paz negociada deben tener en cuenta en su accionar – entre otros aspectos – lo siguiente:

a) Que se plantee como una acción autónoma de la sociedad civil. Que no tenga el más mínimo sesgo a favor de uno u otro actor armado.

b) Que esté dirigida a fortalecer la unidad e independencia de la Nación colombiana.

c) Que se contemple el problema en toda su integralidad pero que se diseñen etapas y fases viables para poder avanzar.

d) Que no se justifique ningún tipo de acción contra la población civil y se rechacen con fuerza los métodos y acciones criminales que atentan contra la integridad humana.

e) Que la acción interna por la Paz en Colombia haga parte de un gran movimiento continental e internacional que involucre a todos los países que sufren el azote de los fenómenos de violencia mezclados con el narcotráfico.

Conclusión

La presión política sobre el gobierno y la insurgencia para detener el conflicto debe acrecentarse. Implica un esfuerzo que va más allá de lo local y regional. Debe ser liderado por representantes genuinos de las comunidades y debe tener una cobertura nacional e internacional. Pero además, no puede haber en esta tarea la más mínima señal de connivencia con la guerrilla.

De igual manera, se debe denunciar con toda la fuerza que las causas estructurales que provocan el desplazamiento y la violencia no sólo siguen vigentes sino que, hoy más que nunca, se agravan con la aplicación de políticas de entrega total de nuestros recursos a las transnacionales extranjeras. El actual gobierno del presidente Santos - a pesar de la aprobación de la ley de víctimas y de restitución de tierras a los campesinos desplazados con la cual intenta posar como “reformista” y defensor de los DD.HH. – mantiene, promueve y agencia dicha política anti-popular y anti-nacional.

La resistencia civil a la guerra deberá ir ganando batallas. La batalla inicial consiste en tener claridad frente al problema. De lo contrario, terminamos siendo utilizados por quienes viven de ella.


[1] En total son 18 municipios del Tolima, Huila, Valle del Cauca y Cauca involucrados en ese escenario.

[2] Alape Arturo, “Tirofijo: los sueños y las montañas”. Colombia: 40 años de luchas guerrilleras, Editorial 21, Buenos Aires, 1998

[3] El gobierno de Uribe - con la colaboración del gobierno departamental – aprovechó y estimuló a algunos líderes de esas iglesias para crear la OPIC (Organización Pluricultural Indígena del Cauca), en coordinación con dirigentes de “organizaciones campesinas” que utilizan un discurso “anti-indigenista” como herramienta de confusión y proselitismo entre la población mestiza, afro e incluso, indígena. (Nota del Autor).

[4] Ver: Comunicado del Comando Conjunto de Occidente: “A la población del municipio de Toribío”: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=132439

[5] En la actualidad de 36 títulos mineros vigentes en ejecución concedidos por Ingeominas en el municipio de El Tambo, la empresa Anglo Gold Ashanti tiene 9 contratos de concesión en un área de 20.514 has. y la Votorantim Metais de Colombia S.A. cuenta con 2 contratos en un área de 3.979 has., para la exploración y/o explotación de oro, cobre, zinc, asociados a platino, molibdeno, plata, plomo, hierro, níquel, y otros materiales. Además ha presentado a la fecha 37 solicitudes en curso para un área aproximada a otras 35.000 has de un total de 91 solicitudes presentadas. (Ver anexo listados obtenidos en Ingeominas).

martes, 12 de julio de 2011

LOS "ERRORES" DE CHÁVEZ

Aciertos y errores de la Revolución Bolivariana

LOS “ERRORES” DE CHÁVEZ

Popayán, julio 12 de 2011

El presidente Hugo Chávez es un gran revolucionario demócrata-nacionalista de Venezuela, América Latina y el mundo. Ha realizado grandes aportes a su país y a la región. Con ocasión de su enfermedad se han publicado numerosos escritos que resaltan su liderazgo.

