Un nuevo momento político en Colombia
Popayán, 4 de marzo
de 2021
Diversos hechos nos llevan a
plantear que se empieza a vivir un nuevo momento político en Colombia. En este
escrito se identifican esas circunstancias con el objetivo de contribuir a liberar
una serie de cargas (limitantes) que corresponden al período anterior (2012-2020)
en donde el “eje” de la política nacional giró alrededor del llamado proceso de
paz (paz formal o “paz perrata”
como la definimos desde 2013). Petro la llama “paz pequeña”.
Trataremos de demostrar que hemos
entrado en ese nuevo momento. Para hacerlo debemos comprender que la contradicción Uribe/Santos (guerra/paz) está
básicamente resuelta (desarme de las Farc) y que el factor principal para
avanzar hacia la verdadera paz o “paz grande” es el cambio de modelo
económico-productivo para poder desencadenar y sustentar las
transformaciones sociales, políticas y culturales que están en marcha.
Al precisarlo podremos ver -con
absoluta claridad- que en las nuevas circunstancias el llamado “centro”
(o sea, el “ni-ni”, la indefinición política o la “forma sin contenido”), no tiene
nada que hacer frente a los urgentes problemas que exigen soluciones efectivas.
Además, afirmamos que ahora no sólo se trata de generar una “esperanza” sino de
lograr cambios consistentes, certeros y efectivos. Las “medias tintas” son cosa
del pasado.
Factores que determinan ese
nuevo momento (síntesis)
Entre los elementos que hemos
identificado como determinantes para generar ese “nuevo momento” están los siguientes:
- Hizo
crisis el modelo económico-productivo dependiente de la exportación de materias
primas. Colombia
entró en la fase de transición energética que exige sustituir los combustibles
fósiles con energías limpias y renovables. Las
empresas carboneras abandonan el país, la
industria del petróleo está de capa caída y la gente rechaza los proyectos extractivos
que destruyen la naturaleza (¡No queremos oro,
queremos agua!). Además, los pequeños y medianos productores de materias
primas (cafeteros, paneleros, ganaderos, paperos, fruticultores, cacaoteros, etc.)
requieren industrializar sus procesos productivos para enfrentar la nueva fase de
globalización que vive el planeta.
- El Estado
colombiano está insolvente, fiscalmente quebrado, sobre
endeudado, y la pandemia agudizó esa situación. El gobierno de Duque está
obligado por el gran capital a apretarle las clavijas a las clases medias y al
pueblo trabajador. Las
reformas tributaria, laboral y pensional son más que necesarias para “cuadrar
caja”. Van a gravar toda la canasta familiar con el IVA, reducir el salario
mínimo y aprobar el pago de trabajo por horas. Todo ello tendrá costos
políticos enormes que traerán protestas y movilizaciones populares, que van a
tratar de mitigar con propuestas populistas.
- El
bloque de poder oligárquico está debilitado y fracturado en el terreno político.
Su principal problema es que depende de un dirigente tóxico como Uribe y “los
de arriba” no saben ni tienen las formas de reemplazarlo en lo inmediato. Es
evidente que ante el avance de las fuerzas democráticas y progresistas, los
grandes “cacaos” (Sarmiento Angulo, Santodomingo, Ardila Lulle, Gilinsky, GEA)
se han asustado y han reculado nuevamente hacia el uribismo. La falsa “paz” ya
les sirvió y el negocio (ilegal) debe continuar.
- Las
clases medias empiezan a girar hacia el progresismo. La actitud de las famosas
actrices como Margarita
Rosa de Francisco y Aura
Cristina Geithner, y de los jóvenes
artistas que encabezaron la rebelión juvenil del 21N, son una manifestación
de esa tendencia.
- La
pandemia ayudó a desnudar todas las miserias de este país. Se ha hecho visible
la escandalosa
desigualdad económica y social; ha quedado expuesta la
inmensa informalidad económica y laboral; el desempleo camuflado ha mostrado su cruel y mísero rostro;
las consecuencias negativas de la mercantilización de la salud en manos de las
EPS son palpadas y sufridas a diario por el grueso de la población; y otros
problemas acumulados como la precariedad de la educación, la incapacidad del
Estado para resolver las demandas sociales en servicios públicos y vivienda,
etc., se convierten en motivo de protesta y movilización social.
