Popayán,
13 de diciembre de 2015
“Con los tumbos del camino
Se entran a torcer las cargas
Pero es ley que en huella larga
Deberán acomodarse
Y aquel que llega a olvidarse
Las ha de pasar amargas”
Atahualpa
Yupanqui
La derrota es muy dura. La
primera reacción es negarla. Buscar explicaciones sin asumir la
responsabilidad.
“Ganó la guerra económica” fue la
explicación del presidente Maduro. “La diferencia fue muy escasa, muy chiquita”
afirmó Cristina Kirchner. “Las clases medias no me entendieron” dijo Gustavo
Petro en Bogotá.
Además, la mayoría de
simpatizantes y votantes de izquierda están convencidos que las derrotas
actuales son obra exclusiva de la manipulación mediática. Olvidan que cuando
triunfaron también tenían la oposición de los medios privados de comunicación
y, sin embargo, ganaron entonces.
El
comportamiento frente a la derrota
Estudios psicológicos de la
reacción ante la derrota se pueden aplicar al campo de la política. Lo haremos
tomando el caso específico de Venezuela.
Lo inmediato es desconocer la
derrota. A pesar de las declaraciones públicas del presidente Maduro y de Diosdado
Cabello, ellos no la han aceptado. Esa actitud les impide identificar sus
fallas y diseñar una respuesta correcta, no sólo frente a sus seguidores y adversarios
sino ante el conjunto de la sociedad.
Cuando se admite la derrota se
recibe con madurez el mensaje de quienes votaron en contra o se abstuvieron. Asumir
los resultados electorales como un encargo es clave para poder reaccionar
positivamente. Es señal de madurez y responsabilidad.
Negar la derrota lleva a la
persona a aferrarse a sí mismo o a su grupo. Es un mecanismo de defensa automático
que crea una seguridad artificial. Toda la semana posterior a las elecciones el
equipo de gobierno se ha dedicado a esa tarea.
Para desconocer el fracaso se
buscan todo tipo de excusas. “Me hicieron trampa”, “se amangualaron contra mí”.
Se elaboran explicaciones en medio de la frustración. Es lo que también venía haciendo
la oposición desde años atrás en forma compulsiva.
Inmediatamente viene el reconocimiento
parcial de la derrota y de la existencia de fallas propias. “Hay que impulsar
las 3R ‘al cuadrado’” planteó el presidente Maduro en un “congreso” del PSUV
que por sí mismo, de la manera como se convocó y realizó, niega totalmente cualquier
proceso de rectificación serio y consistente.
También se intenta castigar a
quienes se consideran causantes de la derrota. Los traidores. “Yo iba a
construir 500 mil casas pero…” dijo el primer mandatario frente a sus
seguidores. Se llama “cobrar la derrota”.
Después se pasa a la etapa de la
venganza, la “contraofensiva revolucionaria”. Empieza con la acusación de trampa
o ventaja mal habida. Así se justifica “la trampa propia”. Siguen entonces, las
acciones torpes para desconocer el triunfo del oponente.
Es lo que ya hacen los diputados “chavistas”
en la Asamblea Nacional. Tratan de asegurar las “conquistas de la revolución”,
nombrando magistrados del TSJ, entregando la infraestructura de la ANTV a los
trabajadores u otra serie de acciones de ese tenor. Es algo así como “no pagar
la apuesta”. Pero no pasa de ser un gesto, todas esas medidas pueden ser
desmontadas rápidamente por las nuevas mayorías de ese organismo.
Ese tipo de actitudes aíslan aún
más al derrotado. Es la causa de nuevas derrotas en serie y de un proceso de “radicalización
insulsa”. Se ponen –una vez más–, en contra de quienes votaron por el contrario
o se abstuvieron. Además, mucha gente que votó por ellos va a sentir que el
gobierno no asume con seriedad los resultados electorales.
El
juego democrático y la revolución bolivariana
La actitud madura en una
democracia parte del criterio de que vamos a atraernos y a transformar a los
votantes del contrario. No los podemos desaparecer. La única manera de
consolidar mayorías es ganándolos para nuestra causa. Es algo básico en la
política.
Uno de los problemas que
observamos consiste en que desde los primeros triunfos del presidente Chávez ese
aspecto no se tenía presente o no se pudo implementar. La actitud golpista de
las derechas complicaron las relaciones entre los partidos políticos.