En este artículo intento ir un poco más allá. Trato de identificar al líder con el proceso mismo, entendiendo que él es resultado de unas condiciones específicas. Es “expresión viva” de las fuerzas sociales que han insurgido a la vida política en esta parte del mundo. Es una “maravilla de la vida” que un líder interprete de esa forma tan apropiada a su pueblo.

Su principal acierto es haber impulsado con determinación y visión estratégica la integración de los países sudamericanos que hoy sirve de apoyo para la construcción de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe. La conquista de la soberanía política y el rescate de los recursos energéticos de su país fue su punto de apoyo y de partida.

Petrosur, Petrocaribe, el ALBA, UNASUR, el Banco del Sur, Telesur y la CELAC no existirían sin su iniciativa y empuje. No nos detenemos a resaltar los demás aportes, que son valiosos y variados, que tienen como eje su identificación con los humildes, los oprimidos y los trabajadores, y su lucha por la independencia nacional, la democracia y la justicia social. Él y su pueblo han alimentado la ola de revoluciones democrático-populares que hoy avanzan en Sudamérica.

Pero también nos interesa identificar lo que podríamos denominar “los errores de Chávez”. Antes de avanzar debo insistir en que no se trata de juzgar ni descalificar a nadie. Nuestra meta es aprender. Es posible que desde afuera de Venezuela sea más difícil ubicar los problemas, dificultades y sobre todo lo que denomino “limitantes estructurales”, pero debemos aceptar que el hecho de “estar adentro” puede ser también una condición restrictiva para el análisis.

Limitantes, deficiencias y errores

Algunos dirán que es inoportuno hacer este tipo de análisis. Su estado de salud acrecienta la solidaridad y la valoración de su papel. Se siente la polarización y la pasión tanto a favor como en contra. Por ello, trataremos el tema con extrema seriedad y precisamos los términos.

Una tarea es destacada cuando quien la realiza identifica las potencialidades de una situación dada y aprovecha al máximo las oportunidades y ventajas que ofrece. Minimizar al máximo los limitantes y debilidades existentes para superar los obstáculos y neutralizar las amenazas, hace parte de ese arte. Es lo que dice la cartilla.

Además, se deben hacer los máximos esfuerzos para ser conscientes de las propias deficiencias (que en este caso no sólo son personales sino colectivas, como dirigencia y como pueblos), tanto para tratar de manejarlas como para diseñar – en medio de la acción – la forma para superarlas gradualmente. Formación en medio del trabajo.

Los errores son propios de la acción. Siempre se presentarán. Son de diversa naturaleza. Una “deficiencia” o “limitante” que siempre nos acompañará es la visión reducida (cercana o relativa) de la realidad. Se corrige en la medida en que estemos dispuestos a aprender. Si no ajustamos, el error se agrandará y nos conducirá a la derrota.

Así tengamos una lectura correcta de la realidad, la equivocación se presenta. Fallamos a la hora de diseñar la estrategia, en los métodos escogidos, en la ejecución práctica, en la evaluación de los resultados. Nos predisponemos al error cuando creemos ciegamente que “todo va bien”. Una determinada y deficiente formación política e ideológica hace parte fundamental de nuestras falencias y equivocaciones.

El punto de partida

No me detendré en las limitaciones materiales de nuestras sociedades. Están diagnosticadas. La dependencia de la exportación de materias primas, el escaso desarrollo de las fuerzas productivas, la profunda desigualdad y la inequidad social, la precariedad de unos Estados que ocultan su esencia colonial con apariencia de “democracia representativa”, entre otras, son parte de nuestras carencias estructurales que son causadas por la dominación de poderes imperiales que han contado desde siempre con la complicidad interesada de las elites oligárquicas latinoamericanas.

Por otro lado están las deficiencias políticas de nuestros procesos de cambio. No estamos ajenos a lo sucedido en el mundo de la revolución política. La derrota histórica de la causa proletaria durante el siglo XX no sólo ha acrecentado la confusión y la dispersión de las fuerzas revolucionarias, socialistas y comunistas, sino que el desarrollo de la teoría de la revolución se ha visto obstaculizado por la permanencia de concepciones dogmáticas que aún predominan en las organizaciones de izquierda existentes.