- La
dualidad de la Constitución de 1991 ya no da más. Lo social y el bien común
buscan romper la esencia neoliberal de esa carta política.
- Todos
los intentos del gobierno de Duque-Uribe por acabar con la Justicia Especial de
Paz JEP y por sabotear el proceso de paz han fracasado.
- El
nuevo marco internacional con la elección de Biden en EE.UU. es favorable para
darle continuidad al proceso de paz, aunque no podemos hacernos ilusiones “pacifistas”.
- La
crisis de los partidos políticos -de todos- está obligando a que surjan nuevas
expresiones políticas. En lo inmediato están apareciendo nuevos tipos de
coaliciones que van a reflejar con mayor nitidez los valores y posiciones
políticas de las fuerzas comprometidas.
- Existen
importantes evidencias de cómo las mujeres y los jóvenes serán determinantes para
que ese “nuevo momento” se concrete en cambios sustanciales en la dinámica
política de nuestro país.
La materialización del nuevo
momento político
Un factor que es desencadenante y
resultado de ese nuevo momento político es el caso jurídico que compromete al expresidente
Uribe. La carga de la prueba de su criminalidad ha logrado trascender hacia la
sociedad. Aunque la Fiscalía General lo exonere usando artificios legales y
trapisondas jurídicas, el solo hecho de que haya renunciado al Senado para
esquivar el juicio de la Corte Suprema de Justicia, se convierte en la confirmación
de su culpa. El “tapen-tapen” ya no le sirve, el rey está desnudo y todo su
proyecto político está en franca decadencia.
Otros hechos relacionados con el
nuevo momento político son:
- Las castas dominantes son
conscientes que al juntarse la pandemia con un gobierno tan incapaz como el de Duque, está a la vista la oportunidad para que las fuerzas progresistas y de izquierda accedan al
gobierno. Es por esa razón que aparecen por doquier candidatos
y candidatas que aspiran a representar los intereses del establecimiento
oficial y están buscando alguien con “excelentes capacidades” para
enfrentar a Gustavo Petro, que a pesar de las descalificaciones consideran
un candidato con experiencia, formado y difícil de batir.
- El candidato preferido del “centro”
-Sergio Fajardo- desnudó su “corporativismo” en favor del Grupo Empresarial
Antioqueño GEA en el caso que destapó el actual alcalde de Medellín, Daniel Quintero,
que compromete a las Empresas Públicas de Medellín EPM y el proyecto de Hidroituango.
Así, se colocó del lado de los empresarios y contratistas corruptos y giró
definitivamente hacia la derecha. Su uribismo vergonzante ha salido a relucir.
- El senador Jorge Enrique Robledo
(Moir-Dignidad) se entregó -dentro de esa misma línea- a los intereses de los grandes
grupos económicos del sector agropecuario (Asocaña, Augura, Fedepalma,
AsoExport, etc.) con la consigna de la “defensa de la producción nacional”. Dicha
posición la asume sin discutir para nada la lógica rentística y gran
terrateniente de esa producción, sin cuestionar la forma como usan el Estado
para favorecer sus monopolios depredadores de los recursos naturales y
súper-explotadores de los trabajadores, y ocultando que han sido sectores que estuvieron
comprometidos con la estrategia paramilitar de Uribe.
- La Alianza Verde se divide
entre fajardistas, peñalosistas y progresistas, y sus “fundadores” intentan
vender ese espacio político (que se convirtió en una agencia de venta de
avales) a los herederos “semi-rebeldes” de César Gaviria dentro del partido
liberal (Galán, Lara, Cristo, etc.).
- Los partidos tradicionales
(liberales, conservadores, la U y Cambio Radical) están en descomposición y
algunos de sus miembros más honestos o, menos corruptos, se acercan a la
propuesta progresista.
- Las izquierdas y los
movimientos sociales empiezan a entender que hay una oportunidad de quebrar el
monopolio oligárquico a nivel presidencial (nacional), y evalúan nuevas formas
de alianzas democráticas. Y en esa tarea van comprendiendo que la fórmula para
hacerlo requiere de la más amplia apertura hacia las bases sociales y la derrota
de prácticas burocráticas que de una u otra forma han hecho carrera dentro de
sus organizaciones.
- Todo indica que mientras
Gustavo Petro se vuelve un “atractor positivo” que impulsa un “pacto histórico”,
Álvaro Uribe se ha convertido en un “atractor negativo”, en un “detractor de sí
mismo” y en un representante del pasado.