Un ejemplo es la calificación de
“escuálidos” a la oposición por parte del presidente Chávez. Aunque él
identificaba con ese término sólo a los dirigentes de la oposición, finalmente esa
sátira se usó en forma generalizada para calificar a todos los opositores.
La intolerancia y la permanente
crispación se volvieron costumbre. Si yo ofendo a mis contradictores cancelo
cualquier posibilidad de entendimiento sobre problemas que requieren un
tratamiento de Nación, de Estado y no sólo de gobierno. Por ejemplo, en este
momento la crisis económica requeriría un tratamiento de “unidad nacional”.
El problema está en la raíz de la
visión del presidente Chávez. La revolución bolivariana es un proyecto
“socialista”, que utiliza la “democracia burguesa” para avanzar hacia salidas
anti-capitalistas. Implica un desconocimiento de la existencia de
contradictores democráticos. En ello se apoyaba la oposición de derecha para justificar
su actitud “golpista”. Además, mientras el bloque “chavista” consiguió que esa
oposición se negara a respetar la normatividad bolivariana, los derrotó en el
terreno electoral.
Pero ahora la mayoría de los
partidos que hacen parte de la MUD pretenden quitarle al gobierno la bandera de
la defensa de la legalidad existente. Enrique Capriles aparece, como lo hacía
el presidente Chávez, con el librito de bolsillo de la Constitución Política en
su mano, y así, los dirigentes “chavistas” no saben cómo reaccionar.
Y lo más seguro es que la oposición
se va a asentar en esa táctica. No sabemos si es su visión estratégica o si también
instrumentalizan la institucionalidad bolivariana para acceder al gobierno. Empero,
tienen que mostrarse decididos a respetar las leyes actuales y a actuar
pacíficamente en el marco de la democracia bolivariana.
La
actitud democrática y el Diálogo Nacional
Es posible que el presidente
Chávez, con su inteligencia, capacidad crítica, flexibilidad táctica y visión
democrática, hubiera reaccionado rápidamente y replanteado su estrategia,
frente al mandato de la mayoría de la población y a los propósitos expresados
por los representantes de la oposición.
Desde mi propio punto de vista
eso es lo que hay que hacer. El presidente Maduro debe anteponer la salud de
toda la Nación a los intereses de su partido y de “su” proyecto revolucionario.
Es el mensaje que le ha enviado la mayoría de la Nación.
Si avanzara hacia ese horizonte
tendría que plantear un Diálogo Nacional. Lo que implica ceder de parte y
parte.
El problema que tiene el
presidente Maduro es que se ha atado las manos. Al perder su propia identidad, al
imitar en todo a Chávez, en su forma de hablar, términos, gestos, todo, no puede
actuar con flexibilidad táctica. Quedó amarrado a la idealización de la imagen
y del comportamiento del presidente Chávez. La única política que
reiteradamente se exige por parte del “chavismo” es el “Golpe de Timón”,
planteado en el mes de octubre de 2012, lo que significa la “profundización del
socialismo”.
No obstante, esa política –en lo
esencial– ya no corresponde al momento actual. Ahora se requiere un “golpe de
Timón” de Maduro pero él no tiene ni el liderazgo suficiente ni la capacidad
para diseñar una estrategia propia. Es su drama.
Por ejemplo, si se impulsara y
concretara un Diálogo Nacional ello lo obligaría a considerar un acuerdo para
resolver el tema de los presos políticos. Se tendría que aceptar el carácter
político de esos delitos (rebelión) y al igual que en Colombia, plantearse una
justicia transicional para encontrar una solución equilibrada.
Si el gobierno bolivariano apoya
un arreglo de ese tipo en Colombia… ¿por qué no puede planteárselo para
Venezuela?
Y en esa misma línea tendrían que
concertarse salidas para los temas económicos, de inseguridad,
desabastecimiento e inflación. Sería una especie de colaboración y
entendimiento entre las fuerzas políticas que controlan el poder ejecutivo y
legislativo.
El problema es que el “chavismo
radical” va a poner el grito en el cielo. El rechazo a la “conciliación de
clases” será su discurso. Así, el miedo a la división paraliza al Presidente y
congela la posibilidad de un viraje táctico. Mucho más, si fuera estratégico.