Sin embargo, a pesar de lo anterior, la vida empuja. Son de tal naturaleza y potencialidad las necesidades sociales que – al combinarse con los acumulados históricos, sociales y culturales tanto de nuestros pueblos como de la humanidad – nos obligan a avanzar a marchas forzadas, a aprender de los errores y acertar en determinadas circunstancias. Así, de esa forma se desencadenan los procesos de cambio que actualmente experimentamos en el mundo.

La sub-valoración de la Revolución Bolivariana

A partir de ésta introducción planteo la principal tesis que quiero desarrollar:

Se observa en muchos análisis y prácticas políticas una marcada tendencia a limitar el impacto de la revolución bolivariana a Venezuela o al contexto del subcontinente. Se desconoce – a veces – que este proceso es parte y resultado de la agudización de las contradicciones sistémicas del capitalismo y al debilitamiento del poder imperial estadounidense. Si no se ubica la revolución bolivariana en ese contexto no se pueden entender sus particularidades.

Los estrategas del imperio estadounidense sí valoran – al máximo – el impacto que tiene a nivel mundial la revolución venezolana y el papel del presidente Chávez. Son conscientes de la fragilidad del sistema capitalista y de las debilidades de sus liderazgos. Saben que el ejemplo cunde, que los triunfos estimulan a los pueblos y a los trabajadores, y que “una chispa puede incendiar la pradera”. Derrotar los procesos de cambio es su prioridad y única tarea.

La política de contención a la revolución bolivariana – cada vez más elaborada y perfeccionada por Washington – tiene como principal objetivo ahogar el proceso en sí mismo, “aislar el virus”, evitar la metástasis de esa enfermedad contagiosa que se llama “rebelión patriótica y nacionalista”. Cuentan con un vasto bagaje de experiencias y han acumulado amplios conocimientos en la materia. No sólo les preocupa la pérdida del control de la riqueza petrolífera de Venezuela. Ese aspecto es manejable. El impacto político – incluso al interior de sus propios países desarrollados – es lo que realmente los intranquiliza.

Es por eso que diseñan y financian campañas elaboradas y sofisticadas de infiltración, sabotaje, amenazas, provocaciones, operaciones mediáticas y toda clase de planes y proyectos dirigidos a impedir el avance de la revolución. Estudian al detalle las tendencias erróneas para estimularlas y capitalizarlas. Así mismo, conocen nuestras debilidades estructurales y juegan a mediano y largo plazo.

Es por esa razón que nosotros debemos esforzarnos por detectar esas falencias. No lo hacemos para “auto-flagelarnos”, sino para ayudar a corregir a tiempo y además aprender. Para aplicar sus enseñanzas en nuestra propia práctica.

“Recorderis” de la política imperial de contención

La política imperial dirigida a debilitar, aislar y derrotar la revolución venezolana ha pasado básicamente por tres etapas:

La primera etapa, desarrollada durante los primeros años hasta 2003 fue intentar derrocar por la fuerza al gobierno bolivariano apoyándose directamente en las fuerzas oligárquicas reaccionarias. El golpe de Estado de abril/2002, el paro petrolero (diciembre/02-febrero/03), los intentos de dividir el bloque de poder revolucionario, los saboteos de toda índole y la desaparición física de los dirigentes revolucionarios, hacían parte de dicha estrategia.

Al no lograr sus objetivos pasaron a una segunda etapa. La tarea, debilitar y aislar la influencia de la revolución bolivariana. Lo hacen en coordinación con las fuerzas de oposición legal e ilegal, interna y externa, tratando de desprestigiar al gobierno y ocultar sus realizaciones. Su objetivo es preparar el terreno para una eventual intervención militar, directa o camuflada, unilateral o concertada con organismos internacionales y gobiernos de la región, que sería la tercera etapa.

