Las elecciones presidenciales
del 17 de junio en Colombia…
ENTRE LAS CIUDADANÍAS LIBRES Y LA TRADICIÓN COLONIAL
Popayán, 10 de junio
de 2018
Faltando 7 días para la segunda
vuelta (definitiva) de las elecciones presidenciales de Colombia, en donde se
escogerá presidente de la república entre el candidato del Centro Democrático, Iván
Duque, y Gustavo Petro de la Colombia Humana, este país suramericano está en la
mira del mundo entero, especialmente de los mandatarios y fuerzas políticas de la
región sudamericana.
Esas elecciones son atractivas y
preocupantes para muchas personas porque –por primera vez en más de medio siglo–
un candidato que enfrenta a las clases dominantes tiene alguna opción de ganar.
Es un fenómeno similar a lo que ocurre en México con Andrés Manuel López
Obrador AMLO. Si las fuerzas alternativas logran su objetivo, será una bocanada
de aire fresco frente a los vientos de restauración neoliberal y pro-estadounidense
que soplan en la región.
Petro fue militante del Movimiento
19 de abril (M19) en su juventud, una particular guerrilla nacionalista de los
años 70s del siglo XX que mediante formas espectaculares de acción bélica, simbólica
y principalmente urbana, emuló a los Montoneros del Uruguay bajo el liderazgo
de Jaime Bateman Cayón. Fue una insurgencia más política que guerrista; muy
diferente a las Farc.
Es importante recordar que
Colombia es el tercer país más desigual del mundo en el que un ínfimo número de
familias es poseedor de más del 90% de las tierras cultivables y propietario de
poderosos bancos y empresas transnacionales en una nación que ya es la tercera
economía más grande de la región latinoamericana después de Brasil y México.
Desde los años 80s del siglo pasado se apropian de buena parte de los recursos del
narcotráfico a través del sector financiero.
Es pertinente mencionar que en
este país domina una élite de grandes latifundistas que desde la época de la
independencia de España (1819) creó un régimen de gobierno que combina una débil
democracia clientelar (con fórmula presidencial y separación formal de poderes)
con la represión más brutal hacia cualquier tipo de proyecto político o líder
que ponga en peligro los privilegios de una casta oligárquica que no tiene
comparación en parte alguna del mundo.
Ello explica que durante la
segunda mitad del siglo XIX, todo el XX y lo que va del siglo XXI, Colombia
haya sido desgarrada y desangrada por toda clase de insurrecciones, alzamientos
armados, violencias y guerras de diverso tipo. La última fue generada por el
asesinato del caudillo popular Jorge Eliécer Gaitán en 1948, siendo uno de los
conflictos armados más largos del mundo moderno solo comparable con lo ocurrido
en Irlanda, Sudáfrica o Sri Lanka.
Hace 27 años, el M19 a la cabeza
de fuerzas democráticas y populares de este país consiguió derogar la
Constitución de 1886 e inauguró una Nueva Carta Política (Constitución de 1991)
que es la base de un Estado social de Derecho. Ese parcial triunfo político lo
obtuvo después de sufrir el asesinato de 4 candidatos presidenciales entre
ellos Luis Carlos Galán Sarmiento (liberal) y de Carlos Pizarro, principal
dirigente de ese movimiento insurgente que se integró a la vida civil mediante
un acuerdo de paz en 1990 en el que participaron otros grupos armados.
No obstante, la mayor parte de
los derechos fundamentales aprobados en esa Constitución fueron reducidos a simple
letra en el papel y la casta dominante logró sobreaguar ese instante de crisis.
Tuvo la colaboración involuntaria e inconsciente de la guerrilla de las Farc
que se mantuvo en rebeldía armada, convirtiéndose en la excusa perfecta para
cerrar los espacios de reforma y acusar a los demócratas-liberales de ser
extremistas comunistas y enemigos de la democracia.
Lo más interesante del momento que
vive Colombia consiste en que apenas pasado un año y medio de haber firmado la
paz con las guerrillas farianas –casi en forma automática– un importante sector
del pueblo se manifestó masiva y mayoritariamente en contra de la clase
política tradicional y apoyó en la primera vuelta (mayo/27) a los candidatos
(Petro y Fajardo) que levantaron la consigna de la lucha contra la corrupción y
por la continuidad del proceso de paz[1].
Buena parte de esa población,
sobre todo la que habita en zonas rurales, ha luchado durante décadas por la
superación negociada del conflicto armado, por derechos laborales plenos,
contra la entrega de las riquezas al capital extranjero y transnacional, contra
los mega-proyectos energéticos y mineros depredadores de la naturaleza, y
contra las políticas neoliberales que se implementaron a la sombra de la
Constitución de 1991, pero sus luchas han sido fuertemente reprimidas a manos
de grupos paramilitares apoyados o protegidos por el ejército estatal.