Pero tarde que temprano el
“movimiento bolivariano” va a tener que plantearse ese tema. Si no reaccionan
con prontitud y oportunidad, será la oposición la que va a aparecer con el
monopolio simbólico de la “defensa de la Constitución”.
Fue lo que ocurrió pero al revés
en Colombia. Un guerrerista como Uribe le quitó la bandera de la paz a la
izquierda y a la misma guerrilla y logró conseguir el apoyo de la mayoría de la
población colombiana en 2002.
La
inevitable aparición de una tercería de izquierda
La incapacidad del presidente
Maduro para liderar un replanteamiento estratégico obliga a los dirigentes de
diversos grupos de izquierda que han ido surgiendo al interior y al exterior
del “chavismo” a plantearse la necesidad de unificarse y organizarse para
deslindarse del gobierno “chavista”.
La primera y más importante
justificación para hacerlo consiste en que es totalmente evidente que el PSUV,
partido fundado por el presidente Chávez, ha sido cooptado en forma absoluta
por una cúpula burocrática que se ha convertido en un obstáculo para el
desarrollo del proceso revolucionario y le está causando grave daño a la nación.
Las urgencias del momento serán
un obstáculo para que esa tercería logre construir sobre la marcha una
identidad política de tipo estratégico, pero pueden construir un programa
mínimo que les garantice un accionar coherente en esta etapa tan delicada de la
vida política e institucional del país.
La tarea central es garantizar
una salida pacífica al conflicto y “choque de trenes” que ya está a la orden
del día. Derrotar las tendencias “bonapartistas” que poco a poco aparecerán en
el seno del gobierno, es el objetivo fundamental. Es una meta de alto valor
ético y de una trascendencia inusitada para el pueblo venezolano.
Para ello hay que impulsar con
decisión el Diálogo Nacional. Y para hacerlo se necesita crear un partido o
movimiento con una estructura, un programa político y una dirección pública y
visible que asuma esa responsabilidad histórica.
El Diálogo Nacional tiene como
principal objetivo concertar soluciones urgentes a los problemas que sufre la
población. Las mayorías depositaron un voto por la paz y la reconciliación. La
profundización del “socialismo” no es la preocupación del momento.
No quiere decir que esa meta
estratégica sea rechazada por la nueva agrupación pero si debe haber una pausa
para considerar ese tema a fondo, una vez se supere la emergencia humanitaria
que vive una gran parte de la población venezolana.
El objetivo concreto de esa “tercería
de izquierda” es disputarle el escenario político a las derechas y liderar un
replanteamiento de la lucha democrática del pueblo venezolano. La incapacidad y
parálisis de la cúpula gobernante obliga a hacerlo.
Dos aspectos principales se deben
considerar: uno, la revisión completa y total de la manera como se administra y
se gestiona el “Estado Heredado”, y el otro, la necesidad de construir con
decisión nuevas formas de democracia directa, deliberativa, participativa, protagónica,
dándole verdaderos espacios de participación y decisión al pueblo a través del Poder
Comunal o de otras instancias que se organicen.
La lucha por la reconstrucción de
la Nación debe plantearse en esos dos escenarios que deberán complementarse y retroalimentarse.
Por ejemplo, la única forma de derrotar la corrupción es impulsando “desde
arriba” y “desde abajo” procesos y formas de auditoría o veeduría que
involucren a amplios sectores de la población, que a su vez deben hacer posible
el desarrollo de nuevas formas de organización social que se constituyan en las
bases de un verdadero “Poder Popular”, autónomo, plural, verdaderamente democrático
e incluyente.
Si surgiera esa nueva alternativa
política podría canalizar inicialmente a una gran cantidad de los llamados
“ni-nis” y de los “chavistas frustrados”, y disputarle los espacios de “centro”
a la oposición derechista que es la que aprovecha ese espacio a su favor. Espacio
que será el que se fortalecerá en el inmediato y mediano plazo.
Y claro, para hacerlo tendría que
prepararse para tomar posición frente a una posible revocatoria del mandato
presidencial, en el caso de que el presidente Maduro se oponga al “Diálogo Nacional”,
y preparar su propio candidato para las nuevas elecciones.
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