Por ahora, saben que no tienen las condiciones para intentar una intromisión armada directa. El ascenso de Brasil como potencia económica y política mundial – que es causa y consecuencia de la decadencia estadounidense –, y la conformación de diversos bloques de integración en América Latina y el mundo (UNASUR, BRICS), neutralizan cualquier intento de ese tipo en la región. Pero la amenaza está latente. Todos lo sabemos.

Sin embargo, crece en Latinoamérica otro tipo de herramienta de intervención territorial que está ligada a la economía del narcotráfico. Colombia y Afganistán han sido sus últimos laboratorios de experimentación. México y toda Centroamérica están bajo su aureola fatídica de violencia, descomposición social y debilitamiento institucional. En Venezuela ya avanza esa estrategia. Es un gravísimo peligro para la revolución, el país y la sociedad. Minar la moral revolucionaria del Ejército Bolivariano de Venezuela es una de sus metas. Es preocupante.

La política de provocación “uribista”

La estrategia imperial usó al ex-presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez como parte de esa política de contención. El motivo fueron las FARC. El gobierno de los EE.UU. necesitaba construirle a Chávez un “dossier narco-terrorista”. La finalidad última era comprometer a los presidentes “rebeldes” nacionalistas (Chávez, Correa y Evo) con el supuesto apoyo y financiación del “terrorismo internacional”.

No vamos a reconstruir los detalles que son bastante conocidos. Los cables de WikiLeaks lo confirman todo. Uribe invita a Chávez a ser intermediario en la liberación de políticos y militares retenidos por la insurgencia. Éste obra de buena fe y advierte en esa labor humanitaria una excelente oportunidad para impulsar una propuesta de Paz frente al conflicto armado colombiano.

Más adelante Uribe lo relega de esa tarea mediante un acto aleve y provocador. Después viene el ataque al campamento de las FARC en límites con Ecuador y se desencadena la crisis política y diplomática regional. Chávez en medio del calor de la confrontación viola el principio de “no intervención en asuntos de otro país” cuando en forma unilateral – cayendo en la trampa que le tendió el imperio por mano de Uribe – reconoce frente a la Asamblea Nacional a la guerrilla como un “ejército beligerante”.

Todos los pormenores de ese conflicto entre los gobiernos de Uribe y Chávez, las supuestas filtraciones de los computadores de Reyes, los informes del DAS y las arremetidas del paramilitarismo, las acusaciones de complicidad con la presencia de guerrilleros en territorio venezolano, el informe-montaje de pruebas satelitales presentado en la OEA, e infinidad de situaciones diarias sumadas a las denuncias de la oposición venezolana sobre la existencia de bases militares de Irán, Hezbollah, Hamás y ETA, la compra de armamento militar a Rusia y las supuestas operaciones clandestinas, todo y mucho más, hacían parte de ese “dossier terrorista” de Chávez y la dirigencia bolivariana.

Algunas actitudes del presidente Chávez y de funcionarios del gobierno venezolano ayudaron a que esa campaña mediática diera sus frutos. Sobre todo en Colombia, Chávez es visto por la mayoría del pueblo como un aliado y soporte de las FARC.

Los errores de Chávez

¿Ha cometido el presidente Hugo Chávez algunos errores? Claro que sí. Sería un “no-humano” si no fuera así. Me voy a referir al que considero como principal, que está relacionado con la naturaleza de la Revolución Bolivariana. Ese error queda desnudado en la actuación frente a lo que podríamos denominar “provocación uribista”, con el motivo de las FARC. Pero también se manifiesta en otras actuaciones y pronunciamientos de Chávez.

Considero que es un error querer “liberar” a otras naciones en vez de crear las condiciones para que sus pueblos las liberen. Tal vez Chávez haya ido clarificando el panorama, pero hasta hace muy poco tiempo enviaba mensajes que reflejaban cierto espíritu intervencionista en asuntos internos de otras naciones. La confrontación pública con presidentes de la región como Alan García, Fox, Calderón y Uribe, hace parte de ese historial. Le pasó a Cuba cuando quiso “exportar la revolución”, que fue uno de los debates entre Fidel y el “Ché”.