Los escenarios posibles y la
reacción del bloque dominante
Para las clases dominantes
colombianas, y en especial, para la oligarquía que se bañó las manos con sangre
a lo largo de las últimas 7 décadas (que fue casi toda), es impensable perder
la presidencia de la república, dado que el régimen político de este país es
fuertemente presidencialista y centralista. No pueden imaginar en ese cargo a un
dirigente proveniente de las izquierdas, y menos, a una persona como Gustavo
Petro que ha demostrado que es un luchador nato y de principios, y que militó
en un movimiento guerrillero (M19) que tuvo -desde el primer momento- un alto
sentido de realidad y de responsabilidad histórica.
Para esas castas oligárquicas el
mejor escenario sería la repetición de lo ocurrido en 2018. Sin embargo, todo
lo que estamos observando apunta a que no se va a repetir dicha situación. El
progresismo y las izquierdas ya están construyendo una coalición más amplia que
la de hace 3 años, mientras que el bloque dominante no tiene una figura descollante
para encabezar su proyecto político (que es regresivo, o mejor, no tienen proyecto).
Tampoco pueden repetir la fórmula de construir de afán un candidato improvisado
y sin experiencia (“el que diga Uribe”) porque mostró su ineficacia. Germán Vargas
Lleras, que es el cuadro más preparado de la oligarquía, quemó sus cartuchos en
la pasada contienda y no es opción actual.
Es por ello que actualmente el
bloque dominante está en la tarea de construir tres (3) alternativas políticas para
unificarlas al final, y así, enfrentar al candidato del progresismo y de las izquierdas,
que ellos saben que va a ser Gustavo Petro. Dichas alternativas son:
a) Una
coalición “pura sangre” del uribismo con fuerzas del Centro Democrático, el
partido conservador y algunas iglesias cristianas. Su principal candidata es
Paloma Valencia, no descartan al hijo de Uribe (Tomás), pero todos saben que el
escogido será su títere.
b) Una
convergencia de figuras políticas (exalcaldes y exgobernadores) y clanes
mafiosos (como el de los Char de la Costa Caribe), en donde aspiran a juntar a
los sectores más descompuestos y politiqueros del partido liberal, Cambio Radical,
La U, y “conservadores no uribistas”. Allí están Enrique Peñalosa, Dilian
Francisca Toro y demás precandidatos.
c) El
“centro”, encabezado por Fajardo que ahora está acompañado por algunos
liberales “rebeldes” como los hermanos Galán, Juan Fernando Cristo, Humberto De
la Calle, y aspiran a integrar a personajes como Alejandro Gaviria (exministro
de Salud de Santos). Saben que el bloque de “centro” está mermado, que Fajardo está
desgastado, Robledo ya no encabeza al Polo y los Verdes están divididos, pero están
seguros que su “anti-petrismo” los convierte en aliados.
No podemos descartar que en la
eventualidad que la candidatura de Gustavo Petro logre “conectar” con el grueso
del electorado rebelde pero abstencionista, y se convierta en una avalancha
política indetenible, la oligarquía intente otras respuestas “extrainstitucionales”.
Si ellos perciben que ni siquiera juntando estas tres alternativas van a poder
derrotar al candidato progresista, es muy posible que recurran al magnicidio
del líder de izquierda, o que traten de utilizar un estallido social para
provocar un caos artificial, o que utilicen (como ya lo han hecho) al ELN, al
gobierno venezolano y a los grupos armados ilegales, para desestabilizar al
país e implementar un plan violento y autoritario (golpe de Estado). Todo es
posible en este país y mucho más frente a la posibilidad (cada vez más creciente) que las clases dominantes
colombianas puedan perder el poder político.
Conclusión
No ser consciente del nuevo momento político es
el gran problema para los dirigentes populares que hacen parte del movimiento
social o de los partidos políticos alternativos, progresistas o de izquierda.
Si se es consciente de que estamos frente a la enorme posibilidad de derrotar
por primera vez, en el terreno electoral, a una oligarquía tan reaccionaria y
cerrada como la colombiana, entonces, todo se aclara y se facilita no solo la
unidad sino que las tareas prácticas tendrán un cauce claro y preciso: acudir a
las bases sociales para construir el “Pacto Histórico” con todas las fuerzas y
personas que deseen ser parte de él.