De acuerdo a los resultados
electorales de la primera vuelta realizada hace 15 días, la suma de los votos
de los candidatos alternativos sería suficiente para derrotar al candidato de
las derechas y de los partidos tradicionales que se han juntado detrás del
proyecto del ex-presidente Uribe, el partido político Centro Democrático, que
aglutina a políticos y personas vinculadas a la práctica paramilitar-mafiosa y a
todos los políticos corruptos que defienden la institucionalidad existente.
Sin embargo, el panorama es más
complejo. Varios factores juegan en contra del candidato de la Colombia Humana.
Algunas propuestas de su programa de gobierno, su pasado guerrillero y cierto
perfil “izquierdista”, han sido utilizadas para posicionar una imagen negativa entre
amplios sectores de la sociedad colombiana. Incluso, el candidato Sergio
Fajardo de la Coalición Colombia, con el apoyo del Polo Democrático y de
Alianza Verde, remontó en la lucha electoral y obtuvo el tercer lugar con base
en calificar a Petro de populista, “castro-chavista” y mesiánico.
Además, la situación social,
económica y política de Venezuela se convierte en una razón para rechazar cualquier
viraje hacia la izquierda. El país vecino vive una verdadera crisis a todos los
niveles que se ve materializada en la enorme migración de personas, muchos
colombianos residentes en ese país que regresan o cientos de miles venezolanos
que huyen cansados de la escasez de alimentos y medicamentos, crisis económica,
inflación, carestía, deterioro del empleo, pérdida de capacidad adquisitiva y
problemas de violencia e inseguridad urbana.
Colombia no es ningún paraíso terrenal
frente a Venezuela pero la realidad del país hermano, semi-bloqueado por los
EE.UU. y con problemas graves de gobernabilidad, corrupción política y
debilitamiento del proceso de cambio, convierten ese tema en un referente ideal
para debilitar al candidato Petro que es acusado de ser socio de Maduro y
seguidor del ex–presidente Chávez.
A pesar de lo que pueda concluir
un observador lejano, se puede afirmar que una parte de la población colombiana
ha dado un inmenso paso hacia la democracia, la paz y el cambio. La labor
realizada por el candidato Petro ha sido extraordinaria; ha sido un trabajo
increíble de pedagogía política y de conexión con la gente y con la juventud en
concentraciones masivas en más de 90 plazas de ciudades y pueblos; ha sido un
aprendizaje colectivo de historia política y de conocimiento y denuncia de las
causas estructurales de los problemas que vive este país, situación que no se
vivía desde los tiempos de Gaitán.
Ese es un enorme avance y un
capital político más importante que cualquier otra cosa. Ha logrado posicionar
ideas que hasta hace poco eran impensables en el ámbito latinoamericano. El
cambio de un modelo productivo basado en la extracción de materias primas
(petróleo, carbón, oro) hacia la modernización de la agricultura y el
desarrollo de una industria con tecnologías de punta, apoyándose y tomando como
base social a los pequeños y medianos productores, es una propuesta que se
conecta con la necesidad de una nueva matriz energética que cambie los
combustibles fósiles por fuentes de energía limpias y renovables. Igual, sus
propuestas de democratizar y mejorar la calidad de la educación y los servicios
de salud, han calado entre el grueso de la sociedad.
Independientemente de los resultados
que se obtengan el próximo 17 de junio se puede decir que Colombia no será la
misma después de esta larga campaña electoral. Los partidos políticos en
general han quedado fuertemente fraccionados y las “ciudadanías libres” se han
expresado por el cambio, la transparencia y la paz. Falta ver que el miedo sea
derrotado con el pasar de los años y que con la acción política de la juventud
y de nuevos sectores sociales, Colombia deje de ser el “Israel latinoamericano”
y se reencuentre con sus esencias amerindias, africanas y mestizas.
[1] El pasado domingo 27 de
mayo se realizó la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia.
Son los primeros comicios para escoger primer mandatario después de la
desmovilización de las Farc. En un ambiente de relativa tranquilidad solo
afectada por la amenaza de catástrofe del Proyecto de Hidroituango, aumentó la
participación ciudadana y se redujo la abstención al 46,6%. Las “ciudadanías
libres” (dixit Petro) se expresaron con cierta fuerza. Duque obtuvo el 39,1%;
Petro, 25,1%; Fajardo, 23,7%; Vargas, 7,3% y De la Calle, 2%. El mapa político
cambió. Se confirmó con mayor nitidez lo ocurrido el pasado 11 de marzo en
cuanto al avance de las fuerzas democráticas y alternativas. Son 9.840.130
votos los obtenidos por Petro, Fajardo y De la Calle mientras que las fuerzas
tradicionales (Duque y Vargas) lograron 8.977.533 votos. Es realmente algo
histórico pero las fuerzas alternativas no pueden cantar victoria para la
segunda vuelta (balotaje) si se tienen en cuenta las complejidades de este país
y la vulnerabilidad del sistema electoral. (Nota del Autor).
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