Fidel Castro hace mucho rato aprendió la lección y ha sido un interlocutor útil, de gran altura, respeto y consideración para muchos gobernantes de América y del mundo, incluido Colombia. Él, en su experiencia y sabiduría ha podido diferenciar entre lo que es la función de un Jefe de Estado, la de un jefe de Gobierno y la de Comandante de la revolución.

El presidente Chávez también lo sabe. Es la razón de que algunos de sus actos sean calificados como errores. Ha desconocido – seguramente por su forma de ser espontánea y la falta de un equipo asesor de gran autoridad – sus propios preceptos. Y por supuesto, ha pagado el precio.

El origen de los errores

Desde nuestro propio punto de vista, el presidente Chávez y la dirigencia bolivariana no han identificado una serie de limitantes históricos que están en la naturaleza del “bolivarianismo”, que parten de no haber profundizado en los “errores” cometidos por Simón Bolívar. Ello lleva a que se repitan en este nuevo ejercicio. Dos eran los aspectos más importantes que no podía contemplar ni entender Bolívar en su tiempo, que llevaron a que su lucha de liberación nacional – independentista – no consiguiera final y plenamente sus objetivos.

El primero, no entender que durante los 300 años de colonialismo español y portugués, las naciones “indo-afro-euro-americanas” al sur del Río Bravo, habían ido adquiriendo – cada cuál – diversas características particulares, que eran fruto de las peculiaridades de los pueblos que habitaban las diversas regiones antes de la invasión europea, de la forma como se desarrolló la colonización, y de los intereses de las elites coloniales regionales.

Es decir, Bolívar no podía entender – en su época – que un “nacionalismo en formación”, venezolano-mantuano, colombiano-neogranadino, ecuatoriano-quiteño, peruano-limeño y “boliviano” del Alto Perú, se había ido formando en cabeza de las elites dominantes de cada “nación” e iban haciendo huella en la identidad de los pueblos.

El segundo, que lo previó Bolívar pero que no lo podía controlar, era la intervención de los imperios capitalistas que como el inglés – y más adelante – el estadounidense, no sólo estaban detrás de las luchas de independencia sino que se iban a aprovechar de la debilidad económica estructural de estos “países” para comprar y subordinar a sus cúpulas gobernantes.

¿Cómo enfrentar esta situación que no se ha superado durante los 200 años de existencia de las precarias “repúblicas” latinoamericanas?

La única manera de enfrentar tal situación – como lo ha demostrado con creces la revolución cubana – es con una estrategia regional e integral de liberación nacional que reconozca la existencia de diversas nacionalidades en formación. A partir de allí, avanzar en el proceso de integración que potencie la soberanía política de cada Estado y del conjunto de Estados y contribuya a consolidar las bases materiales para ser autónomos en todos los terrenos de la vida económica, social y cultural.

Jefe de Estado, de Gobierno y de la Revolución

La estrategia pacífica y civilista de las revoluciones democrático-nacionalistas que avanzan en la América Mestiza como parte del ascenso de las luchas populares de los movimientos sociales contra la globalización neo-liberal, obliga a los revolucionarios a diseñar comportamientos que tengan en cuenta la realidad institucional de estos países.

Los pueblos de diferentes países de Sudamérica, encabezados por movimientos políticos poli-clasistas, heterogéneos y diversos, han llevado a la Presidencia de numerosas repúblicas a dirigentes populares mediante procesos y triunfos electorales. Hoy son jefes de gobierno y cabezas visibles de sus Estados nacionales. A la vez, son los principales protagonistas de los procesos de cambio.

Esa es la situación concreta. “Somos gobierno pero compartimos el poder”. Las relaciones de producción – el mercado mundial y nacional, la lógica económica crematística –, siguen influidas y subordinadas por una economía capitalista globalizada. Con el agravante de que los Estados heredados de tipo colonial no son las herramientas ideales para impulsar cambios estructurales. Estamos pellizcando el poder pero lo determinante, lo evidente, es la “dualidad de poder”.

Quienes no han renunciado al camino insurreccional, quienes sueñan con “hacer la revolución” mediante la “expedición de decretos desde Palacios de Invierno” – como dice un amigo –, no pueden entender la particularidad de éstas revoluciones. No comprenden los retos del momento. Es por ello que pasan de aplaudir frenéticamente los “errores de Chávez” cuando le coloca alfombra roja en Miraflores a la insurgencia colombiana a calificar al presidente venezolano de traidor porque ha tenido que entregar a varios integrantes de la guerrilla al gobierno colombiano.[1]

Para poder socavar las bases de los Estados coloniales e ir construyendo verdaderos órganos de poder – popular, democrático y participativo –, se requiere entonces, una estrategia depurada, un arte de filigrana que implica saber combinar el papel los movimientos sociales y de la institucionalidad estatal. Equilibrar y armonizar la función de Jefe de Estado con el de gobernante y el de dirigente revolucionario, es la fórmula.

Jefe de Estado respetando la normatividad internacional y el derecho de las naciones a la autodeterminación para impulsar con acierto, temperancia y paciencia la integración de las naciones y los pueblos. Jefe de Gobierno sabiendo que su principal responsabilidad es con su particular pueblo y que la mejor manera de “exportar la revolución” es con el ejemplo y los resultados exitosos en su “propio” país. Y dirigente revolucionario para contribuir con su experiencia y conocimiento con el fortalecimiento de los movimientos sociales y políticos, los partidos y corrientes de pensamiento transformadores en el ámbito nacional e internacional.

Seguro, no es fácil. El Fidel maduro es una muestra de ese arte. Lula lo aprendió. Los demás presidentes y dirigentes populares, vamos aprendiendo.

El Estado colonial y su socavación

La experiencia acumulada por la revolución bolivariana durante estos 12 años de trajín y tensión, nos han enseñado que la esencia de los Estados que heredamos (incluyendo sus aparatos administrativos y la estructura de los ejércitos) es burocrática, antidemocrática, excluyente, “leguleyesca”, vertical. Hace de estos Estados un aparato inadecuado, ineficaz, ineficiente, para avanzar en las tareas transformadoras. Impulsar las “misiones” en Venezuela sin contar con ese Estado colonial comprueba que allá existía esa conciencia inicial que pareciera que se ha ido diluyendo.

Pero ello no significa que podamos desechar ese “Estado colonial” heredado o que lo podamos cambiar de un momento para otro. Es de todas maneras un aparato de opresión política que si no controlamos y neutralizamos, las clases reaccionarias y el imperio lo van a utilizar contra el pueblo y contra la revolución.

Por esa razón es que se hace necesario diseñar una política y una estrategia de “socavamiento del Estado colonial”. Debemos “minarlo por dentro”, ganando espacio y poder, mediante una acción correspondiente – paralela, permanente, consistente – de construcción de un Estado democrático-nacional, participativo, incluyente, que recupere y desarrolle órganos de poder ancestrales y otros que han surgido a lo largo de la historia (en Colombia “El Común”), que están soportados en la organización social y política de los pueblos y comunidades.

Esta última tarea es indispensable para avanzar. Los “errores de Chávez”, que son errores de todos nosotros, consisten en que a veces – por momentos – se olvida de esa realidad y confunde sus papeles. Hoy no requerimos de “libertadores supremos”. Su principal papel es el de conductor. Sabemos que superará la enfermedad y seguirá por ese camino. ¡Lo necesitamos!



[1] Es posible que en esas entregas se hayan cometido errores procedimentales por parte de funcionarios venezolanos. Dichos errores hacen parte de pasar de un “revolucionarismo” pro-FARC a un pragmatismo anti-FARC. (N. del A.)